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Sólo para mi por Euridice

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Notas del capitulo:

Aquí les dejo el último capítulo de esta historia, me ha tomado más tiempo porque a pedido de algunos de ustedes hice sufrir un poquito más a Milo de lo que tenía en mente muajajaja!!!

 

Espero que les guste!

Era un nuevo día y Camus acababa de despertarse; increíblemente se había dormido desde la tarde anterior, algo que no era común en él. Era algo temprano, así que decidió ir donde Nina y dar una vuelta en trineo. Se subió y guió a los perros hacia un bosque aledaño; se quedó contemplando los árboles con ese tapiz de nieve, que le daban esa peculiar belleza al paisaje. Ese momento fue como volver a la niñez, se sentía libre y sin preocupaciones, y recordaba que en sus pequeños descansos de veinte minutos que su maestro le daba luego de su entrenamiento, cuando era un niño que se preparaba para convertirse en santo de Athena, solía montarse en esos trineos tirados por perros y podía permitirse actuar como infante. Se sentía muy feliz de poder hacerlo otra vez, y en ese inmenso silencio pensó que le hubiera gustado compartir esa actividad con Milo, a él le habría encantado hacer algo tan intrépido. Se dio cuenta de lo mucho que lo extrañaba, y no dejaba de preguntarse si estaría bien, pues más allá de no haber podido entablar una relación amorosa como anhelaba, deseaba que el escorpiano fuera feliz.

 

En el santuario, Aldebarán estaba muy preocupado por su amigo, el caballero de escorpio; si bien esa mañana fue a entrenar, se lo veía muy desanimado y apagado, sus ojos parecían haber perdido ese brillo que siempre tenían. Casi nadie sabía a dónde pudo haber ido el caballero de acuario, suponían que a Siberia, pero el patriarca no quiso dar detalles, por tanto no se los dio por seguro; no obstante, el caballero de tauro estaba dispuesto a averiguarlo. Cruzó las doce casas y una vez en el salón del patriarca preguntó sobre el paradero de Camus; Shion se negó a decirle, incluso siendo que el de tauro le insistió poniendo como excusa la tristeza que tenía el de la octava casa. La respuesta de Shion fue muy dura, se limitó a responder que el caballero de escorpio debía ser capaz de lidiar con sus sentimientos y no dejarse llevar por ellos (el patriarca estaba ya enterado de la pelea que Camus y Milo habían tenido en el coliseo, aunque ignoraba los detalles más candentes), haciendo hincapié en que tenía que respetar la decisión del acuariano. Muy decepcionado, Aldebarán se dispuso a volver a su templo; en capricornio vio a Shura, y cuando le pidió pasar, el español notó que algo perturbaba a Aldebarán y no dudó en preguntar.

 

-  ¿Sucede algo?

 

-  Estoy preocupado por Milo…fui con el patriarca a preguntarle por el paradero de Camus…tú sabes, ellos tienen que aclarar sus cosas, pero Shion se negó a decirme dónde está.

 

-  Ahora que recuerdo, hace unos días vi a Camus armando su equipaje; mencionó algo de volver a Siberia…- explicó Shura.

 

-  ¿De veras? ¿sabes cuándo volverá?

 

-  No mencionó eso…

 

-  Espera, ¿quieres decir que quizás él…no regrese?- preguntó el de tauro.

 

-  No lo sé, no dijo eso tampoco, pero quién sabe cuánto tiempo más esté allí…

 

-  Gracias Shura, te veo luego- agregó Aldebarán y marchó a su casa.

 

Dos casas más abajo y ya se encontraba en el octavo templo, deseaba que Milo no estuviera allí, porque no sabía cómo reaccionaría cuando supiera que Camus quizás no regresara de Siberia. Pero justo cuando creyó estar solo, Milo lo detuvo y preguntó lo obvio; Aldebarán vaciló un momento pero el escorpiano notó su duda e insistió en que le contara qué había averiguado. El de tauro le explicó que Shura fue quién le dijo que el de la onceava casa había regresado a Siberia, y que no se sabía de su regreso, o si volvería al santuario. Observó que los ojos turquesa del escorpión se tornaron vidriosos y tuvo el impulso de abrazarlo amistosamente, pero Milo se negó y le pidió que lo dejara solo. Una vez que el de tauro se marchó, el de cabellos azules se encerró en su habitación y lloró nuevamente. ¿Y si no volvía a verlo jamás? Pensar en eso lo aterraba, cayó en una gran depresión y no volvió a los entrenamientos, ni se movía de su casa; la conducta de Milo preocupaba a todos sus compañeros, y cada uno de los días subsiguientes alguien se acercaba a preguntarle si estaba bien, si necesitaba compañía, pero el caballero de escorpio a todos los echaba casi que a los gritos, a Deathmask incluso lo golpeó con una manzana que tenía en mano. En su desolada morada el de cabellos azules no hacía más que llorar y culparse de perder a la persona que más le importaba; ya no tenía interés en nada más. Se encerró en su sufrimiento porque creía merecer estar así, mentalmente se repetía a sí mismo que había sido imprudente, y muy ingenuo, en eso Misty no se equivocaba, pensó; no dejaba de responsabilizarse por dejar ir a su bello caballero de los hielos, y todo por cegarse ante palabras vacías.

 

Hastiado de la constante insistencia de sus compañeros, decidió marcharse de su templo; no quería ver a nadie. Pensó en ir a su refugio secreto, pero recordó que ya no era tan secreto y sería el primer lugar donde lo buscarían; así que había un solo lugar a donde ir. Al caer la noche, aprovechando que sus camaradas de sagitario y capricornio dormían, tomó la decisión de ir hasta allí; se adentró en el templo de su adorado caballero de acuario. Como un niño que extraña la compañía de su madre, se acostó en la cama abrazando una camisa de Camus y se durmió con el perfume impregnado en la prenda, ese aroma que lo hechizó y que tanto extrañaba. Permaneció allí un par de días, llorando de a ratos y sin comer casi, con una angustia tal que le hacía sentir un nudo muy grande en el estómago que le dificultaba probar bocado; se preguntaba si Camus se habrá sentido igual cuando lo dejó por Misty. Increíblemente, nadie había cruzado el templo de acuario aún, pues si bien los demás caballeros dorados lo buscaron hasta el cansancio, a nadie se le había pasado por la mente la idea de que Milo se escondiera en la habitación de Camus. Fue así que permaneció allí solo, refugiándose en sus recuerdos felices con el caballero de acuario; en un momento se levantó con ganas de leer algo y fue hasta la biblioteca, donde encontró un cofre de madera labrado. Se le ocurrió abrirlo y lo que encontró logró darle un poco de alegría: dentro habían fotos de Camus junto con él, todas tomadas en distintos períodos, desde la niñez hasta los días más recientes; parecía una línea de tiempo.

 

Se quedó observando una en la cual eran unos niños y estaban en el santuario, ambos con esa inocencia y ternura de la infancia, y otra de hacía dos años, ya convertidos en caballeros y hechos unos hombres. No obstante la que sin dudas más captó su atención fue una que estaba en un sobre, celosamente guardada, como para ser protegida de todo; era una foto que Camus le había tomado a Milo el día de su cumpleaños pasado. Recordó ese día: después de festejar con todos sus compañeros, Milo y Camus se habían quedado solos en el templo de escorpio, y con mucha vergüenza Camus le dijo que se veía tan hermoso esa noche, que tomó esa foto para inmortalizar su belleza. “Me ama” pensó con gran esperanza, y después de tantos días de llanto y aflicción, esbozó una sonrisa. Al poco tiempo sintió un frío cosmos dentro de la casa de acuario; sus ojos brillaron y corrió hasta la entrada, pensando que Camus había regresado, y con la ilusión de volver a verlo. Sus esperanzas se marchitarían rápidamente cuando vio que quien entraba no era otro que Hyoga.

 

-  Milo, ¿qué haces aquí?- el escorpiano solamente lo miró y no contestó- ¿Estás bien? Te ves muy delgado…

 

-  ¿Y tú? ¿Te has mirado al espejo acaso?- respondió muy irritado, más que nada por la decepción de no encontrarse a su amado.

 

-  Escucha, no quiero discutir; vine a anunciarle algo a Athena- agregó el caballero de cisne con una gran sonrisa- así que si me lo permites, debo pasar….

 

-  Hyoga…- dijo el escorpiano mientras que el rubio se daba la vuelta para irse.

 

-  ¿Sí?

 

-  Quisiera disculparme por lo ocurrido en el cumpleaños de Dokho…

 

-  No te preocupes, no pensabas con claridad. Sabes que mi maestro jamás se propasaría conmigo, especialmente sabiendo que voy a comprometerme…- dijo Hyoga con gran calma.

 

-  ¿Tú…te comprometerás?

 

-  Así es; Shun y yo hemos estado hace un tiempo viviendo juntos, y decidimos dar el siguiente paso.

 

-  Me alegro por ti- dijo casi en un susurro y Hyoga notó la tristeza de Milo.

 

-  ¿Te sucede algo?- preguntó el de cisne y Milo dudaba si contestar, pero pensó que tal vez el joven podría saber cuándo volvería el acuariano.

 

-  ¿Camus volverá?

 

-  Estoy seguro que sí, pero se lo veía muy apenado por la discusión que ustedes tuvieron, por eso decidió irse por un tiempo…

 

-  ¿Crees que querrá verme después de todo eso?- preguntó Milo con temor.

 

-  ¿Por qué no? Eres su amigo desde la infancia, quizás debas intentar hablar con él.

 

-  Pero no sé cuándo volverá…

 

-  ¿Es necesario sentarse a esperar hasta el día que se le ocurra volver?- dijo Hyoga, sugiriendo en forma subliminal algo que Milo consideró que era una locura- Bueno, espero que puedan solucionarlo. Ahora debo irme.

 

-  Adiós- dijo el de escorpio mientras observaba a Hyoga irse de allí.

 

Se quedó pensando en lo que el caballero de cisne sugirió entre líneas, aunque le parecía una locura viajar a Siberia, solamente había estado allí una vez para un cumpleaños del acuariano, no recordaba mucho dónde se encontraba la casa donde Camus solía quedarse, y necesitaba el permiso de Shion además. Era tan alocado como riesgoso, pero pensó que tal vez podría ser la única manera de recuperarlo y de repente corrió hasta el segundo templo en busca de Aldebarán. Este se sorprendió y no dejó de preguntarle dónde había estado en esos días, por qué estaba tan delgado y por qué lo buscaba con tanta urgencia; una vez que recuperó el aliento Milo le comentó su plan, que al de tauro le pareció una demencia, pero pensó que tal vez era la única forma de que la relación entre esos dos caballeros finalmente se enmendara. Así que decidió acompañarlo donde Shion para hablar con él sobre el asunto, pero no sin antes darle algo de comer al escorpiano, pues le alarmaba verlo con esa delgadez y temía que se desvaneciera en el camino. Una vez que Milo terminó de comer, fueron hacia el templo del patriarca y explicaron la situación, pero Shion no daba tregua y consideraba que Camus merecía su tiempo de soledad.

 

Ni el patriarca ni los dos caballeros notaron que la diosa Athena había entrado a la sala, aturdida por la discusión y preguntó qué sucedía. Shion explicó la situación; la diosa, que podía saberlo todo, obviamente comprendía la verdadera razón por la cual Camus se había ido, por lo que preguntó al escorpiano por qué tanta urgencia por ir donde su camarada. Por un momento Milo palideció, no porque Aldebarán no supiera del asunto, sino porque se sentía inseguro respecto a hablar de sus sentimientos frente a una figura de autoridad como Shion. Por ese motivo, encendió su cosmos y a través del mismo le explicó a su diosa su necesidad de encontrar a Camus; la diosa, luego de haber recibido el mensaje, meditó su respuesta por un momento para finalmente concederle permiso a Milo para viajar. Shion, quien no entendía la decisión de Athena, simplemente no hizo comentarios sobre la resolución. Fue así que ambos caballeros se pusieron de pie y Milo fue de inmediato a reservar su pasaje, y posteriormente a armar su equipaje, que no sería muy pesado; pues fuera cual fuera la reacción de Camus al verle, no estaría allí más de una semana, con o sin él volvería pronto, pues no era amante del frío extremo. Esa noche, luego de ser invitado a cenar por Mu y Aldebarán no pudo pegar un ojo, el vuelo era a las cuatro del otro día y se sentía muy nervioso; tuvo suerte de que Aldebarán y su pareja se ofrecieran a acompañarlo, pues en ese estado de ansiedad, podría cometer cualquier desastre, como subirse al vuelo equivocado y terminar en el fin del mundo.

 

Llegó el gran día; Milo partió de su casa con su valija y fue a la casa de Aries, donde Mu y Aldebarán lo esperaban para acompañarlo. En todo el trayecto al aeropuerto el escorpiano se acomodaba una y otra vez en el asiento del taxi, como si estuviera sentado sobre un hormiguero. Al llegar allí, realizó el check in y esperó a que anunciaran a qué puerta debía dirigirse para abordar su avión; fueron los minutos más largos de su vida, no controlaba su inquietud, pues se movía de un lado a otro, cambiaba de posición constantemente y  no dejaba de preguntar la hora a sus dos compañeros. Sumado a todo eso, no dejaba de sentir el nerviosismo en su vientre, temiendo descomponerse en el avión; no dejaba de hablar y de pensar qué pasaría si ocurría algo como que el avión se estrellara, o que fuera secuestrado por terroristas, o que metieran drogas en su equipaje y lo enviaran a prisión injustamente. Al fin era la hora de subirse al avión y casi desespera, Aldebarán intentaba contenerlo.

 

-  ¡¡Milo, relájate por favor!! ¡¡Todo saldrá bien!!

 

-  ¡Gracias por acompañarme! ¡Deséenme suerte!- exclamó el escorpiano y se dirigió a la compuerta que correspondía al avión que debía abordar.

 

-  ¡¡Suerte!!- exclamaron Mu y Aldebarán, observándolo irse y quedaron en silencio unos minutos deseándole lo mejor.

 

-  ¡Vaya, Milo puede ser un verdadero saco de nervios!- exclamó Mu, con algo de alivio.

 

-  ¡No me digas!- dijo Aldebarán irónicamente, lo besó dulcemente y salieron de allí para regresar al santuario.

 

Llegó al aeropuerto de Moscú alrededor de las tres de la tarde del día siguiente; buscó su maleta con apuro ya que debía tomar un tren hasta Siberia; por momentos pensaba por qué a Camus se le tuvo que ocurrir irse justo a Rusia, por qué no fue a su tierra natal, al menos en Francia no escribían con esos jeroglíficos inentendibles como en Rusia, y los franceses eran además algo más abiertos que los rusos en cuanto a ayudar a los turistas a orientarse. De camino a la estación de tren aprovechó para maravillarse con la arquitectura del lugar, pensaba que era una ciudad hermosa, pero que sería mejor visitarla en verano; el frío allí se hacía sentir, y no quería pensar cuánto más frío sería Siberia si ya en Moscú se estaba congelando. Llegó al fin a la estación y se subió al tren; sus nervios se incrementaban cada vez más, pero también sabía que se acercaba el momento de encontrarse con Camus. El viaje fue bastante ameno, y desde su ventana observaba el nevado paisaje, que se le hacía muy llamativo; al llegar a Siberia ya eran las cinco, y con ayuda de un joven muy amable que, para su fortuna, de casualidad hablaba su idioma, fue rumbo a la aldea donde Camus estaba.

 

Una vez allí se tomó unos minutos para admirar el paisaje, que era realmente de ensueño; la nieve blanca, los ríos congelados a lo lejos que se veían como zafiros, los pinos cubiertos de nieve y el cielo azul. Sus dientes no dejaban de chocarse, porque el frío le hacía temblar la mandíbula, pero valía la pena detenerse ante ese paisaje tan peculiarmente bello; todo allí le recordaba a Camus, y comenzó a entender más esa belleza tan distinta que tenía su amado, que no todos lograban descifrar. Terminado su momento contemplativo, se dispuso a encontrar la cabaña del de acuario; recorrió varias veces esa pequeña aldea y todas las casitas parecían iguales, fue de una punta a la otra sin tener éxito. Comenzaba a estresarse, pues estaba ya sintiendo el cansancio del viaje, y caminar en la nieve se le hacía difícil, quitándole aún más energía. Viendo que daba vueltas en el mismo lugar una y otra vez, muy frustrado se sentó en un tronco que había al lado de una cabaña que era un poco más grande que las otras.

 

-  ¡Mierda! Moriré congelado y sin haber encontrado a Camus…- exclamó con decepción, pero se sobresaltó cuando sintió algo húmedo en su oreja, como una lamida. Al darse vuelta se encontró a un hermoso perro husky que movía su cola amigablemente.

 

Acarició al perro con ternura, y observó que una mujer bastante corpulenta, de unos cincuenta años y cabello rubio, casi blanco, se dirigía hacia allí. Cuando se acercó a donde él estaba, tomó al perro de su correa y le dijo algo en ruso que Milo obviamente no entendió; la mujer notó al instante que él no era de allí y le habló esta vez en el idioma de Milo, con un fuerte acento, pero de todas formas se entendía muy bien lo que decía.

 

-  ¿Está perdido?

 

-  Algo así…busco la casa de alguien, pero no logro encontrarla…- explicó con cierta tristeza.

 

-  ¿A quién busca? Conozco a casi todos aquí; mi nombre es Nina, le ayudaré en lo que pueda.

 

-  Busco a un joven francés, es de cabello turquesa muy largo y ojos azules…

 

-  ¡Camus!- interrumpió la mujer.

 

-  ¡Sí! ¿Lo conoce? ¿Sabe dónde está?- exclamó con una sonrisa, pensando que la suerte estaba de su lado.

 

-  Claro que lo conozco- dijo Nina con su marcado acento ruso- su cabaña no está muy lejos; mire, debe caminar por esta misma dirección, es la cuarta cabaña desde aquí- explicó a Milo, mostrándole el rumbo que debía seguir.

 

-  ¡Muchas gracias!- dijo y se dirigió hacia allí rápidamente.

 

Se paró frente a la puerta de esa pequeña cabaña, pensando que era ahora o nunca; debía hablar con el caballero de acuario y, sobre todo, debía prepararse para enfrentar la decisión que el peli turquesa fuera a tomar al respecto. Dando un profundo suspiro golpeó la puerta, al rato esta se abre y allí se aparece el acuariano con un gran gesto de sorpresa.

 

-  ¡Milo! ¿Qué…?- Camus estaba muy sorprendido y algo nervioso, sintió que su corazón latía muy fuerte, pero notó que su amigo estaba con frío- Pasa, toma asiento, por favor; ¿sucedió algo en el santuario? ¿Cuándo llegaste?

 

-  Hace unos cuarenta minutos, me costó mucho encontrarte- dijo mientras dejaba su maleta en un rincón- No sucede nada en el santuario…

 

-  Oh… ¿entonces…?- preguntó el francés ahora confundido.

 

-  En realidad…vine porque…quería hablar contigo…- agregó Milo sintiendo que temblaba y no solamente por el frío.

 

-  ¿Viniste hasta aquí…para hablar?- preguntaba sorprendido Camus- ¿Quieres un café? Estás temblando.

 

-  Me gustaría- respondió y mientras Camus preparaba el café reinó el silencio en la pequeña sala. Una vez que estuvo listo, el francés dejó las tazas en la mesa y ambos se sentaron; Milo se sentía muy cohibido y no se atrevía a mirar al peli turquesa a los ojos.

 

-  ¿Cómo has estado? Sé que tal vez no te guste esta pregunta, pero ¿has perdido peso?- preguntó Camus para romper el silencio.

 

-  Sí…a decir verdad, no he estado muy bien…- dijo Milo y el acuariano lo miró con tristeza- te…te extrañé…mucho.

 

-  Yo también te extrañé…

 

-  Pero la verdad es que…vine aquí porque…quería…disculparme contigo…- agregó el peli azul con temor- por todo…por lo de Misty, por acusarte de acostarte con Hyoga, y por la pelea en el coliseo. Realmente…no sé en qué pensaba…

 

-  Milo…realmente me lastimaste…- dijo el francés con los ojos llenos de lágrimas- pero…

 

-  Si no quieres perdonarme, lo entiendo…no te molestaré más...

 

-  Creo que yo también debo disculparme…cuando me viste con Saga solo te evadí como un cobarde, cuando tendría que haberte explicado las cosas…

 

-  Ya no importa…todo fue culpa de Misty; él fue quien mintió sobre ti, y yo le creí; fui un ingenuo…- explicó el escorpiano.

 

-  No puedo seguir peleado contigo…eres muy especial para mí…

 

-  ¿Lo soy?- cuestionó el escorpiano algo sorprendido por lo que Camus le decía.

 

-  Claro que sí… ¿por qué crees que sufrí tanto cuando me dijiste lo de Misty?...

 

-  Lo de Misty se terminó….

 

-  Lo lamento.

 

-  No, está bien. Eso nunca debió ser…la verdad es que…no sólo vine para disculparme…- Milo sentía que las palabras se trancaban en su garganta- en realidad también…quería…de…decirte que…te amo…

 

-  No sabes cuánto esperé que dijeras eso- dijo el francés mientras caía una lágrima por su mejilla- yo también te amo…desde la noche que hicimos el amor por primera vez….solo quiero estar contigo.

 

-  No…no puedo creerlo…

 

-  ¿Por qué no? Debiste sospecharlo desde que me molesté contigo aquella vez que me contaste lo de Misty…

 

-  No es eso…- dijo Milo- es que…creí que no me perdonarías. Todo el viaje hasta aquí estuve muy nervioso, y con miedo…creí que iba a vomitar- agregó riendo.

 

-  Espero que en el avión tuvieran suficientes de esas bolsitas para mareos…- dijo Camus con una sonrisa burlona y Milo rió.

 

-  Bueno...también me disculpo por vomitarte en la fiesta de Dokho.

 

-  Te perdono, pero me debes una remera.

 

Se miraron profundamente por un momento para al rato fundirse en un cálido abrazo; tanto tiempo estuvieron distanciados que ahora sentían que no querían separarse más. Camus preguntó al griego si tenía frío y le prestó una bufanda más gruesa y unas botas especiales para la nieve; luego lo tomó de la mano y salieron de la cabaña.

 

-  Cuando nos conocimos tú me llevaste a tu lugar favorito del santuario, ahora me toca a mí mostrarte mi refugio oculto…

 

-  Me siento halagado, pero ¿podría ser mañana? Estoy cansado…- dijo el griego haciendo puchero.

 

-  No tendrás que caminar, tengo una forma de llegar hasta ahí que te encantará.

 

Había atardecido y fueron hasta la cabaña de Nina y Camus le pidió dos de sus trineos; Milo miraba todo con gran curiosidad, pues nunca había andado en trineo, y mucho menos en uno tirado por perros. Camus le explicó cómo manejarlo y le enseñó las palabras que debía decirle a los animales para que le obedecieran y lo llevaran por donde querían. Así que una vez que se aseguró de que Milo estuviera listo, arrancó su trineo y le indicó al escorpiano que lo siguiera, y este así lo hizo. La experiencia era por demás increíble, le pareció muy divertido ir en ese trineo y que los perros obedecieran sus indicaciones, llevándolo por ese nevado escenario que aprovechó a seguir admirando. Se detuvieron frente a un gran lago de hermoso color azul claro intenso, no pudo evitar compararlo con los ojos de su adorado caballero de los hielos; eran tan puros y bellos como esas aguas. Camus lo tomó de la mano y lo llevó a esa gran cueva de hielo que tanto le gustaba, dejando a Milo boquiabierto; en Grecia había montañas, pero nada parecido a eso, parecía una casa de hielo y desde allí, al sentarse cerca de la entrada, se veía el cielo, que en ese momento estaba cubierto por una espectacular aurora boreal. Camus le dijo que mirara el cielo y el griego estaba aún más maravillado que antes; miraba con fascinación esos bellísimos colores: tonalidades de fucsia, verdes y azules intensos iluminaban la oscuridad que reinaba allí.

 

-   Es muy bello, ¿no?

 

-   Jamás he visto algo tan hermoso- dijo Milo.

 

-   Considérate afortunado, no son cosa de todos los días. Parece algo mágico que ocurra justo cuando estoy aquí contigo- agregó Camus y Milo lo miró como hipnotizado- ¿Qué pasa?- preguntó.

 

-   Eres tan hermoso como esas luces en el cielo- le contestó y se acercó para besarlo.

 

-   ¡Hey! ¡Un momento!- interrumpió el francés.

 

-   ¿Qué sucede?... ¿Te…tengo mal aliento?

 

-   No, nada de eso…yo dije que te perdonaba por todo, pero olvidé aclararte que…con una condición…

 

-   ¿Qué condición?- refunfuñó el escorpiano.

 

-   Tendrás que hacer el amor conmigo…aquí.

 

-   ¡¡¿¿Estás loco??!! ¡¡¿¿Pretendes que muera de hipotermia??!!- exclamó Milo, aterrado por la idea, pero Camus lo tomó de la cintura y lo aproximó hacia su cuerpo.

 

-   Sólo bromeaba…- le dijo con una sonrisa.

 

-   ¿Desde cuándo eres chistoso?

 

-   Desde que tú me haces feliz- le dijo y acercó sus labios a los del heleno, quien correspondió con la pasión que lo caracterizaba.

 

No contuvieron más sus impulsos y tomaron sus trineos para volver a la cabaña; allí continuaron besándose hasta quedar sin aliento; se acostaron en la cama y sin despegar sus bocas se acariciaban mutuamente. Sus manos se recorrían como si recién estuvieran explorando esa bella piel que tenían; la temperatura aumentó y fue así que Camus se quitó su camiseta para luego quitársela también a su adorado. Añoraba tanto esa suave piel bronceada que sus labios no se desprendían de ella, se embriagaba con su perfume y su calor; el griego volvió a besar esos suaves y sabrosos labios, mientras sus dedos se enredaban en ese sedoso cabello turquesa. El francés hizo una breve pausa y lo miró fijamente a los ojos

 

-   Esperaba volver a tenerte en mis brazos…

 

Le dijo con sensualidad y profundo cariño, a lo cual Milo respondió con más besos en esa boca que sabía tan fresca. Lentamente Camus fue besando el cuello del peli azul y al llegar a sus definidos pectorales pasó con delicadeza la lengua por esos erectos pezones, tan suaves y sensibles que hicieron que el griego gimiera. Más abajo recorrió ese hermoso torso con sus labios y lengua, llegando al abdomen del escorpiano para comerlo a besos; Milo gemía de deleite, pues ése era su punto débil y extrañaba la forma en que el francés lo encendía besándolo allí. Le hizo saber a Camus cuánto le gustaba eso y él respondió simplemente que él adoraba besarlo allí; Milo agradeció el gesto acariciando la espalda de su amante y besando dulcemente su cuello. A pesar del tiempo que estuvieron sin tocarse, parecían dos adolescentes que se aventuraban a descubrir su sexualidad, porque disfrutaban casa poro de esa piel que ambos tocaban, sus piernas se entrelazaban como ávidas serpientes, sentían el calor de sus cuerpos y el frío clima parecía no afectarles, se entregaban a caricias que cada vez eran más intensas y que expresaban ese profundo deseo que ambos habían guardado por tanto tiempo en su interior.

 

Las traviesas manos de Milo fueron desabrochando el pantalón de Camus, mientras que las de este con gran habilidad quitaban sus botas y luego las del griego para poder así deshacerse de lo que quedaba de ropa. Le quitó rápidamente los pantalones primero y luego las medias, para posteriormente quitarse sus prendas, quedando ambos en ropa interior; el francés se colocó al lado del heleno, tocando sus bien formadas nalgas, al tiempo que Milo recorría las piernas de Camus con sus manos, todo sin que sus lenguas dejaran de batallar en sus bocas.

 

-  Tu piel es tan hermosa, extrañaba tocarla…te amo Milo…

 

-  Es tan bella como la tuya, yo también te amo…- respondió el peli azul y lo besó hasta que quedaron sin aliento.

 

Siguieron en su fogoso asunto, y Camus empezó a acariciar el miembro de Milo por encima de la ropa interior, haciéndolo gemir delicadamente; Milo quiso también darle el mismo placer a su compañero, por lo que tocaba sus testículos y su miembro haciendo que éste último se irguiera aún más. El francés continuó complaciendo a su escorpión, quitándole finalmente los bóxers y empezando a juguetear con el turgente miembro de su compañero; deslizaba la punta de su lengua desde la base hasta la corona, para finalmente pasarla en círculos por su glande, haciendo que su amante gimiera ahora más fuerte y sintiera una corriente eléctrica en todo su cuerpo. Camus introdujo el miembro de Milo en su boca y comenzó a felarlo con suavidad, dando profundas inspiraciones, llevando al de la octava casa al súmmum del placer; el griego empezó a experimentar ese calor en su entrepierna, por lo que le dijo al francés que se detuviera.

 

-  Quiero que tú me penetres- solicitó con sensualidad, a lo cual Camus se dispuso, colocándose a horcajadas sobre Milo y fue así que comenzó a preparar a su preciado escorpiano.

 

El de cabello turquesa se quitó sus bóxers mientras besaba los labios del de escorpio una vez más; esos besos eran perfectos para sus labios, no podía conformarse con un par solamente, y al mismo tiempo con sus dedos acariciaba delicadamente el perineo de su compañero, quien se estremecía de la excitación. Rozaba uno de sus dedos, bordeando en círculos la entrada del heleno, y este no hacía más que dar suaves gemidos y arquearse de placer, siguió así hasta que introdujo uno de sus dedos haciendo que el de escorpio diera un pequeño grito de placer, moviéndose lentamente dentro de las entrañas de su compañero y excitando ese punto que hacía que el griego se sintiera en el Olimpo. Introdujo otro de sus dedos y esta vez el joven de cabello azulado hizo una pequeña mueca de dolor, pues hacía bastante que no era él quien se dejaba penetrar y debía relajarse. El galo, con gran paciencia y suavidad seguía preparando a su compañero moviendo sus dedos de forma controlada, para no provocarle malestares a su bello griego; le preguntó si estaba listo y cuando Milo respondió afirmativamente tomó el lubricante y una vez se alistó, poco a poco introdujo su miembro en el cuerpo del heleno, quien se sujetaba fuertemente de los hombros del peli turquesa.

 

Camus elevó un poco la cadera del peli azul para que la penetración fuera más fácil, pues el griego daba pequeños gritos y por supuesto, el francés no quería causarle daño; embistió con lentitud y calma al de escorpio que dio un grito que era de dolor en principio, pero que expresaría gozo en cuestión de segundos. El de acuario comenzó la danza con sus caderas, introduciéndose cada vez más en el cuerpo del de la octava casa, sintiendo como esas carnosas paredes presionaban su miembro; Milo se aferraba con fuerza a la cintura de Camus, quien ahora se movía más rápido para lograr estimular con su glande la próstata de su amado. El vaivén que era de ritmo suave pero mantenido, se hizo ahora más rápido y profundo, el escorpiano arqueaba su espalda y gemía vigorosamente, excitando más aún al francés. La presión en la base del miembro del de la onceava casa se hacía cada vez más intensa, haciéndolo dar suaves gritos de placer, sintió un hormigueo en su sien y un choque eléctrico en su espalda, ambos sudaban y sus respiraciones se hacían cada vez más agitadas. Fue en ese instante cuando ambos dieron al mismo tiempo un ahogado grito de satisfacción, llegando a la plenitud de un exuberante orgasmo que les hizo acabar, al francés dentro del griego, y este entre el cuerpo de ambos.

 

Agitados y con sus pieles brillando como perlas por el sudor, cayeron rendidos en la cama, el de acuario sobre el escorpiano, acomodándose luego para quedar frente a frente. Ambos recuperaban el aire y se miraban a los ojos esbozando una sonrisa; era lo mejor que habían experimentado en mucho tiempo, y abrazándose con cariño volvieron a juntar sus labios en un apasionado beso, sin dejar de decirse cuánto se amaban. Se sentían algo incómodos por el sudor, y optaron por darse una ducha juntos donde, mientras se enjabonaban volvían a entregarse a sus placeres. Se acobijaron en la cama, abrazándose mutuamente para darse calor, con el dulce perfume que el jabón les dejó en sus cuerpos, y sintiendo los latidos de sus corazones al unísono.

 

-  Te amo tanto, Camus.

 

-  Y yo a ti. Eres lo mejor que me ha pasado- le respondió el galo y ambos se acoplaron nuevamente en abrazos y besos, sintiendo la calidez de sus pieles mezclándose.

 

Se durmieron de esa forma, pensando en lo felices que eran de encontrarse juntos nuevamente y más unidos que nunca. Al otro día al despertar, se quedaron contemplando sus ojos que ahora brillaban intensamente, y  estuvieron en la cama acurrucados hasta el mediodía al ver que afuera había una impetuosa tormenta de nieve. Milo se quedó una semana en aquella fría pero bellísima tierra del norte, tan similar a su amado, refugiándose ahora juntos en esa caverna de hielo para abrazarse y besarse hasta el atardecer, para contemplar juntos las luces del norte. Pasados esos días, volvieron al santuario a sus vidas de santos de Athena, causándoles gran alegría a sus camaradas, pues todos deseaban que esos grandes compañeros estuvieran juntos nuevamente. Tal vez sus personalidades fueran muy distintas, y tal vez por momentos tendrían sus pequeñas discusiones intrascendentes, pero ahora tenían un verdadero motivo para estar juntos y jamás se separarían.

Notas finales:

Bueno, hasta aquí, ya terminó esta historioa. Díganme qué les pareció, besos!


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