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De Marfil y Plata por Sherlockwsh

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[8 años después...]

 

Lo que encontró en su oficina fue como revivir una visión del pasado, una memoria perdida, tan casual como perfecta, de las que solo suceden una vez en la vida; Una figura, de piel pálida como la cera, tan lisa y de brillo sobrenatural, que sus ojos creyeron por un instante, contemplar la silueta de un arcángel reposando plácidamente en su silla de cuero situada detrás del escritorio con las esbeltas piernas descansando sobre la pulida superficie de roble. Sus ropas oscuras hacían juego con los rizos de hebras ligeras que caían coquetamente sobre su frente. Los parpados de largas pestañas estaban bellamente enmarcados con dos finas cejas, su afilada nariz resaltaba la delicadeza de sus angulosas facciones solo contradictorios por unos apenas visibles pómulos que en algún futuro serian los de un hombre. Y añadiendo ese toque divino, los gruesos labios de terciopelo rosa ligeramente entre abiertos, dejaban salir lo que seguramente sería un cálido y dulce aliento. La cabeza reclinada sobre el respaldo de la silla, caía descuidadamente a su vez, sobre el hombro. Si la serenidad pudiera representarse con una imagen, la de ese joven habría sido la adecuada. Ni siquiera podía notar el ritmo de su respiración a lo lejos. Su pecho, donde descansaba una bufanda de fina tela verde olivo, se inflama y comprimía imperceptiblemente.

 

Tan atrapado estuvo en contemplarle que le fue difícil volver a la realidad. Y al hacerlo, moverse de donde estaba resultaba incluso penoso. Interrumpir su descanso habría sido una lástima pero.... ¿cómo demonios había entrado ese chico a su oficina? Lestrade era el único con la llave, además de que ninguno de sus oficiales, de tener una copia, le habrían permitido el paso a un chiquillo no mayor de 18 años y mucho menos solo. ¿Qué hacia entonces el muchacho de rostro angelical allí?

 

Pero ahora que lo pensaba, su visión parecía ser una réplica (aunque ya crecida) de aquel querubín en su primer año de universidad. Descarto enseguida la idea. De tener algún futuro, ese pequeño sería un gran político, tal vez un filosofo o cualquier otra cosa que depara la grandeza y no estaría allí, metido en su oficina.

 

Inconscientemente cuidó sus pasos, acortando la distancia entre ellos. Verdaderamente parecía no respirar. Por tanto, llevo lentamente uno de sus dígitos a la afilada nariz. Sin embargo, antes de que pudiera llegar siquiera a la mitad del camino, una mano fría como hielo, de finos dedos largos adornada con uñas relucientes como el cristal, se enrosco en su muñeca con una fuerza sorprendentemente aplastante para una silueta delicada como la suya. Sus ojos marrones de vetas opalinas, se fijaron en la mano pálida que le sujetaba antes de observar el bello rostro que aun escondía los orbes detrás de los parpados.

 

— Ah - Ah....— soltó el jovencito reprobatoriamente sujetando aun aquella mano gruesa.— Sin tocar.

 

La voz del chicuelo era profunda, grave, seductora y antipática. Sus acordes sugerían la típica edad donde la madurez alcanza a llegar en sus cuerda bucales.

 

Se sintió avergonzado de sí mismo, por verse tan sorprendido de todo aquello mientras el joven permanecía calmo. Y aunque no había hecho gesto alguno o agregado mas, a su alrededor parecía plantarse como dueño del lugar. Esta sensación le hacía sentirse inseguro. De algún modo, menospreciado en su propia oficina. El muchacho pareció comprender a la perfección por que añadió.— Si es así como resguarda la seguridad de su oficina y opera igual en sus casos, no me extraña el hecho de que hasta ahora atrapara a los culpables. Y lo que resulta mas patético, es lo orgulloso que esta de ello.— Libero la muñeca que hasta entonces mantenía cautiva. Se incorporo en la silla observando como aquel hombre de cabellera gris, proporcionaba consuelo en la zona afectada con su diestra.

 

Parecía un hombre tan común como cualquier otro que se había topado tras poner un pie en aquella institución, después de conseguir entrar a la facultad de química. Cada hombre fuera de casa, cada miembro de la multitud, era tan simple como el que le precedía; mentes cortas, sin propósito alguno que sobrevivir. Llenando siempre sus mentes de cháchara inútil. Un desperdicio de espacio, de tiempo. Incapaces de ver más allá de su propia nariz. Pocos fueron aquellos que sobresalían de la media, pero nada remarcable. Sin embargo, el estudio en esa institución hacia que todo aquel codeo con lo seres que no le merecían, valiera la pena. Él, con sus grandes capacidades intelectuales, revolucionaria el campo de la ciencia y la criminología. Como parte de su plan para alcanzar su objetivo, decidió abrirse paso teniendo ya la suficiente edad para incorporarse al mundo laboral. En un año mas cumpliría la mayoría de edad y la experiencia en el campo seria como minar pepitas de oro para consolidar su futuro.

 

El camino fue relativamente fácil. Padre aun no sabía de sus intenciones; entregarse por completo a la criminología y la ciencia, abandonando por completo su destino de servir directamente a la reina como ahora hacia su pomposo hermano mayor. No. Una vida aristócrata, aburrida, trabajando detrás de un escritorio en la seguridad de una oficina no era en absoluto para él. Así que se valió de su falsa pero encantadora personalidad para conseguir el puesto en Scotland como trabajo social. Por ser el más destacado de su generación, las excepciones estaban a la carta y aprovecho cada una de ellas. Lo que no vio venir, es que le asignaran el trabajo en la morgue y, ocasionalmente, en el laboratorio. Realmente era un campo interesante pero no el que había planeado. Por tanto, en su primer día, decidió acudir al responsable de la división. Le fue informado que, en quien recaía la última palabra para cambiarlo de área era en un tal... Grey Lestrade... o algo así.

 

No le costo ningún trabajo forzar la cerradura para entrar en el lugar y esperarle. El hombre al fin siguió las pistas indicadas y en una o dos horas entraría en la oficina.

 

Tal cual había predicho, el inspector estaba allí, anonadado por su presencia. Dedicándole una mirada que no había podido determinar, con un brillo extraño, en un  gesto incomprensible.

 

Hombres, mujeres, chicas y chicos le miraban con adoración por apariencia. Pero esos ojos marrones, brillantes como el ámbar congelado, le miraban con un dejo de algo que no pudo identificar. Y esto, por mínimo que fuera para cualquiera, para sí mismo fue algo sumamente interesante. Después de todo, la ciencia a la que dedicaría su vida, se regía por dar valor a lo que otros consideraban "nimiedades".

 

— ¿Que quieres? — Golpeo las palabras mirándole ceñudo. No solo invadía su oficina colándose ilegalmente, sino que también insultaba su desempeño. Debía tratarse de algún tipo de periodista. No tenía la pinta, pero tal vez su apariencia de porte real era para encubrirse.

 

El chico bufo una risa altanera antes de ponerse en pie acomodando su exótico abrigo.

 

— Si se permitiera echar un detenido vistazo para observar atizaría, al quien, el cómo y el por qué he venido hasta aquí.

 

— Por mucho que te mire, no soy adivino para saber quién demonios eres, como entraste en mi oficina y porque estas aquí. — La actitud prepotente del ángel de marfil lo estaba cansando. Posó las manos dentro de los bolsillos en un intento de encontrar calma pues su temperamento comenzaba a inquietarse. Como representante de la ley, jamás podría golpear a un chicuelo, pero este lo estaba tentando con cada palabra que pronunciaba. — Si eres alguna especie de period....— la risa altanera (aunque bellamente enmarcada) que el chico bufo y la mirada incrédula mientras esas finas cejas se elevaban con ligereza, cortaron el hilo de sus ideas. — ¿De qué te ríes? — preguntó ahora exasperado, conteniendo las imperiosas ganas de sentarlo en su regazo y propinarle una buena tunda.

 

— Increíble la cantidad de estupideces que pueden expeler entre mayor el rango de jerarquía.

 

Los puños del inspector se tensaron para mantenerlos en su lugar.— ¡Mira, niño! ¡No se a qué clase de periódico pertenezcas! Pero esa no es manera de tratar a tus mayores y mucho menos a….

 

— No seas estúpido, No existe tal cosa como "la adivinación" y no soy ningún periodista. En realidad, con ojo crítico, estoy capacitado para saber donde ha estado usted y lo que ha hecho además de atrapar a los culpables en horas tardías.

 

— Oh…¿En serio?— escupió el inspector perdiendo la paciencia.

 

— Usted por ejemplo, — comenzó el muchacho, con una voz de quien lo sabe todo, mientras los ojos de hielo rodaron para analizar su figura de piel morena..— Tiene dos... no. Tres años de divorcio. Esta mañana no ha tenido ocasión de alimentarse apropiadamente. Actualmente vive solo, aunque no se contiende de coquetear con la chica del mostrador en esa panadería a la que siempre acude aunque realmente no le apetezca consumir las rosquillas con glaseado, las cuales, debo agregar, son sus preferidas. Toca... no. Tocaba la guitarra, pero desde que su esposa lo dejo, en sus noches solitarias, interpreta algunas notas sin éxito. Termina por enfurecerse y esconderla en el fondo de su armario donde cree que nadie la encontrara. Y además de esta conversación, no hay nada más interesante programado en su aburrida agenda de esta noche que llegar a casa, echarse en el sofá y ver el televisor. Porque su triunfo lo festejaran sus empleados en algún centro de entretenimiento mundano, barato y vulgar al que coloquialmente llaman "Bar" y al que se muestra reacio a continuar visitando con la misma frecuencia que solía hacer en un principio.... ¿Debería continuar?

 

El maxilar inferior cayó unos centímetros dejándolo con una expresión anonadada tan poco frecuente para alguien que recibe información sobre sí mismo de un extraño. Generalmente, al utilizar su habilidad para confrontar a las personas, recibía a cambio hostilidad en cualquiera de las formas imaginables. Solo debía darle unos segundos para asimilar la información y.... si, allí estaba; la ira.

 

—¡¿Cómo...?! ¡¿Cuan...?! — tartamudeaba con una mezcla de rabia y asombro. ¡Pero debía tratarse de un truco! ¿Tan lejos habían llegado esos "paparazzi" de la prensa con el acoso? ¿le habían seguido incluso a su casa? La mayoría de las cosas que el chico mencionó, habrían sido fáciles de indagar. Bastaba con preguntar a quien fuese de su personal para obtener información sobre su divorcio y las salidas al bar. Pero...¿Cómo demonios sabia lo de su guitarra? Ese era un secreto que se llevaría a la tumba. Nadie, además de su ex-esposa, sabia sobre ella y por mucho que fuera una cualquiera, jamás rebelaría algo así a nadie. Por tanto, el chico debía ser un acosador.

 

La sonrisa de superioridad en el jovenzuelo se ensancho de una manera incluso escalofriante para sus perfectas facciones.

 

— Como ya he dicho, el poder de una minuciosa observación puede arrojar los datos precisos acerca de una persona. Un ejemplo es el corte que permanece en su mano. Es pequeño, en una dirección ni ascendente ni descendente, esto quiere decir que ha presionado sobre el objeto que le abrió la piel en la yema y no es lo suficientemente delgado para pertenecer al filo de una hoja metálica, no. Ha sido una cuerda suficientemente gruesa para dejar ese surco profundo. Entonces es un instrumento. Las perpetuas protuberancias de piel gruesa en el arco y yemas, indican que utiliza un instrumento que se sostiene con ambas manos, su diestra tiene la herida, por tanto es una Guitarra. ¿Pero, cómo un hombre que desarrolla cayos a razón de las arduas horas de práctica, se lastimaría de esa patética forma? Fácil saber; Perdida de costumbre. Ha olvidado cerciorarse de las condiciones del instrumento antes de tocar, sus manos temblaron en el momento en que deslizo la vitela en las cuerdas, permitiendo que estas se partieran en dos a razón de su mal estado. Curioso ese detalle ¿no? ¿Por qué temblarían sus manos al tocar? Usted es un hombre sano. Se despierta cada mañana cuando aun esta oscuro y se ejercita. Así que por enfermedad, lo dudo mucho. Entonces podría deberse a una alteración en sus nervios. Quizá el recuerdo generalmente ligado a una ruptura amorosa. La silueta de la sortija que hasta hace dos años portaba, dejo una clara marca en su dedo anular; Divorcio...

 

— ¡Alto! ¡Suficiente! — lo corto de tajo.— ¡Tú.... pequeño... Bastardo! ¡Fuera de mi oficina! ¡Ahora!

 

— No.

 

— ¡Claro que sí! ¡Y llamare a tus padres!

 

— No me moveré de aquí. Solo he probado mi punto. Exijo ser escuchado.

 

— Ya te escuche suficiente. ¡Fuera! — Extendió una mano imperativa en dirección a la salida, pero el chico no se movió. Su actitud decidida y esos ojos que brillaban como dos gemas ancestrales, revivieron en su memoria aquellos grandes ojos infantiles que escrutaban a la multitud en el jardín del campus. La misma sensación de estar frente un alma vetusta en conocimiento y experiencias le invadió el cuerpo. Esos zafiros calaban en lo mas recóndito de su ser, desnudando el alma. Como si ningún secreto pasara desapercibido.

 

Inhalo un poco de aire para recobrar la paciencia. La mano en su frente limpió la transpiración que ya perlaba el nacimiento de sus cabellos de plata.

 

— ¿Que es lo que quieres?

 

— Soy estudiante en la facultad de Cambridge y gracias a mi excelencia académica tengo permitido tomar practicas en esta institución.

 

— Oh... Si... Ya recuerdo. ¿Entonces, tú eres el niño prodigio de Cambridge? — Preguntó recobrando la calma. Ciertamente la demostración de sus tácticas fue irritante, pero debía admitir la brillantez de cada hecho descrito con exactitud. No estaba seguro si realmente debido a su afamada superioridad intelectual, podría saber todas esas cosas. Saber todo aquello con una mirada sonaba irreal. Y ahora que el chico lo mencionaba recordaba que los superiores le notificaron de este acontecimiento; un chico prodigio de 17 años de edad (que ya comenzaba a cursar la universidad), como excepción única en la historia de Scotland Yard, efectuaría sus prácticas allí. Ciertamente no era como lo había imaginado. Esperaba que el chico fuese un enclenque con la apariencia de un ratón de biblioteca, rondando por todos lados ansioso por conocer a todo y todos, quizá un niño mimado e inocente que no tenía idea de en que se estaba metiendo. Durante su vida de estudiante había encontrado muchos de la misma especie. Cuando fue convocado a la oficina del superintendente, (además de estar sorprendido) no se molesto en revisar el expediente. A fin de cuentas, si los superiores aprobaron la decisión, su opinión ya no valía de nada. Además, aunque en su misma división, el chico trabajaría en un área distinta. Quizá se encontraran alguna vez en la morgue o el laboratorio. Raramente se veía obligado a ir ahí. Por tanto, ese asunto no era de su interés. Sin embargo, estaba al tanto de todo. — Se me informo que tenias un permiso extraoficial para colaborar con nosotros en el laboratorio y la morgue.

 

— Si. Y es eso precisamente lo que vengo a discutir. Si bien mi amor por la ciencia y experimentar con el cuerpo humano (con la supervisión debida)— agrego aunque esto no era del todo cierto.— No es lo que pretendo. Lo que yo ambiciono es revolucionar el campo de la criminalística por medio de la ciencia de la observación y deducción. Estar en un laboratorio no me proporcionara lo que necesito para lograr mi cometido. Además  desaprovecho la mas prodigiosa de mis capacidades.

 

 El inspector arqueo las cejas mientras su lengua jugaba con la pared interna de una mejilla.

 

— ¿Y qué pretende el genio?

 

— Incorporarme al área de criminología que casualmente esta a su cargo. — respondió ignorando el tono sarcástico del último adjetivo. Estaba más que acostumbrado a oír esa clase de apodos y otros por mucho, ofensivos.

 

Lestrade abrió ligeramente la boca, elevando la barbilla sin retirar la vista un momento del hermoso chico. Sus cejas se elevaron aun mas, casi rosando el nacimiento de sus cabellos grisáceos. Los brazos se cruzaron con suficiencia en su pecho. Aunque el niño hablaba en tuno que demandaba, no pudo evitar reír internamente ante la idea de que el pequeño gigante ahora pedía permiso a su madre para salir a jugar.

 

— Vienes a mi oficina, no solo sin ser invitado, si no que también entras por la fuerza, me insultas y ahora esperas que conceda tus caprichos. No sé que educación hayas recibido en casa, pero definitivamente no voy a concederte nada.

 

"¡Oh, dios!" ¡El gesto que componía!

 

Su nariz se arrugo con ternura mientras sus carnosos labios se separaban en la mas adorable manifestación de un berrinche que había visto jamás. — No te he insultado. Te he descrito. ¡Y por favor! Forzar el cerrojo ha sido tan sencillo que solo faltaría colgar un letrero en el cristal que rece: "Adelante, pase usted" — con las manos hizo una floritura ridícula de colgar un letrero en el aire.

 

— No estás ganando puntos, Chico. Por el contrario, de buena gana te echaría sobre mi regazo para darte unas buenas nalgadas.— Su voz salió, aunque tranquila, con un dejo de autoridad.

 

"¡¿Pero qué...?!" pensaron al unisonó.

 

Sus rostros se colorearon ligeramente en el silencio incomodo que precedió a estas últimas palabras. Apartaron la mirada el uno del otro utilizando como pretexto cualquier objeto a su alcance. Nada se dijo en durante un corto lapso de tiempo. El chico, después de unos segundos, parecía indiferente, en lo absoluto afectado. Incluso comenzó a dudar si lo habría imaginado. Sin embargo, sus propias mejillas seguían escociendo un tanto.— No voy a cambiarte.—dijo al fin.— Si tu campus ha decidido que esa es tu área, allí deberías quedarte o pedirles el cambio tu mismo.

 

— No lo harán. Aunque el próximo año cumpliré la mayoría de edad, aun sigo siendo un menor. Tengo que aplicar lo que sé en el área correcta. Usted podría beneficiarse de ello. El caso que le tomo meses resolver, yo bien podría haberlo resuelto en cuestión de días.

 

— Lo siento, hijo. No puedo cambiarte, no es mi división.

 

— ¡Usted es el Detective inspector, Santo cielo! ¡Puede cambiarme si asi lo desea y mi rector no tendrá protesta alguna!

 

El hombre de piel morena se acerco tranquilamente para posar las manos en los afilados hombros, pensando que, por muy inteligente que demostraba ser este pequeño, no había manera de que ambos casos los resolviera en cuestión de días. Cuando, contando con todo Scotland Yard movilizado bajo su mando, no habían podido resolverlo si no hasta meses después. Simplemente hablaba demasiado.

 

Con suavidad lo giro en dirección opuesta para rodear el escritorio, llenado sus pulmones con la fragancia que despedía. El viril, dulce y juvenil aroma que manaba de los rizos era embriagador. Su corazón latió acelerado, como no lo había hecho en años, sorprendiéndose de lo que ese simple tacto le ocasiono. Su pecho se tenso de una manera inesperada. Bien reconocía la vieja necesidad carnal cuando esta tocaba sus puertas. Haciendo acopio de toda la tranquilidad que pudo reunir, guio al chico a la salida. — Pero da la casualidad, de que no me viene en gana. — replico tranquilamente a pesar de que la rabia consigo mismo hervía en sus entrañas. "¡Yo soy el mayor! ¡Vamos! ¡Es un... un mocoso!" Solo unos momentos de contacto con ese ángel que detrás de esa dentadura perfecta escondía una lengua de serpiente, y podía bien revivir los momentos más bochornosos de su adolescencia. Si era completamente honesto, jamás, ni en su pubertad, le había sucedido algo así. Tan solo su tierno aroma virginal e inocente, bastó para encender un fuego perverso. "¡Qué demonios!"

 

Fue un alivio corroborar que el practicante no cayó en la cuenta de aquel "incidente" y en cambio, le dedicaba la mas fúrica de las miradas. Si se detenía a ver, realmente no había gesto alguno en sus angulosas facciones. Su rostro permaneció como el de una estatua de mármol, inexpresivo en su totalidad. Pero algo en el modo en que sus orbes de hielo celestes refulgieron, le indico que aquella era una mirada de reproche e incluso amenaza de alguna represalia por venir. La piel de la nuca se erizó, en señal de peligro inminente. Pero le sostuvo la mirada. Contadas eran las ocasiones en que el inspector se sentía intimidado y no por sentirse así implicaba echarse atrás. No. Su naturaleza guerrera y testaruda le hicieron dar pelea en esa batalla silenciosa; por mucho que lo taladrara con aquellos zafiros de longevidad etérea para hacerle sentir tan expuesto como lo hacía, no se retiraría sin antes pelear terreno.

 

La cándida sonrisa que curvo los labios del jovenzuelo, sin embargo, lo saco de la jugada para mandarle al mismo cielo donde parecía que las puertas se abrían para él. ¡Pero qué gesto tan hermoso! "Espera, espera, espera…" ¿Por qué sonreía ahora? Apenas lo conocía, pero algo le decía que esa sonrisa no podía deparar nada bueno. Además de no entrar en el contexto de la hostilidad que hasta ahora demostraba.

 

— Pase buena noche, Inspector Lestrade.

 

El tono solemne con que pronuncio aquellas palabras hizo que su espina dorsal sufriera un escalofrió tal, que su espalda entera se estremeció. El chico giro sobre sus talones para alejarse a zancadas resueltas, con el abrigo ondeando al compas de su andar.

 

— ¡Hey! — Le llamo el inspector a sus espalda.— ¿C---?

 

— El nombre es Sherlock Holmes.— respondió sin darle tiempo para terminar de formular la pregunta. Su largo brazo protegido par el costoso lino se elevo para elaborar un  ademan con la mano, restándole importancia. Sus finos y reluciente zapatos italianos resonaron contra el mosaico del suelo para alcanzar las puertas de cristal y salir del edificio con un porte tal, que el hombre de piel canela olvido por unos instantes que se trataba de un adolecente y no de un hombre.


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