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Estoy a tu lado por Roronoa Misaki

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Notas del capitulo:

¡Hola de nuevo chicos!

Seguro ya están hartos de leer mis disculpas Dx La verdad no tengo una gran excusa, este capítulo se me estaba haciendo un poco díficil, no podía terminarlo y cambié muchas cosas pero no me convencía. Al final intercambié la última escena por otra, y creo que quedó mejor. Eso ya lo juzgarán ustedes ;). Pues, lo bueno de esto es que al menos ya tengo una escena para iniciar el siguiente capítulo xD

Y por cierto, en menos de dos semanas me voy a la universidad (Uy, qué nervios TwT) así que me disculpo desde ahorita por mi posible próxima desaparición (de nuevo -.-'). Prometo que vendré lo más pronto posible. 

Sin más qué decir, los dejo leer :3

[Capítulo 18  Los baches del camino]

«El corazón tiene razones que la razón no entiende» Blaise Pascal

Para ser fin de semana, a Sanji le parecía que la actividad en el restaurante estaba bastante tranquila. Dando una mirada rápida en su derredor pudo observar más o menos el porqué; no estaban los grupos de adolescentes que solían reunirse para pasar un buen rato de descanso. Probablemente se debiera a la época de exámenes, pues la mayoría de las escuelas en la ciudad utilizaban el mismo calendario académico.

Entró a la cocina y dejó la nota que llevaba en mano en el colgador de pedidos, para acto seguido masajear su cuello con una mano. Por lo regular él no trabajaba los fines de semana, pero en esa ocasión se encontraba cubriendo a un mesero que por cuestiones personales había tenido que ausentarse.

Y hablando de ausencias… hacía cosa de un par de minutos que no veía a Luffy por ninguna parte.

Cuando regresó al comedor para entregar una orden no le pasó desapercibido que Zoro estaba sentado en su mesa, completamente solo. Se acercó a él después de haber dejado su carga en la mesa correspondiente.

—¿Dónde está Law? —preguntó, mirando de reojo la taza de café que todavía humeaba un poco, colocada frente a un asiento que minutos atrás no había estado vacío.

Zoro se encogió de hombros—. Dijo que iba al baño.

—¿Ah, sí?

A Zoro le recorrió un escalofrío al ver la tensa sonrisa en el rostro del rubio antes de que este se alejara de nuevo. Algo le decía que Law acababa de meterse en problemas. La verdad, agradecía no estar en su lugar.

Sanji entró al baño de hombres y revisó debajo de las puertas de cada cubículo. Como lo imaginó, estaban vacíos.

—Esos idiotas —masculló entre dientes, saliendo de la habitación y dirigiéndose a la parte trasera del restaurante, donde se encontraban los vestidores de empleados. Una vez allí, se acercó a la puerta del baño privado. Ni siquiera se molestó en confirmar que había alguien dentro, simplemente le dio tres golpes a la puerta con su puño—. ¡Ustedes dos, salgan de ahí en este mismo momento!

Un segundo de silencio siguió a su demanda, para que enseguida se escuchara el chasquido característico de la cerradura al botar el seguro y la puerta se abriera con lentitud. Luffy salió del baño con la cabeza gacha, mientras que Law sólo desvió la mirada hacia la pared contraria al tiempo que masajeaba su cuello con nerviosismo.

Sanji presionó sus sienes con cansancio—. ¿Cuántas malditas veces les he dicho que dejen de escabullirse por el restaurante en tu horario de trabajo, Luffy?

—Lo siento —dijo el menor, formando un puchero con sus labios.

—Vuelve allá afuera, y espero que los clientes no hayan estado esperando por ti porque entonces sí será un problema. —Sanji señaló la puerta de los vestidores para enfatizar su indicación, y Luffy salió de la habitación casi arrastrando los pies. El rubio siguió con la mirada sus movimientos, y en cuanto el chico estuvo fuera de su vista se giró de nuevo hacia el otro implicado—. ¿Y bien, qué tienes que decir en tu defensa?

—Bueno, no estábamos haciendo nada, en realidad.

Sanji alzó una ceja con ironía—. Tienes el cierre abajo.

Law bajó la mirada hacia su pantalón. En realidad, el cierre estaba arriba. Levantó la cabeza para ver a su acompañante, quien le dedicaba una sonrisa triunfal. Rodó los ojos—. Oh, ja-ja. Qué gracioso.

—Esto es en serio, Law —dijo el rubio, cruzando los brazos sobre su pecho—. Si algún día llega a ser mi padre quien los encuentre, o cualquier otra persona que se lo reporte a él, Luffy podría perder su trabajo. ¿Es eso lo que quieres?

Trafalgar soltó un largo suspiro—. No, por supuesto que no. Lo lamento.

Sanji negó con la cabeza—. No debería ser tan difícil esperar a que salga del trabajo, en todo caso —dijo, haciendo un ademán con la cabeza indicando la salida antes de comenzar a caminar hacia ella. Law fue tras él.

—Lo sé. Es sólo que él… me vuelve loco. Hay veces en que siento que es demasiado para soportarlo. —Law jugueteó con la muñequera en su brazo, como si eso pudiera ayudarle a recuperar el control.

Sanji recordaba esa muñequera. Era la que iba a juego con la que el moreno le había regalado a su novio la noche en que fueron a la feria. El menor siempre llevaba la suya puesta, excepto cuando estaba trabajando, puesto que iba contra las normas de vestimenta. A él le causaba un poco de gracia, porque Luffy siempre olvidada todo en su casillero de los vestidores; llaves, celular, cartera. Todo, menos su sombrero de paja y esa muñequera.

Llegaron a la intersección del pasillo y atravesaron la puerta de la izquierda para ir hacia el comedor. Lo primero que notaron fue al mismo Luffy, que pasó frente a ellos con una sonrisa un tanto infantil instalada en su rostro mientras se dirigía a una de las mesas para entregar su orden. No parecía que estuviera muy preocupado por la reprimenda de hacía unos momentos atrás, a decir verdad.

Law sonrió con cariño al verlo, sin siquiera percatarse de ello—. Debes entender a lo que me refiero, Kuroashi-ya, al menos un poco.

Entonces los ojos de Sanji chocaron con la imagen de Zoro, quien levantó la mirada y esbozó una sonrisa ladeada al notarlo. El rubio sonrió levemente en respuesta—. Lo entiendo —susurró, como si fuera para sí mismo—. Pero aun así, Law, tendrás que controlarte mejor si no quieres que limite tus visitas al restaurante.

Trafalgar hizo una mueca—. Bien, prometo controlarme.

Sanji asintió y se dio la vuelta para volver al trabajo.

El moreno suspiró y fue a sentarse otra vez a la mesa que compartía con Roronoa.

—Así que… —comentó Zoro después de un momento de silencio—, en el baño, ¿eh? —dijo con una sonrisa burlona.

—Oh, cállate —gruñó Law, arrojándole un sobrecito de azúcar a la cara. Zoro se soltó a reír a carcajadas.

Cosa de una hora después, cuando Sanji y Luffy terminaron de trabajar, los cuatro chicos salieron del restaurante en dirección a la casa de los hermanos D. Extrañamente, Luffy no habló mucho durante el camino, y conforme se acercaban a su destino sus silencios se hacían más prolongados, hasta que llegó al punto en que ya no dijo nada y parecía caminar en automático, sólo dejándose llevar por su novio, puesto que éste iba con un brazo sobre los hombros del menor.

—Luffy. —Law detuvo su andar y miró al muchacho con preocupación—. ¿Qué te ocurre?

—No es nada. —El mayor le dedicó una mirada insistente. Luffy torció los labios—. Es sólo… mi padre —aceptó el menor, mirando hacia el suelo—. Él en verdad no quiere saber nada de ti. Tampoco quiere escucharme, sin importar qué tanto insista con el tema.

Law suspiró. Debió haber imaginado que se trataba de eso. Tomó a Luffy del mentón para hacer que levantara la mirada hacia él y le acarició las mejillas—. Es comprensible. No debe ser fácil para él aceptarme, después de la forma en que nos conocimos. Además, eres el más joven de sus hijos. Supongo que aún no quiere enfrentarse a la realidad de que, bueno, ya no eres un niño.

—Pero quisiera que al menos nos diera una oportunidad. Es como si ni siquiera pudiera confiar en mí —replicó el menor, haciendo un puchero.

—Estoy seguro de que no se trata de eso, Luffy. Sólo hay que darle tiempo, ¿sí? Confía en mí.

Luffy lo miró a los ojos por un momento. Law en verdad no parecía flaquear ante el asunto. Esbozó una pequeña sonrisa, dejándose llevar por la seguridad que su novio expresaba hacia el tema—. Está bien.

A un par de metros de distancia, sus amigos esperaban a que terminaran su conversación para poder continuar con su camino.

—¿Crees que estarán bien? —preguntó Sanji, observando a la pareja con empatía.

Zoro se encogió de hombros—. Dragon puede llegar a ser un tanto difícil, y después de lo que sucedió con Luffy hace años se volvió muy sobreprotector, incluso con Ace y Sabo. Pero, creo que ellos encontrarán una manera de que acepte su relación —dijo, terminando por mirar en la dirección de los chicos, pero no a ellos en realidad.

Sanji lo observó con un poco de preocupación al notar que su mirada se perdía en la lejanía—. ¿Zoro? —El mayor pareció salir de su estupor y volvió a girarse hacia él—. ¿Está todo bien?

—Por supuesto —contestó el de cabello verde, sacudiendo su cabeza como si estuviera tratando de alejar algún pensamiento.

—¿Seguro? —insistió el rubio.

—Te digo que todo está bien, en serio.

Sanji torció los labios con disgusto. En verdad no le creía ni una palabra. Zoro suspiró y se acercó a él, colocando las manos en sus hombros y mirándolo a los ojos—. En serio, no tienes nada de qué preocuparte —aseguró, inclinándose para plantarle un suave beso en la frente.

—Hmm, de acuerdo —cedió Sanji. La verdad era que no estaba muy convencido, pero dejaría el tema por el momento.

Law y Luffy se unieron a ellos, así que los cuatro retomaron su paso anterior. En el justo momento en que llegaron a su destino, un coche plateado se estacionó junto a la acera frente a la casa. Kid salió por la puerta del copiloto, mientras que del otro lado una cabellera rosada se asomó sobre el techo antes de que la chica que la poseía rodeara el vehículo.

—¿Algún día me dejarás conducir? —preguntó Kid al momento en que caminaban por el sendero hacia la entrada, donde estaban los demás.

—Eso no pasará —contestó Perona con una rotunda negativa—. Tú tienes tu motocicleta, yo tengo mi coche. Es lo justo.

Kid rodó los ojos. “Mujeres” pensó.

—Escuché eso —reprendió la chica.

—¡Pero si ni siquiera lo dije en voz alta!

—Lo que piensas es demasiado obvio, Kid, no necesitas decirlo.

Los chicos que presenciaban su conversación se soltaron a reír por lo bajo. Kid frunció el ceño en su dirección.

—¿Qué es tan gracioso?

—Tú —contestaron todos al unísono.

El pelirrojo gruñó en respuesta, pero se tranquilizó cuando Perona colocó una mano en su brazo. A nadie le pasó desapercibido el gesto. Bueno, quizá a Luffy, pero él nunca se fijaba en esas cosas.

—¿Alguno sabe por qué Sabo no contesta su teléfono? —preguntó la chica. Todos negaron con la cabeza—. Qué extraño…

—¿Qué estás esperando para abrir la puerta? —le preguntó Kid a Luffy.

El pequeño metió las manos en los bolsillos de su pantalón, pero no había nada en ellos. Tampoco encontró lo que buscaba en su mochila—. Ups, parece que olvidé las llaves en el restaurante, shishishi.

Sanji suspiró con resignación. Justo lo que él estaba pensando antes; Luffy era un despistado total. Zoro se adelantó y dio unos cuantos golpes a la puerta.

—¡Sabo, ábrenos! ¡El idiota de Luffy olvidó sus llaves!

—¡Hey! —reclamó el mencionado.

La puerta de la casa se abrió y un sonriente rubio los recibió del otro lado—. Me disculpo por mi hermano, chicos. Pasen —dijo, haciéndose a un lado para dejarles espacio—. ¿Por qué siempre olvidas las llaves, Luffy?

El chico rió como toda respuesta, pasando el umbral de la entrada junto a sus acompañantes.

—Tú —dijo Perona señalando al rubio con un dedo acusador—. ¿Por qué diablos no contestas mis llamadas?

Sabo masajeó su cuello con nerviosismo—. Lo siento, debo haber dejado el celular en mi habitación y he estado un poco ocupado, no me di cuenta de que llamaste.

—¿Comenzaste sin nosotros? —preguntó Zoro.

—Aaah, no realmente…

—Creo que yo tengo la culpa de eso.

Todo el mundo se giró de inmediato hacia el lugar de donde provenía aquella voz. Un chico alto, poseedor de una larga cabellera rubia, cruzó hacia el recibidor desde la entrada que conectaba con la estancia, y les dedicó una sonrisa.

—Hola chicos.

—¡Killer! —exclamaron Luffy y Sanji.

—Killer-ya —dijo Law, controlando mejor su sorpresa.

—¿Cuándo volviste de Skypea? —preguntó Zoro.

—Apenas ayer.

Kid esbozó una sonrisa ladeada y caminó hacia su mejor amigo, dándole unas cuantas palmadas en la espalda una vez estuvo a su lado—. Es bueno tenerte de vuelta, hermano.

Killer sonrió—. Es bueno volver.

Los demás chicos se acercaron también para saludarlo con palmadas amistosas o apretones de mano, en medio de palabras de bienvenida. Cuando ya todos habían pasado, Killer observó a la única persona que aún no se acercaba a él—. ¿Perona?

La chica se había mantenido inmutable desde que él hiciera su aparición en el recibidor, parada aún junto a su amigo. Lo observó a los ojos por un par de segundos, para finalmente caminar hacia él, con su rostro por completo inexpresivo. Cuando estuvo a lo que parecía un paso de distancia, Killer cerró los ojos con resignación. Entonces ella golpeó su mejilla con la fuerza suficiente para que el sonido del impacto diera la impresión de rebotar contra las paredes.

Algunos de los presentes hicieron una mueca, casi esperando ver que la mano de la chica se hinchara por la fuerza aplicada en el acto. Kid soltó un suave y apreciativo silbido por lo bajo.

—Eso debe doler —murmuró, tomando una nota mental de nunca hacer enojar a la chica lo suficiente como para hacerlo merecedor de un golpe así.

—¡Pe-Perona! —exclamó Sabo, saliendo de la impresión inicial que la acción de su amiga le causara.

Perona no se volteó hacia él. Mantuvo su mirada fija en el muchacho frente a ella, quien en ese momento movía su mandíbula como si estuviera tratando de verificar que todo seguía estando en su lugar. Después de un par de segundos, Killer volvió a girarse hacia ella. Su mejilla presentaba un notable tono rojizo, pero por lo demás no parecía como si acabara de recibir una cachetada, puesto que le dedicaba una pequeña sonrisa.

—Me alegra verte también.

La muchacha resopló—. Eso sólo es la superficie de lo que te mereces. Espero que no acumules más de ahora en adelante.

Killer borró su sonrisa y su mirada se volvió seria—. Descuida, no es mi intención hacerlo.

—Ya lo veremos. —Ella se dio la vuelta, pero antes de dar un paso volteó a mirarlo sobre su hombro y esbozó una sonrisa ladeada—. Oh, y bienvenido de vuelta. —Killer volvió a sonreír, y ella fue a colocarse junto a Sabo y Kid, que, al igual que los demás, habían observado toda su interacción.

Sabo se inclinó hacia ella como si quisiera hablarle de algo privado—. ¿Por qué siento que eso se escuchó mucho más fuerte que el golpe que me diste a mí? —preguntó en un murmullo.

—Oh, no te preocupes —contestó Perona, restándole importancia al asunto con un gesto de su mano—, lo fue.

El chico suspiró, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa tirara de la comisura de sus labios. Miró a Killer, y al notar el color rojizo que se había instalado en su mejilla, su sonrisa se convirtió en una mueca—. Creo que iré por un poco de hielo. —Tomó la mano del mayor y se dirigió a la cocina.

Killer fue tras él sin oponer resistencia. Él no podía saber qué tan mal se veía su mejilla en ése momento, pero aún podía sentirla palpitando y ardiendo. Claro, sabía que se lo merecía, y por eso no había intentado siquiera sobar con su mano el área golpeada, pero también sabía que Sabo no se quedaría tranquilo si no dejaba que por lo menos le colocara algo para el daño ─él y sus instintos sobreprotectores─ así que aceptaría lo que el chico quisiera hacer sólo para mitigar su preocupación.

Sabo tomó unos cuantos hielos del congelador y los envolvió en una pequeña toalla que sacó de un cajón. Esperó un momento a que el frío traspasara la tela y se acercó al mayor para colocarlo sobre su mejilla. Killer siseó al contacto, pero se contuvo casi de inmediato, por lo que su reacción pudo haber pasado desapercibida si él no estuviera atento a ella.

—¿Te duele mucho?

—No es nada —contestó el mayor, dedicándole una sonrisa tranquilizadora.

Él sonrió con culpabilidad—. Lo lamento.

—No lo hagas. —Killer colocó una mano sobre la que él utilizaba para presionar la toalla contra su rostro—. No es como si yo hubiera esperado algo diferente viniendo de Perona. La verdad, me tranquiliza que lo hiciera.

Sabo alzó una ceja—. ¿Acaso tienes alguna vena masoquista de la que no me has contado?

Killer sonrió con diversión—. No es eso. Me refiero a que, en realidad, es bueno saber que siempre habrá alguien dispuesta a darme mi merecido cuando esté echando las cosas a perder.

El menor no pudo evitar sacudir su cabeza en una divertida negación—. Bueno, te prometo que la próxima vez seré yo quien lo haga.

—Seeh… creo que mejor me aseguraré de que no haya una próxima vez —dijo Killer, sonriéndole de una forma que Sabo sólo podía clasificar como encantadora.

Sintió el momento en que sus mejillas se sonrojaron, pues el calor instalado en ellas lo delataba. Tragó saliva y se concentró en su tarea de aplicar el hielo en la mejilla del mayor. No comprendía porqué seguía avergonzándose con tanta facilidad cuando de su novio se trataba, pero estaba seguro de que era culpa de Killer. Sí, todo era su culpa, por poseer esa malditamente hermosa sonrisa, porque la forma en que tiraba hacia arriba de las comisuras de sus labios, ocasionando que estos se curvaran y dejando a la vista sus blancos dientes, no podía ser otra cosa más que uno de los tantos métodos de seducción que había desarrollado a lo largo de su carrera de “rompe corazones”. Es decir, Sabo no conocía a ninguna otra persona que lo dejara embobado con tan sólo una sonrisa inocente. Era un poco injusto.

Al notar la forma en que el menor procuraba no concentrarse en nada que no fuera su mejilla, mientras un tono rojizo muy diferente al propio se apoderaba de la superficie de sus pómulos, Killer no pudo evitar mirarlo enternecido. Le encantaba hacer que el menor se avergonzara, porque no había nada más lindo que ver el sonrojo en sus mejillas. Quizá Sabo ya no fuera el muchacho virgen que era cuando lo conoció ─lo cual era culpa suya y no podría estar más feliz por ello─ pero seguía conservando cierto toque inocente que salía a flote de vez en cuando. A él le encantaba cuando sucedía, y más aún cuando era obra suya. Y había extrañado tanto verlo de esa forma mientras estuvo en Skypea, que el apenas perceptible sonrojo que presentaba en ese momento le pareció el más bello que había visto hasta entonces.

Deslizó la mano que tenía libre por el cabello de su novio, pasando sus dedos entre los rubios mechones con suavidad y lentitud, disfrutando la forma en que las hebras se deslizaban sobre su piel. Sabo detuvo su tarea al sentir las caricias del otro, y por un momento contuvo la respiración, pero aún no se atrevió a mirarlo directamente. Killer continuó su movimiento, colocando un mechón rubio detrás de la oreja del menor, para en seguida desplazarse con la misma parsimonia hasta llegar a su rostro, utilizando apenas las yemas de sus dedos para hacer el recorrido. En éste punto, Sabo tomó una profunda respiración y cerró los ojos, inclinando su cabeza hacia la mano del mayor, como si así estuviera pidiéndole que siguiera con sus atenciones.

“Adorable” pensó Killer cuando colocó la palma de su mano en el costado de su rostro y Sabo se restregó con suavidad contra ella. Le recordó a un gatito buscando cariño, tanto así que ya casi estaba esperando que comenzara a ronronear. Entonces pasó su pulgar sobre la boca del menor, apenas llegando a rozar sus labios, delineando su silueta. Mordió el interior de su mejilla. Él se veía tan malditamente tentador en ése momento.

Sabo levantó los parpados al sentir la casi imperceptible caricia sobre sus labios, y esta vez miró a su novio directo a los ojos. Si antes ya sentía como si tuviera la cabeza embotada, en ése momento quedó hipnotizado. Esas profundidades azules vibraban con una vida propia, y lo atraían con tanta fuerza que pareciera que tiraban de él con una cuerda amarrada a su alrededor. No había forma de escapar de ellas.

Killer comenzó a inclinarse hacia su acompañante. Estaba ansioso, y aun así, sus movimientos eran lentos y cuidadosos. Quería disfrutar cada segundo de ese momento. Alejó su otra mano de la que el menor aún conservaba sobre su mejilla, y fue a colocarla en su cintura, sólo manteniéndola ahí como un apoyo adicional.

Cuando la distancia entre ellos se vio bastante reducida, Sabo volvió a cerrar los ojos, dejando que sus otros sentidos se encargaran de procesar la situación, dejándose llevar por su cada vez más pesada respiración. Los latidos de su corazón también estaban comenzando a acelerarse, y su mano izquierda temblaba tanto, ya fuera por ansiedad o nerviosismo, que tuvo que aferrarse a la camiseta del mayor para detener el movimiento.

Podía escuchar la respiración de Killer, lenta y pausada. Podía sentir la mano en su cintura que lo atraía de una forma suave hacia el otro, y la que estaba posicionada en su rostro, que lo hacía inclinarse en el ángulo correcto con su dulce contacto. Ya no había mucho más que unos cuantos centímetros de distancia entre ellos. Estaba tan impaciente, tan ansioso por besarlo, por sentir sus llenos labios amoldándose con los suyos propios.

Sin embargo, cuando el mayor estuvo lo suficientemente cerca de él como para que sus respiraciones se encontraran, el ambiente se rompió. Fue como si una alarma se activara en la cabeza de Sabo, una que gritaba peligro en cada rincón de su interior. Su cuerpo se tensó de pies a cabeza, su respiración se cortó y sus latidos se volvieron frenéticos. Antes de que pudiera pensar en ello, dio un par de pasos hacia atrás, alejándose del mayor, como si el simple contacto con él le quemara la piel.

Cuando se dio cuenta de lo que había hecho abrió los ojos hasta el límite. A juzgar por la expresión en el rostro de Killer, él también estaba bastante sorprendido. Pero él mismo estaba desconcertado. ¿Qué diablos sucedió? ¿Cómo fue que pasó de estar impaciente por besar a su novio, a esquivarlo como si fuera una amenaza?

—Yo… yo no… —intentó hablar, pero la verdad era que no acudían palabras a su cabeza que pudiera decir. Él no tenía una explicación para haber esquivado un beso del mayor.

Pero entonces, algo muy parecido a la comprensión se asomó en los ojos de Killer. Esbozó una triste sonrisa, como si estuviera tomando la decisión de resignarse a algo que le hacía daño—. Es verdad. No puedo venir ahora a intentar besarte después de lo que he hecho, sin haberme tomado el tiempo de remediarlo adecuadamente. Lo lamento.

Sabo se quedó pasmado por un momento. No entendía, ¿lo que había hecho…? Oh, se refería a eso—. Pero…

El mayor hizo una negación con la cabeza—. Lo entiendo, no te preocupes. —Le dedicó una vez más esa pequeña sonrisa, que más parecía ser una mueca de dolor, y volvió a acercarse a él, pero en esta ocasión se dirigió a plantar un suave beso sobre su coronilla.

Eso lo hizo sentir terriblemente culpable.

—Bueno, será mejor que vayamos con los demás. Hay mucho qué hacer, ¿no? —dijo Killer, con su aparente despreocupación ante lo sucedido. Rodeó al menor y caminó fuera de la cocina.

Sabo apretó sus manos en un par de puños con frustración y enojo. ¿Por qué Killer lo aceptaba tan fácilmente? ¿Por qué le dedicaba una mirada tan amable, cuando estaba claro que por dentro le dolía su reacción? ¿Por qué no podía reclamarle por haberlo rechazado? Él no podía simplemente sonreír y alejarse, no cuando Sabo estaba sintiendo un enorme nudo de culpabilidad atorado en el pecho.

Desde que habían tenido relaciones antes, esta era la primera vez que Killer intentaba besarlo, y él se había apartado casi como si tuviera miedo de que lo hiciera. Lo peor era que ahora, en parte, entendía por qué lo había hecho. O al menos eso creía. Él todavía podía sentir la frialdad y el vacío que se instalaron en su pecho después de su apresurado encuentro anterior en su habitación. Quizá se tratara de eso, quizá tenía miedo de aceptar cualquier tipo de contacto físico con Killer y terminar por sentirse así de nuevo.

Apretó la mandíbula y, en un impulso de rabia, arrojó los hielos en el fregadero con brusquedad. Era un maldito cobarde. ¿Cómo se suponía que iban a derribar la barrera que había entre ellos, si él esquivaba a Killer de una forma tan deliberada?

Además de cobarde, hipócrita. Él le había dicho a Killer que debía enfrentar sus problemas a la cara, pero acababa de huir a un simple beso por lo que parecía ser un miedo infundado en su subconsciente. Le estaba dando demasiadas vueltas a lo que sucedió antes en su habitación. Tenía que dejar de pensar en eso ya, o sino…

Un tipo diferente de miedo se abrió paso en su cabeza. Si él no lo superaba pronto, entonces… ¿cómo diablos podrían arreglar su relación?

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«Hospital General Sabaody»

—Gracias por cuidarlo, Melanie —le dijo Marco a la mujer que se encontraba del otro lado de la línea.

—Oh, no te preocupes, Troy está muy bien. Tú preocúpate por arreglar las cosas con tu hombre, bastante que te hace falta.

El rubio esbozó una sonrisa con diversión—. Iré a verlo más tarde, ¿sí?

—Por supuesto. Te esperamos para la cena.

—Ahí estaré. Nos vemos. —Se despidió de su amiga y colgó el teléfono, caminando de regreso al pasillo de la habitación de Ace. Había salido por un momento para poder hablar por teléfono con Melanie y preguntarle sobre Troy, aprovechando que el pecoso debía arreglarse para salir del hospital. El chico estaba que no cabía en sí de la emoción, ya que al fin podría regresar a casa.

Una vez estuvo frente a la puerta de la habitación de Portgas le dio un par de golpecitos a la superficie—. ¿Ace? ¿Ya estás listo?

La puerta se abrió en el instante siguiente, revelando a un muy sonriente pecoso del otro lado—. ¡Listo! —exclamó con entusiasmo.

Por alguna razón, a Marco le recordó a un niño pequeño que espera impaciente por ir a un parque de diversiones. La comparación lo hizo sonreír. Él en verdad moría por salir del condenado hospital lo más pronto posible.

Ace se había vestido con la ropa que estaba en el interior de la maleta que Sabo le dejara en la mañana; un pantalón de mezclilla, una playera azul marino sin mangas y sus tenis. No era más que la ropa casual que el chico solía usar a diario, pero después de los interminables últimos días que habían pasado, a Marco le pareció que se veía más apuesto que nunca, aún con todos sus golpes y el yeso en su brazo izquierdo.

Se acercó a él con una suave sonrisa y rodeó su cintura con ambos brazos—. Es bueno verte llevar algo diferente a una bata de hospital.

El pecoso rió—. Es bueno usar algo que no sea una bata de hospital. En serio, si no vuelvo a estar internado en lo que me reste de vida, será demasiado pronto.

Marco no podría estar más de acuerdo con eso. Se inclinó hacia el otro con la intensión de besar esos apetitosos labios, pero se vio interrumpido por unos cuantos golpecitos en la puerta aún abierta.

—¿Están felices, mocosos? —preguntó la Doctora Kureha con su típica y peculiar sonrisa que parecía cómplice y autosuficiente al mismo tiempo.

—Muy felices —contestó Ace, ampliando su propia sonrisa.

—Bien. Recuerda esa felicidad, chico —indicó la mujer, señalándolo con su dedo índice—. Y no olvides estar en completo reposo y tomar tus medicamentos. Estoy dejándote ir, pero si se te ocurre desobedecer mis indicaciones te aseguro que te internaré aquí hasta el día en que estés cien por ciento recuperado, ¿entendiste?

Un escalofrío recorrió la espalda del pecoso ante la siniestra expresión en el rostro de la doctora, recordando su amenaza de atarle las extremidades a la barandilla de la cama para que se mantuviera quieto—. En-entendido —contestó, asintiendo con la cabeza. Marco reprimió una sonrisa, viéndose incapaz de burlarse de la situación cuando él mismo se había sentido intimidado por la mujer en el tiempo en que fue su paciente.

—Muy bien. Tu padre ya ha pagado la cuenta, así que ya puedes largarte.

Ace volvió a sonreír como un niño al que le acaban de regalar el juguete que tanto deseaba. Salió de la habitación tan rápido que incluso olvidó su maleta. Marco suspiró, esbozando una sonrisa. Tomó la mochila olvidada y le dedicó un asentimiento a la doctora aún presente.

—Muchas gracias por todo, Doctora Kureha.

—Sólo hice mi trabajo —contestó ella, restándole importancia—. Ahora, será mejor que lo cuides bien, no quiero volver a tenerlo aquí pronto.

—No se preocupe, yo me encargo de eso —dijo con una última sonrisa antes de ir tras su impaciente pecoso.

Le alcanzó unos cuantos pasillos más adelante, y después de recordarle que correr hasta la salida no era exactamente lo que se clasificaría como reposo absoluto, caminaron uno al lado del otro con más tranquilidad, aunque Ace parecía seguir dando saltos impacientes. Marco aceptó entonces que había cosas que no se podían controlar por completo.

—¿Por qué tengo la sensación de que me están observando? —preguntó Ace cuando ya estaban a unos cuantos pasillos de llegar a la salida principal.

Marco giró la cabeza para ver detrás de ellos. Un grupo de enfermeras (que abarcaba desde las más jóvenes hasta mujeres que ya aparentaban cierto grado de madurez) iba a unos cuantos metros de distancia detrás. Ellas dejaron de caminar al darse cuenta de que él las estaba mirando, y comenzaron a comportarse como si estuvieran trabajando o haciendo cualquier otra cosa. Él no pudo evitar sentir cierta diversión.

—Parece que dejas atrás a tu club de fans.

—¿Eh? ¿De qué hablas? —preguntó el menor, mirándolo con confusión.

—¿Acaso no escuchaste los rumores en todo el tiempo que estuviste aquí?

—¿Qué rumores?

Marco negó con la cabeza. La verdad era que no debería sorprenderle, viniendo de Ace—. Bueno, al menos por lo que yo escuché, la gran mayoría de las enfermeras del hospital estaban encantadas contigo. Todas querían saber quién era el chico que había llegado a Urgencias casi muriendo por lo que parecía ser un atentado de homicidio, que atrajo a tal cantidad de amigos y seres queridos a velar por su vida, y que al final consiguió recuperarse a pesar de las pocas probabilidades que tenía. Eres toda una celebridad en éste lugar.

El chico no pudo evitar el enorme sonrojo que se instaló en sus mejillas. Él en definitiva no estaba ni remotamente enterado de ése asunto. Marco se soltó a reír al notar su expresión, y él frunció el ceño en respuesta. Seguro que el mayor estaba divirtiéndose bastante a su costa en aquél momento.

Aunque todo eso quedó en un segundo plano cuando Marco se adelantó un par de pasos y abrió para él la puerta de la salida principal del edificio. Él ni siquiera se había percatado de que ya estaban ahí. Le habría lanzado al rubio un comentario de que no era necesario que abriera la puerta por él, si no estuviera tan enfocado en el hermoso y anhelado cielo azul del exterior. Comenzó a caminar de nuevo ─no notó el momento en que había dejado de hacerlo─ y atravesó la salida.

El viento lo recibió agitando su ropa al danzar en sus alrededores, desordenando su cabello y acariciando con suavidad su piel al descubierto, mientras que el sol brillaba orgulloso en lo alto del cielo, dejando que sus rayos iluminaran en la superficie y bañaran su cuerpo.

Él había caminado por los jardines del hospital en el par de ocasiones en que la Doctora Kureha le permitió salir de su habitación, pero esto se sentía, de alguna forma inexplicable, diferente. Era mil veces mejor. Cerró los ojos y tomó una profunda respiración, llenando sus pulmones del aire que corría por el mundo exterior. Al fin, era libre de nuevo.

—Se ha terminado, Ace.

El aludido se giró hacia su espalda. Marco estaba ahí, observándolo con una suave sonrisa y un enorme cariño inundando su mirada. Sus ojos incluso parecían estar temblando, como si de un segundo a otro fueran a inundarse en lágrimas.

En ése momento, él se preguntó cómo demonios había sobrevivido esas semanas sin tener a ese hombre a su lado. No podía comprenderlo, porque la idea de que Marco no fuera una parte de su vida era algo que ya no cabía en su cabeza. Ellos quizá tendrían que hacer un gran esfuerzo para volver a fortalecer la estabilidad de su relación, pero lo harían, porque en realidad el renunciar a estar juntos había dejado de ser una opción viable hacía mucho tiempo.

Se acercó el par de pasos que los separaban y se lanzó a abrazarlo, rodeando su torso con su brazo derecho y hundiendo el rostro en el hueco de su cuello. Casi de inmediato un par de firmes brazos le regresaron el gesto, apretándolo con la gentileza suficiente para no hacerle daño, pero con la fuerza necesaria para mantenerlos lo más cerca que fuera posible.

Se quedaron en esa posición por lo que parecieron eternos minutos, tan sólo disfrutando de la presencia de su compañero, hasta que Marco rompió el abrazo separándose unos cuantos centímetros de él. Le observó con dulzura y acarició su mejilla antes de inclinarse a dejar un beso sobre su frente.

—Vamos, amor. Te llevaré a casa.

El trayecto a su casa en el coche de Marco no fue muy largo. La mayor parte del camino, Ace se la pasó mirando por la ventana junto a él. Observó las calles, las tiendas, casas, parques y cualquier otra cosa que se cruzara en su camino como si fuera la primera vez que las veía. Era verdad, quizá no había pasado mucho tiempo dentro del hospital, pero justo ahora, se sentía como si todo fuera diferente. Como si él fuera, en parte, diferente.

Marco estacionó el vehículo junto a la acera, justo frente a su casa. Abrió la puerta y salió del coche con una enorme sonrisa instalada en su rostro. Unos segundos después, el rubio se situó a su lado, con su mochila colgando al hombro. Ace cerró la puerta del coche y lo miró con reprobación.

—Yo mismo puedo cargar mi maleta, Marco.

—Lo sé —contestó el mayor, comenzando a caminar hacia la puerta. Ace lo siguió—. Aun así, justo ahora quiero consentirte un poco. Creo que te lo tienes bien merecido, ¿no?

El pecoso negó con la cabeza, un tanto divertido. De todas formas no habría manera de hacer que Marco cambiara de opinión. Una vez se encontraron en la entrada, buscó sus llaves en la bolsa exterior de su mochila y abrió la puerta, entrando primero.

Un aproximado a una docena de pequeñas detonaciones se escucharon simultáneamente, al tiempo en que la luz se encendió y un coro de voces gritó—: ¡Sorpresa!

Ace se quedó en su lugar, congelado de asombro. Ciertamente, no imaginó que todos los chicos estarían esperándolo en su casa para darle la bienvenida con cañones de confeti y una pancarta que decía «Bienvenido» en letras muy grandes y coloridas. Y cuando decía todos los chicos, se refería a todos. En serio, hasta Kid estaba allí, y también… ¡¿ése era Killer?!

—Bienvenido a casa, hermano —dijo Sabo, que estaba enfrente de todos los demás, dedicándole una cálida sonrisa.

Entonces el chico por fin pudo salir de su estupor, y esbozó una sonrisa también—. Wow, no puedo creer que hicieran todo esto, chicos.

—¡Aaaaacceeeee!

Oh-oh. Ace cerró los ojos, preparándose para ser tacleado contra el suelo en medio de lo que podría haber sido el dolor más severo en toda su no tan larga vida. Pero el impacto que esperaba nunca llegó. Volvió a abrir los ojos, sólo para encontrarse con su demasiado entusiasta hermano menor siendo contenido por Sabo y Zoro al mismo tiempo.

—Luffy, recuerda que si le saltas encima podrías lastimarlo —dijo Sabo a modo de reprimenda. El pequeño dejó de intentar correr hacia el recién llegado, pero entonces una muy triste expresión se apoderó de su rostro. El rubio entró en pánico—. ¡Ah, espera! Quizá… un pequeño abrazo —sugirió.

—Está bien —aceptó Luffy, haciendo un puchero con resignación. Sabo y Zoro, un tanto inseguros, lo dejaron libre, y el pequeño fue hacia su hermano mayor para atraparlo entre sus brazos.

Ace dejó escapar un leve jadeo. Al final el abrazo de Luffy seguía siendo bastante fuerte, pero por lo menos no lo suficiente como para derribarlo. Eso ya era un avance. Le regresó el gesto a su hermano y después palmeó su cabeza con suavidad.

—Ya estoy en casa, Luffy.

El chico sonrió con felicidad. Al segundo siguiente, sus ojos se inundaron de lágrimas. Antes de que pudiera evitarlo, Luffy se lanzó a llorar como si se tratara de una fuente en funcionamiento, restregando el rostro en su playera.

—¡Ace, idiota! ¡No vuelvas a dejar que casi te maten!

—¡Como si yo hubiera pedido que lo hicieran, cabeza hueca! —replicó el mayor.

Todos los presentes comenzaron a reír ante la cómica escena, mientras que Luffy seguía haciendo reclamos a su hermano y éste intentaba quitárselo de encima. Cuando el menor comenzó a calmarse Law se acercó a él, colocó una mano en su hombro y le aseguró al pecoso que él se encargaría de su hermanito, llevándoselo con sus últimos sollozos.

—Bien —dijo Bascud, sonriéndole a su amigo—, sabemos que tienes que descansar, pero antes de eso, ¡hagamos una fiesta!

—¡Sí! —exclamaron algunos de los presentes, entusiasmados.

Mientras Franky se encargaba de encender las bocinas y algunos se acercaban a Ace para darle la bienvenida y hablar con él, Law llevó a Luffy hacia el baño que estaba debajo de las escaleras. Le habría gustado que los que se dieron cuenta de ello se ahorraran sus miradas indiscretas, pero no podía hacer nada, si hubieran ido al segundo piso habría sido igual.

Ya en el interior Luffy se remojó el rostro en el lavamanos, mientras que el moreno tomó asiento sobre la tapa del escusado. Debido a la ubicación y al reducido espacio, el baño no contaba con una ducha, lo que permitía que se sintiera más amplio de lo que era en realidad.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Law, pasándole una pequeña toalla al menor para que se secara cuando lo vio cerrar la llave del grifo.

Luffy la tomó y la frotó contra su rostro—. Estoy bien —aseguró, esbozando una de sus enormes y resplandecientes sonrisas.

Una suave curvatura se asomó por los labios del moreno. Él sabía que el menor estaba bien, puesto que aquél torrente de lágrimas que había soltado no era más que la representación del alivio que sentía por ver a su hermano regresar a casa a salvo. Ya se lo había prometido a sí mismo antes, después de todo, que las lágrimas de felicidad eran las únicas que aceptaría ver empañando los ojos de su pequeño.

Cuando Luffy volvió a colocar la tela en el toallero, Law tomó su muñeca y haló de ella, ocasionando que el pequeño cayera sentado sobre su regazo, con ambas piernas colgando a un solo lado. El menor hizo un puchero, y parecía que iba a reclamarle por su acción, pero entonces él rodeó su cintura con un brazo, mientras que con su otra mano comenzó a acariciar su cabello.

—Es bastante entretenida, la forma en que no puedes contener tus emociones. Me gusta.

Luffy rió suavemente, le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la cabeza en su hombro, casi como si estuviera preparándose para quedarse dormido ahí mismo—. Me gusta la forma en que puedo lograr que Law deje de esconder las suyas.

El mayor detuvo sus caricias y lo miró con un toque de sorpresa. ¿Él lo sabía? ¿Se había dado cuenta de la máscara impasible que solía llevar y la cual se desvanecía cuando estaba a su lado o en alguna situación que lo involucrara? ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Por qué no lo había mencionado antes?

—Es sólo que los ojos de Law brillan cuando estamos juntos, y sonríe más. Eso me hace feliz —comentó Luffy, dedicándole una sonrisa inocente. El moreno quedó pasmado.

Sí, Luffy lo sabía. Quizá desde el principio de su relación, por lo que acababa de decir. No le sorprendía que otras personas, como Roronoa o Nico Robin, se dieran cuenta de su cambio, puesto que había sido frío y distante con todos a su alrededor ─exceptuando a Chopper─ desde que tenía memoria, pero incluso cuando Luffy no lo había conocido por mucho tiempo antes de que su máscara comenzara a caer con su presencia, lo había notado. Law esbozó una pequeña sonrisa. La intuición de ese chico era algo de temer, en verdad. Y al final, parecía que los meses que llevaban de relación no habían sido por nada. Era algo bueno.

Atrajo un poco más al chico con el brazo que mantenía alrededor de su cintura y acarició su mejilla—. Es porque te amo, solamente eso.

Luffy sonrió y dejó escapar una leve risita, sus ojos inundados de una felicidad que brillaba con luz propia. No había nada más hermoso que él en el mundo, al menos no para Law. Deslizó su mano hasta colocarla en la nuca del otro, inclinándose un poco sobre él. Al notarlo, Luffy cerró los ojos y elevó el rostro lo más que pudo.

Sus labios se encontraron en cuestión de un par de segundos. Se presionaron unos contra otros por un instante antes de comenzar a moverse, con lentitud y suavidad, dedicándose a disfrutar de cada segundo. Un hormigueo agradable creció en el pecho del menor, a lo que sus brazos se relajaron y fueron deslizándose hacia abajo por los hombros de su novio, hasta que fueron sus manos las que se aferraron a su cuello y tiraron de él en un intento por acercarlo más.

En respuesta, Law se inclinó aún más hacia él, conservando una mano en su espalda baja y la otra colocada a medio muslo sobre una de sus piernas. Deslizó la punta de su lengua sobre el labio inferior del otro, detectando ese suave sabor dulzón que poseía y le encantaba, para enseguida darle una leve mordida. Luffy jadeó, aferrándose con más fuerza a su cuello. Diablos, moría por escabullir su lengua dentro de la boca de su novio, explorar su interior y enloquecerlo con sus movimientos, no dejarle pensar en nada más. Pero no podía hacerlo. El pequeño comenzaba a removerse en su regazo de una forma algo sugerente, y él sabía que después de los primeros jadeos no era necesario mucho antes de que comenzara a gemir. Estaba seguro de que si llegaban a eso, ya no podría detenerse. Debía ponerle un alto ahora, o sería más difícil después.

Cerró el beso con unos cuantos movimientos suaves más, antes de ponerle fin y alejarse. Las mejillas de su novio estaban algo sonrosadas, combinando con el leve tono rojo que sus labios habían adquirido. Law se congratuló por haberse detenido, un poco más y seguro habrían comenzado a hincharse.

—Será mejor que volvamos afuera, antes de que tus hermanos quieran venir a asesinarme.

Luffy asintió y se levantó del regazo del mayor para permitirle ponerse de pie. Revisaron que sus ropas estuvieran bien acomodadas y sus cabellos arreglados. Law iba a abrir la puerta cuando consideraron que todo estaba bien, pero entonces el menor tomó su muñeca para detenerlo.

—¿Qué sucede, Luffy?

—Sólo… ¿uno más? —preguntó el menor, haciendo un pequeño puchero.

Trafalgar tragó saliva. ¿Cómo se suponía que iba a negarse, cuando los ojos de su pequeño brillaban con tanta ilusión? Se preguntó por un momento si acaso Luffy no había estado practicando técnicas de manipulación o algo así, pero entonces recordó que eso era imposible, porque su adorable novio siempre había sido así y parecía hacerlo de forma inconsciente. Quizá eso fuera lo que lo hacía más peligroso aún. Soltó un largo suspiro.

Bueno, un beso más no le hacía daño a nadie.

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—¡Hagamos un brindis! —declaró Usopp, elevando el vaso que llevaba en mano y llamando la atención de los demás.

—¿Con vasos de refresco? —preguntó Kid, alzando una ceja. Habían acordado que no tendrían alcohol porque Ace no podía beber.

—¿Por qué no? Parece divertido —comentó Nojiko con una sonrisa.

Bascud, que estaba parado junto a la chica, no pudo evitar clavar la mirada en ella, y en los pequeños hoyuelos que se formaron en su rostro, al menos hasta que Ace le dio un codazo debajo de las costillas para sacarlo de su estupor.

—Estás comenzando a babear, amigo —le susurró por lo bajo. Bascud se sonrojó en el acto y desvió la mirada hacia otro lado. Ace se echó a reír, y a su lado Marco rodó los ojos con diversión.

Los que aún no contaban con una bebida se acercaron a la mesa donde estaban dispuestos lo refrescos y se sirvieron. Una vez que todos tuvieron su propio vaso, formaron un círculo.

—¿Y por qué es el brindis? —preguntó Luffy.

Más de uno sintió una gota de sudor bajando por su sien.

—Creo que eso es un poco obvio, Luffy —contestó Nami. El chico ladeó la cabeza con confusión, aún sin comprender.

Sabo suspiró con resignación—. De verdad, Luffy, podrías preocuparte un poco por el motivo de la fiesta en primer lugar.

—No entiendo —dijo el aludido, mirando hacia su novio como si estuviera esperando que él se lo explicara.

Law sonrió con despreocupación—. No importa. —Se inclinó a plantarle un beso en la mejilla, y el menor rió con simplicidad—. Pueden proseguir.

—Bien, entonces —Usopp volvió a elevar su vaso al tomar la palabra—, por la pronta recuperación de Ace, y el regreso de Killer.

—Y —intervino Sanji, atrayendo la atención de los demás. Se giró a mirar al chico de cabello verde que se encontraba abrazando su cintura, e hizo un ademan con su vaso hacia él, sonriendo levemente—, por el campeón nacional juvenil de kendo.

Algunos dejaron salir una exclamación de sorpresa. Roronoa sonrió de lado, tan sólo enfocado en el chico que en ese momento lo miraba con lo que parecía ser orgullo.

—¡Woooooh! ¡Eso es genial, Zoro! —exclamó Luffy, observando a su amigo con una sonrisa.

—¿Tu competencia fue ayer, verdad? ¿Por qué no nos habías dicho que ganaste? —inquirió Nami.

Zoro se encogió de hombros—. No parecía el momento adecuado.

—Pues es SÚÚÚÚÚPEER, Zoro.

—Aunque tampoco es algo que sorprenda demasiado, en realidad —comentó Ace, haciendo un asentimiento en dirección del de cabello verde en señal de reconocimiento.

—Aun así merece una celebración —añadió Sabo, ahora él elevando su vaso—. Así que, por Ace, Killer y Zoro. Salud.

—¡Salud!

Después del brindis, la fiesta tomó su propio curso. Algunos comenzaron a bailar ─Usopp, Franky y Luffy hacían unos pasos bastante extraños y llamativos─ otros bromeaban, y otros tan sólo hablaban de lo que se les ocurría.

En algún punto, Zoro alcanzó a ver a Eustass dirigiéndose a la cocina, que en ése momento estaba vacía. Se apartó del rubio al que se encontraba abrazando, asegurando que volvería enseguida, y fue tras el otro.

—Kid —el pelirrojo se giró hacia él—, ¿puedo hablar contigo un momento?

Eustass elevó una ceja y se apartó el vaso de agua de los labios—. ¿Qué sucede?

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La fiesta terminó poco antes de que comenzara anochecer. Se divirtieron mucho, pero ahora debían dejar que Ace descansara, además de que los estudiantes tenían exámenes que presentar al día siguiente. Cuando Killer decidió que era hora de retirarse, ya era el último invitado que quedaba. Sabo lo acompañó hacia la puerta, dejando a Ace sentado en el comedor. Luffy se había ido a su habitación, pero sin duda volvería a bajar cuando fuera hora de cenar.

Una vez estuvieron fuera de la casa Sabo cerró la puerta tras él, manteniendo una mano sobre la perilla y apoyando un poco su espalda en ella, con la mirada en el suelo. El mayor lo miró con entendimiento y le plantó un rápido beso sobre la cabeza.

—Te llamaré mañana —dijo antes de darse la vuelta, con la intensión de volver a casa.

Sabo apretó la mandíbula. No quería dejarlo ir aún, no así—. Killer, espera —llamó, por fin levantando la cabeza para poder verlo.

El mayor se detuvo y volvió a girarse hacia él—. ¿Qué sucede?

—Yo… —el chico mordió su labio inferior con un poco de nerviosismo—, sobre lo que sucedió en la cocina…

—Te lo dije antes, ¿no? —interrumpió Killer, mirándolo con una suave sonrisa—. Lo entiendo, no tienes que preocuparte por eso.

—¡Pero sí me preocupa! —exclamó Sabo, dando un paso al frente por el impulso—. No quiero que nos alejemos aún más por culpa mía.

—Eso no va a…

—Sé que mentiste —cortó el menor, dedicándole una mirada seria—. Vi a través de tus ojos en ese momento. Estabas herido, sé que te dolió la forma en que me alejé de ti, y aun así tú sólo sonreíste y pretendiste que todo estaba bien. Eso me hace sentir peor. No quiero que me ocultes lo que sientes, Killer, incluso si lo haces pensando en que no quieres hacerme sentir mal o preocuparme. Eso es lo que empezó los problemas entre nosotros en primer lugar, ¿recuerdas? —El mayor apretó los labios en una fina línea. Sabo tomó una profunda respiración y dejó salir el aire con pesadez. Caminó los escasos tres pasos que los separaban y tomó las manos del otro entre las suyas propias—. Quiero que seas sincero conmigo. Sólo eso.

El mayor suspiró con resignación. Sabo tenía razón, ocultarle sus sentimientos a su novio fue la razón por la que llegaron al punto de que su relación se encontrara en la cuerda floja. Y él había prometido que haría su mejor esfuerzo por arreglarlo, en lugar de hacer que las cosas empeoraran todavía más. Si lo veía desde esa perspectiva, no tenía nada qué pensar—. Sí, tienes razón —dijo al fin, mirándolo a los ojos para que estuviera seguro de su sinceridad—, me dolió que me rechazaras en ese momento. Me duele, también, darme cuenta de la magnitud del daño que te he causado. Y debo aceptar que me duele saber que el último beso que recibiste, no fue mío.

Sabo abrió los ojos en señal de sorpresa. Había esperado una respuesta parecida a esa cuando encaró al mayor, a excepción del último punto mencionado. La verdad era que él no lo había considerado de esa forma—. Pero… ése beso no cuenta. Quiero decir, yo no besé a Shachi.

—De la misma manera puedes decir que no me has besado a mí desde entonces.

Abrió la boca con la intención de soltar una réplica, pero entonces se dio cuenta de que no tenía ninguna. Desvió su mirada hacia el suelo, entristecido. No había forma de refutar aquella afirmación. Después de todo, el desplante que le hizo a su novio antes era la razón por la que estaban teniendo esa conversación.

Killer suspiró al notar que el ánimo de su chico volvía a decaer. Tal parecía que esa era la única reacción que podía lograr en el menor últimamente. Se soltó del agarre en sus manos y fue a colocarlas a los costados del rostro de su acompañante, haciendo que levantara la mirada hacia él otra vez.

—Yo no mentí, Sabo —aseguró, hablando en un tono de voz que reflejaba determinación—. Sí entiendo por qué lo hiciste. Sé perfectamente que no puedo borrar de un momento a otro todo el dolor que te causé, y fui un estúpido por haber creído por un segundo que podía avanzar tan rápido. Fue por eso que no dije nada cuando te alejaste de mí, porque tu reacción no cambia en absoluto lo que yo ya había decidido antes.

—¿Qué… qué decidiste? —preguntó el menor, titubeando levemente.

—Que no importa cuánto tiempo me lleve o qué tan difícil sea lograrlo, sanaré cada herida que hay en tu corazón, para que tú y yo podamos estar incluso más unidos que antes. Porque te amo, no necesito otra razón para determinar que rendirme no es una opción. Tan simple como eso —declaró Killer. Sabo no tenía palabras. Sus ojos sólo podían observar el infinito océano que se presentaba frente a ellos, océano que lo invitaba a aventurarse en sus profundidades y dejarse atrapar por sus encantos. ¿Él tendría la suficiente valentía para hacerlo?—. Yo sigo adelante con esto, Sabo. ¿Y tú?

La respuesta saltó en su cabeza sin que lo pensara mucho—. Por supuesto que sí, tonto —contestó, abrazándose al torso del mayor y escondiendo el rostro en su pecho.

A fin de cuenta, ir a lo seguro por la vida estaba bastante sobrevalorado. Él lo sabía a la perfección.

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Cuando los ligeros toques en la puerta comenzaron a escucharse, Penguin no pudo evitar echar un vistazo al reloj en su muñeca. No había pasado ni media hora desde que sus padres habían salido a cenar con motivo de su aniversario, además de que ellos tenían sus propias llaves. Siendo el caso, no imaginaba quién podría estar visitando su casa a esas horas.

Con un encogimiento de hombros, salió de su habitación sin tomar el gorro que descansaba sobre el buró. Bajó las escaleras sin ninguna prisa y cruzó la sala en dirección a la entrada principal, esperando que no fuera algún vendedor ambulante dando su última vuelta.

Sin embargo, al abrir la puerta e identificar a la persona del otro lado, no pudo evitar cierto grado de sorpresa en su expresión y su voz—. ¿Shachi?

—Hola, Pen —contestó el aludido, esbozando una pequeña y triste sonrisa.

Penguin lo observó con el entrecejo levemente fruncido. La voz de su amigo sonaba débil, como si apenas pudiera encontrarla dentro de su garganta. No llevaba puestos sus lentes oscuros habituales, pero esta vez era la visera de su gorra la que no le permitía ver sus ojos. Sin embargo,  su postura parecía hablar por sí misma; sus hombros estaban caídos, las manos las llevaba dentro de los bolsillos, y su mirada no quería levantarse del suelo. Deprimido podría ser una buena palabra para describirlo en ese momento. Eso le causó un retortijón en el estómago. Él en verdad odiaba ver a Shachi de esa forma.

Se apartó del camino para dejar que el castaño pasara y cerró la puerta tras él una vez que estuvo dentro. Después de darle una mirada evaluativa de nuevo, se dirigió a la cocina. Shachi fue tras él, pero no lo siguió más allá de la sala, colocándose junto al sofá.

—¿Qué sucedió? —preguntó al momento en que tomaba un vaso de la gaveta y se acercaba al garrafón para servir agua en él.

Algo muy parecido a un suspiro salió de los labios de su amigo—. Soy un idiota —contestó en un susurro que apenas alcanzó a escuchar.

Penguin terminó de llenar el vaso y salió de la cocina para aproximarse a su acompañante—. Dime algo que no sepa —dijo, sonriéndole con ironía al momento de ofrecerle el vaso.

Shachi miró el recipiente por unos segundos, como si estuviera intentando ver a través de él y encontrar lo que tanto deseaba, pero al no poder hacerlo se conformó con aceptarlo y tomar un pequeño trago.

—Ya, en serio, dime qué ocurrió —insistió el pelinegro. Estaba comenzando a preocuparse, dada la apagada actitud que su amigo se cargaba.

El castaño miró el vaso en su mano una vez más, antes de regresárselo, bajando la mirada como un gesto de derrota. Una débil risilla salió de su boca—. Yo sólo… cometí la estupidez de creer que en verdad podría lograr que sintiera algo por mí. —Penguin se tensó. Ahora entendía de qué iba todo esto. Shachi volvió a levantar la cabeza hacia él, con aquella triste y vacía sonrisa en su rostro—. Su novio regresó. Es el fin para mí, con ese chico aquí no tengo ninguna oportunidad de conquistarlo.

—Creo que jamás la tuviste —comentó escuetamente, dándole la espalda a su amigo para caminar de regreso a la cocina.  

Shachi lo miró con una expresión herida—. Vaya, muchas gracias amigo. Es bueno saber que me apoyas.

Penguin golpeó la barra de la cocina al momento de dejar el vaso sobre ella. De haber sido de cristal, seguro estaría hecho pedazos. Cuando volvió a girarse hacia su amigo, éste casi dio un respingo al notar su ceño fruncido y la tensión en su mandíbula—. Sí te apoyo, Shachi, pero ésa es la verdad, ¿qué más quieres que te diga? Te la has pasado todo el semestre detrás de ese chico desde que lo conociste en la biblioteca, casi babeando por él y besando el jodido suelo por el que camina, pero él nunca te ha prestado la misma atención. Simplemente no entiendo qué te hizo pensar que lo haría alguna vez.

El castaño lo observó con una mirada que reflejaba sorpresa y tristeza a partes iguales—. Yo… sólo pensé que…

—No, Shachi —interrumpió el de cabello negro, hablando con cierto toque de rudeza en la voz. Caminó hacia él hasta estar a sólo un paso de distancia, y le clavó el dedo índice en el pecho—. Tú no pensaste. Te ilusionaste con un imposible, eso fue lo que hiciste. Despegaste los pies de la tierra, y ahora no puedes soportar el dolor de la caída.

—¡¿Y tú qué sabes sobre eso, eh?! —soltó el castaño, apartando su dedo con un manotazo y colocando un pie frente al otro, como si estuviera tratando de mostrar una postura retadora—. Hablas mucho sobre esto, como si supieras lo que se siente, ¡pero la verdad es que no tienes ni puta idea de lo que es! ¡No intentes criticarme cuando no has estado en mi lugar!

—¡Por supuesto que he estado ahí! —Penguin apretó los puños a sus costados, clavándose las uñas en la piel y sin importarle siquiera si llegaba a hacerse daño. Se mordió el labio inferior con frustración, bajando la cabeza hacia el suelo—. Sé muy bien lo que se siente —susurró, las palabras apenas logrando atravesar la barrera de sus dientes apretados con toda la tensión en su mandíbula—. Sé perfectamente… lo que es estar enamorado de alguien que no puede verte mas que como un amigo. Y sé mejor que nadie… lo mucho que duele que esa persona se enamore de alguien más, sin siquiera mirarte a ti. —Una débil y vacía risa se escapó de sus labios, como si las emociones en su voz se hubieran evaporado y no quedara nada dentro de él—. Realmente… es como si tuvieras un cuchillo clavado en el pecho, y día a día se retuerce, te hace gritar y sangrar, sufrir como si tu dolor fuera su alimento, y llega cada vez más profundo. Hasta que en algún momento te atraviesa el corazón por completo. 

—Penguin… —susurró Shachi. No tenía palabras, y no sabía cómo reaccionar a lo que su amigo acababa de revelarle. Había algo que era incluso más doloroso en el hecho de que no hubiera emociones en su voz. Como si ese sufrimiento del que hablaba, hubiera acabado con todo lo que vivía en él.

Penguin chasqueó la lengua y volvió a levantar la mirada hacia él—. ¡Sé muy bien lo que se siente, Shachi, porque he estado viviendo así por los últimos cuatro años! ¡Y todo es tu culpa!

El castaño abrió los ojos hasta el límite. Él debió haber escuchado mal. Él definitivamente debía haber entendido mal a su amigo—. Tú… ¿qué has dicho?

El chico lo observó con los ojos inundados de tristeza, como si ésta en algún momento pudiera desbordarse y derrumbarlo—. Ya no puedo soportarlo, Shachi. Ya no puedo… y es tu culpa, porque tú eres la persona a la que he amado todo este tiempo.

No. Eso no era verdad. Él no podía estar diciendo la verdad. ¡Penguin tenía que estar mintiendo! Él no podía… ¿o sí?—. Pen, yo… yo no sé…

El resto de sus balbuceos se perdieron en su garganta cuando Penguin se le adelantó, colocando una mano en su nuca y lanzándose contra él. Su gorra cayó al suelo por el repentino movimiento, pero él no se dio cuenta de ello. Su mente no podía procesar mucho en ese momento, además del hecho de que Penguin lo estaba besando. A él. Su mejor amigo lo estaba besando. ¿En qué momento las cosas se voltearon de esta manera?

Él seguía sin poder creerlo. Conocía a Penguin desde la secundaria, y nunca se imaginó que podría llegar a sentir por él algo más que una amistad. ¿Acaso había dicho cuatro años? Dios, ¿cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de eso antes? Y no ayudaba nada a su conmoción el hecho de que su amigo no se detuviera. Sus labios presionaban los propios con insistencia, moviéndose contra ellos con temblorosa duda.

Nunca pensó respecto a ello, pero los labios de Penguin eran fríos. Fríos y salados. Pero no de una forma desagradable. Más bien era algo sutil. Le recordó a una tarde de cine; a palomitas de maíz y refresco. Era, hasta cierto punto, bastante agradable. Quizá fue por haberlo pensado de esa forma, o porque su cerebro todavía parecía estar desconectado, pero en algún momento comenzó a mover sus labios al ritmo de los ajenos.

Al notar que respondía, Penguin dejó de lado la duda y lo besó con más seguridad. Más intenso y demandante. Lo atrajo más cerca desde la mano posicionada en su nuca, y con el brazo que le quedaba libre le rodeó la cintura, presionándolo contra su cuerpo. De la misma forma, Shachi le rodeó el cuello con ambos brazos, inclinando su cabeza en un ángulo más cómodo y accesible.  

Los besos estaban comenzando a robarle el aliento. Llevaban impregnada cierta fuerza que le mareaba, y algunos hasta llegaban a ser algo bruscos, pero no se quejó en ningún momento. Tan sólo respondió a ellos, intentando devolverlos con la misma intensidad que su acompañante.

Pero cuando Penguin deslizó su lengua sobre sus labios con la intensión de invadir su boca, Shachi despertó de su ensoñación. Todo volvió a su lugar, ambos regresaron a estar en la sala de la casa de Penguin, y él se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba besando a su mejor amigo, quien acababa de confesarle que estaba enamorado de él, como si la vida se le fuera en ello.

Cuando pudo reaccionar se desembarazó del cuello de su amigo y colocó las manos en sus hombros, empujándolo para terminar con el beso. Penguin se apartó enseguida, como si hubiera estado preparado para su rechazo desde el primer momento. Al alejarse no lo miró, sólo mantuvo la cabeza gacha y la mirada en el suelo.

—No podía durar por siempre, ¿no? —comentó el de cabello negro con desánimo.

Shachi lo observó con tristeza. Había sido un idiota insensible, dejándose llevar por el momento sin pensar en lo que su amigo podría sentir al respecto—. Lo lamento.

—No importa —contestó, negando con la cabeza antes de mirarlo de nuevo—. A fin de cuentas, no soy él.

Había una fría resignación dentro de sus ojos, que hizo que el corazón de Shachi se encogiera en un doloroso retortijón. Maldición, ¿cuán estúpido podía llegar a ser?

—Pen…

—Déjalo así —interrumpió el otro, retrocediendo unos pasos.

—Pero…

—Shachi. —Penguin le dedicó una mirada que le hizo nudos el estómago. Parecía destrozado, y le suplicaba que dejara las cosas como estaban—. Ya no tiene caso.

El castaño se mordió el labio inferior, impidiendo que cualquier réplica escapara sin su permiso. Él no podía seguir haciéndole daño a su amigo. Dado lo que podía ver, había sido suficiente para toda una vida.

Penguin se pasó una mano por el cabello, desordenándolo por completo, y le dio la espalda después de soltar un suspiro derrotado—. Yo… quisiera estar solo ahora, Shachi.

Un pinchazo de dolor se hizo presente en su pecho. Curiosamente, era mucho más fuerte que su sentido de culpabilidad. No recordaba alguna vez en que hubiera visto a Penguin en tal estado decaído, y esto era sólo obra suya. Verlo sufrir… le destrozaba por dentro.

—En-entiendo —tartamudeó, dándose la vuelta. Tomó su gorro del suelo y caminó hacia la entrada, deteniéndose en el umbral después de haber abierto la puerta—. Te veo después, Pen.

Tras el sonido de la puerta al cerrarse, toda la casa quedó en un absoluto silencio. Un silencio vacío e intranquilo, justo como su interior se sentía en ese momento. Penguin se cubrió el rostro con las manos, como si eso pudiera detener el flujo de lágrimas que acababa de soltarse desde sus ojos. Sin más fuerzas para sostenerse después de lo que había sucedido, cayó al suelo de rodillas, y una vez ahí dejó que todo el dolor y la desesperación de su pecho se liberaran.

—No, Shachi. Lo lamento, pero esta vez no será así.

Todo había terminado, después de todo.

Continuará…

Notas finales:

¡Y eso es todo por hoy!

Estoy planeando una hermosa escena ZoSan para el próximo capítulo

Pero bueno, ¿qué les pareció? ¿Les gustó, lo odiaron, esperaban algo más? ¿Van a tirarme tomatazos por hacerlos esperar dos meses sólo por esto? (Por favor no lo hagan T-T) Lo que sea que esté pasando por sus cabecitas en este momento, pueden hacérmelo saber con un review. Ya saben que me encanta leerlos y hago todo lo posible por contestarlos

¡Por cierto! He estado pensando en una pequeña actividad, no sé si les parezca. Se llama "Curiosidades HTH". Les explico, ustedes pueden preguntarme por medio de un review, o un mensaje privado en cualquiera de mis redes sociales (pueden encontrarlas en mi perfil) cualquier cosa de la historia que quieran saber (claro, siempre y cuando no sea algo que afecte a la trama futura, o sea algo que yo vaya a revelar más adelante) y yo contestaré sus preguntas en la publicación del siguiente capítulo, junto con alguna curiosidad que yo misma haya deseado agregar. ¿Les parece? ¿O creen que debería darme un golpe? xD Bueno, si les parece dejen sus preguntas ;)

Muchas gracias a todos por leer!! Los adoro

Misa-chan


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