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Diez Razones Para Odiar a Alguien Como Tú por Rukkiaa

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9. No te olvido

 

(Dean)

 

Estaba tumbado boca arriba en el sofá. Seguíamos todos en casa de Ash, e incluso ya Benny se nos había unido. Pero con tantas novedades que mis amigos tenían que asimilar, al final ni habíamos tocado nada de música en toda la mañana.

Crowley se había acomodado en uno de los sillones individuales, Ash estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá y Benny hundido en un puff con una cerveza fresca en la mano. Todos en completo silencio, hasta que yo lo rompí.

-No sé con qué cara acercarme a el. ¿Qué voy a decirle? Oye Cas, siento haber apostado que te besaría y todo eso, pero al final me he enamorado de ti, así que no hay mal que por bien no venga ¿no?

-Dicho así... suena ridículo—dijo Benny.

-Y sonaría peor si añadiese lo de que veía a Cassandra sólo como una amiga porque a pesar de todo no podía dejar de pensar en él.

-Eso suena de lo más gay—dijo Crowley entre risas.

-Que te jodan—respondí.

-Eso no es lo mío. Gracias.

-Dean, esto va de que ambos habéis cometido errores. Pídele perdón y cuéntale cómo te sientes. Si es cierto eso de que él está enamorado de ti también, te perdonará. Él metió la pata, lo mismo que tú. Empezad de cero—dijo Ash. En ese momento me pareció el más maduro de la habitación. Y todos le miramos en consecuencia.

-¿Quién eres tú y qué has hecho con Ash? –. Preguntó Benny haciendo que todos nos riéramos a carcajadas.

 

(Castiel)

 

-Vamos, tienes que levantarte y comportarte como un ser humano, Castiel—la voz de Charlie me llegaba desde el ordenador y su rostro estaba en medio de la pantalla. De fondo, oía la banda sonora de 'La guerra de las galaxias' que ella estaba escuchando en su dormitorio, pero ni eso me animaba.

-No pienso salir de la cama. Envejeceré aquí, o quizás muera joven, con los músculos atrofiados por la falta de uso y en los huesos por la falta de alimento—dije y apreté más la almohada contra mi.

-Comida no te falta. Ahí tienes una bandeja llena.

-La trajo Miguel...

-¿Y vas a hacerle el feo de no comerte todo eso?

-No tengo hambre.

-Castiel, por esta vez, estoy completamente de acuerdo con Meg. Pasa de Dean Winchester.

-Si eso voy a hacer, no te preocupes.

-No. ¡Pero ahora mismo! Vas a vestirte, vas a venir a mi casa, y vamos a hacer algo divertido. Podrías convertirte en chica y jugamos juntas—soltó una risotada y me guiñó el ojo.

-Nunca más volveré a ser Cassandra. Es lo más estúpido que he hecho en la vida.

-Vamos. ¿No lo harías por mi?

-Haría cualquier cosa por ti, menos eso.

-Lástima.

Decidí hacerle caso y me levanté. Saqué algo de ropa del armario, me duché y vestí. Pero no fui a casa de Charlie, no quería deprimir a nadie con mi estado de ánimo. Así que para distraerme, me puse a hacer limpieza en el cuarto.

Estaba cambiando las sábanas de la cama cuando Gabriel entró en mi habitación.

-¿Qué haces?

-Limpieza.

-¿Un domingo? Que pereza—dijo al tiempo que se tumbaba sobre la cama antes de que yo acomodara la sábana. Entonces me di cuenta de que todavía llevaba el pijama puesto.

-¿Te acabas de levantar?

-Anoche llegué tarde.

-¿Una buena actuación? –. Como no iba a dejarme hacer la cama, empecé a recoger las prendas de ropa que tenía desperdigadas por el dormitorio.

-Nuestro espectáculo siempre sale de maravilla. Pero llegué tarde porque estuve con Sam. Metiéndonos mano en el coche.

-¡Gabe!

-¿Qué?

-¿Tú y Sam...? ¿No te parece demasiado precoz?

-No te creas. Sam aguantó como un campeón.

-Gabe... Las cosas van muy deprisa entre vosotros.

-No tuvimos sexo, Castiel—aclaró. Lo cual me alivió, admito. Al fin y al cabo, se trataba de mi hermano pequeño. –Pero eso no quita que hiciéramos otras cosas.

-No tienes remedio. ¿Qué hay del niño inocente que eras?

-¿Niño inocente? Creo que me confundes con otro.

-Eras inocente, aunque no lo recuerdes—dije melancólico.

-Pues por mucho que te afecte, asume que pronto tu hermanito perderá la virginidad. Solo tengo que encontrar un sitio apropiado lejos de nuestros padres y que no sea público. El coche es demasiado estrecho para mi gusto.

-Gabriel...

-Castiel, ahora que me fijo, te has levantado de la cama.

-Y tú has ocupado mi puesto.

-Lo mío es temporal. Lo tuyo parecía ser perenne. ¿Qué te ha hecho ponerte en pie?

-Me di cuenta de que era estúpido estar en la cama sin hacer nada. Hay cosas peores en el mundo que lo que me ocurrió. Además, yo me lo busqué. Debo responsabilizarme de mis actos. Y... Tengo deberes pendientes.

-Deberes... Rollazo. Yo también tengo. Me voy antes de que Sam me de la charla por no hacerlos.

Gabriel se marchó y terminé de adecentar la habitación antes de ponerme con las tareas de clase. Matemáticas, ciencias... Y el soneto que tendríamos que presentar pronto en literatura. Pero no me encontraba de humor para romances, así que lo dejé para más adelante. El futuro Castiel se haría cargo de eso.

Y entonces me tocó enfrentar el lunes.

Por fortuna, lo ocurrido en el baile solo lo sabíamos los implicados, así que nadie reparó en mi, como de costumbre. Salvo Dean.

Me sentí morir cuando nuestras miradas se cruzaron en el aula, y di gracias a Dios por mi asiento en primera fila, lo cual evitaba que le viese con facilidad.

El tiempo pasaba a cuentagotas. Y cuando sonó el timbre para el receso, salí como si tirasen de mi cuerpo hacia la salida.

En el pasillo, junto a mi taquilla, esperé a mis amigos.

-¿Queréis? –. Charlie nos ofreció algunas tiras de regaliz que llevaba dentro de una bolsa transparente.

-No me apetece, gracias—dije.

-Pues yo si quiero—dijo Meg metiendo la mano en la bolsa y cogiendo algunos. Pero de repente, alguien tiró de su brazo y la empujó contra la taquilla que estaba cerrada junto a la mía.

-Tú eres la zorra que pateó mis pendientes reales—dijo un iracundo Crowley sin soltarle el antebrazo. Todo pasó tan deprisa, que ni pudimos reaccionar.

-¿Tus qué? –. Meg ni se inmutó. Mordió un regaliz tranquilamente y miraba a Crowley como quien mira al vacío.

-¡Lo sabes muy bien, estúpida!

-Ah, sí, soy la que te dio una patada en los huevos, ya lo recuerdo. Lo siento, pero no noté nada cuando te golpeé. No creí que te hubiera dolido tanto. ¿De verdad tienes algo ahí debajo?

-Maldita... Serás... –. Se le notaba muy enfadado, y para colmo, Meg seguía como si con ella no fuera la cosa. Incluso se permitió el lujo de sonreír. Era una chica dura, de eso nadie dudaba.

Se miraron durante unos segundos en los que creímos que pasarían a los golpes. Pero entonces Crowley se relajó y sonrió también.

-¿Dónde vives? –. Preguntó Crowley.

-No te importa—respondió ella. En este punto de la conversación, empecé a perderme.

-Pasaré a recogerte a las ocho—afirmó el otro.

¿Eran cosas mías o de la bronca habían pasado al ligoteo?

Meg no dijo palabra, se soltó del agarre, se quitó la mochila, sacó un bolígrafo y le escribió algo en la mano.

-No llegues tarde—dijo Meg.

-Nunca lo hago—dijo Crowley sin dejar de sonreír. Y se alejó.

Charlie abrió mi taquilla y metió la cabeza dentro.

-¿Tu taquilla es un portal hacia otra dimensión?¿O qué demonios acaba de pasar aquí?

 

(Dean)

 

Desde nuestra mesa de la cafetería, me era posible ver a la perfección a Cas. Estaba sentado con sus amigos, pero todos reían y hablaban salvo él. Parecía un enano entre gigantes, cabizbajo y triste. Casi invisible, porque era como si quisiera desaparecer de allí.

No pasé por alto que ni siquiera tocó el almuerzo que tenía delante en un pequeño tupperware. Y que sonreía levemente solo por compromiso.

Quería acercarme a él. Deseaba hablarle con todas mis fuerzas. Hacer las paces. Dar el paso para esa segunda oportunidad que había dicho Ash, empezar de cero como si nada hubiera ocurrido y ser felices como sabía que seríamos juntos. Pero no me atrevía. Una parte de mi no podía levantarse de la silla y andar hacia Cas. No sabía porqué. Quizás por temor a un rechazo. Que me mirase con odio. Eso no podría aguantarlo. Prefería su indiferencia a su desprecio.

-Quién me iba a decir a mi que los pringados serían tan interesantes—dijo Crowley, lo que llamó mi atención.

-¿Por qué lo dices?

-Masters me parece interesante. Es una cabrona sin corazón. Eso me gusta.

-¿Meg te gusta?

-No como a ti te gusta Novak, pero ha llamado mi atención lo suficiente como para que la invitase a salir esta noche.

-¿Sales con ella?

Me mostró la palma de la mano, donde tenía unos garabatos que parecían ser una dirección.

-Pero si te pateó los...

-Ya lo sé. Lo sé—interrumpió con una mueca de disgusto. Seguramente rememorando el golpe. –Pero eso no quita que me apetezca conocerla más a fondo. No sé si me entiendes.

-Masters te odia. Y a mi.

-Creo que más a ti que a mi. A la vista está—dijo señalando lo escrito en su mano para dar más énfasis.

Y eso fue lo más destacable del día.

El martes, el miércoles, el jueves y el viernes pasaron como días normales. Conmigo luchando con las ganas de hablar con Cas. Mi programa de radio. Mis clases de mecánica y mi entrenamiento. El sábado también llegó y se fue sin pena ni gloria y el domingo volví a casa de mis amigos para tocar un rato como siempre.

El lunes, sin embargo, ocurrió un imprevisto.

A última hora tuvimos literatura, y me sorprendí cuando el profesor Rafael nos pidió un soneto que vagamente recordé que había encargado hacía algunas semanas. Pero con todo el follón de los últimos días, ni me había acordado. Así que no lo había hecho.

Un par de personas salieron a la pizarra voluntariamente. Kevin Tran fue el primero y leyó el suyo. Seguido de Charlie Bradbury, Chuck Shirley y finalmente, Cas.

Parecía nervioso y las manos le temblaban un poco cuando sujetó el cuaderno para leer lo que había escrito. Barrió con los ojos el papel, y entonces me miró a mi y empezó a hablar.

-Odio como me hablas, y también tu aspecto. No soporto ir en tu coche ni que me mires así. Aborrezco esas botas que llevas y que leas mi pensamiento. Me repugna tanto lo que siento, que hasta me salen las rimas. Odio...Odio que me mientas, y que tengas razón. Odio que alegres mi corazón, pero aún más que me hagas llorar... –. Su voz cada vez iba bajando más de intensidad, y las lágrimas aparecieron en sus ojos. Yo sentí un apretado nudo en la garganta. Todo aquello, iba dirigido a mi. Y no solo sus palabras. Charlie, Kevin y Meg me miraban. Incluso Crowley. –Odio no tenerte cerca y que no me hayas llamado, pero sobretodo odio no poder odiarte, porque no te odio ni siquiera un poco. Nada en absoluto... –. Concluyó antes de irse de la clase sin mirar atrás.

Todos los alumnos comenzaron a murmurar. Nadie entendía lo que había pasado. Nadie excepto nosotros.

Me sentí miserable. Imbécil. Estaba estático en la silla, como si me hubieran pegado el culo a ella con pegamento. Tendría que haber salido corriendo detrás de él. Tendría que haber arreglado las cosas con Cas desde un principio para que no hubiera sufrido de esa forma. Meg tenía razón la noche en la que me golpeó. Yo no me merecía a Castiel. Verle llorar por mi culpa había sido la gota que colmó el vaso.

Tenía que hacer algo. Y debía ser ya. Así que me comí el coco pensando en qué podría hacer para recuperar la amistad de Cas. Y de ser posible, algo más.

 

(Sam)

 

Martes.

Después de todas las clases de rigor, Gabriel y yo comíamos juntos en la cafetería. Bueno, tonteábamos sería la definición más acertada para lo que hacíamos, porque Gabriel jugaba con la comida que tenía en el tenedor, apartándolo de mi boca antes de que yo pudiera darle ningún mordisco. Sentado sobre mis muslos, como cualquier pareja normal.

Todo era de lo más divertido, hasta que Becky se acercó a nosotros.

-Dicen que ayer tu hermano hizo el ridículo en la clase de literatura—dijo mirando a Gabriel con cara de repulsión infinita.

-Y también dicen que eres simpática, pero no hay que hacer caso a todo lo que se oye—respondió mi Gabriel al tiempo que me daba un corto beso en los labios, para celar a la otra. Evidentemente.

-Se puso a llorar como una niña pequeña delante de todo el mundo—continuó ella. No se daba por vencida.

-¿Quién dice eso? –. Pregunté yo molesto deseando que se fuera y nos dejara solos. Miré hacia el fondo del comedor, y Castiel y sus amigos estaban en su mesa de siempre. Parecían actuar con normalidad. O esa impresión me dio a mi. Y tampoco es que Dean me hubiera comentado nada al respecto.

-Lisa Braeden va a su clase, y se lo escuché decir en el baño durante el recreo. Al parecer, leyó un soneto y terminó marchándose del aula.

Gabriel se levantó, enfadado, y se puso a su altura.

-Si mi hermano llora o no, no es asunto tuyo, mema repelente. Y me trae sin cuidado lo que Lisa vaya diciendo por ahí. Estará jodida porque Dean prefiere a mi hermano y a ella solo la quiso para un polvo de una noche. Que le den. Y a ti también, Rosen.

Becky abrió mucho los ojos, espantada.

-Que vulgar eres, Gabriel Novak—musitó antes de darse media vuelta e irse por donde había venido.

-¿Qué se apoderó de ti? –. Pregunté tomándolo de la cintura y tirando de él para que volviera a sentarse encima mía.

-Vino a jorobarnos. Le molesta vernos felices. No la soporto.

-¿Celoso? –. Dije besando su cuello.

-¿Yo?

-Reconócelo—dije mordiéndole suavemente esa zona tan sensible en el.

-Un poco... –. Ronroneó. –Pero solo un poquito.

Rodeó mi cuello con los brazos y me besó en los labios. Todo era ya tan natural, que ninguno pensaba en la gente de nuestro alrededor. Simplemente, disfrutábamos de nuestro pequeño y perfecto mundo juntos.

Mundo que quedó a un lado, cuando escuchamos la voz de Dean a través de los altavoces del comedor.

-¿Qué pasa peña? Os habla Dean Winchester desde el despacho del director Singer.

-¿Pero qué...?

Continuará...

Notas finales:

Pues sin apenas darme cuenta ya estamos en la razón número nueve...así que el siguiente será el último capítulo. El décimo. Vaya...no puedo creerlo. T_T echaré de menos a estos tortolitos.


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