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El Tiempo Que Quieras «HunHan». por Nina Chan

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Notas del capitulo:

—Lean que hay lemon, GO GO GO[?].

    El cuatrimestre había terminado y SeHun no pudo evitar alegrarse cuando verificó en los registros que LuHan había aprobado satisfactoriamente el examen de MIL. Ya no acudiría más al taller ni a su casa y SeHun debería haberse sentido aliviado, pero simplemente, estaba muy lejos de poder olvidarse de él. LuHan le había mostrado el paraíso por una preciosa media hora, pero él todavía soñaba con él, que se entregaba a sus caricias y a sus besos, que le pedía perdón y le suplicaba que le hiciera el amor. Y ahí era cuando SeHun se despertaba sobresaltado, daba vueltas por la cama e intentaba volver a dormirse.

Sus palabras le acompañaban día y noche.

«No. Ni tampoco me interesa tenerla.»

¿Por qué LuHan había dicho eso? ¿Bajo qué reglas se regía su corazón, que se negaba ante un sincero ofrecimiento de amor desinteresado?
Porque SeHun lo seguía queriendo y sentía que si las cosas seguían así, acabaría perdiendo la poca cordura que le quedaba.
Decidió hablar con él y cuando el reloj dio las cuatro se dirigió hacia la salida del salón de Geografía Espacial, que era la asignatura que debía estar cursando en aquellos momentos, según los registros oficiales.

—¡Oye! —exclamó, dirigiéndose a un chico alto y rubio. Era Chan Yeol, uno de los conocidos de LuHan.
—¿Sí, profesor? —inquirió el chico, algo sorprendido.

—¿No sabes si LuHan ha venido hoy? —susurró, algo incómodo.

—No, ha faltado ayer y hoy —SeHun frunció el ceño.

—¿Tienes idea el motivo?

—Sí... su madre ha muerto.


LuHan siempre había sabido que sus padres no eran sus padres. Nunca se lo habían dicho directamente, pero cuando uno percibe que las cosas son diferentes, es que de verdad tiene que haber algo raro. Y eso de que tu madre tenga de ochenta años cuando tú apenas tienes dieciocho... bueno, eso es algo que definitivamente llamaba la atención de muchos. Obviamente, no era necesario decirles a esos muchos que aquel chico pálido, rubio y de ojos claros no era hijo legítimo del señor Xi .

Él había perdido toda su juventud intentando hacer dinero. Lo había logrado, pero cuando alguien le preguntó el día de su cumpleaños número cincuenta quién iba a hacerse cargo de la empresa cuando él estirara la pata, no pudo responder nada más que «¡ups!».

Bueno, sí, él y su esposa habían intentado tener hijos, pero era evidente que algo en algunos de los dos no funcionaba como debía. Les propusieron costosos tratamientos, pero la mujer ya era demasiado mayor y además tenía una enfermedad congénita cuyo nombre (largo y además en otro idioma) jamás recordaría. Por eso, un frío día de invierno, el señor Xi se puso su mejor traje de Armani y levantó a su mujer a las seis de la mañana.
Cuando ella le preguntó a dónde iban, él simplemente respondió con un escueto y malhumorado «ya lo verás». Por un momento, la fémina pensó que iba a cumplir su promesa de cometer un doble asesinato (o doble suicidio, dependiendo de dónde se lo mirase) si la compañía no lograba superar el jodido déficit de la crisis de aquellos años. Pero no. Ella lloró de emoción cuando en el orfanato le entregaron un bebé muy pequeño y muy blanco como un algodón de azúcar, con un par de ojos celestes que parecían cuentas de cristal y unas finísimas hebras doradas en su cabecita aterciopelada.
Ella siempre había amado a LuHan, mientras que su padre sólo lo veía como la persona que debía evitar que su dinero acabase en manos de las carmelitas descalzas o en los casinos Lux cuando él se quedara ciego o postrado en una silla de ruedas. Siempre había pensado que viviría menos que su mujer. Se había equivocado. Ahora sería él el que tendría que "soportar" al mocoso, como si LuHan necesitara de alguien que lo soportase.

Nada más lejos, porque LuHan siempre había sido autosuficiente en todo menos en el dinero, por supuesto, y eso, obviamente, era lo que nunca le faltaba.
La señora Xi siempre había sido muy sobreprotectora con LuHan, malcriándolo hasta la exuberancia. Dada su edad y lo tan anhelado que había sido aquel hijo, parecía más abuela que madre. Había sido las dos cosas y a la vez, ninguna. Había sido madre, abuela, compañera y amiga. Había aceptado la homosexualidad del hijo como quien descubre un jazmín en medio de un campo de rosas.
—Tú también tendrás que adoptar un niño —había dicho un día durante
el desayuno. Entonces el señor Xi había golpeado la mesa con el puño y volcado la taza del café. No había dicho nada, pero desde día la tensión de la relación entre padre e hijo había aumentado sin control.

Y ahora que su madre, la única persona que había amado, estaba muerta, LuHan se sentía irremediablemente perdido. Su padre era un extraño. Su madre, un cadáver. Sus amigos, unos chicos que sólo andaban con él porque le tenían ganas. No tenía nada ni nadie que valiese la pena.

Excepto...

Excepto SeHun.
No... No podía volver con SeHun después de lo que le había dicho, después de haberlo tratado con el mismo desprecio con el que lo trataba a él su padre. LuHan debía casarse con alguna chica simpática, tener hijos y vivir infeliz por el resto de sus días, ¿verdad? ¿Qué más podía pedirle a la vida? Ella le había quitado a sus padres biológicos cuando ni siquiera podía respirar por su cuenta, había estado dos meses en una incubadora, seis en un orfanato y dieciocho años en una mansión, rodeado de lujos, comodidades y mafiosos. La mala y la buena suerte habían quedado en un perfecto empate.
Eran las tres de la tarde y LuHan estaba encerrado en su habitación, acurrucado en la cama. Tenía hambre. Había intentado comer un sándwich durante el entierro, pero luego lo había vomitado sobre el pasto, para la vergüenza de su padre, la risa de los mafiosos y el asco del cura.

—¿A dónde vas? —oyó que decía la voz de su padre.

—A llevarle algo de comer a Lu... al joven, señor —respondió EunHyuk, el mayordomo, un muchacho de treintaicuatro años, muy educado, andar encorvado y experto en la cocina.

—No le lleves nada, que se la aguante por hacer el ridículo frente a todos los mérivos.

Los mérivos eran los mafiosos. LuHan sollozó con amargura, porque de verdad tenía hambre. Tendría que esperar a que su padre se fuera para salir de la habitación o que EunHyuk volviese con la comida. Se arrebujó entre las sábanas, sin dejar de llorar y temblar a causa de la fiebre.
Oyó su teléfono celular, en el que sonaba una de las melodías que pasaban en The Charm los sábados por la noche. A pesar de la fiebre y el agotamiento, se levantó y revolvió la mochila. Era Yeol.

—Hola —contestó, con la voz ronca.

—LuHan, oye, disculpa que te llame, pero creo que el profesor ese que te da clases está yendo para tu casa.

—¿Qué? —gritó LuHan—. ¿Qué cosa?

—Bueno, lo siento. Él me preguntó si habías ido a clases —explicó Yeol, incómodo—, le dije que no... y le conté lo de tu madre. Estaba muy preocupado por ti y me dijo que iría a verte.
—¡Idiota! ¿Le diste mi dirección?

—No, pero todos nuestros datos están en los registros...

—Oh, no...
LuHan se sobresaltó al oír un grito que venía desde la sala, en la planta baja. Era la voz de su padre.

—No... no, no, no...
Tiró el celular sobre la cama y salió de la habitación sin siquiera vestirse.

—¡LE HE DICHO QUE AQUÍ NO VIVE NINGÚN ESTUDIANTE DE LITERATURA! ¡MI HIJO ESTUDIA ECONOMÍA! ¡AHORA LÁRGUESE DE AQUÍ!

—LuHan... —susurró SeHun al verlo allí, al pie de la escalera.
El chico se veía patéticamente mal. Llevaba puestos unos pantalones de pijama, tenía el torso desnudo e iba descalzo. Su pelo, siempre impecablemente peinado, estaba desordenado y sucio, y sus ojos, siempre vivos, brillantes y astutos, lucían enrojecidos, hinchados y enmarcados por unas profundas ojeras—. ¡LuHan! ¿Cómo estás? —exclamó, desesperado, corriendo hacia él.

—¿A DÓNDE CREE QUE VA? —vociferó el anciano Xi.
SeHun no le hizo caso: fue hasta LuHan y lo abrazó fuerte y posesivamente, hasta cortarle la respiración. El chico sollozó entre sus brazos; eso era lo que necesitaba: contención, cariño, amor

—¿QUÉ SIGNIFICA ESTO, LUHAN?
—Suéltame, por favor —le susurró LuHan a SeHun al oído—. Vete, SeHun...

—No, LuHan... quiero ver cómo estás, quiero estar contigo, déjame abrazarte.

—¡LE HE DICHO QUE SE LARGUE, MARICÓN DESVERGONZADO!
Oh…
Entonces ahí yacía la raíz del problema. SeHun lo comprendió todo. Se deshizo muy a regañadientes del cuerpo de LuHan y se enfrentó cara a cara con el anciano:

—¡Deje de armar escándalo, señor, que sólo hace el ridículo!
El señor se quedó mudo. Nunca nadie le había gritado y menos un ‘maricón desvergonzado’. Con tanto alboroto, al salón ya habían llegado el mayordomo y las criadas.

—¡TaeYeon, llama a la policía!
SeHun tiró de LuHan, para aproximarlo más a su cuerpo. Pegándose al cuerpo del chico, le estrechó la cintura con una mano, lo tomó del cuello con la otra y lo besó profundamente en la boca. LuHan se había vuelto mantequilla entre sus manos. Se encontraba débil, mareado y por sobre todas las cosas, desesperado.

—Anda, diles —le dijo SeHun, aprovechando el turbio silencio que se había apoderado del salón y la horripilante perplejidad de todos los presentes, incluyendo al anciano—, dile a todos que te acostaste con tu profesor. Diles que me he enamorado de ti.

—¡CÁLLATE! —gritó LuHan, con toda la potencia de su garganta, sacando
fuerzas y dándole un empujón. SeHun sólo se tambaleó. Sonrió, y LuHan comenzó a llorar desconsoladamente—. ¡VETE DE AQUÍ, DÉJAME EN PAZ! ¡LÁRGATE!

—Adiós, entonces —dijo SeHun y LuHan se sobresalto al oír la honda angustia presente en sus palabras—. Recuerda que te quiero, LuHan.
Y se fue. . .Y LuHan subió las escaleras corriendo, para encerrarse de nuevo en su habitación.

Cuando se despertó de nuevo tenía tanta hambre que sentía náuseas.
Eran las nueve de la noche y no había comido nada desde el día anterior, teniendo en cuenta que la última comida la había vomitado. Se dio vuelta sobre la cama y le silbó la panza cuando le llegó a la nariz un aroma apetitoso. Sobre su escritorio había una bandeja repleta de comida. EunHyuk la había dejado allí mientras él dormía. En los platos había pescado frito, papas, ensalada, pan, arroz y flan. LuHan comenzó a comer con glotonería. Un trozo de pescado, un tenedor lleno de papas, varias cucharadas de arroz, un bocado de pan, más papas, más pan. Cuando terminó de comer, vio que debajo del plato del flan había una carta. Era la cuidada caligrafía de EunHyuk.


LuHan:

De verdad lamento mucho lo que ha sucedido hoy en la tarde. Como el joven preguntó por ti diciendo tu nombre, le dejé pasar sin más. Pensé que se trataba de algún amigo tuyo y veo que no me equivoqué. El joven parecía muy preocupado y si me lo permites, me gustaría decirte que has actuado como un perfecto idiota al echarlo de esa forma. Muchos quisiéramos tener la suerte de encontrar un hombre así, ¿Sabes, mocoso estúpido?
Toma este consejo como de alguien que te aprecia sinceramente: vete de aquí. Sé mejor que nadie que los asuntos de tu familia no me incumben, pero también sé muchas cosas que de verdad no quisiera saber. Cosas con respecto a la mafia de los mérivos y a los negocios de tu padre. Por eso te repito, LuHan, vete. Vete con ese joven, que estoy seguro de que va a estar feliz de recibirte.
Rogándole a Dios por tu felicidad, me despido, EunHyuk.

P.D.: Por las dudas, te dejo una copia de la llave de la puerta de
empleados.

LuHan abrió los ojos como platos y se guardó la carta en el bolsillo. No pudo evitar esbozar una sonrisita al leer allí eso que había querido oír de EunHyuk desde que le había sorprendido mirando un desfile de modas masculino. Cuando LuHan le preguntaba si era gay, EunHyuk se reía y le llenaba
las manos de golosinas.
Miró el reloj: las nueve y veinte. Era viernes y LuHan sabía que los mérivos organizaban sus reuniones esos días. Su padre no podía estar en casa. Se mordió el labio. EunHyuk ponía en riesgo su trabajo. Por suerte, su padre no sabía que ellos dos se llevaban bien.

LuHan se levantó de la silla de un salto y recorrió su habitación con la mirada. Abrió el ropero y sacó de allí una mochila. Sin preocuparse por doblarlos, fue metiendo allí algunos jeans, camisetas, medias y un abrigo.
Suspiró con desesperación y buscó la maleta que había llevado al viaje de egresados del último año de la secundaria. La llenó sólo de ropa y de libros.
En la mochila guardó cuidadosamente su ordenador portátil, el cargador del móvil, el módem inalámbrico y la pequeña Nintendo Seashore. La consola sólo tenía un joystick, pero se dijo que podría comprar otro. A SeHun le gustaban los videojuegos.
Cuando ya tenía la mochila sobre la espalda, la maleta llena y estaba dispuesto a salir de su dormitorio, LuHan se preguntó si podía ser posible que estuviera equivocándose. ¿Cómo sabía que SeHun le daría cobijo en su casa, después de la horrible forma en que lo había tratado?

Decidió que era tiempo de tragarse su ridículo orgullo y pedir perdón por los errores cometidos. Sin más, salió de la habitación. No se molestó en cerrar la puerta.
La mansión estaba a oscuras, tal como lo estaba desde hacía cinco noches, desde que internaran a su madre en la clínica por culpa del derrame cerebral. La mansión estaba de luto, pero cuando llegó a la cocina, vio una pequeña luz y con ella, el perfil de EunHyuk. El hombre levantó la mirada del libro que leía, triunfante y orgulloso de ver al LuHan que estaba a punto de mandar a la mierda toda aquella parafernalia de lujos, apariencias, dinero y heterosexualidad. Con lágrimas en los ojos, pero con la sonrisa todavía patente, el mayordomo lo abrazó con fuerza y le revolvió el cabello.

—Bueno, vete, vamos —apremió, pero LuHan no lo soltaba. Estaba sollozando.

—Gracias —le susurró.

—Oye, no me manches el uniforme.
LuHan levantó la cabeza y le entregó un papelito.

—La dirección de la casa de SeHun —le dijo—. Memorízala.

—Muy bien. Ahora vete, anda...

Entonces volvió a tomar la valija y se dispuso a salir por la puerta de servicio. Pero se dio la vuelta. EunHyuk seguía allí de pie. LuHan corrió hacia él y, sin remilgos, se inclinó y le plantó un beso en la boca. El mayordomo se quedó de piedra.

—Me habría acostado contigo si hubiese tenido chance —le susurró en los labios. EunHyuk abrió los ojos como platos.

—Demonio —farfulló—. ¡Vete de aquí, largo! ¡Desvergonzado! —exclamó, pero LuHan sabía que no estaba enfadado.

—¡Adiós, EunHyuk! ¡Gracias!
LuHan volvió a tomar su equipaje y salió corriendo de allí.

La noche estaba fresca y húmeda. No llovía aún, pero LuHan se imaginó que no tardaría en caer el aguacero. Como vivía en un barrio privado, tuvo que salir de allí caminando para lograr llegar a la avenida y tomar un taxi. Un trueno se oyó por encima del incesante tránsito y la lluvia cayó sobre él intempestivamente, empapándole al instante. Por suerte, sus pertenencias estaban a buen recaudo en su mochila.

El taxi pasó a las diez y cinco. LuHan lo detuvo con señas desesperadas y el automóvil se detuvo unos metros más adelante.

SeHun estaba corrigiendo los trabajos prácticos de su curso, cuando oyó que sonaba el timbre una, dos, tres veces. ¿Quién diablos sería a esas horas?
Se levantó del ordenador y se dirigió hacia la puerta.

—Diga...

—SeHun, soy yo... —susurró una voz muy suave y lastimera. Una voz que SeHun amaba, a pesar de todo—. ¿Me abres?
SeHun abrió la puerta. No sabía qué pensar.

—¿Qué sucede, LuHan? —preguntó, sin rencores ni resentimientos.
Comenzó a preocuparse. El chico estaba empapado de pies a cabeza, temblaba de frío y... traía consigo una mochila y una valija.

¿Qué estaba sucediendo?

—Yo quiero… —farfulló LuHan. SeHun se mordió el labio, nervioso. Alzó las cejas—. He venido porque... —alzó los ojos y SeHun los vio, profundos, negros, inundados y cargados de desesperación y palabras que no se dignaban a salir—, porque quiero que... me hagas el amor, otra vez —rogó.

De esos ojos amados brotaron dos lágrimas, gruesas y llenas de angustia, como si el aspecto deplorable de su dueño no fuera suficiente para sacudir todas las fibras de SeHun y hacerle estremecer. Tiró con fuerza del brazo de LuHan y lo metió a la casa, cerrando la puerta de un golpe. Lo estrechó entre sus fornidos brazos e hizo que soltara la valija y la mochila. LuHan obedeció, presa de una repentina euforia casi narcótica. Gimió de puro desasosiego. De repente se sentía tan dolorosamente excitado que pensó que se desmayaría. Alzó el rostro y buscó la boca de SeHun, paseando febrilmente sus manos por sus flancos y luego, por su pecho y su vientre.

—¿Estás burlándote de mí? —replicó SeHun, deseando poder despertar de aquel sueño o aquella pesadilla.

—No —gimoteó LuHan, acariciándole con ardor por encima de la ropa—. Por favor —chilló, y los ojos miel y los azabache se encontraron de nuevo, como asustados, en medio de las lágrimas y los espasmos—, llévame a la cama.

Entreabrió la boca y fue bordeando con ella los labios de SeHun hasta que éste decidió corresponderle el beso en toda su intensidad. Le tomó el rostro con las manos y lo besó con la boca abierta, con hambre, como si quisiera comérselo entero y engullirlo sin más. LuHan le ofreció su lengua y él la chupó golosamente, disfrutando de las exquisitas sensaciones y del sabor salobre que viajaba por su saliva. LuHan le atrapó el labio inferior y lo succionó con ansias, muerto de ganas de que esa boca y esa lengua volvieran a perderse por su cuerpo, vistiendo su piel con un húmedo traje de besos.

LuHan sintió el sexo de SeHun, despierto y duro por encima de la ropa. Arrebatado, jugó a masajear ese objeto de placer carnal que ya había probado, pero del que sospechaba que no se cansaría jamás.

—Vamos —susurró, con una risita medio ahogada—, mira cómo estás ya...
El pantalón de SeHun no tenía cierre, sino tres botones. Cuando LuHan encontró el primero, lo desabrochó e hizo lo mismo con sus compañeros. Empujó a SeHun al sofá, que cayó sentado sobre él con un ruido sordo. Se lanzó hacia su entrepierna, deslizando el jean y la ropa interior sólo lo estrictamente necesario. Ahí estaba el sexo de SeHun, lo que LuHan deseaba con frenética locura. Cuando lo aferró, le costó comenzar: SeHun estaba circuncidado. Se preguntó cómo podía ser posible que no lo hubiese advertido antes. Se lamió la palma de la mano y volvió a tomar el pene.
SeHun se estremeció y jadeó: LuHan aún tenía las manos frías. No le importó. Simplemente suspiró... y se dejó llevar.
LuHan abrió la boca, sosteniendo el miembro desde la base, y lo fue abarcando lentamente entre sus labios, lamiéndolo largamente y llenándolo de saliva para hacer que se deslizara mejor en su mano. SeHun cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Por reflejo, se descubrió enredando los dedos entre las mechas mojadas de LuHan, muy lacias y suaves... pero muy mojadas...

—LuHan, espera —susurró, intentado apartarlo por los hombros. El chico alzó la mirada, con el glande entre los labios y SeHun sintió que una oleada tórrida y brutal lo sacudía desde lo más profundo de su ser—. Te resfriarás—se levantó del sofá, se subió apenas los jeans y alzó a LuHan en brazos.
Fue con él hacia el dormitorio y lo recostó suavemente en la cama. LuHan estaba acalorado y a la vez perplejo. Vio cómo SeHun sacaba de un cajón una toalla de color gris y se acercaba a él otra vez.

—Desnúdate —exigió.

LuHan se mordió los labios. Se quitó las zapatillas, el suéter, la camiseta, se bajó los pantalones, pero finalmente alzó las caderas para que fuera SeHun quien le sacara la última prenda, la que ocultaba el último trozo de piel, de cuerpo, tan anhelante como el suyo.
SeHun se sentó sobre la cama y le besó con delicadeza el pene, por encima de la ropa interior. Hizo que se recostara y cuando lo tuvo así, perfecta y preciosamente desnudo, fue secando con la toalla todos los rincones de su cuerpo pálido, delgado pero fibroso. Frotó el cabello con ahínco y se detuvo cuando sintió de nuevo que le tironeaba de los pantalones.

—Por favor —gimió LuHan, rogándole que lo tomara de una vez por todas—. SeHun...

—¿Sólo quieres sexo? —preguntó él, seriamente.

—No... te quiero a ti, quiero estar contigo, ¡perdóname, SeHun!
SeHun se estremeció y descubrió que eso que le bajaba por las mejillas eran lágrimas, tan reales, tibias y saladas como lo habían sido las de LuHan.

—Entonces, ¿por qué me has rechazado dos veces? —inquirió, acariciándole los labios con una mano y secándose el rostro con la otra.

—Por mi padre —respondió LuHan, ahogándose con su propio llanto—. No soy su hijo legítimo, pero jamás dejó que me faltara nada. Quiere que me case con alguna de las hijas de los mafiosos de Mériva y asuma el cargo de supremo. Tenía miedo, SeHun…

—Vaya —susurró SeHun, atónito—. Dime, ¿cómo es que tu padre piensa que estudias Ciencias Económicas? —quiso saber, frunciendo apenas el ceño. LuHan esbozó una sonrisa débil.

—Estudio ambas cosas.
SeHun se quedó mudo.

—¿De verdad? —objetó, incrédulo.

—Sí.

—Dios... —ahora todo tenía sentido. Las clases particulares, el agotamiento, todo—. Eres muy inteligente —alabó, aún sorprendido. Pero LuHan negó con la cabeza y cerró los ojos con desazón.

—No —negó—. Si fuera inteligente haría mucho tiempo que hubiese dejado de ser la marioneta de mi padre. Si fuera inteligente... me habría librado de él y ahora sería feliz contigo.
SeHun decidió no agregar nada más. Se derrumbó sobre él y LuHan lo rodeó con brazos y piernas, dejándolo atrapado en medio de una jaula caliente y húmeda.

—Quiero que me hagas el amor otra vez —suspiró en su oído. SeHun se irguió y lo contempló largamente.

—Y yo quiero hacértelo, pero tengo miedo de que luego huyas, como lo hiciste aquella noche.

—¡No voy a huir! ——exclamó LuHan, desesperado—. Me escapé de casa porque quiero vivir contigo, SeHun, ¿puedo quedarme aquí?

Él sonrió.

—Claro que puedes —respondió él, sentándose entre sus piernas. LuHan se relamió los labios y las separó más, invitándole a poseerle, alzando las caderas para mostrarle cuán ansioso estaba— Pero tendrás que pagarme alquiler

—No traigo dinero, pero, entrégate a mí.
Y decidió entregarse. A ese cuerpo, a esa alma. SeHun dejó que LuHan le quitara los pantalones. Lo observó así, espectáculo gratis. Casi ensayado, como si todas las noches hubiese soñado con quitárselos. Lentamente, pero con ansias contenidas. Los suspiros caían de su boca como por un trampolín. Calientes, húmedos. SeHun quería tragárselos todos.

LuHan fue deslizando el slip, del mismo modo. Con cautela. Las aletas de su nariz se dilataron al ver el miembro allí, descansando en su lecho oscuro, lecho espeso, lecho suave de todas formas. Puntas relucientes, brillando bajo las luces de la habitación, con su misma música. LuHan deseó poder dormir en ese lecho oscuro, lecho espeso, lecho suave. Dormir allí por siempre, soñar allí, morir allí, respirar allí.
El mayor deslizó la mano por el muslo de SeHun y sus piernas se separaron apenas. El cabello de LuHan, negro, le hacía cosquillas en el bajo vientre. Y las puntas oscuras se saludaron con las puntillas negras…

Hola, ¿vienes muy seguido por aquí?

SeHun jadeó y dejó que la lengua aterciopelada y húmeda de LuHan comenzara a pasearse laboriosamente por su sexo.
Cerró los ojos. Se sentía absorbido, como si en ese mismo momento todos los quimiorreceptores de su cuerpo estuviesen en su entrepierna, bajo la tortura de esa boca afanosa.
LuHan chupó el glande y luego fue barriendo con la lengua todo el largo del pene. Ladeando la cabeza y apoyándola en un muslo, fue subiendo y bajando por toda la hinchada carne, acariciando con el labio superior. Desafiando garganta y respiración, lo devoró al tiempo que SeHun erguía las caderas para comenzar unas pequeñas embestidas. Y LuHan se quedó allí quieto, sólo ofreciendo la boca, dejando que ahora fuera SeHun quien impusiera su propio ritmo mientras lo sentía golpear contra su paladar y su garganta.

SeHun tenía los ojos cerrados. Menos mal. No era la primera vez que lo hacía, ni mucho menos, pero LuHan siempre se sentía cohibido cuando era observado en pleno sexo oral. Estando así, sólo concentrado en otorgar placer y sin preocuparse por otros ojos, la labor podía ser incluso más satisfactoria. LuHan se lo pasaba genial durante el sexo. Humedeciéndose los labios, siguió succionando hasta que SeHun le apartó por los hombros.
Ahora los ojos color miel lo contemplaron sin pudores, húmedos y con las mejillas encendidas. Una débil sonrisa le temblaba en los labios.

—Ven aquí.

SeHun lo estrechó furia y lo tumbó de espaldas. No había espacio para delicadezas ahora y ninguno las necesitaba.
LuHan soltó un pequeño «Ah». SeHun no era demasiado diferente de YiFan o JongIn, pero estaba más que claro que no sería cruel. Lo suyo era pasión bien guardada, contenida, aguantada. LuHan arqueó la espalda cuando SeHun se sentó sobre él y sus sexos chocaron, besándose y susurrándose groserías. SeHun acomodó su pene hacia arriba, para frotar los testículos contra los suyos en un vaivén sinuoso cada vez más rápido. LuHan abrió las piernas y las flexionó, para que
SeHun, sentado, se apoyara sobre sus muslos.

—¿Te gusta? –jadeó él, aferrando ambos penes y sobándolos al mismo tiempo.
LuHan se irguió un poquito y logró apoyar las manos en sus nalgas, apretujando con deleite—. Fóllame –gimió. Y en seguida se retractó—: hazme el amor.

—Sí —jadeó SeHun, deslizándose y separándole más las piernas—. Sí, sí, sí…

LuHan se revolvió y alzó las caderas, pero en seguida se dio la vuelta sobre la cama, dejándole total libertad para maniobrar a su antojo. SeHun le acarició las nalgas y fue mordiendo la suave piel, blanca y aterciopelada.
Con premura, se dedicó a lamer y chupar, a oír de LuHan los sollozos y los sonidos bonitos que no podían quedar atados a su garganta para siempre. Parecía como si jamás en la vida hubiese tenido sexo. Se sentía desequilibrado.

—Ah, sí… —LuHan se aferró a la cabecera de la cama y abrió las piernas lo más que pudo. Cerró los ojos y se mordió los labios hasta que le dolieron. SeHun se inclinó hacia el estante que estaba a la derecha de la cama y agarró algo, LuHan no pudo saber qué.

Cuando SeHun comenzó a penetrarlo, LuHan aguantó la respiración.

¿Entonces así se sentía que ser follado por un hombre sobrio?
Estaba bueno, buenísimo. LuHan creía que podría quedarse toda la vida allí en esa cama sintiendo aquel sexo delicioso resbalarse suavemente hacia sus entrañas. El lubricante era maravilloso, lo hacía todo tan fácil…

Cuando sintió que SeHun se detenía, suspiró. Miles de alas de mariposa le acariciaron la piel y los huesos.

—Entra –jadeó, con una sacudida de caderas—. Vamos, sí…
SeHun se dejó caer y apoyó los brazos a sus costados. Con todo el peso de su cuerpo, embistió por primera vez hasta llegar a ese lugar mágico y lejano donde todo se volvía fuego. LuHan ladeó la cabeza y él se lanzó al ataque de su cuello, pero todo se había tornado líquido tan pronto, que de repente le costaba coordinar los besos con las embestidas, las lamidas con las embestidas, las chupadas con las embestidas. LuHan le tomó por el cuello y le metió la lengua hasta el fondo de la boca.

Por supuesto, él podía relajarse y disfrutar que se ocuparan de él, pero ese no era su estilo, o al menos lo que había tenido en mente.
Cuando SeHun alcanzó a rozar la próstata, ahogó un grito.
Sonrió y se relamió los labios. Se lo estaba pasando en grande.
LuHan tenía en las mejillas un color sonrosado bastante saludable y la sonrisa lasciva era como ver una fantasía. SeHun se detuvo en el extremo, complaciéndole, completamente enterrado. Fue sacudiéndole así, con los ojos muy cerca de los suyos, en medio de una conversación que sólo tenía lugar en el interior de sus cuerpos…

¿Cómo vas? ¿Te gusta?

SeHun aplicó más velocidad y con certeros golpes fue golpeando la próstata, haciéndola temblar y vibrar. LuHan abrió los ojos de pronto y todo sucedió tan rápido como un chispazo. Lo apartó con una carcajada y con las manos abiertas sobre el pecho. Aturdido, con la fuerza repartida en las partes bajas, SeHun cayó hacia el costado. LuHan se giró con un movimiento en cámara rápida.

SeHun lo observó tal como estaba ahora, reclinado como un gatito, con la espalda arqueada en un pozo donde sólo podía flotar el sudor, las piernas separadas, los suaves vellos azabaches húmedos y brillantes y el trasero dispuesto en la oferta de un paseo por la cueva de sus maravillas.

—Ven —gimió LuHan, y la tierna desembocadura pareció suspirar. SeHun gruñó y no obedeció, pero LuHan no pudo quejarse. Volvía a atacarle con la lengua y se imaginó lo fabuloso que sería que la lengua de SeHun pudiese alargarse hasta llegar a lo más profundo. Pero lo que hizo fue aún mejor. Le separó las nalgas hasta la mayor tensión y con los labios fue succionando de ese manantial seco, tal vez en busca de algo que saciara su sed…

LuHan gimoteó. Si seguía así, no podría soportar más la rigidez de la postura. Dio un respingo cuando volvió a sentir la cabeza del pene pugnando por entrar. Se propuso disfrutarlo lo más posible, con los ojos cerrados y respirando por la boca.
SeHun comenzaba a hacerlo en cámara lenta y LuHan sentía que se moría. El húmedo miembro resbalaba hacia su interior muy pausada y suavemente hasta asomarse al abismo. Ya allí, se sacudía la modorra con un par de embestidas y luego volvía a salir con la misma timidez con la que había entrado.
Estuvieron así un buen rato, batallando contra los orgasmos precipitados y renovando la postura. Burlándose del tiempo, respirando el mismo fuego, quemándose en el mismo aire y aguardando la explosión, el éxtasis, la victoria del diablo en furiosos sismos.

—Aah… suéltala... –Las piernas de LuHan eran muy largas y esbeltas, perfectas para mantenerse aferrado a ellas en las últimas embestidas. Dejando salir todos sus demonios, SeHun se dejó estallar en la madriguera caliente y sabrosa de sus pesadillas sexuales. Era soberbio, perfecto y mientras se corría, LuHan veía destellos de mil colores—. Ah, sí…

Y luego de que saliera de su interior resbaloso y satisfecho, SeHun se derrumbó sobre él como los cientos de partículas cósmicas que quedarían luego de una supernova.
LuHan ronroneó de satisfacción.
SeHun no dijo nada. Mucho más cercano que incluso su propia voz, oía el incesante retumbar de algo que parecía un tambor.
Frunció el ceño. No era uno, sino dos. Dos tambores que sonaban casi al unísono.
En el seno de su mente, los espasmos del orgasmo se habían disipado como una borrachera y ahora sólo veía y oía una cosa: oía los corazones de ambos latiendo en balada tumultuosa.

—Mnn... ya te he pagado el alquiler de esta semana, ¿verdad?
SeHun asintió, sonriendo. Se levantó de la cama y apagó la luz. Cuando volvió, aferró su pene y comenzó a masturbarlo con rapidez.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.

Notas finales:

Listo, finalizó. Es muy muy muy corto u.u

Fue lo que me alcanzó el tiempo porque iba a escribir uno largo pero mejor no.

¡Saludos!


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