#Capítulo 1.
Se enamoró del primer momento que lo vio, no tenía esa máscara de serpiente de la cual todos hablaban, no, ni siquiera se parecía a eso, sus ojos eran esmeraldas de tintes rojos, le sacaba casi dos cabezas, tenía un porte serio, pero lo miraba de una manera diferente que a cualquiera de sus mortifagos, no, lo miraba como nunca nadie miraría a ese pequeño de cabellos platinados con ojos como la misma plata, era un ser puro y lo sabía, era un ser inocente y lo sabía, era un ser que sólo conocía el amor puro de sus padres y lo sabía.
Y a pesar de saberlo, el gran señor Tenebroso, se enamoró del hijo de su mano derecha, y este de él, con tan sólo mirarse, con tan sólo apenas saber el nombre del otro, sabían en sus miradas, que ninguno de los dos de miraría como supuestamente deberían.
Por eso se prometieron mutuamente que un día escaparian juntos, antes o después de la guerra, pero lo harían, escaparian de esa tonta profecía que no importara quien ganara alguien sufriría. Se amaban incondicionalmente, era un amor puro, tan puro que un beso subido de tono le daba miedo de ensuciar a su pequeño, su dragón, su todo, el único que tendría poder completo sobre él, el único que le hacía comer de la palma de su mano.
Quién podría creer que el-que-no-debe-ser-nombrado, caería a los pies de una víbora albina, que lo cautivaba con esa inocencia, con esa sonrisa que iluminaba como el mismo sol, como esa belleza como la misma Luna, y con esa pureza, una que cualquier mestizo.
Él se había enamorado locamente de esa serpiente, una con un veneno mortal, que con unas simples palabras pondría a sus pies a cualquiera, esa serpiente azabache de ojos rojos volviéndose esmeraldas puras, con ese toque aristocrático, muy parecido al mismo que él tenía, lo amaba, y estaba dispuesto hasta a ofrecer ese puro cuerpo por ese amor que sentía.
El día de la gran batalla había llegado, con una poción multijugos habían cambiado la apariencia de un mortifago, uno de los peores, lo había echo y le había puesto un Imperio, después de eso escaparon juntos, como si fueran unos adolescentes que escapaban de la casa de sus padres, habían escapado esperando dejar esa vida atrás.
Tan sólo dos días, tan solo habían pasado dos malditos días.
El mayor había salido de ese hotel muggle sólo para ir por comida, ya que su pequeño tenía hambre, y no sería bueno que no comiera, no después de la gran noticia, de a pesar que todavía sea tan chiquito, que tan sólo tenga dos semanas, ya era amado con todo el amor posible que le podrían dar sus padres, de pronto habían tocado la puerta de esa habitacion donde se hospedaba, alegre, fue a abrir pensado que Tom ya había llegado.
Gran error.
Del otro lado de la puerta estaba el Gran Salvador del Maldito mundo mágico, con una sonrisa retorcida, mirando a ese ser de pureza, pero mirándolo de una forma totalmente contraria a esa, rápidamente lo había tomado de la muñeca, llevándolo con un transportador devuelta a ese maldito mundo del cual escapó, lo había llevado para que sea juzgado, él no tenía la culpa de nada, él sólo era un niño que tuvo que madurar rápido, sin tener una adolescencia normal, el sólo cumplía obligaciones, el seguía siendo ese ser inocente de siempre.
Él nunca tuvo la culpa.