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The Slave Fighter {DaeUp} por HaePark

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Notas del capitulo:

Holaaa ^-^

Hoy acabé los exámenes de evaluación y me apresuré a celebrarlo subiendo este capítulo.<3

Espero que les guste.<3

Está dedicado a Pandita7, autora del primer review de este fic.<3

2 If the strength was born of fire

Encontré la libertad en mi pensamiento, pues el miedo paraliza y es esclavo, y el amor, es libre.

El traqueteo del tren sobre las vías resonaba en el interior del compartimento, donde los ocupantes eran sacudidos a cada movimiento que realizaba el tren. JongUp se encontraba incómodamente instalado entre una pareja de la tercera edad y la ventana, contra la que tenía oprimida la mejilla. Sobre él y en el interior de la rejilla portaequipajes, las maletas y los bultos se tambaleaban peligrosamente. Aquel día se había levantado a las seis de la mañana y no había podido descansar nada desde entonces.

Su mal humor, siempre acechando al momento de explotar y revelarse en su estado más puro y abrasador, se encontraba entonces especialmente acentuado. Y JongUp ardía en deseos de encontrar a un culpable contra el que liberarlo.

La anciana que tenía al lado se había dormido sobre el hombro de su marido. Sí…si algo bueno estaba teniendo hasta entonces el viaje, era, desde luego, que los compañeros de compartimento no estaban resultando molestos. La mayoría se habían dormido, una proeza que JongUp juzgó muy reveladora, dado el traqueteo, el movimiento, las sacudidas, el ruido y el resto de incomodidades con las que contaba aquel viaje en tren.

Tenía abrazada contra él su mochila, los auriculares en los oídos y sobre las manos el teléfono móvil.      En su pecho, su corazón latía a toda velocidad contra las costillas, y así llevaba todo el viaje. De puro nerviosismo y emoción.

En cuanto el tren hubo abandonado la estación de Gyeonggi-do, hubo de recordarse a sí mismo que ya no había marcha atrás. Pero la partida era dura. Había dejado atrás a su familia, a su instituto, a Dadamato…por un sueño revelado en forma de Taekwondo. La opresión de su corazón no se había aligerado en todo el viaje, y tenía la perenne impresión de que se había dejado algo en casa.

Algo importante, de lo que no conseguía acordarse en ese momento.

El sonido de aviso del tren, anunciando que entraban en una nueva estación, despertó a unos cuantos. El tren se detuvo y las puertas se abrieron. JongUp miró por la ventana como un grupo bastante numeroso de gente subía al interior del vehículo.

Se repantingó como pudo en el asiento. Él no había conseguido relajarse en todo lo que llevaban de trayecto, a pesar de que se sentía agotado. Tenía los músculos agarrotados y tensos, pues no estaba acostumbrado tampoco a permanecer tanto tiempo quieto y constreñido contra la piel de un asiento.

Consultó en su teléfono móvil cuánto tiempo le quedaba hasta Incheon. No mucho. Apenas media hora o una hora más. Volvió a introducirse los auriculares en los oídos y se puso la música lo más fuerte que pudo.

Incheon es una importante metrópoli costera conocida por ser el centro de transporte más importante de Corea del Sur. Es la tercera ciudad más extensa, con la capital y Busán por delante, y se divide en ocho distritos. El distrito en el que se ubicaría el nuevo hogar y escuela de JongUp era el distrito de Dong-gu.

JongUp había estado una sola vez en Incheon anteriormente, una vez en la que tomó un avión en el famoso aeropuerto. Apenas lo recordaba, y,  cuando el paisaje del campo fue siendo paulatinamente sustituido por los altos edificios de la ciudad, no pudo evitar pegar la vista a la ventana, con curiosidad.

Eran las ocho y media de la tarde, y la ciudad tenía un brillo nocturno. Con todos los altos edificios como un mosaico de ventanas iluminadas, focos callejeros, mortecinos pero brillantes, Incheon se presentaba como una ciudad repleta de luz y sombras, que agradó a JongUp.

Las calles se encontraban repletas de vida nocturna. Pudo verlo tras el característico pitido del tren anunciando la llegada, cuando descendió del tren con la maleta a la espalda y se encontró el andén lleno de gente. Gente que subía al tren, gente que bajaba del mismo y se dirigía hacia las puertas de salida.

Aferrando con fuerza sus enseres, JongUp encaró al tren mientras este anunciaba su partida de nuevo, y daba media vuelta para tomar el sentido contrario. El joven tragó saliva. Hasta ahí había sido más o menos sencillo, había consistido en dejarse llevar. A partir de entonces le tocaría asumir las consecuencias de sus actos y elecciones.

Se prometió a sí mismo que no se dejaría desanimar tampoco pronto. JongUp se encaminó hacia la salida de la estación, y, una vez en la calle, pidió un taxi.

 —A la academia Mato—le pidió al conductor.

El vehículo se desplazó velozmente por las calles prófugamente iluminadas hacia los sitios menos concéntricos de la ciudad. Al parecer, la academia Mato no se encontraba en Dong-gu central, sino en las afueras del distrito.

No fue un trayecto muy largo, a JongUp solo le dio tiempo a escuchar una o dos canciones más antes de que el taxista frenara en seco frente a una especie de escalinata de piedra. Frente a ella  había un enorme cartel con hangul grabado en letras negras.

El conductor abrió las puertas del coche presionando un interruptor.

—Son diez won.

JongUp los deslizó en la palma de su mano antes de agarrar su maleta y salir del coche. Agradeció al conductor con una inclinación de cabeza. Cuando el coche arrancó de nuevo y se perdió en la lejanía, JongUp miró hacia delante.

Un cartel iluminado por un farolillo. Una escalera de piedra. Y detrás…la más absoluta oscuridad.

El indicador era de madera y rezaba así:

¡Cuidado con los escalones!

Bajo la inscripción alguien había dibujado dibujos ofensivos y había añadido comentarios de todo tipo. JongUp suspiró, se encogió de hombros y se dispuso a subir los peligrosos escalones.

Descubrió que presentaban irregularidades. Al ser de noche y estar aquel sitio iluminado únicamente por el farolillo del cartel, a JongUp le costó algún tropiezo encaramarse a lo alto de la escalera.

Cuando lo hizo, el paisaje le robó todo el aire y alteró el latido de su corazón durante un pequeño instante.

Se encontró con un edificio alto, tan alto que su oscura sombra se perdía en el oscuro cielo nocturno; y su fachada se encontraba cubierta de maleza exótica. Pequeños árboles de tronco delgado y copa humilde sobre una alfombra de flores que JongUp había visto sobre todo en algunas películas ambientadas en Asia antigua. Flores moradas, rojas, amarillas. Bordeaban un pequeño estanque cuyo gorgoteo era el único sonido que poblaba la noche. Se trataba de un jardín extenso, que por lo que JongUp pudo ver cubría toda la elevación del terreno sobre la que se encontraba situada la academia Mato, y estaba dotado de la clásica decoración llena de misticismo, típica de las culturas asiáticas.

JongUp se quedó anonadado unos momentos contemplando aquel paisaje. La academia Dadamato también tenía su toque nacionalista asiático, pero no a aquel nivel. La academia Dadamato se encontraba en el centro de la civilización, frente a un parque infantil y situada entre un polideportivo y una tienda de comestibles; su intento de recreación había sido más un simple adorno. Sin embargo, el jardín de la academia Mato daba la impresión de luchar por la ruptura total con la civilización moderna y retornar a la Asia Imperial.

Con su maleta fuertemente asida, atravesó el jardín como pudo para evitar pisar las plantas. No había un camino marcado, y las flores alcanzaban hasta la puerta de entrada. Sin embargo, en el umbral, encontró un telefonillo. JongUp no hubiera esperado encontrarse algún artilugio eléctrico en medio de tanto misticismo. Y, en cierto modo, le daba un toque peculiar, como si confrontara ambos estilos.

Pulsó el timbre y aguardó. Unos segundos después, la puerta principal se abrió de manera automática.

Jurándose para sus adentros que aquel sitio era verdaderamente raro, JongUp penetró en la academia Mato.

El vestíbulo contaba con una iluminación precaria proveniente de una lámpara situada en el techo.

A ambos lados, puertas. El corredor parecía atravesar de parte a parte la escuela, por lo que era largo, y en el otro extremo del mismo había otra puerta, que daría al otro lado del peculiar jardín.

La única escalera de subida se encontraba a su derecha, y no era muy amplia.

—¿Debería subir? —se preguntó.

Obviamente, no obtuvo respuesta.

Se cargó la maleta a la espalda de nuevo y emprendió la subida. Sin embargo, no pudo llegar al primer piso porque entre él y la escalera había una puerta cerrada a cal y canto.

Dio media vuelta. Otra vez en el vestíbulo, decidió que su próximo paso sería explorar la puerta de atrás.

Huelga decir que JongUp no tenía ganas precisamente de explorar, sino de hablar con alguno de los superiores que se encontrara al cargo de ese sitio y que le indicaran lo que hacer. Estaba muy cansado como para tener que idear soluciones por sí solo. Y algo huraño, se preguntó, ¿Acaso no tienen a nadie preparado para recibir a los alumnos que hoy debían llegar aquí?

No era muy tarde. JongUp calculó que serían en torno a las nueve de la noche.

Como había resuelto hacer, cruzó el corredor a largas zancadas, asió el pomo de la puerta opuesta, —que sí se encontraba abierta—, y salió.

En efecto, se encontró en la parte de detrás de la academia. Y era aún más alucinante que la de delante.

—¡Vamos! ¡Inténtalo de nuevo!

Chicos corriendo, aupándose con la ayuda de unas largas y afiladas estacas, desarrollando verdaderas piruetas…llaves aquí y allá, el suelo se llenaba de chicos que caían al ser derrotados. En la elevada meseta, con unas rocosas colinas a la derecha y el mar amarillo a la izquierda, había un verdadero campo de entrenamiento. Natural. Sobre la hierba fresca.

Lo iluminaban cuatro farolillos, como el que había encontrado frente al cartel, y situados en los cuatro puntos cardinales. Era impresionante ver aquel espectáculo de lucha nocturna enmarcado frente a tan bello paisaje. JongUp sintió un retortijón, cuya naturaleza no fue capaz de definir, atenazándole las entrañas.

Algunos de los chicos que peleaban más cerca de él repararon de pronto en su presencia.

Uno de ellos, que acababa de tumbar a su contrincante, se acercó a él apenas unos pasos.

—¡Ey! ¿Otro nuevo?

JongUp asintió. Su interlocutor soltó una risotada.

—¿De dónde eres?

—De Gyeonggi-do—replicó.

—¿De Dadamato?

JongUp afirmó con una seca cabezada.

—¡Cool! Eres el primero que llega de Dadamato.

JongUp cabeceó con algo de tristeza incipiente. Ninguno de sus compañeros había llegado donde él, así que estaría solo.

—Yo me llamo Lee GunWoo, y él—señaló a su contrincante, que en aquel momento se encontraba incorporándose, aunque no sin dificultad, del suelo—se llama Choi JungHong, aunque todos le llamamos Zelo.

El chico se volvió hacia él. Era más bajo que GunWoo y considerablemente más joven.

—Encantado—jadeó. Miró de reojo a JongUp mientras recuperaba el aliento. De pronto, pareció darse cuenta de algo y su necesidad de tomar aire se convirtió de inmediato en algo secundario. Con los ojos brillantes, exclamó: —¡¿No eres tú el que ganó el torneo nacional este verano?!

—Sí, soy yo.

GunWoo sonrió apenas perceptiblemente.

JungHong, o Zelo, se mostró realmente impresionado.

—¡Genial! Yo también estaba en el torneo, aunque me eliminaron en la primera fase. Lo hice muy mal, ¿Verdad? ¿Me viste? —JongUp negó— Me gusta mucho tu técnica. Desde que te vi hacerla he querido aprenderla. ¿Me la enseñarás?

JongUp se sintió algo cohibido por su entusiasmo.

—No sé a qué técnica te refieres. Yo luché como me enseñaron en Dadamato, con las llaves, y los movimientos…—era lo básico del Taekwondo, o de la lucha cuerpo a cuerpo. Si Zelo había llegado a donde estaba, por fuerza tenía que conocer todos los instrumentos de la materia también.

Abrió la boca para contestarle, pero para entonces se habían acercado más curiosos a conocer al recién llegado.

—Supongo que estarás cansado—GunWoo le puso una mano sobre el hombro. Aún sonreía—. Creo que debería enseñarte la habitación. Mañana podrás enseñarnos tus trucos de estrella.

JongUp se sintió bastante ofendido por el último comentario. Si por él fuera, hubiera preferido pasar desapercibido. Aunque el verdadero motivo de su humildad probablemente no sería evitar el interés de sus compañeros, sino eludir precisamente lo que acababa de pasar; que uno de ellos insistiera en que él le enseñara algo. JongUp cada vez estaba más convencido de que había ganado por pura suerte. No tenía nada que enseñarle a nadie.

Pese a su molestia, dejó de buen grado que GunWoo lo condujera de vuelta al interior del edificio. En vez de subir por la escalera por la que había subido él, GunWoo abrió una de las puertas que se encontraban a los lados.

—Bienvenido a nuestro dulce hogar—dijo sardónico.

Se apartó del marco de la puerta para dejar a JongUp pasar primero. Y JongUp entró mirando a los lados con curiosidad. A un costado de la puerta había un interruptor. Lo pulsó, y la sala presentó una iluminación mucho más apropiada para la vista que la del corredor.

Era un cuarto desnudo y amplio. Las paredes se hallaban cubiertas de paneles correderos enmarcados en plástico negro, y exentos de decoración de ningún tipo. En el suelo había dispuestos unos veinte futones distribuidos en dos hileras. Sobre la mayoría de ellos había algo, ropa, libros, auriculares, esparcido en el más absoluto desorden. Pese a que los veinte futones ocupaban buena parte de la habitación, aún quedaba mucha fracción de suelo libre.

—Aún queda algún futón libre—dijo GunWoo—Pero son los peores. Mala suerte, por no haber llegado antes. Tienes este—señaló uno que se encontraba en la fila más lejana a la puerta, entre la pared y el futón de al lado, con la ventana de frente—Está bien, pero verás cuando el sol te dé en la cara a las seis de la mañana…y este—indicó el más próximo a la puerta—Lo único malo es que el fondo del futón está rallado con un cúter.

JongUp sacudió la cabeza.

—Me quedo con este—llevó sus pertenencias hacia el primero que había indicado GunWoo, el que se encontraba más alejado a la puerta de entrada.

Dejó su maleta sobre la cama.

—¿Dónde guardáis la ropa? —preguntó.

—Los paneles se corren, mira—se situó frente a él y presionó el panel para moverlo; éste se deslizó hacia la derecha y dejó a la vista un espacio libre con dos baldas repletas de ropa desorganizada—. Éste es mi armario. El tuyo estará donde encuentres sitio libre.

JongUp resolvió hacerlo luego.

GunWoo se sentó en el futón de al lado del de JongUp.

—Déjame contarte cómo van más o menos las cosas aquí.

JongUp se sentó cruzado de piernas y asintió.

—Aquí hay unos cuantos profesores, no muchos. Pero son estrictos. Créeme, llevo un día aquí y lo he comprobado. A las siete de la mañana nos ponemos todos en pie y tenemos que ir rápido al patio posterior, al de entrenamiento. Allí celebramos la ceremonia de alzar la bandera surcoreana.

JongUp alzó una ceja, escéptico. GunWoo prosiguió:

—Luego, vamos todos al comedor, donde tomamos el desayuno. Durante la mañana hay clases escolares normales. Después, tras la comida, tienen lugar los entrenamientos, que se prolongan hasta las nueve.

JongUp resopló.

—Es duro, lo sé, pero es su método para convertirnos en luchadores profesionales. Además, los fines de semana tenemos entrenamiento únicamente por la mañana y el resto del día libre. Podemos bajar a Incheon, ir a la playa, o simplemente gandulear por la escuela.

—¿Todos los chicos dormimos aquí? ¿Solo somos veinte?

—No, hay otro dormitorio de chicos, y luego uno de chicas. Según los profesores, de vez en cuando competiremos sanamente entre nosotros por demostrar la primacía de nuestro dormitorio. Y el ganador resulta eximido de la ceremonia de la bandera durante los dos meses seguidos a la victoria.

JongUp no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Y dónde se encuentran los profesores ahora mismo?

—En breve los conocerás—consultó su reloj—quedan diez minutos para la cena.

La imagen de la “cena” que se formó en la mente de JongUp al oír esas palabras distó bastante de lo que luego se encontró cuando GunWoo y él se encaminaron al comedor.

El comedor se encontraba también en la planta baja y era la puerta más cercana a la de entrada. Al igual que el dormitorio, se encontraba desnudo y envuelta en paneles correderos, y por único mobiliario se encontraban tres alargadas mesas bajas, dispuestas de manera enfrentada, y unos veinte cojines en torno a cada una. En un rincón había una mesa más pequeña, algo más alta. A ella se encontraban sentados tres hombres y una mujer, a todas luces los profesores de los que GunWoo le había hablado.

Ya reinaba algo de agitación en aquella estancia cuando JongUp y GunWoo entraron.  Se dirigieron a la mesa de la izquierda, en torno a la cual ya había sentados unos diez chicos. Éstos saludaron a los recién llegados, que se sentaron junto a ellos.

Sobre la mesa había dispuestas fuentes de alimentos exóticos, trozos de pescado crudo muy especiados, sopa de miso y salsas. JongUp pensó que ni la gastronomía de aquel sitio era normal.

Frente a ellos había otra mesa de chicos, y después, un grupo de chicas enfundadas en dobok negros y con el cabello recogido que charlaban animadamente mientras comían.

La conversación en la mesa de JongUp giró en torno a las academias anteriores y al entrenamiento recibido.

—Yo era de la academia Tatsmato—contaba uno mientras hincaba los palillos en una fuente de salmón— Muy buena, pero con un ambiente de rivalidad insufrible.

—¿Ganaste la beca? —inquirió el que se encontraba sentado a su lado.

Él asintió.

—Obtuve la victoria en una competición en Japón y se me ofreció una plaza aquí. La mayor parte de los que nos encontramos aquí es gracias a becas.

Algunos asintieron, corroborando sus palabras.

—Yo soy de Totomato, pero opino que la escuela de los campeones es Kekemato. —dijo otro.

—Bueno, realmente el último torneo no avaló eso, ¿No? Me refiero a que el último campeón juvenil de Corea era de Dadamato.

Hubo alguna risita.

—Pero ya veis que de Dadamato no ha venido absolutamente nadie.

JongUp carraspeó.

—¿Alguno de vosotros asistió al torneo nacional?

Los tres o cuatro chicos que hablaban con él en ese momento negaron. GunWoo miraba a JongUp divertido, como espiando su reacción. Pero JongUp no añadió nada más.

—La mayor parte de los que se encuentran en este programa ahora mismo pertenecían a Kekemato—continuó el primero—Kekemato es la escuela de los vencedores desde tiempos inmemoriales, y el resultado de un único año no va a cambiar esa concepción.

—Kekemato es ambiciosa—terció otro.

JongUp no conocía a nadie de Kekemato, ni siquiera sabía cuál era el color oficial. La conversación se encaminó entonces a ensalzar a ShiShimato, la escuela roja, y a cada comentario que se pronunciaba JongUp se sentía más y más excluido. Hasta que, finalmente, se dedicó a comer en silencio, abstraído en sus propios pensamientos. ¿Qué le importaban a él las diferentes escuelas que hubiera si eran rivales de Dadamato?

Cuando terminó la cena, se levantó.

—¿Ya te vas? —preguntaron los chicos.

—Tengo que deshacer la maleta.

La conversación prosiguió en la sobremesa mientras JongUp se encaminó al dormitorio de nuevo. Se sentía exhausto. Habían sido demasiadas emociones para un único día. Y sentía cierto temor ante lo que sucedería al día siguiente.

No era él, se dijo. Eran sus movimientos, su concentración, su talento y su audacia, lo que le habían llevado a la victoria una vez y los que volverían a encaminarle a ella. No él por sí mismo. Mientras fuera implacable, valiente, y feroz, nadie podría derrotarle.

Absolutamente nadie.

Con esa nueva determinación, abrió la puerta del dormitorio y fue directo hacia su maleta.

Se sentó sobre su cama y la abrió. Encontró el equipaje desorganizado y revuelto. Los geles de ducha se habían abierto y desparramado su contenido sobre la ropa. Maldijo el viaje en tren y los bamboleos de este mismo en su mente mientras se concedía un par de segundos para asimilar el desastre que tendría que recoger a continuación.

Entonces, oyó una respiración.

Lenta, tranquila, y pausada.

A su lado.

Se giró, alarmado. En el futón de al lado, bajo la sábana, había una cabellera dorada y revuelta que enmarcaba un rostro alargado y delicado, dos ojos rasgados, cubiertos de gruesas pestañas negras y cerrados, y unos labios gruesos y blandos de aspecto. Un chico probablemente algo más mayor que él, propietario de un rostro realmente angelical. Y se encontraba profundamente dormido.

JongUp frunció el ceño. Con cuidado para no despertarle con algún ruido, fue sacando la ropa del interior de la maleta y la dejó sobre la cama formando dos montones, ropa que podría utilizar y aquella que tendría que lavar antes de que volviera a ser servible.

Una vez separada, tomó la limpia y fue a buscar un panel libre. Lo encontró cuando ya había dado por perdida su empresa y bastante lejos de su cama. Fue metiendo la ropa rezongando en voz baja.

—¿Mmh…? ¿Quién eres?

El chico dormido acababa de despertar. Su voz era suave, por lo que no asustó a JongUp, quien solo lo miró de reojo.

—Buenos días—respondió.

El chico se incorporó sobre el futón. Se frotó los ojos y miró a JongUp.

—¿Quién…quién eres?

JongUp seguía metiendo ropa en el armario.

—Me llamo Moon Jong Eob. ¿Y tú?

El chico no contestó. Y cuando JongUp lo miró por el rabillo del ojo, interrogante, vio que la expresión del otro chico era de completa animadversión.

Notas finales:

¿Les gustó? *-* 

Subiré el próximo capítulo quizá mañana, como tarde el viernes...

Por cada review que dejan, al director de la TS Entertainment le sale una almorrana.<3

 


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