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El Tiempo Que Quieras «HunHan». por Nina Chan

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Notas del capitulo:

—¡Hola a todos! Creí que iba a actualizar ayer pero no pude u.u peeero aquí les dejo esto. . .

La música cesó y todo The Charm se vio de pronto completamente a oscuras, hubo apenas un segundo de perplejo silencio antes de que comenzaran los gritos y los insultos. Entonces se escuchó que alguien decía que la policía había llegado a inspeccionar por culpa de la denuncia de drogas.

¿Drogas?

Claro que se vendían drogas.

¿Es que acaso hacía falta que alguien lo denunciara?

Bueno, la verdad era que sí. Los policías de Seúl preferían mil veces jugar al póker y tomar una cerveza a que tener que ir a The Charm, a registrar ésa antro gay.


Todos los presentes salieron del lugar en avalancha. Algunos lo hicieron por las puertas de emergencia y otros, seguramente los que se sintieron más en peligro, rompieron las ventanas del cuarto oscuro y saltaron hacia la calle.

Los amigos [O conocidos] de LuHan estaban ya en frente del cine porno SoTu cuando SeHun pasó por su lado para ver si el muchacho estaba entre ellos. Con el ajetreo, la presa se le había escabullido de entre las garras. Abatido, caminó con desgano, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Miró el reloj: las tres de la mañana.

Hacía dos horas se habían cumplido los tres meses.



LuHan le dio otra calada a su cigarrillo y cerró su libro de literatura clásica. Frunció el ceño. Cuando oyó los tacos que su anciana madre adoptiva aún usaba a pesar de su avanzada edad, lo escondió bajo la almohada.

—Vamos al centro comercial, ¿Vienes, cariño? —Preguntó ella, luego de abrir la puerta sin siquiera llamar, como hacía siempre, cosa que a LuHan lo ponía de los nervios.

—No, mamá. . .Tengo que estudiar.

—Bien, ¿Quieres algo?
—Jarabe para la tos. Y pañuelos de papel.

—Mira que mañana tienes turno con el médico, amor.

—Sí, mamá.

La mujer contempló con una sonrisa arrobada y, sin siquiera quejarse de que la habitación apestaba a tabaco [Cosa que era bastante evidente y que lo era desde que LuHan tenía quince años], se acercó y lo besó.

Cuando su madre salió de la habitación, se pasó la mano por la mejilla para limpiarse los restos del pegajoso carmín de labios.

Suspiró. Había aprobado con nueve el examen de Redacción; pero con apenas un seis el de Contabilidad. Estaba preocupado e intelectualmente agotado.

Hacía media hora había consultado sus nuevos horarios del cuatrimestre y había descubierto, para su horror, que los lunes y los jueves se le superponían la última clase de Economía y la primera de Literatura. Si no encontraba una solución esa semana, debería dejar alguna de las asignaturas. O alguna de las carreras.



Cuando oyó el rugido del motor del auto de sus padres, LuHan buscó su móvil y marcó el número de la Universidad. Pidió que lo comunicaran con el pabellón de Literatura, y cuando una gangosa voz le respondió con un escueto «Buenas tardes», LuHan educadamente, comenzó:

—Buenas tardes, señor. Soy estudiante de Literatura y me gustaría saber qué horarios disponibles hay para cursar la materia de Metodología de Investigación Literaria.

—Lunes y jueves a las seis de la tarde.

—Tengo ese horario —Replicó LuHan—, pero no puedo asistir. Estoy trabajando a esa hora —Mintió.

—Hm. . .Es ése o el de la noche.

—Curso a la noche. Y trabajo a la mañana.

—Uhh, bueno, no hay más horarios. Pero un profesor nuevo ha formado un taller para los que quieren entrar en la investigación directamente, tal vez te sirva. . .

—Bien, ¿A qué hora es?

—Martes y viernes a la cinco, piso quince, salón 305. Tienes que mandarle un e-mal para que te guarde un sitio, anota la dirección. . .

—Perfecto, muchas gracias.



SeHun estaba leyendo un artículo acerca de los escritores más populares de la última década, cuando oyó que le había llegado un correo electrónico. Dejó la revista sobre el sofá y se sentó frente a la portátil. Los únicos e-mails que recibía eran publicidades de páginas pornográficas gay y ofertas de productos electrónicos. Levantó las cejas. El correo había llegado a su casilla de la Universidad.



Recibido: Sábado, 01 de octubre de 2014, 22:03 hs.
De: Xi Han.
Asunto: Taller de I.



Profesor Soo:



Me llamo Xi Han y estoy en la carrera de Literatura. He elegido cursar M. I. L. este año, pero, como también trabajo tengo los horarios algo apretados. No puedo cursar los lunes y jueves a las seis, pero me dijeron que usted ha organizado un taller para los que quieren cursar dicha materia pero sin tanta introducción. Por eso me gustaría saber si los temas varían mucho y que, por favor, me reservara un asiento.



       Desde ya, muchas gracias.

                  Xi Han.




SeHun terminó de leer el e-mail, algo confundido. Leyó nuevamente el nombre de aquel estudiante. ¿Xi Han? ¿Ese era un nombre de chico o de chica?

Fuera como fuera, la redacción le pareció demasiado cuidada como para ser de un varón. Le causó gracia que la chica [O el chico], hubiese confundido su apellido [Oh] con Soo, a causa de la similitud de vocales.

Rápidamente escribió una respuesta amistosa.



Xi Han:



Lamento decirte que en este taller de investigación no verás todos los temas que necesitas saber y que te tomarán en el examen. Este curso tiene como objetivo sólo ser un nivelador de conocimientos teóricos muy básicos para el estudiante. Si aún quieres presentarte, puedo reservarte un lugar, pero te repito: el programa del taller es muy limitado con respecto a la asignatura de tu carrera.



Recibe un atento saludo.

 Oh S.





Eran las cinco y diez de la tarde y LuHan estaba dentro del elevador que le llevaría al taller programado. Se había entretenido en la biblioteca, husmeando unos libros recién llegados. Apretó el botón del quince y aguardó.

Cuando estuvo frente a la puerta del salón 305, llamó un par de veces hasta que oyó la voz del profesor que dijo ''Adelante''.

—Buenas tardes —Saludó, zarandeando la mochila sobre su hombro, para que no se le cayera. El profesor, que estaba con la mirada en la pantalla que tenía sobre su escritorio, alzó los ojos para responderle, pero entonces. . .

—Ho. . .La —Farfullo SeHun, al ver allí, en carne y hueso, al chico que aquella noche en The Charm se le había ofrecido con una sobredosis de descaro en su sistema y bastante alcohol en la sangre. Era el mismo, no le cabía la menor duda. Xi Han era un hombre. Ojos confusamente claros, cabello castaño claro y lacio, piel muy blanca con algunas pecas y una boca que hacía los manjares de quien osara probarla —. Adelante —Agregó SeHun.



LuHan abrió los ojos como plato cuando vio que su profesor era nada más y nada menos que el hombre que había estado a punto de tirarse el fin de semana pasado. Luego de salir de The Charm [Además de la corta edad que tenía para ser un profesor], lo había visto buscándolo con la mirada, pero entonces habían llegado SuHo y los demás [Sus conocidos] y lo habían arrastrado a SoTu, un cine porno donde, según dijeron, se lo pasarían de escándalo. Y cumplieron, claro.

LuHan vio el nerviosismo y la alarma en los ojos miel del profesor. Con una sonrisa, relajó el gesto y se dirigió hacia la clase, eligiendo un asiento en la primera fila.

Su profesor de I. había resultado ser homosexual.

Un gran descubrimiento que prometía ser más que alentador.



Cuando terminó la clase, SeHun apagó su ordenador y cortó la red de energía privada del salón. Vio que LuHan estaba ganando tiempo echándole un ojo a sus notas, aguardando que el resto de los alumnos se fueran. Finalmente, tal como era su intención, se quedaron allí solos.

—Profesor Oh —Exclamó LuHan, acercándose a su escritorio. SeHun no levantó la mirada de su teléfono móvil.

—Sí, dime.

—Usted me dijo en el e-mail que no me alcanzaría con estas clases para poder aprobar el examen.

—Sí, es verdad. La asignatura de la carrera es mucho más amplia —Explicó SeHun, intentando no mirarlo a los ojos, por el simple hecho de que el hacerlo le hacía sentirse transportado a aquella noche que deseaba olvidar. Si seguía así se cumplirían cuatro meses.

— ¿Cree que haya alguna posibilidad de que pueda presentarme al examen?

—Puedes pedir permiso al decano para cambiar la asignatura por otra ¿No? Así no pierdes la cursada. O puedes ir a clases particulares al centro de capacitación de la universidad.

— ¿Usted enseña allí? —Preguntó LuHan.

—No, pero tu profesor de M.I.L. sí.



SeHun guardó el portátil en su maletín y se puso el saco, dispuesto a salir. Pero entonces LuHan, cuya mochila todavía estaba sobre la banca, le impidió el paso hacia la salida, parándose frente a él y apoyándose sobre la puerta cerrada. SeHun se paró en seco.

— ¿Qué edad tiene profesor Oh? —Canturreó el joven, haciendo bailar las sílabas entre sus labios como si fueran una melodía de cristal. SeHun sintió que una sacudida caliente le alarmaba los cinco sentidos en menos de un segundo.

—Veinte —Respondió, porque no tuvo tiempo de devolverle un argumento bien pensado.

—Es muy joven —Susurró LuHan, con una sonrisa ladina.

— ¿Qué quieres? —Replicó SeHun, frunciendo las cejas, sin dejar que los nervios lo dominaran—. ¿Vas a contar lo que sucedió en The Charm?

Le tocó a LuHan torcer el ceño.

¿Es que acaso parecía tan desvergonzado?

—No —Negó, ofendido. Suspiró; sonrió. SeHun permanecía a la escucha—. Profesor Oh, ¿Da usted clases particulares?

—Ah. . .

SeHun no se lo esperaba. En vez de intentar extorsionarlo, el chico le pedía que lo tomara como alumno.

— ¿Quieres que te prepare para el examen? —Inquirió SeHun, suavemente. LuHan alargó una mano y le agarró la corbata, jugando a estrujarla y enrollarla entre sus dedos, obligándolo a acercarse más a él. Se pasó la lengua por los labios con sensualidad y SeHun tragó saliva, nervioso.

—Sí, ¿Cuándo podría ser la primera clase? No quiero atrasarme con los temas más importantes —Susurró sin soltarle, respirando sobre su boca.
El aliento de LuHan olía a chicle y lo único en que SeHun podía pensar ahora era en concretar algo de lo que no había podido suceder en The Charm aquel sábado. Lo que fuera.

—El curso empezó la semana pasada, no han avanzado mucho —contestó, perdiéndose en la profundidad de esos ojos que le contemplaban, traviesos y astutos.

—Pero ya te dije que no quiero atrasarme, SeHun —objetó LuHan, y
SeHun se mordió el labio al oír el sonido su nombre, fragante a chicle y a excitante clandestinidad.

—Bueno, eh, ¿cuándo te viene bien? —musitó, mientras LuHan aproximaba más su rostro.

— ¿Qué tal ahora? —sus narices se rozaron apenas y las respiraciones se confundieron, cálidas y húmedas.

— ¿Ahora? —repitió SeHun, con la voz entrecortada. LuHan le soltó la corbata y fue deslizando la mano por su pecho. Alzó el otro brazo. Muy delicadamente le rodeó los hombros.

—Sí, ahora, ¿qué te parece? —LuHan se recargó completamente sobre la puerta y con su brazo derecho fue empujándolo hasta que SeHun se vio sobre él, junto a él, mucho más cerca de lo que lo había tenido aquella noche, en la disco. Sus labios se tocaron.

—Perfecto.

SeHun soltó el maletín, dejándolo caer al suelo. LuHan lo envolvió con sus dos brazos y él le pasó uno alrededor de la espalda y otro, de la cintura. Su boca tenía un exquisito sabor a frutilla y SeHun descubrió que era el mejor beso de sus veinte años. Caliente, húmedo, sabroso, apasionado. La hora y media de tortura que había pasado frente a esa clase, intentando no mirarlo, ahora no significaba nada. Ahora que lo tenía allí, sólo para él, nada le importaba. Le pasó la mano bajo la camiseta, acariciando la espalda desnuda, y la fue bajando hasta llegar al trasero, de donde empujó para acercarlo más a él y que sus entrepiernas se encontraran.

—Aah...

SeHun se sobresaltó y LuHan ahogó un grito: un sonido agudo y constante anunciaba que ya eran las siete de la tarde. Voces y pasos apresurados se oyeron detrás de la puerta. Los alumnos salían en estampida. SeHun se separó de LuHan, y este último se apresuró a buscar su mochila. Se miraron a los ojos, alarmados. SeHun todavía sentía las oleadas de placer y la erección en sus pantalones era más que evidente. LuHan la contempló, entre ávido y asustado. Lamentando no poder aprovechar aquello que había logrado provocar, se colgó la mochila al hombro y se dirigió hacia la puerta.

SeHun le miraba, aún temblando del estupor.

— ¿Vamos, SeHun?

— ¿Subes? —le preguntó SeHun a LuHan, abriéndole la puerta del copiloto.
El joven sonrió, divertido por el gesto caballeroso.

— ¿Soy una dama? —susurró, burlándose. SeHun se sintió incómodo. Se preguntaba si tal vez resultaba evidente que era poco menos que un novato en eso de las relaciones amorosas. El hecho de que LuHan lo notara le hacía sentirse abochornado y estúpido.

—Y que lo digas... —farfulló, abrochándose el cinturón. Dejó caer un último suspiro, y puso en marcha el auto.

— ¿Vives muy lejos? —le preguntó LuHan, bajando el espejito y peinándose con los dedos.
«Demasiada confianza», pensó SeHun al verle.

—A quince minutos.

— ¿Cuánto me cobrarás las clases?
SeHun no se lo había pensado. Jamás había dado clases particulares. Y tampoco sabía si haría bien en cobrarle luego de lo que había pasado. Ese era uno de aquellos momentos incómodos en los que no sabía qué hacer o decir. Por suerte, LuHan se le adelantó:

— ¿Está bien treinta euros la hora?

— ¿Treinta una hora? Dejemos en treinta las dos horas.
LuHan sonrió.

—OK.

Cuando SeHun se detuvo frente al semáforo, LuHan aprovechó y le apoyó la mano en la pierna. Él la contempló por un momento y luego volvió a acelerar. Todo estaba bien, mientras no la moviera de allí.

SeHun vivía en un complejo de casas, algunas de dos plantas. La suya era de sólo un piso, pero en compensación tenía un pequeño jardín trasero que el anterior inquilino había llenado de flores. Como la casa había permanecido varios meses deshabitada, algunas habían muerto. Otras, gracias a las lluvias, habían logrado sobrevivir a duras penas. Ni bien hubo llegado, SeHun se encargó de que no se secasen. Jamás había tenido un jardín.

A LuHan le sorprendió la limpieza y el orden de la casa. Era increíble que allí viviese un hombre soltero.

— ¿Vives solo?

—Sí —afirmó SeHun, algo sorprendido por la pregunta.

—Bueno, y yo qué sé —rió LuHan, encogiéndose de hombros—. Podrías vivir con tu madre o tu padre. O estar casado.

— ¿Casado? —repitió SeHun. Su sorpresa iba en aumento—. Oye, no sé si te habrás dado cuenta, pero soy gay —exclamó, con retintín y gesticulando con las manos.

—AH y ¿Qué hay con eso? —Replicó LuHan, dejando la mochila sobre el sofá—. Muchos gays se casan y tienen hijos.

—No me atrae la idea —contestó SeHun, quitándose el abrigo.
¿Casarse? Jamás había pensado realmente en hacerlo. Bueno, no con una mujer. Casarse con un hombre... esa idea sí que le resultaba interesante y hasta divertida.

— ¿De qué te ríes? —le preguntó LuHan, viéndole atentamente.

—De nada... ¿Quieres tomar algo o comenzamos ya con la clase?

LuHan había resultado ser muy inteligente y de entendimiento rápido.
Razonaba con celeridad, tenía una memoria audaz y recordaba conceptos, citas, entrevistas, personajes y escritores.

No obstante, con el paso de las semanas, SeHun lo notaba más y más cansado. Sabía [O creía saber] que el chico trabajaba por las mañanas, pero nunca le había preguntado dónde o en qué.

Ese jueves, mientras preparaba el café, LuHan se había quedado dormido con la cabeza entre los brazos. SeHun suspiró y decidió no despertarlo.
Sabía que era probable que se enojara con él por no haberlo hecho, pero no le importaba. Quería que descansara, quería que estuviera bien y... quería que se quedara allí. Se mordió el labio.

Desde hacía días le acuciaba una leve sospecha, una sospecha molesta, como una piedrita en el zapato. Era el temor a lo desconocido, porque SeHun no conocía el amor. Sabía de cariño y de sexo, pero del amor sólo conocía teorías. Se había enamorado, por supuesto, pero estaba al tanto de que no se podía conocer el amor de verdad sólo contemplando a un chico de lejos. Para saborear el amor, tocarlo, descubrir qué lo hacía tan especial y tan vital, tan precioso y tan necesario como la vida misma, era menester entregarse a él y dejarse llevar, dejarse arrastrar.

Era preciso correr riesgos, porque el que no arriesga no gana. Dejó la taza de café sobre la mesa y, sin hacer ruido, se sentó al lado de LuHan. Estaba con los ojos cerrados y los labios levemente separados para poder respirar. SeHun deseó por un momento ser un insecto muy pequeño y poder pasear por esos labios de seda y por las blanquísimas e impolutas perlas que eran sus dientes... balancearse por su lengua, por su garganta y finalmente... ser engullido.

Con el paso de las semanas, SeHun se había enamorado de LuHan. Al principio había intentado negárselo, interponiendo ante sus sentimientos los años que le aventajaba, que en realidad no eran tantos, y que mientras LuHan era un alumno, él era su profesor.

Semanas después, ni eso le había impedido fantasear con él. Soñaba que lo besaba, que lo acariciaba, que se lo llevaba a la cama. Despertaba abrazando la almohada, deseando poder estar allí con él, e insultando su cobardía y su falta de habilidad para flirtear o seducirlo. Antes podría haberlo hecho, pero ahora que los sentimientos se habían vuelto tan profundos y complicados, le resultaba imposible.

LuHan dijo algo entre sueños y SeHun sonrió en medio de su contemplación. Tal vez si había suerte... se quedaría a dormir con él.

Decidido, SeHun se puso de pie, pero el ruido de la silla hizo que LuHan comenzara a despertarse.

—Mngh, ¿qué hora es? —preguntó, adormilado.

—Las once —respondió SeHun. En realidad eran las diez y media.

—Ay, no... ¿Me llevas a casa? —Pidió LuHan—. Estoy muy cansado… No, deja. Tomaré un taxi. —Comenzó a revolver en sus bolsillos y sacó dos billetes. Se los extendió—. Toma. Muchas gracias, SeHun.

Él los miró, inquieto. Los tomó, se acercó al chico, y se los metió en el bolsillo trasero del jean.

—Estaba pensando en que... tal vez, si tú quieres —comenzó.

LuHan alzó las cejas... y de pronto, comprendió.

— ¿Qué cosa? —susurró, arrimándose, provocativo. SeHun suspiró de puro nerviosismo.

—Si tal vez querrías pasar la noche aquí. Conmigo.
Lo dijo rápido, como queriendo deshacerse de las palabras. LuHan le sonrió.

—De acuerdo —respondió, aproximándose más a él.
Todo el cuerpo de SeHun pareció gemir de pura satisfacción. Envolvió a LuHan con sus brazos y buscó su boca con un anhelo y un deseo largamente postergados. Sosteniéndolo así y sin dejar de besarlo, se dirigió con él hacia la habitación. Encendió la luz, pero luego se dio cuenta de que no era necesaria y volvió a manotear el interruptor, fallando las primeras veces.

Entraba suficiente luminosidad por la ventana, gracias a los faroles de la calle. La suficiente luz como para saber dónde se encontraba LuHan, para no errarle al cierre de los jeans, para tumbarlo con destreza sobre la cama y lanzarse ardorosamente sobre él sin hacerle daño.

Iba a hacer el amor con él.

Le quitó la camiseta y su piel quedó perfectamente desnuda, muy blanca y con los hombros llenos de unas pecas que SeHun intentó borrar con la lengua. Le bajó los pantalones lentamente, descubriendo con fervoroso placer cada centímetro de piel, cada lunar, cada vello, uno más rubio que el otro. Cuando finalmente llegó a los tobillos, volvió a subir de nuevo, separándole las piernas con delicadeza, hundiendo el rostro entre esos muslos suaves, besándolos y mordiéndolos, hallando una fragancia prohibida y extasiante, sensual y tan enloquecedora que amenazaba con hacerle perder la razón de un momento a otro.

LuHan se estremeció cuando la lengua de SeHun, sedosa y juguetona, comenzó a hacerle cosquillas por los pliegues de la entrepierna, mientras con las manos le acariciaba el pecho y el vientre. SeHun era un amante extrañamente afectuoso. Parecía sólo disfrutar rindiéndole culto a su cuerpo, recorriéndolo y examinándolo con los cinco sentidos; gusto, tacto, visión, olfato y oído. SeHun parecía ser fanático del gusto. . . LuHan jamás había estado con nadie que le hubiese tratado con tanta devoción y entrega como aquella noche lo hizo SeHun.

LuHan quería devolverle todas esas atenciones con un poco de sexo oral, pero SeHun estaba tan concentrado en su cuerpo que simplemente no lograba encontrar el momento adecuado. No dejaba de gozar de él y hacerlo gozar ni un solo instante. El único momento en que se apartó fue cuando se inclinó hacia la mesita de noche para tomar el lubricante y el preservativo. Y también fue el único momento en que LuHan pudo bajar de la nube de placeres para compartirlos con él. Le quitó el condón de la mano y, sosteniendo la punta, lo fue desenrollando sobre toda la extensión del pene, listo para la batalla. Tomó la botella de lubricante y derramó una generosa cantidad sobre su mano y su propio sexo.

LuHan le aferró el miembro y comenzó un lento movimiento de ir y venir, empapándole con el lubricante y excitándolo más. SeHun jadeó, cerró los ojos y a ciegas buscó el pene de LuHan, para hacer lo mismo con él.
Comenzaron un húmedo ritual de masturbación mutua, mientras la música de sus respiraciones y los jadeos desobedecían las órdenes de los corazones, que aceleraron su labor y comenzaron a bombear sangre con desesperación. SeHun dejó escapar un jadeo estrangulado y LuHan se preparó para recibirle. Abrió la boca, y un prolongado suspiro acompañó la inigualable sensación de lenta y delicada penetración.
SeHun abrió los ojos, casi con miedo. Aquello no era un sueño y el cuerpo sudoroso y caliente que estaba bajo el suyo era el de LuHan. Era LuHan quien gemía, era LuHan quien sacudía sus caderas desesperadamente para que toda su carne se hundiera en él, era LuHan el dueño de esas manos que se mantenían aferradas a sus muslos, mientras las embestidas se hacían más rápidas y certeras en su sublime labor de golpear la próstata. Nada era un sueño.

Era LuHan al fin, y cuando le llegó el orgasmo no tuvo miedo de abrir los ojos para contemplarlo en medio del éxtasis, con el rostro sonrojado, los ojos aguados y la boca abierta en un sollozo ronco y glorioso.
SeHun salió presurosamente y eyaculó un poco en el condón y otro poco sobre las sábanas. LuHan contempló con magnífico asombro los abundantes hilillos de semen.

—Qué reservas —comentó. SeHun sonrió y volvió a derramar su atención en él. LuHan lo vio inclinarse otra vez hacia su entrepierna. Comenzó a lamer su pene, desde la base hasta la punta, succionándola ávidamente y barriéndola con la lengua. LuHan no tardó en eyacular también y esa fue la primera vez que SeHun probó el semen de otro—. Oye... escúpelo — apremió LuHan, jadeando, pero SeHun rió y abrió la boca, mostrándole que ya no había nada qué escupir—. Oh, SeHun. . .

—Sabes… casi dulce —susurró. LuHan lo miró con indulgencia y SeHun le sonrió y le acarició el rostro, todavía húmedo y ardiente. Se inclinó hacia él para besarlo—. Me gustas —le reveló—. Te quiero.

LuHan se quedó paralizado.

— ¿Qué? —objetó.

—Mngh... He dicho que te quiero —repitió SeHun, sin miedo y agregó con una sonrisa ladina—: y quiero a hacerte el amor otra vez. Tengo más para darte.

LuHan decidió que ya era suficiente.

¿Hacer el amor?

Apoyó las manos en su pecho, para apartarlo.

—Oye, SeHun... no... Esto no... —farfulló, confundido. SeHun no percibió el peligro, seguía demasiado absorto—. Esto no ha sido lo que tú piensas.
SeHun levantó la mirada.

— ¿Qué? ¿Qué quieres decir?

—Que yo. . . yo no. . . SeHun. . .

—No te intereso —declaró él, con la voz quebrada.

¿Por qué? ¿Qué sucedía? ¿A dónde había ido a parar el LuHan de hacía unos minutos... ese LuHan que se perdía entre el oleaje sexual de sus besos y sus caricias? Entonces SeHun descubrió que lo único por lo que LuHan había aceptado quedarse era eso, el sexo. No había nada más—. Sólo querías echar un polvo... ¿no?

LuHan suspiró.

—Sí. —Y la palabra cayó como miles de puñaladas sobre su corazón dolorido y su cuerpo satisfecho.

—Era lo mismo que querías en The Charm, ¿verdad?

—Sí.

LuHan se levantó de la cama y comenzó a vestirse rápidamente, poniéndose la ropa sobre el cuerpo aún cubierto de sudor. SeHun lo observó mientras se vestía, rogando que todo fuera una pesadilla... que él nunca se había acostado con LuHan, que en verdad estaba durmiendo allí en su cama y que pronto debería levantarse para ir a trabajar. Pero no sucedió, porque la cruda realidad se desdibujaba frente a sus ojos.

—Vete —le dijo. LuHan se volvió hacia él.

—Por supuesto, ¿pensabas que me iba a quedar a dormir aquí?

Metió la mano en el bolsillo del jean y extendió los dos billetes que SeHun había guardado allí.

—Esto es tuyo —exclamó, blandiendo el dinero—. Muchas gracias por las clases, SeHun.

—LuHan.

—Sí.

—Dime, ¿alguna vez has tenido pareja?

LuHan se paró en seco.

—No. Ni tampoco me interesa tenerla.

Notas finales:

¡Gracias por leer!


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