Todo estaba oscuro, y lo último que recordaba ZiTao había sido ir a comprar la cena para él y Yifan al supermercado. Después, alguien le había llamado y… La nada.
Estaba nervioso, sus manos sudaban de forma exagerada, y su cuerpo temblaba de pánico. ¿Dónde estaba? ¿Y por qué estaba atado? Sentía las frías esposas en sus muñecas, como estas se clavaban en su delicada piel. Trató de relajarse y escuchar algo, pero sólo había silencio.
Un silencio aterrador.
Si no fuese por las cadenas de hierro que le tenían inmovilizado, Tao hubiese jurado que estaría muerto. Pero no, símplemente perdido. Olía demasiado a alchool, y a muchos otros olores bastantes desagradables. Sobretodo, a meados y a marihuana. Hizo una mueca y se mordió el labio, bastante desesperado ya.
<<Joder… Qué diantres sucede…>>
Cuando iba a tratar de moverse, escuchó una puerta abrirse, y se quedó lo más quieto que pudo. Había leído que lo mejor para estos casos era fingir estar dormido o inconsciente. Por eso reguló su respiración lo más que pudo y cerró bien los ojos, dejando la cabeza caída sobre uno de sus brazos.
-Sigue dormido… -Dijo una voz, cerca del menor, escuchando una risa al otro lado.
-¿Podemos jugar con él…? -Musitó otra voz, masculina igual.
Tao se tensó involuntariamente. ¿Jugar? No, ni de broma. Trató de moverse cuando sintió una mano callosa en su pecho, tocando este con lascivia. No sabía que estaba sin camiseta. <<¿Qué más me falta?>> se preguntó, empezando a jadear de puro nerviosismo. Quería irse a casa, ya. Aquella mano ruda y congelada bajó por su vientre hasta tocar su ombligo y volver a subir, dirigiéndose sin menor duda al pezón del joven. Notó cómo movía este en círculos y lo jalaba.
-No le toquéis, ya sabéis que pasa si el jefe se entera.
La mano salió de su cuerpo y él suspiró, aliviado. Agradeció mentalmente a esa tercera voz, esta vez femenina. Pero… ¿Quién era el jefe? ¿Jefe de qué? Tragó grueso, descubriendo que su garganta estaba muy seca, y dolía a horrores. Así no podría gritar. Otra persona habló justo delante de su rostro.
-Hm, aquí estás, mi pequeño Tao…
El aliento de Suho rozó su piel, su olor entró por sus fosas nasales, y su voz le hizo temblar de pánico. Escuchó la risa del otro al notar como sus músculos se tensaban de forma brusca, y empezaba a sudar. ¿Qué diantres hacía Suho ahí?
-Ahora no te escaparás, bebé. Porque eres sólo mío, y te lo demostraré como sé que te gusta… Duro, como tu amado tío lo hace. Al fin, Tao, al fin podré disfrutar de tu cuerpo y que tú disfrutes del mío, al fin podremos hacer lo que tanto deseamos.
Tao iba a soltar algún mísero sonido, pero sintió de repente un filo de algo ardiendo en su espalda. Un cigarro. Echó la espalda hacia adelante evitando el fuego, dejando salir una pequeña lágrima. Acto seguido, una nalgada le hizo sollozar suavemente.
-Bienvenido a tu peor pesadilla, mi dulce y pequeño panda.