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ESA ES LA IDEA. por DrugSucks

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Kyungsoo era por lo regular, una persona terriblemente calculadora.

Sus horarios, su aseo personal, su vida en si, estaban planeados de tal manera que pudiera funcionar como un reloj de cuerda: sin contratiempos y con eficiencia. En palabras de personas que lo conocían, era como un maniaco que rayaba en lo obsesivo-compulsivo. Pero así prefería vivir él, sin sobresaltos, más de los que ya le provocaban sus dongsaengs y hyungs. Uno de ellos hasta lo había usado las últimas semanas como psiquiatra personal y almohada ocasional para llorar.

Entendía el por qué las relaciones a su alrededor se hundían más rápido que el Titanic, donde aparentemente empezaban bien y estaban estables por un tiempo, hasta que la bomba se detonaba. Si alguno de ellos llegara a preguntarle, él diría con total seguridad que esas relaciones explotaban porque ambas personas no eran compatibles, volviéndose demasiado disfuncionales y tóxicas. Sehun buscó el peligro de un engaño del cual no sintió culpa alguna; mientras que Junmyeon pensó que podía seguir siendo el caprichoso ser desde que era un niño, y eso había puesto en riesgo su deplorable relación con el estudiante extranjero.

Él no deseaba una pareja que lo desviara del camino. Tenía demasiados planes a futuro; para complacer a sus padres, a su familia entera. Se veía así mismo en una gran firma de abogados, destacando en su trabajo; formando parte del sistema, justo como le habían enseñado, porque eso era lo correcto e inteligente.

Kyungsoo sólo miraba para una dirección en su línea de vida, y pese tener prohibido desviarse del camino; de vez en cuando solía detenerse en su andar, para descansar a la sombra de un árbol hecho de papel y letras. Cuando nadie lo veía, él escribía, cualquier cosa que se le viniera a la mente, desde pequeñas frases hasta cuentos cortos. Cada idea que se le venía a la cabeza, debía escribirla, sino, sentía una angustia de creer que se le escapaba de las manos como granos de arena.

No esperaba hacer nada más con esas palabras que esconderlas en su cuaderno, para que se perderían entre cajones de recuerdos y sueños perdidos, porque él no podía darse el lujo de salirse de la caja; no cuando ya tenía un plan que seguir, como una rutina de vuelo, sin escalas ni contratiempos.

 

Vivir así se había vuelto una constante lucha silenciosa para sí mismo, la presión que ejercían sobre sus diminutos hombros era tal que a veces quería gritar, o en el caso más extremo, correr hacia una avenida transitada, para aventarse contra el primer auto que pudiera darle una muerte digna del noticiero de las ocho. Pero tales ideas suicidas sólo quedaban en su cabeza, su imaginación volaba a tal punto que sólo se avergonzaba de sí mismo, no tenía valor ni para quitarse la vida. Tenía miedo, no de la idea de morir, sino del sentimiento sofocante que se crearía si llegase a fallar.

Bufó molesto, totalmente avergonzado de tener ideas siniestras colmando su cabeza, llenando de oscuridad su aura y gran parte de la parada de autobús donde estaba. La mueca en su rostro parecía ser lo suficiente aterradora como para alejar a una pobre anciana que esperaba el autobús, mientras que una pareja decidió continuar con su andar hacia otra estación. El ceño fruncido, sus ojos grandes y oscuros, como los de un ave de rapiña, y sus pequeños labios de corazón apretados, no le daban la usual apariencia amable que solía tener.

 

No estaba de humor, sus clases privadas usualmente lo dejaban agotado después de tanta exigencia; además, las constantes llamadas de Junmyeon lo tenían a un paso de querer gritarle a su mejor amigo lo mucho que se podía ir al carajo.

De nuevo lo estaba arrastrando a ese mar de lágrimas y quejidos, que eran un vago intento por querer reparar lo que estaba roto en miles de pedazos. Yifan ya había terminado la relación, no era necesario seguir mendigando las migajas, porque era más que seguro que se ganaría un boleto directo al lugar de las personas menos apreciadas por el chino. No eran sus problemas, pero estaba lo suficientemente al tanto como para que le dieran jaqueca; a lo lejos veía las luces del autobús que lo llevaría a casa, sólo esperaba que su noche empeorara y terminara por joder con su poco buen humor.

Al subir al autobús, maldijo su suerte una vez más, y usó todo su autocontrol para no soltar una palabrota que le fuera acreedora a un bastonazo de la anciana que le lanzaba miradas fulminantes a cada momento, en cuanto estuvo sentada. Kyungsoo era un tanto desconfiado al contacto físico “innecesario” con extraños, molestándole el roce fortuito que generaba el tener que compartir asiento con alguien más. Pero siendo el único asiento vacío que quedaba no pudo evitar lanzar una mueca de disgusto al observar a la masa humana encorvada a su lado. Estaba cansado y la mochila le pesaba a tal punto de no considerar ir parado todo el camino. Así que se sentó intentando dejar el mayor espacio posible entre ambos cuerpos.

El autobús se puso en marcha, con su motor viejo ronroneando con agonía, dando sus últimos suspiros de lucha para moverse, y aún así el otro sujeto no hizo ningún movimiento, parecía hasta muerto.

Era un joven quien roncaba con suavidad, su cabeza se balanceaba ligeramente de un lado a otro por la constante fricción entre la carretera y las llantas pesadas. El pequeño chico se atrevió entonces a mirarle con sus ojos grandes llenos de curiosidad; porque esa persona era tan distinta a las que acostumbraba ver en su ruta diaria. Su cabello estaba pintado de blanco, contrastando con su piel morena y su ropa holgada y ligera sólo aumentaban lo diferente que se veía al resto. Su brazos descansaban lánguidos encima de una mochila grande que a su vez estaba sobre su regazo.

Soo decidió que ya había visto suficiente, porque no era algo que debería interesarle la apariencia de un extraño, pero terminó por sacar su siempre fiel libreta vieja para escribir algo que había llegado a su mente, obviando el hecho de que la persona que tenía al lado le había inspirado. Total, el otro estaba suficientemente perdido en sus sueños como para preocuparse por sus miradas indiscretas. La pluma se deslizó por las hojas amarillas del cuaderno viejo, con un empastado desgarrado que estaba pegado con cinta adhesiva, era un objeto que totalmente estaba poco acorde a la apariencia tan pulcra del chico de ojos grandes.

Pero esa era, a su manera, de revelarse un poco ante el orden al que había sido sometido a lo largo de su vida. Porque sabía que tenía prohibido por todos y por sí mismo jalarse los cabellos y gritar, tan siquiera dar señales de que estaba harto de la vida que le habían hecho llevar. Vamos, había veces en las que se miraba al espejo todas las mañanas y sentía un pánico atroz de ver en lo que se estaba convirtiendo. Veía reflejado una inmensa mancha borrosa, sin identidad, sin un propósito. Tan gris como el humo que salía del tubo de escape del camión en el que estaba.

 

Corea del Sur podría ser un país de primer mundo, pero los conductores de autobuses siempre iban a ser unos reverendos hijos de puta en cualquier parte del mundo. Y obviamente a éste no le importó al pasar el pesado transporte a gran velocidad sobre un inusual desnivel en la calle; trayendo como consecuencia que el cuerpo del durmiente cayera justo a un lado del chico más bajo. Y “a un lado” quiere decir que toda su pesada humanidad cayó encima del menudo cuerpo de Kyungsoo, su regazo con más exactitud.

Y que Dios se apiadara de ese enano, porque estaba teniendo el momento de su vida y no de la manera que a él le gustaría. Hubiera gritado de no ser porque estaba en un lugar público, además había escuchado risitas bajas, burlándose de su situación. Sus manos habían quedado totalmente debajo de el hombro y cabeza del chico, le resultaba fastidioso que siguiera durmiendo cual tronco mientras que él ya estaba imitando a un camaleón por la forma en la que su rostro cambiaba de color.

En sí el muchacho no olía mal, por lo que su irritación se limitaba a solo sentir el peso muerto encima suyo. Un fresco aroma a hierbas proveniente de su blanco cabello inundó sus fosas nasales, mientras que su cálido aliento golpeaba ligeramente los muslos del otro. Kyungsoo había pasado de estar rojo de la furia, a patearse mentalmente por estar tan atento en los pequeños detalles que rodeaban al misterioso chico; y se enojó aun más, porque aun cuando su sentido común le gritaba que se deshiciera de él de la manera más grosera posible —era lo menos que se merecía el ingrato por su inconsciencia—, su mente lanzaba descargas a sus brazos para que le diera un fuerte abrazo. Y eso, lo escandalizó de sobremanera, porque él no podía pensar algo así con un extraño.

 

—Oye… ¡Despierta! —Decidió que lo más sensato era intentar que se despertara y se levantara de encima mientras sufría vergüenza. Pero si a ese sujeto no lo habían despertado las asombrosas técnicas de manejo del conductor dignas de un convoy de asalto, no lo iban a despertar los susurros molestos de la víctima ni su pequeña mano meciendo su hombro.

 

Trató de ser sutil por lo menos para evitar tirarlo en el pequeño espacio entre los asientos, pero no contaba con que al mirar hacia el frente su parada se distinguia a lo lejos. Bien, ahora si estaba un poco desesperado, porque si no bajaba en esa parada tendría que caminar unas cuantas calles más para llegar a su casa, y eso no era lo que sus piernas cortas se merecían.

Abrió sus ojos, sintiendo el pánico aumentar e infectar su cuerpecito. Ni hablar, con sus dos manos tomó al otro de sus hombros y lo empujó con fuerza, sin importar que la cabeza del contrario haya dado a parar contra el cristal de la ventana. El estruendo despaviló a todos, un bebé comenzó a llorar asustado, mientras que la anciana simplemente murmuraba regaños e improperios en contra de que los jóvenes se estaban pudriendo cada vez más. Pero eso al chico de ojos grandes y frios le tenía sin cuidado si había lastimado al otro, a fin de cuentas había sido su culpa por no levantarse cuando se lo había pedido de forma amable.

El autobús se detuvo con brusquedad y Kyungsoo, como pudo agarró sus pertenencias y corrió justo a tiempo cuando las puertas metálicas se abrían. No se percató de lo que había dejado atrás, lo que era importante para él y la impresión que había dejado le era totalmente ajena.

 

Lo primero que Jongin pensó cuando despertó después del terrible dolor que le produjo ese golpe en la cabeza, fue buscar al responsable, y si bien no matarlo a golpes, si maldecirlo por las próximas tres generaciones. Pero en cuanto siguió la pequeña espalda del responsable hasta la salida no le quedó de otra más que perderse en esos enormes ojos ofuscados y en esa boca con forma de corazon, fruncida en un gesto amargado. Quedó por unos momentos absortos en esa pequeña figura que corría hacía una calle lejos de la parada hasta perderse en la distancia; cuando estuvo consciente de que la punzada de su cabeza no iba a desaparecer en un buen rato pero que no le había causado un daño más grave, un dolor más fuerte en el corazón le había aparecido de repente y chasqueó la lengua molesto.

Se maldijo por estar casi inconciente y no haber aprovechado más el estar tan cerca de ese menudo cuerpo o por lo menos preguntar su nombre y su teléfono; y cuando la idea de seguirlo había cruzado por su mente, el autobus ya estaba de nuevo en marcha. Entonces, aún frotando su frente para aminorar el dolor, bajó la mirada y se encontró con un viejo cuaderno de pasta negra y totalmente parchado.

Con un poco de esperanza, lo levantó y decidió abrirlo en la primera página. “Do Kyungsoo” estaba escrito con unos bonitos y bien trazados caracteres, más no había otra cosa que le indicara algo más de su dueño. Jongin sonrió con suavidad, no todo estaba totalmente perdido, de menos tenía el nombre, y el rostro de la bonita persona posedora de éste.

Ahora todo lo demás se lo dejaba al destino. Porque la ciudad era enorme, así como la vida daba demasiadas vueltas, pero si ambos tenían deparado encontrarse en su camino y enlazar sus hilos, confiaba en que se encontrarían tarde o temprano. Prefería que fuera antes de que tuviera un pie en la tumba por envejecimiento.

                                                                

Kyungsoo por su parte, ya había llegado a su departamento, con la soledad que le saludó en cuanto atravesó el umbral de su puerta. Estaba agotado, pero no por ello dejaría de lado su pulcra rutina; acomodó sus zapatos en la entrada y dejó las llaves en el canastito colocado sobre la mesita del recibidor. Decidió revisar entonces la contestadora, porque aún tenía una vaga esperanza de que sus padres por fin se habrían tomado la molestia de preguntar cómo se encontraba, o si mínimo no se había ahogado en la tina de su cuarto de baño. Pero la luz del maldito aparato no indicaba mensajes nuevos, así que pasó de él, no se iba a tomar la molestia de lucir decepcionado.

Con un suspiro agotado, colgó su abrigo en uno de los percheros cercanos a la puerta, y llevó su mochila hasta su blanca e impersonal habitación. Agradecía a haber terminado sus deberes de la semana a tiempo y ahora sólo le quedaba repasar un poco unas clausulas en una ley fiscal. Aquello era pan comido para él, por lo que decidió ocupar sus pocas horas de recreo para regocijar un poco su corazón. Pero éste se detuvo por unos segundos cuando, al buscar en su pesada mochila no logró encontrar el objeto que tan preciado era para él.

Sacó todas sus pertenencias, se dio el lujo de sacudir el bolso en el suelo, y de esta cayeron unas cuantas basurillas y envoltorios, pero aquella libreta parchada no salió a la luz. Angustiado terminó por revolver sus demás libros y cuadernos, esperando verlo atorado entre algunas páginas de éstos.    

Pasaron unos minutos cuando por fin dio por perdida su vieja libreta. Había dejado de recorrer sus últimos pasos para poder dar con su paradero, de cualquier manera ya era demasiado tarde para hacer algo por recuperarla. La imaginó en el piso tirada, en la espera de que algún perro callejero terminara por destruirla y esparcir los pedazos de papel y letra por el asfalto, o en un cesto de basura después de la limpieza al autobús en el que había estado antes. Contempló la posibilidad de que fuera encontrada por alguien, pero en ninguna página había dejado su información de contacto salvo su nombre, pero eso no cambiaba las cosas, de seguro se robaría unas cuantas líneas o lo desecharía. Prefería que terminara en el basurero, a que sus propias palabras fueran reproducidas por un ladrón.

Con un dolor en el corazón fue a dormirse, y al despertar, para enfrentar un día nuevo, mantuvo una actitud aplastante y desgraciada. Pasaron los días y parecía un fantasma gris deambulando por los pasillos de la universidad o de su casa. Sus demás amigos le ignoraban y él también se daba el lujo de hacer lo mismo; le habían dejado de importar los gimoteos de Junmyeon, las caras largas de Sehun ni los chillidos de Tao acompañados por las palabras mordaces de Lay. Había perdido algo importante para él y a sus amigos solo les interesaba sus propias vidas o las ajenas. Ya ni siquiera los esperó después de clases, no después del drama cómico que su hyung hizo en la cafetería protagonizándolo con Yifan.

La vergüenza ajena era demasiada como para que pudiera caber en su cuerpo, en esos momentos sólo podía ignorar el griterío y las miradas; ya tenía suficiente con sus clases extracurriculares de inglés ese día para hacer que su cabeza estallara.

A veces soñaba con poder cambiar de mesa de cafetería, de amigos… o de vida.                                                                                     

Como las semanas pasadas, ese día había salido de su curso cuando los faroles nocturnos comenzaban a encenderse en las calles, y de nuevo, se encontraba en la parada de autobús cercana al edificio donde tomaba sus clases. Un viento ligero soplaba y calaba los huesos, honestamente agradecía traer algo abrigador cubriendo su cuerpo.

Acomodaba su bufanda gris entre su cuello cuando notó la luz del transporte dirigirse con una penosa lentitud. Suspiró y un vaho salió de sus labios rojos, sentía que su rostro dolía de lo helado que estaba el ambiente, así que no ocultó su emoción al ver las puertas del autobús abriéndose ante él. Pudiera que ese viejo cacharro no tuviera calefacción, pero agradecía no estar más en la crudeza de las calles de Seúl. Casi después de pagar el pasaje, observó a su alrededor y no pudo evitar sonreír al descubrir que estaba vacío, y eso lo agradecía; lo que le hizo contener el aliento fue ver al fondo una cabellera blanca.

El muchacho estaba despierto y le miraba fijamente con sus ojos rasgados y cansados, sus labios eran abultados. Kyungsoo no hizo más y se sentó en la hilera de asientos lejos del muchacho que le taladraba con la mirada. Decidió ignorar las ansias que le provocaban sentirse observado, decidiendo ocupar sus pensamientos en el paisaje nocturno que pasaba como cámara rápida por la ventana. Sus manos comenzaron a picarle, por un instante estuvo a punto de rebuscar entre sus pertenencias el cuaderno viejo y comenzar a escribir lo que tenía en la mente, pero el recuerdo de haberlo perdido aplacó todas sus ganas, dejándolo con el sabor amargo del fracaso.

Entonces, escuchó un poco de movimiento a su lado, como el de un cuerpo acomodarse en el asiento vacío. Genial, simplemente genial, teniendo todo el autobús vacío, y algún imbécil se le ocurría sentarse junto a él. Optó por ignorarlo y freírlo a maldiciones en su cabeza, hasta que olió un conocido aroma a hierbas; recordaba ese olor que había quedado impregnado en su mente como una de las cosas más bonitas que había encontrado en su rutina aburrida. Con temor, giró su rostro, y se topó con el rostro moreno del muchacho que había golpeado sin querer —un poco, si lo había querido—, a unos cuantos centímetros del suyo. 

 

—Soy Kim Jongin, pero mis amigos me llaman Kai. —Y así, sin ningún rodeo, se presentó. Le miraba a los ojos con insistencia y si Kyungsoo no hubiera estado enojado por esa invasión a su espacio personal, se habría perdido en el brillo bonito que éstos poseían. Pero aún así, desvió la mirada hacia su ventana, tratando de ignorarlo lo suficiente para que el otro se sintiera ofendido y dejara de insistir.

—Soy Kim Jongin, pero mis amigos me llaman Kai. —Repitió, ésta vez con más determinación, como si pensara que  el otro no lo había escuchado aun estando tan cerca. Kyungsoo ya lo consideraba un gran idiota por no entender que le estaba aplicando la ley del hielo.

—Soy Kim Jongin, pero mis amigos…

—¿Qué quieres? —Cortó abruptamente con el monólogo del otro, y siendo lo más grosero posible, no le dirigió la mirada, buscó concentrarse en algo dentro de su mente, como imaginar aventarse por la ventana del autobús en movimiento.

—Para empezar, un poco de amabilidad merecida por el golpe de hace unos días… —Bueno, al menos el más bajo no estaba sorprendido de que el otro le hablara sólo para recriminarle el “accidente”, aunque la voz del otro era calmada, no perdía la oportunidad de pensar que eso sólo era un disfraz para ocultar su ira contenida. —Que tonto de tu parte por tomar el mismo autobús.

—¿Qué quieres?, ¿dinero? —Porque en ese momento apenas contaba con lo necesario para subsistir un par de días. Sus padres aún no depositaban y para culminar su mala suerte, sólo faltaba que aquel imbécil decidiera  quitarse sus pocos wones, como una compensación —. ¿O quieres golpearme?, espera a que me baje para que puedas hacerlo con comodidad…

—Quiero leerte… —Le interrumpió como el otro había hecho instantes antes. Y no sólo eso, se atrevió a sacar de su propia maleta el cuaderno viejo y colocarlo frente al rostro de su dueño. —Escribes bien, Do Kyungsoo.

 

Kim Jongin, al que sus amigos le llamaban Kai, se quedó absorto observando alguna reacción del chico, el cual se había quedado como en una especie de trance después de haberlo escuchado, sin despegar sus enormes ojos del cuero casi destruido de su libreta. Por un momento creyó que había fracasado y había roto al otro, pero no contó con un firme puñetazo estrellarse en la mandíbula que sus admiradoras siempre soñaban con besar.

No se imaginó a Do Kyungsoo, quien escribía tantas cosas bonitas, golpearlo con todas sus fuerzas como si lo hubiera ofendido de la peor manera. 

 

—¡¿Qué hiciste qué?! — El conductor detuvo el autobús con brusquedad al escuchar el escándalo que ambos chicos eran partícipes. Pudiera ser que no había muchos usuarios en el transporte, pero el viejo hombre no iba a tomarse la molestia de separar una riña insulsa, menos limpiar la unidad de sangre si esa disputa llegaba a los golpes. Así que obligó a aquellos dos a bajarse,  aumentando el cólera de Do Kyungsoo, quien al bajar, se dio cuenta de que seguía lejos de su casa.

 

Comenzó a caminar, dando pisotones por la calle pavimentada, su rostro se sentía caliente, estaba furioso. Tanto que ni cuenta se dio de la dirección que estaba tomando, alejándose más del camino hacia su casa. Jongin lo siguió en el trayecto, pero poco le importó, no hasta que él otro tuvo la osadía de jalonearlo hasta un callejón, el más bajo se deshizo de su agarre empujándolo, ya no importaba nada cuando estaba molesto y ese tipo sólo hacía que saliera de sus casillas.

 

—¡¿Cómo se te ocurre leerlos?! ¡eran privados!, ¡maldita sea! —Do Kyungsoo explotó como hacía tiempo no lo hacía. Sentía la cara hirviendo, sus manos temblorosas luchaban por no rodear el cuello del más alto hasta matarlo; y sobre todo, sus ojos se nublaban con las lágrimas de ira al sentirse desnudo y vulnerable.

—No es un maldito diario. —El muchacho de cabello blanco se ganó un golpe en el pecho, Kyungsoo lo consideraba grosero, insensible y un infeliz que merecía más que ser lastimado. Quería que sufriera, tanto como él sufría en ese momento.

—¡Nadie debía leerlo! —Porque esos eran sus sueños, sus esperanzas con las que se envenenaba el alma, y llegaba ese que lo miraba entre altanero y temeroso para burlarse de aquello que lo hacía sentirse menos miserable. —¡Se supone que debían ser olvidados!

—Si está escrito entonces no se pierde, Esa es la idea de escribir algo. —Explicó el moreno, como si fuese una gran obviedad y el otro no la supiera. Si ese Do Kyungsoo era un ignorante de la causa del escritor entonces él le haría entender su error, porque obras así no debían ser escondidas ni menospreciadas por su creador. —Te mueres porque lo lean y tienes miedo.

—¡Así no es como pasan las cosas! —Gritó y jadeó por la fuerza con la que soltó aquellas palabras que tanto le carcomían la cabeza cuando se ponía a pensar. Cuando se menospreciaba. —¡Así no funciona mi vida!

—¡¿Y quien te dijo eso?! —La forma en la que ese pequeño pensaba las cosas era una total ridiculez. Jongin no quería sentirse decepcionado de la imagen que se había creado del chico que ahora le gritaba con tanto odio.

—¡Siempre ha sido así! —Y así esperaba que se quedaran, porque no le gustaba lidiar con el dolor de ser algo que le habían impuesto sin preguntarle, tampoco él había puesto resistencia a ello. —Así no es cómo funcionan las cosas para mi… no debo salirme de mi camino.

—Entonces, dejarás que otros controlen tu vida… —Estaba confundido. En sus escritos, Do Kyungsoo sonaba como una persona diferente, llena de anhelos e ideas por cumplir; ¿Acaso todo lo que había escrito en esas páginas amarillas habían sido mentiras?, ¿Por qué lo había hecho? —¿Quieres acabar en el final de tus días con miles de “¿qué hubiera pasado si…?” torturándote?

—¡Cállate! ¡No eres nadie para darme consejos! —Kyungsoo, con sus ojos totalmente empañados por las lágrimas arremetió nuevamente contra el pecho del tipo que tanto le había hecho enojar, una y más veces golpeó, aunque con menos fuerza, pero sus gritos se intensificaron. — ¡Llegas a romper todo! ¡¿Qué te crees?!

—Hey, cálmate… —Jongin trató de evitar que lo siguieran golpeando, no era que le doliera mucho los pequeños puños contra su pecho y brazos, pero ya comenzaba a sentirse mal por haber asfixiado a ese pequeño sujeto hasta al punto de enloquecerlo.

—¡No me voy a calmar!, ¡estoy harto de todo!

 

La verdad era que Kyungsoo no estaba molesto por la violación a su privacidad por parte de ese desconocido; sino que estaba aterrado, porque había demostrado que podía cumplir sus propios sueños, pero por más que empujara no lograría salir de donde lo mantenían atrapado. Eso era aterrador para él, que de buenas a primeras pensó que nunca en la vida podía obtener nada de lo que deseaba realmente. No porque no pudiera lograrlo sino porque lo silenciarían antes de intentarlo.

Y el muchacho que tenía frente a él notaba esa desesperación que se desbordaba por cada mínima reacción que tenía el más bajito, tenía algo así como la revelación de que su vida era una mentira y ahora sufría una especie de trauma por ello. Pero no por eso iba a burlarse, al contrario, una mueca de preocupación apareció en su rostro en cuanto el otro subió sus manos para ocultar su rostro y unos débiles espasmos comenzaron a dominar su cuerpo.

Kyungsoo lloraba, porque ahora no podía hacer nada para mantener su burbuja de comodidad y resignación. Sintió unos fuertes brazos rodear su cuerpo, así mismo unas manos fuertes acariciaron su espalda en un gesto reconfortante. Se sintió avergonzado al momento, por mostrarse tan vulnerable ante un desconocido pero por otro lado, no se sentía tan mal esos brazos, desde hace mucho que no había recibido un abrazo tan cariñoso; ni siquiera de su madre, porque ella había indicado que las muestras de afecto estaban de más.

Pero ¿qué idiota criaba a un niño así?, y si, en su mente Kyungsoo gritó a los cuatro vientos que consideraba a sus padres unos idiotas, ahora podía irse al infierno por faltarles al respeto, pero, no se sentía tan mal de todos modos. Era lo que creía, ya se había cansado de soportarlo todo. 

 

—No dejes que otros te muevan, Kyungsoo… —Susurró con cautela, Jongin seguía dando suaves masajes a la espalda del más bajo, quien poco a poco dejaba de hipar, para pasar a suspirar con pesadez. Sabía que se estaba calmando, y aun así no detuvo las caricias; en parte porque eso era una forma de mostrarse arrepentido ante lo que había causado, y por la otra, porque el tacto con el menudo cuerpo del chico se sentía como acariciar las nubes. Necesita apoyo de algún lado, porque jamás había visto a alguien tan perdido como ese chico se veía. —El camino para ti va a ser más complicado, pero no cometas el error de fracasar sin haberlo intentado.

—¿Qué va a pasar ahora? —Preguntó escondido en el pecho del más alto, externando el miedo que sentía su corazón. No tenía respuestas para lo que había hecho; ya había golpeado a un desconocido, le había gritado para finalizar por llorar en sus brazos, estaba muy agotado como para buscarle una lógica a todo eso.

—Bueno, por ahora podrías llorar… gritar ya lo hiciste. —Jongin se aventuró a peinar los cabellos oscuros del muchacho que tenía en brazos, se separó un poco sin dejar de abrazarlo, porque quería mirarle el rostro, y aunque estuviera con la nariz y mejillas rojas se veía mucho más tranquilo. —No me golpees, eso también ya lo hiciste.

—¿Lo siento? —Susurró con un poco de ironía, aunque se sentía un poco avergonzado por haber actuado de una forma tan irracional, y por haber herido al chico, aunque se lo mereciera. Se separó por fin, extrañando casi al instante sentirse seguro bajo el abrazo ajeno. Contempló su rostro, dándose cuenta que en efecto, eran los ojos más bonitos que había visto en su vida; entonces una duda apareció en su mente. —A todo esto, ¿Quién eres?

—Te lo dije en el autobús, no me prestaste atención, Do Kyungsoo… —El muchacho bufó con fingida indignación, pero tan pronto como vio el rostro impasible del chico de ojos grandes, sabía que sus rabietas estarían de más. — Soy Kim Jongin, pero mis amigos me dicen Kai.

—¿Qué eres un mafioso? Suena a que tienes negocios turbios… —Bromeó con ese humor ácido que se cargaba, pero sentía que no podían culparle, ¿quién se hacía nombrar como algún personaje de caricatura japonesa y sentirse orgulloso de ello?

—Es mi nombre artístico y no, no he hecho nada fuera de la ley. —Lanzó una pequeña carcajada ante las ocurrencias del otro chico, después de todo, el Kyungsoo que tenía frente a él no era diferente al que había imaginado gracias a lo que había leído.

—Te llamaré por tu nombre. —Sentenció el de menor estatura, sintiéndose más calmado.

—¿Por qué? —El otro muchacho frunció el ceño, sin comprender del todo el hilo de pensamiento ajeno.  

—Porque tus amigos te llaman Kai.. y yo no soy tu amigo.

—Pero ya leí tus historias, apuesto a que ni tus mejores amigos lo han hecho. —No se mentiría diciendo que aquellas palabras no le hirieron el corazón y su orgullo. Pero en lo poco que había sacado de la personalidad del más bajo, era que éste no daría su brazo a torcer, y él tendría que tomar la iniciativa de las cosas.  —Oye, dame tu teléfono.

—¿Para qué?

—Para acosarte.

—Adiós, Jongin. —Decidió dar media vuelta, ofuscado por la broma de mal gusto, pero el chico tomó su muñeca e impidió su huida una vez más.

—Oh vamos, quiero seguir teniendo contacto contigo —Le miró con sus ojos suplicantes, aquellos que nunca fallaban para hacer que obtuviera lo que deseaba. —Además, quiero que me escribas algo.

—¿Tú estás loco?!... olvídalo. —La palabra idiota sin duda rondó por la cabeza del más bajo, no podía estar pidiéndole eso, no cuando ya estaban progresando en su “relación”.  

—¡Escribe sólo para mi!

—¿Y por qué me quieres monopolizar? —Le observó con un poco de desconfianza, aunque ya no podía hacer mucho contra la idea de que el moreno leyera sus escritos, ya lo había hecho de igual manera sin su permiso.

—Considéralo un ejercicio contra la vergüenza. —Jongin se encogió de hombros, en realidad, tenía otras razones para pedirle eso al joven quien apenas estaba asimilando la idea de que podía ser alguien más y cambiar su monótona vida. —Un amigo dice que es mejor ir lentamente hasta eliminar lo que te impide seguir.

—¿Y le ha funcionado? —el chico de ojos grandes frunció el ceño, sin poder creer del todo que personas así de locas existieran en el mundo; o más bien, se negaba a aceptar que algo extraordinario le había ocurrido a él, que hace unas horas se consideraba alguien sin chiste.

—Para ciertas cosas solamente. —El moreno murmuró un poco dudoso de su respuesta. El aire frío golpeó sus cuerpos y un escalofrío les recorrió. Ya no había más que hacer ahí.

—Hace frio, debo irme, mi camino es largo. —Kyungsoo rompió el pequeño silencio que se había formado,  acomodó su pequeña mochila, llena de pesados libros. Pero ya no le molestaron.

—No seas delicado, yo me bajo en la última parada… —Jongin se burló un poco de la excusa del otro, pero la verdad no importaba, de todas maneras le debía acompañar hasta la parada de autobús donde el más bajo se bajaba. La verdad era, que aun no quería separarse de él. —¿Puedo quedarme en tu casa?

—Apenas te conozco… — murmuró con un poco de molestia. En su mente estaba la idea de no darle su número y no volverlo a ver jamás, pero ello fue aplastado por la sensación de júbilo que sintió al imaginar lo mucho que Jongin iba a cambiar su vida. —No tientes tu suerte Jongin, además no es tan tarde.

—¡Eres cruel!, ¡dejarás que me muera de hipotermia en el camino! —El chico más alto gimoteó como un niño mimado, Kyungsoo observó el puchero formarse en los abultados labios del otro.  Soñó despierto por unos segundos, imaginándose besar esos labios; así que antes de que el otro se percatara de su sonrojo, se deshizo de su bufanda y la acomodó en el cuello del chico.  Y pensar que antes deseaba ahorcarlo.

—No tientes tu suerte, Jongin. —Terminó de darle unas cuantas vueltas al pedazo de tela y al ver su trabajo completado, le regaló una sonrisa. Una que iluminó su rostro y el de Jongin, quien tuvo la necesidad de sonreír también.

—Descansa Do Kyungsoo, y no olvides gritar. — Con la sonrisa casi tatuada en la cara, el joven moreno se despidió, trataría de ir un poco más lento. Kyungsoo lo valía.

—Jongin, ¿por qué debería hacerlo ahora?, voy a molestar a mis vecinos. —Una sonrisita burlona adornó los labios de Kyungsoo; el otro chico era rarísimo, vaya manera de despedirse.

—Si no toleran que estás siendo feliz, que se molesten si quieren. —Jongin respondió escuetamente, sin eliminar su sonrisa alegre.  —Esa es la idea de la vida, cuando todos se molesten por tu felicidad es que vas bien encaminado.

 

Kyungsoo calló por breves instantes, intentando no sentirse tan abrumado por las palabras que le calentaron el alma. Había tanta verdad en ellas, que ni siquiera su cerebro intentó desmenuzarlas para ver un hueco como en las leyes fiscales que ya se sabía de memoria. Llegó a su hogar —el cual se sintió menos helado—, pensando en que Jongin había movido demasiadas cosas en un impulso de estupidez, su mundo ya no sería el mismo.

Tampoco se molestó en recuperar su cuaderno viejo, sabiendo que estaba en buenas manos, y que gracias a él, ya no temía ir en contra de sus planes, tal vez su camino estaba construido así.

Mientras tanto, el estúpido aquél se regocijaba por haber obtenido el teléfono y mucho más esa noche; sin pena, bailó por las calles, y todo su camino a casa. Porque su mundo siempre estaba en constante movimiento, y tal vez estaba destinado a detenerse para encontrarse con el otro.  


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