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La Predicción por moskafleur

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El rubio llamó a la puerta, y tras un par de segundos, la arqueóloga le invitó a entrar.

 

“Robin-chwan, te he traído un café. Sé que te gusta tomarlo a la hora de la lectura.” canturreó el cocinero en voz baja para no perturbar el ambiente sereno que la morena había creado en su habitación.

“Muchas gracias, cocinero-san” respondió ella, con su amable y misteriosa sonrisa de siempre.

Sanji, medianamente satisfecho, se giró sobre sus talones y comenzó a andar hacia la salida frotándose las manos. Pero, justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta, Robin se pronunció a sus espaldas.

 

“Sanji-san, no me gusta entrometerme, pero siento curiosidad...”

 

“¿Sobre qué, querida?” respondió este sin moverse apenas.

 

“Te noto tenso desde que realizamos aquella visita a la gitana adivina.” comentó ella distraídamente mientras echaba un par de azucarillos al café.

 

Sanji se volvió carraspeando suavemente y poniéndose recto. “No es nada, mi Robinceta, habrá sido casualidad. Yo, bueno, llevo unos días distraído pero eso es todo.” No se lo creía ni él, cómo esperaba que se lo tragara Robin.

 

Ella permaneció en silencio mientras asentía con la cabeza y daba vueltas al café, durante unos segundos, y Sanji pensó que podría irse de rositas, pero se equivocaba.

 

La morena levantó la mirada de su taza. “¿Cuando vas a hablar con él?” comentó con total naturalidad, incluso con cierta ternura y preocupación.

El rubio comprendió que no tenía sentido seguir intentando engañarla. Relajó sus hombros, tensos hasta ahora, dejando caer sus brazos a los lados, como si se tratase de un pelele. También dejó caer su cabeza un poco hacia delante, y su flequillo cubrió gran parte de su cara.

Dirigió su mirada hacia ella, y ésta le hizo un gesto, realizando ligeros golpecitos en una silla a su lado, comunicándole que se sentara con ella. Y así lo hizo.

 

“¿Sabes también por qué?” comenzó él, frotándose los ojos con el pulgar y el resto de los dedos, de forma que su índice y pulgar acabaron juntos en el puente de la nariz.

 

“Me hago una idea, pero, por favor, procede” comentó y dio un sorbo de forma elegante a su café.

 

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Robin es encantadora pero tiene unas ideas de lo más… idílicas. ¿Pues no va y me sugiere contarle a Zoro lo que me preocupa? Eso sería, no sólo una locura, sino también una estupidez. Sería darle pie a burlarse de mi, a hacer mil y un chistes sobre el tema. No me tomaría en serio, simplemente sacaría tajada, porque él es así.

O peor, podría asustarse, alejarse y romper esta amistad-enemistad que tenemos. No puedo perder eso, no quiero perder eso. No es que… no es que sienta algo por él, simplemente somos amigos. No quiero perder eso; además, desestabilizaría el equilibrio del grupo. Luffy se resentiría, no puedo arriesgar todo por un “problema de faldas” como quien dice.

 

            No le diré nada a Zoro, este tema pasará, se me olvidará, y si Robin no toca el tema demasiado también lo olvidará. Será como si nunca hubiese sucedido. Eso es.

 

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“Bien, la cocina está limpia y reluciente, y ahora puedo dedicarme a ensuciarla.

Tiene sentido, no penséis que se me ha ido la olla. Es simplemente que me toca hacer la comida.” Pensó el rubio.

 

“Muy bien, para la receta de hoy…”

 

“¿Qué?” pensó una milésima de segundo mientras se giraba para ver que Zoro acaba de entrar dando un portazo y sin avisar. “¡¿Se puede saber cuál es tu problema?! ¡Este es mi santuario, no puedes entrar como si fuese una puta taberna?!” gritó.

 

“¿Te crees que soy idiota?” respondió el peliverde.

 

“¿Qué…?”

 

“Me has estado evitando toda la mañana olímpicamente, te he visto. Normalmente nos peleamos cada 10 minutos, ¡pero hoy cada vez que me ves te escurres hacia donde puedas y te escondes!” Zoro dejó de hacer aspavientos con los brazos y los dejó caer en expresión cansada. Sus ojos mostraban preocupación con ligeras chispas de enfado e incomprensión. Apretaba los labios, como temiendo decir algo, o quizás intentado controlar sus palabras y tono de voz.

 

Sanji continuaba perplejo, pero consiguió recobrar su actividad cerebral a tiempo. “¿¡A qué se debe este cambio? ¿Ayer estabas totalmente normal y hoy me asaltas así, qué-?!” Pero en ese momento cayó en la cuenta. “No, dime que no”

 

“Robin ha venido a hablar conmigo” murmuró.

 

La expresión del cocinero se tornaba más angustiada por momentos. Sus ojos cada vez más abiertos, de incredulidad, de ver cómo su mundo se desmoronaba. Sentía la espalda congelada, y estaban a 30 grados. “Es el miedo” pensó. “Robin, por qué me haces esto…”

 

“Me ha dicho que hablase contigo, que no estabas bien y que yo era el indicado para hablar.” Murmuró mientras se sentaba en una silla cercana con pesadumbría. “No soy el indicado para hablar nunca, no es mi fuerte, yo no saco mis sentimientos a los demás, no me gusta.” Resopló. “Aunque supongo que sí se escuchar…” continuó mientras miraba a su alrededor. “No he venido porque quiera hacerle un favor a Robin, no tengo mucho trato con ella aunque seamos nakamas, pero desde ayer estas raro, y yo necesito nuestras peleas estúpidas, me ayudan a desahogarme.”

 

Sanji reaccionó en ese momento, y se acercó rápido pero progresivamente a donde el marimo se encontraba, como tanteando el terreno, pero nervioso. Su tono de voz variaba y se iba un poco por las ramas. “¡Y-Y yo!¡Yo también lo necesito, sino creo que me dará algo entre fumar como un carretero y no follar!” Ambos rieron un poco en ese momento, haciendo contacto visual, pero lo cortaron en seguida. Eso había sido incómodo, el rubio no sabía por qué pero había sido el típico momento en el que los espectadores vomitan arcoiris. Volvieron a su expresión seria y preocupada, casi forzosamente y tras carraspear un poco; miraban en todas direcciones menos hacia el otro. Uno de los picos del respaldo de la silla de Zoro parecía la mar de interesante.

Era una situación bastante tensa, y Sanji tenía que salir de ella como fuese. Se giró y caminó hacia la encimera, de espaldas a Zoro, lentamente. “Mira, ya se me ha pasado, ¿ves? Todo está perfectamente, no era nada, sal y preparate que luego te meto una paliza.”

 

Zoro se incorporó y caminó lenta y dubitativamente hacia él. “Así que todo esto es por lo de ayer”

 

“No… Bueno… oye… no sé… quiero decir que…” Aún dándole la espalda, Sanji no sabía como responder. Decirle la verdad o no. No tenía nada que esconder. Después de todo, no es que le gustase ni nada por el estilo, era sólo que temía que Zoro atase cabos sobre lo de ayer. Además, quién sabe si la adivina realmente le leyó el futuro. Quizás sólo estaba riéndose de ellos. Todo este problema era absurdo en sí.

“Marimo, no es nada, de verdad, estoy bien. ¿Te crees que voy a rayarme la cabeza por lo que dijo la gitana? Nope, no es mi estilo. Soy un tío fuerte, independiente, que no cree en esas gilipolleces…” en este momento sonrió para sí y decidió reírse del asunto “ mortalmente atractivo…” dijo con excesiva seguridad en sí mismo, mientras se colocaba el flequillo.

 

El espadachín rió. “Oh, por supuesto” comenzó sarcásticamente “ sin hablar de tus piernas”.

Ambos rieron sonoramente, probablemente por la tensión acumulada, hasta que de pronto de hizo un silencio sepulcral. El que primero había dejado de reírse había sido Zoro, por lo que Sanji le miró a los ojos. Todo había sido demasiado abrupto, debía de haber una razón.

Se encontró con una mirada perdida, perdida en su corbata pero perdida.

Poco a poco fue elevandola pero no se paró en los ojos de Sanji, sino en su pelo. O eso pensó el cocinero.

 

La tensión era tan densa que podía cortarse.

Zoro no había parpadeado en un minuto aproximadamente y Sanji parpadeaba intermitentemente y de forma desigual, incapaz de controlar sus funciones motoras, mientras internamente su cerebro estaba friéndose, ni siquiera podía articular frases mentales. Eran sus nervios los que rezaban porque no estuviese pasando lo que creía que estaba pasando.

 

De repente, la cara de Zoro cambió y volvió a ser como siempre. “Bueno, voy a entrenar” añadió con una sonrisa que parecía algo incómoda. Y salió de la habitación por donde había entrado.

 

Unos instantes después, el cocinero recuperó el aliento que había estado conteniendo durante los últimos segundos. Se apoyó de espaldas en la encimera con los codos, mirando hacia la puerta, y dejó caer la cabeza hacia delante, flequillo cubriendole la mirada y la expresión.

Infartos cardiacos tan a menudo no podían ser buenos.

 

Un segundo después, Zoro entró dando otro portazo, pero aún más enérgico y rápido, como si estuviese muriéndose de sed, lo que sobresaltó al rubio.

 

Respirando hondo pero a un ritmo irregular, mientras sus hombros subían y bajaban, y su mirada buscaba ayuda en los muebles cercanos, el espadachín habló. “¡Eres tú!¡Te pusiste así ayer porque la tía esa te descibrió a ti!” hizo una pausa mientras deambulaba un par de pasos en cada dirección, incapaz de mantenerse quieto mientras hablaba, mirando a Sanji de vez en cuando, pero no lo suficiente como para analizar su expresión o darle pie a hablar. “¡¿Cómo no me di cuenta antes?!”

 

Inesperadamente, Sanji no notó el frío en la espalda como hacía un rato, quizás porque la atmósfera era distinta, quizás porque ya había pasado el miedo, quizás porque no había otra opción o escapatoria. Estaba frente a la pesadilla y tenía que decir algo ya.

 

“Yo-“ murmuró quedamente mientras se acercaba al peliverde. Pero antes de que pudiese decir nada, cogió los hombros del espadachín y le acercó súbitamente para plantarle un beso casto y rápido. Después le separó de él tan rápido como le había juntado. Y se llevó la mano a la boca, con los ojos como platos. “¡¿Qué demonios he hecho?!” gritó Sanji mientras se llevaba las manos a la cabeza.

 

“¡¿Qué demonios has hecho?!” respondió Zoro alarmado. Zoro, habiendo perdido el contacto visual con Sanji, guió sus dígitos hacia su boca pero no llegó a tocarla.

 

“¡No lo sé! ¡Ahh!” Sanji respondió a gritos. Lo más probable es que medio barco ya supiese lo que estaba pasando, o al menos, se hiciesen una idea.

 

Zoro se abalanzó sobre él, cogiéndole de la nuca y estampó sus labios sobre los del cocinero, golpeando sus narices en el proceso.

Se hizo el silencio.

Ninguno se movió.

 

Ambos tenían los ojos cerrados. Las manos del rubio estaban suspendidas en el aire de haber estado agarrándose el pelo hasta ese momento, pero fue bajándolas poco a poco, como si temiese romper algo.

Sus respiraciones eran desiguales, independientemente del dolor de nariz que tuviesen, en ocasiones profundas, dejando salir el aire acumulado.

 

El beso era completamente superficial, solo labios presionados contra labios.

Sus torsos estaban separados, lo único que les unía en ese beso tan extraño era la mano fuerte pero temblorosa de Zoro en su nuca. Cada vez la notaba más débil, como si el peliverde intentase huir pero no supiese cómo. Casi al mismo tiempo separaron los labios, pero el agarre del espadachín no desapareció. Sus frentes apoyadas una sobre la otra, sus narices doloridas rozando. Sanji fue el primero que consiguió entreabrir los ojos. Zoro los tenía cerrados a cal y canto, apretados incluso; sin embargo, su boca estaba entreabierta, buscando el aire que le hacía tanta falta.

 

El cocinero notó que la mano en su nuca se iba alejando e inconscientemente colocó sus manos en las caderas de Zoro, acercándolo hacia sí, haciendo chocar sus pechos, que aún estaban subiendo y bajando rítmicamente intentando recuperar un ritmo cardiaco sano.

La mano de Zoro retornó a su nuca, y sus dedos profundizaron en el cabello, provocándole al cocinero un escalofrío que le recorrió la columna.

Sus bocas estaban separadas por un par de centímetros, hasta que Sanji se relamió los labios inconscientemente dada su sequedad, producida por su alterada respiración.

Zoro cerró el espacio entre los dos, esta vez más suavemente pero pasional, moviendo su aún temblorosa mano hacia el lateral de la cabeza de Sanji.

Todos sus movimientos eran cautos. El beso se tornaba más sexual por momentos mientras sus lenguas combatían por dominancia. Las manos de Sanji habían dejado las caderas del marimo para pasar a coger cada una, una firme y redondeada nalga del otro, y le apretaba contra sí, buscando toda la fricción posible; mientras que una del espachín le agarraba del pelo con fuerza y la otra exploraba bajo la camisa del cocinero.

 

Más bien temprano que tarde, ambos se separaron incómodamente antes de que se pusieran a masturbarse allí mismo, y se miraron intermitentemente. Todo era tan surrealista. Sanji se colocaba el pelo como podía, y Zoro tuvo que meterse la mano dentro de los pantalones para recolocarse.

Una vez adecentados ambos, Zoro miró con nerviosismo y duda al rubio, pero no encontró consuelo en sus ojos, ya que estaba en la misma situación.

 

Sanji se apresuró a decir algo, pero las palabras salían demasiado deprisa. “Nopasanada,estascosaspasanyséquenadapuededistraerteahorayestohasidounamalaideay-“

 

Pero Zoro volvió a unir sus labios en un casto beso, e igual de nervioso y colorado que el cocinero dijo “Hasta luego”, para después salir de la cocina con una pequeña y tímida sonrisa.

 

Cuando se cerró la puerta, Sanji recobró el sentido, volvió a la encimera, intentando asimilar mentalmente todo lo sucedido. Se lamió los labios, sonrió y se puso a cortar patatas.

Notas finales:

Los reviews siempre son bien recibidos. Si son amables, constructivos o relevantes, sino... pues no.

Lo digo por aquellos que dicen que está escrito con nacionalismos. Coño, soy española, no lo voy a escribir en latino, qué esperáis.


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