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El país de las maravillas por -Raiden-

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Notas del capitulo:

 

"Mi país de las maravillas devastado...Mi mente está destrozada..."

 

 

Capitulo 2 Migajas en el camino de vuelta a la locura…

 

Ya no había razón para escuchar lo que sucedía detrás de la puerta de aquel consultorio improvisado, donde el doctor atendía a todos los niños en ese horrendo orfanato.

 

Ah… si… el orfanato Grand Line para jóvenes descarriados propiedad del Dr. Akainu Sakazuki… su doctor...

 

Las paredes de ese lugar eran de todas las tonalidades de grises posibles, con ese papel tapiz desgastado de flores y los uniformes de los pobres niños del mismo tono que la maltrecha vivienda… gris… parecía que se confundían con las paredes para desaparecer por completo, olvidados entre las sombras.

 

Los niños y niñas dormían en diferentes cuartos, solo diferenciados por unos papeles pegados en las paredes de estos, escritos con la caligrafía de algunos de los críos:

 

Cuarto de los niños / Cuarto de las niñas

 

Ambos cuartos con filas de literas para que los niños durmieran, si es que podían. Los cuartos apenas con alguno que otro mueble para poder guardar la maltrecha y desgastada ropa que usaban a diario.

 

Algunos juguetes desperdigados por el suelo de estos; por lo regular rotos, incompletos o tan viejos que con cualquier movimiento brusco se rompían. Caballitos de madera sin cabeza cumplían la función de mecedoras, muñecas sin ropa y con partes faltantes; piernas, brazos, cabeza… Naipes por todo el suelo, incompletos y desgatados que apenas se veían sus figuras.

 

Pero lo que más destacaba eran los dibujos en las paredes.

 

Hojas amarillentas que contaban los relatos que Luffy alguna vez les dijo a los niños del orfanato, sobre sus aventuras en altamar y como vencía a los malos. Los extraños dibujos de seres monstruosos eran los frutos de esas historias, parte de la mente del pelinegro.

 

Algunos cuatros adornaban las paredes pero igual de vacios y sin sentido como ese lugar, llenos de polvo y mostrando personas que no conocían, o paisajes que no recordaban, todo esto alumbrado por las aceitosas llamas de los lámparas en las paredes, que eran tenues y dando un aspecto más demacrado al lugar.

 

Sin duda mas una casa donde el pasado se quedaba inalterable recibiendo a la escoria de la sociedad.

 

Pero los niños que la habitaban eran aun más extraños. Colgando de sus cuellos había unas placas con un número donde este iba del uno al trece, algunos parecían ocultarlo, otros más lo portaban con orgullo. Aquellos críos no pasaban de los diez años a excepción de Luffy que tenía ya cumplidos los dieciséis, poco faltaba para que lo dejaran reclamar las pocas cosas que le dejaron sus padres.

 

Harto de ver a los críos jugar y hablar de cosas que el moreno no entendía, se alejaba de ellos escuchando las conversaciones, hasta que uno de los niños se acerco a él y le pregunto:

 

-¿En Impel Down, te apretaron los tornillos sueltos? y sin llorar ¿Verdad? – la voz del niño era inocente y aguda.

-No vuelvas a repetir eso imbécil… - le contesto enojado el pelinegro para seguir su camino.

 

Ese tipo que preguntas era lo que le molestaban, tratándolo como a un enfermo mental que se había curado milagrosamente, pero sin saber realmente lo que paso cuando estuvo en esa institución mental llamada Impel Down.

 

Caminaba confundido, como olvidando donde estaba pues fue a dar al cuarto de las niñas, viendo a una de ellas en el suelo sentada, dibujando un horrendo monstruo en esas amarillentas hojas y con un carbón en su mano, manchando sus dedos del tizne oscuro sin importarle mucho.

 

-¿El doctor te ha curado o sigues estando loco? – le pregunto la niña sin dejar de dibujar su horrenda creación salida de su imaginación.

-He superado una cura… Creo una enfermedad terminal… - respondió confundido y sin inconsistencia, parecía haber olvidado la sesión de pesadilla que hace poco experimento.

 

Salió del cuarto de las niñas que a comparación del de los niños estaba más ordenado. Estaba confundido, incluso se mareo un poco cuando salió al pasillo y respiraba pesadamente, algo no andaba bien no se sentía con ganas de nada.

 

-Te has vuelto a cargar a la familia. ¿Eh? ¿Has fastidiado el rescate? – otro crio más se acercaba a él viendo su estado y preguntando curioso.

-Murieron en un incendio yo me salve… ¡Maldito Mingo! – contesto Luffy melancólico al principio pero tornándose molesto mirando al niño rubio.

-La cabeza no te funciona, no hay duda estás chiflado. – le respondió alzando los hombros el molesto crio rubio entrando al cuarto de las niñas.

 

Odiaba que le molestasen con preguntas estúpidas que no entendía o no quería responder, pues eso en el orfanato era el pan de cada día, sin exceptuar las visitas diarias con el doctor que los trataba y cuidaba en el orfanato.

 

Bajo las escaleras de forma molesta y arrastrando los pies, pues los cuartos y el consultorio estaban en el segundo piso de esa maltrecha casa, se agarraba del barandal para no caer, pues las zapatillas que traía no eran muy cómodas que digamos, junto con el pantalón de vestir gris oscuro una camisa de manga larga de color arena, odiaba estar vestido así pero no había nada mas de su talla.

La mayoría de la ropa era donada o sacada de la basura con la excusa de que aun servía, y muy raras veces encontraba algo de su talla.

 

Ya más calmado el moreno camino por otro largo pasillo pasando junto a dos críos que estaban junto a una puerta escuchando unos extraños gemidos provenir de esta. Los niños que tenían sus pequeños oídos pegados a la madera para tratar de entender que pasaba con su amigo que estaba dentro, miraron a Luffy pasar de largo no sin antes murmurar entre ellos.

 

-Diez años en el manicomio… - susurro a su amigo señalando al pelinegro.

-No Paulie, no tiene parientes es huérfano… - contesto su amigo para regresar a su labor de escuchar que pasaba tras la puerta.

 

Otra cosa a la que estaba acostumbrado Luffy era que los críos hablaran a sus espaldas, buenas o malas no le importaba mucho, solo eran unos niños que no sabían de lo que hablaban y repetían lo que oían tras las puertas.

 

Al fin el moreno llego a su cuarto, que anteriormente era la bodega de suministros alimenticios, un lugar oculto de la vista de los curiosos al lado de la cocina que era su segundo lugar favorito después de su… “País de las maravillas”.

 

Entro sin dificultad alguna pues la carencia de una puerta hacia más cómodo el acceso a este. Miro su entorno, su cama sus dibujos y sonrío al ver una fotografía de su familia que le había llegado por correo. Ningún mensaje ni dirección de su remitente fue lo sorprendió al pelinegro, pues quería agradecer a quien se lo había enviado.

 

Miro la foto por largo tiempo…

 

Contemplaba a su padre un hombre alto de cabello oscuro pero algo largo, con un curioso bigote y una sonrisa contagiosa, su porte elegante con su traje y cuello alto de la época. Al lado de él estaba su madre, una hermosa mujer de cabello rubio hasta la espalda y ondulado, unas hermosas pecas debajo de sus marrones ojos y con un vestido marcando su silueta: Ambos padres sostenían los hombros de sus dos queridos hijos. Su hermano mayor siendo un niño de doce años detrás de él sonriendo como su padre, teniendo las mismas pecas que su madre y con el uniforme del colegio. Mientras que él con escasos seis años, sonriendo alegre y con esa cicatriz debajo de su ojo izquierdo, con ese eterno sombrero de paja regalo de su padre y el reno de peluche regalo de madre en brazos vistiendo también ropas del colegio.

 

Esa foto era el único recuerdo que le quedaba de su familia y sentía una extraña melancolía.

 

Molesto por su actitud débil, sacudió su cabeza y tomo su sombrero de paja que había guardado en una caja debajo de su cama.

 

Un poco polvoriento, lo limpio con ternura y se lo puso como antaño, le fascinaba ese sombrero de paja con la cintilla roja en este, tal vez había olvidado parte de su pasado pero esas pequeñas cosas le daba un poco de sentido a su miserable existencia.

 

Con esa enorme esperanza naciendo en su pecho salió directo a la cocina para saciar el apetito que ahora lo invadía, tenía que comer algo para calmar a su estomago que ya gruñía por comida.

 

Busco por la vieja cocina llena de trastos pero no lograba ver al cocinero de la casa, un joven rubio el cual había entablado una cálida amistad ajena a la de los críos que solo lo molestaban con frases o cosas que no entendía.

 

-Sanji no está… - murmuro triste para salir de ahí.

 

Kuroashi Sanji el joven cocinero que prestaba sus servicios en el orfanato de forma “altruista” sin dejar de recibir la bien merecida paga por sus servicios, era el encargado de alimentar a los jóvenes que no tenían padres ni un futuro en ese lugar.

 

Decaído por no encontrarlo en la cocina, volvió a caminar para salir de ahí, sin embargo algo no andaba bien, escucho unos extraños jadeos provenir del comedor que esta estaba detrás de una metálica puerta desgastada y oxidada, que siempre hacia ese chirriante sonido cuando se abría o cerraba.

 

Inquieto por los extraños sonidos que provenían del comedor que ahora tendría que estar vacio, camino con cautela, tenía que investigar quienes eran y que hacía.

 

Lentamente se acerco al filo del marco de la puerta, por donde podía verse parcialmente parte del comedor sin necesidad de abrirla totalmente. Afinaba su vista entrecerrando sus ojos y sosteniendo el intento de puerta, para no alertar a los intrusos de la habitación.

La escasa luz del lugar no permitía ver bien que sucedía pero un fuerte golpe fue lo que puso en alerta al moreno que alcanzaba a distinguir una persona siendo sometida por otra.

 

-No te muevas tanto o no lo disfrutaras. – dijo molesta una voz, casi en un gruñido.

-No, amm… aquí no… por favor… - respondió la otra casi jadeando.

 

Conocía esa voz, sin duda alguna la conocía perfectamente.

 

Era la voz de Sanji la que jadeaba, y parecía disfrutarlo a pesar de que su agresor ponía su cara contra la mesa, apresando su rubio cabello de forma ruda sin dejarle levantarse ni moverse con libertad.

 

Jadeaba desesperado, con un rubor en sus pálidas mejillas y los ojos inundados de hermosas lagrimas amenazando con salir de sus cristalinas lagunas azules. Su saliva salía por la comisura de sus labios cayendo a la desgastara madera donde estaba siendo sometido cruelmente y sus manos estaban apoyadas a los lados, rasguñándola inconscientemente.

Tenía la ropa desaliñada, su camisa abierta pero aun con la elegante corbata negra atada a su cuello, y el pantalón estaba hasta sus tobillos mientras su cuerpo sufría fuertes embestidas por parte de su agresor.

 

Luffy no sabía cómo reaccionar, tapo su boca con algo de repulsión por el indecoroso acto, la brutalidad con que trataban su cuerpo y este no se oponía, al contrario parecía disfrutarlo de una manera insana. Nunca imagino algo así de su rubio amigo, y contemplaba como lo azotaba contra la mesa una y otra vez sin dejar de penetrarlo.

 

Trato de ver al infeliz que le trataba como si fuera un objeto, pero no podía distinguirlo bien, la oscuridad le envolvía, y la escasa luz apenas dejaba ver al cocinero. Pero lo que si escuchaba era el tintineo de algo chocando, algo metálico al momento de las brutales envestidas que le daba a su amigo, un sonido parecido al de unas campanillas.

 

No tenía sentido al menos para el moreno, siempre veía a Sanji hablar sobre las hermosas mujeres, cuan bellas eran, y todo lo que ellas representaban sin dejar de coquetearles intensamente, y ahora lo veía en un estado totalmente opuesto siendo sometido por un total extraño.

 

Negó con la cabeza, había tenido suficiente con ver esa patética imagen de su amigo, así que se alejo con pasos cautelosos, no era tan estúpido como dejarse notar y más en semejante situación.

 

Abandono la cocina y bajo su sombrero de paja ocultando su mirada, no entendía que pasaba a su alrededor y francamente no quería saberlo, si eso le causaba más dolor del que ya cargaba.

 

Decidido a ir por las dichosas “píldoras” se encaminaba a la entrada principal del orfanato y salir de una maldita vez.

 

Había tenido suficiente con el maldito doctor, las preguntas de los críos y la escena de su amigo siendo… No importa.

 

Pasaba por la gran estancia donde dos niños jugaban junto a la chimenea sin importarles que esta estuviera encendida o apagada, no parecía importarles en lo más mínimo. Arriba de esta había un cuadro donde salía el doctor con sus pacientes, un retrato donde capturaba la seguridad del médico. Exigente con su vestimenta y de comportamiento calmado. Recela de la belleza clásica y seguramente dio instrucciones al artista sobre cómo dibujar su nariz… Petulante…

 

-El favorito… - la voz de uno de los críos se escucho perfectamente cuando salía y este que tenía un muñeca rota y sin cabeza.

-Demasiado bueno para el manicomio… Esta como una cabra pero sin su encanto… Mato a su familia. – le respondía el otro niño con recelo, viéndolo con enojo volviendo a jugar con el carrito de madera que tenia.

-¿Quién lo querría? – pregunto nuevamente el niño que tenia la muñeca para ver como se alegaba el joven del sombrero de paja.

 

Esos comentarios y palabrerías, las pasaba de largo como todo aquello que no valía la pena recordar, ni prestarle atención. No era cobardía, era una cuestión de orgullo algo machista pero orgullo propio a fin de cuentas.

 

Por fin salió de ese horrendo lugar, y la luz del sol no lastimo sus oscuros ojos pero las grisáceas nubes amenazaban con soltar una tremenda tormenta, debía darse prisa si quería llegar antes de que cerraran.

 

-Otro día… Otro sueño quizás… - dijo para empezar a caminar por la empedrada calle.

 

Caminaba calmadamente, viendo el paisaje que no era muy alentador, pero era un buen distractor, viendo los carteles de un burdel, las palomas volar de aquí para allá, y el viejo loco que tocaba música en su desgastado violín con suma destreza y coordinación.

 

Pero los malditos críos que vivían en el orfanato también jugaban afuera, sin importarles nada, pues nadie les vigilaba todo el tiempo solo a la hora de las sesiones, y en la noche para pasar revisión y que todos estuvieran dentro una vez que cerraban del orfanato.

 

-¿Alguna vez trabaja? – pregunto uno de ellos al verle caminar hacia la calle principal.

-¿Dónde está su placa? – pregunto otro. – ¿O es muy bueno para tener compañía?

-Ni se acercan, Odia que lo toquen. – respondió su amigo para ver como el moreno se distraía con las moteadas palomas.

-¿Y quién querría tocarlo? -  volvió a preguntar el niño que lo había visto.

-¿Nunca lo has abofeteado? Unos azotes como mucho. – respondió un tercero que veía al joven del sombrero de paja alejarse.

 

Otra vez esos comentarios y preguntas sin sentido que daban un doble sentido de algo en particular pero sin decirlo con claridad.

 

Embelesado por la fauna urbana el moreno vio un hermoso gato blanco correr hacia el mercado “Orange”, un lugar donde se podía encontrar de todo, respecto a la cocina tradicional claro está y no tardo en divisar aquel puesto donde vendían la más exquisita carne de res, cerdo, pollo o cualquier animal comestible por el hombre.

 

Corrió al puesto para ver como fileteaban esta con la afilada hoja del cuchillo, imaginándose el sabor, la textura, lo jugoso que sería probarla. Sus ojoa parecían dos hermosas estrellas brillando y aquel carnicero habla con uno de los clientes respecto a las nuevas obras del tren que estaban realizando muy cerca de ahí.

 

-El ruido es ensordecedor. – dijo el carnicero para seguir cortando la carne que estaba frente a el.

-Es excesivo… - respondió el cliente para taparse uno de sus oídos.

-Excesivo es una exageración Kaku, estará un berry más caro si sigues así. – reto el carnicero.

-Estarás de coña. Ya no puedo permitirme llevar un queso a la mesa, a veces me pregunto de donde será el próximo queso que comprara mi mujer… estoy harto de los quesos que mi mujer trae a casa. – lo clientes y el dinero escaseaba en esos días de verano.

-¿Cómo incluso el cheddar? -  el carnicero no creía que nadie hablara así de la comida y menos un cliente.

-Sobre todo el maldito cheddar. Lo veo ahí todo amarillo y cremoso, con ese ligero sabor a frutos secos. Y sabes que Morgan  me gusta, me gusta… pero siempre está fuera de mi alcance… - aquellas palabras salidas de la boca de ese extraño cliente con cabello cano, le recordaron algo a Luffy.

O más bien a alguien, a un rubio cocinero que siempre olía a deliciosa comida casera. Sacudió su cabeza para no pensar otra vez en la extraña escena que vio, en el comedor.

 

Con molestia se aparto de su amada carne para seguir su camino y volvió a ver al hermoso gato blanco.

 

-Miauu. – maulló el felino.

-Hola gatito shishishi no temas. – sonrío el moreno para cogerlo en brazos pero este alcanzo a huir por un callejón.

 

Temeroso de perder de vista al tierno gato, corrió tras él pero algo mas llamo su atención.

 

Un par de policías estaban cerrando el paso de los ojos curiosos, pues uno de ellos golpeaba a un joven de cabello castaño y con una equis en su pecho que dejaba ver la camisa que ahora estaba abierta. Las marcas de los golpes que le propiciaba el bastardo que servía a la justicia, no eran suficientes hasta hacerlo sangrar profusamente.

 

Molesto por la injusticia de ese acto corrió hasta donde estaba la brutal golpiza pero…

 

-Lárgate de aquí Luffy… o puedo arrestarte solo por estar chiflado. – advirtió aquel policía de cabello plateado con dos puros en su boca, que no dejaba pasar a nadie.

 

Mostrando los dientes el moreno se alejo del lugar, no sin antes dedicarle una mirada fulminante a los policías que hacían justicia por su propia mano.

 

Camino por el callejón donde se había metido el felino, buscándolo con la mirada y escuchando los jadeos que salían de uno de los edificios que parecían ser los de una persona pidiendo auxilio, pero estos cesaban con forme pasaba entre las pequeñas calles.

 

Por fin encontró al gatito color blanco y lo vio en otra calle principal, una famosa por prestar servicios de carácter sexual, el famoso prostíbulo “Loguetown”, el lugar donde todo comenzaba de forma esporádica y terminaba del mismo modo. Fuera de la vista a los ojos de la ley, y siempre con clientes exigiendo mejores esclavas sexuales.

 

Horrorizado con la poco decencia de aquellas mujerzuelas, mostrando sus demacrados pero delgados cuerpos, con escasas ropas y fumando o tomando para olvidar sus encuentros que duraban menos de diez minutos.

 

Dentro de esa pocilga maloliente, los gemidos de las prostitutas sonaban hasta la calle, y a nadie parecía molestarle en lo más mínimo, había incluso algunos pervertidos mirando por las ventanas pajeándose con el espectáculo, machando las ventanas con su blanquecina esencia.

 

Cerdos despreciables...

 

Luffy sentía asco cuando sin querer paso muy cerca de esas ventanas al intentar alejarse de aquellos seres perversos llevados por el vicio de la lujuria.

Una mano ensangrentada fue lo primero que vio, para dejar ver a un joven cabello rubio y ondulado hasta la espada, desnudo, soltando sus lágrimas y siendo brutalmente golpeado por un joven de extraños colmillos saliendo por su boca. Lo golpeo un par de veces más para después penetrarlo con violencia.

Los gritos de aquel chico hicieron que el moreno cerrara los ojos fuertemente, estaba presenciando una violación.

 

-¿Quieres un trabajo de verdad? Nada de cambiar pañales, es mejor que ser pasto de los huérfanos. – una mano se posaba en su hombro de Luffy para ver a un hombre de cabello azul marino y un elegante traje hablarle arrogante. –Nmaa  Harás feliz a alguien… Salva al mundo… diez minutos cada vez. -  termino de comérselo con la mirada y pasar su mano por su espalda hasta tocarle el trasero.

 

Aparto la mano de su delgado cuerpo para pisarle con fuerza el pie y emprender la huida de ese asqueroso lugar.

 

El hombre pego un ligero gruñido y trato de alcanzarlo pero el joven se había perdido entre los callejones de la zona “muerta” de la cuidad.

 

Había corrido con suerte esta vez el moreno y respiraba agitado, agarrando su sombrero de paja y deslizándolo hasta dejarlo colgando de su cuello gracias a la cuerda que le sujetaba.

Esperando que no lo encontraran, vio otra vez al hermoso felino blanco.

 

-Shishishi ¡Te encontré! – grito feliz para seguirlo hasta un oscuro y solitario callejón.

 

El gato se había desvanecido de su vista cuando giro por una esquina, todo a su alrededor se oscurecía y no había una sola alma en ese lugar. Avanzo con cautela, mirando a su alrededor esperando no encontrarse con algún un imbécil o criatura pero, la suerte no estaba de su lado.

 

Miraba la vacía calle, cuando un extraño sonido detrás de él paralizo su cuerpo, erizo su piel y lentamente se giro sobre si mismo, esperaba que fuera aquel hombre del prostíbulo pero se asusto cuando vio a esa horrenda criatura.

 

Un hombre con la cabeza de un horrendo conejo, se acercaba a él, babeante mostrando esos dos dientes amarillentos y afilados listos para morderlo, desgarrarlo y triturarlo. Camino hacia atrás pero se topo con alguien, otro de esos horribles seres, mitad humano, mitad animal.

Y empezaron a salir de la nada para acorralarlo y alzando las manos, queriendo tocar su  morena piel, ya empezaba a hiperventilar cuando una mano le tomo por el hombro…

 

-Oh… ¡Por mi celebre ligero, Monkey D. Luffy! ¿Otra vez por los barios bajos? – pregunto asombrada aquella voz.

-¡Nami! ¡Qué suerte! ¡Dos veces en unos meses! – grito emocionado para abrazarla fuertemente y ella le regresaba el saludo de igual forma pero con otras intenciones en mente.

-¿Has salido solo? Pareces agotado. ¿Te encuentras bien? -  la chica empezó a bombardeaba con preguntas muy especificas, soltándose del abrazo y algo ansiosa moviendo sus manos.

-En realidad no…  - contesto triste el moreno para bajar la vista.

-Ven a mi casa, te enseñare mis arboles de mandarinas, son hermosos como tú.

-Mejor no… La última vez perdí varios berrys y no conseguí carne… - aseguro Luffy de forma un poco molesta pues lo había engañado con tal de que le diera dinero.

-Puede que recuerde donde quedo tu reno Chopper. – comento Nami como la que no quiere la cosa, y ver si podía engatusar al moreno.

 

Una sonrisa se dibujo en su rostro cuando menciono aquel amado peluche y cayó en el agujero del conejo.

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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