El profe no vino otra vez. Siempre es la misma rutina, el Zárate falta, la Marta se va a conversar con la Yuvi o la Doris se duerme sobre la mesa, y la sala se transforma en una especie de abducción mental a los iphones (o cualquier otro smartphone). A veces me dan hasta escalofríos, y no porque sea la más conectada con la realidad, es que en serio esto es medio tétrico. Se juntan de a cinco compañeros a ver el mismo video que ya vieron en el recreo, o se sacan las mismas fotos en los mismos ángulos con los mismísimos amigos en las mismas redes sociales, o juegan esos juegos letales en donde subir de nivel deja de ser desafío para transformarse en obsesión entre otras... aplicaciones.
Y yo... bueno, yo me quedo en el banco con los brazos extendidos sobre la mesa mirando incómoda a mi alrededor. Me gustaría poder "conversar" con alguien de vez en cuando, no sé, tirarle un papel, dibujar sobre su materia, besarle el cuello... Oh.
La que se sienta delante de mí es la Javiera. Rubia, ojos verdes... ni tan verdes... pero verdes, tez blanca, pequeñas pecas constelando su cara, una boca suave, delicada, húmeda que está besando al Tito justo ahora. Ni sé por qué le gusta, a qué clase de mujer le gustaría besar los labios partidos de un jugador de Rugby que lo único que sabe hacer es... tirarse encima de otros hombres. No tiene sentido. De todas formas ella me mira, siempre, disimuladamente, para hacer pequeñas muecas de sutil asco cuando la miro de vuelta. Es un juego que tenemos, supongo, uno que nunca quisimos jugar.
La Javiera ha sido mi fantasía homosexual desde que llegó en séptimo básico, pero ella es otra cosa, inalcanzable, más ahora que se besa con el flameante jugador de rugby cual película gringa. Mi deseo por ella fue mutando con mis hormonas mientras avanzábamos, lo que empezó con un infantil "que la sienten conmigo, que la sienten conmigo" terminó en un carrete de curso gritando como enferma que era la "mina más rica del planeta". Ese no fue un buen día. Creo que desde ese día que no me pesca mucho.
Suspiro. Me pongo a dibujar pequeñas líneas que no se tocan, una tras otra, una tras otra. Pienso en todas las cosas que podría hacer si no me entregara al pánico. A veces, pienso también que nunca voy a satisfacer mis deseos homosexuales, porque estoy obsesionada con la Javiera, o que bastaría con que fuera a una "tardera gay" en el parque para que alguien me besara y dejara de sentir que voy a morir cual Sáfica Virgen, pero justo cuando estoy besando imaginariamente a la primera lesbiana cliché que se cruza... Aparece ella, brillante, limpia, con su falda y camisa impecable, sonriendo sin mostrar los dientes, bajando las pestañas, bajando mis manos, adentrándome, tragando saliva, apretando la garganta y las sábanas, relamiendo mi propia lengua, sonando la cama. Termino. Mi pieza es un desastre. Huele a toallas mojadas y desodorante ambiental (soy adicta al que se llama "espíritu joven", sí ¡ESPÍRITU JOVEN impregnado en todas las paredes!). Voy al baño, me lavo las manos, me lavo los dientes, me despeino, me miro a mi misma y me digo:
- Coni, córtala.
La del espejo se encoje de hombros y replica.
- Me calienta, ¿qué querís que haga si me calienta?
Ambas sabemos que es cierto y nos vamos a dormir.
________________________________________________________________________________
Reminiscencia inverecunda
________________________________________________________________________________
Nunca me han gustado las fiestas porque cuando me invitan no sé de qué hablar, pero esta es la fiesta de gala y mis compañeritos lucen entusiasmados. Están planeando beber en el auto del hermano mayor del Tito, no sé qué hace acá, pero está su auto y a todos nos parece una excelente idea beber ron allá. Odio a Tito y todos sus lazos consanguíneos.
Yo tengo un par de amigos en el curso, el Vicho, el Rodrigo, la Cata y la Simone (es un nombre horrible, lo sé, pero ella encuentra que como feminista, es la mejor bendición que le pudieron haber dejado sus padres). La Simone y el Vicho son mis partners, mis compañeros de vida y burla, y si ellos encuentran que es una estupenda idea ir a beber en el auto del hermano del Tito - potencial pedófilo- entonces yo los sigo.
Nos dirigimos al auto con nuestra mejor pinta disidente. La Simone vestida de hombre (cosas de feminista supongo), el Vicho con sus horrendas zapatillas de skater y yo con el vestido marica que eligieron para mí. Rompí con la imagen andrógina que supuestamente llevo. Yo solo creo que me visto mal (polerones y chalecos largos y negros, añejos, descoloridos, me encantan).
Bebemos, reímos, odio al Tito, jugamos a la botellita (sin besos homosexuales), nos atragantamos con el horrendo sabor del ron más barato del almacén y entramos a la fiesta muy prendidos, como en todas esos videos indies con máscaras de animales y alguna canción de Martin Gárrix de fondo. Já, casi. La verdad, es que entramos con un repugnante olor a alcohol y cocacola, con la garganta rasposa y la ropa impregnada en tabaco. Un desastre. Los profesores enloquecieron y la fiesta duró hasta las once y media de la noche.
Salimos del complejo, chiflando y gritando como primates.
No pasó mucho tiempo antes de que Simone empezara a hincharme los ovarios diciendo cosas como "y no te comiste a nadie, otra vez", "seguirás siendo una lesbiana espiritual por siempre", "¿por qué tienes que estar obsesionada solo con ella?", a lo que respondí -y lo recuerdo porque no estaba ni ebria- que la Javiera era la mina más rica del planeta. Lo que no sabía (o quizás sí, eso no lo recuerdo) es que la acompañaba su madre, y ambas hermosas y compuestas, me habían oído perfectamente. Recuerdo como sus armónicas cejas se arquearon al unísono para mirarme con desprecio. Yo sonreí, me abrigué los flacuchentos hombros y seguí caminando. Por mientras mis amigos estallaban en carcajadas.
Cuando llegué a casa me quité los tacos, el vestido marica y la vergüenza se transformó en calentura. La verdad, es que sus cejas arqueadas y su infinito desprecio me pareció más bien algo sensual a humillante, o quizás sí estaba lo suficientemente ebria.