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Diez Razones Para Odiar a Alguien Como Tú por Rukkiaa

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2. No te intereso

 

(Castiel)

 

-¿Te queda mucho, Castiel? –. Preguntó mi hermano Gabriel desde el otro lado de la puerta del cuarto de baño.

Lo cierto es que llevaba más de media hora bajo el grifo de la ducha. Intentando quitarme la pintura del pelo, de la cara y de las palmas de las manos. Después de mi espectáculo en el almuerzo, había quedado lleno de pintura, como un cuadro viviente.

Las risas de los demás alumnos todavía llegaban nítidas a mis oídos. Además de sus comentarios habituales.

''Qué torpe eres, Novak''. ''Aprende a caminar''. ''Mejor que vayas a gatas como los bebés''.

-Idiotas –había dicho Charlie mientras me ayudaba a ponerme en pie y Kevin recogía como podía las pinturas que no se habían desparramado por el suelo.

-¡Que os follen! –chilló Meg a los espectadores con el puño en alto amenazante. Y estos comenzaron a dispersarse entre risitas y murmullos.

Meg tenía la capacidad de defender a sus amigos de cualquiera. Como si no tuviera miedo de nada y de nadie. Siempre con sus vestimentas oscuras, y esa sonrisa de suficiencia en el rostro. La había conocido el primer día que pisé aquel instituto. Era repetidora, y le tocó junto a mi el día de la presentación.

Fue ella la que evitó que me sentara sobre un chicle usado, y la que me había pillado haciendo dibujitos en los bordes de las hojas de apuntes. Admirando mi trabajo y animándome a que tomara clases de arte. Por ella me había dado cuenta de que aquello me gustaba y ahora quería que mi futuro fuera ese. Pintar.

Pero pintarse a si mismo eran palabras mayores.

-¡Castiel, que me meo!

-¡Ya salgo!

En cuanto abrí la puerta, mi hermano la cruzó cual torbellino, y ni esperó a que saliera de allí del todo para desahogarse soltando un suspiro de alivio.

-¿Dónde estabas?

La voz de Charlie me llegó desde el ordenador cuando entré en mi dormitorio. En la pantalla podía verla comiendo cereales directamente de la caja.

-Duchándome.

Dije con tono de es obvio ¿no? Llevo una toalla, y empecé a vestirme.

-Kevin pudo salvar casi todas las pinturas. Pero tendrás que comprar más granate.

-Es culpa mía. Por ir cargando con todo y pasar por la cafetería en hora punta.

-Es culpa tuya por no dejar que te ayudásemos.

La pantalla ahora se había dividido en dos y Kevin estaba en la otra mitad.

-¿Qué os parece el viernes Trilogía del Señor de los anillos, aquí en mi casa?. ¿Os hace toda la noche sin dormir? –. Preguntó Charlie entusiasmada.

-Cuenta conmigo. Pero solo si son las versiones extendidas. –Apuntó Kevin.

-Por supuesto.

-Iré después de las seis—dije yo mientras pasaba la cabeza por el hueco de la camiseta blanca que me pondría para dormir.

-Por supuesto. No puedes vivir sin escuchar a tu querido Dean –apreció Charlie divertida.

Yo no pude evitar sonrojarme, pero porque tenía razón.

El arte era una de mis aficiones, pero la otra era pensar en Dean Winchester. El chico más guapo e interesante del instituto. Sus ojos verdes me dejaban embobado cada vez que le veía, y su sonrisa iluminaba hasta el día más oscuro. Era perfectamente consciente de que Dean y yo nunca, jamás, podríamos llegar siquiera a dirigirnos la palabra. Incluso apostaba mi paga semanal de un año a que ni conocía mi nombre.

Mi hermano Gabriel insistía en que para Dean; tanto yo, como Charlie, Kevin e incluso Meg éramos invisibles. Fantasmas que no era capaz de ver con sus ojos de ''me creo el más maravilloso del mundo, pero solo soy un payaso''. Palabras textuales de mi hermano, claro está.

Aunque a mi no me disgustaba que Dean ni supiera de mi existencia. Podía mirarle sin que se diera cuenta. No en plan acosador por supuesto, pero era agradable verle en los pasillos charlando con sus amigos. O en el comedor saboreando cualquier cosa que su madre le hubiera preparado ese día. E incluso revolviéndole el cabello cariñosamente a su pequeño hermano, por el que sentía un infinito aprecio que saltaba a la vista de cualquiera.

¿Y a qué se refería Charlie con lo de escuchar a Dean?

Pues, Dean Winchester, no solo es el capitán del equipo de Rugby del instituto. También está en el taller de mecánica los martes por la tarde. Y de lunes a viernes, de cuatro a seis, presenta un programa de radio para una emisora local. ''Aullidos rockeros''.

El mejor programa del mundo. El locutor con la voz más hermosa del planeta.

-Por un momento pensé que la imagen se había bloqueado. Pero es tu mente pensando en Dean ¿no?. Parecías completamente ido—Charlie soltó una risilla sin disimulo a sabiendas de que había dado en el clavo.

-No puedo evitarlo. Déjame en paz.

-No seas mala, Charlie. Déjale soñar.

-Gracias, Kev.

-¿Has vuelto a llamar para pedir alguna canción? –. Preguntó Charlie para no cambiar el hilo de la conversación.

-No. No quiero que reconozca mi voz si llamo muy seguido.

-¿Qué va a reconocer ese?. Su cerebro no da para tanto.

En un recuadro inferior se había colocado la imagen de Meg.

-No te metas con Dean. –Pedí cansado. Meg lo odiaba.

-El día que no se lo merezca, me estaré callada, créeme.

Tras acordar todos que el viernes a las ocho nos íbamos a casa de Charlie a disfrutar de una noche en la Tierra Media, bajé a cenar.

Mi padre estaba sentado alrededor de la mesa cuando entré en el comedor, mientras mi otro padre servía los espaguetis con albóndigas en los respectivos platos.

Sí, tengo dos padres. Gabriel y yo no somos hermanos al cien por cien. Ambos somos adoptados por dos hombres maravillosos. Nuestro padre Lucifer, y nuestro padre Miguel.

Nos pusimos al día durante la cena y luego cada quien se fue a sus cosas. Mis padres al salón a ver la televisión. Gabriel a su habitación, y yo a la mía.

Tenía que terminar un proyecto que había empezado hacía un par de días, mientras escuchaba el programa de radio de Dean. Me gustaba pintar mientras su voz llegaba a mis oídos. Y aunque no se trataba de un retrato ni nada parecido, era algo que no quería desechar. Podía servirme para exponer en clase.

-¿Quieres ver mi nuevo truco? –tras llamar a la puerta abierta dando dos golpes en la pared, Gabriel entró en mi habitación y se subió a la cama de un brinco.

No podíamos ser más diferentes. Él era rubio, algo más bajito que yo, y con un gran sentido del humor que a veces rayaba un poco lo sádico. Los planes de futuro de Gabriel eran de lo más variopintos. Desde protagonizar su propio show televisivo, a formar junto con su amigo Balthazar un dúo de magos con espectáculo en Las Vegas incluido.

Gabriel amaba la magia. Y era bueno. Demasiado.

-¿De qué se trata?

Se me hacía raro verle con una simple baraja de cartas en las manos.

-Coge una carta—me animó sonriente y las extendió en abanico con las caras hacia mi.

Obedecí. Era el As de picas. Pensé que tendría que memorizarla o algo así, pero antes de decir nada, la carta se prendió en llamas y se evaporó antes de tocar el suelo cuando la solté por la sorpresa.

-Ahora mira en el cajón de tu escritorio.

Le seguí el juego y abrí el dichoso cajón. Allí estaba la carta.

-Bestial—dije cogiéndola y enseñándosela.

-Lo sé.

Le devolví la carta y le di la espalda, volviendo a mi cuadro.

-Supe lo que te pasó hoy en la cafetería. Cretinos.

-Es normal que se rían de mi, Gabe. Siempre hago el ridículo. Tengo un don.

-Son imbéciles. ¿Y sabes quién es el peor? Tu querido Dean –dijo con sorna mientras le escuchaba barajar.

-Tu acusación no tiene fundamento. Dean ni siquiera estaba cerca. Y según tú, soy invisible para él.

-Ya... Pero me gusta insultarle.

Mi mano se detuvo con el pincel en el aire, sin tocar el lienzo, pensando en lo que había dicho.

Invisible.

-Ojalá no fuera invisible para Dean... –. Susurré más para mi mismo que para que me escuchara mi hermano. Era un deseo que tenía en lo más profundo del pecho. No quería ser popular. No quería tener más amigos de los que ya tenía, puesto que eran de lo más valioso. Solo ansiaba que Dean me viera. Que supiera que él y yo vivíamos en el mismo universo. El mismo planeta. El mismo instituto. La misma clase.

-Ese tipejo solo piensa con lo que tiene entre las piernas. Ya he visto a dos chicas llorar por ese bastardo. ¿Te gustaría ser como una de esas? Como un pañuelo desechable.

-¿Estar un solo día con Dean Winchester?¿bromeas? Sueño con ello a todas horas. Pero para eso tendría que ser alguien como Crowley... O mejor, ser una chica—dije a modo de broma.

No pude evitar el tono de lástima. Era patético. Triste. Apoyé el pincel en el lienzo y apreté con fuerza. Me molestaba sentirme así.

-Yo puedo cumplir tu deseo, Castiel—dijo mi hermano, con tal convencimiento que me vi obligado a mirarle.

-¿De qué hablas?

-Yo te convertiré en una chica. Sé cómo.

-Eso...no es posible, Gabe.

-Soy un mago, Castiel. Tengo trucos bajo la manga que ni tú conoces.

Se bajó de la cama como una exhalación y salió corriendo descalza por el pasillo. Me lo tomé a cachondeo. Sus bromitas sin gracia como las que hacía en ocasiones y seguí pintando.

Pasó un rato en el que ya hasta me había olvidado lo que había ocurrido, cuando Gabriel volvió a entrar en mi dormitorio, cerrando la puerta tras de si.

-Lo encontré. Lo tenía a buen recaudo—dijo poniendo un libro muy grueso sobre la cama. No había que ser muy avispado para ver que se trataba de un libro muy antiguo.

-Ya vale, Gabriel. Déjate de tonterías. Olvida lo que dije. No quiero ser una chica. Y tú no puedes convertirme en una. Bueno, si. Podrías si fueras un cirujano plástico y me hicieras una operación de cambio de sexo. De otro modo, no. Se acabó. Gracias. Ha sido divertido.

A pesar de que yo le estaba hablando, él seguía como si nada pasando una página tras otra.

-¡Aquí está! –. Gritó señalando una de las páginas con ahínco.

-Estupendo –farfullé ignorándole y volviendo de nuevo a la pintura.

Él empezó a mascullar algo por lo bajo. Con voz grave. Como un rezo. No era capaz de escuchar con precisión de qué se trataba, pero parecía otra lengua.

De pronto, comencé a sentirme extraño. Me hormigueaban los dedos de las manos, y el pincel cayó al suelo manchando de pintura la moqueta en el proceso. Me mareé y trastabillando me dejé caer sobre el colchón. Mi cuerpo se volvió ligero como una pluma. La camiseta se me pegó más al torso, y por raro que pareciera, los holgados pantalones del pijama, se volvieron cortos, casi como una simple ropa interior.

-¿Pero qué...? –. Aturdido, quise preguntar algo, pero me silencié con las primeras palabras. Mi voz era aguda, suave. Me llevé la mano a la garganta y sentí mi cuello más fino.

-Vaya... –musitó Gabriel a mi espalda, como alucinado.

Cuando todas las sensaciones se calmaron y me sentí preparado, me levanté y caminé hasta el armario. Abrí la puerta y me contemplé en el espejo de cuerpo entero que había al otro lado.

Los familiares ojos azules abiertos de par en par me delataban. Pero las facciones de mi cara eran más delicadas. El cabello me caía en una lacia cascada por los hombros, y no pude evitar darme cuenta de que tenía unos prominentes pechos que llamaban la atención bajo la, ahora ceñida, camiseta blanca.

-Pareces una supermodelo. Perfecta para Winchester. Como de la portada de Playboy ¿no?

La estilizada figura que se mostraba ante mi, daba la razón a mi hermano. Era imposible que esa chica fuera yo.

-No puede ser—dije. Y aquella voz aterciopelada volvió a surgir de mi boca.

-Lo es. Te dije que podía hacerlo, Castiel. ¿O debo llamarte... Cassandra?

-Castiel, si no te importa.

Aquella voz tan desconocida me hacía sentir incómodo y de un azote cerré de nuevo el armario.

-Deshazlo.

-No puedo.

-¡¿Qué?!

Me acerqué a mi hermano, le sujeté por el cuello del pijama y le levanté de la cama. Estaba furioso. ¿Cómo demonios me iba a presentar así en el instituto?

-No puedo deshacerlo mientras estés bajo su efecto. Pero es temporal. Durará unas pocas horas. Mañana por la mañana serás tú de nuevo.

Le solté algo más aliviado, pero mi grito había alertado a nuestros padres que pronto estuvieron en la puerta de mi habitación.

Nuestro padre Miguel se cruzó de brazos mientras nos miraba desde el umbral de la puerta.

-Y bien, ¿qué pasa aquí?

Continuará...

Notas finales:

Creo que actualizaré cada viernes. Muchas gracias por vuestros reviews *3*

Saludos!!


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