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Tomorrow por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Con el diagnóstico de la enfermedad solo queda actuar y tener experanza de que el último día estaba lejos.

Esa misma tarde, dieron la noticia. Mientras el doctor habló, las gargantas se tensaron, se cerraron, se sintieron contraídas por un hilo finísimo que Asmita denominó: tiempo. Se movía sigilosamente entre sus nervios y apretaba con su finísimo filamento las palabras, cualquiera que fuera y las emociones, cualquiera que estas fueran.

Había necesidad de hacer más exámenes y que un especialista viera los resultados, para poder dar un diagnóstico más acertado. Luego los dejó a sola por unas horas, avisando que solo podría quedarse por una hora más y que al día siguiente le habilitarían una habitación para su permanencia en la clínica. Que lo mejor era dejarlo remitido el tiempo que el tratamiento de recuperación requiriera, para incluso controlar los efectos secundarios de la quimioterapia. Que seguramente iban a necesitar hacer una consecución violenta y persistente de ellas para matar todas las células cancerosas antes de que estas mostraran resistencia al medicamento y que no se preocuparan, que había alto porcentaje de sobrevivir y sanarse por completo, si seguían las indicaciones.

Pese al intentó que el doctor hizo de hacer sonar sus palabras más esperanzadora, para ambos el mañana se hizo un túnel oscuro.

Al irse, Asmita subió el rostro para observar la expresión angustiada de su novio, con los ojos enrojecidos y las pestañas húmedas. Pasó sus dedos por los contornos de su cara, en especial bajo el lunar que tanto ama de él y sin decir nada, se inclinó para dejarle una lluvia de besos en su rostro: entrecejo, frente, nariz, sobre su lunar, y pronto en sus labios.

Extrañó el sabor dulce de ellos. Solo pudo sentir el sabor de la medicina.

—Me recuperaré de esto. Me voy a curar… —Asmita cerró sus ojos con un nudo persistente en su garganta. La manera en la que Albafica se aferraba a esa verdad, le apretaba por dentro con un dolor agudo. Había determinación en sus palabras, determinación y miedo.

—Lo sé…

—Me curaré, cariño.

—Lo sé. Lo sé. —Lo sabía, o al menos eso quería convencerse.

—Espérame… yo voy a…

—No te esperaré. —Sintió los brazos que habían empezado a rodearlo congelarse sin concretar el abrazo. Sus extremidades temblaban así como las de él que no sabía de qué modo sostenerlo, si es que podía—. No te esperaré… —continuó—. Caminaré este camino contigo. Lo haremos juntos.

Levantó el rostro lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Albafica tenía una mirada que temblaba. Su rostro estaba sonrojado por el llanto que se acumulaba y se había negado a expresar. Sin embargo, los dedos de pianista no tardaron en posicionarse entre su cabello y su nuca, acariciando suavemente algunos mechones largos, mientras Asmita le dedicaba suaves caricias en sus pómulos.

—Me tomaré fuerte de tu mano —dijo Asmita y buscó esa mano para tomarla y sostenerla con fuerza.

—Y cuando llegue mañana, la seguiré tomando. ¬

Asmita besó la lágrima que se escurrió a la izquierda de ese rostro. Se quedó con él el tiempo que permitió la visita antes de partir.

Los cambios vinieron bruscamente.

Asmita volvió a trabajar en el restaurant después de hablar con el duelo y canceló el tratamiento que tenía de su vista. El doctor le advirtió que podría perder el poco avance que habían logrado, pero nada de eso pudo hacer que Asmita prosiguiera con el tratamiento. «No tengo tiempo…» No había tiempo para él ponerse una venda y quedar ciego al mundo, mientras Albafica debía soportar las exhaustivas y pesadas terapias que lo dejaban degastado y pasando por una serie de segundos síntomas. ¿Cómo pensar en no estar allí con todo cuánto tenía?

Así que, tras la visita del día y pasar todas las horas con él, recibiendo la visita de sus compañeros para darles ánimo y distraerlos, Asmita se dirigía al restaurant a  cocinar hasta altas horas de la noche, a colocarse el gorro y ajustar el delantal. A tejer una atmosfera de mutismo en donde seguía fielmente las recetas y cumplía con el objetivo, con el cual poder ganar un poco más. Todo el dinero que pudiera encontrar sería ganancia. Los ahorros del tratamiento no tardarían en acabar por los altos costos aún si ya se había integrado el seguro que a Albafica cubría. Había cosas que estaban afuera y Asmita debía cubrir.

Su agenda se llenó de comentarios de terapia, conteos sanguíneos, fecha de revisión. De cuentas financieras, interés, débitos, cosas que comprar. Para la noche, Asmita buscaba no ver a su izquierda para no tener que notar el vacío que ya era una verdad en esa casa. Reina Mab se subía, como si lo extrañara. Había pasado dos semanas y Asmita sentía que no había transcurrido el tiempo. Como si estuviese estacionado en un día que no dejaba de repetirse, una y otra vez.

Afortunadamente, la compañía de los amigos de Albafica ayudaba a mantener su espíritu despierto y las esperanzas encendidas. Defteros había traído a Kagaho en una tarde, al otro día Seraphine se había asomado. Así, entre compañeros de su preparatoria y los de la universidad, Albafica no estaba solo. Y eso estaba bien.

—¿Alguna vez te dije lo que pasó cuando me secuestraron en Gaia? —Asmita acaba de subirse al auto, y Kardia de ajustar su cinturón de seguridad. Le miró de reojo, mientras le miraba con aspecto preocupado. Si bien Asmita buscaba no mostrar debilidad, su cuerpo lo estaba traicionando. Había palidez, y había bolsas de sueño que indicaba que no dormía bien. El cansancio se le veía transformado en la cara.

Le extrañó por eso que sacara ese tema de conversación. Aquellos días en que Asmita desapareció fueron terribles. Toda la escuela estaba como loca, pensando que lo que había ocurrido con el chico del teatro se repitiera. Pero cuando él regresó, no pudieron hacerlo hablar mucho al respecto. Kardia hubiera querido conocer detalles y no por el morbo, pero Asmita se había negado a hablar.

—No. No me dijiste. —Había temor en su voz, no lo podía controlar.

—Estuve vendado todo el tiempo. Llegué a no saber cuándo había anochecido y cuando amanecía. Cuándo estaba despierto y cuándo no. No era seguro… solo sabía que el tiempo pasaba, pero era irrelevante. Como estar estacionado mientras todo se mueve a tu alrededor. Esperas que todo salga bien, pero no puedes hacer nada. Patear contra la pared no resolvía nada. Intentar gritar no ayudaba. Como estar a merced de la fortuna.

Kardia no supo que decir. ¿Qué se supone que debía decir ante eso? La garganta se le había apretado y no pudo insertar la llave para encender el motor. Se sentía demasiado fuerte. Había algo en esas palabras que las hacía más vivas de lo que quería admitir.

—Si quieres hablar…

—No, no quiero hablar. —Le interrumpió la voz cansada de Asmita, sin mirarlo. Sus ojos estaban puestos en un lugar lejos de allí—. Solo quiero que los captores ya me saquen de allí y me dejen solo en el bosque.

¿Cómo entender eso?

«Al menos tendría mis piernas y buscaría moverme con el tiempo también»

Pero cada vez que pensaba en ese secuestro, en sus recuerdos, lo único que podía hacer era culparse por lo que vino después. Por las lágrimas que le había provocado a Albafica, y por la confusión que él jamás terminaría de justificar. Mientras cortaba en rodajas la cebolla, sentía que ni siquiera ella era capaz de derramar lo que estaba contenido dentro de él en una presa interna. Movía el filo del cuchillo casi mecánicamente y deslizaba en la madera de la tabla las rodajas, las echaba a la sartén. Sus ojos rastreaban de un lado a otro sin subir la mirada y hallaba cada nuevo ingrediente como si se tratara de algún robot programado. Y recordaba, mientras se freía las cebollas y el aceite burbujeaba. Observaba fijamente el fuego pensando en cuando el viento iba a cambiar.

Para Albafica no era mejor. Cuando las visitas se iban, cuando Asmita se despedía y las enfermeras terminaban de acomodar no quedaba más que acompañado de los recuerdos y pequeños regalos que le dejaban sus compañeros. No quería ver en un espejo lo que el tratamiento y la enfermedad estaban haciendo con él. Suficiente fue ver los primeros rastros de cabello desprenderse y quedarse alojado en la almohada. En esos momentos de soledad, con la ausencia de esa mano, Albafica solo podía pensar en cuanto pesaba no estar en casa, en cuánto deseaba salir de allí.

Los días transcurrían para él de la misma manera que para Asmita: como si todo el resto se moviera. Él tenía que verlos ir y venir con una sonrisa y buscar con todas sus fuerzas que el miedo que sentía ante cada avance no se filtrara en sus gestos. Que no hubiera nada de ello que llegara a su novio, para no preocuparlo más de lo que debía estar.

Si tuviera un piano a su alcance, seguramente traspasaría con su frustración cada letra hasta sentirse drenado. Hasta volver a sentir ese vacío que experimentó el día que creyó que lo había perdido, en el salón de su casa. A veces añoraba tanto tener esas teclas bajo sus dedos, para azotarlas con la impotencia que una injusticia de la vida misma, tan caprichosa, había decidido dejar en él. Por ese mal que en su sangre lo estaba alejando de lo que más amaba.

Entonces solo podía hacerlo. Tomar la libreta, mirara fijamente la hoja de papel y terminar haciendo trazos irregulares, que intentaban reflejar aquello que quería ver en ese momento. Había dibujado tantas veces a Asmita. Había dibujado tantas posiciones de su reina Mab en el mueble o en la alfombra, o jugueteando con su espesa cola en el aire. Llegó a dibujar lo que podía recordar de su madre, y en ese punto… cuando llegaba el recuerdo de ella, no podía controlar el temblor.

Mañana se veía tan lejos. A veces parecía una pesadilla que duraban años y años. Tan solo unas semanas y Albafica solo veía con terror la sombría posibilidad. No quería acabar esa historia joven, no quería que la maldición de su madre se repitiera en él. ¿Asmita se convertiría en un hombre negro como aquel si llegara a irse?

Tenía que ser fuerte…

Asmita anotaba con poca luz al lado de su cama el final del día, en su agenda, la única manera de sentir que el tiempo estaba transcurriendo.

Tenía que ser fuerte…

Porque cuando pensaban en el otro, ninguno de los dos podía ver su carga mayor. La ausencia era tan pesada como fría.

Notas finales:

¡¡Gracias por sus bellos comentarios!! ¡Espero que les guste la continuación!


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