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Diez Razones Para Odiar a Alguien Como Tú por Rukkiaa

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8. No te creo

 

(Dean)

 

-¡Lo mato! –. Escuché gritar a Gabriel, que intentó correr hacia mi, pero Sammy lo interceptó antes de que lo hiciera, atrapándolo entre sus brazos con dificultad, porque se revolvía para escapar y venir a por mi.

Su reclamo lo tenía bien merecido. No tenía derecho a pedirle explicaciones a Cas, porque yo también había jugado sucio en esta historia. Me había acercado a él por culpa de la apuesta. De otro modo, seguiríamos siendo dos completos extraños. Al menos, él lo sería para mi.

Lo peor, es que ahora que sabía que le había perdido, me daba cuenta de que no podía estar sin Cas en mi vida. Pero no tenía cara para ir tras él. No tenía excusa. Lo hecho, hecho estaba.

Sentí entonces un par de toques en el hombro. Al voltearme, vi que era Meg.

Lo siguiente que noté, fue su puño en mi ojo derecho, duro como una piedra. Me quejé y lo cubrí enseguida con la mano. Un dolor agudo me atacó en esa zona y un zumbido leve se instaló en mis oídos.

Crowley empezó a reírse. Siempre le gustaron las desgracias ajenas. Pero se había topado con la horma de su zapato.

Porque Meg no se limitó solo a castigarme a mi. Fue a por Crowley.

-¿Y tú de que te ríes, gilipollas? –. Dijo antes de propinarle un rodillazo en sus partes íntimas. Crowley ahogó un grito, y cubriéndose la zona afectada, cayó de rodillas al suelo.

-Hija de... –. Intentó hablar, pero le fue imposible. Tenía el rostro pálido. Enfermizo. Y parecía falto de aire.

Entonces Meg fue a por mi de nuevo.

-¡Eres un completo imbécil, tío! –. Chilló apuntándome con el dedo en alto. –¡Castiel es un unicornio!¡¿Te enteras?!¡Un unicornio!¡No encontrarás otro igual en tu miserable vida!¡No te lo mereces! –. Unos azorados Charlie y Kevin la agarraron como pudieron y empezaron a alejarla de allí. Los gritos habían atraído a curiosos, que habían salido del salón de baile y se habían arremolinado alrededor nuestro.

No me apetecía ser el centro de atención en esos momentos, así que, ignorando a todos los presentes, bajé las escaleras y me marché a casa.

Mis padres ya dormían cuando entré por la puerta y me metí en mi dormitorio. Recostándome en la cama, completamente vestido.

Pensé en todo lo ocurrido, y lo tonto que fui por no darme cuenta antes de las cosas. El parecido tan grande de Cassy con Cas. Mis encuentros con ella. Aquel día saliendo del baño de los chicos. El peto vaquero tan poco femenino para una chica así. Su comportamiento conmigo. Y las reacciones que tenía cuando le hablaba de Cas, o cuando a él le hablaba de ella.

Sam llegó a casa poco después que yo y se encerró en su habitación. Estaba claro que con lo que había pasado, su noche también se había ido al garete. Al menos, él seguro que vería a Gabriel al día siguiente. Yo dudaba que Cas volviera a mirarme o a dirigirme la palabra mientras viviera.

 

(Castiel)

 

Los primeros rayos de sol de la mañana comenzaron a entrar por la ventana, y yo fui testigo directo de eso, porque no había podido dormir. Abrazando la almohada como si fuera un escudo que pudiese protegerme contra el resto del mundo.

Pero después de tantas horas despierto, prácticamente en la misma posición, me habían dado para pensar en todo. Y llegar a una conclusión.

Olvidarme de Dean Winchester. De mis sentimientos por él, y enterrarlos tan profundamente que ni el mejor de los piratas con el mapa más certero, encontraría ese maldito cofre del tesoro.

Un par de toques en la puerta me desconcertaron. Era demasiado temprano para que los miembros de mi familia se hubieran levantado un sábado.

Ni me giré a ver quien era cuando la puerta se abrió y volvió a cerrarse.

-¿Estás dormido?

Era Gabriel. Y por extraño que fuera, no se subió de un brinco a mi cama.

-No, Gabe. ¿Qué quieres?

-No he podido dormir pensando en cómo pedirte perdón. No encuentro las palabras apropiadas. Lo que te hice...

Su voz sonaba como si estuviera a punto de resquebrajarse. Así que me volteé a mirarle.

-Olvídalo, Gabe. No tienes la culpa de nada. Soy tu hermano mayor, debía haber sabido que algo así acabaría mal. Es responsabilidad mía.

-No, Castiel. Lo de convertirte en chica... Sí, también fue un error, pero es que... Yo sabía lo de la apuesta de Dean.

-¿Qué?

-Sam vino aquí, buscándote. Le obligué a que me contara para qué quería verte, y me lo contó. Había escuchado a Dean hablando con Crowley por teléfono y se había enterado de todo. Le pedí que callara. Porque confiaba en que Dean se enamoraría de ti. Estaba el plan de Cassandra y además, eres tan genial que no me cabía duda de que sería así. Por favor, no me odies Castiel.

Estaba a punto de llorar. Aunque no podía enfadarme con él. Lo había hecho todo pensando en que al final las cosas saldrían bien. Y se trataba de mi hermanito.

-No estoy enfadado contigo, Gabe. No pasa nada—al tiempo que hablaba, alcé los brazos para que se acercase y nos diéramos un abrazo. Enseguida captó la indirecta y subió sin demora a la cama.

-Lo peor del asunto es que no puedo hacerle de las mías, porque es el hermano de mi novio. Sino se iba a enterar.

-Tiene mucha suerte de que tú andes con Sam. Sé lo que eres capaz de hacer cuando estás enfadado—dije sonriendo. No quería preocupar más a mi hermano. Llevaría la pena por dentro. Bastante ridículo había hecho ya la noche del baile como para presentarme el lunes en el instituto con cara de perrito abandonado. Intentaría aparentar que no pasaba nada, y ese sería el primer paso de millones para olvidarme de Dean Winchester de una vez por todas.

 

(Sam)

 

-Buenos días...

Cuando llegué a la cocina, mi hermano era el único que estaba desayunando. Con mala cara, jugando con el tenedor con unas tiras de beicon que seguramente ya estaban frías y con la ropa que usaba para dormir todavía puesta.

-Buenos días—respondí tomando asiento y cogiendo los cereales que volqué en el cuenco vacío que tenía enfrente. –Te preguntaría si pasaste buena noche, pero viéndote, mejor me lo reservo.

-Mejor.

Comí en silencio. Él continuó delante de mi, pero era como si su mente divagara por otros universos.

-Deberías llamarle.

-¿Y decirle qué? –. Era una suerte que reaccionara a mi voz y supiera a ciencia cierta a lo que me refería.

-Que estás enamorado de él.

Me fulminó con la mirada, entrecerrando los ojos.

-¿Qué? Mi coeficiente intelectual es bastante alto. No creas que me puedes ocultar algo como eso. Sé que quieres a Castiel. Por eso te sientes así. Porque es algo a lo que jamás te habías enfrentado.

-No voy a llamarle, porque estoy enfadado con él. Y conmigo. Ambos hemos metido la pata en este asunto. No funcionaría.

-Entonces no niegas lo que te acabo de decir.

-Eres mi hermano, no tendría porqué—dijo sin más. Esta vez se llevó una tira de beicon a la boca y la mordió dando un tirón con los dientes. Se había puesto dura al enfriarse. Torció el gesto, quizás porque no estaba tan sabrosa como se esperaba.

Se levantó, tiró los restos de comida en el triturador y se marchó.

Yo seguí desayunando solo. Ayudé a mi madre a doblar algunas sábanas que ya se habían secado durante la noche, y me tumbé en el sofá dispuesto a ver la televisión.

Mi mente divagaba, sin embargo, en los últimos acontecimientos. El estado en el que se encontraba mi hermano. La noche inconclusa de baile con mi novio, e inclusive, las cosas que no había podido hacer después de que todo se fuera por el desagüe.

Entonces sonó el timbre y mi madre abrió la puerta.

-Hola, Señora Winchester—esa voz hizo que me pusiera en pie de un brinco.

-Hola, Gabriel. Buenos días—respondió ella y le dejó pasar.

Le dediqué la mayor de mis sonrisas en cuanto cruzó por la puerta y entró al recibidor. Y le hubiera recibido con un beso si mi madre no hubiera estado delante.

-Me alegra que hayas venido—dije abrazándole. Eso sí lo podía hacer.

-Lo cierto... –. Deshizo el abrazo y me miró. –Es que he venido para hablar con Dean. ¿Está?

-¿Con Dean?

-Sí, está en su habitación. ¿Te apetece tomar algo, Gabriel? –. Comentó mi madre, amable.

-No, muchas gracias, Señora Winchester. Si no les importa, voy a buscarle.

Sin esperar réplica alguna salió disparado al dormitorio de mi hermano, que estaba con la puerta cerrada.

-¿Vienes a ver a Dean?¿Por qué? –. Pregunté mientras le alcanzaba.

-Un asunto que tengo pendiente, Sam. No te me pongas celoso—dijo y me pellizcó la mejilla como si yo fuera un crío de cinco años. –Te prometo que después seré todo tuyo. Quedaron muchas cosas en el aire anoche.

Llamó a la puerta, y la voz ronca de Dean llegó a través de ella, permitiendo el paso.

Nos recibió tumbado en la cama, tapado con las mantas hasta media cabeza, por lo que solamente se le veían los ojos y el pelo.

-Pareces una oruga en su capullo—dijo Gabriel con sorna.

-Y tú un capullo a secas—respondió Dean destapando su boca para que le oyéramos con nitidez.

-Dean...

-Empezó tu novio.

-Lo que sea, necesito hablar contigo—interrumpió Gabriel. Tomó aire, como si lo que tuviese que decir le costara demasiado. –Vengo a pedirte perdón. El plan de Cassandra fue totalmente culpa mía. El libro es mío, la magia es mi rollo. Castiel no tuvo nada que ver.

-¿Tu hermano te mandó para que me dijeras eso? –. Dean, molesto, se sentó y lanzó la almohada hacia Gabriel. –Pues lárgate, no quiero escucharte a ti, ni a ningún mensajero que venga de su parte.

-Mira que eres imbécil—Gabriel cogió la almohada al vuelo, y se la devolvió a Dean, como si fuera un balón. –Castiel ni sabe que he venido. Está igual que tú, en la cama, envuelto como un rollito de primavera. Pero algo sí te advierto. Si no aceptas mis disculpas, si no mueves el culo de ahí y buscas a mi hermano, te aseguro que él está dispuesto a olvidarse de ti. Y si tengo que recurrir a trucos sucios para que lo consiga, lo haré, que no te quepa ninguna duda.

-Todos cometemos errores, Dean. Incluso tú. No olvides la apuesta—dije en señal de apoyo. Gabriel me miró agradecido.

-Esa maldita apuesta... Pero yo pensaba cancelarla. El lunes. Iba a ir con Crowley y me iba a rendir. Quería que Cas fuera mi amigo. ¡Pero lo que él me hizo es peor que lo mío! Jamás le di un beso. Nunca. Gané por casualidad, porque me besó él haciéndose pasar por chica. ¿Y si me hubiera enamorado de ella?¿Qué?

-Dean, fue fallo mío. Castiel y tú lleváis siendo compañeros de clase, ¿cuánto?¿cinco o seis años? No te habías acercado a hablarle hasta que tu amigo te hizo aceptar esa apuesta. Mi hermano lleva enamorado de ti todo ese tiempo. No me preguntes porqué. La casualidad quiso que la apuesta y mi hechizo coincidieran. Quería que te enamorases de Castiel, porque ya te has dado cuenta de lo genial que es. No hace falta que te lo diga. Lo impresionante, es que aunque le convertí en la tía más imponente de la tierra, tu corazón palpita por Castiel. ¿Me equivoco?

Dean me miró escandalizado.

-A mi no me mires. No he dicho una palabra.

-No estoy ciego. Ni soy estúpido—aportó Gabriel sabiendo de qué estábamos hablando mi hermano y yo.

Dean entonces se levantó, molesto y se acercó a Gabriel.

-¡Iba a decírselo anoche!¡Antes de todo! Antes de saber que me engañaba. Me hubiera presentado en vuestra casa, para decirle que le quiero, que lo que siento por él va más allá de una simple amistad. Pero hubiera hecho el ridículo ¡porque estaba conmigo en el baile!

-La gente hace muchas estupideces por amor, Dean. Y en este caso, la cometí yo. Castiel se negaba, pero yo insistí. No me creas si no quieres. Estás obcecado, pero es lo que hay. Y si de verdad quieres a mi hermano, si no deseas perderlo, háblale. Sé lo que él hará. Se va a recluir en su cuarto. Se centrará en la pintura. En sus cosas. Y cuando yo vuelva a verlo será cuando terminen los exámenes y vaya a irse a la universidad. No quiero que mi hermano esté triste. Ni que te olvide, porque juntos... Creo que seríais increíbles. Él te quiere sinceramente.

-El amor no se demuestra con mentiras.

Gabriel suspiró, cansado.

-Piensa lo que quieras. Es inútil. –Iba a salir por la puerta, pero se detuvo al tocar el pomo. –Querer es perdonar, Dean. Si quieres a mi hermano como dices que lo haces, razona las cosas antes de que te arrepientas por haberle perdido. Y... Que sepas que Castiel está enfadado consigo mismo. No contigo. La apuesta ya le da igual. Se culpa por todo. ¿No es ridículo?

 

(Dean)

 

Se culpa por todo. ¿No es ridículo?

Aquellas palabras eran como el zumbido constante de un mosquito durante la noche. Gabriel ya se había marchado con mi hermano, al que por lo visto se llevaría a no se donde para que le viera actuar. Y yo estaba solo en casa, porque mis padres habían salido a dar un paseo como solían hacer algún que otro sábado por la tarde.

Era terrible la soledad. Nunca me había dado cuenta hasta ahora.

¿Debía creer a Cas?¿Lo que me había dicho? Estaba enamorado de mi, ¿sería cierto?¿Iba a olvidarse de mi ahora, después de todo lo ocurrido? Y lo más importante, ¿me preocupaba que así fuera?

El domingo por la mañana, fui el primero en llegar a casa de Ash. Necesitaba distraerme, y tocar un rato sería lo más apropiado. Así que me sentí incluso más animado cuando toqué el timbre.

Seguramente Ash todavía estaría dormido, y Benny no tardaría en aparecer.

Pero el que me abrió la puerta fue Crowley. Eso sí que no me lo esperaba.

-¿Qué coño haces tú aquí?

-Buenos días a ti también, Dean.

Abrió la puerta completamente y me invitó a pasar haciendo un gesto con la mano, tal y como hacía su mayordomo. Entré a disgusto, esperando encontrarme con Ash para tirarle en cara la ingrata visita.

-Está en la ducha—dijo Crowley como leyendo mis pensamientos. Se sentó en el sofá, frente a la televisión encendida. –Vine temprano y le desperté, así que necesitaba espabilarse.

-¿Y qué se te ha perdido en casa de Ash? Tú nunca vienes aquí.

-Me evitas, Dean. El único sitio en el que podía pillarte con la guardia baja era este. Tenemos que hablar.

-¿De qué?¿De que eres el peor amigo del mundo? Es una pérdida de tiempo.

-¿Yo soy el peor amigo del mundo? –. Molesto, se puso en pie de nuevo y me encaró. –¿Y tú? Creí que era tu mejor amigo, y ni siquiera me cuentas que estás enamorado de Castiel. Si me lo hubieras dicho, Dean, hubiera cancelado la apuesta.

-¿Quién...?

-Nadie me dijo nada. Yo lo sabía. Te lo dejé caer en clase. Te pedí que me lo confesaras. Que lo admitieras. Pero te hiciste el que no comprendías nada, me tomaste por loco, te cambiaste de sitio y dejaste de hablarme.

Entonces, sentí que la ira se apoderaba de mi cuerpo. Lo cogí de la solapa de la camisa y le empujé contra la pared.

-Si lo sabías ¡¿porqué me jodiste la noche del baile?!¡¿por qué le contaste lo de la apuesta?!

-Porque estaba enfadado contigo. Te merecías un castigo. ¿Crees que no me ofende que no me cuentes las cosas?. Eres tan transparente, Dean. –Sonrió a pesar de las circunstancias. Lo tenía bien sujeto, pero no parecía importarle. –La pagas conmigo, porque te odias a ti mismo. ¿Por qué crees que escogí a Novak para la apuesta? Porque sabía que estaba colado por ti. Estaba claro que ganarías, porque en pocas horas tendrías el beso. Pero no lo besabas. Pasaban los días y tú y Castiel eran cada vez más amiguitos. No esperaba que fuera así, lo admito. Sin embargo, ocurrió. Yo no tengo la culpa de que te avergüences de lo que sientes.

-Yo no...

-Mentiroso.

Aflojé el agarre y él apartó mi mano de su camisa. Su rostro estaba rojo, por la tensión del momento.

-Iba a decírtelo, Crow. Pensaba... Mañana iba a hablar contigo. Te iba a decir que se cancelaba la apuesta. Que ganabas.

-¿Y también ibas a contarme que te gusta Castiel?

-No.

Soltó una risa cansada y se adecentó la ropa. Entonces yo no pude evitar sonreír.

-Supongo que ya recibiste tu merecido la noche del baile con la patada en las pelotas que te dio Masters. Así que, estamos en paz.

Todo el resquemor que sentía hacia Crowley desapareció y me sentía en calma, como si finalmente no hubiera pasado nada. Él tenía razón. Estaba enfadado conmigo mismo. No debía pagarlo con él.

-Te dejo pasar ese comentario por el bonito ojo a la funerala que traes–contraatacó divertido.

-¿Has venido tú solo?¿Y Cas? –. Ash apareció por el pasillo secándose el pelo con una toalla.

-¿Cas? Castiel para ti—dije molesto. Solo yo tenía el derecho de llamarlo por el diminutivo de su nombre. Era cosa mía.

-Perdona—puso las manos en alto, como si le estuvieran atracando. –Castiel. Creí que se iba a unir a nuestra banda.

-¿Cómo dices?

-Sí. Yo se lo pedí. Nos vendría bien un teclado. Y él sabe tocarlo.

-Y eso lo sabes porque...

-Mantenemos el contacto—dijo como si nada.

-Uhhh—dijo Crowley. Como cuando en las series de televisión sucede algo inesperado y el público reacciona.

-¿Tú y Cas habláis?¿Desde cuando?

-Desde que existen los teléfonos, Dean. ¿Acaso no puedo? El otro día lo trajiste y pensé que...

-Dean lo quiere solo para él—dijo Crowley divertido, volviendo a sentarse en el sofá. –En sentido literal.

-¿Llamamos a la prensa? Así te ahorras el contárselo personalmente a todo el mundo—dije yo con un tic en el ojo.

-Es más divertido de esta forma.

-¿Te quieres tirar a Castiel? –. Preguntó Ash sorprendido.

Deseé que se me tragara la tierra.

-No solo se lo quiere tirar. Está loquito por sus huesos—aclaró Crowley.

Continuará...


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