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Drogas para un ángel roto por Calabaza

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El frío invernal no parecía haber mermado en ninguna forma la propagación del virus croatoan. Cada vez se expandían más las zonas de cuarentena, y había más monstruos, y menos alimentos y medicina para los sobrevivientes.   

Dean estaba sintiendo el peso de ser el líder, un puesto que él no había elegido pero que tampoco podía confiar a nadie más. Después de todo era él quien debía cargarse a Lucifer. Era algo casi bíblico y profético  que tenía que ver con el destino, pero más que nada era algo personal.

Y porque era tan personal le afectaba mucho más. Castiel supo que algo dentro de Dean estaba explotando cuando se enteraron de que Lucifer estaba en Kansas.

El diablo estaba haciendo una gira por todo el país, moviéndose de un sitio a otro cada tanto tiempo con quien sabe qué propósitos, y ahora estaba en Kansas, tan cerca de ellos que para Dean se sentía como un reto.

“Eh, Dean, estoy aquí mismo. ¿Por qué no vienes a vernos a mí y a Sam?” casi podía escucharlo decir.

En realidad creían que Lucifer no sabía la ubicación exacta del campamento, así como no se suponía que ellos tuvieran información sobre el paradero de Lucifer. Pero el diablo no había mostrado demasiado interés en perseguir a Dean o en esconderse de él porque sabía que a su tiempo sería el mismo Dean quien iría a buscarlo, y que además las posibilidades de que el cazador pudiera hacer algo contra él eran prácticamente nulas, y era cierto.

Porque podría tener a Lucifer justo frente a sus narices y no podía hacer nada al respecto si no contaba con el Colt.

Más que nunca era imperioso encontrar el revólver, así que Dean organizó una misión para esa misma tarde y se fue con sus hombres por más de una semana.

Cuando volvió estaba diferente. Castiel lo supo con sólo verlo, y al salir a su encuentro Dean ni siquiera lo miró, pasó de él completamente y fue directamente a su cabaña.

Fue por la gente que le  había acompañado  en la misión que Castiel se enteró de lo que había ocurrido en aquellos días.

Dean quería atrapar demonios. No matarlos, si no capturarlos con vida. Lograron coger a dos y los encerraron en el sótano de una fábrica en dónde se hicieron un refugio temporal. Dean se pasó cinco días completos interrogando a las criaturas, y luego las mató.

—El Colt está en Collinsville, Illinois. —le había dicho uno de los cazadores, cuyo nombre era Randy —Dean dijo que esta vez era información fiable.

Y esas palabras le dieron a Castiel la certeza sobre lo que había ocurrido. La única manera en que podría sacarle información real a un demonio era torturándolo, cosa en la que Dean tenía maestría. Pero al torturar no sólo dañaba a sus víctimas, también a sí mismo al reabrir las heridas que su tiempo en el infierno le habían causado en el alma. Se atormentaba profundamente recordando cómo era allá abajo y lo que había hecho.

Así que cuando Castiel fue a buscarlo esa noche ya tenía idea de qué era con lo que se encontraría.

—Ahora no, Cas. —gruñó Dean cuando el otro apareció en la puerta de su cabaña. Estaba sentado en el piso, con la espalda contra la pared y una botella de algún licor muy barato en las manos.

—Sólo vengo a asegurarme de…

— ¿De qué? ¿De si estoy bien? —puso una sonrisa cínica y luego le dio un largo trago a la botella. — ¿Te parece que estoy bien? ¿Eso es lo que quieres escuchar? Estoy de puta madre, Cas, así que ya puedes dejar de preocuparte.

—No. Vengo a asegurarme de que no tengas que pasar por eso tú solo.

— ¿Pasar por qué? ¿El apocalipsis? Por si no te has dado cuenta está ocurriendo en todo el mundo, a todas las personas. No estoy solo en esto, nos vamos a hundir todos juntitos.

—Estás ebrio.

—No. Pero lo voy a estar.

— ¿Cuándo piensas ir a Illinois?

—Ah. Ya te enteraste. —dijo Dean, ensanchando aún más su sonrisa. Claro que Cas sabía. Cas siempre sabía. No se atrevió a mirarlo a los ojos, así que simplemente fijó su vista en el techo, llevando su cabeza hacia atrás, contra la pared. —Mañana mismo, al amanecer. Los hombres necesitaban descanso, por eso volvimos, de otro modo me habría ido directo a buscar el Colt ahora mismo.

—En ese caso necesitas dormir. Tú también estás exhausto. —Castiel se había acercado y se había puesto en cuclillas junto a él. Trató de tomar la botella de las manos de Dean, pero él se lo impidió, apartándola.

—Estoy bien.

—No lo estás.

— ¡Tienes razón!

Castiel lo miró, examinando con atención su rostro, buscando su mirada esquiva. No necesitaba su percepción celestial para entender la profundidad de la pena de Dean, la cantidad de dolor y odio hacia sí mismo en la que se estaba ahogando. Era demasiado para un solo hombre el conocer aquellos horrores infernales, y ahí estaba  Dean, aguantando a su modo. Pero por mucho que resistiera no parecía que faltara mucho para que se cayera en pedazos. Castiel sentía como se le iba de las manos. Era como intentar sujetar el agua.

Estiró el brazo y alcanzó la botella, arrebatándola de los dedos de Dean, y bebió de ella.

—Sírvete. — musitó Dean, riendo tontamente.

— ¿Cuánto de esto has bebido? —quiso saber Cas, mirando la botella con desconfianza. El sabor era terrible y raspaba en la garganta como arena, pero al menos se sentía caliente al llegar al estómago y esa era una sensación reconfortante.

—No lo suficiente. —respondió Dean, volviendo a tomar la botella. —Nunca lo suficiente.

—No estarás sobrio para mañana si sigues bebiendo.

—Estaré bien… estaré bien. Sólo necesito… no pensar… por un rato. — la sonrisa se le había borrado y sólo quedaba el abatimiento en su rostro. Se frotó los cansados párpados con las yemas de los dedos y suspiró largamente. —Quiero olvidar, Cas, aunque sea por una noche.

Castiel comprendía. No podía culpar a Dean por sentirse de esa manera.

—Era necesario. Lo que hice en estos días… —la voz de Dean sonaba pastosa al hablar, las palabras se sentían como lodo en su boca.

—Lo sé.

—Se sintió tan… bien.

Castiel frunció el ceño con aflicción.

—Si no fuera porque hay algo más importante que hacer me habría quedado ahí durante semanas, haciendo chillar a esos demonios hijos de puta hasta cansarme de oírlos rogar que los matara.

—Dean esas sensaciones son las huellas que el infierno dejó en ti, no lo que tú eres.

— ¡Pero es lo que soy! Soy un monstruo que disfruta al causar sufrimiento. Es lo que soy de verdad. Pertenezco al infierno.

—No eres así.

— ¿Cómo puedes saberlo? Ya no puedes ver dentro de mí.

—Lo sé porque lo vi en ese entonces. Yo estaba ahí, Dean y vi lo que tuviste que hacer y  sé que tú no perteneces ahí.

Dean tenía los ojos húmedos y adoloridos, sentía que tenía fuego detrás de la frente y le dolía la cabeza como si fuera a reventar.

—Yo toqué tu alma con mis manos y estaba destrozada y envuelta en dolor, pero no hay nada en ella que pertenezca al infierno. Nada de lo que ocurrió ahí logró mermar su fuerza.

Dean apretó los párpados y meneó la cabeza con pesadumbre. Sabía que Castiel no diría aquello si no fuera cierto, pero no sentía como si estuviera hablando de él. Era como si el Dean del que Castiel hablaba fuera alguien más, alguien lejano y desconocido, y no él, tan débil, tan asustado de sí mismo y de aquella negrura que iba creciendo en su interior.

—Eso no cambia lo que estoy sintiendo. O lo que he hecho.

—Ciertamente no. Pero lo que estás sintiendo no determina quién eres. Y lo que hayas hecho en el pasado no define tus acciones en el presente o en el futuro.

Dean sintió que un par de lágrimas se le escapan y se las limpió rápidamente con la mano. Luego abrió los ojos de nuevo y miró a Castiel a través de sus propias pestañas húmedas. La eterna preocupación que aquel ángel tenía por él estaba presente en ese mismo momento, igual que la dulzura, el amor, y la necia fe que le prodigaba.

Pero no quería que Castiel lo mirara de esa manera, no esa noche. No lo merecía porque estaba muy sucio, todo respecto a él era asqueroso y desagradable, y sentía temor de que Castiel se diera cuenta de ello. Estaba seguro de que el ángel pensaría lo mismo si tan solo pudiera ver dentro de él y notara en lo que se estaba convirtiendo.

—Eso es lo que es el libre albedrío —continuó Cas, ajeno a los pensamientos de Dean, más no a su sufrimiento— Tus elecciones son lo que te definen al final. Eso lo aprendí de ti. —dijo afectuosamente.

Una leve sonrisa asomó a los labios de Dean.

—Libre albedrío. —balbuceó.

—Eso es lo que tenemos.

Dean sintió como una calidez lo envolvía de pronto. Era Castiel, quien lo había rodeado con sus brazos y lo hacía levantarse de su lugar.

—Cas ¿Qué haces?

—Está haciendo frío.

—No te pregunté por el reporte del clima.

—Está haciendo frío y no es conveniente que te quedes sentado en el suelo.

— Cas, diablos, no soy un niño. — se quejó, mientras Castiel lo guiaba hasta la cama y lo ayudaba sentarse. En realidad no estaba tan ebrio y podía caminar por su cuenta, pero el cuerpo de Castiel contra el suyo, sosteniéndolo, se sentía bien.

—No  te trato como a un niño, aunque actúes como uno en ocasiones. —  el entrecejo de Dean se arrugó al escucharlo eso. —Me preocupo por tu bienestar.

—Sí, yo sé. —respondió, echándose para atrás hasta quedar acostado, mirando hacia arriba, a Castiel. —Sigues siendo un ángel guardián.

—Ya no soy… un ángel.

Castiel movió la mano hasta el interruptor de luz y lo apagó.

—Sí que lo eres. Un ángel sin alas que bebe y folla.

—Eso no es todo lo que hago. —contestó Castiel, mientras se encargaba de sacarle las botas.

—No, pero en eso último eres espectacularmente bueno ¿Ya te lo había dicho?

—No. —Castiel cubrió a Dean con las mantas y se acostó junto a él.

—Pues sí. —con esa última respuesta la voz de Dean había vuelto a apagarse, la sensación de suciedad y de pesadez se apoderaban de él otra vez, secándole las palabras en la boca y extinguiendo las sonrisas—Buenas noches, Cas. —soltó en un susurró.

—Buenas noches, Dean.

Pero fue hasta que Castiel pasó un brazo alrededor de su cintura, y sintió su calor rodeándolo de nuevo, que Dean pudo tranquilizarse y cerrar los ojos.

—Gracias por quedarte, Cas.

—Está bien. Disfruto dormir a tu lado.

—Me refiero… a quedarte aquí, conmigo, en la Tierra, en el fin del mundo.

—Oh. No tienes nada que agradecer. En dónde estés tú es el lugar en el que me corresponde estar. Es el lugar que elegí para mí.

Dean recargó su cabeza contra el hombro de Castiel, con los sentidos todavía abotargados por el alcohol, pero aun así podía percibir el olor de Cas, y el sonido ronco de su voz que le resultaba relajante.

Y poco a poco se fue quedando dormido, con la idea de algo que hubiera querido decirle en ese momento: “Espero que no tengas que arrepentirte de lo que elegiste”

 

A la mañana siguiente la caravana que partía hacia Illinois estuvo lista desde temprano. Sería un viaje largo así como peligroso. Harían casi el doble de tiempo de camino por tener que rodear las zonas de cuarentena tanto como fuera posible, y la idea de perder tiempo de esa manera enervaba a Dean, aun cuando había sido él quien había tomado la decisión de hacerlo de esa manera.  Si fuera por él iría directo a Collinsville, cargándose a cuanto zombie se le pusiera enfrente, pero sabía bien que la cantidad de monstruos a esas alturas debía ser de miles, y que no podría enfrentarse a algo como eso solo. Necesitaba a la gente que iba con él, y debía mantenerlos a salvo tanto como pudiera.

— ¡Es hora de irnos! —les indicó a los otros dos vehículos que le acompañarían, y luego él se subió al suyo, una camioneta del 85 que no era particularmente de su gusto, pero funcionaba bien. Trató de no pensar en lo que le había ocurrido a su Impala, y el pensamiento desapareció tan rápido como había asomado cuando se sentó al volante y vio que Cas estaba en el lugar del copiloto.

— ¿Qué diablos crees que haces?

—Voy contigo.

—Y una mierda. Bájate.

—Es una misión de alto riesgo, tengo que ir.

—Exacto, es de alto riesgo y tú todavía no estás bien.

—Estoy bien.

—Te he visto cojear.

—Puedo correr, Dean. No me arriesgaría a exponer las vidas de otros al peligro por una necedad personal. Especialmente no tu vida.

El cazador gruñó algo en voz baja y suspiró con resignación. Cerró la puerta de la camioneta de un golpazo y giró la llave  en el switch.

Arrancó hacia la vereda, fuera del campamento y los otros vehículos lo siguieron.

El pie de Castiel aún dolía, y era cierto que cojeaba cuando creía que nadie le veía, pero estaba seguro de poder correr si era necesario y para asegurarse de ello se había tomado varias tabletas de un analgésico suave que no le produjera somnolencia, pero que minimizara el malestar todo lo posible, y además  llevaba una buena dotación de algunos otros fármacos en su bolsa. Se estaba acostumbrando a tomar pastillas tanto si necesitaba dormir, como si debía estar realmente alerta, además de las que tomaba para el dolor.

El dolor que siempre volvía, que siempre estaba ahí esperando a que él se encontrara suficientemente sobrio para notarlo. Pero si el dolor no pensaba irse, él no podía detenerse por ello. Había mucho trabajo por hacer y había permitido que Dean cargara con todo mientras él se recuperaba de la fractura, pero no podía dejar que continuara así. No después de lo que había pasado con los demonios. Castiel se sentía responsable en parte por no haber estado junto a Dean e intentar persuadirlo…

Intentar, eso era todo lo que podía hacer. Si Dean quería seguir torturando demonios ¿Tenía él algún poder real para impedírselo? Probablemente no. Pero al menos debía tratar. Su trabajo era proteger a Dean de la forma que fuera. Seguía siendo su responsabilidad aunque él ya no era un ángel y nadie le ordenaba cuidar de aquel hombre. Lo hacía porque deseaba hacerlo, porque su lugar era a su lado cualquiera fuera el destino al que se dirigían.

Llegaron a Collinsville por la tarde y dejaron los vehículos aparcados bajo un puente ya que no podían llegar conduciendo por las calles principales. Debían ser lo más discretos que pudieran, así que caminarían por calles secundarias hasta el hospital de la ciudad, en donde se suponía encontrarían el Colt custodiado por un ejército de demonios.

Definitivamente había demonios, el aire estaba impregnado con el olor del azufre. También estaba aquella peste a muerte, el olor a cadáveres pudiéndose a la intemperie en algún lado.  El grupo de doce hombres se encaminó por una calle, moviéndose rápidos y sigilosos, atentos a la menor señal del enemigo.  La calle se veía desierta, toda la zona estaba sumida en una tensa quietud, y comenzaban a preguntarse en dónde estaban los croats.

Y entonces aparecieron, toda una horda saliendo de los callejones, directo hacia ellos. Venían de todas direcciones y les rodearon, así que tuvieron que hacerse camino entre ellos a base de disparos y corriendo con todo lo que tenían.

Uno de los hombres, Ruben, lanzó una granada de mano a la multitud de monstruos, y aunque Dean pensó que era lo peor que podía hacer pues el ruido alertaría a los demonios sobre su presencia, fue la confusión que la explosión causó lo que les permitió alejarse sin que los croats los siguieran.

Lograron ocultarse en un sitio más o menos seguro y tomaron un momento para reponerse. Sólo entonces Dean se dio cuenta de que faltaba uno de sus hombres.

— ¿Dónde está Johnson?

—Lo atraparon…—respondió Ruben, todavía jadeando. —Justo antes de la granada, un montón de croats se le echaron encima. No pude…

Dean asintió y todos se sintieron un poco más pesados e inquietos. Perder gente en las misiones era algo más o menos normal, por desgracia, y aunque siempre se lamentaban las bajas, no había tiempo para entristecerse.

—Tenemos que salir de aquí. —dijo otro de los cazadores, uno llamado Stan que era alto y tenía una barba espesa. — ¡Esta misión es demente!

—No nos retiramos. —sentenció Dean.

— ¡Estamos rodeados por croats! Tendremos suerte si logramos llegar a los vehículos. Además con la detonación de esa granada los demonios ya deben estar al tanto de que estamos aquí.

Dean tensó la mandíbula. No había forma en que renunciara a la misión estando tan cerca del Colt por primera vez en años.

De pronto señaló a Stan, Ruben y a otros dos hombres.

—Distraigan a los croats, usen las granadas para llamar su atención y despejar el camino hasta el hospital. Luego vuelvan a los vehículos, y si los siguen hasta ahí, váyanse.

—Es una locura, chico. —gruñó Stan.

—Háganlo.

Stan aceptó a regañadientes, tomó a su grupo y se alejaron en dirección contraria. Dean y los que se quedaron con él se movieron por los callejones en dirección al hospital, encontrándose cada tanto con algún croat rezagado. Un rato después escucharon el ruido de las granadas explotando, y sintieron las paredes de los edificios cimbrándose.  Desde sus escondites pudieron ver grandes cantidades de monstruos moviéndose en la dirección de dónde venían las explosiones.

Cuando Dean y sus hombres  llegaron hasta el hospital rodearon el edificio y buscaron una entrada trasera, que probablemente estaría vigilada, pero no tanto como la puerta principal, y aún menos después de las detonaciones, ya que suponían que algunos demonios tenían que haber salido hacia el frente del edificio para ver qué era lo que estaba ocurrido.

Lograron colarse dentro sin problemas y se encontraron en un largo pasillo vacío y sin iluminación eléctrica. La escasa luz que había era la que se colaba por las ventanas desde el exterior.

— ¿Huelen eso? Azufre. —comentó un muchacho, Tyler, en un susurro.

—Sí, definitivamente demonios…

Dean los hizo callar con un ademán de su dedo contra sus labios y señaló una puerta que estaba cerca de ellos de dónde provenía el sonido de una melodía un poco distorsionada por las bocinas de la radio de la que salía. Les  indicó que le cubrieran mientras entraba. Todos prepararon sus armas, rifles cargados con sal, por supuesto, y siguieron a Dean, que empujó la puerta levemente, se asomó y al no ver a nadie dio un paso adentro. El lugar era una especie de sala de descanso, con máquinas dispensadoras de refrescos y una cafetera sobre una mesita sucia. La vieja radio descansaba en un estante en la pared, la cual estaba llena de salpicaduras de sangre. Algo no estaba bien, el olor a azufre era demasiado fuerte. Repentinamente un demonio saltó fuera del armario que ahí había y se lanzó sobre Dean, enterrando sus dedos en el cuello del hombre.

Castiel fue el primero en adelantarse y disparar contra el demonio, quien retrocedió aturdido. Dean aprovechó para ponerle el cuchillo de Ruby al cuello.

—Buen intento, engendro de ojos negros. —gruñó Dean, rasgándole la piel con un ligero corte. El demonio gritó y luchó por soltarse, pero se rindió cuando el resto de los cazadores le rodearon, con sus armas apuntándole. — ¿En dónde está el Colt?

El demonio soltó una risita gutural y fijó su negra y vacía mirada en Dean.

—Ah, Dean Winchester, sabemos que has estado buscando el Colt, estuviste tan cerca de encontrarlo esta vez. Hahahaha, tan cerca, es una pena…

— ¿En dónde está? —preguntó de nuevo, enterrándole aún más el filo del cuchillo, haciéndole chillar.

—Se… fue. Hahahahaha. Puedes buscarlo en todo el edificio, en todo el pueblo si quieres. Ya no está aquí.

Dean lanzó una orden silenciosa a sus hombres, y estos salieron de la habitación y fueron a revisar el perímetro, buscando la presencia de otros demonios, a excepción de Castiel que mantenía su rifle apuntado al monstruo que Dean sostenía.

— ¿A dónde se lo llevaron? — gruñó Dean cuando se quedaron a solas. Empezaba a perder la paciencia, sobre todo porque el demonio parecía estar gozando la situación.

—Vaaamos, sabes perfectamente que no te diría eso nunca.

—Eso lo vamos a ver…

El demonio abrió la boca con la intención de escaparse, pero Dean fue más rápido y le hundió hasta el fondo la hoja del cuchillo, haciéndolo temblar con un resplandor parpadeante. El cuerpo muerto cayó inerte en el suelo, pero Dean no parecía complacido.

Él y Castiel salieron al encuentro de los otros que no habían encontrado más demonios en el edificio.

—Está limpio.

Dean asintió e hizo un ademán con la mano.

—Busquen medicina y material médico, lo que podamos usar en el campamento.

No encontraron muchos medicamentos, los demonios que habían tomado el lugar como guarida se habían encargado de destruido gran parte de las reservas, pero consiguieron una buena cantidad de vendas y pañuelos de papel. Cargaron todo lo que pudieron en sus bolsas y salieron por la misma puerta trasera por la que habían entrado.

La salida resultó mucho más sencilla, y pudieron llegar al puente en poco tiempo. Sus compañeros aún los estaban esperando.  Por el semblante de Dean supieron que no había encontrado el Colt, y no le preguntaron nada al respecto, simplemente subieron a sus vehículos y se alejaron de aquel lugar.

El camino de regreso al campamento fue silencioso para Dean y Castiel. Cas había intentado preguntarle un par de cosas, pero el cazador simplemente no estaba de humor para pronunciar palabra alguna, así que lo dejó estar. De todas formas él mismo se sentía cansado y apesadumbrado, el pie le estaba doliendo horriblemente por todo el esfuerzo que había hecho al correr, y la sensación se expandía hasta los huesos de la pantorrilla. Había tomado un par de analgésicos antes de volver a subir a la camioneta, pero el malestar apenas si se atenuaba.

Al llegar a Chitaqua, Dean fue directo a su cabaña y se aseguró de cerrar la puerta desde dentro. Castiel entendió el mensaje y lo dejó en paz por el resto de la noche. No sabía que decirle de todas formas, y además él también estaba muy cansado. Le resultó una tortura el camino desde dónde aparcaban los vehículo hasta su propia barraca, y una vez que estuvo ahí se hecho sobre la cama y se tomó un par de tabletas de oxicodona, que era el medicamente más fuerte que tenía.

Cayó en sueño inquieto, plagado de pesadillas, y cuando despertó, más temprano de lo que hubiera querido, el dolor seguía ahí, demasiado intenso para ignorarlo. El malestar era general, sentía el cuerpo frío y pesado y le dolía la cabeza. Se tomó un analgésico y salió a buscar a Dean. Aún en sus sueños no había podido sacarse la preocupación que sentía por él.

El cielo ni siquiera había comenzado a clarear para cuando cruzó el campamento hasta la cabaña del otro, pero encontró que la puerta seguía cerrada cuando llegó ahí, y no tuvo el valor de llamar, temiendo privar a Dean de su descanso, si es que había conseguido conciliar el sueño.

Se había vuelto mucho más considerado con los horarios de sueño de los demás desde que él mismo había experimentado la necesidad de dormir y las terribles consecuencias de la falta de descanso, así que decidió darle un par de horas y luego intentar alguna forma de acercamiento.

Él por su parte estaba sintiendo el efecto narcótico de la medicina, notándose un poco atontado, pero no estaba seguro de poder quedarse dormido otra vez, así que para entretenerse y ocuparse en algo útil fue a dar una vuelta alrededor del campamento, revisando los símbolos pintados en las cabañas y árboles y que mantenían a los demonios alejados. Sin embargo no pudo ir muy lejos sin volver a sentir punzadas en el pie, así que se detuvo en la cabaña más cercana en ese momento, que era la de Chuck.

Chuck pasaba mucho de su tiempo encerrado, por lo que Castiel en realidad lo había visto poco desde que había llegado a Chitaqua. Ya no tenía sus visiones de profeta, lo que suponían era otra de las repercusiones de la ausencia de los ángeles, pero ayudaba en el campamento llevando el inventario de los suministros, y el resto de su tiempo libre cuando no era requerido para alguna otra cosa lo pasaba metido en su barraca, casi siempre a solas.

Castiel ni siquiera había llamado a la puerta, simplemente se había quedado sentado en los escalones del porche, descansando, y entonces Chuck salió.  

—Hey, Castiel. ¿Todo está bien? — preguntó en su voz baja y usualmente un poco ansiosa.

—Sí.

—Te… te vi por la ventana. Umh… no parece que te estés sintiendo bien. ¿Quieres pasar?

Castiel dudó, pero al final aceptó la invitación y entró a la cabaña. Estaba tibio ahí dentro y agradablemente iluminado por algunas velas sobre la mesa, dónde descansaba un cuaderno abierto de par en par, con las hojas en blanco.

—He estado, amh…intentando escribir de nuevo. —murmuró Chuck, apartando el cuaderno de la vista rápidamente. — ¿Quieres tomar algo? Tengo whisky y cerveza. Ah, siéntate.

—No, gracias. —respondió Castiel al ofrecimiento del alcohol. Se dejó caer en una silla y dio un rápido vistazo alrededor. La cabaña de Chuck era la más grande del campamento, por lo tanto servía también como bodega para los suministros, ya que era su trabajo cuidarlos y mantener un registro del uso que se les daba. La mitad de la barraca estaba llena de cajas de todos tamaños y con todo tipo de etiquetas: Agua, frijoles enlatados, baterías, vasos desechables, entre otras. También había un catre que seguramente era en dónde dormía, una mesa cubierta de cera de velas, libros y vasos sucios, estantes y repisas llenas de más libros, y cajas y botellas que también eran parte de las provisiones. El lugar se veía bastante reducido con todas aquellas cosas metidas ahí y Castiel se preguntó si Chuck no se sentía un poco claustrofóbico.

—Bueno, si no te importa…— soltó el anfitrión, sirviéndose licor de una botella en un vaso. — ¿Cómo está tu pie?

—Mejor.

—Ah. ¿Estás seguro? Porqué te he visto… cojear…un poco. —guardó silencio al notar la mirada dura de Castiel sobre él, del tipo de miradas que dicen claramente “No es asunto tuyo”, y que él sabía interpretar bastante bien. Castiel, aun siendo humano, podía resultar un poco aterrador en ocasiones. Intimidante, al menos.

— ¿Todavía tienes medicamento? — se atrevió a preguntar después de tomar otro trago de whisky.

—Sí. —respondió Cas, pensativo. En realidad no quería tener que hablar del dolor que le aquejaba, pero tal vez Chuck tendría algo que diera mejores resultados que lo que se había tomado antes. — ¿Tienes algo más efectivo?

— ¿Más efectivo? ¿Quieres algo más fuerte que la oxicodona? — Chuck le miró con expresión grave —Tal vez deberías hacer que te revisen el pie de nuevo.

Castiel apartó el rostro con aire de impaciencia.

—Estoy bien. Es sólo que en ocasiones duele más de lo normal.

—Ayer fuiste de misión con Dean ¿No? Tienes que tener cuidado y no forzar el pie. A lo mejor deberías descansar unos días más en cama. No tengo nada más fuerte por ahora, y aunque lo tuviera no sé si sería buena idea que tomaras más. Tienes que vigilar mucho las cantidades que tomas. Lo que te di la última vez, la o-oxicodona…  no es muy segura y amh… es algo adictiva.

—No tengo adicción a ella. —respondió Castiel, momentáneamente sorprendido de que el otro lo mencionara. La adicción era un comportamiento compulsivo y generalmente destructivo que siempre había sentido como ajeno a él mismo cuando era un ángel. Pero cayó en cuenta de que siendo un humano la adicción podía aplicar en él tanto como en cualquier otro. Aun así no sentía que tuviera ningún tipo de necesidad enfermiza por las pastillas, y si estaba preguntando por algo más fuerte era porque deseaba aminorar el dolor, no porque buscar expresamente estar drogado.

—No. No he dicho… no estoy implicando nada. —dijo el escritor, sirviéndose otro trago.

Castiel le observaba con atención. Se le veía cansado, mucho más de lo que por lo general lucían todos en el campamento. Estaba aún más delgado de lo solía ser y tenía unas ojeras profundas que a la luz tenue de las velas le hacían parecer como si tuviera los ojos hundidos.

—No has estado durmiendo bien. —dijo Castiel. Era una afirmación, y al escucharla Chuck sonrió nerviosamente.

—No. Bueno… no. Hace muchos… muchos años que no duermo del todo bien, pero últimamente duermo aún menos. —levantó su vaso hacia el otro y ensanchó la sonrisa. —Esto ayuda, pero uh… no siempre.

—También existen fármacos para conciliar el sueño. —a Castiel le pareció extraño tener que recordárselo, siendo el mismo Chuck quien también le había dado algunas pastillas para que pudiera dormir.

—No me gustan realmente, no me siento bien cuando los tomo.

Se quedaron en silencio por un rato, pero sólo se dieron cuenta de ello cuando el sonido de un golpe en la puerta rompió la quietud que les rodeaba. Chuck fue a abrir y Castiel alcanzó a escuchar una voz femenina al otro lado, y luego de la voz vino el rostro al que pertenecía, una mujer en sus treintas, de cabello rojo y una sonrisa amplia y encantadora.

—Bueno, me imaginé que te interesaría. Tengo algo extra y no me molesta compartirlo contigo. Oh, tienes compañía. — dijo la mujer, pasando su atención de Chuck a Castiel.

—Ah, sí. Él es Cas…

—Sé quién es. Eres el que dicen que es un ángel. —dijo ella, mirándole llena de curiosidad.

—Solía serlo. —respondió Castiel, suspirando con cansancio. No deseaba hablar del tema, y mucho menos con alguien a quien no conocía, pero ella no pareció notar eso y continuó mirándolo como si fuera una auténtica rareza.

—Sí, eso oí. No creo en los ángeles o en “Dios”, pero muchos aquí hablan de ti y es… interesante.

—No hay nada interesante al respecto. Soy humano ahora, como cualquier otro.

La mujer sonrió como si aquellas palabras fueran una declaración brillante y luego volcó de nuevo toda su atención hacia Chuck.

—Puedes quedártela, sé que la necesitas. —le dijo, pasándole una pequeña bolsita de plástico.

—Sí, te-te lo agradezco.

—De nada. —la mujer se mordió los labios y suspiró, mirando a Chuck de manera claramente sugestiva.

— ¿Qué es eso? — quiso saber Castiel, señalando la pequeña bolsa en las manos del escritor.

—Ah, esto e-es…

—Hierba. —respondió la mujer.  — ¿A los ángeles les gusta fumar?

—No sé de ninguno que lo hiciera.

Ella soltó una carcajada y movió la cabeza en forma aprobatoria, luego dio un paso hacia la puerta.

—Volveré en otro momento. —dijo, mirando a Chuck y luego a Castiel mientras señalaba la bolsa de hierba—Y si quieres un poco estoy a dos cabañas de aquí. Me llamo Jaana.

La mujer salió al porche, bajó las escaleras y se alejó. Chuck le cerró la puerta al aire invernal y miró a Cas como si estuviera realmente apenado por algo.

—Ah, ella es, umh… llegó con el grupo de refugiados de la semana pasada.

—Está interesada en ti. Sexualmente.

Ante tal observación, Chuck se atragantó con su propia saliva y estuvo tosiendo por un buen rato antes de poder darle un sorbo a su bebida sin escupirla.

—N-no… bueno, umh…

A Castiel le había parecido evidente la actitud de la mujer tanto como que Chuck no se había percatado de ello y era únicamente por eso que lo había mencionado. Después de todo al menos siendo humano estaba seguro de entender mejor aquel tipo de comportamiento y los deseos que lo inspiraban. Pensó en Dean y sintió como si le faltara el aire, aun cuando seguía respirando.

—Ella dijo que necesitabas eso. —dijo después, mirando la bolsa que Chuck había dejadoo sobre la mesa.

—Ah, sí.  Es terapéutico, por así decirlo. Me ayuda con los dolores de cabeza.

Los ojos de Cas se entornaron suspicaces. — ¿Aún tienes migrañas?

—En ocasiones. No podría llamarlas migrañas, solo… un poco de dolor, a veces… sensibilidad a la luz. — Chuck suspiró y asintió—Sí, creo que son migrañas. Pero no como antes, ni por asomo como antes. El dolor es más soportable ahora.

—Entonces ¿No hay visiones?

—No. Sin visiones. No más profecías, lo prometo.

Castiel asintió, con una sombra de desilusión en el rostro que desapareció casi enseguida, sustituida por el interés.

—Si es efectiva para el dolor podría probarla.

—Supongo que si— respondió el otro, sin parecer muy convencido.

 

El sol empezaba a subir en el cielo y sus brazos de luz ya coronaban las puntas de los árboles alrededor del campamento para cuando Castiel salió de la cabaña de Chuck y volvió a encaminarse hacia la de Dean. La necesidad de hablar con él, que antes había quedado atenuada por su propio cansancio y por el hermetismo que el cazador le había mostrado el día anterior, estaba ahora despierta, inquietándole.

Sintió alivió, sin embargo, cuando al llegar vio la puerta abierta. Dean estaba adentro, por lo que se veía, listo para partir.

— ¿A dónde vas? — fueron las primeras palabras en salir de la boca de Castiel.

— Voy a ver a Bobby.

—Voy contigo.

—No.

Castiel le miró confundido

—No es una petición.

—Ni lo mío una sugerencia. —respondió Dean. Su voz no sonaba particularmente molesta, pero si un poco distante. —Tú te quedas.

— ¿Por qué?

—No pienses ni por un segundo que no noté que ayer te estaba costando trabajo seguirnos el paso. Te vi cojear de nuevo. Así que te quedas, y descansas. Y si quieres hacer algo útil busca algo que puedas hacer sentado.

—No puedes irte solo.

—No voy solo, Tyler y Randy me acompañan.

—Habla conmigo. —soltó Castiel cuando vio a Dean dirigirse hacia la puerta.

—No tengo nada de qué hablar.

—No te comportes como si no te conociera.

Dean se pasó los dedos alrededor de la boca y suspiró.

—Vale, me conoces, y como me conoces, sabes que no quiero hablar sobre nada en este momento. — se acercó a él, le puso una mano sobre el hombro y le habló con una voz más suave. —Ahora por favor, descansa. Te necesito al cien por ciento.

Dean salió de la habitación y se dirigió a dónde estaba aparcada la camioneta, donde los otros cazadores ya lo esperaban. Castiel lo siguió todavía hasta ahí.

— ¿Cuándo vas a volver?

—Por la mañana. —respondió, dirigiendo una última mirada contenida a Cas, para luego encender el motor de la camioneta y alejarse rápidamente por el camino.

Castiel sólo pudo verlo marchar, mientras un abismo de tristeza, ansiedad y rabia crecían en su interior. Sentía impotencia por no tener el poder de detenerlo, por no poder seguirlo como hacía antes y aparecer en el asiento del copiloto sin necesidad de anunciarse. Sentía que Dean se distanciaba de él y eso lo asustaba.

— ¿A dónde va? —preguntó uno de los cazadores que hacían guardia en aquel momento.

—Con Bobby. — respondió sobriamente antes de alejarse.

 

Castiel pasó el resto de la mañana terminando el trabajo que había empezado desde temprano, revisando los símbolos de protección del campamento. Para cuando acabó, el sol del medio día ya reinaba en lo alto, y calentaba agradablemente, a pesar del aire frío que persistía. Se sentó bajó un árbol a descansar el pie y pronto se encontró a si mismo concentrado mientras observaba a la gente ir y venir, hacer sus labores diarias  y simplemente continuar con su vida tanto como podían hacer en ese pedazo de tierra que aún les proveía cierta seguridad, mientras esperaban la completa destrucción o la redención.

Pero él sabía que nada bajaría del cielo para salvarles. La esperanza estaba en la tierra. Si existía alguna fuerza extraordinaria sobre el mundo, esa había sido siempre la fortaleza del espíritu humano, pensaba. El mundo todavía se sostenía por la esperanza y la sorprendente tozudez de la humanidad. En el cielo, en cambio, estaba vacío y ya no quedaba en él  nada que pudiera ayudarlos.

 De pronto una figura conocida salió de aquella escena que contemplaba con la concentración con la que se mira a una pintura, y se acercó a él, distrayéndole de sus pensamientos.

—Hola. —saludó Jaana.

Castiel devolvió el saludo con una leve sonrisa.

— ¿Está todo bien? —preguntó ella, cuando hubo llegado a su lado.

—Difícilmente.

La mujer apretó los labios y resopló con suavidad.

—Dean se fue de repente. Me preguntaba si hay algo de qué preocuparse respecto a eso.

—Él va a estar bien.

—Sí, bueno, no es su seguridad lo que me preocupa, si no la nuestra. —respondió ella, con una sonrisa franca. —El campamento se siente más seguro cuando él está. Siempre parece que sabe lo que hace.

—Estarás a salvo mientras te quedes dentro de los límites del campamento.

La mirada de la mujer vagó por el terreno y se detuvo de nuevo en Castiel, luego sin decir nada se sentó a su lado.

— ¿Sabes cómo defenderte? — preguntó entonces él, temiendo que ella retomara la conversación de esa mañana, interrogándole sobre su naturaleza angelical o la falta de ella. — ¿Sabes usar un arma?

—Crecí en Texas, claro que sé usar un arma. Pero por lo que nos han dicho las balas comunes no sirven para todo lo que hay ahí fuera ¿No? Dicen que hay demonios.

—Es cierto.

—Si no hubiera visto lo que vi creería que todos aquí son una secta de locos.

—Es mejor que creas en lo que has visto y percibido por ti misma.

Jaana era parte de un pequeño grupo de sobrevivientes que Dean y sus hombres habían rescatado en Holdenville. Se trataba de “civiles”, personas que no tenían nada que ver con el mundo de los cazadores, del tipo de gente que pensaba en las cosas sobrenaturales como ficción, superstición y cuentos infantiles.  Algunos de ellos aún estaban incrédulos ante lo que pasaba, pero la mayoría había visto cosas allá afuera que les había convencido de que verdaderamente aquello era el apocalipsis.

Jaana levantó la mano, haciéndole señas a un chico que se aproximaba hacia ellos. Castiel lo conocía, había llegado con uno de los primeros grupos de cazadores, aunque no estaba seguro de que el muchacho en si fuera un cazador, pues nunca los había acompañado en ninguna misión. Sabía que su nombre era Vern

—¡Hey! Hola. —dijo el muchacho y su mirada se clavó directo en Castiel. Parecía mirarlo con tanta curiosidad como Jaana lo había hecho antes y Castiel no se sintió del todo cómodo con eso. —No había tenido oportunidad de presentarme contigo. Me llamo Vern.

—Lo sé. —respondió, y el chico sonrió. Parecía casi emocionado por escucharle decir eso.

Vern traía un cigarro en las manos, blanco, hecho de un papel muy delgado, y Castiel supo que se trataba de lo mismo que Jaana le había dado antes a Chuck. El chico le pasó el cigarro a la mujer, ella le dio una calada y luego dejó que el humo blanco manara fuera de su boca, deslizándose entre su sonrisa como etérea seda. Ella le ofreció el cigarro a Castiel y él lo tomó, dudó un poco, pero finalmente lo acercó a su boca e inhaló suavemente. Lo primero que sintió al tener dentro el humo fue que le apretaba en la garganta, así que abrió la boca y empezó a toser sin poder parar. Luego de la tos vinieron las arcadas, la violenta sensación de que tenía que vomitar, pero se le pasó luego de unos minutos y pudo volver a respirar con normalidad, aunque sentía la boca seca y amarga y los ojos irritados.

—Tranquilo, chico. —dijo Jaana, dándole golpecitos suaves en la espalda. Ella y Vern se estaban riendo y Castiel no entendió por qué, pero no le importó. Había algo mucho más interesante sucediendo en ese momento, la impresión de estar respirando tan profundamente que su cuerpo se estaba ensanchando como un globo, como si creciera y se esparciera hacia todos lados, y eso se sentía bien.

El cigarro terminó en sus manos de nuevo y esta vez estaba preparado para lo que venía y resultó mucho mejor, la garganta aún le picaba un poco pero lentamente su percepción sensorial que iba creciendo mucho más allá de su cuerpo y al mismo tiempo empezaba a sentir las cosas a su alrededor con una nitidez extraordinaria, todo parecía más grande, más brillante. Empezó a percibirse a si mismo como parte de aquel radiante panorama  que tenía enfrente, parte de todo. Estaba seguro de poder sentir el balanceo de las hojas sobre su cabeza como si se estuvieran moviendo en su piel, o predecir el movimiento de las nubes en el cielo. Todo era increíblemente claro y suave, incluso él, que comenzaba a notarse menos roto y fragmentado, menos afligido y desesperado, porque había demasiadas cosas sucediendo y todo estaba tan vivo que le era imposible n estar absolutamente asombrado. Fue consciente de que el aire en sus pulmones era el mismo aire que todos los demás respiraban, el mismo aire que les rodeaba todo el tiempo, uniendo todas las cosas. Había cierta similitud en ello a lo que sentía cuando era un ángel, aquella percepción expandida que solía tener que le permitía percatarse detalladamente de todo lo que le rodeaba, de ver y sentir la energía moviéndose en cada partícula. ¿Cómo podía haber soportado vivir como un humano? Tan disperso y desconectado, casi ciego, sordo e insensible a comparación de cómo había sido antes. Era completamente ridículo, irreal. Se estaba riendo, no a carcajadas como sus acompañantes, pero aun así podía sentir  su propia risa brotando ronca desde su pecho. Y respiró, y continuó respirando muy profundo como si todo el aire que había en el mundo no alcanzara para llenarle.

 

 

Dean.

 

Fue la primera palabra de la que Castiel tuvo conciencia cuando despertó.

Abrió los ojos y se encontró en la cabaña de Dean, durmiendo en su cama, aunque en realidad no tenía noción de cómo había llegado hasta ahí la noche anterior. La luz de la mañana se colaba a raudales por la ventanilla y le llegaba el ruido del campamento despierto y en movimiento. Debía ser la hora del desayuno, que era la actividad que causaba más alboroto por las mañanas. Se levantó, pensando en que podría comer algo. En realidad estaba sintiendo un apetito voraz por que el día anterior no había probado bocado. Se levantó y salió al porche. El pie le dolía mucho menos y lo atribuyó a lo que había fumado, y a que había dormido mejor de lo que lo había hecho en semanas. Sin embargo las sensaciones que había tenido antes también se habían esfumado, aquella extraña y a la vez familiar sensación de conexión con el mundo y de sentirse más completo y vivo de lo que se estaba sintiendo por ejemplo en ese momento.

El sonido del motor de un vehículo acercándose llamó su atención. Todavía estaba parado en el porche cuando vio aparecer la camioneta de Dean, levantando polvo por la vereda.

En seguida fue a su encuentro, pero supo desde la distancia que algo no andaba bien con solo mirar la figura de Dean al bajar del vehículo. No parecía herido, aunque tenía la ropa manchada de sangre. Los otros dos cazadores en cambio, estaban intactos. Sin embargó los que hacían guardia en la entrada del campamento no se fiaron al ver la pinta de Dean y apuntaron sus armas contra ellos.

—Eh, tranquilos. No estamos infectados. —soltó Dean, levantando las manos vacías hacia ellos.

—Sí, bueno, eso diría alguien infectado. —soltó Stan, el de la barba espesa, acercándose un poco más. —Tienes sangre encima.

—No es sangre de croat.

— ¿No? ¿Entonces que fuiste a cazar? ¿Alces?

—Demonios. Fuimos a visitar a Bobby, y nos encontramos con demonios.

Al escuchar eso Castiel sintió como algo en su pecho se apretaba.

—Estamos limpios. —dijo Randy, que tenía también las manos levantadas.

—Lo están. —intervino Castiel acercándose. —Sus pupilas no están dilatadas.

Con el tiempo que llevaban combatiendo a los croats habían aprendido a distinguir los sutiles primeros síntomas que sufría una persona al ser infectada por el virus demoniaco. Detalles como que desde los primeros minutos de la infección las pupilas se dilataban y la temperatura corporal aumentaba agresivamente, eran muy útiles para detectar una amenaza a tiempo.

Stan asintió y retiró su rifle, y los demás hicieron lo mismo. Luego de eso Dean se dirigió directo a su cabaña y no cerró la puerta porque sabía que Castiel iba detrás de él, aunque presentía que lo mejor habría sido impedirle seguirlo pues ya adivinaba lo que el otro iba a decirle.

— ¿Al menos fuiste a ver a Bobby o sólo tuviste tiempo para torturar demonios?

Dean resolló pesadamente, mientras se sacaba la chaqueta sucia.

—Sí, Cas. Fui a ver a Bobby. Te envía saludos. Y abrazos.

—Dean, tienes que parar de hacer esto.

— ¿Hacer qué?

—Cazar demonios para torturarlos.

Castiel se fijó en las manchas de sangre que todavía ensuciaban las manos de Dean, incluso había salpicaduras sobre su cuello y su rostro, nada que no pudiera lavarse. Sin embargo temió que no hubiera forma de limpiar toda aquella sangre de su alma.

—No hay nada que parar.

— ¿De verdad crees que puedes mentirme, Dean Winchester? —el tono de la voz de Castiel de pronto adquirió el matiz del reproche.

—Cas, no vamos a tener esta conversación.

—La estamos teniendo.

Dean se frotó las sienes. En verdad no quería tener aquella conversación, no en ese momento, no con Castiel, quien probablemente nunca aprobaría del todo sus métodos.

—Escucha, hago lo que debo que hacer. —respondió, poniendo especial énfasis en la palabra “debo”, sólo para recalcarle a Cas que el deber era lo que regía sus acciones. —Y si no te gustan las decisiones que tomo, lo siento, pero haré lo que sea necesario para dar con el Colt y terminar con todo esto.

—Así que ¿El fin justifica los medios? —preguntó Castiel en tono desafiante. — ¿Esa es tu filosofía ahora?

 —Sí, si eso salva al mundo.

— ¿Es puro tu motivo? Salvar al mundo ¿Estás seguro de que tus decisiones precipitadas y arriesgadas no están inspiradas por motivos personales?

Dean le lanzó una mirada de advertencia que Castiel eligió ignorar.

—Esto es por Sam.

— ¡No tiene nada que ver con Sam!

Sin embargo ambos sabían perfectamente que todo aquello era respecto a Sam.

—Dean…

— ¡No! Tú crees saber todo lo que pasa por mi mente y no es así. ¡Ya no puedes leer mis pensamientos! ¡Ya no eres un ángel!

El recordatorio de que ya no era un ángel le pareció a Castiel innecesario. Dean estaba enojado y probablemente había escogido deliberadamente aquellas palabras y el tono en que las había dicho para herirlo. Y lo había hecho. Sin embargo su mayor preocupación y pena residía en aquella barrera que se estaba levantando entre ellos.

—Sabría lo que pasa por tu mente si me lo dijeras. —dijo Castiel con melancolía.

—Pues… tal vez no quiero decírtelo. —contestó Dean y luego salió de la habitación.

Notas finales:

Ya los vi que les gustan las historias deprimentes. La cantidad de visitas que tuvo el primer capítulo en una semana supera por mucho a cualquier otra cosa que haya publicado antes. Dios, que retorcidos y masoquistas que son.

Gracias por el apoyo, gracias por interesarse en una historia que disfruté tanto escribir. 

Creo que soy adicta al endverse y a las sensaciones que me provoca. Si soy igual de retorcida y masoquista que los lectores de este fanfic. Abrazo de grupo.

¡Bien! Como vimos en el capítulo The End, Dean vuelve a sus andadas con la tortura, y en esta historia eso es lo que enciende la mecha definitiva, lo que lo empuja por el borde hacia su espiral de locura.

Y Castiel trata, pero no logra llegar a él, no puede detener su obsesión por destruir a Luci, y Dean se aleja, y Castiel se siente solo y perdido y humano y lleno de dolor, y pues lógico cualquier cosa que le distraiga de esa desesperación es bien recibida.

Oh, y me encanta Chuck. A lo mejor escribí todo ese fanfic sólo para poner a Chuck en Chitaqua. Bueno, no, pero me encanta Chuck.

Y bueno, sigo diciendo que esto esta super resumido, podría pasarme treita capítulos describiendo lo vacío que se siente Castiel o las desesperadas ansias de Dean de destruirise a si mismo, y a todo lo que esté en su camino, incluido a Castiel, por atreverse a amarlo, y terminar juntos atados en la oscuridad...

Yo sólo quiero que Dean y Castiel sean felices juntos, no sé porque escribí esto, no sé porque me causa tanto placer. 

 

Dato cultural, el nombre Jaana, según google, es una versión finesa del nombre María, y ¿Cómo se le llama a la marihuana? Y pues nada, ese es el sentido de ese personaje.

Que disfruten el capítulo. Hasta la próxima semana.

Demuestrenme su amor recomendándome canciones que les haga pensar en Destiel. Necesito tanto Destiel en mi vida.

Necesito dormir, eso es lo que necesito. Bye~

 

 


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