Lunes 16/06/14
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Aquella escena dibujada frente a mí era interesante: un hombre, con aproximados 60 años de edad, algo obeso, con una cabellera abundante y canosa, contrastando con un espeso bigote negro. Tenía una expresión de horror infinito en su rostro pálido; a su lado, perfectamente sentada sobre aquel elegante sofá, yacía una mujer de aproximados 50 años de edad. Era delgada y a pesar de su edad, el vestido rosa pastel escotado y sin mangas se le veía bastante bien. La mujer cubría con una hermosa y larga cabellera rubia parte de su rostro. Los dos, juntos y tomados de la mano, estaban sobre un charco inmenso de su sangre mezclada, sangre que provenía de aquel par de agujeros que la pareja tenía, de una manera tan similar que parecía cómico, en el estómago.
“Juntos hasta la muerte, juntos hasta el infierno”, se leía en aquella nota sobre la mesa de centro. Nota impresa en color rojo oscuro y con letras grades que en aquel momento parecían incluso ser monstruosas.
Estaba tan acostumbrado a ver cosas así que me parecía increíble que todavía sentía escalofríos el solo virar todo aquel tenebroso y morboso cuadro.
— ¿Alguna pista? —pregunté a mi compañera Yoko. Una chica hermosa con cabellos negros con un corte hasta la oreja, ojos pequeños color café, una piel blanca como la nieve y una complexión delgada que, a pesar de todo, para mí resultaba ser bastante sensual. Estaba parada al lado mío, con la espalda completamente derecha para que no se no notara tanto la diferencia de 15 centímetros de altura que había entre nosotros. La pequeña pelinegra miraba la escena con un toque de indiferencia.
—No hay nada todavía—dijo en voz baja.
— ¿Quién los encontró? —pregunté casi al instante.
—Fueron el hijo menor de la familia, junto con la señora que se encarga de su cuidado. Esta mañana, al llegar de la casa del amigo con quien el muchacho pasó la noche, se encontraron con esto y de inmediato avisaron a la policía.
— ¿Dónde están? —Pregunté, dando una última mirada al lugar antes de volverme completamente a mi compañera. Ella me señaló con la mano la puerta del estudio de la casa. Caminé hasta ésta con cuidado de no hacer contacto con nada en el camino y me adentré sin preocuparme por tocar siquiera.
Lo primero que vi, fue a una mujer joven y delgada, con los cabellos largos cubriendo sus ojos, pero dando pequeños sollozos casi imperceptibles. A su lado, casi inmóvil, se hallaba un joven peli castaño en una silla de ruedas. Me acerqué más para verlo y él apenas y levantó un poco la mirada para verme. Era bastante pequeño, delgado y pálido. Sus ojos estaban rojos e hinchados por haber llorado y dibujaba un semblante bastante tranquilo en comparación con la chica que estaba a su lado.
—Hola —le dije, tratando de no sonar brusco—, soy el detective Shiroyama Yuu.
—Hola —contestó con una voz temblorosa y apenas perceptible. Se recargó en su silla y me extendió una de sus pequeñas y huesudas manos que apresuradamente estreché con una de las mías. Estaba tan frío aquel muchacho—, Matsumoto Takanori, mucho gusto—dijo levantando de poco a poco el tono de su voz. Retiró su mano de la mía y la juntó con la otra que tenía sobre su regazo.
— ¿Estás bien? —Tomé una de las sillas de madera situada en el lugar y la coloqué frente al pequeño para sentarme con él— ¿Necesitas algo? —El chico simplemente negó con la cabeza y de nueva cuenta bajó la mirada. Estaba notablemente asustado. —Tranquilo, todo va a estar bien. —Me tomé el atrevimiento de tocarle un hombro. Takanori dio un respingo y empezó a temblar bajo mi contacto.
Después de algunos minutos de presentación entre la chica al lado y yo, me levanté de donde estaba, acomodé, de nueva cuenta, el mueble de madera que había tomado, en su lugar. Caminé hacía la puerta de salida. El lugar era enorme, más que otro del que tuviera recuerdos. Era la mansión más lujosa que tal vez pudiera tener la oportunidad de apreciar.
Me recargué en el marco de la puerta y comencé a pensar en las posibles causas del asesinato: podía tratarse de algún robo que salió fallido, pero no había señales de que se hubieran llevado nada, o por lo menos nada muy vistoso; habían cuadros, joyas y demás artículos que podía valer incluso más que todas mis pertenencias juntas.
Tal vez se trataba de un asesinato a causa de una venganza, pero ¿venganza de qué? Tal vez alguna venganza amorosa, después de todo, aquella nota impresa en rojo dejaba mucho a la imaginación: tal vez todo había sido obra de una mujer que fue amante del señor Matsumoto, quizá aquel hombre la engañó y prometió algo como divorciarse de su mujer, pero no cumplió con sus promesas y la joven simplemente decidió vengarse de él.
Aunque, en ese caso, también podía tratarse de que la señora Matsumoto había decidido engañar al señor. Quizá lo que había ocurrido era que esta señora empezó a salir con alguien y todo resultó en una relación precaria que desencadeno su homicidio, al igual que el de su marido.
Había estado repasando en mi cabeza algunas cosas que me dijeron de la familia: Ellos eran dueños de una empresa muy reconocida, encargada de vender productos farmacéuticos. La noche anterior habían ofrecido una fiesta tras el cierre de un negoció importante con unos empresarios extranjeros que estaban interesados en importar algunos productos a su país.
Me mantenía pensativo ante todas aquellas posibilidades que no dejaban de llegar en decenas a mi cabeza. El caso era bastante interesante, hacía mucho no sentía que me llegaran tantas ideas de un solo golpe a lo que podía ser un caso como éste, estaba seguro que sería uno de aquellos que me dejarían sin dormir por un tiempo, dándole vueltas y vueltas.
Un pequeño alboroto que venía desde la sala de estar me sacó de mis pensamientos. Busqué con la mirada por todos lados para ver lo que sucedía. Alguien había irrumpido al salón: se trataba de un muchacho alto, delgado y con cabellos castaños claro a la altura del hombro; llevaba un suéter grueso y largo en color negro, cubriendo la mitad de su rostro con unos enormes lentes de sol. Se detuvo un momento cuando se encontró frente a frente con la escena de aquella pareja y dio varios paso atrás con las manos cubriendo su boca. Yoko y otros policías intentaron tomarlo por la espalda y obligarlo a salir, pero el chico lo notó y rápidamente, zafándose del agarré de aquellos, caminó en mi dirección, casi corriendo y chocando con todas las cosas a su paso. Llegó junto a mí, pero no me dejó apreciar casi nada de él porque me dio un empujón para que me quitara de donde estaba y le dejara pasar al estudio. Antes de que pudiera siquiera asomar sus narices al cuarto, le tomé por un brazo con fuerza para no permitir que siguiera con su paso dentro de la habitación.
— ¿Quién eres? —Le grité y produje que todos me voltearan a ver, menos Takanori. El joven que mantenía sujeto fuertemente con la mano, no contestó ni volteó a verme.
— ¡Takanori! —gritó, llamando por primera vez la atención del pequeño, quien al instante de pasear su mirada en él, embozó una sonrisa y encaminó su silla de ruedas hasta el centro del estudio.
— ¡Kou! —gritó mientras se acercaba. El castaño se logró soltar de mi agarre mientras me distraje con lo que ocurría a mí alrededor y corrió hasta donde se encontraba el otro. Cundo le tuvo cerca, se abalanzó sobre él y le estrecho en un abrazo que Takanori respondió de inmediato con lágrimas en los ojos.
— ¿Cómo estás pequeño? ¿No te pasó nada? —preguntó en un tono muy dulce aquel chico alto, quien después del abrazo, se quedó con las rodillas en el piso y con sus grandes manos puestas en el rostro del menor, limpiando las gotitas saladas que rodaban por las mejillas de éste.
—Tengo miedo —confesó—, tengo mucho miedo —enredó sus brazos detrás de la nuca del chico frente a él y apoyó su cabeza en el hombro ajeno.
—Tranquilo, cariño, ya estoy aquí —habló calmadamente y abrazó al pequeño. Así permaneció varios instantes, dejando que el de silla de ruedas se desahogara con él.
No quise interrumpir lo que sucedía entre aquellos dos. Aún sin tener la más remota idea de quién podría ser aquel joven alto, parecía ser lo que en ese momento necesitaba Takanori.
Mientras escuchaba los sollozos de aquel pequeño, no dejaba de sentir escalofríos. Cuando se trata de escuchar llanto, todo se me pone difícil. No me gusta ver a la gente llorar, pero eso es algo con lo que debo lidiar muy constantemente en mi trabajo. Observar en ese estado al chico Matsumoto, era simplemente horrible. Había perdido a sus padres, debía sentirse hecho trizas.
Yoko caminó a mi lado y me puso una mano sobre el hombro. Ella mejor que nadie sabía lo mucho que me costaba ver a las personas en ese estado. Luego bajó su brazo y lo pasó por mi cintura para darme un pequeño abrazo. La volteé a mirar. Parecía que lo que pasaba en frente no le tocaba el corazón, pero, yo la conozco demasiado bien como para poder asegurar que ella estaba muy conmovida por lo que estaba ocurriendo. Pasé uno de mis brazos por sus hombros y permanecimos así un buen rato. Vimos que el par de muchachos por fin se separaban y de la misma forma, yo me alejé de la pequeña pelinegra a mi lado. Escuché como dejaba que de sus labios escapara un suspiro de resignación.
—Soy el detective Shiroyama Yuu —le hablé al muchacho que estaba todavía de rodillas en el piso. Se incorporó y volteó para mirarme—, ella es mi compañera Kawamura Yoko —señalé a mi compañera y ella hizo una venia desde su lugar—. Nosotros seremos los encargados de llevar el caso de la familia Matsumoto.
—Mucho gusto —hizo una pequeña inclinación con la cabeza—. Mi nombre es Takashima Kouyou —se detuvo por unos cortos segundos—, soy el hermano mayor de Takanori e hijo de los Matsumoto. —finalizó y se quitó los enormes lentes de sol.
Supe que lo que venía después de haber sentido esa corriente eléctrica pasar por mi columna vertebral, luego de ver aquellos hermosos ojos color miel, no sería para nada bueno. Sabía que después de haber sido elegido para apreciar tal belleza en una persona, no tendría derecho para volver a ser quien que era antes, y, efectivamente, fue así. Shiroyama Yuu, el hombre que yo conocía hasta ese momento, decidió marcharse de mi lado para siempre.