Firmas
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—¿Qué es esto? —preguntó Wolfram escéptico con los papeles sobre la mesa en frente suyo.
Yuuri, ese rey novato que acababa de llegar, acababa de interrumpirlo mientras escribía su diario en su habitación. Estaba contento de que hubiera venido, pero era demasiado orgulloso para demostrarlo.
Y ahora se había olvidado de cualquier oportunidad para un avance intrigado por lo que le había presentado. Estando levemente enojado porque apenas había tocado la puerta antes de entrar, y se estaba tomando muchas confianzas luego de tan solo venir a buscarlo un par de veces para tomar un baño.
Mientras el noble pasaba una hoja tras otra, el joven extranjero sonrió. —Estuve probando firmas. Cuando estabas firmando un documento hoy en la oficina vi la tuya, y la mía es un tanto...
—Es inentendible.
—Si, supongo. Pero no puedo hacer mucho al respecto porque apenas estoy aprendiendo el idioma de aquí. Así que hice esas, y quería que las veas.
—¿Por qué tengo que elegir una firma para ti? —se quejó Wolfram, secretamente contento de que él había sido el primero en verlas y no Conrart.
—Ya que eres tan refinado, puedes escogerla.
El mazoku levantó la mirada crítico, cuestionando si eso que acababa de decir era algo despectivo. Aunque en cierta forma lo era un poquito, lo dejó pasar porque Yuuri sabia usar la sutileza.
—Son todas horribles —respondió pagando con la misma moneda—. Careces de sensibilidad para esto, es por eso que tus firmas lucen poco naturales.
Los distintos garabatos en idioma mazoku eran uno más plano que el otro, y aunque el nombre estaba bien adaptado, el apellido que no contaba con un equivalente variaba entre una y otra.
—Entonces si eres tan sensible, ¿puedes arreglar la mía?
Alzando la barbilla, Wolfram continuaba preguntándose si este extranjero simplemente se estaba haciendo el tonto. Nunca lograba comprenderlo para nada.
—¿Por qué debería elegir yo la firma del Maou? —repitió.
—Ya que me pediste dar lo mejor de mi como rey, pensé que podría empezar con una firma digna. Pero bueno, voy a seguir intentando.
La leve impresión ante esas palabras no pudo pasar desapercibida, pero Yuuri ya había levantado todos los papeles y se había ido.
Mirando la mesa de brazos cruzados, el tercer hijo se quedó pensando. Tomó la pluma del tintero con la que escribía su diario, y haciendo el libro a un lado, ocupó el lugar con unas cuantas hojas sueltas de papel de buena calidad.
Tal vez podría intentarlo después de todo.
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Fin
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