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No es un final, es un inicio por rina_jaganshi

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No querían apresurar las cosas pero las hormonas seguían haciendo de las suyas en el cuerpo del egipcio y, como si no fuera suficiente, Yugi, al saberse la causa de la excitación, comenzó a sentir su propia sexualidad brotar de la nada. Ni cuando se enamoró de su amiga había tenido ese tipo de deseos. Quería ser tocado y besado por el de ojos carmesí, quería escucharle decir su nombre con esa profunda y varonil voz. Sólo de imaginar se revolvía ansioso. Sin embargo, pese a que acordaron comenzar a salir como pareja. No parecían avanzar ¡ni siquiera se habían dado su primer beso!


Eso era lo primero que querían experimentar, aquel esperado contacto crearía los límites en su relación. No obstante, siempre que estaban a punto de juntar sus labios, alguien o algo los interrumpía. Llevaban días intentándolo. Trataron de hacerlo en la escuela, fueron a la azotea con el propósito de que nadie apareciera pero ¡oh sorpresa! Sus tres amigos estaban ahí. Había pasado una semana desde la confrontación, ahora parecían no estar tan molestos, se limitaban a tratar al faraón como uno más. El menor tuvo que charlar seriamente con ellos para explicarles, un poco, de los sentimientos que tenían el uno por el otro. A los amigos no les quedó de otra que resignarse, aún así, aparecían en los momentos menos indicados.  


En fin, cada vez que ideaban algo se veía frustrado por terceros, incluso, Atem decidió no hacer nada elaborado, simplemente tomaría al pequeño, lo acercaría a él y depositaría el ansiado beso. Ese era su “no plan”. Yugi llevó su mano derecha para acariciar su frente, le dolía de sólo recordar. El egipcio no le mencionó nada, se puso delante de él, con decisión lo rodeó por la cintura y en un solo movimiento pretendió robar el beso. Obviamente, las cosas no salieron según su “no plan” pues al tomar desprevenido al más chico lo único que provocó fue que diera un brinco e irremediablemente sus frentes se estrellaron, causándoles una diminuta mancha roja y un ligero dolor de cabeza.


El día de hoy se darían otra oportunidad. El de ojos violetas esperaba impaciente en su cuarto. Habían pasado dos horas desde que se despidieron del abuelo para irse cada quien a su respectiva habitación. Miró el reloj despertador de su escritorio para asegurarse de que era medianoche. En su puerta sonaron dos ligeros golpes. Dio un cómico salto en su lugar, enseguida, se puso en pie. Antes de permitirle entrar se arregló la camisa de su pijama, asimismo, se peinó un poco el cabello, sonrojándose de inmediato por sus acciones. Otros dos golpes sonaron haciéndole consciente de que ya se había demorado.


Abrió la puerta sólo para dejar pasar al egipcio e inmediatamente después la cerró. Despacio volvió hasta su cama, donde tomó asiento. Esperó a que el otro le imitara. Se estremeció al notar la cercanía entre ellos, estaba demasiado nervioso. Además, ¿era su imaginación o hacía frio? Desorientado buscó por el cuarto el lugar donde se ubicaba la ventana, al verla abierta, sonrió. Por eso tenía frio. Se encaminó a cerrarla. Aplicó fuerza pues parecía estar atorada, nada pasó. Frunció el ceño. Podía sentir la mirada del más alto, así que, humillado giró lo suficiente para encontrarse con esos ojos escarlata.    


—Atem —su voz sonó extrañamente suave— ¿me ayudas? —el rubor en sus mejillas le hicieron irresistible. Dio un paso a la derecha para permitir al faraón ocupar su puesto. El espacio entre ellos era mínimo. Ahora el pequeño no estaba muy seguro de si quería o no que su única ventilación fuera bloqueada, sentía un calor intenso subir desde la boca de su estomago hasta su rostro, al punto de hacerlo enrojecer. Se quedaron estáticos.


Ante la diferencia de estatura, Yugi tenía que alzar la mirada para encontrarse con los hermosos ojos carmesí, los cuales le examinaban cautelosos, casi esperando una señal para actuar. El más joven cerró los ojos al mismo tiempo en que se inclinó ligeramente, podía sentir el cálido aliento del otro, estaban a punto de rosarse cuando de pronto un estruendo seguido de un quejido le obligó a regresar a la realidad.


Al distraerse con el bello rostro de su compañero, el egipcio olvidó el motivo por el cual se levantó. Su falta de atención ocasionó que la ventana se cerrara sobre sus dedos. Suprimió su voz en un intento por no despertar al abuelo Mutou.


—¡Wa! —El más chico no lo pudo evitar y chilló asustado—: ¿Estás bien? —cuestionó tomando las manos lastimadas entre las propias, enseguida, comenzó a frotarlas insistentemente como si esa acción pudiera hacer desaparecer el dolor del otro.


—No es nada —mintió.


—Ven —de inmediato pero en silencio, Yugi guió al egipcio fuera de su cuarto y escaleras abajo, una vez ahí lo dejó sobre el sillón. Tardó unos segundos en ir y regresar de la cocina para conseguir un recipiente lleno de hielo. Metió sus propias manos sin soltar las ajenas para empezar a masajearlas dentro del frío, esperaba que con eso evitaran algún tipo de hinchazón.   


Ambos se encontraban decepcionados, simplemente no entendían porqué ocurrían esas cosas cada vez que estaban a centímetros de alcanzar su meta. La situación se tornaba insoportable.


—Gracias Aibou —el pequeño sintió una corriente eléctrica recorrer su espina dorsal. El más alto notó el sutil brinco—: ¿qué sucede?


—Hace mucho que no me decías así.


—¿Es desagradable para ti? —el menor negó fervientemente.


—Por el contrario —sin despegar la vista de su faena, continúo—: es una palabra que únicamente usas para mí, me hace creer que soy especial… —con cariño, el faraón detuvo las caricias en sus manos para poder tomar con ellas el rostro del otro, quien se estremeció al apreciar el frío contacto.


—No sólo eres especial, eres la razón por la que mi existencia tiene sentido —depositó un corto beso sobre la frente del más chico—: me levanto todos los días ansioso de ver estos ojos —ahora fueron dos besos, uno en cada parpado— jamás dudes de lo importante que eres para mí, Aibou… —ladeó sutilmente su cabeza para tener acceso a sus tersos labios, aquellos que anhelaba desde hace tanto.


Era un simple roce, sin embargo, nada de lo que habían imaginado podía compararse con la sensación de felicidad que tenían. Después de tantos esfuerzos fallidos resultaba relajante poder consumar la acción. Duró escasos segundos, al separarse se quedaron absortos en la mirada contraria, el menor no pudo evitar sonreír y sonrojarse, intentó desviar la vista al sentir su corazón latir velozmente pero el antiguo espíritu no se lo permitió, aún mantenía las manos sosteniendo sus mejillas, por lo que aprovechó para volver a juntar sus labios.  


Cortos besos, uno, dos, tres, cuatro, en el quinto las manos del pequeño se abrazaron al cuello del más alto, seis, siete, en el octavo se aventuraron a separar un poco los labios con el afán de conseguir más contacto, nueve, diez, once, doce, trece, en el catorce sus lenguas se rozan torpemente, ninguno sabe con exactitud qué hacer, por ello, ante la inexperiencia y desesperación por tener más sucede lo inevitable.


— ¡Auch! —el más chico se separó ante el dolor en su labio inferior.


— ¡Yugi, lo siento! —en un descuido le había mordido.


—No te preocupes, no es nada —el faraón se acercó lo suficiente para comprobar que no fuera algo grave, suspiró aliviado. No obstante, su mano derecha permaneció en el mentón del menor, desde donde su pulgar le acariciaba los labios.  


—Creo que debemos practicar un poco más.  


— ¡Sí! —Yugi se ruborizó ante su anticipada respuesta, que sólo causó una sonrisa en el mayor.


Usando el agarre que tenía en la barbilla ajena, el egipcio atrajo hacia sí el rostro del pequeño, sólo para volver a invadir su boca. Temeroso de lastimarle nuevamente, decidió moverse de manera lenta. Despacio abría y cerraba sus labios, aún no tenía idea de cómo hacerlo apropiadamente pero no importaba. Por el momento se conformaría con el delicioso sabor que percibía en la cavidad ajena. Todo parecía ir mejor, no obstante, en la parte de arriba resonaron pasos, pasos que se dirigían hacia ellos.


De inmediato se apartó del egipcio. Horrorizado tomó uno de los cojines que descansaban pacíficamente en el sillón donde estaban sentados, para, sin consideración, estrellarlo en la cara del que una vez fue su “otro yo”. Asimismo, se posicionó sobre él, en un intento por no dejar rastro perceptible de su cuerpo. Su abuelo le observó con sorpresa al llegar a la sala. El menor agradeció que desde ese lugar el respaldo del mullido mueble estorbara la visión.


— ¿Eras tú? Por un momento creí que alguien había entrado en la casa —le sonrió, luego, caminó a la cocina para servirse un vaso con agua, desde ahí volvió a hablar—: Si sigues haciendo todo ese ruido despertarás al faraón.


— ¡No! Nadie quiere eso —se apresuró a decir e inconscientemente ejerció más presión en el cuerpo debajo de él, sin percatarse que al otro le costaba respirar.


—Entonces vuelve a tu cuarto —el viejo bostezó sonoramente y regresó por donde vino. En cuanto se sintió fuera de peligro retiró el cojín encontrándose con la acelerada respiración del egipcio.


—Lo siento, lo siento, no supe qué más hacer —pese a la completa confianza que se tenían el uno con el otro, Yugi no era capaz de confesarle a su abuelo que el espíritu del rompecabezas era su novio. En realidad, no sabía cuál sería su reacción. ¿Se molestaría? ¿Se alegraría? ¿Le daría un infarto! Con cada pensamiento el menor se estresaba más.


Pronto volvió en sí, únicamente para, apenado, quitarse de encima del egipcio. Quien se incorporó, al mismo tiempo en que regulaba su respiración. En el fondo comprendía al adolescente.


—Supongo que ha sido suficiente de accidentes esta noche —ambos se pusieron en pie. El mayor esperó a que el de ojos violetas llevara el recipiente de vuelta a la cocina. Después se reunieron al filo de las escaleras y comenzaron a subir cuidadosos de no llamar más la atención.


Se detuvieron en la primera puerta. Con ternura el menor tomó las manos del faraón para examinarlas, suspiró aliviado al no hallar magulladuras, luego, dándose valor las llevó hasta sus labios y depositó un casto beso en cada una. Alzó la mirada para enfrentarse a los ojos carmesí. Se había estado disculpando durante las últimas horas. No tenía sentido seguir haciéndolo pero aún tenía la necesidad de pedir perdón. El más alto, adivinando los pensamientos ajenos, se limitó a sonreír y, una vez más, besó esa pequeña boca.      

Notas finales:

Rina: Wa, espero no haber decepcionado a alguien con este capítulo u_u


Rini: Eso están típico de ti —se cruza de brazos.


Rina: No lo hago apropósito —una vez más se queda haciendo círculos en el suelo.


Rini: Mmm, pues agradecemos a todos las personas que nos dejan comentarios y nos dan ánimos, estaremos respondiendo a cada uno de ellos n_ñ 


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