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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaasadasdasdasds :c

Perdón? perdón? perdón? Nunca había no actualizado un domingo :( estoy arrepentida. 

El domingo mi familia me secuestró para celebrar el día de las madres...somos de esa familias que celebran todo lo que se puede celebrar en grandes y bueno...no pude simplemente entrar al pc :( 

Y el lunes...un trabajo :( los exámenes ya comenzaron. 

Esto es un especial! Claivy
En el prox capítulo volverémos a Ethan y Aiden y habrá limonada :D 

Gracias por esperar. 

Un abrazote 


PD: Por favor, si encuentran errores ortográficos, háganmelos saber


Capítulo 41: “El ángel de cabellos rojos


    —Lo siento, señorita. Pero no estamos interesados en su religión... —La voz de Javier, ese chico al que podríamos llamar mi "novio" me apartó del ejemplar de "El Capital" de Marx que estaba leyendo.

   —No, no, usted no entiende. Lo que yo estoy buscando es...

  —No nos interesa —levanté la vista y miré hacia la puerta, él se oía muy molesto.

Éramos seis en esa casa, una casa okupa a la cual habíamos llegado hace casi tres meses, pero tan sólo nos encontrábamos ambos ahí en ese momento. Me levanté y me dirigí hacia la puerta. Javier no era precisamente un hombre pacífico y lo que menos quería en esos momentos era tener que detener una pelea.

   —¿¡Qué es lo que quiere!? —caminé más rápido hacia la entrada cuando le oí alzar la voz. Javier era ese tipo de personas que odiaban toda clase de manifestación religiosa y mostraba un fuerte rechazo ante los grupos de mormones, testigos de Jehová y evangélicos que solían visitar todas las casas de este barrio, incluyendo la nuestra.

   —Necesito hablar con la señorita Bones... —dijo la otra voz.

   —¿¡Bones!? ¡Aquí no hay ninguna señorita Bo...!

   —Javier... —le llamé y le miré un poco enojada. Bones era mi apellido; él no lo sabía, no tenía por qué saberlo. Llevábamos tan sólo un mes de novios, si al chico con el que sueles acostarte se le puede llamar así y nos conocíamos apenas hace unos cuatro meses.

La silueta alta de mi amante se movió hacia un lado para dejarme pasar, dejándome ver la delgada figura de la chica que ocultaba tras su cuerpo. Los ojos de esa mujer eran marrones; grandes e infantiles, un mechón de cabello rojizo se escapaba de la toca de monja que vestía y pequeñas pecas adornaban todo su rostro. Era adorable. Pareció alegrarse cuando me vio y sonrió.

Algo extraño se removió en mi interior cuando lo hizo.

   —¿Señorita Ivy? —preguntó—. ¿Ivy Bones?

   —Soy yo —respondí. Javier pareció sorprenderse con mi afirmación y se apartó un poco más, permitiéndome ver por completo a la chica. Vestía un vestido negro y largo que le cubría hasta el cuello y una cruz colgaba de su cuello con una inscripción grabada que se me hizo levemente familiar.

   —Me llamo Claire Whiteriver y vengo desde el orfanato Benevolence... —dijo y Javier dio un respingo a mi lado y noté que estaba a punto de pedirme explicaciones. Le aparté y atravesé el umbral para cerrar la puerta tras de mí. Había algo de mí que nadie sabía; ni mis amigos, ni mi supuesto novio, ni nadie conocido.

   —¿Qué sucede? —me apoyé sobre la puerta cerrada y me crucé de brazos. La pelirroja que tenía frente a mí se sonrojó un poco, parecía nerviosa.

   —Tú y yo nos conocimos hace mucho tiempo... —comenzó, mirando hacia el suelo. La miré, confundida. No la recordaba.

Hace veinticuatro años, mis padres me abandonaron en la puerta de un reconocido orfanato religioso en el inmundo pueblo donde vivíamos. Benevolence era el nombre del lugar que me acogió, un pequeño y dedicado lugar que me dio hogar los primeros diez años de mi vida.

Mi estadía allí era mi secreto mejor guardado.

   —No creo que me recuerdes... —continuó ella—. Yo llegué un mes antes de que tú te fueras y jamás hablamos pero..., necesito pedirte un favor —encarné una ceja, gesto típico mío que hacía cuando algo comenzaba a llamarme la atención.

   —¿Qué favor?

   —¿Sigues cantando aún? —preguntó. Mi cuerpo entero se tensó, ella definitivamente me conocía aunque yo no la recordara. Otro secreto bien guardado, cuando era más pequeña participé en el coro del orfanato, era soprano, una de las mejores. En la actualidad amaba cantar, pero solía hacerlo en secreto, cuando nadie me oía.

   —B-Bueno... —intenté decir.

   —Sé que esto es extraño, Ivy... —Ella parecía tan incómoda como yo con todo esto—. Pero recuerdo bien tu voz. Solía asistir en secreto a las clases del coro para oírte cantar —Y entonces la recordé, recordé mis clases de canto. Siempre veíamos a una pequeña chica al fondo de la capilla, simplemente sentada ahí observando la clase. Mis brazos se destensaron y los dejé caer a mis costados—. El caso es que se está organizando una competencia de voces en Estados Unidos —sonrió y comenzó a hablar en un tono más alegre—. Un representante de cada orfanato tiene que acudir a competir. Pero debe ser alguien que ya haya estado ahí y voluntariamente acceda a participar como colaborador —hizo una pausa y clavó los ojos en los míos, como suplicando—. Estoy a cargo de buscar a ese voluntario y cuando me avisaron no hice otra cosa que pensar en ti —suspiró—. No sabes todo lo que me costó encontrarte. Por favor, necesito que vengas conmigo... —La miré, un poco atontada, sin entender la mitad de lo que había dicho. Todo era muy repentino. ¿Por qué ella había pensado en mí si ni siquiera habíamos hablado cuando estuvimos en el orfanato juntas?

Mis brazos volvieron a cruzarse.

   —Dame un segundo... para procesar todo esto —la miré con desconfianza—. ¿Me estás pidiendo ayuda para un concurso de voces de huérfanos? —me burlé y ella me lanzó una mirada indignada—. Digo, para un concurso de antiguos estudiantes de orfanatos —corregí y ella asintió con la cabeza.

   —Exactamente.

   —Lo siento mucho, pero estás perdiendo tu tiempo —di media vuelta y sujeté la manilla para volver a entrar y dejarla afuera.

   —E-Espera —Ella me agarró del brazo.

   —No estoy interesada —insistí—. Hace años que no canto. Búscate a otra persona... —Sus dedos delgados se aferraron con más fuerza a mi piel.

    —Por favor... —rogó.

   —Existen muchas otras antiguas estudiantes que se alegrarían de representar a Benevolence en cualquier clase de concurso... —me giré molesta para mirarle a la cara, ella dirigió los ojos al suelo, como un perrito regañado—. ¿Qué haces perdiendo tu tiempo aquí?

   —Es que... —titubeó—. Sé que sonará raro, pero tengo un muy buen presentimiento sobre ti —dijo, provocando que yo soltara una ruidosa carcajada.

   —¿Buen presentimiento? Tan sólo mírame —me solté de su agarre y di unos pasos hacia atrás para que me viese bien. Mi perfil no encajaría allí donde sea que ella quisiera llevarme. Mi cabello era corto, me maquillaba, mi ropa no era la de una inocente chica salida de un orfanato. No estaba ni cerca de parecer una chica siquiera con la remera que traía puesta.

   —¡E-Eso no importa! —levantó un poco la voz y aun así sus palabras sonaron dulces—. Sé que puede sonar tonto para ti... —comenzó—. Pero desde el día en que mis padres murieron, me sumí en una horrible depresión... —Con su mano que temblaba, tomó el mechón rebelde que había caído de su frente y lo colocó otra vez debajo de la toca—. Pasé por algunos orfanatos antes de llegar a Benevolence y nadie pudo ayudarme..., pero cuando entré por primera vez a la capilla y te oí cantar... —hizo una pausa y soltó una sonrisa—. Supe que podría superar la muerte de mis padres.

Algo revolvió todos mis órganos cuando le oí decir eso.

Comencé a cambiar de opinión.

   —¿Cuál es el premio? —pregunté.

   —Veinte mil dólares... —contestó ella, algo nerviosa—. Si quieres, podríamos dividir entre el orfanato y tú...

   —No es necesario —sonreí para tranquilizarla—. No me interesa el dinero, no necesito esa mierda —hice una pausa, sólo para hacerle esperar un poco más mi respuesta—. Está bien, iré contigo.

   —¿A dónde dijiste que te ibas? —Javier caminaba detrás de mí apresuradamente mientras yo cogía mi bolso y metía algo de ropa.

   —A Estados Unidos —respondí desinteresadamente, tomando mi cepillo de dientes y la crema dental.

   —No me jodas, ¿Se puede saber por qué vas hacia la cuna del capitalismo? —alzó ligeramente la voz.

   —No —respondí con sequedad y una pizca de ironía en mi voz—. No se puede saber —Él me atrapó en el pasillo y me tomó del brazo.

   —¿Al menos puedes decirme cuándo vuelves? —preguntó y en su voz ronca pude notar que comenzaba a enfadarse. Me quedé callada unos segundos, no había preguntado cuánto tardaría este viaje, ni siquiera sabía bien por qué estaba a punto de marcharme junto a una desconocida. Me solté de su agarre con brusquedad.

   —Una semana —dije lo primero que se me vino a la cabeza.

   —¿¡Una semana!? —gritó—. ¡No puedes! ¿¡Por qué demonios te irás una semana a Estados Unidos!? —dio un paso más hacia mí y las cadenas que colgaban de su cuello chocaron entre sí ruidosamente. Me agarró de los hombros y me sacudió.

   —¿¡Y quién demonios te crees para querer saberlo!? —grité, me había encabronado yo también. Durante el tiempo que llevábamos follando jamás le había visto así de agresivo—. ¿¡Crees que el hecho de que me acueste contigo te da derecho a controlarme!? —Javier se quedó callado, mirándome con ojos rencorosos. Luego me soltó.

   —Haz lo que quieras. Si quieres puedes irte a la mierda.

   —Gracias —solté con burla—. Idiota —Di media vuelta y terminé de meter mi ropa en el bolso. Tomé una botella de agua para el camino y me dispuse a salir de la casa. No necesitábamos una despedida, con ese gesto lo nuestro quedaba terminado. Siempre mis relaciones con los hombres habían sido así de todas formas. No recuerdo haber amado a nadie fuera de la cama. No dependía de nadie.

No necesitaba a nadie.

Cerré la puerta de entrada tras de mí. Ahí estaba ella, bajo el umbral, mirando con ojos preocupados y asustados. Dio un respingo cuando me vio.

  —¿Está todo bien? —preguntó en tono nervioso. Seguramente lo había oído todo. Asentí con la cabeza.

   —Todo bien —sonreí—. De todas formas él era un imbécil —comencé a andar, ella se quedó quieta tras de mí.

   —Lo lamento.

Volteé hacia ella.

   —No lo lamentes —gruñí—. No ha sido tu culpa. Y ahora... si quieres que vaya contigo deja de pensar en lo que acabas de oír —Javier era un idiota. No me interesaba estar con alguien así.

Ella se apresuró para alcanzarme.

   —E-Está bien —tartamudeó y por algún motivo esto me pareció tierno. Comenzó a andar y esta vez fui yo la que empezó a seguirla. Caminó hasta un taxi que estaba estacionado algunos metros más allá y me invitó a entrar.

   —Sube.

   —¿A dónde vamos ahora? —pregunté. Ella sonrió, su sonrisa era dulce, como la de una niña pequeña.

   —¿No es obvio? —abrió la puerta ella misma para que yo entrara y la cerró luego de sentarse a mi lado—. Al aeropuerto —dijo. El taxista sonrió amablemente, ajustó su espejo retrovisor y se puso en marcha.

El día estaba frío, jodidamente frío y los vidrios del coche no tardaron en empañarse. El hombre que manejaba no paraba de mirarnos por el retrovisor y eso me molestaba. Estaba a punto de decirle algo cuando él habló:

   —Lo siento mucho... —comenzó, como si estuviese justificando sus miradas hacia nosotras y carraspeó la garganta mientras encendía el aire acondicionado del coche—. Es que se me hace muy rara la parejita que forman ustedes dos —dijo con una risita y Claire se enderezó en su asiento.

   —B-Bueno... —intentó decir. Noté que se estaba sonrojando, el rubor resaltaba las pecas de sus mejillas.

   —Somos viejas compañeras de escuela —interrumpí distraídamente sin dejar de mirar por la ventana—. Ya sabe, tomamos rumbos diferentes en la vida —giré el rostro hacia ella y la miré fijamente unos segundos—. Ella le dedicó su vida a Dios mientras que yo..., la dediqué a otras cosas —El hombre me miró de reojo por el espejo. Volví mi vista a la ventana—. Estoy estudiando Sociología en la Universidad de Artes y Ciencias Sociales —expliqué. El hombre soltó un silbido de sorpresa.

   —Es extraño que aún ambas sean amigas... —dijo. Ella me miró al mismo tiempo que yo la miraba. No, no éramos amigas. Apenas si la recordaba.

Pero por algún motivo, su presencia no me molestaba en absoluto. Es más, se me hacía muy cómoda.

Nadie habló más durante el viaje.

Media hora después estábamos bajo la puerta de la avioneta en la que nos iríamos. Subí las escalerillas y volví a preguntarme qué demonios estaba haciendo ahí, siguiendo a esa chica de cabellos rojos y aquella toca en la cabeza.

   —Buenos días... —La voz de un hombre interrumpió mis pensamientos. Frené en seco cuando le vi frente a mí—. Bienvenidos a Blue Airlines —Era un hombre alto y delgado. Con un pañuelo secó el exceso de sudor que caía por su cuello y se rascó la barbilla nerviosamente—. Mi nombre es Edward Thompson y seré su capitán —tosió escandalosamente al terminar la frase. Él parecía muy enfermo. Me fijé en su mano que estaba vendada y comencé a sentirme nerviosa. ¿Él podría volar así?

Otro hombre pasó por mi lado y se detuvo al lado del capitán y miró a su compañero de arriba abajo sin poder ocultar una mueca de preocupación.

   —Buenos días... —dijo el segundo hombre, mirando hacia las otras siete personas que estaban ahí, con las que compartiríamos el avión—. Mi nombre es Philip Turner y seré su copiloto —sonrió ampliamente con los perfectos dientes. Él era un hombre guapo. Volvió a mirar a su superior—. ¿Qué te ha pasado en la mano? —susurró, con voz apenas audible.

   —Tuve una pelea antes de ayer en un bar... —explicó el piloto, intentando sonreír—. El idiota al que golpeé me mordió la mano, pero estoy bien —tosió nuevamente.

    —Creo que también pescaste un resfriado, colega —se burló el copiloto mientras se encaminaba junto a su compañero a la cabina de pilotaje y la cerraba tras de sí.

Dos minutos después, su voz se oía por el altoparlante.

   —Señores pasajeros. Muy buenos días y bienvenidos a bordo de su vuelo A703 de Devylrville, Canadá, con destino a la ciudad de Avern, Estados Unidos. Nuestro tiempo de vuelo será de tres horas con veinte minutos a una altitud de siete mil quinientos metros. Por favor, vayan a sus asientos y abrochen sus cinturones de seguridad. El vuelo comenzará en tres minutos.

Seguí a Claire hasta nuestros asientos y con algo de nerviosismo abroché mi cinturón. Era la primera vez que volaba. Ella pareció notarlo.

   —¿Tienes miedo? —preguntó.

   —Claro que no.

Estaba mintiendo. Pero para mi suerte, el avión despegó sin mayor problema.

   —¿Por qué te quedaste en el orfanato? —pregunté. Llevábamos más de una hora de viaje y no habíamos cruzado palabra. Debía romper el hielo. Claire dio un respingo cuando escuchó mi voz.

   —Nunca me adoptaron —respondió, sonriendo. Pero en su rostro no había rastro alguno de felicidad. Mierda, había hecho una mala pregunta.

   —Eso no tiene sentido... —solté—. Tan sólo mírate. Eres adorable —contuve el impulso de cubrirme la boca después de decir eso, había dicho demasiado. La pelirroja empezó a reír.

   —Tú también me pareces adorable —confesó en medio de una carcajada. Hice una mueca.

   —Tienes que estar bromeando —me contagié con su risa—. Pero gracias.

Cuando ambas volvimos al silencio, Claire me lanzó una mirada indescifrable y se me quedó viendo algunos segundos. Me sentí un poco nerviosa.

    —¿Cómo se sintió salir del orfanato? —preguntó por fin. Al parecer, se había mantenido esa interrogante guardada desde hace un rato.

   —Una mierda —respondí casi al mismo tiempo que ella terminaba su pregunta—. El hombre que me adoptó a los diez años intentó hacerme trabajar en una red de prostitución infantil —Claire se llevó las manos a la boca y ahogó un grito cuando me oyó decir eso. Una mueca de horror le desfiguró el rostro.

   —¡Santo cielo...! —exclamó—. ¿Él te obligó a...?

   —No —interrumpí su pregunta—. Logré escapar y vagué durante algunos días hasta que un grupo de chicos me encontró. Era un grupo punk, ellos me encontraron y me acogieron en la casa que tenían tomada —La voz me tembló ligeramente—. Ellos me cuidaron y me educaron. Fue lo mejor que pudo pasarme —sonreí. Mis verdaderos padres adoptivos, esos chicos con ropas rasgadas, piercings por toda la cara y las muñecas llenas de cadenas que me enseñaron lo que era un verdadero hogar habían muerto hace un par de años. Aún les extrañaba.

El avión se sacudió.

   —¿Qué demonios? —El interior volvió a agitarse. ¿Turbulencias?

Claire gritó, asustada.

¿Quién era la asustada ahora?

   —Tranquila, son sólo... —intenté decir, pero el avión sacudiéndose mucho más violentamente que la vez anterior me hizo tragar todas mis palabras. Todo se estremeció y de pronto el lugar se transformó en un griterío histérico. El avión se tambaleó de un lado a otro mientras todo temblaba y un ruido ensordecedor nos hacía estremecer. Una alarma chillona y aguda comenzó a sonar en algún lugar. Miré el altoparlante sobre nuestras cabezas. ¿No se supone que el piloto debe llamar a la calma en estos casos? Claire se aferró a mi brazo. Inconscientemente le acaricié el hombro para calmarla.

Miré por la ventana y la silueta de un manto blanco, como la nieve, apareció lejana a mí.

Con horror descubrí que estábamos cayendo.

   —¡Mierda! —me puse de pie repentinamente y accioné los botones para que las bolsas de  oxigeno cayeran sobre nosotras. Claire estaba sosteniendo la cruz que colgaba de su cuello con ambas manos y la obligué a soltarla para que se colocara la mascarilla. La tomé y la obligué a apoyar la cabeza contra el respaldo del asiento que teníamos adelante, luego llevé sus brazos detrás de su cabeza—. ¡Quédate así! —ordené en un grito ahogado por la mascarilla que me había puesto mientras yo hacía lo mismo. Era una posición incómoda, pero según el folleto de seguridad que nos entregaron antes de entrar al avión y que al parecer sólo yo había leído, ésta era una de las llamadas "posiciones de emergencia". Sólo esperaba que funcionara.

La sensación de mareo se me hizo terrible y los gritos y el ruido de toda la estructura estremeciéndose no ayudaban en nada. Noté que Claire a mi lado lloraba y sentí la necesidad de abrazarla para calmarla, pero no podía hacerlo. Todo se sacudió con más fuerza aún y alguien gritó que estábamos a punto de caer. Cerré los ojos.

No pasó mucho para que eso pasara.

El impacto fue un golpe violento y seco.

Me quedé estática unos segundos en mí lugar, con los ojos apretados, esperando abrirlos y encontrarme nuevamente en el avión a metros y metros de altura. Los abrí y miré hacia el lado contrario, un pasajero yacía inconsciente o muerto en su lugar, con una herida sangrándole aún en la cabeza. El olor a humo me obligó a reaccionar.

   —¡Debemos irnos! —me quité el cinturón y me puse de pie para quitárselo a Claire. La tomé del brazo, tomé nuestros bolsos y la arrastré hacia la puerta de emergencia que, luego de unos segundos de forcejeo, cedió y se abrió.

   —¡Vamos! ¡Vamos, maldita sea! —Ella no podía correr lo suficientemente rápido. La tiré lo más fuerte que pude y a rastras logramos alejarnos del lugar.

Una pequeña explosión se dio a nuestras espaldas.

Claire cayó al suelo y gritó asustada, tapándose los oídos, quizás temiendo que algo más fuerte viniera. Me arrodillé frente a ella y la abracé. No sabía de dónde nacía la necesidad de calmarla y me sorprendí de mí misma al verme intentando protegerla.

   —Ya estamos afuera... —susurré—. Cálmate.

Ella lloró unos minutos sobre mi hombro.

   —Mierda... ¡Mierda! —Una voz llegó a mis oídos. Levanté la vista, alguien se nos acercaba.

El copiloto del avión, Philip Turner, avanzaba en nuestra dirección cojeando mientras disparaba una bengala al aire con una mano e intentaba sostener una mochila con la otra. Me levanté rápidamente.

   —¿¡Qué demonios pasó!? —grité, más enfadada de lo que debía, quizá. Corrí hasta él y lo agarré por el cuello de la camisa.

   —¡Cálmate, por favor!

   —¿¡Que me calme!? ¡El avión en el que volábamos acaba de caer y es tu maldita culpa!

   —¡El piloto se volvió loco! —gritó él, intentando zafarse de mí y sus ojos claros se clavaron directamente en los míos, se veían desesperados. Le solté cuando Claire nos alcanzó.

Él cayó sentado sobre el húmedo y helado suelo. Miré a mí alrededor, sólo había nieve y árboles, nada más. ¿Dónde estábamos?

   —De pronto pareció sentirse mal y comenzó a toser y a vomitar... —prosiguió y captó nuevamente mi atención—. Después el muy idiota me atacó y tuve que golpearle en la cabeza —terminó, sobándose uno de sus brazos heridos.

Caí al suelo yo también.

   —Joder.

   —¿Dónde estamos? —preguntó Claire.

   —Lo último que vi en el tablero es que estamos en la frontera —contestó él—. Si caminamos hacia allá... —apuntó hacia el frente—. Deberíamos llegar a un puesto de control aduanero, quizás en uno o dos días —me miró a mí y luego miró a Claire—. Además, debemos alejarnos de todo este humo, es tóxico —me puse inmediatamente de pie cuando dijo eso.

  —¿No deberíamos ir a ver si queda algún herido? —pregunté. Él negó con la cabeza.

   —Ya lo hice. Todos murieron. Si alguien además de ustedes sobrevivió, hizo bien en escapar de esta humareda. 

Un amargo escalofrío me hizo retorcer el estómago, pero fue sólo eso, un escalofrío. No podía sentir nada más. Sólo pensaba en salir de ahí.

   —Vamos, entonces.

Los tres anduvimos en silencio por unas seis horas, quizás más. Era una suerte tener al copiloto con nosotros que al parecer conocía el camino... o eso creí yo. Nadie habló durante todo ese tiempo que caminamos, nadie podía hablar tampoco. Personalmente yo aún estaba en estado de shock. No podía creer que el avión que había tomado esa mañana había caído y ahora no podía creer que estuviésemos perdidos en la mitad de la nada, con el frío comenzando a helar las articulaciones. No estaba cansada, no tenía hambre, no tenía sed. Sólo el terrible temor de pensar que si dejaba de moverme, iba a morir congelada.

El hombre se detuvo en seco y se llevó las manos a la cabeza.

   —Lo siento... —balbuceó—. No me siento muy bien.

   —Quizás estás fatigado por el hambre... —dijo Claire, sentándose en el suelo y abriendo su mochila para sacar algo—. Empaqué algunos sándwiches...

   —Deberíamos armar un refugio, ya oscurecerá —interrumpió él, negando con la mano—. Iré a buscar algo de leña para encender una fogata... —comenzó a andar, con paso débil hacia algún lugar.

Me preocupó su estado.

   —Deberíamos ir con él —La pelirroja me adivinó el pensamiento. La miré, analizándola. Su rostro parecía cansado. Yo no lo estaba aún.

   —Lo acompañaré yo —dije—. Tú quédate aquí y descansa un poco —Ella pareció incomodarse con lo que le dije.

   —¿Vas a estar bien? —preguntó y yo sonreí.

   —Claro que sí. Sólo iremos allá e intentaremos hacernos con un poco de madera —apunté hacia el lugar al que creí se dirigía Philip, un grupo de árboles que parecían un poco secos en comparación al resto.

   —Está bien. Grita si se desmaya.

   —Bien —sonreí y me despedí de ella para comenzar a trotar hasta alcanzar a Philip. Los árboles no estaban muy lejos, quizás a unos doscientos metros de donde había dejado a Claire.

   —¿Te sientes bien? —pregunté cuando llegué a su lado.

   —Me siento mucho mejor ahora que estás aquí —Él sonrió..., o lo intentó. Su cara se veía muy pálida y cansada. Clavó los ojos en los míos otra vez en una mirada pícara. Sus facciones eran duras, pero su boca y nariz eran finas y recordé que esa mañana le había encontrado guapo. ¿Acaso se dio cuenta e intentaba ligar conmigo?

Nerviosamente, ajusté el cuello de mi chaqueta.

   —No puedo creer que hayamos sobrevivido a esa caída... —empezó a hablar al notar que yo no estaba dispuesta a responder a su anterior comentario—. Quizás esto signifique algo... ¿Crees en el destino? —preguntó, medio balbuceando. Definitivamente ese idiota trataba de ligar conmigo. Me detuve y le obligué a detenerse también.

   —¿Estás intentando ligar conmigo? —pregunté y toqué su frente—. Mierda, estás ardiendo.

   —Eres una chica inteligente, eso me gusta —sonrió—. Y si estoy ardiendo, debe ser por estar mirándote —batallé contra las ganas de golpearle cuando dijo eso.

   —Eres un idiota si crees que sólo porque sobrevivimos juntos a un accidente vas a poder acostarte conmigo... —gruñí, retomando el paso. Él soltó una risita.

   —Guapa, inteligente y difícil de domar... —me lanzó una mirada de arriba abajo que me recorrió por completo. Me sentí aún más molesta—. Me gustan las chicas como tú.

   —Y yo trato de alejarme de los tipos como tú —respondí con sarcasmo y me detuve cuando noté que habíamos llegado a los árboles.

Quitamos ramas y pequeños trozos de corteza de árbol y llevamos junto a nosotros todo lo que pudimos. Cuando volvimos, Claire había transformado un montón de nieve en un adorable picnic familiar. La frazada que suelen entregar en el avión estaba sobre el suelo y unos sándwiches y galletas nos invitaron a una reconfortante comida.

Entonces, cuando la vi ahí sentada esperándonos, tuve una extraña revelación.

Ella era como un hogar.

Nos sentamos y comimos en silencio. No comimos demasiado, sabíamos que el control aduanero estaba cerca pero no sabíamos exactamente cuánto íbamos a tardar, así que decidimos reservar la mayoría de la comida. Luego de un rato, bajo las instrucciones del idiota de Philip, que al parecer también había estado en el ejército, creamos unas especies de cuevas y murallas hechas con nieve que nos servirían como refugio para pasar la noche que ya había bajado.

Al contrario de lo que creí, esos refugios blancos y helados que se asemejaban más a un ataúd de nieve, cumplían bastante bien su función de mantener la temperatura y protegernos algo del viento.

Soy de esas personas que son capaces de dormir en cualquier lugar y así lo hice. No tardé demasiado en cerrar los ojos y dormirme.

Pero para mí, fue un sueño demasiado corto.

Algo me despertó. Una fuerza me tiró del brazo y me levantó con brusquedad. No pude ver nada porque me cubrieron la vista. Intenté gritar, pero otra mano cayó sobre mi boca y presionó con fuerza. La mano de un hombre.

   —Si guardas silencio no te mataré —reconocí esa voz y sentí algo frío chocar contra mi cuello al mismo tiempo que me quitaba la mano de los ojos. ¿Una navaja?

Intenté zafarme, pero no lo logré y en el forcejeo la punta del cuchillo rozó mi cuello y lo cortó superficialmente. Todavía no amanecía y todo aún estaba oscuro. Con horror, comprobé que Philip estaba tras de mí, jadeando sobre mi oreja mientras me obligaba a avanzar con él empleando más fuerza de lo que su enferma voz me sugería. Miré hacia el refugio de Claire, quien aún seguía durmiendo. No podía pedir ayuda.

Me dejé arrastrar.

Me tiró al suelo, algunos metros más allá, lo suficientemente lejos como para que el ruido del viento ahogara toda clase de gritos. Intenté escapar en ese momento, pero él me atrapó y volvió a amenazarme con la navaja. Con el filo de la hoja sobre mi cuello, él me ordenó desvestirme:

   —Quítate la ropa. Si no lo haces te mataré y luego mataré a tu amiguita también —dijo y un nudo se alojó en mi garganta. Él mismo se acercó e intentó con una mano quitarme la chaqueta y la remera. Jadeaba y parecía cansado, pero la fuerza que tenía era incomprensible. Incluso sus ojos parecían enfermos, más oscuros y rodeados por unas intensas ojeras negras. Me agarró del cabello y lo jaló con fuerza.

Solté un grito.

   —¡Que te desvistas, zorra! —volvió a gritar y tosió un poco. Me jaló más fuerte y me zamarreó varias veces.

   —¡D-Déjame! —balbuceé, sintiendo las primeras lágrimas saliendo de mis ojos. Él me soltó repentinamente. Algo le había empujado hacia atrás.

Vi la silueta de Claire delante de mí. Al parecer sí había despertado y había llegado en el momento preciso, justo como lo haría un ángel.

   —¡Puta de mierda! —Philip se levantó con rapidez y se abalanzó contra ella. Iba a matarla. Reaccioné como pude e intenté separarlos. Me golpeó en la cara y luego le hizo un corte a ella en el hombro, rompiéndole parte del vestido.

Él estaba completamente descontrolado. Como un maldito loco, un energúmeno. ¿Se había drogado o algo?

Me abalancé nuevamente sobre él y empecé a golpearlo en la espalda. Él giró, saltó sobre mí y sentí mi mejilla ardiendo ante otro puñetazo. Claire gritó cuando la navaja se posó otra vez en mi cuello.

   —Ahora te quitaré la ropa, te follaré como si fueras una perra y te quedarás quieta —balbuceó apenas. Su voz sonaba más extraña ahora.

   —Lo siento, amigo. Creo que eso no pasará —Una nueva voz se escuchó entre las sombras. Una silueta alta apareció tras Philip y luego, algo parecido a un fierro le golpeó de lleno en la cabeza, dejándole inconsciente.

La silueta oscura volvió a golpearle, esta vez con intención de matarlo. Cerré los ojos y oí un sonido que me puso la piel de gallina. No tenía que estar viendo para saber que así sonaba una cabeza al ser aplastada y destrozada.

¿Nos mataría a nosotras también?

Volví a abrir los ojos. Una mano se extendía sobre mí.

Reconocí ese rostro, de algún lugar; un cabello y unos ojos tan oscuros como un par de obsidianas.

   —¿Estás bien? —preguntó, sonriendo y tomando mi mano.

   —G-Gracias... —balbuceé.

   —Y Noah dijo que era una mala idea venir a buscar leña aquí... —se rió y yo también reí un poco, aunque no entendí ni la mitad de lo que dijo. Era una risa nerviosa, al verme sana y salva—. La gente está actuando muy extraño últimamente... —comenzó, sacando de su chaqueta una cajetilla de cigarrillos y encendió uno—. ¿Me creerás si te digo que un virus los tiene así de locos?

   —No tiene mucho sentido... —dije, mirando el ahora cadáver del copiloto sobre el piso helado. Se lo merecía.

Me quedé viendo a ese chico, sabía que lo conocía de alguna parte.

   —Soy Ethan... —dijo, ofreciéndome su mano para un apretón—. Estudiamos en la misma universidad. Yo estudio Artes.

   —Ivy... —apreté la mano con fuerza—. Sociología —reí—. Y ella es... —me quedé callada cuando miré hacia el frente y vi a Claire llorando a mares—. ¿Claire? —saltó sobre mí y me abrazó con fuerza, jadeé cuando su cuerpo chocó contra el mío—. ¿Claire, estás...?

   —¡Pensé que ese tipo iba a matarte! —lloriqueó contra mi pecho—. ¡Creí que él iba a...!

   —Uh, uh. Pero eso no ha pasado... —Una risa entró en mis oídos. Alguien más se nos acercaba y me relajé cuando noté que Ethan lo recibió con una mano estirada. Ambos chocaron los puños en un saludo amigable—. Y yo que creí que era una mala idea venir aquí —Era un chico, traía un pasamontañas que cubría todo su rostro menos sus ojos, que eran azules, muy claros—. Soy Noah... —se presentó y sus ojos se abrieron cuando me vio—. ¿No te he visto en alguna parte?

   —Estudiamos en la misma universidad —explicó Ethan.

   —Oh. Genial... —Nos miró a todos de arriba abajo y se quitó la chaqueta—. ¿No tienes frío, mujer? Te vas a morir de hipotermia —La colocó sobre los hombros de Claire que tan sólo vestía su vestido y un abrigo de verano, demasiado delgado para estas temperaturas—. Deberías guardar esas lágrimas para cuando de verdad vengan cosas terribles.

   —No seas fastidioso, Noah —le regañó Ethan.

   —¿Fastidioso... yo? —rió el chico y se acercó a Ethan para arrancarle la cajetilla de cigarrillos y sacar uno—. Bien. ¿Están en algún campamento?

   —¿Campamento?

   —¿Llevan más cosas con ustedes...? —miró el cuerpo de Philip en el suelo—. De seguro era un idiota, ¿no? —Claire asintió instintivamente con la cabeza, sin mirar en dirección al cuerpo—. Tiene cara de que merecía que le aplastaras la cabeza —movió el cigarrillo aún sin encender entre sus dedos, como jugando—. Bueno. ¿Y?

   —A algunos metros están nuestros bolsos. Y un poco más lejos el avión —respondió Claire.

   —¿¡Un avión!? —Sus ojos azules nos miraron sorprendidos—. Así que ese fue el estruendo —se quitó el pasamontañas para poder encender el cigarrillo y darle una calada—. Bueno, ¿qué tal si me enseñas el lugar? Les ayudaremos a cargar todo, podremos salvar algunas cosas del avión, de seguro —Claire me miró a mí, algo confundida, buscando que yo respondiera.

Por algún motivo sentí que podía confiar en esos chicos.

   —Planeamos ir a Estados Unidos... —agregó Ethan—. Dicen que aguantará la crisis mucho mejor que nosotros. Pero no podemos ir por el paso fronterizo, oí que está cerrado y lleno de militares, así que tardaremos varios días más en llegar —se encogió de hombros—. Pero calma, no hay prisa... —dijo, al ver mi cara. Estaba aturdida—. Hay un pequeño pueblo entre las montañas en el que podremos parar, descansar y quizás reevaluar nuestra decisión. ¿Quién sabe? Estamos a la mitad de la nada, quizás el virus ni siquiera llegue a este lugar —me sonrió—. En fin, ¿nos acompañan?

Intenté evaluar todas las posibilidades antes de emitir una respuesta. Este chico parecía saber mucho más que nosotras. Lo único que yo tenía claro era el horrible sentimiento de que todo había comenzado a irse a la mierda. Quizás era buena idea buscar ese pueblo entre las montañas y escuchar las explicaciones para toda esta crisis que aún no alcanzaba a comprender.

   —C-Claro... —miré a Claire y asentí con la cabeza. Ella asintió de vuelta. Confiaba en mi decisión.

   —Bien... —Ethan sacó otro cigarrillo de su cajetilla—. Adelántense ustedes —les ordenó a Noah y a Claire.

   —¿Tú no quieres hacerle nada? —La pelirroja pareció sorprender a Ethan cuando le lanzó esa pregunta.

Ethan sonrió y Noah casi rompe en una carcajada.

   —Las chicas no están precisamente dentro de mis gustos —respondió Ethan y Claire frunció el ceño, gesto típico de cualquier persona religiosa ante otra que se acaba de declarar gay. Pero luego, pareció sonreír.

   —Está bien —dijo, alejándose de nosotros y dándole un tirón a Noah para que la siguiera—. Te llevaré a donde están nuestras cosas, ven —Ambos comenzaron a alejarse. El pelinegro y yo nos quedamos quietos en nuestros lugares. Él encendió el cigarrillo que había tomado y me ofreció uno. Lo tomé con gusto.

   —Creo que le gustas —dijo.

   —Es una monja —respondí un poco molesta. Di una calada profunda a mi cigarrillo.

   —Y creo que a ti también te gusta —se burló. Me quedé en silencio unos segundos, pensado. Quizás era así.

   —Antes de que llegaras, ella me había salvado.

Los ojos negros se quedaron fijos sobre la figura de Claire que estaba a punto de desaparecer. Se estaban alejando.

   —Bueno..., parece un ángel.

   —Eso es justamente lo que es —suspiré embobada, mirándola también.

   —Deberías atreverte... —sugirió.

   —¿Qué?

   —El mundo va a colapsar en cualquier momento, créeme —me miró severamente y yo negué con la cabeza—. Si te gusta esa chica, díselo.

   —¿Ivy? ¿Ivy? —Alguien me dio un codazo. Desperté.

Un sueño. Un sueño lleno de recuerdos.

Estábamos en el búnker aún. Claire tenía los grandes ojos sobre mí—. Ivy... —susurró—. Lo siento. No puedo dormir —musitó aún más bajo, ella no quería despertar a nadie, todos dormían. La ventisca estaba más fuerte aún y la tormenta golpeaba contra la estructura.

   —¿Tienes miedo? —le pregunté.

    —No es eso, es sólo que... —No sé si fue culpa del sueño que acababa de tener, pero sentí la necesidad de abrazarla. Ella correspondió mi abrazo.

   —Claire... —pregunté—. ¿Qué harás cuando todo esto termine?

   —No sé... —respondió ella—. ¿Crees que el orfanato siga en pie?

   —No lo sé.

Claire hundió su cabeza en mi hombro. —Yo de verdad quería llevarte a ese concurso... —soltó en un puchero. De mi boca escapó una carcajada. Ella siempre se estaba lamentando por la tontería del concurso.

   —¿Por qué insistes tanto en el concurso?

   —Quería oírte cantar.

   —No quería cantar.

   —No te atreves... —dijo, medio burlándose de mí—. Y eso no es bueno. Hay que atreverse..., sobre todo cuando tienes esa preciosa voz —me separé un poco de ella y suspiré con pesadez.

   —Creo que nunca me he atrevido a muchas cosas... —dije.

   —¿Cómo qué?

«El mundo va a colapsar en cualquier momento, créeme. Si te gusta esa chica, díselo» Las palabras de Ethan el día en que nos encontramos resonaron fuertes en mi cabeza.

Llevé una mano a su cabello y jugué con un mechón rojo. Mis dedos bajaron por su mejilla y acaricié su rostro.

   —¿Ivy?

   —Nunca me atreví a hacer esto... —dije, acercándome a ella otra vez y besándola sin más. Ella tembló, pero no se resistió. No sabía qué estaba haciendo, podía estar a punto de romper una muy buena amistad y de perder a la única persona que había amado fuera de la cama, porque jamás había estado en la cama con ella, pero la amaba como el aire que me mantenía con vida. Pero debía atreverme, el mundo iba a colapsar de todas formas.

Sus labios eran suaves cálidos y sabían a hogar y a protección. Al contrario de lo que creí, ella no me apartó. Su mano acarició la mía y el sentirme aceptada me hizo estremecer de la emoción. Quise decirle tantas, tantas cosas, pero el sabor de sus labios me hizo olvidarme de todas las palabras que tantas veces había pensado en decirle.

Claire, la chica que me oía a escondidas en el coro del orfanato cuando apenas éramos unas niñas. La chica pelirroja que me sacó de mi mundo en tan sólo unos instantes.

La única persona que necesitaba.

Ella; bella, pura y dulce como un ángel.

Mi ángel de cabellos rojos.

 

Notas finales:

Preguntas? comentarios? críticas? pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review :3 

Abrazos a todos
PD: Creo que no les agradecí en su debido momento por los 400 reviews...esto es demasiado grande para mi xD Muchísimas gracias por todo su apoyo! 

Kisses <3


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