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El principe de Bielefeld por RedGlassesGirl

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El príncipe de Bielefeld – Capítulo 2

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Lord Waltorana estaba por entrar al salón para tomar el desayuno con sus invitados cuando el ex capitán Lord Weller se encontró con él en el camino casualmente.

Waltorana tenía ciertos resentimientos hacia este joven hombre, y algunos prejuicios que prevalecían pese a los años y los distintos acontecimientos que habían vivido. Tenía un poco que ver con su sangre mestiza, y un poco que ver con otras cosas.

A pesar de su aversión, que era obviamente mutua, no se llevaban particularmente mal. Ambos mantenían una relación cordial y discreta.

—Buenos días Lord Waltorana —saludó Conrart suprimiendo de manera muy poco evidente la incomodidad del encuentro a solas.

—Buenos días Lord Weller —respondió el hombre intentando medir esa sonrisa que le ofrecía el joven. Aunque hubiera querido dejar la conversación en este punto, era más fuerte que él el no ser maleducado, así que comentó: —Espero que haya pasado cómodo la primera noche en esta casa.

—De maravilla. Aunque, si me lo permite —dijo Conrart sin demostrar una falsa modestia—, me gustara preguntar si ha pasado algo durante la madrugada.

Waltorana se asombró, pero no dejo que su rostro lo reflejara. El hermanastro de su sobrino era muy perceptivo, y no quiso pensar hasta qué punto podría haber sobre escuchado alguna conversación indiscretamente.

—No es nada de lo cual un invitado necesite preocuparse —le dijo con calma—. La única preocupación en este momento es estar a la mesa a tiempo para disfrutar del desayuno.

Conrart se encontró con la guardia baja ante tal despliegue de tacto del hombre, pero se recompuso y sonrió con satisfacción. No habría más conversaciones porque Waltorana le dio la espalda y continuó caminando hacia el salón principal.

El desayuno pasó con tranquilidad, aunque faltaban algunas personas en la mesa. Waltorana no se sintió contento de que uno de ellos fuera Wolfram, “Debe de haber retomado esa mala costumbre de dormir fuera de los horarios” pensó. Para el momento en el que el joven entró en el salón él estaba por levantarse.

—Oh, tío ¿ya te retiras?

—Me gustaría quedarme a conversar, pero tengo un asunto que atender en este momento.

Waltorana no mencionó nada acerca de su impuntualidad, pero lo recordaría si se repetía. En vez de sentarse, Wolfram lo siguió y caminó a su lado acompañándolo durante un tramo en silencio.

—¿Ha pasado algo? —preguntó cuándo se habían alejado de todos.

—Tenemos un intruso —le confió la información sin dudarlo.

—¡¿Un intruso?!

—Tuve un breve reporte ayer durante la madrugada, y lo he confirmado a primera hora. Solo es una persona sospechosa que no ha causado ningún daño, pero aún no sabemos sus intenciones. Justamente pensaba ir a realizarle una visita para verlo e interrogarlo.

Wolfram guardó silencio un momento mientras pensaba en algo.

—¿Han dicho como era esa persona? —preguntó en un tono demasiado casual.

—No exactamente —dudó—, ¿a qué te refieres?

—A nada en particular, pero me gustaría confirmar algo. Permíteme acompañarte.

Waltorana asintió y juntos entraron a los calabozos. Había cinco soldados, tres de ellos eran los de la noche anterior. La celda estaba abierta y se olía la culpabilidad por todos lados.

—Escapó —dijo Wolfram al instante y se cruzó de brazos. Los soldados dieron un respingo y nadie quería ser el que pasara al frente.

—Quiero una explicación en este instante acerca de esto —exigió el lord de la casa.

—Milord, su excelencia —saludó uno de los soldados de forma nerviosa y asumió las responsabilidades—. El prisionero ha escapado por la alcantarilla en algún momento de la noche.

—¿Por la alcantarilla? —exclamó sorprendido Waltorana. Wolfram arrugó la nariz en una mueca de asco. Se acercaron a observar la celda y solo estaba la rejilla apoyada al lado del agujero negro. —¿Qué clase de persona era para caber por ese agujero? ¿Y cómo es posible que no hubiera un vigilante?

El agujero en el piso no tenía más de medio metro de diámetro de cada lado y la caída era de más de metro y medio hasta el pozo, los túneles serian incomodos para alguien fornido o demasiado alto.

Antes de que cuestionara de nuevo la falta de guardias, Wolfram interrumpió con una serie de preguntas dirigidas a los soldados mientras miraba el agujero de cerca apoyando las manos sobre sus rodillas.

—¿Usaba gorro y lentes? ¿Hablaba de forma insolente y era sumamente débil? ¿Y también se comportaba de forma sospechosa pero muy asustadiza?

Los tres soldados se miraron entre ellos.

—Si su excelencia —asintieron—. ¿Cómo lo sabía?

Wolfram suspiró y se llevó los dedos al entrecejo claramente irritado en una mueca muy similar a uno de sus hermanos. —Porque estoy completamente seguro de que es él.

—¿Él? —cuestionaron todos.

Wolfram se dio la vuelta para mirarlos. —El Maou —dijo ante la sorpresa de todos. Los soldados se pusieron más nerviosos y él los observó con fiereza—. Más les vale que no le haya pasado absolutamente nada. Ahora ustedes dos vayan a buscar unos caballos, los demás alístense. Iremos al pueblo a buscarlo cuanto antes.

Waltorana se admiró al ver la actitud de su sobrino. —¿Cómo podemos estar seguros de que aún está en el pueblo?

—Es Yuuri —dijo con resignación—. A esta altura debe de estar entablando amistad con unos tipos cualquiera en un bar, o siendo invitado a comer por alguna familia de clase baja que lo haya adoptado. Pero lo que realmente me preocupa es que tiene una habilidad extraordinaria para verse envuelto en problemas graves.

El hombre se quedó pensando mientras lo dejaban atrás. “Realmente… ¿qué clase de persona es el rey?”

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Wolfram salió al patio apresurado y se encontró con Conrart que lo estaba esperando en la entrada, junto a él se encontraban Gwendal y Günter. Se acercó a ellos y supo por las arrugas de su hermano mayor y la sonrisa de su hermano del medio que ambos sospechaban de la situación.

—¿Era él, verdad? —preguntó Conrart.

—Sí, estoy seguro. Voy para el pueblo a buscarlo.

—¿A quién? —preguntó Günter.

—Al chiquillo —dijo Gwendal, que normalmente era de pocas palabras y más aún si estaba disgustado.

—¡¿Su Majestad?! ¿Ha llegado? ¿Desde cuándo? ¿Por qué nadie me ha informado? ¿No se suponía que recibiríamos el aviso con anticipación? ¡Esto es una calamidad! ¡No estamos preparados!

—Algo debe de haber fallado —dijo Wolfram—, hubo un reporte de un intruso anoche pero no me enteré hasta hace un rato. Lo encerraron y escapó del calabozo por la alcantarilla en algún momento. No creo que tenga idea de donde está.

Conrart suspiró, Gwendal dio media vuelta y volvió a la casa, y Günter mando a pedir con urgencia su caballo. Waltorana no terminaba de comprender los intercambios entre Wolfram y sus hermanos, pero todo el mundo parecía saber exactamente cómo actuar ante una situación familiar.

—Oh, por Shinou. ¿Su majestad en el calabozo? No puedo creerlo, como podría resistirlo con su delicadeza, y teniendo que escapar por una alcantarilla. ¡Cuánto temor habrá sentido para tomar un camino como ese! —se lamentó Günter.

Wolfram ignoró completamente esos comentarios, la forma de ver a Yuuri que tenía este tipo le parecía tan errónea, mientras Conrart simplemente sonreía divertido. Los tres guardianes estaban por ir hacia sus caballos cuando una voz familiar los interrumpió.

—¡Un momento! —la voz de la mujer hizo sobresaltar a todos menos a Waltorana—. Lord von Bielefeld.

El aludido se sorprendió, así también como el Lord mayor de la casa que no era a quien realmente se dirigían. Al mirar alrededor, Wolfram no vio a su hermano mayor. “¡¿Escapó?! ¡Que rápido!”.

—He escuchado todo. —se jactó Anissina orgullosa. El único que estaba al tanto de que esa casa ya debía de tener artefactos para escuchar conversaciones indiscretamente había desaparecido de la escena—. ¡Y tengo la maquinaria perfecta para ayudar en una situación como esta!

Levanto en una mano un casco que tenía dos manijas a los lados y un muñeco extraño parado entre dos antenas. La figura de cabeza redonda y amplia sonrisa apuntaba con un dedo hacia el frente.

Conrart se llevó una mano a la barbilla y se inclinó para ver mejor el aparato. —¿Es esto un artefacto para rastrear a su majestad?

—¡Oh, me impresiona Lord Weller! —dijo ella sumamente satisfecha. El segundo hijo sonrió apenado al ver que ella se acercaba a Wolfram y él abría los ojos en anticipación. Anissina presentó el objeto ante ellos, ya que Waltorana estaba a su lado—. Como todos estamos cansados de sufrir estas situaciones incómodas y molestas cada vez que su majestad desaparece, he desarrollado una herramienta cómoda, eficaz y de buen gusto para facilitar las cosas.

Más de uno de los presente se preguntó cuál era exactamente el sentido del buen gusto de esta mujer.

—Encuentra-a-nuestro-amado-Maou-kun los guiará en el camino.

Justo cuando Wolfram estaba sucumbiendo ante la idea de tener que llevarlo, su tío tomó el casco y observó de cerca el pequeño muñeco encima.

—Que rostro tan peculiar —comentó.

Anissina no se mostró frustrada por el cambio en el sujeto de experimentación, pero ciertamente no había pensado en ponerle el casco a este hombre ya que era demasiado alto para ella.

—Veo que puede apreciar el fino trabajo artesanal, Lord von Bielefeld. —Cuando ella sonrió al hombre le pareció encantadora.

Wolfram hizo una mueca y luego miró a sus compañeros. Günter estaba intentando mantener su perfil bajo y Conrart le devolvió la mirada, lo cual le hizo sentir culpable pero ya había decidido que dejaría a Waltorana superar esto por su cuenta. Tenía cosas más importantes en mente, como encontrar al pequeño incompetente que tenía como prometido y del cual sentía la obligación de hacerse cargo.

Waltorana se colocó el casco con algo de duda, no era realmente cómodo y esas manijas a los lados lo hacían parecer una especie de cacerola. Pero de vez en cuando se sentía de humor alegre como para darle el gusto a los niños.

—Solo piense en su majestad aplicando una pequeña cantidad de maryoku y Encuentra-a-nuestro-amado-Maou-kun se encargará del resto —indicó la inventora.

Todos montaron, incluido Waltorana, que ahora se veía obligado a acompañarlos. Una vez llegaron al pueblo decidieron separarse formando dos parejas, Wolfram con su tío, y Conrart con Günter. Wolfram desmontó y se quedó pensando un momento.

—¿Dónde estás Yuuri? ¿Dónde podrías haberte metido? —murmuró para sí mismo mientras Waltorana lo observaba.

Avanzó unos pasos y destapó un tacho de basura. No estaba ahí. Tampoco estaba detrás de las cajas acumuladas en el callejón, aunque podría haber sido probable que si pasó la noche fuera una caja fuera su escondite.

—¡Yuuri! ¡¿Dónde estás?! —gritó avanzando por la calle desolada. No era la mejor forma de buscar, pero las veces anteriores que al viajar cayo en cualquier lado del castillo le había funcionado.

—Recuerdo al Maou, pero solo lo he visto brevemente durante la coronación y un par de reuniones. No sé qué tipo de persona debería buscar. ¿Va de incognito? Los guardias no lo han reconocido —preguntó Waltorana. El ridículo muñeco giraba encima del casco lentamente mientras se escuchaba un sonido de relojería.

—Debe tener un gorro y anteojos ridículos, son para esconder el cabello y ojos negros. Más allá de eso, no se puede saber. Podría vestir cualquier cosa.

—Entiendo… —Waltorana no parecía poder imaginar nada en concreto. Su tío no conocía mucho a Yuuri, y Wolfram ya había superado el shock inicial que él tendría que vivir durante estos días.

“Son pasadas las once. Si ha aparecido ayer por la noche probablemente esté buscando comida” pensó Wolfram. Con esa idea se dirigió a la parte comercial del pueblo.

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Waltorana estaba distraído y su sobrino desapareció sin que se diera cuenta. No podía quitarse el casco que tenía ajustado a la barbilla con una tira, así que decidió examinar el pequeño controlador que le había entregado la señorita von Karbelnikoff. La única perilla en forma de flecha en el centro no tenían indicaciones escritas, solo una línea indicaba que algo iba de mayor a menor, y ahora se encontraba en el centro.

Se concentró un momento e intento extraer de su memoria el recuerdo del chico que era el actual rey. No pasó nada.

“¿Estará roto?” pensó un poco frustrado por no poder hacer funcionar el aparato. El muñeco seguía girando y haciendo ruido. Se tocó la barbilla y sus ojos azules se clavaron en la perillita de nuevo, la movió del todo hacia la derecha.

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Sentado en su habitación Lord von Voltaire sacó su equipo de croché de su equipaje y observó los estantes cerca de la cama. El lugar era acogedor aunque un poco ostentoso para su gusto, al igual que el resto de está mansión, pero lo que más le incomodaba era la falta de sus objetos personales de costumbre. “Me he prometido no pensar en trabajo durante esta semana” se recordó.

Siendo un hombre que odiaba tener trabajo pendiente, su lema era haz el trabajo de hoy y un poco del de mañana, por lo que había dejado las cosas adelantadas en sus tierras para ausentarse tranquilo. Lo que en este momento le agobiaba era el chiquillo perdido, así que igualmente necesitaba lavar sus frustraciones.

Se acomodó en el sillón de dos cuerpos y comenzó una nueva criatura, el movimiento de la aguja y el hilo lo relajaba para pensar con claridad. Antes de que pudiera comenzar a analizar los peores desenlaces de la nueva escapada del rey, la puerta se abrió y no le agradó para nada la persona que invadía su espacio. Ella nunca respetaba la privacidad de su habitación.

—¿Ya has comenzado otra de tus obras de mal gusto? Alguna vez podrías pensar en cultivarte un poco en vez de perder tu tiempo con esas banalidades.

—Anissina, ¿qué quieres? —preguntó sin dejo de cortesía.

—¿Te gustaría un poco de té? —preguntó sin pedir permiso yendo hacia la tetera en la mesilla con ruedas a su lado.

Le entregó una taza rebosante de té caliente que se cayó sobre sus pantalones sin que a ella le importara. Gwendal abrió las piernas e intentó sorber parte del contenido a las apuradas.

—Los hombres de estos días no conocen de refinamiento —murmuró ella lo suficientemente fuerte para que su amigo de la infancia la escuchara. La atención de Anissina se dispersó y luego de algunos sorbos de té dejo su taza sobre la mesilla.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Gwendal observando como revolvía su cajón de la mesa de noche junto a su cama.

—Lo he dejado por aquí —dijo ella pensativa.

—¿Qué cosa? —pregunto Lord von Voltaire dejándose llevar.

—Los analgésicos.

—¿Para qué? ¿Te duele la cabeza? Si te sientes mal aquí tienen un médico de turno en la casa contigua. —Gwendal recobró un poco de consciencia y se alarmó—. ¿Haz guardado tus cosas en mi habitación? ¿Cuándo has entrado?

 

“Ella no ha vuelto a poner uno de esos pasadizos secretos aquí, ¿verdad? Su habitación no está al lado de la mía, eso es bueno”. Gwendal tomó un poco más de té a una temperatura normal mientras fruncía el ceño analizando posibilidades horribles.

—¿Por qué siempre te quejas tanto? Aquí están, era imposible que me haya equivocado, es solo que tus cosas se han puesto en el camino.

—¡Porque esta es mi habitación!

Anissina lo miró sin darle importancia y sostuvo un frasco de pastillas entre el índice y el pulgar. Eran de un color verde claro.

—Hey, esto no tiene nada que ver con otro de tus inventos, ¿o sí? ¿Le has dado esa cosa a Wolfram?

—Es en el hipotético caso de que Lord von Bielefeld activara el sistema a máxima potencia. El señor que apunta tiende a ponerse un poco nervioso.

—El señor que apunta… ¿estás hablando del muñeco? ¿Lo que le diste a mi hermano tiene fallas?

—¿Fallas? —Dijo ella en un tono indignado y luego contempló la idea—. Oh, bueno, Günter lo ha probado y ya que nunca se ha podido corregir ese pequeño error supongo que este invento es--

—Un completo fracaso —termino Gwendal la frase conociéndola de memoria.

—Sí, ¿Cómo sabias?

—Eso no importa, ¡le diste a Wolfram un invento fallado! ¿Qué es exactamente lo que anda mal? ¿Qué tan peligroso es Anissina?

—Oh, ¿estás preocupado por tu hermano? No te preocupes, solo genera algunos efectos secundarios como dolor de cabeza agudo, para eso son los analgésicos especiales que he preparado de antemano. Además, no es ese Lord von Bielefeld quien lo está probando.

—No es…

Gwendal comprendió que si no era su hermano, solo había una opción restante en esta casa. No sabía que pensar al respecto.

—Todo estará bien si no toca el control que le he dado.

—¡¿Y para que se lo has dado si no tenía que usarlo?!

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En la primera calle había dos restaurantes, Wolfram entró en el primer callejón y se dirigió hacia la parte trasera del primero de ellos. No encontró nada fuera de lo común, incluso al mirar por la puerta trasera que se encontraba abierta solo vio a tres cocineros trabajando. Se dirigió apresurado al segundo restaurant, pero lo único que había era un perro flaco esperando frente a una puerta cerrada y un tacho de basura vacío. El animal lo miró esperanzado, pero él no tenía nada para darle.

De repente escuchó jaleo unas cuadras más adelante, algún tipo de discusión o pelea. Sin dudarlo salió del callejón y miró enseguida hacia allí, un hombre le gritaba a un chico vestido de manera muy extraña que sostenía un bolso muy particular al hombro.

Lo veía de espaldas a la distancia, tenía el torso desnudo con la ropa atada a la cintura, un gorro, pantalones por la rodilla y calzado extraño. No necesitaba mucho más que eso para reconocerlo.

—Lo encontré. —Todas sus preocupaciones se aliviaron al instante.

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Waltorana se concentró incrementando la cantidad de maryoku que aplicaba al aparato.

“Un muchachito joven, cabello negro y ojos negros, delgaducho, sin gracia, nervioso. Creo que no está funcionando muy bien el recopila miento de datos…”.

Cuando había perdido la esperanza de lograr algo el muñeco comenzó a girar furiosamente a una velocidad impresionante, la fuerza de la fricción de los engranajes comenzaron a hacer temblar su cabeza. Luego sus hombros e incluso su pecho.

—¡Ahí está, ahí está, ahí está, ahí está! —repetía la máquina sin parar en una voz aguda y mecánica.

“¡¿D-donde?!” se preguntó Waltorana mareado y comenzando a asustarse por lo que sea que le estaba pasando a esa cosa peligrosa que tenía sobre la cabeza. El movimiento estaba matando su cuello y la fuerza comenzó a tirar hacia su lado izquierdo, así que siguiendo la inercia comenzó a correr hacia allí.

El casco estaba claramente drenando su magia, y era increíble la velocidad con la que lo hacía. Comenzó a tirar del cinto bajo su barbilla mientras corría pensando en quitárselo de inmediato pero estaba trabado. “¡Que alguien me quite esta cosa!”. Le hubiera gustado dar la orden de verdad, pero estaba solo.

A su alrededor solo habían casuchas comunes y un camino de piedra y tierra por donde corría. Era la hora de la siesta, así que no había casi un alma en esta zona del pueblo, ni siquiera estaban fuera las mascotas.

El muñeco sobre el casco tiró hacia el lado contrario con una fuerza increíble y Waltorana cayó al piso de rodillas, no pudo preocuparse de su apariencia por mucho tiempo, notó que si se quedaba quieto el muñeco se volvía loco girando y el ruido y las vibraciones le romperían los oídos.

Corrió cerrando los ojos para aguantar, “Tengo que encontrar al Maou rápido, esa debe ser la única posibilidad que se detenga”.

 

Salió a campo abierto y al no mirar termino chocando contra una pared dura y al caer de trasero hacia atrás sintió algo chapotear y la humedad en las manos y el cuerpo. Miró hacia arriba, un par de enormes ojos negros brillantes le devolvieron la mirada. Una lengua rosada larga  enorme se pasó por toda su cara y la baba le colgó de la barbilla.

Un vaca. Extrañamente de color oscuro casi negro. Al mirar con detenimiento al animal este tenía en el cuello un cencerro bastante grande con un grabado. Waltorana se levantó lleno de barro y tomo el objeto en la mano mientras el animal le daba un tope cariñoso con la cabeza.

—Reina… —leyó en el grabado.

El casco se había calmado.

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—¡Pagaré por lo que sea que ha hecho, pero quítale de inmediato las manos de encima!

—¡Wolfram! —exclamó Yuuri volteando a verlo, rompió el agarre del hombre que lo acusaba y corrió hacia él—. ¡Oh por dios, cuanto me alegro de verte!

Sosteniendo la mochila en una mano lo abrazó con la que tenía lastimada, Wolfram lo recibió gustoso, hasta que sintió ese horrible olor que tenía encima y se alejó asqueado.

—¡Por dios! ¡¿Qué demonios es ese olor?!

—Oh, lo siento. No estoy en mi mejor momento, estuve caminando por un lugar asqueroso.

—Deg nuegvo —le dijo Wolfram tapándose la nariz.

—¿Quién eres tú? —preguntó el mercader fornido enojado—. Dijiste que vas a pagarme, si quieres llevarte al pequeño ladronzuelo la compensación tendrá que ser bastante grande.

—¡Ya dije que yo no robe nada! ¡Iba a pagarlo! —se defendió Yuuri.

—¡Esto no es dinero! —En la palma abierta del hombre había un bollo de papel mojado y demacrado.

—Bueno… le han pasado algunas cosas, ¡pero el dinero es dinero!

—¿Qué hizo? —preguntó Wolfram.

—Comió tres pasteles de carne y tomó un jugo e intento escapar sin pagar.

Al mirar hacia un lado vio la mesa vacía y otro bollo de papel mojado encima. Metió la mano en el bolsillo y le entrego de manera ruda varios billetes al mercader. —Eso debería cubrir el valor como de cincuenta de esas cosas. Ahora largo.

—¡Oh! —exclamo el hombre apreciativamente con los ojos abiertos—. Bien, esto lo cubrirá.

El hombre desapareció en el interior de la tienda sin pedir disculpas o hacer más comentarios. Yuuri lo miró enojado todo el tiempo, y cuando volteó Wolfram pudo verlo bien por primera vez. Puso la mano sobre el borde de su boca.

—¿Quién te hizo esto? —preguntó preocupado, Yuuri tenía una magulladura violeta y el labio partido.

—Oh, eso. No me duele tanto. Estaba tan hambriento que lo había olvidado, aunque no puedo abrir mucho la boca.

Wolfram observo el brazo que Yuuri tenía contraído contra su pecho de manera defensiva, lo tomo con delicadeza por la muñeca y le hizo voltear la mano con la palma hacia abajo. Yuuri hizo una mueca de dolor.

—Lo mínimo que espero al volver a casa es que esos soldados sean castigados —murmuró el joven noble.

—¿Casa? —preguntó Yuuri asombrado—. Ya sé que estamos en Shin Makoku, peor no sabía exactamente dónde. ¿Esa mansión era tu casa? ¿Estamos en Bielefeld? No quiero que castiguen a nadie, si es por lo de anoche lo entiendo.

—¿Piensas dejar pasar algo como eso? ¡Podría estar fracturado! —se quejó Wolfram apuntando a su mano.

—Pero si era tu casa, y yo me veía sospechoso, ¿no es solo lo que tenían que hacer? Me duele, y estoy en contra de la violencia, pero tus guardias te estaban protegiendo. Excepto por el escape, que fue bastante fácil incluso para mí, creo que hicieron un buen trabajo. No voy a felicitarlos por el trabajo duro, pero si quieres castigarlos que sea por dejar escapar al criminal peligroso, no por golpear al rey.

Wolfram se lo quedó mirando, otra vez no tenía palabras. Enviaría a los soldados a buscar a los demás y así podrían irse directo para la residencia a que Yuuri tomara un buen baño y lo viera un médico. Al darse la vuelta pateo algo que estaba en el piso, y como el objeto se interpuso en su andar trastabilló dando un pisotón para mantenerse estable.

Se escuchó una leve explosión que los asustó a ambos. La que había adentro parecía haberse desinflado.

—¡Mi mochila! —grito Yuuri horrorizado. Con desesperación tomó el objeto y lloriqueo al palparlo por fuera. —Oh, no, no, no.

—Lo siento mucho—se disculpó Wolfram—, ¿tenía algo importante dentro?

Yuuri no sabía que decir, era lo más importante de todo. ¿Qué haría ahora? No quería ni tener que mirar dentro. Pero no quería admitir que esto era su regalo de cumpleaños, ni tampoco podía recriminarle ya que fue su culpa olvidarse algo tan importante en el piso.

—N-no… No hay problema, fue un accidente.

Abrazó la mochila triste, y tuvo que aceptar que no había remedio.

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Lo más impresionante a la hora de volver no fue la apariencia de Yuuri, ya que todos estaban acostumbrados a que hiciera cosas raras, sino la de Waltorana.

Conrart estaba examinando con cuidado la muñeca de Yuuri junto a su caballo cuando lo vio aparecer. Abrió los ojos y los labios ligeramente y se dio una patada mental para no reírse, se moría de ganas pero no podía hacerlo, así que aguantó la respiración sutilmente.

—¿Qué pasa? —Preguntó Yuuri y miró hacia el mismo lugar—. ¿Ese no es el tío de Wolfram? ¿Qué le paso?

—Es un extremo placer volverlo a ver su majestad —le saludo Waltorana de una manera muy educada que no pegaba para nada con su apariencia.

—Ee--eh, si, un gusto verlo, también.

El hombre mayor no dijo nada y se dio la vuelta para ir hacia su caballo, aún tenía el casco bajo uno de sus brazos. El cabello rubio de Waltorana estaba lleno de barro seco, así como su uniforme que dejaba caer pequeños trozos de tierra al caminar. Su piel estaba pálida y brillosa, era notorio a simple vista que se sentía enfermo.

“Wow, es increíble que mantenga la dignidad hasta viéndose de ese modo” pensó Yuuri admirándolo un poco.

Wolfram le hizo montar detrás de él, no quería tener que soportar ese olor que tenía Yuuri si él viajaba en frente, pero no quiso aceptar que viajara ni con Conrart ni con Günter tampoco. Una vez en la mansión, envió al primer sirviente que encontraron a buscar un médico.

—¡Preparen el baño, vamos ahora mismo! —ordenó a otras dos sirvientas que aparecieron en ese momento.

Günter había entablado una discusión muy correcta pero con gran indignación con Waltorana acerca del estado de Yuuri a causa de los soldados.

—¡Günter, ya he dejado claro que no quiero castigos exagerados! ¡Los soldados estaban trabajando después de todo! —se quejó Yuuri a lo lejos.

—Oh, su majestad —se revolvió su tutor y se llevó una mano a la boca acongojado. Parecía encontrarse en una posición difícil entre lo que era correcto hacer y lo que Yuuri quería.

En ese momento Wolfram se acercó a él y lo empujó por los hombros para que no se pusiera a conversar con Conrart en la entrada.

—No puedes estar un segundo más así —se quejó y lo metió a la casa guiándolo por los corredores enormes hasta el baño. En el pequeño recibidor comenzó a desvestirlo rápidamente sin darle lugar a quejas, Yuuri se asustó cuando casi le arranca la ropa echándola en el piso. Lo único que le dejo fue la ropa interior.

—Por favor no la quemes o algo parecido, porque veo que no te faltan ganas.

Wolfram hizo una mueca de asco y lo empujó para que vaya hacia la tina. Estaba indignado por su apariencia. Se sacó las botas y las medias y se arremangó la camisa hasta los codos.

—Realmente eres un asco.

Tomó una palangana, la llenó de agua caliente y se lo tiró en la cabeza. Echó una gran cantidad de shampoo en su cabello y comenzó a lavarlo con furia haciendo  mucha espuma. El jabón y las burbujas empezaron a volar por todos lados.

—No podría estar más enojado contigo. Llegas sin avisar, te dejas golpear, te metes a una alcantarilla. ¿Algún día te comportaras como un rey digno? ¡Sabes canto me haces preocupar todo el tiempo!

—¡Ouch, más suave por favor! Creo que tengo un chicón en la cabeza —se quejó Yuuri y le sostuvo las manos.

—Luego voy a revisar eso también, aunque parece que tu cerebro aun funciona. —Sonrió con picardía y le echo gran cantidad de agua hasta dejar su cabello negro y brillante sin rastros de jabón.

—No necesitas bañarme como a un perro, puedo hacerlo yo mismo.

—Tienes la mano a la miseria, ¿cómo piensas asearte como corresponde en ese estado? Siéntate en el borde y déjame ayudarte con la espalda.

—¿No vas a entrar? —le preguntó Yuuri mientras dejaba que lo enjabonara.

Wolfram se sorprendió un poco por la invitación y sonrió contento. —Si insistes, te acompañaré cuando estés decente como para entrar al agua.

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Continuará…

 


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