No sé qué fue lo que me impulsó a quedarme en esa casa después de todo aquello; mi cuerpo, mente y corazón estaban más que magullados. Mientras pensaba en todas estas cosas, mi pecho se ensanchaba y contraía más tranquilamente, mi garganta dolía por los lloriqueos de la noche anterior.
Sasuke…
Su nombre sonaba a madera crujiendo, sonaba a vino añejo y sábanas blancas. No es como si yo supiera cómo suenan todas esas cosas juntas, pero así era como me sentía; aún estaba desnudo, pero no tenía frío.
–Sasuke –dije su nombre.
En voz alta sonaba más gutural que en mis pensamientos. Me pregunté entonces qué pensaría ese hombre sobre mí. ¿Qué tan fácil podría ser? Seguramente estará esperando a que me vaya, no lo haré –me dije–; recordar los gemidos y revuelcos de la noche anterior, sumado al buen rato de conversación amigable… definitivamente estaba desesperado.
–Quiero disculparme.
No quería que pensara –fuera quien fuera– que yo era una putita que pescaba tipos en los bares para luego seguir con sus fechorías. ¡No señor! Yo era un hombre, un ejecutivo respetable; acababa de romper con mi novio, pero aún tenía dignidad, esa dignidad era la que me anclaba a la cama de ese azabache sensual y me gritaba que me quedase y esperara al dueño del olor a canela y caoba que recorría mi cuerpo.
En efecto, me quedé allí como media hora, luego me tapé con sus sábanas y traté de dormir infructuosamente. Como a los veinte minutos el sonido de la puerta me hizo abrir mis ojos y deshacerme de mi letargo: él entraba por la puerta y lucía endemoniadamente bien.
–¿Aún duermes? –dijo.
Su voz, su voz sí que sabía cómo enloquecer a cualquiera, me recordaba a todo lo mejor del mundo, era determinada e inesperadamente fría. Me removí intencionalmente.
–Qué lindo –susurró, arrastrando cada letra.
Cierro mis ojos y siento su índice bordeando mi hombro sobre la cobija, sus labios en mi mejilla, el peso de su cuerpo sobre mí. ¿Cómo espera que siga dormido? Voltea mi cara… un beso; quiero ser malo así que abro los ojos, me encuentro con su mirada seria y tranquila.
–Buenos días, señor "No puedo abrir un botón".
–Deja de molestarme con eso, te compensaré.
–Compénsame ahora mismo.
–Espera, espera… espera.
Me miró, sus ojos mostraban algo que no entendía, lamió sus labios y me dio un beso muy húmedo y salvaje; y coló sus manos en mi pecho, lo aparté un poco. Sus sensuales labios están hinchados y húmedos, algo en mí despierta y él lo nota.
–Yo no espero; mi casa, mis reglas. Por otro lado, no encontré a tu amigo, ni al mío; llamarán más tarde, supongo.
–No estás preocupado... supongo que eso es normal en ti.
–¿Traer chicos desconocidos a que arruinen mi ropa? ¡No!
–¡¡Tú dañaste mi camisa!!
–Y tú mis oídos, con tus gritos.
–Era tu culpa igual…
¡Oh no! Inflé su ego, su sonrisa lo delata. Miro hacia otro lado y él me acuesta, abrazándome.
–Al menos quédate hasta que tu amigo venga.
No sabía lo que sus palabras significaban, hasta mucho tiempo después. Tampoco sabía lo mucho que una persona puede enamorarse, hasta hacer que duela el pecho y haga falta. Ese hombre con nombre de madera crujiente y azabache mirada, me volvería loco y yo ni lo intuía.
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