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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Hola mis querubines n.n 

Pasó por aquí rápidamente para dejarles actualización. Espero que la inspiración se mantenga en lo que queda de fin de semana (osea solo un par de horas) por que creo que si no actualizo el miércoles ustedes querrán quemarme viva. 

Solo diré eso. 

Como siempre, pongale ojo a la ortografía. 


PD: No lo había dicho pero ¡Pasamos las 200 reviews! OMFG nunca había pasado algo como eso en uno de mis fics *-* 

Muchas gracias

Gracias por leer!

Un abrazo a todos

Capítulo 31: Ethan



Un ruido extraño llegó a mis oídos, pero no fue precisamente eso lo que me hizo despertar. A pesar de estar vestido tenía mucho frío y sentí que no era tan sólo un frío físico, sino algo más, como un vacío o una terrible angustia. Estaba recostado sobre el suelo helado de la iglesia y ya no estaba acurrucado sobre el pecho de Ethan, ya no sentía su calor. Abrí los ojos forzosamente cuando escuché ese gutural sonido que se oía como entrañas revueltas y una toz fuerte y ahogada resonó como eco en las paredes. Me senté refregándome los ojos y logré verlo, apoyado en un pilar, con el cabello sudado resbalándole por las mejillas y a punto de entrarle en la boca, apenas pude reconocer los ojos cansados a través de esa mata negra. Me quedé pasmado unos segundos, como aturdido, entonces me levanté y corrí hacia él.

   —¡Ethan! —llegué a su lado y sólo atiné a darle palmadas en la espalda y sujetarle el cabello para que no se le manchara. Estaba vomitando, había un charco de un color ilegible bajo sus pies.

   —A-Aléjate... —balbuceó apenas, conteniendo una arcada que no tardó en escaparse. Vomitó otra vez.

   —¿Qué pasa? ¿Qué comis...? ¡Ethan, esto es terrible! —Una ráfaga de nervios y miedo me invadió cuando distinguí un poco de sangre en medio del charco—. ¡Estás vomitando sangre! ¿¡Qué demonios pasó!? —Él no podía responderme y yo lo sabía, aun así continuaba llenándole de preguntas molestas—. ¿¡Bebiste agua no potable!? ¿Comiste algo vencido? ¿Qué demonios hiciste, Ethan? —Mi voz se quebró completamente cuando vi, en vivo y en directo, cómo el líquido rojo comenzaba a salir de su boca.

   —¡Aléjate! —gritó e intentó empujarme hacia un lado. No lo logró, su mano fue demasiado suave, estaba débil.

Se alejó unos metros de toda la porquería que él mismo había dejado y se dejó resbalar por una muralla hasta caer sentado en el suelo. Estaba pálido, el brillo característico sobre sus hombros ya no estaba. Estaba todo cadavérico, casi blanco, enfermo. Unas terribles ojeras se asomaban por debajo de sus ojos y le enrojecían los párpados. Temblaba.

   —E-Ethan... —verle así me destruyó. Caminé hasta él, no quería que se alterara más. Cuando me agaché para mirarle, mi mano se rozó levemente con una de sus piernas. Emitió un gemido.

Me invadió un mal presentimiento.

Sin preguntarle nada y venciendo rápidamente la resistencia que él me puso, logré quitarle los pantalones. Las vendas que tenía en las dos piernas y que no recordaba tan sucias habían comenzado a sangrar nuevamente. Si eran del escape de Alexa ya debían estar cicatrizadas, ¿no? Ethan tenía una gran capacidad de cicatrización, lo había visto en la puñalada que le dieron en la tibia y en el disparo en su pierna que recibió de los cazadores.

Estas heridas eran nuevas.

Me dirigió una mirada indescifrable cuando mis manos se posaron sobre aquellas vendas manchadas de rojo. Algo así como una mirada de un cachorro que sabe hizo algo malo, como si estuviese pidiendo disculpas. Me estremecí y mi mano tembló ante la sola idea de quitárselas. Aquel mal presentimiento se hizo más fuerte. Puso sus manos sobre las mías para intentar frenarme, estaban heladas. Cerré los ojos y se las arranqué de un tirón, ambas al mismo tiempo.

Solté un grito horrorizado.

   —¿Q-Qué...? —No me di cuenta cuando mi voz se transformó en un jadeo cortado, apenas audible. El aire me faltó—. ¿Q-Qué es esto? —balbuceé, sintiendo un nudo en mi garganta. Sus ojos se dirigieron al suelo, su boca no dijo nada y en cambio buscó en su chaqueta un cigarrillo mentolado, lo encendió y se lo llevó a los labios. Le dio una calada inmensamente profunda, que me pareció eterna—. ¿¡Qué es esto!? —repetí, en un tembloroso intento por alzar la voz y mi vista se nubló. Las heridas en sus piernas eran horribles, no eran heridas normales. Podía reconocer fácilmente una dentadura humana marcada en el centro de las heridas inflamadas y rojizas, con bordes morados y las venas remarcadas alrededor. Tomé su rostro entre mis manos, buscando su mirada. Su mirada culpable.

   —Lo siento... —fue todo lo que dijo.

   —¿¡Lo sientes!? —Mi voz terminó de quebrarse y mi frase sonó como un sollozo—. ¿Lo sientes? ¡Dime qué es esto, Ethan! —grité sobre su rostro. Sospechaba lo que era, sabía lo que era, pero esperaba que él me tranquilizara; «que había sido un perro» «que solo eran heridas con forma extraña, de mera casualidad» Deseé con todas mis fuerzas que así fuera. Exhaló el humo y su aroma fresco me golpeó en el rostro. No me importó y me quedé allí, a pocos centímetros de él, clavando mis ojos en los suyos. El negror de sus pupilas parecía apagado, mucho más que antes. Vacío. Abrió la boca para hablar. Mi corazón se detuvo.

   —Me han mordido... —dijo.

Nunca había asistido a una clase de anatomía, nunca había visto un corazón, pero visualicé el mío siendo desgarrado, partiéndose en mil pedazos que comenzaban a caer en una oscuridad infinita. Un jadeo desde lo más profundo de mis pulmones escapó de mi boca, intenté respirar, pero no pude. Era como estar sufriendo una crisis.

   —¿Q-Qué? —fue todo lo que logré decir, con voz apenas audible mientras sentía cómo las lágrimas comenzaban a resbalar por mis ojos. Ethan se percató y llevó una de sus frías manos a mi mejilla para acariciarla y la otra a mi pecho, allí, justo donde me dolía, justo donde comenzaba mi asfixia.

   —Cálmate, Aiden... —su voz temblaba, al igual que mis manos que posé sobre las suyas. Incontrolablemente, sin poder detenerlo, me eché a llorar.

   —D-Debes... —balbuceé—. Debes estar bromean... do

   —En la pelea de afuera..., me mordieron.

   —¿¡Y por qué no me lo dijiste!? —La angustia se transformó en un agónico enfado de pronto—. ¿¡Cuánto tiempo llevas así!? —Me desesperé—. ¡Podemos cortar para...!

   —¡Por eso mismo! —Gritó y los oscuros ojos se iluminaron en un resplandor aguado que anunciaba lágrimas—. ¡Cuando llegué aquí ya habían pasado más de diez minutos! ¿¡Ibas a cortarme ambas piernas!? ¿¡En serio crees que hubiese podido salvarme así!? ¡No digas tonterías, Aiden! —Una lágrima corrió por su mejilla y el tacto de su mano sobre mi piel aumentó su presión. Me soltó para dejar a un lado el cigarrillo—. Estoy jodido —dijo, apagándolo contra el piso.

   —T-Te habría cargado en el camino... —sollocé.

   —¿Me habrías cargado? —Su voz temblorosa sonó ligeramente burlesca y eso me dolió—. ¡Habríamos muerto los dos! —Eso fue una cachetada. Él tenía razón.

Tomó mi rostro entre sus manos otra vez y me atrajo hacia él. Nuestros labios quedaron a pocos milímetros de distancia.

   —Debes irte... —ordenó—. En diez minutos podría estar tratando de matarte.

Algo me atravesó el pecho en dos. Fue como un deja vú.

Lo estaba viviendo otra vez.

   —No me jodas, Ethan... —No me di cuenta cuándo había perdido el completo control sobre mis lágrimas. Lo estaba viviendo de nuevo, la misma mierda, la misma situación.

Primero mi hermano. Ahora Ethan.

Y por algún motivo ahora dolía el doble. Era insoportable.

   —Esto no puede estar pasando... —lloriqueé. Él intentó quitar algunas lágrimas de mis ojos.

   —No sé cuánto tiempo más estaré así. Me siento realmente mal, no quiero descontrolarme, no quiero matarte... —hizo una pausa para tomar aire, se oía cansado—. P-Porque sé que tú no serás capaz de dispararme si perdiera el control aquí mismo. —Tenía toda la razón.

   —¿P-Por qué estás haciendo esto? —gemí. Mi pregunta fue estúpida. No esperé que él la respondiera.

   —No lo sé... —Una sonrisa se asomó de sus labios—. Sólo sé que me terminé enamorando del chico que me encontré corriendo como un loco por el aeropuerto... —sus ojos se clavaron en los míos—. ¿Lo recuerdas, Aiden? Esa vez casi te orinas en los pantalones —sonrió.

Quise reír, pero sólo un hipido nervioso salió de mi boca.

   —Si lo recuerdo... —apoyé mi frente contra la suya—. Esa vez ustedes me salvaron.

   —No me gusta aladear, pero debo decir que fui yo sólo... —rió y esa confesión me sorprendió.  Hasta ahora creía que el día en que nos conocimos habían sido Ethan e Ivy los que me quitaron a los zombies de encima.

   —¿Tú... solo? —pregunté. Él afirmó con la cabeza en un movimiento débil, su respiración estaba sumamente agitada y su piel ardía.

   —Te quiero, Aiden —confesó de pronto, en un susurro apenas audible.

¿Debí haberme sentido feliz por sus palabras? No pude hacerlo. Esa frase caló en lo más profundo de mí y desgarró en pedazos todo mi interior. Las lágrimas que había empezado a controlar volvieron a escapar sin control de mis ojos. Dolía, dolía mucho. Aquella sensación de sentirse desgraciado, de que toda la puta vida era una mierda injusta. Me sentí inútil, me sentí vacío.

Impotencia.

No respondí, estaba llorando demasiado como para hacerlo y me sentía patético. Él pareció entenderme y tiró de mi rostro para atraerlo al suyo. Me besó en los labios, suavemente, con lentitud y, al contrario de lo que creí, su dulzor seguía allí para embriagarme una vez más. Sentí mi cuerpo vibrar con ese beso, sentí una corriente eléctrica que me atravesó. Así debía de sentirse en los libros o en las películas, cuando uno de los protagonistas está a punto de desaparecer o de alejarse y descarga sus últimas energías en intentar darle fuerzas al otro, para luego separarse y soltar alguna frase cliché.

Se apartó de mí lentamente, le temblaban las manos. Las tomé entre las mías.

   —La muerte no siempre significa destrucción, Aiden... —dijo, sonriendo. No fue la frase que esperaba, no fue nada parecido a lo que imaginé. ¿Qué trataba de decirme? ¡Iba a morirse!—. ¿N-No crees en la reencarnación, cierto? —Negué con la cabeza—. ¿Y en el cielo...? —dudé unos segundos. No, no creía, pero mi hermano sí lo hacía cuando estaba vivo y supuse que Ethan también. Iba a afirmar, pero él me interrumpió—. De todas formas, no creo que pueda llegar allí  —se rió—. Sonará estúpido, pero si puedo cuidarte desde algún lugar, lo haré —se alejó un poco de mí para quitarse la chaqueta y la puso sobre mi espalda—. Hace frío afuera. Tienes que irte —negué otra vez con la cabeza ante mi incapacidad de hablar—. No me lo pongas más difícil, Aiden... —su voz se oía casi como un silbido, estaba a punto de apagarse—. Te quiero... —volvió a repetir y una de sus manos corrió a mi cinturón para tomar la pistola que Kat me había entregado.

Sabía lo que quería hacer con ella.

   —N... No, E-Ethan... —balbuceé e intenté quitársela, pero mis manos no acertaban a ninguna parte y sólo tanteaban temblorosamente el aire que no lograba respirar. Se acercó a mí para robarme un fugaz beso.

   —Vamos... —sonrió. ¿Cómo demonios podía sonreír en esta situación?—. Vete o tendrás que ver cómo mis sesos saltan por todas partes... —me estremecí en un escalofrío de sólo imaginarlo y me puse de pie impulsivamente cuando aquella pistola se dirigió a su cabeza—. Vete... —repitió—. Tú puedes seguir sobreviviendo... —le miré desde arriba y aún en su estado seguí sintiéndome inferior a él. Él era valiente, yo era un maldito cobarde que no podía hacer nada por salvarlo.

   —T-También te quiero, Ethan... —confesé y la punzada en mi pecho aumentó en un mil por ciento. Las lágrimas terminaron de nublarme la vista y sentí como si las paredes de esa iglesia empezaran a caer sobre mí.

   —Si eso es cierto tienes que irte... —sus ojos subieron hasta mí y sonrió, estaba mucho más pálido. No quería irme. Quería quedarme allí, junto a él. Pero no soportaría ver cómo lo hacía— ¡Ya! —gritó, con la voz completamente quebrada. Ese grito fue como una orden para mi cuerpo y sin controlarlo, comencé a correr hacia la puerta de la iglesia, con las piernas tambaleantes, intentando quitar las lágrimas que no me permitían ver nada, intentando controlar el poco aire que lograba entrar a mis pulmones. Abrí la puerta justo cuando oí un ruido tras de mí y luego un disparo me ensordeció por completo. Salí a la calle, seguí corriendo unos metros más y cuando el eco de la bala dejó de oírse, caí sentado al suelo.

Si había zombies o no allí, no me importó.

Se había disparado.

Sentí cómo cada fibra en mi interior se rompía, sentí cómo las fuerzas me dejaban y a pesar de estar en campo abierto, vi cómo las paredes siguieron cayendo sobre mí hasta aplastarme y dejarme a oscuras. Algo... me habían arrancado algo. A él. Me habían arrancado a Ethan. Todo mi cuerpo dolió, al mismo tiempo.

 

Fue como si esa bala me hubiese atravesado a mí también.

 


Notas finales:

«La muerte no siempre significa destrucción, Aiden» 


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