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El principe de Bielefeld por RedGlassesGirl

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El príncipe de Bielefeld – Capítulo 5

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—Mmmh, Anissina, ¿puedes hacer una tintura de cabello de un solo uso? ¿Algo que pueda ponerme y que se vaya luego de un lavado?

—¿Un cambio de color rápido de un solo uso, y que cubra el cabello negro? —Contempló la inventora—. Me tomará dos horas.

—¿Dos horas? ¡Genial!


A la mañana siguiente Yuuri madrugó. Se levantó incluso antes de que saliera el sol y se apresuró a utilizar la tintura que había pedido, esperando que al volver y bañarse no sucediera nada extraño. El color de su cabello pasó a ser de un castaño cobrizo que no le quedaba bien del todo, pero como no hacia esto por coquetería sino por necesidad le importó poco ese detalle.

Se escapó por la ventana aprovechando que su habitación estaba en la planta baja y comenzó a caminar hacia el pueblo mientras los primeros rayos del sol golpeaban horizontalmente desde el final del camino.

Sus ropas normales eran cómodas. La noche anterior robó unos bollos de la cocina para improvisar un desayuno, así que sacó el primero de la bolsa y le dio un mordisco. Con esa apariencia completamente normal se adentró en el pueblo a paso tranquilo sin ningún problema.

Pocos negocios comenzaban a abrir sus puertas, barriendo las veredas, colocando los manteles en las mesas, o limpiando los vidrios de los escaparates. Se paró frente a una librería, una gran caja de pinturas se exponía en el mejor lugar como centro principal de la atención para los clientes. Madera de roble oscura bien barnizada, bordes revestidos con punteras de metal y enganches bien pulidos, y los pomos bien ordenados según el color dentro de ella.

Ya sabía lo que quería comprar.


Conrart estaba reclinado contra la pared mientras supervisaba que ninguno de los soldados aflojara su posición. Tenía a los tres castigados sosteniendo el cuerpo sobre el piso, pero sin hacer las flexiones de brazos, desde hacía más de media hora. Y aún faltaba media hora más, o tal vez mas ya que había decidido tomar un desayuno liviano compuesto de fruta allí mismo parado.

Llevaba dos días con este castigo, aunque le sabia a poco no se le había ocurrido aun otra cosa, y por experiencia propia sabía que los tres hombres sufrirían los calambres y el desgaste de los músculos durante un tiempo. Luego de esta serie faltaban otras cuatro más de distintas posiciones, todo calculado para que no les quedara un lugar sin ser torturado lentamente cada hora. Si a Yuuri le había dolido, les dolería más entonces, y él no tendría que ponerles una sola mano encima.

Gracias a que comenzó con esto desde antes del amanecer pudo observar al chico delgado escudriñándose por la salida contigua de la mansión. Se separó de la pared curioso y dudó en seguirlo, pero solo fue por un instante.


Ya iban cinco lugares, y cinco rechazos rotundos.

La suerte de Yuuri no era buena, un chico flacucho y con actitud decidida pero que parecía de pocas luces no atraía la atención de nadie que necesitara un empleado. Y para peor, aunque era un pueblo grande no abundaban las ofertas de trabajo.

Siguió intentado, entrando en una tienda y saliendo enseguida para entrar a la siguiente. Como mucho alguna que otra persona lo miraba de arriba abajo durante un instante, como si contemplara la idea, pero no era tomado demasiado enserio. Se miró la venda de la mano, ofrecerse para labores manuales con esa apariencia no estaba ayudando.

La calle principal le duró poco. Ningún negocio de buena apariencia como esos lo iba a tomar, así que doblo en la esquina y observo con más detenimiento cada local de la calle aledaña. Esta vez decidió no entrar en todos sino pensarlo de otra manera. La panadería parecía un negocio familiar, no necesitarían a nadie teniendo a los hijos jóvenes para dar una mano, otros locales de ropa ostentosos simplemente no sentaban con su imagen campechana, la herrería no parecía una buena opción para un esguince de muñeca…

Había un local al final de la tercera cuadra que tenía un aspecto polvoriento y viejo, con el color de la madera añejada por los años y la falta de un toque femenino. Yuuri observó dentro, el cristal mugriento en los bordes solo dejaba una ventana empañada en el centro, si no lo contrataban al menos estaría bien que le pagaran por fregarlos porque realmente lo necesitaba. Los cacharros y cosas viejas se apilaban en las viejas estanterías, y a pesar de que había demasiadas cosas parecía haber alguna clase de orden dentro del caos. La verdadera mercancía era evidente, las sillas de montar se apilaban contra el lado derecho y algunas estaban expuestas colgadas contra la pared.

El olor del cuero y la mezcla de sustancias para trabajarlo golpeo sus fosas nasales al entrar, sobre el mostrador había piezas de artefactos y juguetes.

Era complicado decir qué clase de negocio era. Le recordaba una vieja zapatería de barrio, pero también a una relojería, o alguna clase de tienda de muñecos artesanales a la antigua. De esos que hacen trenes de madera y caballitos mecedores a escala para niños.

—Umm… ¿Hola? —dijo Yuuri en voz alta pero con un dejo de duda y algo de timidez. Aun se preguntaba qué clase de persona era el dueño de este lugar.

El viejo que apareció por la puerta que daba al fondo hizo que Yuuri pensara: ¿A Santa no le iba bien y se jubiló en el mundo de los mazokus?¿Dónde están los duendes?

Por la apariencia de local el viejo no tenía ni duendes, ni ayudantes, ni hijos, y no parecía que hubiera ninguna señora mayor de rostro regordete y sonrisa simpática que horneara galletas y limpiara las estanterías.

Los pequeños lentes redondos sobre su nariz se deslizaron un poco más abajo cuando inclino la cabeza para darle una mirada crítica con sus ojos celestes acuosos. No se podía decir que pareciera una persona amable ni simpática, ni tampoco que fuera a sonreír de un momento a otro. El viejo no dijo nada y quitó la vista cuando Yuuri se lo quedo mirando en silencio, se le había olvidado que decir y no estaba pensando en nada en concreto.

Simplemente no sabía cómo tratar con un tipo que debía tener probablemente más de 300 años y se le notaban en la mirada. Superado por el peso de su experiencia de vida y el no saber qué línea de pensamientos tenía esa persona lo observo darle la espalda.

Era un hombre fornido pero de baja estatura, cabello blanco fino hasta en las cejas, sin mencionar la barba, y ropa vieja. Apenas entró en la habitación cerca de él su olor particular invadió el ambiente, o tal vez simplemente era su aura, no estaba seguro. Sea como fuera, tenía algo que a Yuuri le perturbaba un poco, e incluso le daba miedo.

Pero Yuuri era un chico de mente simple, sin mucho tacto o modales, así que preguntó sin vueltas. —¿Tiene trabajo?

Cuando el hombre volteo y volvió a mirarlo Yuuri pensó que ese gesto de observar por sobre sus lentes era marca registrada, sus ojos le recordaban bastante a los de Gwendal.

La sensación era la misma que tuvo al ser observado por los dueños de otros locales, se sentía un poco vulnerable y se cuestionó de nuevo que clase de impresión estaba dando. ¿Se habría olvidado de alguna regla? ¿Debería presentar un currículum y vestir un traje? Para una tienda como esa, esas cosas no eran necesarias. Corrió la vista y observó el polvo que había trascendido su estado polvoriento para convertirse en alguna clase de materia sólida pegada a la base del mostrador de madera. ¿Se podía fregar, o había que cincelarlo?

La voz del hombre devolvió su atención a la situación. La pregunta rompió con su acostumbramiento a los rechazos que venía sufriendo.

—¿Qué sabes hacer?

Era una pregunta simple, pero lo sorprendió y lo tuvo que pensar durante un momento. Eso no sumaba nada a las buenas impresiones.

—¿Fregar…? —dijo estúpidamente guiado por su línea de pensamiento básico. Decidió que ya que su simpleza era uno de sus puntos fuertes, le daría rienda suelta—. Barrer, acomodar, aspirar… ah no, eso aquí no se usa, así que supongo que será pulir o algo así. Puedo limpiar las ventanas, me parece que lo necesitan. También puedo hacer trabajo pesado, cargar cosas, ir a buscar provisiones, o lo que necesite. Soy atlético, no hay problema si tengo que correr largas distancias, no voy a cansarme tan fácilmente, así que puedo entregar mensajes o hacer recados.

El punto bueno era que a pesar de que no tenía habilidades especiales sonaba bastante confiado en que podría hacer las cosas que decía. Pero eso no impresionaba a nadie, menos al hombre mayor que hora revolvía una vieja caja con cosas luego de haberle quitado la vista de encima. Sin mirarlo largó otra pregunta, no parecía tener más interés en el joven muchachito.

—¿Sabes hacer algo útil?

—¡¿Útil?! ¿No es acaso todo lo que dije útil de alguna manera? —Cuestionó Yuuri con una muy leve indignación—. Mi madre dice que el diablo está en los detalles, así que hasta la mínima cosa es útil para algo. Además, puedo hacer muchas cosas, pero… ¿qué es lo que hacen aquí? ¿Fabrican juguetes, arreglan zapatos, arreglan relojes? ¿Y qué pasa con todas esas sillas de montar y esas piezas desparramadas?

La tienda no tenía sentido para él, menos aun siendo un estudiante promedio de la Tierra. No podría comprender el estilo de un negocio lleno de artesanías de época.

—No pareces muy inteligente, niño.

La mano grande y callosa del hombre desparramo varias pizas pequeñas sobre el mostrador, Yuuri reconoció los engranajes y tornillos, el resto parecían demasiado específicas. Lo cierto era que tal vez no parecía muy avispado a primer vistazo, casi todo el mundo que conocía al rey por primera vez solía pensar eso, pero Yuuri tenía la inteligencia promedio de una persona del Siglo XXI, lo cual abarcaba más de tecnología de lo que cualquier persona de este mundo podría entender.

—Que no lo parezca no significa que no lo sea —respondió con normalidad. Sus ojos, ahora marrones por los lentes, se encontraron con el celeste pálido. El punto negro en medio del iris del hombre le llamaba la atención, tal vez por eso su mirada era tan penétrate, sus ojos eran demasiado claros y resaltaba con fuerza.

El viejo parecía inteligente, o al menos portador de la gran cantidad de sabiduría que su longevidad había acumulado. A pesar de que no lo entendía sentía valor para enfrentarlo, pero tener valor significa que el miedo está presente. O más bien era cautela, Yuuri pensó que lo que necesitaba para tratar con este hombre era observarlo bien para saber qué curso de acción tomar.

Al menos había pasado más tiempo en esa tienda que en todas las demás juntas. Eso no era necesariamente bueno si no conseguía un trabajo, sería solo tiempo perdido.

—Treinta dólares por día. De las cinco a las once.

Yuuri no tenía muchos días para trabajar, pero no podría decir eso. Le dio pena tener que tomar la responsabilidad sabiendo que renunciaría pronto. Puso en la balanza su propia conveniencia: el sueldo era poco, lo mejor sería conseguir un trabajo mejor pago para que esos pocos días rindieran fruto, pero para conseguir un mejor sueldo necesitaba otro tipo de tienda, donde no lo contratarían porque sí. Y la seguidilla de rechazos avalaba la teoría de que no se le daría fácilmente. Incluso podría gastarse esos preciados días tan solo buscando el trabajo.

—Está bien —aceptó, no podía darse el lujo de seguir pensando opciones. Treinta dólares tendrían que ser suficientes para algo, pero eso era lo que había decidido que recibiría hoy—. Me parece poco cinco dólares por hora, pero no estoy en posición de regatearlo, así que solo pediré comenzar hoy y recibir mi primer sueldo. Incluso puedo quedarme hasta las doce.

—A las once se cierra la tienda.

—Oh, bueno, ¿pero me va a pagar igual?

—Veinticinco dólares.

"¡Viejo tacaño!"


Una hora después seguía sentado en una mesa vieja pero maciza armando un mecanismo a cuerda para un juguete.

El viejo había pasado varias veces cerca y le observaba, aunque Yuuri nunca levantó la cabeza y continuaba con su tarea concentrado sabía muy bien que estaba siendo vigilado. A pesar de que era consciente que la gente lo sobreestimaba, y su baja autoestima avalaba esas primeras impresiones como bien merecidas, no se consideraba estúpido. Era capaz de reparar algo como esto si le dedicaba el tiempo necesario.

No era tan complicado observar el mecanismo y comprender como funcionaba. No era un chico que se hubiera pasado gran parte de su infancia abriendo aparatos para verlos por dentro, pero alguna que otra vez había arreglado por su cuenta sus juguetes o incluso su consola de video juegos de manera muy básica. Al menos tenía experiencia usando destornilladores y otras herramientas pequeñas, y aunque era un chico inquieto y deportista estaba logrando concentrarse bastante.

De vez en cuando había observado lo que hacía el viejo, Elgar, ya que ahora sabía su nombre. Al parecer la reparación de artefactos era un negocio aledaño, se notaba que las sillas de montar eran la verdadera artesanía. No creía que le fuera a dejar tocar algo como eso, Elgar se encargaba de todo por su cuenta y viendo los trabajos ya terminados en exposición era obvio que no solo sabía cómo hacer algo funcional, sino que también tenía la mano de un artista. Había una silla en particular que destacaba, cuero pintado en blanco con trenzados y grabados muy complejos.

El martilleo era esporádico, cada pieza era marcada con cuidado, el golpe que le daba con la masa de madera a las pequeñas estacas de metal era seco y fuerte. Yuuri había observado sus movimientos, acostumbrado a la precisión del pitcher en el béisbol analizo los músculos de su brazo al bajar el martillo y la forma en que este calzaba perfectamente en el centro contra le estaca.

No estaba seguro del nombre de ninguna de las herramientas, pero con su vista perfecta era fácil escudriñar en los objetos sobre la mesa, sentía curiosidad por ver de cerca cada uno de los motivos en las estacas de metal que estaba usando. Todas estaban guardadas en una gran caja de metal con compartimientos, había de todos los tamaños y formas. Para los diseños más grandes se grababa con las piezas más gruesas, pero había que combinarlas una al lado de la otra con golpes precisos hasta que la imagen que quería formar apareciera. De esa forma había visto como un león y un escudo de armas era dibujado en el lapso de una hora, parte por parte, detalle sobre detalle, agujero por agujero. Era un trabajo de locos, pero se sentía tentado de intentarlo.

Divagó, ¿qué tal sería regalarle a Wolfram una silla? Pero no podía, le tomaría semanas hacer algo como eso, tal vez un mes sin experiencia. ¿Comprarla? Menos que menos, no quería ni saber el precio de una de esas cosas. Suspiró, "ah que mal se siente ser pobre con un prometido de gustos caros".

Volvió la vista al mecanismo, el tambor de chapa estaba apoyado en la mesa conteniendo todas las piezas, solo faltaba agregar las últimas dos y debería andar la cuerda. Había que colocarlo en el muñeco de madera que tenía a un lado y con suerte caminaría.

Se hubiera sentido más seguro si le hubiera pedido cargar sacos de provisiones, o fajos de tiras de cuero de aquí para allá. Si no podía arreglar los muñecos tal vez este sería su primer y último día. Esperaba que el siguiente recado no fuera un reloj.


Conrart estaba mirando de lejos la fachada del negocio viejo, sucio y polvoriento. Tenía una idea general de lo que sucedía, pero ese sentimiento de no entender como funcionaba la mente de ese chico seguía latente. Atando cabos, una sonrisa acaramelada se formó en su rostro.

—Milord… —le interrumpió la voz de uno de los soldados—, ¿hay alguna razón por la que sea necesario vigilar este negocio?

Aún no había dado órdenes y las dos personas que le acompañaban no comprendían absolutamente nada. Con calma saco la navaja que había guardado en el bolsillo y corto una tajada de fruta, la tensión de los dos hombres era evidente. Todo lo que Lord Weller hacia estaba calculado para incomodarlos, incluso las simpáticas sonrisas.

Para cuando uno de los dos jóvenes logró pasar saliva con un duro trago que hizo evidente su nerviosismo, se decidió a responder.

—Por supuesto. —Hubo una pausa larga, innecesaria e incómoda—. A partir de hoy quiero que monten guardia y vigilen esa tienda. De incognito. El horario empieza a las cuatro y termina cuando él regrese al castillo. Los ejercicios que ya no pueden realizar por la mañana se harán por la noche.

No había necesidad de que ellos vigilaran a Yuuri a la ida, eso podría hacerlo él tranquilamente. Levantarlos temprano y hacerlos dormir tarde era un clásico.

Mientras los dejaba en el lugar comenzó a pensar en los detalles, necesitaba algo que volviera esta tarea algo aún más molesta.


Ya mucho más cerca del horario de cierre del primer día, Yuuri tenía que completar un último recado. Con un sentimiento de cierto orgullo por haber completado todo lo que se le pidió hasta ahora, entró a la herrería.

Estaba sucio, olía extraño y hacia un impresionante calor dentro, incluso cuando la fragua estaba lejos más adentro del establecimiento. Habían varios tipos de yunques en el lugar, muchachos jóvenes y fornidos martillaban y se movían de un lado a otro con las ropas manchadas de hollín y húmedas por el sudor.

De repente el complejo de inferioridad natural del joven rey salió a flote. Incluso si todos eso muchachos rondaban su edad, o hasta había uno que parecía de menos, eran el día y la noche comparados con él. Su cuerpo de deportista no podía ganar la batalla contra unos músculos forjados a martillazos. La felicidad que le invadía interiormente hace un rato disminuyó dos puntos.

A pesar de que iba vestido de manera simple y se creía un chico común y corriente, sus rasgos extranjeros y la ropa de mejor calidad de lo que Yuuri podría notar, hacían evidente las diferencias de castas. El sentimiento general de los chicos empleados era similar al de Yuuri, pero en el sentido opuesto. Un chico lindo y con cierto aire refinado había entrado a la tienda.

—¿Buscabas algo?

La voz a su derecha lo hizo voltear y dejar de clavar la vista en los bíceps de un muchacho mayor que forjaba una hoja a fuerza de golpes, dobleces y más golpes. Aquel hombre mucho mayor y curtido tenía la apariencia de ser el encargado.

Se hubiese quedado dudando si no fuera porque sabía que tenía poco tiempo, necesitaba volver con las cosas hechas rápido y apenas se cumpliera el horario volver a la mansión. Ya de por si no sabía que excusa iba a poner cuando Wolfram notara su ausencia, tendría que pensarlo un poco en el camino.

Sacó la lista del bolsillo y se la extendió. —Todas estas cosas.

El pedido no parecía estar preparado con anticipación, ni ser lo suficientemente importante como para que nadie detenga su trabajo. El papel pasó a manos del chico más jovencito que empezó a revolver latas y cajas echando distintas cosas pequeñas de metal en varias bolsas. Una que otra pieza no era de metal sino de madera. Curioso, Yuuri se estiró un poco para observar desde su lugar lo que había fuera de la puerta lateral, las pilas de madera estaban al fondo. Imagino que seguramente había un hacha por algún lado y los músculos de estos tipos seguirían entrenándose con ella luego de dejar el martillo.

El chico pequeño pero fibroso se acercó, tenía una marca horizontal raspada con hollín en la mejilla derecha, no había tiempo para pensar en lavarse las manos a cada rato si tenías que tocarte el rostro. El cabello grasoso enmarcaba su frente con dos mechos amplios y curvados.

—Aquí tienes, ¿es todo lo que necesitas?

—Sí, es todo.

Aunque lo aceptó de buena gana y pagó por todas las cosas, el joven japonés tomo asiento fuera de la tienda y echo el contenido de la primera bolsa sobre el borde de la camiseta en su regazo. Acunando todas las partes comenzó a comparar el contenido de cada bolsa con la lista. A pesar de que eran muchísimas piecitas le tomó poco tiempo.

—…Dieciocho… diecinueve… Mmmn, solo diecinueve.

Metió la mayoría de las clavijas a la bolsa de tela y se apresuró a entrar de nuevo, miro a ambos lados y encontró al chico haciendo alguna otra tarea apartado a un lado. Se dirigió directo hacia él pasando por el lado que parecía menos peligroso para moverse.

—Oye —le interrumpió. Ser seguro de sí mismo no era el mayor punto fuerte de Yuuri, pero como estaba apurado y la costumbre de ser rey había dado sus frutos, el chico dio un pequeño respingo. —Solo hay diecinueve de estos, estoy seguro que eran veinte.

Ser enfrentado por un chico mayor y de extraños pero muy bonitos ojos era complicado. El chico de los ojos color avellana se lo quedó mirando, no porque no comprendiera que era lo que pedía, sino porque por un momento estaba debatiendo algunas otras cosas. Yuuri insistió acercando la mano con la clavija de nuevo.

—¿Me puedes dar otro? Estoy apurado.

No hubo tiempo para que reaccionara, de la puerta que estaba al lado de ellos volvió a aparecer el hombre de antes.

—¿Qué pasa? —preguntó pasándose el dorso de la mano por la barbilla y echo un vistazo a su ayudante. Sus ojos pasaron de un chico a otro mientras evidentemente contemplaba la posibilidad de algún problema.

—O-olvide una pieza, ¡lo siento!

Girando sobre sus talones el aprendiz salió corriendo a buscar lo que faltaba dentro de algún tarro enorme, y tardaría más de lo necesario eligiendo una pieza particularmente buena para este cliente.

Yuuri observo al tipo y sin tapujos lo cuestiono. —¿Es la clase de tipo que golpea los aprendices?

—¿Qué?

—Le pregunte si va a golpearlo.

—¿Me estás preguntando si lo golpeo a menudo?

—Sí, eso mismo.

El hombre miró a Yuuri un momento, le parecía demasiado joven pero tenía algo en la mirada que merecía respeto. Se quedó intentando descifrar que era por un momento.

—¡Aquí esta!

Como el chico de cabello ondulado volvió y le interrumpió dejó de observarle. Chasqueo la lengua y le dio una cachetada a la parte trasera de la cabeza, lo que hizo que se le callera la pieza que recién traía en las manos. El chico se apresuró a levantarla abochornado notablemente por hacer un papelón delante de este cliente en particular. El rubor en sus mejillas era evidente, y dos de los otros muchachos que estaban cerca pararon con lo que hacían para reírse por lo bajo e intercambiar una mirada cómplice entre ellos.

—Creo que eso te dará una respuesta —le dijo el hombre a Yuuri. El cachetazo tenía la apariencia de un correctivo cariñoso y no algo hecho con malicia. Cuando el chico se levantó agarró su cabeza con una sola mano sin problema, enredándosele los dedos sucios en su cabello—. Este es mi hijo más chico, y es el que siempre da la nota. No voy a negar que ha conocido mi cinturón varias veces.

Mientras Yuuri tomaba la pieza sin prestar mucha atención a un chico algo enamorado, habló a su padre.

—No lo apruebo —dijo naturalmente, el hombre se lo quedo mirando así como los otros dos muchachos detrás—. Eso de golpear a los niños, ya sabes… No lo apruebo. Deberías pensarlo de nuevo.

El hombre miró por sobre el hombro de Yuuri a los otros dos hijos mayores y estos se encogieron de hombros, uno de ellos sonrió divertido por la situación. Ambos podían recordar bien haber tenido la edad de su hermanito, y haber conocido ese cinturón también.

Los ojos duros pero para nada llenos de malicia del dueño volvieron a Yuuri.

—¿Leíste la lista antes de irte? ¿Para saber si todas las piezas estaban?

—Sí, no tengo tiempo para volver hoy otra vez.

La mano del hombre cayó de nuevo sobre su hijo menor, un zamarreo que tal vez era de cariño o tal vez era para espabilarlo, y lo mando de nuevo hacia un costado a hacer algo.

—A Elgar le va a gustar eso. Un ayudante atento al detalle. Está vez lo sacó bueno —rio el hombre.

—¿Conoce al viejo? —preguntó Yuuri curioso.

—Por supuesto, Elgar trabaja con esta tienda desde que era de mi padre. —Contento por algo que Yuuri no entendía, el hombre palmeó sus espalda y lo hizo girar hacia la puerta. Con la mayor amabilidad y cariño que un herrero curtido podría demostrar, lo echó afuera—. ¿No dijiste que no tenías tiempo? entonces vamos, no puedo tenerte aquí en el camino todo el día. Vete a hacer tu trabajo… ¡Ah! ¡Y vuelve cuando quieras! ¡A este de aquí seguramente se le caerán las medias al verte!

Yuuri, algo confundido por el comentario y por verse no solo en la calle sino caminando como le indicaron, miró por sobre el hombro y vio como el chico comenzaba a pelear con su padre a lo lejos. No entendió bien el comentario, pero por cómo se reían todos del aprendiz sabía que le estaban tomando el pelo. Ah, ni siquiera pregunto el nombre de nadie. Y habló de más sobre cosas personales de nuevo. Se reprochó a s mismo por ser maleducado como podría reprocharle Wolfram cualquier día de la semana y siguió caminando.


—Ah, ¡Conrart!

El hijo del medio fue interceptado apenas estaba entrando a la zona cercana a la mansión. Conrart dio la vuelta a la pequeña plaza principal compuesta de una fuente y las veredas pavimentadas de piedra y se paró cerca de un banco.

—Wolfram... —Quería saludar, pero como siempre el apresuramiento del chico corto sus palabras.

—¿Dónde está Yuuri? —le preguntó directamente, sus ojos se clavaron directo en los suyos—. ¿Sabes dónde está, verdad?

Se quedó pensando y no pudo evitar sonreír levemente, no podía mentir. Aunque lo hiciera Wolfram seguiría intentando presionar, era más fácil ser directo, pero vago.

—Está en el pueblo por algo.

Era bueno que en ese lugar Wolfram no contara con su red de informantes, o al menos no había notado que la tuviera preparada.

—¡¿Ya se escapó?! E-eso es rápido… —Había demasiada decepción en esos ojos verdes como para que pasara desapercibida.

Su joven hermano miró hacia otro lado y saludó con la mano cambiando de expresión completamente, mucho más lejos estaban Greta y el niño noble que parecía ser su favorito del momento. Ella estaba en la edad en que eso era normal, no estaba muy seguro de que había pasado con su anterior novio, Pachiri.

Cuando Wolfram volteo hacia él de nuevo su ceño estaba fruncido otra vez. —¿Y lo has dejado allí solo?

—No, no está solo. De hecho creo que volverá en cualquier momento. Sin embargo, Wolf… —La vista del segundo hijo se posó en algo que él tenía en su mano. Se le escapó una suave risa—. Has comenzado a amarlo.

La sorpresa de Wolfram fue instantánea, luego de decirlo de ese modo se dio cuenta de las implicancias y decidió no retractarse. Era totalmente adorable. Y muy divertido también, ver como el color rojo subía llenando por completo sus mejillas e incluso su frente. No había humo real, pero la cara de su hermano igualmente se había prendido fuego.

—A-am… am... ¡¿amar?! ¡¿…Quien e-está hablando de a-amor?!

La risa de Conrart se intensifico un poco. —Pero se nota.

—¡¿S-se nota... qué?!

—Que has comenzado a amar el béisbol. —Se apiado del joven noble—. Supongo que en su caso es igual o peor. Seguramente su ida al pueblo tiene que ver con el béisbol.

No importa que dijera ahora, Wolfram estaba desconcertado. Aprovecho para echar tierra a cualquier teoría que pudiera surgir de la mente hiperactiva de este chico acerca de Yuuri.

—Incluso si te excusas conque solo lo haces por Greta, ella se ve muy contenta tan solo con su compañía —dijo Conrart y echo un vistazo hacia donde estaban los dos niños—. ¿Sabes que es lo que aso con Pachiri?

—A mí no me preguntes —evitó el tema Wolfram recobrando un poco la compostura. A pesar de su cambio de actitud sus orejas estaban inyectadas en sangre, y así se iban a quedar. —No creas que puedes evadir el tema de que dejaste a ese novato solo en el pueblo. Hump.

Era complicado aguantar la risa cuando Wolfram intentaba comportarse como siempre con la cara roja como un tomate.


—Pst.

—¿Uh?

Conrart se detuvo a medio camino en el pasillo y observo hacia el sonido. Detrás de una columna apareció una figura familiar con una amplia sonrisa blanca resplandeciente.

—¿Qué hay, Capitán? —Preguntó Josak con su habitual tono poco serio.

—Josak. ¿Desde cuando estás aquí? Nadie notificó que habías llegado.

—A donde quiera que mi jefe valla ahí debo estar, ¿no te parece? —comentó haciendo un ademan con el dedo y rascándose la barbilla, se inclinó hacia adelante y se puso más serio de repente y lo apuntó con el dedo—. Pero eso no es lo importante. ¡Hay algo de suma importancia que tengo que hablar contigo!

—¿Que es como para que te pongas así de serio? ¿Tiene que ver con Gwendal? ¿O con Anissina? ¿…O con ambos?

—No, no. Anini aún no ha hecho nada. Extrañamente… —dijo Josak pensativo, pero volvió al punto de inmediato—. ¡Nada de eso! ¡Esto es completamente tu culpa!

—¿Mi culpa?

—¡Sí! ¡Tú culpa! Siendo amigos, ¡¿cómo pudiste haber hecho una cosa como esa?!

—¿Qué…? Pero no recuerdo haberte hecho nada esta vez… ¿De que estas hablando?

—Esta vez… —murmuró Josak, y pensó: ¡¿A sí que las veces anteriores lo ha hecho a propósito?! Dejó las incertidumbres del pasado para otro momento y continuo serio—. ¿Acaso no somos cercanos?

—¿Qué tiene que ver eso con…

—No des vueltas, ¿somos cercanos o no? Pues claro que sí. Entonces, ¡¿si haces una cosa como esa, que va a ser de mi reputación?! Seguramente piensas que no soy lo suficientemente serio, pero tengo una imagen que cuidar, ¿sabe?

—Josak, ¿de que estas hablando?

—De lo que ha hecho con esos dos soldados, ¿de qué más podría estar hablando? Es terrible. ¡Nunca hubiera pensado que alguien como tú pudiera tener tan mal gusto! Tus preferencias dejarían helado a cualquiera como tus bromas…

Ah, tal vez no debería haberse metido con lo de las bromas. Después de todo el único a quien le soportaba sacar el tema era un pequeño rey muy lindo de cabellos negros.


Jeremy tenía la urgente necesidad de rascarse. Pero era una de esas necesidades que no se pueden saciar en público.

¿Qué parte de ir de incognito incluía puntilla? Especialmente la puntilla que roza las partes más íntimas del cuerpo de un hombre. Y la tela era demasiado ajustada, eso no le hacía gracia a losamigos.

Además, le dolían las pantorrillas, y con el paso de las horas también le dolía el trasero y las caderas por la innatural posición de sus piernas. Ya no sabía hacia qué lado echar el peso estando de pie, sea izquierda o derecha, o atrás o adelante, nada funcionaba para apaciguar los tacos.

A pesar de todo, Jeremy era un buen soldado. Continúo intentando plantar una buena sonrisa en su rostro. Pero para la gente que pasaba en realidad lucia como una mujer bastante extraña y con muchas ganas de ir al baño.

—¿…Estás bien?

—He visto mejores días —respondió Jeremy.

Su compañero estaba cerca, sostenía una canasta desde hacía dos horas. En la canasta había manzanas, debía ser como unos diez kilos de manzanas porque la comba del cesto era grande y la fruta rebosaba. Se podría haber puesto fácilmente un tablón ligero dentro y solo apilado un kilo o dos encima, pero no. Al menos el tenia sandalias bajas.

Jeremy no estaba seguro de si quería intercambiar esas sandalias y la canasta por los tacos.

Tenía la vista clavada en la tiendita, pero como de vez en cuando se aburría volvió a mirar hacia el piso y de reojo a la pollera de su compañero que no llegaba a tapar el vello masculino en sus tobillos y los dedos. Era horrendo, todo era horrendo.

Él se consideraba un buen soldado. Sonreía. Pero por dentro se preguntaba quien carajos lo había mandado a sentirse poderoso durante una noche como para apalear al rey.

—Es un buen chico, ¿no? —preguntó de repente su compañero.

—¿Eh? ¿Quién?

—Su Majestad.

—Cómo puedes decir que su majestad es un buen chico. ¿No es muy campechano dirigirse a él de esa forma? ¿De verdad le estas llamando chico?

—Oh, bueno. Su Majestad es una buena persona, eso quería decir. ¡Eso!

—Hum. Si, bueno, está bien. Creo que decir que es un buen chico es bastante acertado.

—Humf.

Robert rodó los ojos siendo bastante evidente como para verlo con claridad de reojo. Siendo que la charla apenas empezaba comenzaba a morir, Jeremy tuvo el impulso de mantenerla viva. En realidad hacia bastante que era compañeros, pero no hablaban tanto.

—Entonces. ¿Por qué se te ocurrió golpear a un buen chico? Digo, yo también lo hice, pero todo esto… —dijo señalando el vestido que llevaba puesto—. Ah, bueno, creo que ya no importa.

Hubo un silencio de apenas un breve momento, y una respuesta. —Parecía sospechoso —era lo lógico, Jeremy también pensaba lo mismo—, y pensé que iba a hacerte daño.

—¿…Hacerme daño? ¿Te refieres como a atacarme porque fui de frente, o algo así? La bolsa parecía un arma, sí.

—No lo sé, solo pensé que iba a hacerte daño. Por eso le golpee. Fue un reflejo.

—Ah, um. Está bien.

Entonces la conversación realmente murió. Jeremy sentía que el ambiente era un poco raro.

Poso la vista fija en la tienda y espero que pasara algo, pero como todo el resto del tiempo lo único que pasó era nada, y los minutos.

—¿Quieres cambiar?

—¿Qué si quiero cambiar qué? —cuestionó.

—Los zapatos.

—No estoy seguro de si quiero esa canasta —rio un poco.

—No iba a darte la canasta, solo los zapatos.

De repente estaba un poco más interesado, volteo a ver a su compañero con un deseo egoísta cada vez más fuerte. Habían marcas en su antebrazo debajo de la manija de mimbre tejido, incluso el notorio vello masculino de su brazo estaba arrancado. Se veía fatal, seguramente dejaría moretones y raspaduras, todo simplemente por estar de pie sosteniendo el objeto y transpirando.

Había notado lo firme que se paraba siempre su compañero, envidiaba un poco esa aura correcta que emanaba a veces, tan distinta a su personalidad dejada.

—No, estoy bien. Es lo que me ha tocado.

Tenía la sensación de que las cosas podían llegar a empeorar en este trabajo encubierto. Un par de zapatos el primer día no deberían ser nada.

—Está bien —dijo su compañero.

Podía ver la dulce sonrisa de reojo. Trago saliva. El maquillaje de mujer en su cara daba pena, y ese collar de perlas…

—Supongo que en realidad te queda —escucho que le decía con voz más suave, ni él ni su compañero se estaban mirando, y no sabía si debería hacerlo—. Luces bien…

—Umh.

No, no lo miró. Tan solo asintió levemente. Pero de repente Robert comenzaba a ser mucho más interesante que de costumbre.


—¿Un collar de perlas? ¿En serio? Debe de ser una broma, ¡¿alguna vez me has visto usar un collar de perlas?! Y la ropa, no me hagas entrar en detalles con esa ropa. ¡¿En que estabas pensando?!

—Es solo un castigo Josak, no hay porque tomarlo tan enserio.

—¿Cómo puedes pedirme que no lo tome en serio? Esto… Esto va a pesar a mi reputación.

—Te estas poniendo muy dramático, no pensé que fuera tan importante…

—¿Sabes que es lo que más me molesta? No, ¿verdad? No es que le restes importancia, es que ni siquiera te molestaste en venir a preguntarme. ¿Sabes cómo se siente eso?

—Josak, es solo un castigo, no se supone que se vistieran bonitos… Además, no tenía idea que estabas aquí.

—Pero ni siquiera preguntaste.

—Bueno…

—¿Lo ves? ¡Ni siquiera preguntaste! ¿Cómo puedes hacerle esto a Gurrie-chan?

—…

—Tu, hombre malo —hubo una pausa, y no fue porque Josak ya no sabía que decir sino porque a medida que su tono cambiaba ya no podía aguantar la risa.

Los soldados de Bielefeld los observaban al pasar, nadie entendí mucho de que iba la pelea y por el tono del hombre pelirrojo tampoco se atrevían a mantener alta la vista. Con las mejillas encendidas de algunos, y los labios apretados de otros, todos corrían la mirada incomodos.

Conrart estaba incomodo, pero ya conocía a Josak de mucho tiempo, para cuando este se empezó a reír con ganas rodó los ojos y se alegró de que la escena se había acabado. Más tarde le diría que podía ir a hacer los arreglos que él quisiera al atuendo de los soldados, pero se alegraba de que fuera tan malo, era la gracia de todo este asunto desde el principio.

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Continuará…

 

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