—Así que, ya sabe, nada de jugar al fútbol en una temporada —le dijo el médico a Minho con buen humor—. Y dentro de veinte días tendrá que volver para la revisión. Pero ahora es un hombre libre —añadió entregándole el papel firmado con el alta—. Seguro que está deseando volver a casa con su esposo y su hijo.
—La verdad es que sí —respondió Minho—. Gracias por todo, doctor.
—No tiene por qué dármelas. Sólo hemos hecho nuestro trabajo. Aunque tuvo suerte de que sus heridas no fueran más graves. En fin, como nosotros mismos tenemos que reconocer a veces en nuestra profesión... ¡los milagros existen!
Minho esbozó una leve sonrisa. Quizá fuera verdad.
Cinco años atrás, sí alguien le hubiese dicho que llegaría el día en que no sólo aceptaría al hijo de otro hombre como si fuera suyo, sino también que lo querría como nunca hubiera imaginado que pudiera querer a alguien, aparte de Taemin, le habría dicho que estaba loco de remate.
En el instante en que aquella camioneta había estado a punto de atropellar a Yoogeun y había creído que iba a perderlo, se había dado cuenta de hasta qué punto lo quería. Aunque biológicamente no fuera su hijo, para él sí lo era.
Sin embargo, ante la ley no lo era, y si por cualquier razón un día Tae decidía llevárselo, él no podría hacer nada. ¿Cualquier razón? El ya le había dado una razón con la manera en que lo había tratado la noche que habían hecho el amor, se dijo despreciándose a sí mismo.
Para él no importaba que al final el menor hubiese acabado entregándosele por voluntad propia y que la pasión que habían experimentado hubiese sido mutua. Nada excusaba su comportamiento, los celos que lo habían devorado. Se detestaba a sí mismo por lo que le había hecho, y estaba seguro de que, a pesar de que no lo demostraba, probablemente por lástima, Taemin también lo detestaba.
La puerta de la habitación se abrió, y tras ella apareció una sonriente enfermera acompañada de Taemin y Yoogeun.
Cuando el chiquillo soltó la mano de su madre y corrió hacia Minho, que lo tomó en brazos, éste agachó la cabeza sobre la del niño para poder ocultar la emoción que lo embargaba.
—No quería esperarte en casa —le explicó el menor al moreno, mientras él tomaba las muletas que iba a necesitar para andar.
Taemin fue inmediatamente a su lado, por si lo necesitaba, pero Minho rechazó su ayuda dándole la espalda.
Palideciendo, el menor observó cómo la enfermera iba en ayuda de Minho, ocupando el lugar que debería haberle correspondido a él. Aunque el mayor había vuelto a casarse con él, era obvio que no lo quería como esposo, se dijo el menor desolado.
—Le he pedido a Dara que ponga mis cosas en otra habitación.
El menor se alegró de estar de espaldas a Minho para que no pudiera ver el dolor que le habían causado aquellas palabras. Sin embargo, no pudo evitar replicar:
— ¿Y qué pasa con Yoogeun? Tú mismo dijiste que se extrañaría si...
—Le he dicho que es por la pierna, que necesito una cama para mí solo para estar más cómodo —contestó el mayor con brusquedad.
*****************************************************************A través de la ventana de la sala de estar, Minho vio a Yoogeun en el jardín intentando atrapar a su cachorro para poder enseñárselo.
—Veo que cambiaste de opinión —le dijo a Taemin en un tono sarcástico.
—Soy uke —contestó Taemin encogiéndose de hombros—. Los ukes y las mujeres cambiamos a menudo de opinión.
Sin embargo, había una razón por la que había decidido que ése era el mejor momento que Yoogeun tuviera su cachorro.
—Te ayudaré a subir —se ofreció, yendo junto a Minho cuando él se dirigió a las escaleras.
Pero él se apartó en un gesto tan obvio de rechazo, que el menor se quedó inmóvil, y le dio la espalda para que éste no pudiera ver las lágrimas de humillación que le quemaban los ojos.