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Lo nunca visto por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Buenooo por aqui esta XD, anda que os ha gustado el fic, que malos que sois, en algunos fics dejais miles de reviews y en otros no dejais ni uno. 

Malas personas T^T pero gracias de todas formas.

En fin, aqui os dejo el siguiente:

 

 

 

Kidd dio un golpe con su hombro en contra de la vieja puerta de madera en un intento por desatrancarla. Luego, empujó rápidamente el manillar mientras la llave por fin conseguía acabar el giro y con otro último empujón y una suave patada contra el marco la puerta, esta se abrió con un suave chirrido.

 

Con cara de cansancio se volvió a encarar a los dos hombres a su espalda. Killer estaba también intentando realizar aquel ritual de golpes y tirones para abrir la maldita puerta de su propia habitación justo enfrente de la suya, y mientras tanto, el faraón les miraba con cara de ligero horror parado en medio de ambos.

 

—Voy a ducharme, luego me pongo con la cena—anunció el pelirrojo a su amigo rubio cuando este consiguió desatrancar la puerta— te espero en el salón en dos horas como muy tarde ¿de acuerdo?—

 

 Kidd observó, durante un momento, las desgastadas puertas de sus habitaciones con una ligera resignación. El pequeño apartamento que habían alquilado en el Cairo era totalmente suyo y no tenían que compartirlo con nadie, y pese a que todo el piso entero estaba asegurado con candados y cadenas en ventanas y las puertas principales, hasta los cajones de los armarios o las puertas de cada habitación tenían cerradura. Era una pesadez todo aquello, tanta llave y tanto tiempo, pero era necesario cuando vivían en una ciudad donde una de cada dos personas sabía abrir cerraduras de cajas fuertes como un niño abre una caja de galletas.

 

—Está bien—respondió Killer frunciendo el ceño ante el nuevo chirrido de su puerta—yo llamare a Doflamingo…si necesitas algo…—continuó el rubio mandándole una mirada dudosa al hombre moreno que seguía mirando a su alrededor ligeramente espantado.

 

—Estaré bien—respondió Kidd quitándole importancia.

 

 Y sin más entró en la habitación seguido por el susodicho faraón y entornó la puerta a sus espaldas. Golpe, tirón, giro y la puerta volvió a cerrarse limpiamente.

 

Inmediatamente escuchó a sus espaldas una casi imperceptible exclamación y suspirando se volvió a ver a su "invitado".

 

 El moreno observaba la minúscula habitación con cara de espanto. Otra vez. Kidd le entendía ligeramente, el apartamento entero parecía a punto de caerse al segundo siguiente con la madera desgastada de vigas o suelos, y la pintura sucia de las paredes que dejaba ver el adobe de debajo con que estaba construida la casa. Y eso sin contar con los trastos que tenía él mismo tirados por el cuarto en un incipiente caos, libros, herramientas de excavaciones, ropa e incluso latas de cerveza se esparcían por los rincones.

 

Aun así era uno de los mejores apartamentos que habían encontrado en la ciudad a un precio razonable, y a Kidd le había encantado al instante aquel aire a viejo y a historia que desprendía el lugar. Y el caos realmente no era para tanto, él sabía perfectamente donde encontrar cada cosa, simplemente que en vez de gastar su preciado tiempo en colocarlas unas encima de otras para crear el espacio que algunos tanto apreciaban, él lo dejaba todo por el suelo y punto.

 

 — ¿En serio vives aquí?—preguntó el moreno mientras volvía a intentar ajustarse la camisa que le había dado Kidd horas antes y que obviamente le quedaba grande sobre su delgado cuerpo.

 

—Solo es temporal—intentó excusarse Kidd sin querer empezar una charla sobre aquello.

 

 Kidd se dirigió entonces a un armario pegado en una de las paredes ignorando a su invitado, y cogió algunas prendas de ropa del montón que tenía dentro dirigiéndose al instante al baño. Porque necesitaba un baño, el calor pegajoso de aquel país le hacía sudar como nunca en su vida, y eso, unido al polvo del desierto y demás le hacían sentirse al final del día como un maldito vagabundo cubierto de mierda.

  

—Voy a ducharme, mientras tanto puedes ver la tele—comentó señalando al viejo aparato enfrente de la deshecha cama—dale al botón que hay en el lateral, si no funciona dale golpes y con un poco de suerte se arreglara—

 

El moreno asintió mirando a su alrededor más perdido que un niño en un laberinto. Kidd simplemente se le quedó mirando ligeramente divertido. A ver si con aquello se le bajaban los humos y aires de grandeza.

 

—¿Por cierto cómo te llamas?—pregunto al fin.

 

—Traflagar…Law, Trafalgar Law—

 

Kidd asintió mientras observaba al hombre acercarse lentamente a la televisión.

 

"Eso le mantendrá entretenido por un rato" pensó refiriéndose a la tele e intentando memorizar el nombre del moreno y asociarlo a alguna dinastía de las que había leído en los libros de egiptología. Dándole vueltas todavía, el pelirrojo se metió en el baño dejando al invitado solo en la habitación, y se dio una bendita ducha en la bendita bañera de bronce que tenía la bendita habitación.

 

No tenían agua caliente, cosa que no extraño al pelirrojo cuando alquilaron el piso, aun así en aquellos momentos lo agradeció como nunca. Por fin algo frío después de tanto calor. Luego, salió del agua, se secó sin muchas ganas y se puso los cómodos pantalones de un pijama negro que su madre le había comprado para el viaje y que contrastaba con la piel pálida de su cuerpo haciéndole ver como un cadáver. En serio, su madre a estas alturas ya se debería saber que había colores que le hacían verse como el culo.

  

Cuando salió de la habitación intentando desenredarse el pelo con los dedos desnudos, se encontró entonces al pelinegro, intentando diseccionar su querida tele y único medio de comunicación con el mundo en un país donde la tecnología parecía haberse detenido hacia siglos atrás.

  

Inmediatamente el moreno dejó el aparato al escucharle salir y le miró con la mirada más neutral del mundo. Dándole entonces un repaso de pies a cabeza y deteniendo sus ojos grises durante un momento demasiado largo en sus recientes abdominales. Kidd quiso sonreír divertido ante aquello y soltar el típico comentario sarcástico, sin embargo su preocupación por su electrodoméstico superó con creces cualquier motivación que tuviese por meterse con el otro.

 

—¿Qué haces?—comentó acercándose al mayor, sentándose a su lado y quitándole el aparato de las manos antes de que sufriese más daños colaterales.

 

El moreno siguió el movimiento de su cuerpo con una mirada que de nuevo empezó a poner nervioso al pelirrojo, tan intensa que parecía prácticamente como si el otro le estuviese comiendo en su mente.

 

—Había cosas dentro, así que intente abrirla para verlo mejor, pero dentro no había nada más que hilos de colores y tubos. Me estaba preguntando cómo funcionaba—comentó como si no pasase nada y sus ojos no siguiesen famélicos sobre su cuerpo.

 

—Tsk—respondió el pelirrojo evaluando los daños—con un poco de suerte aún se puede arreglar—

 

Aun medio desnudo en medio de la habitación, el pelirrojo se puso a la tarea de volver a montar el aparato sin preocuparse por nada más, después de todo, aquel tipo de cosas, trabajos manuales y demás, le relajaban y le ayudaban a aclarar la mente.

 

Cosa que definitivamente necesitaba.

 

—No se puede hacer esto, no hay nada dentro más que circuitos, por mucho que lo abras no saldrá nada—continuó—funciona mediante ondas y electricidad— intentó explicarle para que lo entendiese y no volviese a repetirse un episodio semejante.

 

—No lo entiendo—murmuró de todas maneras el moreno en algún lugar a su lado.

 

Kidd sonrió ante la respuesta. Ponerse al día después de dos milenios iba a ser complicado.

 

—Por ahora puedes llamarlo magia—anunció mientras conseguía volver a conectar otros dos cables y el aparato volvía a emitir el habitual zumbido.

 

Y siguieron así durante un momento, él arreglando el desastre y el otro mirándole fijamente en silencio sin hacer nada. Lentamente la mente de Kidd se enfocó en la tarea y todo lo demás a su alrededor desapareció, las preocupaciones, el calor sofocante del atardecer, los gritos de la gente en la calle…Su cuerpo se relajó, su cansancio fue desapareciendo poco a poco y una extraña tranquilidad le invadió.

 

Si, definitivamente le encantaba aquello. Había sido una de sus otras opciones profesionales en la vida. Mecánico. Sin embargo no se ganaba tanto como de arqueólogo y el trabajo no le permitiría viajar a lugares como aquel en el que estaban ahora. Así que, cuando había tenido que decidir cómo ganarse la vida, la decisión no había sido muy complicada.

 

Sin embargo aún disfrutaba de las pequeñas reparaciones como aquella y definitivamente le ayudaba bastante a liberar tensiones, como en aquel momento en el que sentía su mente lentamente volver de nuevo a la agradable normalidad.

 

Hasta que unos largos dedos empezaron a sumergirse en su pelo mojado deshaciendo los enredos que él previamente había dejado a medio deshacer. Inmediatamente su cuerpo se paralizó con aquello, y su mente se centró simplemente en la mano que con una extraña delicadeza atusaba sus mechas rojas.

 

—¿Qué haces?—preguntó con la tensión de nuevo claramente en su voz.

 

—Ayudarte a peinarte—comentó el otro sin parar lo que hacía e incluso haciéndolo ahora con más ganas. Sin darle la más mínima importancia. 

 

—Pará—

 

—No, sigue con lo tuyo—ordenó con la facilidad de alguien que lleva toda su vida dando órdenes.

 

Kidd por su parte frunció el ceño.

 

—¿Por qué haces esto?—preguntó sin entenderle, ya que hacia unas horas el otro le odiaba con toda su alma y ahora le ayudaba a peinarse como si fueran los mejores amigos.

 

Aunque todavía Kidd no le apartaba las manos de su cabeza. 

 

—Tu pelo es del coló de la sangre—

  

—Sí, ¿Y?—

  

—Nunca había visto a nadie con ese color de pelo—le volvió a responder el otro con un deje molesto en su voz por tener que justificar cada cosa que hacía. Pero aun con la fascinación presente en su voz.

  

El pelirrojo gruñó molesto.

  

No acababa de entender a aquel hombre, no sabía si podía confiar en él o lo que pasaba por su mente. Simplemente era un misterio.

  

Y aquello le molestaba, normalmente sabía leer a las personas con facilidad, pero el moreno era como un cofre cerrado. Si, ahora le estaba ayudando y seguramente el moreno no haría nada en su contra, pero nada le aseguraba que cuando se diese la vuelta el otro no le apuñalase por la espalda. 

 

Kidd odiaba vivir con esa incertidumbre, él prefería las cosas seguras y claras.

  

Sin decir nada pero ahora pendiente de cada movimiento que hacia el otro sobre su pelo, siguió reconstruyendo su televisor a paso ligero. Gracias a dios el otro no hizo nada más que acariciar su pelo con una extraña devoción y para cuando el pelirrojo acabó estaba comenzando a anochecer detrás de la ventana.

  

—Ya está—dijo al fin dando gracias de acabar con aquella extraña tortura, estar tan alerta durante tanto tiempo no tenía que ser bueno para su salud.

 

 El otro, que curiosamente se había sentado a sus espaldas en una silla, sin embargo no hizo mucho por moverse y en cambio comenzó a masajear su nuca firmemente. Kidd casi saltó en su sitio al sentir los dedos del otro hundiéndose en su piel volviendo sus rígidos músculos suave gelatina en meros segundos. Incluso tuvo que contener un gemido de puro placer al sentir algo crujir.

  

— ¿Porque estas tan nervioso?—preguntó entonces el moreno con voz tranquila.

  

Kidd solo volvió a gruñir en respuesta sin querer contestar a algo así. No quería pensar en por que estaba tan nervioso y pendiente de cada cosa que hacia el moreno, suficientes problemas tenía ya. Recargándose en las piernas del otro y echando su cabeza hacia atrás para que el moreno masajease mejor un musculo tenso en su cuello, cerró los ojos y prácticamente ronroneó de placer dejándole hacer.

  

Sabía que había quedado él en hacer la cena, y que, después de haber tenido que arreglar el televisor, estaba tardando demasiado.

 

 Sabía que aquello era raro porque hacía apenas unas horas se habían estado intentando matar el uno al otro. Pero dios, un poco más no podía hacer daño.

  

Ignorando la risilla sarcástica del moreno a sus espaldas dejó que el otro estrujase sus músculos hasta que los sintió totalmente relajados como mantequilla. Dedos apretaban su nuca firme pero delicadamente, ejerciendo la presión justa y necesaria para hacerle estremecerse. Nunca le habían dado un masaje en la vida. Normalmente las relaciones que había tenido se limitaban a sexo y poco más, pero ahora definitivamente se arrepentía de no haberlo probado antes.

  

—¿Tanto te gusta?—se burló el otro vilmente ante su actitud de repente tan sumisa. Mientras sus manos iban bajando cada vez más, a sus hombros, a sus brazos, por su pecho.

  

Kidd se dejaba hacer en una especie de trance. ¿Cómo podía tener un supuesto faraón tanta habilidad? ¿No debía de ser él el que recibía los masajes en vez de darlos? Aun así mientras las manos del otro volaban sobre su pálida y aun mojada piel, el pelirrojo estaba cada vez más convencido de que el otro debía ser un profesional o algo así, porque atacaba con precisión cada punto tenso sacándole otro escalofrío de placer en cuanto el musculo volvía a su sitio.

  

—¿Cómo sabes hacer esto?—preguntó curioso.

  

Las manos del otro volaban sobre sus pectorales delineando peligrosamente sus pezones. Sentía al otro inclinado encima suyo en un intento de llegar más abajo, con su cara sobre su cabeza prácticamente hundiendo su nariz en su pelo rojo.

  

—Es algo muy típico entre amantes—comentó como si tal cosa—a mí me enseño una concubina de palacio a hacerlo—

  

La yema de un pulgar se frotó contra la punta de un pezón y Kidd ya no pudo negar más la ligera erección que tenía entre sus piernas. Aunque después de las miradas poco inocentes y de aquel masaje era lo más predecible.

  

—Dios eres como un gato—siguió el moreno viendo fascinado como el otro se retorcía entre sus piernas ante cada caricia.

  

—Espera—dijo el otro con voz débil, deteniendo las listas manos del otro con las suyas propias sin querer llegar a más. Aquello había empezado como un simple juego, un inocente masaje, pero se estaba convirtiendo en algo mucho más peligroso— ¿Como que entre amantes? ¿Que estas intentando hacer?—

  

Separándose volvió a encarar al mayor que sentado a sus espaldas en el borde de la silla le miraba divertido desde arriba. Kidd prácticamente sintió la sangre abandonar su cara cuando el otro sonrió ante su pregunta de una manera ligeramente escalofriante y volvió a acercarse a él con la misma mirada que le había dedicado al salir de la ducha.

  

Prácticamente se sintió como una presa con la que el otro se estaba divirtiendo y estudiando antes de ser comido.

  

—Pues veras…—

  

—Kidd tío la cena—se escuchó de repente desde la puerta mientras unos golpes sonaban incansables— que tengo hambre, hazla de una puta vez—

  

Y aquello rompió totalmente la tensión y ambiente del momento. Ambos hombres miraron a la puerta, uno sorprendido y ligeramente molesto y el otro con cara de felicidad y salvación. Kidd levantándose del suelo como un rayo y se dirigió a la puerta mientras se pasaba una mano por el pelo y sus aun gelatinosos músculos en un frustrado intento de borrar la sensación de los dedos del otro sobre ellos. Luego se arregló la ropa disimuladamente para que no se notase su excitación y salió de la habitación fingiendo absoluta normalidad.

  

—Lo siento Killer, me he entretenido demasiado— se disculpó ante el rubio con una sonrisa nerviosa.

  

Y sin esperar respuesta prácticamente se abalanzó escaleras abajo huyendo del moreno.

 

Law en cambio, aun sentado en la cama, no perdió ojo en ningún momento de la musculada espalda del otro ni de aquel perfecto trasero. Prácticamente tuvo que contenerse para no relamerse mientras el rubio amigo de Kidd le miraba con la sospecha en su cara. 

 

Devolviéndole una sonrisa inocente por su parte, se levantó de la cama y siguió a su nueva presa escaleras abajo. Aun recordando como el otro se había estremecido ante aquellas inocentes caricias y deseando descubrir qué pasaría si las profundizaba un poco más. Porque no cabía duda de que lo iba a hacer. Lo había estado pensando desde que lo había visto sentado en el suelo de su tumba mirándole aterrorizado con aquel pelo del color del fuego brillando intensamente bajo la luz de las antorchas, y finalmente, en aquella habitación, lo había acabado de decidir.

  

El pelirrojo iba a ser suyo.

 

 Tenía miles de cosas que enseñarle al inocente y rebelde chico y juraba que la próxima vez ni el mismo Ra podría interrumpirles. Solo de imaginárselo debajo suyo recibiendo todo lo que pensaba darle sentía ya su piel erizarse ansiosa.

  

Sin embargo por ahora solo sonrió divertido cuando entró en la destartalada cocina y el pelirrojo prácticamente se tiró encima un bol de algo que parecían gusanos largos y finos al verle.

  

Cuando el chico rubio entró detrás de él en la cocina y miró a su amigo en aquel estado catatónico recogiendo los espaguetis arrodillado en el suelo, solo le miró mal y le preguntó si estaba bien.

  

Mientras el pelirrojo asentía con una mueca tensa, Law se sentó en una de las sillas de madera de la pequeña cocina y sin despegar sus ojos del pelirrojo en una clara indirecta de lo que intentaba hacerle, se dedicó, durante el resto de la noche, a poner nervioso al pelirrojo únicamente con su mirada y algún que otro gesto malinterpretable.

.

.

.

Llevaba solamente cinco malditos días con el moreno. Solo cinco malditos días y Kidd pensaba que ya había tenido suficiente para el resto de su vida. No podía más con aquel hombre, no podía consigo mismo y no podía más con aquella rutina. Un poco más y juraba acabaría muerto de agotamiento y Killer le tendría que devolver a América en un estado de estrés post traumático.

  

Porque el moreno le estaba haciendo la vida imposible.

  

 Kidd nunca había estado tan consciente de nadie en su maldita vida, pero con el moreno no podía bajar la guardia ni dos segundos. Desde el momento extraño que habían tenido en la habitación después de que él se duchara y el otro le diese el sospechoso masaje, el mayor no le había dejado en paz ni un segundo. Le perseguía allá a donde fuese alegando que le necesitaba para que le explicase cómo funcionaba aquel nuevo mundo, sin embargo, lo único que acababa por pasar era que el otro se le quedaba mirando fijamente prácticamente desnudándole con la mirada.

  

Kidd andaba todo el día tenso, intentando ignorar al otro y la mirada grisácea en la que podía leer prácticamente cada pensamiento del otro. Había perdido ya la cuenta de las veces en que el otro se lo había tirado en su mente como un maldito animal en celo, había perdido la cuenta de las veces en las que él se había sonrojado como un virgen o acabado con una impresionante erección entre las piernas al imaginárselo él también.

  

Se había negado a comer con el otro después de que la última vez con los endemoniados espaguetis, el moreno no dejase de provocarle con largas lamidas, succiones y miradas lánguidas hacia ciertas partes de su anatomía. Siempre negaría haber tenido que volver a darse una ducha helada o haberse tenido que masturbarse él solito cuando ni la ducha había servido.

  

No comía con él, dormían en habitaciones distintas y definitivamente no se iba a volver a quedar a solas con el moreno después de lo del masaje. Aunque ni eso parecía pararle, y aunque estuviesen rodeados de gente, seguía con las miradas y gestos mal interpretables sin que nadie, aparte de él, pareciese darse cuenta.

  

Gracias a dios por las mañanas se iban a la excavación y el moreno se tenía que quedar en la casa para que no le descubrieran. Aquellas escasas horas suponían para el pelirrojo la salvación y le permitían descansar un poco. Aunque a pesar de todo, el cansancio cada vez iba a más y él rendía cada vez menos en el trabajo.

  

Al final Killer tuvo que acabar interviniendo y le obligó a parar e ir a la tienda a descansar. Kidd lo agradeció como nunca, y durmió como un bendito durante horas, pero al volver a la casa y encontrarse al moreno tumbado en su cama en una pose definitivamente provocativa como el dueño del lugar, y con unos calzoncillos suyos como única prenda, sintió con desesperación como el anhelado descanso se evaporaba como si nunca lo hubiese tenido.

  

Al parecer el moreno estaba aprendiendo demasiado deprisa sus costumbres. Y definitivamente veía demasiado la tele y sus estúpidas series para mujeres.

  

Pero se acabó.

  

La noche del quinto día Kidd se paró en frente de la puerta de su propia habitación dispuesto a acabar con aquello de una maldita vez. Nadie jugaba con él si no quería morir, y definitivamente el moreno había superado con creces el límite de su paciencia.

 

 Abriendo la puerta intentó no mirar fijamente al hombre, ahora totalmente desnudo, en su cama. Más aun cuando dicho hombre se volvió a mirarle y le volvió a dar un repaso de pies a cabeza sin pizca de vergüenza. 

 

 Dios ahora entendía a las mujeres que se quejaban de sentirse como objetos cuando los hombres las miraban. 

 

Tragó saliva e ignorándole de nuevo se sentó en una silla de la habitación, lo más alejado que pudo, de la cama de mantas desechas y esponjosas almohadas que contrastaban con la morena piel de su invitado.

  

Y entonces se dio cuenta de un pequeño detalle.

  

—¿Has limpiado?—pregunto observando el repentino orden imperante de la habitación.

 

 Todas sus cosas estaba apiladas en el pequeño escritorio y estanterías en un orden impecable, el suelo relucía brillante después de lo que debería haber sido una necesaria limpieza, e incluso parecía que su armario había vuelto a ser un armario y no el agujero negro en el que tiraba su ropa. 

 

—Bueno, cuando alguien pasa todo un día en una misma habitación sin nada que hacer, y la habitación es la definición de caos…uno tiende a ordenarla—comentó Law mientras rodaba por la cama para encararle. Desnudo como dios le trajo al mundo y sin pizca de pudor. —Por cierto ¿Podrías explicarme que es esto?—preguntó de repente alzando algo entre su mano.

  

Kidd tuvo que concentrarse en mirar solamente lo que el otro le mostraba y no pasear sus ojos por su delgado pero fuerte pecho y bajarla por sus abdominales hasta perderse en…

  

Mierda.

 

 Pero entonces sus ojos se posaron en la cara del otro y en la sonrisa sarcástica y divertida que estaba aprendiendo a reconocer como signo de pura maldad. Y entonces, por fin, se fijó en lo que el otro sujetaba frunciendo el ceño por haber caído en algo tan obvio. 

 

La madre que le parió.

  

Una caja de condones.

  

Kidd abrió los ojos como platos mientras su cara se volvía roja de nuevo. ¿Por qué narices siempre se ponía rojo con aquel hombre? Él no era de los que enrojecían, más bien era de los que respondían al comentario provocativo con otro aun peor ¿porque narices le pasaba esto ahora?

  

—Veras, me lo encontré mientras limpiaba—dijo el moreno dándole vueltas a la caja y abriéndola—Parece una de esas cosas de "plástico" que tanto os gustan, pero no entiendo su uso. ¿Me lo explicarías por favor?—pidió con un tono demasiado sugerente y una sonrisa que dejaba totalmente claro que sabía perfectamente para que servía.

  

Después de todo la cajita de las narices venía con dibujitos e instrucciones explicativas.

 

 —Pará—dijo el pelirrojo frunciendo el ceño—deja de hacer eso—

  

El moreno sonrió mientras sacaba un condón de la bolsa y lo rodaba entre sus largos dedos jugando con él. Metiendo los dedos, sacándolos de la transparente goma y haciendo imaginar al pelirrojo algo muy distinto al simple juego. 

 

—No sé a qué te refieres— respondió inocentemente el moreno. Esta vez mientras lamia provocativamente la yema de sus dedos y volvía a jugar con el condón ahora humedeciéndolo y rodeándolo sin llegar a entrar.

  

Kidd sintió un escalofrío recorrerle al instante.

  

Levantándose de la silla se acercó al otro y le quitó de las manos la caja y el condón de un manotazo. 

 

—Lo sabes perfectamente—siseó mirándole a la cara mortalmente serio— para de una vez los estúpidos jueguecitos, yo no soy de ese tipo de gente y me ponen de los nervios —mintió como si nada.

  

Law entonces le miró aun tumbado en su cama con el ceño fruncido.

  

¿Era una broma? Estaba claro por las reacciones del pelirrojo que era de "esa" clase de gente, como él le había llamado. Pero que lo negase y que se lo echase a él en cara como si fuese algo horrible, definitivamente le molestaba. Sobre todo después de lo que había estado intentando hacer esa estúpida semana para provocar al pelirrojo, y que, según su criterio, seguía sin dar los resultado que quería. Nunca le había costado tanto meter a alguien en su cama. Al principio había sido divertida tanta resistencia, pero ahora estaba frustrado, aburrido y había llegado al punto en que su paciencia era más bien inexistente. Tan inexistente que aquella ligera acusación le enfado más de lo que debería.

  

Así que, antes de que Kidd se diese la vuelta y volviese a alejarse de él como el pelirrojo siempre hacía, el moreno le tomó de la muñeca y tirando de ella le tumbó sobre la cama a su lado. Sin perder tiempo se posiciono sobre él, con el cuerpo del otro entre sus piernas, una mano al lado de la cara del pelirrojo para ganar equilibrio y la otra apretando su entrepierna, ya ligeramente erecta, por encima del rustico pantalón. 

 

El pelirrojo soltó entonces un gemido mezcla de sorpresa y estremecimiento de placer.

  

Law sonrió malignamente, sobre todo al darse cuenta de que el otro no parecía llevar nada debajo del pantalón, y de lo ligeramente impaciente que estaba con aquello.

  

—Eres muy malo mintiendo Eustass—susurró sobre los labios del otro— está claro que sí que eres de "esos"—comentó mientras masajeaba su entrepierna, a cada segundo más dura, para dar énfasis a sus palabras.

  

El otro recuperó entonces sus reflejos y mientras un gran sonrojo y una mirada de alerta surgían en su cara, sus manos se movieron para empujar al otro y detener la mano que seguía jugando con su erección como segundos antes había estado jugando con el condón.

  

—¿Qué haces? Suéltame—exigió el pelirrojo entrando en alerta.

  

Pero Law solo le apretó sobre el colchón recargando todo el peso en sus caderas para juntar sus ávidas erecciones, y dejó que Kidd inmovilizase sus muñecas como quisiese, después de todo, aun no necesitaba las manos para nada. Luego comenzó a restregarse contra el otro moviendo sus caderas de alante hacia atrás, ejerciendo una deliciosa fricción entre ambos miembros y la tosca tela que los separaba.

  

—Aquí el faraón soy yo Kidd, y soy yo el que da las ordenes— respondió mirándole con una mirada que dejaba claro que era él el que mandaba y que como le enfadarse correría la sangre.

 

 —Muérete—respondió el otro mientras un jadeo ahogado escapaba de su boca ante el perfecto movimiento de las caderas del otro.

  

Sin embargo se dio cuenta de que no iba a poder con el mayor, principalmente porque Law, a pesar de lo delgado que era, definitivamente le superaba en fuerza y habilidad de pelea, y en segundo lugar, porque en el fondo tenía razón y sentía su cuerpo excitarse con cada hábil movimiento de fricción que ejercía el otro sobre su miembro.

  

Mierda, se estaba excitando, y a cada momento sentía su cuerpo perder la fuerza que necesitaba para detener al moreno, hasta que el final sintió las muñecas del otro liberarse de su agarre. Gruñó frustrado consigo mismo mientras giraba la cabeza para evitar mirar al moreno que ahora sonreía satisfecho.

  

—Eso es, buen chico—susurró Law mientras le acariciaba la cara delicadamente y depositaba un suave beso en la comisura de sus labios— relájate y te prometo que te gustara— 

 

Kidd jadeaba pesadamente a pesar de que aún no habían hecho nada. Dios se sentía tan patético, indefenso, a merced del otro, y sonrojado y gimiendo por un poco de fricción.

  

Law se separó entonces de él e introdujo las manos por debajo de su camisa sin dudar ni querer retrasar aquello. No se había esperado tener hoy así al pelirrojo, pero ya que estaban, no iba a desaprovechar la ocasión.

  

Manos frías hicieron erizarse la caliente piel de su pecho a cada centímetro que avanzaban y Kidd cerró los ojos ante la sensación.  Excitado contuvo la respiración hasta que el otro detuvo las manos abiertas sobre sus pectorales levantándole de paso la camisa. El pelirrojo se quedó inmóvil y expectante, esperando a ver lo que hacia el mayor, simplemente sin hacer nada y con los ojos cerrados.

  

Una risa se escuchó en la tenue luz de la habitación. 

 

—¿Que estas esperando que haga Eustass?—susurró con aquel deje burlón y divertido el mayor.

  

Kidd volvió a abrir los ojos con sorpresa y fulminó al otro sentado desnudo a horcajadas sobre sus caderas. Law tenía las manos sobre su pecho y una evidente erección entre sus piernas justo encima del bulto en sus propios pantalones. Había dejado de moverse, pero la electrizante sensación seguía presente en aquella parte sensible de su anatomía sin abandonarle en lo más mínimo.

  

Con la cara roja y el odio en la mirada, Kidd le respondió al otro.

 

 —No estoy esperando nada, y quítate ahora mismo de encima mío o te destripo—siguió sin rendirse el menor. Aunque cada vez sin menos convicción en su voz.

  

—Da igual, me encanta cuando te pones tan sumiso pero aun así sigues negando que lo estás deseando—comentó mientras volvía a masajes sus pectorales con aquellos hábiles y largos dedos.

  

—¿Qué? yo no soy sumis-… —y entonces el otro aprovechó su protesta y su boca abierta para introducirle la lengua hasta la garganta. 

 

Mierda, lo había hecho aposta. 

 

Kidd volvió a encontrarse superado por el otro, y aunque intentó resistirse a la invasión, la lengua del otro devoraba su boca con unas ganas y una pasión que le volvieron a dejar totalmente derrotado. El otro exploraba su boca con devoción, jugando con su lengua, relamiendo sus labios y robándole cada aliento que intentaba atrapar en medio de aquel asalto.

  

Cuando se separaron Law se relamía con una mirada oscura y Kidd sentía su cabeza dar vueltas por la falta de oxígeno. Gimió esta vez sin poder contenerse cuando Law se abalanzó a por su cuello con largas e incitantes lamidas mientras sus dedos retorcían sus endurecidos pezones delicadamente entre sus manos.

  

Sus propias manos volaron por su cuenta a aferrarse a los bíceps del otro, y sus piernas se abrieron ligeramente por voluntad propia en busca de aquel delicioso roce que hacia momentos atrás había recibido. Law le mordió el cuello y Kidd lloriqueó mientras echaba su cabeza hacia atrás para dejarle vía libre.

 

 Pareciendo tan sumiso como Law proclamaba que era.

 

El moreno aprovechó al instante su gesto repartiendo lamidas y chupetones que Kidd se imaginó de inmediato en otra parte mucho más interesante de su anatomía. La boca de Law, sin embargo, ajena a lo que pasaba por la mente del otro, siguió bajando por su cuello hasta mordisquear posesivamente su clavícula marcándola con sus dientes y algunos moratones que al día siguiente serían difíciles de disimular con la ropa. Marcando aquel cuerpo como de su posesión para que se enterase tanto aquel chico rebelde, como el mundo entero. Sus manos también siguieron bajando por el cuerpo parcialmente descubierto del otro hasta llegar a los duros abdominales.

  

Dios, el cuerpo del otro era tan perfecto, cualquier soldado del ejército mataría por un cuerpo semejante. Sin poder contener la fijación que había tenido con aquellos definidos abdominales desde el día que los había visto después de que el otro saliese de la ducha empapado, se deslizó por la cama hasta que su boca quedó a la altura de su querida obsesión.

  

Pero entonces se detuvo un segundo para mirar curioso la expresión que estaría poniendo el otro después de tanto movimiento. Kidd se tapaba la boca intentando contener, dos segundos más, lo que su boca no lograba reprimir. Los ojos cerrados fuertemente y sus manos aferrándole con desesperación mientras sentía como sus piernas se abrían cada vez más a pesar de lo que él intentase cerrarlas. Su torso medio desnudo, su cara roja, sus marcas cubriendo su cuello y… 

 

Si, aquello era definitivamente lo que Law había estado soñando todos y cada uno de aquellos días. Al otro recibiéndole sin poder resistirse, lentamente cayendo en su juego como le quería y tan excitado como él mismo.

  

Goloso relamió por fin aquellos deliciosos músculos lentamente, sintiendo como el otro se estremecía y aferraba sus brazos aún más fuerte. Vaya otro punto débil.

  

Sonrió sin poderlo evitar.

  

—No sabía que… — 

 

—Cállate—respondió el pelirrojo mirándole con odio y volviéndose a tapar los ojos con el brazo sin querer escuchar aquello.

  

Law divertido repartió besos por su estómago aun sin quitar esa sonrisa de su cara. No se esperaba que el otro fuese tan tímido, pero definitivamente podía aprovecharse de aquello hasta volverle loco. Lentamente volvió a subir por aquel pálido cuerpo y unió su boca de nuevo con la del pelirrojo en otro de aquellos adictivos besos. 

 

Esta vez, en cambio, Kidd le respondió con ganas desde el primer momento, intentando tomar el control  sin acabar de rendirse aún por completo. A Law le encanto aquello, era la primera vez en la vida que alguien se resistía a sus asaltos de aquella manera tan obsesiva o que fingía tan desesperadamente que aquello era tan desagradable. Le hacía gracia en cierta forma, ya que en el fondo ambos sabían que él que acabaría ganando en aquel beso y en todo lo demás sería Law y que ambos habían estado deseando aquello con las mismas ganas. 

 

—No te enfades tanto—dijo Law cuando se hubieron separado—sabes que esto te está gustando, así que se bueno y abre las piernas para mí —le intentó picarle aún más.

  

—Ni de coña—siguió resistiéndose el otro aunque de nuevo más rojo que un tomate y jadeando cual virgen— y sigues soñando si crees que voy a acatar cada cosa que digas—

  

Law sonrió entretenido con su actitud mientras de nuevo volvía a bajar una de sus inteligentes manos, esta vez, introduciéndola por dentro del pantalón del pelirrojo dispuesta a enseñarle algunas cosas. El chico prácticamente saltó de la cama cuando apresó su húmeda erección entre sus juguetones dedos.

  

Y Law prácticamente ronroneo cuando con ello, casi al instante, Kidd abría aún más las piernas dejándole hacerle lo que quisiese, pero aun con aquella cara de molestia.

  

—Pues haremos esto por las malas—susurró contra la oreja del otro mientras la lamia sacando al otro un nuevo jadeo de sorpresa—…dios, estas tan mojado—

 

 —Callate—volvió a chillarle el otro sintiendo como aquello se le escapaba cada vez más de las manos y como su cara se calentaba en lo que sería el mayor sonrojo de su vida ante los comentarios del otro.

  

Dios, no podía mirar al moreno a la cara, aquello era demasiado humillante, prácticamente parecía una puta deseando que se la follasen. Y los comentarios tan específicos del otro hacían de todo menos ayudarle. Tenía que contenerse y controlar su cuerpo o no podría volver a llamarse hombre nunca más.

  

Sin embargo, la mano que hacía segundos había estado acariciando su miembro con tanta habilidad y durante un maravilloso pero insuficiente momento, siguió bajando hasta que la sintió situarse entre sus nalgas, y uno de aquellos largos dedos se presionó contra su entrada  casi por casualidad.

  

Kidd mordió al moreno en el nuevo beso que el otro le estaba dando y prácticamente entrando en pánico chilló histérico.

  

—¿Pero qué haces idiota? Saca tu mano de ahí—

  

El moreno se relamió intentando calmar el punzante dolor en su lengua, y con un tic en una ceja miró al menor intensa y claramente cabreado. Prácticamente como la sombra de una bestia cerniéndose  enfadada sobre su plato de comida que intenta huir. ¿Qué demonios? Hacia dos segundos el otro había estado perfectamente, gimiendo por sus caricias y dejándole hacer a regañadientes. ¿Por qué ahora se ponía así? 

 

—¿Quieres estarte quieto de una vez?—murmuró refiriéndose a como el otro intentaba de nuevo casi histérico quitárselo de encima—Te he dicho que te iba a gustar, así que estate quieto y déjame follarte—y esta vez fue él el que mordió al otro un labio para hacer que se tranquilizase.

  

—Estás loco si crees que te voy a dejar hacer eso, quítate de encima degenerado—seguía peleando Kidd.

 

 Dios, si tan solo Killer estuviese allí y pudiese escuchar sus gritos pidiendo por ayuda divina, desgraciadamente el otro había decidido irse de copas justo aquella noche. Bastardo. Seguro que estaba compinchado con el degenerado que tenía encima y todo había sido planeado desde el principio.

  

—¿Por qué te pones así? ¿Sabías desde un principio lo que iba a hacer? ¿O que cojones te esperabas?—

  

Y de repente el otro detuvo cada movimiento que hacía y abrió los ojos como platos mientras de nuevo aquel adorable sonrojo aparecía en su cara. Law quiso lamerle de nuevo aquellas mejillas y abrazarle hasta espachúrrale de lo jodidamente comestible que se veía en aquellos momentos.

  

—Yo no…yo no esperaba nada—

  

Esta vez Law no pudo contener la sonrisa sarcástica al adivinar lo que estaría pensando. Oh lo que le gustaba molestarle, oh lo que adoraba ver la mirada nerviosa del otro mientras esquivaba su cara o aquella cara roja que parecía poner solo con él.

  

—Así que esperabas solo que te la chupase o unos cuantos toqueteos ¿eh? ¿cuantas veces te has masturbado pensando en ello? ¿Pero de verdad esperabas que me contentase solo con eso después de lo que me ha costado meterte en una cama?—

 

—No, yo…— de nuevo la mirada nerviosa y asustada sobre las rojas mejillas del otro.

  

Adorable.

  

El mayor se inclinó sobre él otro y mientras volvía a devolverles a la posición del principio con su mano entre los pantalones del otro, susurró en su oreja. 

 

—Voy a follarte Kidd—y para recalcar sus palabras volvió a presiona sus dedos contra la entrada del otro entre aquellos redondos y suaves glúteos—y como te he dicho, lo vas a adorar—

 

 

Notas finales:

¿Quien se esperaba a Kidd de Seme?¿Quien se ha llevado un "zas en toda la boca"? No lo negeis XD teneis que leer las descripciones de los fics jaja

En fin, espero que os haya gustado por que el siguiente es el ultimo.

Bueno, os quiero guapos, gracias por leer n_n


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