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Tomorrow por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

La llegada de alguien puede cambiar las cosas.

Lo había visto en fotografías y había escuchado mucho de él. Más ya se había resignado a no verlo nunca. Ahora que estaba frente a él, Asmita podía divisar las finas líneas de tiempo en su frente apesumbrada. Era un hombre alto, de apariencia fuerte, de rostro frío, muy frío. Quizás más del que recordaba de los profesores Metaxás. Y allí estaba, con el rostro agazapado y sentado en un asiento de la sala de estar, lejos de todos, y ajeno del mundo.

Si Asmita había ido a acercarse, había sido gracias a la enfermera, quien le comentó las preguntas que había hecho ese hombre al llegar. A Asmita no le resultó difícil reconocerlo y no estuvo muy seguro de qué esperar al verlo por fin allí, después de un mes de batalla solo con Albafica contra esa enfermedad.

En ese momento, Albafica estaba en medio de una quimioterapia. Por lo tanto, la hora de visita tendría que esperar hasta que regresara a la habitación y reposara después de la fuerte intervención. Asmita ya estaba preparado para ello, pero dudaba que el hombre sentado en aquel lugar lo estuviera. Acercarse había sido su primer instinto al verlo, pero al estar frente a él, no supo qué decirle. Se podrían decir tantas cosas.

Finalmente se sentó a su lado, llamando su atención. Abrió la libreta en sus manos y comenzó a leer.

—Es usted el Sr. Marcus. —El hombre le regresó la mirada, justo cuando los dedos de Asmita cerraban de nuevo la agenda, buscando no evadir más el momento. Albafica no tenía los rasgos de su padre, era como le había dicho, más parecido a su madre y que por ello, al parecer, su padre quiso dejar de verlo tras la pérdida de su esposa.

Asmita lo miró fijamente tras sus lentes. Veía un poco más borroso que semanas atrás, pero había dejado de preocuparle. Era posiblemente que tuviera que cambiar de nuevo la graduación de sus lentes luego de la dos aplicaciones de la cirugía láser, pero ni tiempo, ni ánimos.

—Lo soy. Tú debes ser…

—Soy la pareja de su hijo. —Asmita adelantó su mano, extendiéndole en seña de presentación—. Es un gusto por fin conocerlo, Sr. Marcus.

No hubo una mano que tomara la suya, así que Asmita se limitó a guardarla y suspirar. No era que pretendiera iniciar una conversación causal con el hombre que había marcado tanto la vida de su novio, pero no hallaba de qué modo, acercarse, ni que esperar de ello. La incertidumbre era tan grande que no se atrevía a esperar nada.

—Fuiste tú quien estuvo llamando. —Habló el hombre, con su rostro cabizbajo y las manos tomadas entre sus rodillas.

—Fui yo.

—Y los mensajes…

—Todos los dejé yo.

El silencio se volvió una buena excusa para mantenerlos a ambos en sus propios pensamientos. Para Asmita, el hecho de que el hombre por fin estuviera allí debía significar algo. Al menos trataba de aferrarse a aquella esperanza, como si el solo hecho de que al estar allí las posibilidades de Albafica aumentaran y pudiera salir del túnel en donde se habían metido.

Sin embargo, el hombre no parecía muy seguro de qué hacer, o de cómo actuar. Se encontraba vertido en su propia fosa y parecían no querer compartir su desosiego. Asmita no estaba seguro de si hablar sería lo correcto, o solo esperar.

—Mi hijo no me llamó. —Asmita levantó el rostro al escucharlo. Era como si se tratara de la conclusión máxima de su conflicto. Era cierto, Asmita lo había llamado cuando supo la noticia, una y otra vez. Pero Albafica… él siquiera lo intentó.

Comprendía las razones que llevaron a Albafica a vivir la experiencia solo con él y sin contar con su padre. La ausencia en tantos años había sido demasiado grande como para olvidarla y seguramente, al ver lo que había ocurrido con los llamados de su novio había imaginado que su padre, el hombre de negro, jamás iría.

—Pero está aquí. —Murmuró Asmita en tono conciliador. El hombre tragó grueso, escondiendo su rostro en el suave cabello lacio que caía de su frente—. Y estoy seguro que sí va en este momento a verlo, Albafica lo recibirá. Sabrá que aunque no lo llamó, lo necesitaba.

—Cómo puedes estar seguro.

—Porque lo conozco y… yo hubiera hecho igual.

El hombre levantó su rostro y le dedicó una mirada apreciativa. Sabía de la existencia de ese muchacho, sabía algunas cosas de él más no podría decir que todas por parte de su hijo. Por ejemplo, sabía que había dio varias veces a su casa y habían estado allí por mucho tiempo. Incluso parte de la servidumbre que aún cuidaba su hogar, ya lo conocían como el novio del joven amo.

Era la primera vez que lo veía, y no se sentía con la moral de mirarlo a los ojos.

—Con usted aquí. —Asmita continuó—, las esperanzas de vida de Albafica se multiplican… Con un trasplante de médula, Albafica podrá vencer la enfermedad con su ayuda. Podrá cambiar la historia.

—¿Cambiarla…?

—Entiendo porque se alejó… lo entiendo. En estas semanas que he estado peleando con la posibilidad de perderlo, he sentido como estar dentro de un lugar absolutamente oscuro. La impotencia de no poder hacer nada más que callar, mirarlo luchar solo y esperar, es mucho más duro que cualquiera de los dolores que hubiera sentido antes. Duele. Duele solo ver una foto de lo que era antes y de lo que la enfermedad está haciendo ahora. No podría ver algo de él de nuevo si la enfermedad se lo lleva.

Asmita no había notado el dolor que arrastraba su voz hasta que saboreó su propia lágrima. Llevó su mano para limpiarla y se enderezó en el asiento, sintiendo labios y dedos vibrando por la acumulación de todo aquello que había estado callando.

Pero el hombre entendió la profundidad de esas palabras y la luz que Asmita habría ante sus ojos. Durante años sufriendo en silencio la perdida que jamás se perdonaría y aún si eso no justificaba el abandono de su hijo porque no fue lo suficientemente fuerte para enfrentar su dolor, la vida ahora lo empujaba a hacer algo. A cambiar algo. Una historia donde no tuviera que resignarse a la perdida, sino luchar por proteger lo que amaba. Así sea contra el cáncer.

En ese momento, Albafica era llevado de nuevo a su habitación. El hombre apenas vio retazos de su piel pálida entre las sondas y la camilla. Volvió sus ojos hacía el joven, ligeramente enrojecido. Se puso de pie y vertió las manos en sus bolsillos, dándole la espalda.

—Me encargaré yo desde ahora. Vuelve a casa con tus padres y descansa.

—No tengo padres. —El hombre lo miró de reojo.

—Entonces vuelve a dónde vives y descansa.

—Vivo con él, en donde él esté.

El hombre entendió y no dijo más. Tendría que aceptar que ya su hijo no estaba solo y él no era nadie para que después de largos años, pretendiera cambiarlo.

Ese día, Asmita no había podido ver a su novio, ya que la hora de la visita la invadió su padre, ansioso de verlo después de tantos años. Incluso Defteros que había ido a verlo, se tuvo que conformar con quedarse afuera, sentado al lado de Asmita, tratando de distraerse con la música y ofreciéndole diversos dulces que Asmita aceptó, visiblemente nervioso con lo que pudiera desencadenar el encuentro.

Para cuando ya era hora de tener que irse, no estaba seguro si asomarse y decirle a Albafica que estuvo allí, o que lo extrañaba. Tenía tantos deseos de verlo y se sentía tan atado de manos, que se traducía en los movimientos de sus manos inquietas.

—Deberías entrar. —Aconsejó Defteros tras darle un mordisco a la barra de chocolate. Lo había notado en el último tramo de hora ir hacía la puerta y volver a sentarse sin decidir hacer algo realmente.

—No puedo. Está con su padre.

—Pero eres el novio.

Para Defteros era sumamente lógico que Asmita pudiera entrar y salir de esa habitación sin problema alguno. No solo era el compañero de Albafica, sino el que había estado allí todo los días desde que ingresó. Nadie tenía tanto derecho de estar con él que el mismo Asmita.

El rubio miró la hora, Defteros hizo lo mismo, contagiado con el gesto. No faltaba mucho para su hora habitual de salida, porque tenía que ir al restaurant a trabajar.

—Ve, y yo te llevo luego. Tengo la camioneta.

Se armó de valor y caminó hacia la puerta, esperando no interrumpir nada. Al entrar, después de tocar la puerta suavemente, se percató que Albafica yacía dormido. El hombre estaba a su lado, con la libreta de dibujo y observando cada uno de los retratos de forma abstraída. Asmita no había imaginado ese escenario, esperaba un encuentro quizás emotivo. Pero lo que había era un intenso silencio y algo que se apretó en su pecho, con profundidad.

—¿Tiene mucho dormido?

—Casi toda la tarde —respondió el hombro, visiblemente cansado.

—Pero lo vio…

—Sí. Y hablamos. Algo.

El hombre dijo que debía estar cansado, Asmita no estaba seguro de ello. Aún pese al cansancio, Albafica se esforzaba por permanecer despierto para ver a quienes habían ido a visitarlo, incluso a él. Pero no quiso decirlo, y se limitó a tomar la mano de su novio y a besar suavemente su muñeca. Estaba tan profundamente dormido que no se percató.

Ya habían tenido que cortarle su larga caballera por la pérdida de cabello y las bolsas de cansancio se veían bajo sus ojos. Y aun así, para Asmita, no había perdido rastro de su belleza. Sus ganas de vivir lo hacían lucir más hermoso de lo que la enfermedad le quisiera arrebatar.

El hombre vio que ya no era necesario estar allí y que posiblemente, Albafica no despertaría hasta el día siguiente. Decidió salir y dejar al muchacho los minutos que restaran de la hora de visita. Al hacerlo, Asmita observó la espalda del hombre desaparecer tras la puerta. Sabía que se necesitaría más que disposición para arreglar la maltrecha relación de padre e hijo, pero confiaba en el corazón de Albafica, lejos del resentimiento.

Se inclinó sobre la frente de su novio y lo besó. En ese punto, en su mejilla, cerca de sus ojos, incluso tras su oreja, antes de buscar y besarlo en los labios. Albafica abrió la boca en un suspiro adormilado y así, más dormido que despierto, respondió el suave roce antes de abrir sus ojos. Asmita decidió separarse un poco porque no quería despertarlo, pero Albafica lo hizo. Alargó su nariz un poco como si quisiera evitar que sus labios se alejaran y luego abrió sus ojos, para contemplarlo fijamente.

—Hola cariño… —Asmita sonrió al escucharlo—. Te extrañé.

—Yo también, mucho. —Se inclinó sobre la mejilla para besarla de nuevo—. Pero pensé que necesitarías tiempo con tu padre.

—No lo esperé…

—Tampoco yo. Pero está aquí. ¿No te alegra?

Albafica juntó su cabeza a la almohada y apretó las manos de Asmita, como si quisiera que él tradujera el cumulo de pensamientos que se tejían en torno a esa visita. El rubio solo le sonrió comprensivo y buscó de nuevo sus labios. Necesitaba mucho de esos besos, de sus besos.
—No sabía de qué hablar. —Soltó Albafica antes de llevar la mano de su novio hasta su labio, y besarla. Luego llevó sus dedos a los mechones dorados de él, a su rostro, las patas de sus lentes y luego a su cabello de nuevo.

—Apenas acaba de salir… pese a que te dormiste, se negó a salir. Creo que lo que menos le interesa es una conversación interesante.

Lo hizo reír. Asmita se sintió victorioso al ver la risa de su novio, tan preciosa y erógena como siempre. Una risa llena de vida, pese a todo.

—Yo tengo que irme, ya es hora. Tengo que ir al restaurant. Prométeme que lo pensarás.

—Lo prometo… ¿Mañana estarás?

—Desde temprano… lo prometo.

—Extraño nuestra casa, a Reina Mab, nuestra cama… Extraño hacerte el amor.

—Oh, no me digas eso… —le murmuró en tono bajito y confidente—. Que si me subo ahora a la camilla seguro me sacan a patadas de aquí y no me dejan verte más.

Albafica volvió a reír, con un brillo encantador en sus ojos y un rubor suave en su rostro que le otorgaba más vida. Una risa enamorada y que era capaz de darle esperanza a Asmita de que podrían superar ese desafío estando juntos. Consciente de que esa llama estaba allí, que había el deseo, Asmita se dejó llevar por la mano que Albafica había plantado en su nuca y buscó sus labios. Un beso mucho más largo, más intenso y más dedicado, que no tenía muestra alguna de aversión por la enfermedad. Era tan entregado como siempre y quizás más intenso por la ausencia.

Al separarse, respiraron el aroma del otro muy de cerca. Sus narices permanecieron unidas en un vínculo que no querían romper. Cuánta necesidad junta…

Notas finales:

¡Muchas gracias por el apoyo y por sus lecturas!


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