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El Cadáver de la Muñeca de Porcelana por nuzelia

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Notas del capitulo:

Estoy muy muy nerviosa porque este es el primer capítulo y según las reglas de una amiga, la forma en que ella determina si vale la pena leer o no algo, es al tercer capítulo. (si alguna vez pasas por aquí debes saber que hablo de ti!!! Sí, de ti). Así que esta es la 2da oportunidad de 3 que tengo (el prólogo cuenta como 1 xD ).

 

Quiero hacer menciones especiales, saludar a maraleja92 (espero no haberme equivocado al teclear) y a ADemonBlue por sus rewiews en el cap. anterior. Muchas gracias por tomarse la molestia de comentar, espero (si leen esto) que sea de su agrado.

 

A mi querida Shizu, casi me haces llorar con tus palabras en el blog y en el rewiew del prólogo :') siento que debo embarcarme y cruzar la cordillera para robar aquel mechón de cabello con tal de perfeccionar mi altar xD Espero lograr algo tan bueno como lo que tú has escrito (soy tu fan #1). 

 

Pondré, como en todo lo que escribo, el Mil% de mí.

 

Y antes de comezar el cap. tengo que advertir... aún no habrá lemon... (ya me veo a varios cerrando la pestaña ante la desilusión jajaja) Pero lo habrá en unos 3 caps. más (si es que no es antes, a veces los personajes se mandan solos ñeee). Lo aviso porque primero debo contextualizar un poco... crear el ambiente, uds. lo saben... no es simplemente llegar y zas!! Pero prometo que habrá lemon de buena calidad jajajaja.

 

Ahora sí, dejo de latear...

El tren que lo llevaría a la estación de Río Empedrado, la más cercana a Monse, saldría al amanecer. Era un viaje de 4 horas, rodeados de un espeso bosque de árboles de hojas azuladas. Las líneas férreas atravesaban la montaña, justo en el lugar donde se formaba una delgada catarata. Era un paisaje de ensueño, el sol comenzaba a iluminar suavemente el horizonte, tiñendo de un naranjo rosáceo todo aquello que se interponía en su camino. Muchas preguntas giraban en su mente, la decisión de mudarse a esa pequeña localidad en medio de la nada no había sido fácil, los recuerdos que tenía de una vida pasada y muy lejana le hacían presentir que no todo estaría bien.

 

 Siendo muy joven, su madre y él debieron abandonar el pueblo en el que vivían, no contaba con más de 6 años cuando llegaron a la Ciudad de Evanz, la cual quedaba a no muchas horas de aquel pueblo que recordaba como un fantasma del pasado. No tenía lucidez de su vida en ese entonces, pero lo que sí podía revivir con nitidez, era lo infeliz que su madre lucía. Lo aislados que estaban y esa profunda soledad que marca el alma como el hierro al ganado. Miedo, un constante temor que los obligaba a cerrar cada anochecer puertas y ventanas. No recordaba haber jugado con algún niño o haber asistido a la escuela. Tampoco recordaba la parroquia, ni la plaza. Parecía que toda su niñez la vivió encerrado en aquella casona a las afueras. Su padre había sido hijo de uno de los hombres más ricos de la zona (ganadero y por un tiempo alcalde de aquel pueblo fantasma cuyo nombre no podía recordar). Thomas Bramstock fue de los primeros jóvenes en rechazar la vida apacible y estructurada de la comunidad, para viajar a la ciudad y estudiar Medicina. Le costó trabajo que su padre (el abuelo de Johan), un hombre de campo y de tradiciones, le permitiera ir a forjar su propio futuro. Era el único hijo, el único varón que podía hacerse cargo de las tierras y el ganado el día en que ese viejo necio dejara de existir. La condición, eso sí, era que debería regresar a su hogar una vez terminados sus estudios y casarse con la joven que le habían escogido, una hermosa castaña de ojos verdes, hija del socio de su padre. Iba pocas veces a visitar aquel pueblo lejano y ruinoso, el ambiente lo embriagaba y cada viaje se transformaba en una pesada carga que debilitaba sus fuerzas.

 

Cuando cursaba el último año de su carrera, estaba todo organizado. La boda con su prometida, Annette, sería a comienzos del verano venidero. Las familias habían planeado todo, lo único que él tenía que hacer era dar su último examen para convertirse en interno y viajar a su pueblo natal para contraer nupcias. Pero el destino se interpuso fuertemente contra los planes de la familia Bramstock, un mes antes del examen, conoció a Rebecca, una egresada de licenciatura en historia. Fue amor a primera vista, un amor intenso y cegador, un amor desgraciado desde sus inicios. Salieron durante los meses siguientes, aplazando su regreso lo más posible, ignorando las peticiomes que su familia enviaba regularmente. Así, hizo su internado y a principios del siguiente verano, cuando ya había finalizado, se casaron en la sala de un juez del registro civil, en el centro de la ciudad. Por testigos sólo tenían 2 invitados, los dos únicos amigos que no se habían escandalizado con su relación. No pasó mucho tiempo hasta que Rebecca quedó embarazada. El ahora doctor Bramstock (padre) debía informarle formalmente a su familia de la decisión que había tomado, pero cobardemente sólo fue capaz de enviar una carta a su padre explicando brevemente las razones por las que no regresaría y, por consiguiente, por las que no se casaría con aquella joven a la que debía haber desposado un año atrás . El escándalo fue de unas proporciones nunca antes vista en la pequeña localidad, había acabado con la reputación de dos familias, lanzando una maldición ignominiosa sobre su apellido. Pero eso a él no le importaba, su familia ahora era otra y era lo único que valía la pena.

No mucho antes del nacimiento de su hijo, recibió noticias urgentes, debía volver a aquel pueblo maldito, su padre agonizaba debido a una extraña enfermedad. Era hora de enfrentar sus decisiones y de presentar como correspondía a la mujer con la que formaría una familia. Por mucho que estuviera en desacuerdo con las ideas retrógradas de aquella comunidad, su padre era su padre y merecía respeto y compasión. Si había de partir, debía de hacerlo en paz. En un principio había decidido que viajaría solo, el embarazo de Rebecca estaba bastante avanzado y le preocupaba que su hijo naciera en un lugar sin las condiciones mínimas sanitarias para atender un parto o peor aún, una complicación. Después, pensó que no era buena idea dejarla sola, ¿a quién acudiría si pasaba algo? Se sentiría horriblemente culpable si le pasaba algo en su ausencia. El embarazo había sido normal y no se mostraba una aparente complicación en las ecografías, además, aunque él no fuera obstetra, era médico y sabía cómo hacer una cesárea en caso de emergencia. Y, si es cierto que el pueblo al que iba era como un viaje al pasado, no era que estuviera en la prehistoria. Quizás ser tan pesimista no era un bueno, la verdad es que no podía dejarla sola ni si quiera un instante, era todo para él.

 

Llegaron a comienzos de la época estival a un pueblo sombrío y quieto. Por supuesto que la noticia había sido para su familia una desgracia, una deshonra y por sobre todo una gran decepción. Caminar por aquellas calles de adoquines parecía desfilar como sospechosos de alguna brujería ante los ojos del tribunal de la Inquisición, a donde quiera que dirigieran la mirada, los lugareños le devolvían miradas de desprecio y desaprobación. Annette había esperado todos esos años el regreso de Thomas, había rechazado las propuestas de los jóvenes más prometedores de la región con la esperanza de que al verla desistiera de esa locura de casarse con otra mujer. Pero luego de la noticia de la pronta llegada de un hijo, no pudo resistir la humillación a la que por culpa de su capricho había sido sometida y desesperada por su orgullo herido se quitó la vida colgándose del castaño más fuerte que había detrás de la casa de su ahora ex prometido. La noticia de aquel fatídico suceso fue escandalosa. En un pueblo tan pequeño cuyos habitantes a duras penas saben leer y escribir y que viven bajo la sumisión de la ignorancia que impera en aquellas tierras congeladas en el tiempo; si hay algo que abunda y crea brechas entre ellos son las habladurías. Lógicamente para ellos la culpa había sido de Thomas, quien se suponía iba a casarse con aquella joven de ojos verdes. Se dijo tantas cosas sobre él, primero que se aprovechó de ella, luego que su ahora esposa había sido su amante y que se había embarazado para escalar socialmente. Su familia nunca la aceptó, jamás reconocieron su unión y por poco no lo desheredaron. La situación en aquel pueblo era insostenible, había un odio hacia Rebecca que rayaba lejos de lo racional.

 

 Llegaron a una casona a las afueras del pueblo. Los únicos que parecían alegrarse con la llegada de Tom, eran los sirvientes que, con sonrisas que iluminaban sus rostros, corrían a saludarlo y otorgarle sus mejores deseos para la nueva vida que había comenzado. Entre ellos había un joven de más o menos su edad, que lo observaba con los ojos azules brillantes y sus cabellos dorados destellando bajo los rayos del sol. Tenía las mangas subidas y dejaba ver unos brazos bronceados y tonificados, su cara y sus manos estaban cubiertas de un aceite oscuro. No se acercó a saludarle, sólo le dirigió una sonrisa sombría, observó a su esposa, quien preguntaba disimuladamente quién era aquel joven, y siguió su camino. Tom apenas logró notar su extraño comportamiento, si bien pensó que el hecho de que su mejor amigo no le diera la bienvenida ni se acercara a conocer a su esposa era algo impropio de él, creyó que debía tener sus razones para no hacerlo en aquel momento.

 

El ambiente dentro de la casona era tan frío y espeso como lo era en el pueblo. Las grandes y pesadas cortinas cubrían totalmente los ventanales impidiendo el ingreso del más mínimo atisbo de luz. Apenas habían puesto un pie dentro del salón cuando se oyó desde las escaleras la voz de una mujer mayor llamando a Thomas. A los pies de ésta encontraron a una mujer de cabello negro entrado en canas, recogido en un tomate bajo a la altura de la nuca. Tenía un aspecto severo y su rostro lleno de marcas producidas por el paso de los años le daba la apariencia de una persona mayor de lo que realmente era. Sus ojos negros no tenían brillo y sus labios finos predecían un carácter severo, frío y autoritario. Llevaba puesto un vestido largo color vino y en su piel clara se percibían manchas causadas por el sol. Su rostro se desencajó por completo al ver al lado de su hijo a aquella mujer con barriga, aquella que había causado tantas desgracias a su familia, la que había mancillado el apellido que orgullosos ostentaban hasta el día en que apareció en su vida y lo engatusó por orden del Demonio.

 

-¡¿Cómo te has atrevido a traer a esta mujer a esta casa donde ilumina el Señor?! –gritó acercándose con furia hasta ellos. Thomas, casi como por un presentimiento se interpuso entre ellas, como protegiéndola de cualquier arrebato que su madre pudiera sufrir.

 

-Madre, no digas esas… -intentó decir.

 

-¿Cómo pudiste ser tan ciego, mi amor? –le decía su madre acariciando su rostro y mirándolo con una extraña ternura. –Tú, tan ingenuo, tan bueno, el blanco perfecto para que Satanás enviara a una de sus arpías -hizo una pausa, observó a aquella mujer de piel canela, cabello castaño y ojos almendra. Se notaba que no era una mujer de su clase, no poseía una belleza descomunal ni vestía como una dama refinada. Había posado sus manos sobre su vientre protegiendo instintivamente a la criatura que llevaba dentro. –Mi vida, tu padre agoniza, el terrible pecado que has cometido, ¡si supieras cariño en la miseria a la que haz sometido nuestro noble apellido! –hizo un gesto de desprecio hacia su nuera y volvió la mirada hacia su hijo. –Aún estás a tiempo mi vida, esa criatura aún no ha nacido. Tu padre ha enfermado por culpa de tus actos… ¿cómo piensas redimirte? ¡¿Cómo piensas devolverle la dignidad a esta familia?! –gritaba hiperventilada.

 

 Parecía que aquella mujer sufría un ataque de nervios, su hijo la sostuvo de los brazos y la llevó hasta un sofá. Llamaba a una de las sirvientas para que le trajera un vaso con agua y su maletín. Le inyectó un calmante y poco a poco aquella mujer que lloraba desesperadamente fue bajando la intensidad hasta quedarse profundamente dormida. Lo único que el médico pudo advertir, fue la cara de horror de su esposa, sabían que sería difícil, pero no estaban preparados para vivir aquello. Fue por ello que decidieron regresar a Evanz una vez hubiera hablado con su padre. Al menos allí podría ejercer como médico y darle a su pequeña familia todo lo que necesitaban para ser felices (que no era mucho si se considera de que eran personas desprendidas materialmente). No les agradaba la idea de tener que seguir un día más en aquel lugar. Pero la maldición que había recaído sobre ellos era más intensa de lo que se podrían imaginar. Cuando el ambiente se había calmado y dejando a su esposa en compañía de una de las jóvenes encargadas de la limpieza, subió a ver a su padre quien, para su horrenda sorpresa, yacía muerto en su cama desde hacía al menos una semana. El hedor era insoportable, la descomposición era evidente, tenía el tórax hinchado y el tono de la piel había dejado de ser blanca para volverse de un morado azulado. La expresión de su rostro con la boca y los ojos en extremo abiertos, eran indicios de un intenso dolor que quedó impreso en él para siempre. No podía comprender, no cabía en su cabeza… ¿cómo era aquello posible?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 El silbido del tren hizo que despertara de un profundo, pero inquietante sueño. Había llegado a la estación y bajado las maletas que llevaba como equipaje, con todo tipo de instrumentos médicos y científicos. Esperó a la persona que se suponía debía de ir por él. Aún le quedaban unas 3 horas de viaje hasta Monse. El tren continuó su camino, la estación estaba sin vida, se notaba que el auge de ese lugar había llegado a su fin. Los movimientos migratorios que se habían suscitado en el último tiempo habían cambiado ampliamente la demografía del país. Localidades como aquella habían sido abandonadas por las nuevas generaciones que buscaban oportunidades para desarrollarse en oficios o carreras diferentes del trabajo de la tierra, atraídos por la seductora imagen de la ciudad. Un viejo boletero permanecía sentado tras una ventana, su cabello canoso y su piel profundamente surcada por arrugas y quemaduras, daban fe del extenuante trabajo que debió realizar en sus años mozos. Se preguntaba si el panorama sería similar en Monse.

 

 -Buenos días – una voz profunda lo sacó de su reflexión. Un hombre algo barrigón, con cara redonda y manos regordetas estaba de pie frente a él. Llevaba un traje formal a la medida. –Supongo que usted es el Dr. Johannes Bramstock –hizo un ademán quitándose el sombrero para presentarse. –Soy el Dr. Ryan Meyer, hablamos por teléfono hace unos días.

 

-Gusto en conocerlo –le dijo estrechándole la mano –por favor, sólo dígame Johan. ¿Es usted el médico de la localidad de Monse? –se sorprendió al verlo negar con la cabeza.

 

-No, como le expliqué brevemente por teléfono, soy el superintendente del departamento de salud de este distrito. Por eso es que fui yo quien lo mandó a llamar.

 

-Ah, entiendo, entonces, ¿quién es el médico del Pueblo? ¿Cuándo lo conoceré?

 

-Jajaja –se carcajeó un poco sujetándose su pronunciada panza. –Es ud. mi joven amigo – hizo una pausa al notar la cara de desconcierto. –Lo he llamado porque el médico que iba mensualmente a atender a la población tuvo un accidente el mes pasado en uno de sus viajes de rutina. El vehículo en el que se movilizaba volcó a pocos kilómetros antes de llegar al pueblo.

 

-¿Oh, pero él está bien? –preguntó asombrado. Era una tragedia, en lugares tan tranquilos como aquellos no suelen verse ese tipo de accidentes.

 

-Nadie sabe. La verdad es que no se encontraron sus restos ni indicios de que se haya desplazado fuera de la carretera. El vehículo se calcinó luego del vuelco y bueno, aun cuando no se encontraron restos, el forense determinó que la temperatura debió alcanzar tal magnitud que desintegró por completo sus huesos.

 

 -¿Ah? Pero es extraño. ¿Qué dijo la policía? –preguntó intrigado. ¿Cómo era posible que alguien desapareciera, quemarse hasta no dejar ningún rastro de su presencia en aquel lugar?

 

-¿La policía? La verdad mi joven amigo es que en estas zonas las cosas no funcionan como en la ciudad. El Dr. Nielsen tenía sus años, hay rumores de que le gustaba envalentonarse de vez en cuando con un sorbo de whisky, quizás dos. ¿Quién sabe a ciencia cierta? Ud. sabe cómo es la gente del campo, “curados manejan mejor”, no le hacen caso a sus médicos, con suerte al cura. Fue una noticia impactante, desde luego –su semblante se endureció. – Costó mucho trabajo encontrar a alguien que estuviera dispuesto a tomar este trabajo. Me sorprendió que ud. accediera a trasladarse a vivir a ese pueblo. Monse tiene mala fama, esa gente confía más en el cura y le tiene mayor temor a los brujos y al demonio que confianza a su médico o miedo a las enfermedades que sabemos tienen una causa demostrada científicamente.

 

-Ya lo creo –dijo intentando que se relajara. La verdad era que ya había meditado sobre aquello. Si bien habían solicitado su presencia para un proyecto en el cual se quería establecer una consulta médica en dicha localidad, nunca se le dijo que sería él quien estaría a cargo de ello. Pero necesitaba un cambio, no era que estuviera huyendo de algo en realidad, pero por alguna razón que no tenía muy clara, sentía que su deber era estar allí. – Nunca he creído que se pueda ser un buen profesional si uno atiende a sus pacientes de vez en cuando, dejándolos a la deriva el resto del tiempo.

 

-¡Ah! – exclamó con una sonrisa – es ud. muy joven, mi querido amigo, joven e idealista. Ya aprenderá con los años que a los locos es mejor dejarlos solos.

 

 Le llamó la atención profundamente aquellas palabras egoístas. ¿No estaba acaso en el juramento hipocrático algo sobre que la práctica debía ser realizada en beneficio de los enfermos?

 

  Subieron a un auto clásico y brillante, el motor ronroneaba con una suavidad impresionante dada la cantidad de años que ese vehículo debía tener. La verdad es que nunca le ha llamado la atención eso de coleccionar autos o lucir lujosos y aerodinámicos modelos. Para él, el automóvil es un simple medio de transporte que facilita mucho las cosas cuando se requiere recorrer grandes distancias. De todas formas siempre se ha considerado a sí mismo un caminante, no hay otra forma en la que prefiera desplazarse. Nada se compara a la experiencia de poder observar con calma el mundo que lo rodea, además de que sentía que su mente funcionaba mejor al caminar, las ideas fluían constantemente como un manantial inagotable. Y, si debía ir de una ciudad a otra, prefería tomar el tren, una experiencia mágica que lo transportaba a otras realidades; la observación de un paisaje, la apreciación de tonalidades, una sensación tan difícil de explicar pero que pareciera acariciar el alma de una manera que en un auto jamás se podría experimentar.

 

Los primeros 100 km. Estaban pavimentados, aunque estaban llenos de baches que hacían saltar el auto sin piedad. El temor se apoderaba de él cada vez que le daba la impresión de que los harían salir despedidos hacia la berma. Para su tranquilidad, el siguiente tramo, que se encontraba doblando a la derecha en un cruce que dividía la carretera en 2 caminos, la ruta que debían seguir era de ripio. No era que el auto brincase menos, pero como no se podía avanzar a gran velocidad, se sentía más relajado frente al incierto destino que le esperaba con ese hombre que a duras penas había logrado enganchar el cinturón de seguridad a su cintura. Le llamó la atención una cruz de madera pintada de blanco que había sido martillada al tronco de un árbol al costado del camino, pero prefirió dejar las preguntas para después, parecía que no quedaba mucho camino por recorrer. Cerca de las 14:00 hrs, luego de una curva en pendiente pronunciada que se encontraba en la mitad de un espeso bosque, pudo distinguir las primeras casas tipo que componían aquel pueblo. Era aún más pequeño de lo que había imaginado, muy pocas personas se veían por las angostas calles que dibujaban la villa. Frente a él se veía majestuoso un imponente lago de un azul tan intenso que podría haber jurado era el océano, pero la presencia del titánico volcán al otro extremo le recordaba que estaba equivocado.

 

 El antiguo vehículo se detuvo ante una pequeña casa de no más de 40 mts.2. que quedaba en el extremo más desolado, no la rodeaba más que pasto reseco y tierra. Había sido construida casi al borde de un precipicio. Aquello no le llamó la atención en demasía, pues dentro del poco material que pudo encontrar sobre la localidad, leyó que unos 30 años atrás un terremoto de gran magnitud sacudió aquel distrito, produciendo que una gran parte del pueblo y del sector rural, se precipitara a las profundas aguas del lago. No se veía ni un alma en las cercanías, ni si quiera para observar curiosos a aquellos forasteros. Ambos bajaron del vehículo, y aquel hombre entrado en años abrió la puerta que hizo un intenso crujido junto a su desplazamiento. El de cabellos grises le siguió el paso y entró a una sucia y oscura casucha que expelía un hedor casi imposible de soportar. Corrieron bajo sus pies un grupo de ratas que hacían unos extraños ruidos. En la que se suponía era la oficina se encontraba el cadáver absolutamente descompuesto del que parecía haber sido el médico del pueblo.

Notas finales:

Espero haber causado una buena segunda impresión. Les comento que estoy subiendo este relato al blog del mismo nombre del fic pero sin yaoi (lo sé, lo sé, pero es que a mi hermana le gusta leer lo que escribo y no le gusta este género TT_TT y ni hablar de que mi madre se entere jejeje).

De todas formas, si alguien quiere agregarme a las redes sociales me encontrarán por mi nombre, en facebook, twitter y google+

 Espero sus comentarios!!

Muchas gracias por leer!


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