Doce horas antes...
—¡Oh, venga ya! Estamos hablando de inseminación artificial —dijo Krystal parpadeando con incredulidad—. Eso hace que se pierda toda la diversión.
Kibum apuró su martini y se echó hacia atrás en el mullido sofá de cuero del casino. Mientras consideraba tomarse otra copa ignoró como pudo la discusión de las otras dos damas de honor.
Parecía que les era indiferente que fuera de el de quien estaban hablando, y de que ya hubiese tomado una decisión.
—La diversión viene nueve meses
después —replicó Yuri—: una
personita con su pijamita, su gorrito de
lana y su chupete. Y sin ninguno de los
"efectos secundarios" indeseados que
tendría tu plan.
El "plan'' de Krystal, si Kibum no lo
había entendido mal, giraba en torno a la camiseta que había doblada sobre la
mesita baja entre ellas. Una camiseta blanca que tenía escrito: QUIERO
UN HIJO TUYO.
—Porque, a ver, hablando en serio — continuó Yuri—: imaginemos que
Kibum se la pone. ¿Quién te dice que el
primer tipo que lo aborde, atraído por
esa camiseta tuya, no tenga el virus del
Ébola o algo peor? Es una locura
practicar el sexo con un desconocido y sin preservativo y estás intentando
convencer a Kibum de que lo haga. Kibum levantó de nuevo su vaso, lo
puso boca abajo, y observó cómo se deslizaba hasta el borde la última gota
de martini. La atrapó con la lengua y
rogó por que la camarera lo interpretase
como un ruego desesperado de que
necesitaba otra copa. Y pronto.
—Eres una puritana; es patético —le
contestó krystal
—Lo que soy es una dama y por eso no voy a decir lo que eres tú —le espetó Yuri
—Chicas, por favor —intervino
Kibum, antes de que llegara la sangre al
río—. Agradezco que os preocupéis por
mí, pero no quiero que discutáis.
No era verdad que lo agradeciese.
Habría preferido parecerles tan soso que
no hubiesen sido capaces de recordar su
nombre en todo el fin de semana y que lo hubiesen ignorado durante toda la cena.
Pero como su madre era incapaz de
guardar un secreto, toda la familia se había enterado de que iba a someterse a
una inseminación artificial dentro de dos meses, y, al llegar a Las Vegas para la boda de su primo Heechul, se había
encontrado con una tempestad de opiniones encontradas con respecto a su decisión.
—Krystal, me encanta, de verdad que me encanta esta camiseta, pero donde va a
ir es a mi baúl de los recuerdos. Y
Yuri, agradezco tu apoyo, pero... Yuri, levantó una mano para interrumpirlo.
—En realidad no es que apoye lo que has decidido hacer; pienso que deberías esperar a encontrar un marido, como el
resto de nosotras.
Los recuerdos de los dos años que había estado saliendo con Mir, asaltaron a Kibum, y sintió que el remolino de emociones descarnadas, vergüenza, ira, frustración, impotencia,
amenazaba con absorberla. No podía dejar que eso ocurriera.
Las palabras de Mir acudieron a su
mente: "Kibum, te juro que yo mismo no podía imaginar que esto fuera a pasar. De repente me di cuenta de que seguía
enamorado de ella".
No iba a volver a darle vueltas otra
vez a eso, no iba a perder ni un segundo
más de su vida desperdiciando un solo pensamiento en el hombre que se había
marchado a una conferencia hablando de formar una familia con el y había vuelto casado con otra.
Se irguió y tomó las riendas de sus pensamientos. No necesitaba a Mir.
No necesitaba a ningún hombre para
tener el hijo que siempre había deseado.
Bueno, solo necesitaba a uno que
hubiese pasado cinco minutos a solas
con un vaso de plástico en un banco de
semen.
Yuri suspiró y le dijo:
—Criar a un hijo es algo muy
especial, pero, si esperas a que aparezca
tu príncipe azul, tendrás a alguien con
quien compartirlo, y será aún más dulce.
—Bueno, en realidad... —comenzó a
responder Kibum, pero Yuri no había
terminado.
—Tú y toda la gente como tú sois el
problema que tiene nuestra sociedad. La
vida no es obtener lo que quieres en el
instante en el que tú quieres; hay cosas por las que merece la pena esperar. Pero
dicho eso, entre acostarte con un extraño
que podría tener algo contagioso y lo de
la inseminación artificial, respaldo lo
segundo.
Kibum sintió que le ardían las
mejillas de ira, pero pensó en su primo Heechul y en cómo se sentiría si sus dos damas de honor (tres contandolo a el) se pusieran a tirarse de
los pelos y se mordió la lengua.
—Ya veo. Bueno, pues gracias por.....por darme tu opinión al respecto.
A Krystal se le escapó la risa por la
nariz y Kibum estiró el cuello, intentando avistar a la camarera. Sin
embargo, lo que captó su atención fue el
hombre que pasó por delante de su mesa en ese momento con una mano levantada, como saludando a alguien.
Era guapo en el
sentido más tradicional de la palabra:
anchos hombros, atlético... La simetría
de sus facciones era tan perfecta que
habría sido un rostro casi anodino de no
ser por la boca.
Tenía una sonrisa seductora de truhán,
de esas en las que solo la mitad de la
boca se molesta en sonreír. Era la clase
de sonrisa que hacía que una mujer perdiese el norte intentando desentrañar
los misterios que escondía.
Pero Kibum ya estaba escarmentado,
y apartó la vista de la mesa en la que el
tipo se sentó con un amigo, o socio, o lo
que fuera, y giró de nuevo la cabeza hacia Krystal y Yuri... que estaban
mirándola fijamente.
Tina se inclinó hacia delante,
apoyando los codos en la mesa.
—¿Buscando un espécimen con los
genes apropiados para que haga de
donante, Kibum? —le preguntó con una
sonrisa burlona y una ceja enarcada
—.
Ese que ha pasado, ¿te parece que
podría dar la talla?
Yuri entornó los ojos.
—El traje que lleva le queda
demasiado bien; tiene que ser hecho a
medida —murmuró—. Y mirad ese
reloj, y los gemelos... Ese tipo es un
buen partido, está claro. Kibum, deprisa, cruza las piernas.
Krystal, haz que mire hacia aquí.
Kibum abrió la boca para protestar,
pero Krystal era una mujer de acción y no
se hizo de rogar.
—¡Vaya, Kibum! —exclamó—.
¡Sabía que eras gimnasta, pero no tenía
ni idea de que alguien pudiera hacer eso
con las piernas! —luego esbozó una
sonrisa insolente y se cruzó de brazos,
echándose hacia atrás en su asiento—.
No hace falta que me des las gracias.
Yuri y ella se echaron a reír, y
Kibum se puso roja como una amapola y
bajó la vista a la mesa deseando que se
lo tragara la tierra, o que su vaso vacío
se rellenase solo por arte de magia.
—Puede que ahora no lo veas así,
pero estás mejor sin ella.
Irritado, Kim Jonghyun se irguió en su
asiento y removió el whisky con hielo
de su vaso con un giro de muñeca
mientras escuchaba a su mejor amigo, Choi Minho, al que conocía desde hacía
años.
—Ya. Intentaré recordármelo.
—Sekyung y tú llevabais casi un año
juntos; es normal que estés dolido.
¿Dolido? Jonghyun apretó la mandíbula.
Aquello no era lo que había esperado
cuando Minho lo había convencido de ir a
Las Vegas esa noche para que se
olvidara de todo.
—Sería un golpe al ego de cualquier hombre —continuó Minho
—, y con un ego
como el tuyo...
Jonghyun resopló molesto.
—Si vamos a hablar de egos, tú
tampoco te quedas corto.
—Sí, bueno, de acuerdo. Lo único
que estoy diciendo es que hace dos
semanas estabas dispuesto a casarte con
ella, así que no me creo que el hecho de
que te haya dejado te dé igual, como
intentas hacer ver.
Jonghyun sonrió.
—Estoy bien, Minho, en serio. Sekyung era
una chica estupenda, pero cuando me
dijo lo que tenía que decirme... me sentí
más aliviado que otra cosa.
Por el gruñido que soltó Minho era
evidente que no se lo tragaba. Y, bueno, hasta cierto punto podía ser que tuviera
razón, pero no en el sentido que
imaginaba.
No estaba destrozado porque se
hubiese acabado su relación. No podía
estarlo porque no había dejado que su
corazón pasara a ser parte de la
ecuación. Podía parecer cruel, pero era
la verdad. Y era algo que Sekyung había
entendido desde el principio.
Lo del amor no iba con él. Conocía demasiado bien lo destructivo que podía
llegar a ser, porque lo había
experimentado en sus propias carnes.
Lo que él quería era formar una
familia. La clase de familia de la que él
no había podido formar parte, aunque era lo que siempre había deseado. La
clase de familia de la que su padre no le
había considerado digno de formar parte
porque era un hijo bastardo.
Había muchas cosas sin las que había
pasado en su infancia, cosas que se
había volcado en conseguir ya de adulto:
dinero, respeto, su propia casa... y el
próspero negocio que dirigía con mano
férrea.
Sin embargo, para formar una familia
necesitaba una compañera. Creía
haberla encontrado en Sekyung, que tenía
estudios, pertenecía a una buena familia,
era una mujer con la cabeza en su sitio y
no tenía esa dependencia emocional que
mostraban otras personas. Parecía la
elección perfecta. O eso había pensado hasta el día en que, cuando estaban
comiendo, había doblado su servilleta,
la había dejado junto al plato, y le había
dicho sin alterarse que quería un
matrimonio basado en algo más que lo
que había entre ellos. Había pensado
que podría conformarse con lo que él le
ofrecía, pero se había dado cuenta de que no.
Él lo había aceptado. La honraba que
hubiese tenido el buen juicio de
decírselo a tiempo, antes de que
pronunciaran sus votos.
De modo que no, no le había roto el
corazón. ¿Que si estaba decepcionado?
Pues sí. Pero se sentía inmensamente
aliviado de no haberse casado con ella.
—Creo que te sientes solo, que estás
triste —continuó diciendo Minho.
Jonghyun apuró su copa y notó como el
alcohol le quemaba la garganta y ese
calor descendía hacia su estómago.
Necesitaba otra copa.
—Recuerda que hay otros peces en el
mar —añadió Minho
¿Dónde estaría la camarera?
—Como las dos chicas y el chico de esa mesa,
sin ir más lejos. ¿No las has oído?
Parece que el es un gimnasta. Seguro que es muy flexible en la cama
—dijo Minho con una sonrisa lobuna.
Jonghyun enarcó una ceja y giró un
poco la cabeza.
—¿Cuál ?
Minho se rio.
—No lo sé; lo he dicho para
asegurarme de que estabas
escuchándome. Me preocupo por ti, tío.
Jonghyun lo sabía. La amistad de Minho había sido la única constante en su vida
desde el día en que había dejado atrás la
pobreza entre la que se había criado y
había sido enviado al internado más
exclusivo de la costa este a los trece
años. El ser un hijo ilegítimo lo había
convertido en un chiquillo resentido, y
Minho había tenido la mala suerte de que le
tocara como compañero de cuarto. No le
había dado muchos motivos para caerle
bien, pero por alguna razón le había
caído bien, y se habían hecho amigos.
—Lo sé —dijo esbozando una sonrisa
—. Bueno, ¿dónde está ese gimnasta?
Dos rondas y unos cuarenta minutos
después, Jonghyun se había quedado solo
en la mesa porque Minho, que había estado
flirteando con la camarera, había
acabado desapareciendo con ella.
Se sacó la cartera del bolsillo, dejó
unos cuantos billetes en la mesa y puso su vaso vacío encima. Todavía quedaba
mucha noche por delante, y no tenía
ganas de volver. Podría ir a una
de las mesas en las que estaban jugando
a las cartas, o comer algo, o buscar
compañía. O no. Estaba de lo más
apático y...
—Disculpe.
Jonghyun alzó la vista, pensando que
sería una camarera que se había
acercado a recoger y limpiar su mesa,
pero en vez de eso se encontró con el
Peli negro que estaba con dos amigas en otra
mesa, el que Minho creía que era gimnasta.
A juzgar por su estatura y la curvilínea
figura enfundada en un pantalon apretado
oscuro, no parecía un gimnasta. No
estaba nada mal.
—Hola —lo saludó—. ¿Puedo hacer
algo por ti?
El peli negro , de ojos gatunos,
sonrió vergonzoso.
—Verás, me he dado cuenta de que
estabas a punto de irte, y te estaría muy agradecido si me dejaras salir de aquí
contigo, como si nos estuviésemos
yendo juntos.
Vaya. Jonghyun parpadeó.
—¿Solo "como si"? —inquirió
decepcionado.
Kibum sonrió de nuevo y se pasó una mano por el cabello.
—Sí, bueno, es que mis... amigas
vieron que me fijé en ti cuando llegaste y..... en fin, no te imaginas lo pesadas que
han estado todo el tiempo, así que les he
dicho que me acercaría para ver si
estabas interesado con tal de que me dejen tranquilo.
De modo que se había fijado en él..., pensó Jonghyun, permitiéndose recorrer su
esbelta figura con la mirada. Sí, no estaba nada mal, aunque el peli negro lo reprendiera moviendo el dedo cuando
volvió a alzar la vista a su rostro.
—Ah... ah... de eso nada —le advirtió
—. Mira, eres guapo, pero yo lo que quiero es salir de aquí.
Él sonrió divertido y al girar la
cabeza vio que sus amigas estaban
mirándolos.
—No son muy sutiles.
Kibum se encogió de hombros.
—No, por lo que sé de ellas no
parece que la palabra "sutil" forme
parte de su vocabulario.
Jonghyun enarcó una ceja.
—¿Por lo que sabes de ellas? ¿Qué
clase de amigos sois?
—En realidad no somos amigos;
hemos venido a Las Vegas como damas
de honor para la boda de un primo mío.
Pero el domingo por la mañana nuestras
obligaciones de damas de honor habrán
terminado y espero no tener más trato
con ellas. Son las mejores amigas de mi
primo; se conocen desde que iban juntos a la guardería.
Ajá...
—¿Y se están entrometiendo en tu
vida amorosa porque...?
El peli negro arrugó la nariz y puso los ojos en
blanco.
—¿Hay alguna posibilidad de que me
ayudes a salir de aquí?.... —le preguntó impaciente.
Jonghyun se echó hacia atrás en su
asiento, y le indicó con un ademán el
que Minho había dejado vacío.
—Si quieres que resulte convincente
deberías sentarte un rato y charlar
conmigo; al menos diez minutos.
La mirada escéptica de el le dijo
que sospechaba que estaba pensando en
algo más que en ayudarlo a zafarse de
sus "amigas". Aunque no se parecía a
las mujeres que solían interesarle,
podría ser justo la clase de diversión
que necesitaba. Además, parecía el
clase de chico que no acostumbraba a
ligar con extraños, un reto, pensó,
sintiéndose cada vez menos apático.
—Vamos, solo diez minutos.
Hablaremos, flirtearemos... Me puedes
tocar el brazo una o dos veces para que
quede más realista. Y yo puedo
remeterte un mechón por detrás de la
oreja. Tus "amigas" se lo tragarán. Y
luego me inclinaré y te susurraré al oído
que nos vayamos de aquí. Quizá podría
decírtelo en un tono que te haga
sonrojarte como una amapola. Tú finges
estar nervioso y te muestras tímido, pero
dejas que tome tu mano y nos
marchamos.
La expresión de el muchachi no tenía
precio. Parecía que la había puesto
nervioso solo con detallarle el plan.
—Bueno, no sé... —balbució. Tragó
saliva y bajó la vista un instante a sus
labios antes de que volviera a mirarlo a los ojos—. Suena convincente, supongo.
Pero... ¿qué sacas tú con esto? Algo me
dice que no eres solo un buen
samaritano.
Jonghyun esbozó una sonrisa lobuna.
—Lo que yo consigo son diez minutos
para intentar convencerte de que me des
veinte. Y luego ya veremos.
Cuando el peli negro sacudió ligeramente la
cabeza, Jonghyun se sintió aún más
decidido a seducirlo. En esos pocos
minutos había estado fantaseando con
cómo sería una sonrisa sensual de
aquel de ojos gatunos, y el que fuera a hacerle
sudar para conseguir que le diera una oportunidad no lo hizo darse por
vencido, sino todo lo contrario.
—Quizá sea mejor que lo dejemos
estar y vuelva a mi mesa —dijo el peli negro —.
No soy de esos chicos a los que les van los ligues de una noche. Y aunque
estuvieses buscando algo más tampoco
estaría interesado.
El tono en que dijo eso último
aumentó la curiosidad de Jonghyun.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
El peli negro abrió la boca para responder,
pero la cerró de inmediato, y después de
carraspear dijo:
—Perdona, pero es algo un poco....demasiado personal para una primera
cita fingida que ni siquiera es una cita.
Jonghyun sonrió y encogió un hombro.
—Bueno, ¿y por qué no hacemos que sea una cita, aunque sea fingida? Ya que
estamos fingiendo, incluso podríamos
tener una segunda y una tercera cita, que
es cuando empieza lo bueno.
Los labios de el peli negro se curvaron en una
sonrisa antes de que se echara a reír.
—En serio, ¿por qué no puedes
responder a mi pregunta?
El muchacho sacudió la cabeza, y Jonghyun vio
que estaba a punto de levantarse. No podía dejar que se fuera así después de
que se hubiera armado de valor para acercarse a su mesa.
—Espera, te acompañaré hasta la salida —le ofreció, pero el volvió a sacudir la cabeza y sonrió.
—Gracias; me las apañaré para soportar las pullas de mis "amigas" hasta que se cansen y nos vayamos.
—Como quieras. Por cierto, ya es un poco tarde para presentarnos, pero me
llamo Jonghyun —dijo él tendiéndole la mano.
—Yo Kibum—contestó el estrechándosela.
Justo en ese momento algo de color blanco apareció volando y cayó sobre el
regazo de Jonghyun. Soltó la mano de Kibum y al levantar aquella cosa blanca
con las dos manos vio que era una
camiseta. Lo que tenía escrito con letras mayúsculas le hizo parpadear.
—Pero ¿qué...?
Unas cuantas mesas más allá se oyeron las voces de las otras dos damas de honor. Miró a Kibum a los ojos y le dijo:
—Ahora no es solo que sienta curiosidad, es que necesito saberlo.
Kibum escrutó su rostro en silencio, como si estuvieran pasando mil
pensamientos por su mente, antes de claudicar con un suspiro.
—Está bien, Junghyun.
—Jonghyun —lo corrigió él.
Kibum tragó saliva.
—Jonghyun. Es verdad, perdona. De acuerdo, ahí va...