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El Cadáver de la Muñeca de Porcelana por nuzelia

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Notas del capitulo:

¡He aquí el 2do capítulo! Ha sido creado en menor tiempo del que me suponía, pero fue inevitable, casi se hizo solo, así que esta vez seré más breve en los agradecimientos:

 

maraleja, espero que haya aclarado tu duda, este cap es algo menos confuso, espero que cumpla con tus expectativas (si es que sigues leyendo este fic xD ) Muchas gracias por comentar.

 

Shizu, hay dos cosas que quiero decir, la primera: ¿no te parece como que de alguna manera estuviéramos conectadas? Diste justo en el clavo en cuanto a los hallazgos de los cadáveres y en cuanto al personaje que te llamó la atención (siiii joajoajoajoa). Segundo, aquí va una sutil muestra de cómo se puede dar el yaoi en este fic (¡detente ahí! No te ilusiones...todavía ) Ahh y muchas gracias por tu apoyo. Este cap. es para tí... soy tu fan!!

 

María Ignacia, si lees esto... ¡hola! Gracias por leer, amiga :3

 

Belén... ojalá te hayas animado a leer este fic xD

 

Cami, avísame cuando puedas comenzar la lectura!

 

Y por último, agradezco a aquellos lectores anónimos, ¡vivo para ustedes!

 

Perdón, al final no me salió tan corto el agradecimiento =P

 El cuerpo tenía tal grado de descomposición que, sumado al aprovechamiento de las ratas, era muy difícil determinar la causa de muerte. Aparentemente no presentaba quemaduras o lesiones atribuibles al accidente en la carretera, pero sin los instrumentos necesarios era imposible practicarle una autopsia en aquel lugar. Debieron esperar todo un día para que llegara una ambulancia del Servicio Médico legal de Río Empedrado, la capital del distrito y ciudad más próxima a la pequeña localidad de Monse, a la cual no llegaba la señal de teléfono móvil alguno. De hecho, muy pocos habitantes contaban con teléfono fijo.

 

 El horror en los rostros de aquellos hombres era evidente. Permanecieron inmóviles por unos instantes sin poder dar crédito a lo que veían. Había al menos 3 ratas devorándose los restos, las únicas tres ratas gigantescas y regordetas que al sentir a esos dos extraños se detuvieron en el acto y quedaron mirándolos fijamente, como queriendo advertir algo. El cuerpo (lo que quedaba de él), se encontraba sentado con el rostro y los brazos sobre el escritorio; a simple vista se podía intuir que la muerte lo sorprendió en algún estado de meditación, probablemente tenía los codos apoyados en el escritorio y con las manos elevadas y entrecruzadas apoyaba su frente. Al fin el Dr. Johan Bramstock salió del estado de estupor, sacó un pañuelo de su bolsillo y cubriéndose nariz y boca sugirió en un tono más que autoritario que salieran de aquel lugar. ¿Cómo era posible que en casi un mes nadie se hubiera percatado? Era verdad que afuera de la cabaña se podía percibir un extraño olor, pero considerando la distancia entre el pueblo y la cabaña y las quebradas que estaban justo detrás de la pequeña construcción, cualquiera pudo haber dado por sentado que sería algún tipo de desecho o animal muerto. Una vez afuera, tras calmarse un poco, debían decidir los pasos a seguir.

 

-No esperaba encontrarme con tal escena –dijo Johan con el corazón acelerado, aun cubriéndose con el pañuelo.

 

-Créame joven que yo tampoco –respondió el superintendente con los ojos extremadamente abiertos. –No puedo creerlo, se había dado por hecho que el Dr. Nielsen había muerto en la carretera. Esto ha sido negligencia pura de los peritos –arguyó en un tono de severo reproche. –Venga doctor, debemos informar inmediatamente al Servicio Médico Legal. Tienen que llevarse esa cosa de la consulta médica lo más pronto posible.

 

 Instintivamente el Dr. Bramstock sacó su celular del bolsillo de su abrigo azul oscuro. Hizo una mueca de disgusto al notar que no había ni un ápice de señal. Intentó posicionando el teléfono en el aire, moviéndolo de un lado a otro, pero nada.

 

-Es inútil, doctor –dijo el superintendente al notar cómo Johan buscaba señal en vano. –A este pueblo no llega ninguna compañía de telefonía móvil. Con suerte llegaron un par de cables que tiraron para la conexión de telefonía fija, pero el costo es tan alto que sólo un par de personas en este pueblo pueden costearlo.

 

 “¿Que no hay señal?” se repitió a si mismo intentando digerir aquellas palabras. Subieron al automóvil color plata que brillaba bajo los fríos rayos del sol. Esta vez ninguno se puso el cinturón de seguridad, Ryan condujo como endemoniado hasta el centro del pueblo. El Dr. temblaba, no sabía si era por la escena nauseabunda de la que había sido testigo o por la forma de conducir de aquel hombre cuya panza parecía apenas caber en el asiento del chofer. Estacionaron frente a un pequeño local a poca distancia de la plaza. Las personas que transitaban por allí miraban con esa cara de intriga y desaprobación hacia cualquiera que no formara parte de su comunidad. Todo les molestaba de los foráneos, hicieran lo que hicieran, se comportaran como se comportaran, todo era reprochable. “¿Es por esto que nadie quiere venir a ser el médico 24/7?” Se preguntó observando que la mayoría de las personas habían detenido sus pasos para mirarlos. “¿Quiénes son y qué vienen a hacer aquí?” era probablemente lo que pensaban. Pero no tenían tiempo para jugar a las visitas, había un cadáver, o lo que quedaba de él, terminando de pudrirse en la consulta médica. Debían sacar eso de allí, la causa de muerte no le interesaba ni en lo más mínimo al hombre que se acomodaba el cinturón antes de ingresar, debía tener un médico trabajando en el lugar para cumplir con el programa del proyecto, de lo contrario podría costarle su puesto de trabajo. Había pasado demasiado tiempo, ya no podía aplazarlo más.

 

 El superintendente avanzó al que resultó ser el almacén del pueblo. Un letrero pintado a la vieja usanza advertía claramente el nombre: “Provisiones Monse”. Una sonrisa se esbozó en el rostro del joven médico. “Típico de un pueblo chico, o r i g i n a l i d a d”. Al abrir la puerta sonó una pequeña campanilla que daba aviso a los atendedores que tenían un cliente. Un joven de unos 20 años quedó un minuto de pie, dubitativo entre atender o no a aquellos extraños. Tras él salió un hombre mayor de unos 50 años con un delantal verde y camisa blanca con las mangas arriba. Frunció el ceño al ver a aquellos hombres.

 

-¿Les puedo ayudar en algo, señores? –preguntó con cautela.

 

-Señor Montt, déjeme presentarme, soy el superintendente de salud del distrito de Río Empedrado y sus provincias. Necesito hacer uso imperioso de su teléfono, es una emergencia.

 

-¿Eh? –el viejo señor Montt no lograba comprender. “¿Una emergencia? ¿Quiénes son estos hombres y qué hacen aquí?”

 

 El joven que lo asistía señaló tímidamente a una esquina del almacén. El sr. Meyer tomó el auricular y digitó el 911 ante la atenta y confundida mirada de los locatarios y del nuevo médico de Monse.

 

-Operadora, soy el superintendente Meyer, necesito comunicarme con el servicio médico legal de Río Empedrado, por favor –pasaron un par de minutos. – ¿Johnson? Necesito que envíes a alguien a Monse, hay… encontramos…-miró a los Montt que no le habían quitado ojo de encima. –Tenemos un 10-54 confirmado, necesitamos ambulancia, forense y peritos…. ¡¿hasta mañana?! ¡Pero si aún no son las 4!… Sí, lo sé, estoy al tanto… Bueno, qué se le va a hacer. Volveré con ustedes mañana, entonces. Nos veremos a las 12:00 en el SML. Ok, Johnson.

 

 Colgó el auricular, su semblante serio demostraba que no todo estaba bien. El hombre de delantal verde no había quedado ajeno a la conversación telefónica.

 

-¿Pasó algo, señor superintendente? –preguntó preso de la curiosidad el joven veinteañero bajo la mirada de reproche de su padre.

 

-Lo siento Sr. Montt –dijo al fin. –Temo haberlo inquietado con esta situación, debo contarle, ya que de todas formas se enterará mañana cuando lleguen los peritos –se detuvo a tomar aire, a la gente de ese lugar no le gustaban los intrusos. Tan sólo en pensar que vendría una horda de supuestos expertos en algo les molestaba hasta quitarles el sueño. –Se han encontrado los posibles restos del Dr. Nielsen. –los Montt se miraron consternados. -Sí, estamos igual de sorprendidos que ustedes –continuó. –Los peritajes anteriores al parecer fueron insuficientes. No tenemos mayores detalles.

 

-¿Dónde lo encontraron? –preguntó curioso el joven –su padre de dirigió otra mirada de desaprobación.

 

-En la consulta médica –respondió esta vez Johan –los tres hombres le dirigieron la mirada. Había pasado casi desapercibido.

 

-¡Ah! Permítanme presentarlo –se acercó el regordete hombre al médico, dando unas suaves palmadas en su hombro izquierdo para luego posarla definitivamente en él. –Es el nuevo médico de Monse, el Dr. Johannes Bramstock, ha decidido aceptar el puesto y desde hoy vivirá entre ustedes.

 

-¿Bramstock? –repitió para sí el viejo almacenero.

 

-Sólo díganme Johan, la verdad es que mi nombre no me gusta mucho –dijo estrechándole las manos a los dueños del lugar. Aquel nombre parecía llevar una marca distintiva aún más fuerte que su propio apellido.  

 

-Bueno, Dr. acompáñeme. Debido a la situación será imposible pernoctar en la consulta, al menos durante unas semanas. Debemos registrarlo en la posada. Hasta luego sr. Montt –dijo haciendo un ademán con su sombrero. –Joven Montt –repitió el gesto con el menor.

 

 Johan hizo una pequeña reverencia y giró tras sus pasos para salir a encontrarse con el superintendente. Aquel hombre se encontraba conversando con una señora de avanzada edad quien le sonreía cortésmente. Aquella situación le produjo una gran inquietud. ¿Qué no eran todos en aquel pueblo acérrimos enemigos de los forasteros? Se despidieron y la mujer continuó con su camino.

 

-Te agradará la señora Miller, muchacho. Es una de las pocas mujeres cuerdas en este lugar. Tiene sentido común y le hace más caso al médico que al cura. La vida la ha golpeado muy fuerte. Dicen que antes era una mujer terrible, pero luego de la pérdida de su única hija, no volvió a ser la misma. Parece que con los años cualquier cosa se puede superar, ¿no? –preguntó retóricamente, más como para convencerse a sí mismo que para instruir al nuevo médico.

 

-Señor superintendente, ¿puedo hacerle una pregunta? –hizo una pausa esperando su asentimiento. -¿Por qué parecía ud. conocer a los almaceneros, pero aquel hombre no sabía de usted? –esa duda lo estaba llamando. Luego de salir del almacén, mientras el Sr. Ryan conversaba con la Sra. Miller, buscó por todas partes si había algún indicio de los apellidos de los dueños y nada.

 

-¡Ah! Esa será una de sus primeras consultas, amigo. Es una historia trágica, como pocas en este pueblo. Unos 5 años atrás, se vio envuelto en un confuso accidente. En él perdieron la vida su esposa y su hija. Él se salvó casi de milagro y Niels, su hijo, sólo se salvó porque por razones desconocidas, no iba con ellos. Fue realmente terrible, cuando Walter despertó del coma 3 meses después, se descubrió que tenía un daño cerebral irreversible. Puede recordar perfectamente qué día es hoy, a los habitantes del pueblo, cuánto cuesta tal producto, todo normal, pero por alguna razón, cuando se trata de recordar personas que conoció ayer u hoy, es imposible. Mañana cuando se presente por acá nuevamente, volverá a tratarlo como si no lo hubiera visto. ¡Vamos! Debe registrarse en la posada.

 

 Caminaron calle arriba. Los adoquines se encontraban en mal estado, muchos se habían convertido en polvo, otros estaban partidos en varios pedacillos de piedra y los pocos que estaban intactos estaban sueltos. La gente los observaba fijamente haciendo que el médico se tensara. Siempre había tenido que adaptarse a las miradas de las demás personas. Estaba acostumbrado a ser escudriñado una y otra vez. Tenía aquellos recuerdos en el colegio, en la universidad, en la clínica donde hizo el internado; básicamente de cualquier lugar al que hubiese ido. En realidad, había razones para que las personas lo miraran al menos 3 veces para corroborar que lo que estaban viendo era real. A pesar de tener 27 años, tenía el cabello gris, un gris plata brillante que parecía reflejar los rayos del sol. Su palidez sólo podía ser superada por la luna llena y sus ojos que no alcanzaban a ser plomos tenían un suave tinte celeste que los hacían contrastar. Sus labios no eran rojos, ni intensos, más bien eran finos, simétricos, y pálidos. Era alto y de una contextura promedio. Pero los rasgos de su rostro ovalado eran tan suaves que aparentaba a duras penas unos 20 años. Cualquiera podría haberse atrevido a formular que tenía la apariencia de un lobo blanco o de un ángel. No tenía grandes músculos, pero sí lo suficientemente tonificados. Era más amante de la lectura y de actividades que lo enriquecieran intelectualmente que del deporte. Se había realizado diversos exámenes médicos para descubrir la causa de su extraño color de pelo, pero todos los resultados siempre salían normales. Los médicos llegaron a la conclusión de que era una mutación genética y que eso no le presentaría mayores problemas que la transferencia de aquel gen a sus descendientes.

 

 Llegaron a una casa al final de la calle, un letrero de madera de ulmo tallada pendía sobre sus cabezas. Apenas se podía leer: “La Guarida del…” la otra parte no estaba, parecía que se había caído con el tiempo. Meyer tocó la puerta y entró, le hizo un ademán a Johan para que lo siguiera, quien titubeante caminó tras él. Era una casa grande y maltratada por el tiempo. Había un pequeño mesón café descascarado con una campanilla. Un pequeño recibidor con dos sillones verde oscuro y una alfombra circular color vino sobre el piso de madera encerado. Una mesa de estar del mismo color que el mesón separaba ambos sillones. Una ancha escalera de ulmo relucía como en tiempos de gloria, estaba cubierta en el centro por una franja y angosta alfombra color verde a tono con los sillones, que cubría peldaño a peldaño, ciñéndose firmemente a su estructura. Se lograba divisar desde el recibidor un largo pasillo con barandal que daba la vuelta en el segundo piso. En el primero sólo había una puerta además de la de entrada. Y un oscuro pasillo al  lado izquierdo del mesón que daba hacia la cocina, el living-comedor, el fogón, la lavandería, la habitación de los dueños, el patio y una bodega. Desde el segundo piso se pudo escuchar la voz de una mujer “ya van” seguida de unos pasos que avanzaron por el corredor hasta llegar a la escalera y bajar peldaño a peldaño con premura. Asomó una mujer de unos 50 años con el cabello entrado en canas y arrugas en el contorno de los ojos y la comisura de los labios. Era rellena y tenía una expresión alegre.

 

-¿Oh, qué los trae por acá? –preguntó mientras limpiaba sus manos en el delantal que llevaba sobre su regazo.

 

-Sra. Volte –dijo Meyer. –Necesito que le alquile un cuarto a este joven.

 

 La mujer lo observó. Se encontraba detrás del superintendente con una expresión de confusión. Volvió la mirada al hombre regordete con interrogante.

 

-Es el nuevo médico del pueblo –le explicó. –La verdad es que se iba a hospedar en el consultorio médico, pero ha ocurrido algo espantoso –se detuvo meditativo. –De todas formas se va a enterar mañana cuando lleguen los forenses.

 

-¿Forenses? –se escuchó desde el fondo del pasillo.

 

 Venían dos hombres, uno de unos 50 años y un joven alto, ambos rubios, de unos ojos celestes brillantes. Eran muy parecidos, nadie podría negar que fuesen padre e hijo. La única diferencia que a simple vista se podía notar, era que el padre tenía esas características arrugas del paso del tiempo y las manos trabajadas. Pero algo en ese joven le llamaba poderosamente la atención. No lograba dilucidar qué era.

 

-Buenas tardes Mathew –le dijo el regordete superintendente. Estrechando su mano. – ha pasado un tiempo desde la última vez.

 

-¡Claro que ha pasado un tiempo! –exclamó el hombre que vestía un overol azul. Llevaba un paño blanco grasiento con el que intentaba en vano limpiarse las manos. –Desde que te saliste de este hoyo que nunca más viniste a saludar a los amigos – dijo sin que Johan lograra comprender si era en serio o en broma. ¿Acaso Ryan Meyer era oriundo de aquel pueblo?

 

-D’ah, Mat, siempre con tus bromas. Tú sabes que intenté hacer lo que mejor pude en este lugar, pero la gente es imposible –explicó subiendo su cinturón y tratando de acomodarlo en su abultada barriga.

 

-Aún lo recuerdo, Ryan. Cuando llegaste parecías un hombre lleno de vida y convicciones. Estabas completamente entusiasmado con la idea de levantar este lugar, de ayudar a sus habitantes. Pero al final, te fue consumiendo como todos los que vienen aquí. Menos mal que te nombraron superintendente a tiempo, si no, ¿quién sabe lo que habría sido de ti? –se lamentó con melancolía.

 

-No digas esas cosas, cariño –su esposa acariciaba su hombro.

 

-En fin, los años están afectando, Ryan- carcajeó, luego se puso serio. –Bien, ¿qué era lo que habías dicho sobre algo espantoso que ocurrió?

 

-Bueno Mat –carraspeó un poco. –Hoy nos topamos con la ejem, desagradable sorpresa… con una escena horrorosa, digna de una película del estilo de “El Coleccionista de Huesos” –hizo una pausa para observar la reacción de sus interlocutores. –Cuando llegamos a la consulta médica, encontramos lo que quedaba del cuerpo del que suponemos es el Dr. Nielsen –hizo otra pausa para dejar que pasaran sus exclamaciones de sorpresa. –Ya llamamos al SML, pero recién llegarán mañana, por eso hemos venido a que le alquiles un cuarto a este joven.

 

-Y este joven ¿es? –preguntó sin atar aún los cabos, mirando suspicazmente a aquel hombre de aspecto extraño.

 

-Es el nuevo médico del pueblo, cariño. Se suponía que se iba a quedar en la consulta médica, pero dado los acontecimientos…-la mujer hizo una pausa.

 

-¡Ah, ya veo! Por supuesto, para eso estamos. No estamos muy acostumbrados a tener huéspedes, en realidad, pero al fin y al cabo, de eso se trata el negocio. Ven Ryan, cerremos el trato con unas copas… como en los viejos tiempos.

 

-No, Mat, esta vez paso. Se está haciendo tarde y debo regresar a la ciudad. Tú sabes que no me gusta tomar el camino en medio de la oscuridad –se negó el superintendente.

 

-Es una lástima, si es así, entonces vete ya, que se hace tarde – miró al joven de cabello plateado y se aproximó a él – bueno, nuevo doctor, espero que esté al tanto de la locura que acaba de cometer. Nadie en su sano juicio decide venir a este pueblo, mucho menos a vivir –volvió a reír. -¿Dónde está su equipaje, doctor? No me diga que ha venido con lo puesto.

 

-Esta calle abajo, en el auto del superintendente –respondió cauteloso.

 

-Ah, en ese caso. ¡Liam! –llamó.

 

-¿Sí, padre? –respondió en joven de cabello rubio que ponía atención a las órdenes de su padre.

 

-Acompaña al doctor a buscar su equipaje y ayúdalo. Ya se está haciendo tarde, no es buena idea que salgan en una noche como esta.

 

 Aquel joven de ojos celestes dirigió una mirada escudriñadora sobre el médico (algo en él le daba mala espina) y avanzó hacia la puerta. Le hizo una seña al doctor quien salió detrás de él. Caminaron calle abajo con tranquilidad, sin cruzar palabra alguna. Iban a ser las 5 de la tarde, no faltaría mucho para el atardecer. Las calles se veían casi vacías. Esperaron frente al auto que el superintendente llegara. A duras penas lograba mantener el ritmo. Había sido demasiado trajín durante el día, estaba exhausto. Sacaron las maletas y el equipo médico y despidiéndose de aquel hombre de mejillas redondas, regresaron a la posada.

 

-Liam, lleva al doctor a su habitación, por favor. ¡Ah! Y Muéstrale la casa, cariño, para que no se pierda.

 

 Lo condujo a un cuarto grande y decorado como a principios del siglo XX. La cama de 2 plazas ocupaba el centro de la pared del lado derecho, sobre ella dos lámparas con forma de candelabro. Frente a la cama, apegados a la pared había una cómoda con espejo de medio cuerpo y en la esquina a la derecha había un armario grande y pesado, aparentemente de ulmo. Una puerta en la esquina izquierda conducía al baño privado. Al igual que la habitación, estaba muy bien decorado. La tina estaba en la mitad del baño, era grande y tenía dos llaves prominentes. Era más de lo que esperaba, estaba acostumbrado a dormir en habitaciones pequeñas, con lo justo y lo necesario.

 

-Bueno doctor, lo dejo para que descanse. La cena se sirve a las 18:30 hrs. Espero que su estadía sea grata –dijo secamente y cerró la puerta. No sabía por qué, pero ese joven le producía una extraña sensación. Sabía que no era por el simple hecho de ser forastero, tampoco creía que fuera por su apariencia. Simplemente tenía un presentimiento, por lo que le dio la habitación contigua a la suya, por si acaso.

 

 Johan había desempacado sus pertenencias y las había guardado. Tenía ganas de tomar un baño, pero no estaba seguro de cómo regular esa antigua bañera. Pensó que sería mejor hacerlo después de la cena. Se sentó en la cama, era blanda y suave, estaba exhausto, el día no era precisamente como lo había imaginado. Si bien estaba seguro de que en un pueblo como ese no tendría una bienvenida con los brazos abiertos, nunca imaginó que vería una escena como esa.

 

 Cuando abrió los ojos estaba totalmente oscuro, no se había dado cuenta de que se hubiera quedado dormido. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo distinguir una silueta frente a él. Ante la impresión sintió que el corazón se le saldría por la boca, sus manos y pies se pusieron helados y la cabeza le daba vueltas. Sus latidos eran tan intensos que podía escucharlos dentro de sus tímpanos. Intentó articular alguna palabra. ¿Sería Liam? ¿Sería el señor o la señora Volte? No, si fuera alguno de ellos le habrían hablado o habrían encendido la luz. Estaba paralizado, su respiración era demasiado agitada como para normalizarla. Sólo podía ver cómo la sombra se acercaba… ¿es el doctor Nielsen?

 

-¡Doctor! – un grito lo despertó. Liam se encontraba sentado en la cama, frente a él y se había acercado lo suficiente a su rostro como para percibir el amaderado aroma que emanaba de su cuello. Lo sostenía de los hombros y ante la impresión, Johan lanzó como un gemido, una especie de grito ahogado. El joven rubio se levantó raudo y caminó a la puerta.

 

-Parecía tener una pesadilla, por eso intenté despertarlo, pero tiene el sueño muy pesado doctor. De todas maneras vine a avisarle que la cena está servida, no espere que lo venga a buscar la próxima vez –dijo con molestia y cerró la puerta con fuerza.

 

 Aún no oscurecía del todo, instintivamente miró a su alrededor. El pulso aún estaba alterado. ¿Qué había sido ese sueño tan extraño? La presión de un día tan espantoso estaba canalizándose a través de su subconsciente. Y luego estaba él, ¿qué demonios estaba haciendo? No pudo evitar recordar olfativamente su aroma, por alguna razón le había llamado la atención. Concluyó que lo mejor era bajar de una vez, debía pasar el estrés de esa pesadilla. Sólo esperaba no haber gritado mientras soñaba, esperaba que Liam no lo hubiera escuchado gritar.

 

 En el living-comedor había risas y un aroma que abría el apetito. La familia estaba sentada frente a la chimenea y, aunque estaba un poco incómodo por ser un extraño que invadía su privacidad, se sentó en el sitial frente a Liam. Los señores Volt parecían una pareja amorosa, el ambiente que reinaba era armonioso y cálido. La chimenea ardía con fuerza y sobre ella había un retrato. Una familia compuesta por cuatro personas. Pudo distinguir que eran los señores Volt unos 20 años atrás. Y dos pequeños niños a su lado, un chiquillo de unos 4 años y una pequeña bebé. Infirió que aquel joven de veintitantos debía ser el niño del retrato, pero ¿qué era de la pequeña beba? De repente una pregunta lo sacó de su análisis.

 

-Que aún no nos ha dicho su nombre, doctor – advirtió el posadero ante la mirada interrogante del joven de cabello plateado.

 

-Hum, sí, es verdad. Lo siento mucho, ha sido muy descortés de mi parte –se puso de pie y tras una leve reverencia – Soy Johannes Bramstock, pero prefiero que me digan sólo Johan. Médico de la Universidad Nacional, estoy a su entera disposición.

 

 Liam, casi por intuición, miró a su padre quien se había quedado helado, esa mirada de sorpresa le llamó notoriamente la atención. ¿Por qué reaccionaba así al nombre de aquel sospechoso médico? Mathew tardó unos segundos en recomponerse. Estrechó la mano de aquel joven con su habitual sonrisa, pero durante la cena estuvo más callado de lo normal.

Notas finales:

Nota: 10:54 significa posible cadáver, fue la más parecida que encontré a lo que Ryan quería avisar

Espero que les haya gustado en cap. Agradeceré sus comentarios, hasta el siguiente!! :)


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