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Un mafioso enamorado. por Lucyanaliz

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Al llegar se encargo de saludar a cada uno de sus empleados. Desde el chef principal hasta la moza con poca experiencia. — Bien, ¿Quién es ese hombre misterioso qué tanto deseaba hablar conmigo?
 
— Por aquí — Señalo Elena; su joven rubia y distinguida asistente mientras qué con un giro de gracia la  guiaba por el corredor de la cocina hasta donde estaban los clientes  — realmente creo qué se trata de alguien importante… dado qué ha venido los últimos días, muy a pesar de que le eh dicho que estabas de viaje pero él ah esperando con insistencia — Gwen solo asistía a cada cosa que ella decía — tome de la mejor cosecha y pide tu especialidad… además siempre reserva la meza del centro. 
 
— Bien, pero cálmate temo que te de un ataque de ansiedad.
 
— No bromees. ¡Te digo!, Gwen qué debe ser un reportero o, un degustador importante. Quizás nos den una muy buena critica. OH, por dios. Y él es tan caliente… — ella largo una risa ligera ante su emocionada asistente — Ahí esta.
 
Gwen abandono tanto su risa como su sonrisa y palideció reprimiendo el grito que deseaba escalar de su garganta, tapándose la boca. 
 
En cuanto la ve, se levanta de su asiento, colocando sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón.
 
Elena tardo un poco en notar que su jefa casi se desfallecía al anclar su mirada sobre aquél hombre — Gwen, ¿estas bien? es acaso…, tú…,¿Le conoces…?, — ella asiste puesto que su voz no encuentra el camino.
 
— ¿Quieres que le pida que se marche? 
 
— No es necesario —  Sonríe, y con un gesto de la mano le pide que se marche. — Estamos aquí. Por cualquier cosa. Dijo observando con el cenó fruncido esta vez al sujeto parado a unos pasos de ellas.
 
Pervival Jacovich vestía ropa casual. Franela deportiva amarillo claro e impecables pantalones blancos. Parecía un jugador de golf.
 
No era imposible que la hubiese encontrado, pero si, sorprendente qué viniese después de tantos años por ella.
 
Se acerco con las rodillas prácticamente tambaleándose sobre los tacones altos —¡¿Qué haces aquí?— pregunto ella en un susurro perdido y casi inaudible con el propósito de no alarmar a los clientes, quienes comían placidamente en su fino y elegante restorán.—  Creí qué formaba parte del pasado.
 
Ella iba muy elegante enfundada en un vestido negro de ligera pedrería en el frente y con un discreto escote en la parte de adelante y atrás, su diminuta bolsita de piel de lagarto y zapatos de medio tacón de color tinto, llevaba unos aretes de rubí qué brillaban bajo su cabello ondulado y largo.
 
— No te puedes borrar o, siquiera fingir qué jamás nos conociste. — La sujeto bruscamente del brazo y corrió la silla para obligarla a sentarse con él. —  No cuando él aún te hace parte de su presente.
 
Ella azotó su bolsita de mano, sobre la mesa —Es demasiado tarde para hablar, imagino que hasta tú te darás cuenta.
 
 —Han pasado seis años desde que te fuiste –dijo él, con aparente calma.— Imagino que es tiempo suficiente para darle un cierre; al error que todos cometimos.
 
 
— No me culpes. — ambos estaban sentados unos frente al otro, los ojos fijos con ardor a rencor —  No lo hagas, tú no eres quien para hacerlo.
 
— Solamente los presente. No era mi intención qué té metieras en su cama.
 
La copa de cristal cargada de agua fue atrapada por la mano de él antes de que ella pudiera lanzarle exitosamente su contenido a la cara. — Me enamoré. — Se escuso ella.
 
— ¿Al igual que con Arturo?, y luego…, me dirás que fue de la idea y, no de la persona. ¿Como hace años?.
 
— Me dejaste ir aquella vez, ¿Por qué buscarme ahora?. Yo los ame a ambos, pero era demasiado joven y no sabia lo que quería. Pero ahora es diferente y tengo derecho a hacer con mi vida lo qué se me plazca. Yo…, ya, no te considero mi tutor. El tiempo en que me aconsejabas ir por el camino correcto se acabo ¿no es así?. 
 
—Si, es así — balbució él , y de pronto se irguió en su asiento, con los ojos brillantes fijos en sus manos.
 
Se refregó las manos incomoda por las ligeras miradas de los entrometidos clientes. Él se le quedo mirando y ella apretó sus manos escondiendo sus dedos. Estaba tensa y vulnerable dado el fuerte impacto que le provocaba tener a ese hombre qué se hizo cargo de ella, tras la muerte de sus padres y de su hermano. 
 
Era lo mas cercano a un tío o hermano mayor que había llegado a sentir en su corazón. Le hubiese encantado poder abrazarlo y decirle lo mucho que había anhelado reencontrarse con él. Contarle todos sus logros, poder decirle lo dichosa y feliz que era ahora junto a su prometido. Claro, siempre olvidando tanto a Lancelot como Arthuro en el proceso. Le dolía tanto todo lo ocurrido.  Lo triste es que sabia que su corazón no olvidaría que por culpa del mismo hombre lo había perdido todo. Percival seguramente ni se imaginaba él rencor que le guardaba dada su relación antes de que ella tomara “esas” malas decisiones. 
 
Se odiaba tanto por sentir este resentimiento por alguien como él. Muy a pesar de qué era él único al que podría sentir o, considerar su familia. 
 
No había una gran diferencia de edad pero si de posición, de experiencia y, sabiduría.
 
Ella noto su atenta mirada y el silencio cerniéndose entre ellos, miro sus manos y las quito de la mesa colocándolas sobre su falda, tarde por qué él ya había notado, el brillo dorado de aquella sortija de matrimonio.
 
No supo por qué, pero ese gesto lo dejó muy desilusionado de repente. —De acuerdo, una pregunta y te dejare vivir en tu nuevo cuento encantado.
 
— ¿Cual?
 
— ¿Por qué?
 
— ¿Por qué?,¡¿Qué?! — ella acerco su rostro.
 
 — Dime por qué huiste. Sí, Arturo ya se había enterado de vuestra traición. Si, Él y tú salían juntos, sé acostaban juntos, hacían planes a futuro,¡juntos! ¿Cuándo fue qué decidiste largarte de esa manera?. 
 
— ¿Por qué quieres saberlo?. En cualquier caso, ahora nada importa— continuo encogiéndose de hombros — seis años mas tarde conseguiste lo que querías. tu sigues siendo su apoderado y mano derecha. Tengo entendido qué hasta manejas sus negocios.
 
—¿crees que eso es lo qué buscaba?. Piensas, qué te tome bajo mi protección ¿para llegar a él? — se rió amargamente — No necesitaba de algo tan bajo para eso. Si cuide de ti era por que admiraba a tu padre y apreciaba la amistad que tenía con el mío. Además, Elías era uno de mis mejores amigos…, también me dolió su muerte. Lo sentía mi hermano y por eso creí que debía mantenerte a salvo. En honor su memoria. En cuanto a Lancelot; Si me encargo de sus asuntos es por qué siempre e procurado cuidar de él como intente hacerlo contigo. 
 
— Por supuesto, siempre has hecho lo qué te interesaba y cuidado de nosotros los pobres indefensos, eres todo un santo. Deberías tener tu propia capilla.
 
Ella pestano ante el golpe seco contra la mesa — Nunca quise algo tan bajo como lo qué se cuece en tu sucia cabecita. ¿Manejar la herencia de Lancelot y la tuya? Eso es lo que piensas qué quería contigo. Manejarlo como un títere para tenerlo bajo mi sombra. Soy su amigo desde mucho antes qué tu padre conociera al mío. Yo no tejo telarañas a mi beneficio, como ellos lo hacían.
 
 — Somos igual que nuestros padres. Tú lo dijiste; “No podemos borrar el pasado” Ya sabes, Confiar en alguien qué no sea a si mismo es la mayor estupidez del hombre. 
 
— Si, y tú hermano murió por la imprudencia de seguir sus pasos — Gwen apretó los parpados, conteniendo las lagrimas. — Yo quería una vida diferente para nosotros. Hasta me alegre de que te comprometieras con Arturo, yo sabia él tipo de hombre que era a pesar de su pesado destino. Yo sabia que podrías ser feliz con él, pero…, te metiste con Lancelot. Me juraste que lo amabas y luego de enfrentar a ambos, simplemente te marchaste. Y si hablas de aquella herencia deberías ver que lo que tu padre te dejo fueron deudas. Les di valor haciendo las inversiones correctas. Gracias a eso…, gracias a este ladrón…, tú estas donde estas y no pidiendo limosna en la calle.
 
— debo darte las gracias, ¿entonces?.
 
— Solo habla con Lancelot y explícale por qué fue que desapareciste de esa forma.
 
— Oh, ¡por favor! No volvamos con lo mismo. Y dejemos clara una cosa: yo no desaparecí hace seis años; simplemente, me largue. tenia diecinueve años y, si no me equívoco, en este país a esa edad se te considera un adulto capaz de tomar tus propias decisiones. Además, te deje una nota.
 
— «No te molestes en buscarme, porque no me encontraras»— Cito Percival con indignación. — te parece bonito dejarme una nota como esa. Yo me preocupaba por ti. Lancelot también y tu partida lo destrozó, era otro hombre con la luz de sus ojos apagada. Él traiciono a su primo, a su sangre, por ti.  
 
—Era mas de lo que sé merecían.— Gwen sonrío con tristeza — No te lo ha dicho aún… ¿no es así?. En ese tiempo, Percy… de haber ido a decirte que me iba…, no se de lo que hubiese sido capas. — Gwen tomo una servilleta de tela fina y empezó apretarla entre sus dedos, sin poder sostener su rostro sereno. —  Yo…, realmente te odiaba. — apretó los dientes ante su declaración. — Te odiaba tanto. — de sus ojos cayeron lagrimas deslizándose de sus mejillas hasta su menton — Dessié tantas cosas malas para ti, quise gritarte y decirte tanto. Yo… 
 
…Yo quise matarte — Gwen suspiro sintiendo que al fin sacaba algo que la había estado consumiendo por mucho tiempo y observo fijamente la esquina que era sujeta por aquel pilar que llevaba colgado un cuadro con la firma de Elías, en honor a su fallecido hermano, quién era un aficionado pintor. 
 
— Detente. No sabes lo que dices.
 
— No. Yo realmente quise tomar un arma y hacer aquello que corre por las venas de nuestras familias. Matar y herir es parte de nuestra esencia después de todo. Pero abrí los ojos antes de hacer aquello, desconsolada ante la cruel realidad de que nunca tendría el suficiente valor para vivir con ello. Y, solo pude armar mis valijas e irme…, me largué y nos salve a ambos. Me sentía tan denigrada y sin valor.
 
— Estas siendo irracional. ¿por que querrías hacerme daño?. Yo te quería…. No, yo, te quiero como a una hermana. Hasta trate de ser un buen hermano mayor para ti. ¿Por qué odiarme?, Estas mintiendo.
 
— Por qué eras el culpable de todo. 
 
— Solo por presentarte a Lancelot cuando eras la prometida de Arturo.
 
Gwen negó y luego ladeo la cabeza no muy segura. Se limpio las lagrimas y continuo. — En parte…, pero no es la razón. El amor debe ser recíproco, y siempre lo es pero muchas veces de la forma incorrecta. Era mas qué obvia su admiración por ti. ¡Dios! De hecho todo tiene, sentido. tu siempre has estado a su lado…, como no enamorarse de alguien como tú que siempre pone las necesidades de todos enzima de las suyas propias.
 
— Gwenevere, no eh venido a escuchar tus delirios. 
 
 — Percival, tu prácticamente le enseñaste a caminar entre los cuervos y ha deslizarse entre las serpientes venenosas.
 
— tal parece qué no ha tiempo.
 
— Me lo merezco. 
 
— Solo quiero que hables con él y enmiendes tu error y lo hagas entrar en razón. Ahora qué Arturo se ha casado. Todos los negocios de su padre están en su poder. Lancelot quiere romper el trato entre las familias y sabes lo que eso significaría…,sangre y mas sangre. Necesito que hables con él. Solo a ti te escuchara. 
 
— Arthuro, casado…, valla — la angustia en su rostro se dejo ver con facilidad.
 
— debía seguir con su vida, al igual qué tú.
 
— Dile a Lancelot que haga lo mismo. Tengo cosas que hacer.
 
— Ignorándolos, estas cometiendo otro estupido error.
 
— El verdadero error que cometí fue poner a esa persona como prioridad en mi vida, y peor aun, sabiendo que sólo era una opción. Arturo me amaba pero yo lo traicione sin pensar en sus sentimientos. Lancelot creyó amarme y, yo quise créelo. Pero…, yo era la ilusión atrapando su corazón; en donde escondía su verdaderos y mas bajos deseos. Él siempre a estado enamorado de ti.
 
Tomo su billetera y lanzo unos dólares sobre la mesa Ella se puso de pie junto a la mesa. —fue una estupidez… — Percival se levanto acomodándose su chaqueta y se giro para irse. —…,y una perdida de tiempo, venir.
 
Sujeto su brazo para no dejarlo marchar — No intentes hacerme pasar por; una loca. — él se soltó y ella se mantuvo derecha con los ojos fijos en su espalda. — Sabes qué es la verdad. 
 
— Mientes. — camino, sintiendo demasiado lejos la puerta.
 
— Él estuvo aquí hace tres años y me lo confeso. — Detuvo sus pasos nuevamente mientras las personas, en aquel restorán, fingían no estar interesados en aquella discuta novelesca. — Pensé que tendría los cojones suficientes para admitir sus sentimientos. Pero veo que aún no se atreve a mirarte a los ojos y decírtelo.
 
El corazón de Percival se balanceo dentro del pecho. — Tengo que salir de aquí.
 
— Eres tan ciego como él. Si no me crees, pregúntaselo. Además.¿Si tanto me amaba, por qué me dejo ir?
 
— El vino no esta mal… — con voz dura y severa — pero la atención es pésima.
 
— ¡Espera! — Soltó como si la palabra la estuviese ahogando y necesitara escupirla. Él se giro hacia ella y en cuanto la vio a los ojos, tuvo el presentimiento de que debió seguir sus pasos hasta la puerta.
 
— Ahí…, ahí algo más… 
 
 
 
:::
 
Percival entró en la pequeña sala de estar de su departamento  y se encontró a dos mujeres sentadas en el sofá frente a él.
 
 La más joven de las dos era Michelle Robinson, su ultima madrastra ( Excelente madre sustituta de todas las que pudo tener) y la otra, la que tenia los ojos llorosos y contenía las lagrimas con un pañuelo rosado todo bordado, era nada más y nada menos qué Lady Marilyn Fertford; la esposa del ministro de economía y la madre de Lancelot.
 
Ambas mujeres parecían estar en estado de shock, pero él no se encontraba mentalmente capacitado para adivinas o tan siquiera tener una charla decente con tan prestigiosas damas. Carraspeo, esperando una explicación para su visita.
 
Marilyn salto del sofá, para abrazarlo : —¡Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido!.— chillo — ¡Y qué porte!, todavía recuerdo cuando te pedí amablemente ser el modelo de mi hijo. De no ser por ti. Mi hijo seguiría siendo un joven descuidado y caprichoso…
 
— Caprichoso es…. No, creo poder con tan grande milagro.. — Marilyn sonrío con un brillo de tristeza en sus ojos.
 
 — ¿Marilyn? — desvió su ceja alzada hacia su madrastra —, Michelle, ¿Qué pasa aquí? ¿Sucedió algo?.
 
Marilyn no era una mujer de hacer visitas, era más practica… ella prefería disfrutar de las comodidades de su mansión o tomar un largo viaje con sus amigas, lejos de la civilización que tanto conocía como paparazzi. Después de la muerte de su ultimo esposo, prefería mantenerse al margen de los amantes y de las revistas. Si había algo que Percival sabia es que Marilyn solo podía llorar por una razón y esa era; su hijo.
 
Michelle no pudo contestar por qué Marilyn con evidente pesar le comento su problema.
 
— Estoy buscando a Lancelot ¿Lo has visto? ¿has hablado con él? 
 
— la ultima vez, fue cuando regresamos de Argentina hace unos días. Yo… tuve que salir de viaje nuevamente. Acabo de regresar, pero no eh podido dar con él por teléfono.
 
—Estoy preocupada, Percy.
 
— Ella teme que Lancelot se dirija a Albión. 
 
— Michelle, yo, no creo que Lance… — Marilyn lo tomo del brazo interrumpiendo su intento de excusar a su amigo por su ausencia.
 
— Hoy fui a su oficina para invitarlo a almorzar… pero no lo encontré. Su secretaria me dijo que salio de viaje pero no le pidió sacar vuelo alguno. — El semblante de la señora era de completa preocupacion. — llame al puerto, Lancelot tomo el “albatros” según el cuidador, zarpó hacia Demon blue pero desde que me levante en la mañana qué el corazón me duele y, tengo un mal presentimiento.  
 
 
 
 
 
 
Merlin se despertó mucho tiempo después, encontrando a Sofia junto a su cama. Tenía en las manos una bandeja de comida y miraba a Merlin con atención; sus ojos se encontraron en el momento en que la doncel se desperezaba.
Apartando el revuelto flequillo de su frente, Merlin se sentó, ruborizándose al descubrir la mirada de la chica sobre él. 
Sabía que existía una antigua tradición en todos los matrimonios y esperó, fervientemente, que este no fuera el caso, por obvias razones.
 
Aunque  había muchas probabilidades de qué Morgana le hubiera pedido secretamente a Sofia, que se asegurara de que el esposo de su hermano era virgen.
 
La sola idea, lo hizo reírse solo y, dejarle en claro a Sofía; la perdida de su cordura. 
Todo, gracias, a está familia. 
 
— él joven durmió bien —murmuró Sofía, más como una afirmación que una respuesta.
 
—Si —Merlin miró el reloj sobre la mesa de noche y no pudo reprimir una exclamación cuando vio la hora. Eran las tres de la tarde. El ardiente sol, ya estaba atenuado por las persianas de la ventana, un abanico grande de techo giraba sus aspas en el centro de la habitación, refrescando el ambiente—. ¡Por Dios!, ¿es posible que hayan pasado tantas horas?
 
—No lo dude — Sofía no sonrió al hablar—. Le he traído la comida al “señorito” porque la hora del desayuno pasó hace mucho tiempo. ¿Comerá en la cama, joven?
 
—No, tengo que bañarme — Merlin retiró las mantas olvidando que no tenía puesto su piyama, desde hacía varias horas. Un suave rubor cubrió su rostro al sentir la mirada inquisitiva de los ojos oscuros de la doncella.
 
Se envolvió rápidamente en las sabanas y balbuceo, todas las disculpas que sabia, sin dejar de sentirse avergonzado. Pasó rápido junto a Sofia y entró en el cuarto de baño, diciéndole que comería en el balcón. 
 
Cuando estuvo en la ducha, recordó cada momento de la noche anterior. Con una sensualidad de la que nunca se creyó capaz, enjuagó la espuma perfumada que cubría su cuerpo, recordando cómo Arthuro había acariciado con los labios cada curva, cada cavidad y cada parte insinuante de sus formas.
 
Sintió un extraño cosquilleo en la parte baja del vientre y sus párpados se entrecerraron por el peso de estos sensuales pensamientos. No podía negar el placer que había tenido en esos brazos fuertes y posesivos. Arthuro era todo un salvaje y lo había llevado en un viaje erótico de una emoción increíble.
 
Y ocurriría de nuevo, pensó, mientras se pasaba la toalla por la piel. Una y otra vez, yacería en sus brazos y se amarían con pasión.
 
Y Merlin querría su pasión... se regocijaría en sus labios, que pronunciarían palabras ardientes, en todos esos idiomas qué ahora sabia, su esposo conocía; mirando sus ojos con las pupilas dilatadas en el espejo de la pared, Merlin se preguntó si Arturo se habría abierto paso hasta su corazón.
 
Era algo que no podía saber... algo en lo que casi no se atrevía a pensar, hasta dentro de un rato, cuando lo volviera a ver. El amor era un misterio muy grande, una emoción extraña y avasalladora. Merlin había leído que el apasionamiento podía confundirse a veces con el amor, que el cuerpo podía dominar la mente.
 
En la iglesia, se había sentido como un extraño en el altar, rodeado por los invitados. En la recepción, la desesperación lo afectó tanto, física y mentalmente, que había caído al agua desde el balcón.
 
Despacio, situó frente al espejo su mediano cuerpo y vio de nuevo el moretón en su hombro que Arthuro creía haberle hecho en el agua, cuando se lanzó para salvarlo.
 
Parecía la única posibilidad y, sin embargo, Merlin nunca había pensado que Arthuro fuera un monstruo, tan sólo una poderosa fuerza que amenazaba su libertad e independencia. Él no llegaría al extremo de ahogarse para escapar de Arthuro. Esa clase de tontería no era parte de su naturaleza, pero la lucha en el lago había ocurrido. Merlin estuvo hundido en el agua, tratando de alcanzar la superficie, sintiéndose muy asustado.
 
Su esposo, le dijo que olvidara y anoche, de manera concluyente, logró hacer que enterrara en su mente ese triste acontecimiento.
 
Merlin se percató, con un estremecimiento causado por la sorpresa, de que, simplemente, lo había hecho... feliz. Todavía sentía el calor de su cuerpo, su piel estaba encendida y su cabello brillaba, mientras que, en lo profundo de sus ojos, había una chispa de alegría.
 
Sintió como si nunca hubiese habido un ayer, como si nada hubiera existido hasta la noche anterior. Ciñéndose el cinturón de su bata, regresó a la habitación, donde las persianas estaban abiertas dejando libre la salida al balcón; sobre una mesa protegida por una gran sombrilla con rayas, esperaba su comida.
 
Fue hasta el barandal de hierro forjado del balcón, que estaba caliente por el sol. Nunca había sentido un sol tan cálido, que hacía brillar el mar con el intenso color azul de los zafiros. Esto era Albion, lejos de todo lo que había sido su vida hasta entonces, cuando no imaginaba que le faltaba algo esencial, fascinante e increíble.
 
Ese día Merlín era consciente de todo, tan lleno de vida como nunca. Se deleitó con este sentimiento, cada sorbo de café le parecía delicioso y lo mismo cada bocado de su comida.
 
Cuando trataba de decidir cuál de las frutas comería, contemplando las uvas de color violáceo y los melocotones jugosos, o bien una… manzana.
 
Merlin alzo una ceja, manteniendo su mano en alto, se dio cuenta que detrás de la canasta, con grandes y rojas manzanas, se hallaba una pequeña caja con un moño azul. Al levantarla, los cuatro lados qué la formaban, se abrieron y, en el centro, se encontraba un objeto envuelto con papel de aluminio que él se apresuró a desenvolver.
 
Merlin contuvo el aliento al descubrir un rubí en forma de corazón dentro de un globo de cristal. 
 
Recordó que algunos años atrás, había codiciado, uno de esos, qué al agitarse; mostraban la nevada gentil de una blanca y primorosa navidad. 
 
Pero solo consiguió hacerse de uno por unos cuantos segundos. Al salir de la tienda, alguien choco con él y convirtió su preciado objeto, en fragmentos desparramados sobre el suelo asfáltico. Ni siquiera había tenido el grato momento de agitar el pequeño globo. No tenia dinero para otro y al crecer con un hermano problemático le fue difícil continuar con su vieja admiración por ellos. 
 
Emocionado, lo sostuvo sobre sus dedos con delicadeza, observando cómo relumbraba bajo el sol, con un fulgor rojo como la sangre. En vez de la blanca nieve lo que caían sobre aquel corazón eran pequeñas hojitas blancas qué parecían cumplir con la forma de pétalos de rozas.
 
—Espero que te guste —murmuró una voz. 
 
Se volvió enseguida para ver a Arthuro, de pie en la puerta del balcón, con su piel del color de la madera de teca, envuelto en unos pantalones blancos de algodón y una playera.
 
—Es maravilloso —la respiración parecía obstruir su garganta cuando él se acercó. Era el mismo hombre de siempre, y Merlín pareció exactamente igual que antes pero, después de la noche anterior, todo había cambiado; este nuevo aspecto se leía en los ojos sonrientes y satisfechos de Arthuro.
 
—Dormiste como un bebé, ¿no? —se inclinó sobre su esposo y con un movimiento involuntario, Merlin levantó los labios para encontrar los de él, y al tiempo que lo besaba lo puso de pie, apretándolo con fuerza contra si—. ¿Te encuentras bien? —murmuró mientras que su mano acariciaba el cabello oscuro y sus ojos recorrían la cara de su amado.
 
Sabía a lo que se refería y se sonrojó. La sonrisa de los ojos de Arthuro se hizo más brillante al contemplar el hermoso rostro y con las yemas de los dedos, tocó la sedosa y sonrosada piel de sus mejillas.
 
— ¿Así que te gusta?
Merlín asintió. 
 
—Lamento el accidente de hace algunos años…, quise acercarme a ti. Pero, tú torpeza arruino el momento.
 
—¡¿Mi torpeza?!— apenas empujo el hombro de Arturo, por el insulto. —Un momento; Entonces, tú eras… aquél sujeto.
 
— Solo quería…,— beso la punta de su nariz y luego volvió a sus ojos. — desearte una feliz navidad, al menos al pasar…. — con la punta de su dedo envuelto en su anillo de casado, toco el mismo lugar que minutos antes había besado, causando que Merlín arrugara su pequeña y delicada nariz con una sonrisa. — No imagine qué estuvieras tan deslumbrado por aquel adorno qué me ignoraras rotundamente. — Arturo fingió un puchero lastimero — Prácticamente me llevaste por delante. — dijo mirando lejos de Merlín fingiéndose ofendido, causando qué esté tomara su rostro para volver la atención de su esposo a él. —  Me sentí terriblemente invisible. 
 
— pobre de ti — le obsequio el toque de sus labios.
 
— No es el mismo, yo lo hice para ti, por qué quería que fuera especial.
 
—Eres un hombre que está lleno de sorpresas, Arthuro.
 
—Piensa que es la sangre de mi corazón —murmuró y, tomando el adorno, lo colocó sobre la mesa, entre medio de ambos. Sujeto las manos de Merlín entre las suyas. él rubí dentro del globo, brillo resaltando su hermoso color —.Siempre te consideré un ser mágico y hermoso —dijo Arthuro con una voz más grave que antes—, pero ahora, cielo mio, tienes un calor que me excita y me atrae. Creo que nuestra noche de bodas fue muy agradable para ambos, ¿no te parece? 
 
Merlin libero una de sus manos y acarició el cristal que rodeaba el rubí y lo miró a los ojos con timidez, completamente consciente de que ningún hombre lo llegaría a conocer como Arthuro. En una ocasión, le preguntó a Sir Gaius si los seres humanos podían haberse conocido en vidas anteriores. Ahora, en este momento, Merlin sentía como si él y Arthuro hubieran estado así, juntos bajo el sol en tiempos muy remotos. Percibía su presencia como si las células de su piel fueran las suyas... como si su corazón latiera al mismo ritmo que el de él.
 
—Ayer tenías temores y resentimientos —dijo—. ¿Han desaparecido por completo?
 
—Casi —respondió sin mentir—. Siempre lamentaré que Gwaine te haya robado dinero, eso no puedo evitarlo.
 
—Eres joven, orgulloso y romántico —gesticuló, extendiendo las manos, significativamente—, es comprensible. Ahora, háblame de tus amores.
 
—Siempre... tendré miedo.
 
— ¿Miedo, Merlin?
 
—Miedo de que pienses —sus dedos apretaron el globo de cristal—, cuando estemos haciendo el amor, que te estoy pagando. 
Arthuro lanzó un juramento; lo atrajo con fuerza, levantándolo en sus brazos y así se dirigió al dormitorio. Lo llevó a la cama donde se habían eclipsado los recuerdos tristes; sentían de nuevo la necesidad de encontrar placer y olvidar el dolor.
Las ardientes emociones los abrasaron de nuevo, al unir sus labios; Arthuro lo depositó con lentitud en el lecho, que había vuelto a arreglar, con sábanas limpias.
 
— ¡Ah!, el dulce fuego de estos ojos —Arthuro tomó su cara entre las manos y buscó sus ojos durante un momento, en el que ni si quiera respiraron. 
 
Merlín lo miraba con expresión soñadora, sus labios entreabiertos esperaban sus besos aun cuando murmuró:—No debemos... ¡no a esta hora del día!
 
—Esta es la hora de la siesta, mi pequeño costumbrista —rió suavemente—. Sólo un tonto desperdiciaría este tiempo que es un regalo de Dios, nunca dos personas como nosotros.
 
— ¿Por qué dices eso, Arthuro? — yacía sumiso, inmóvil mientras él soltaba el cinturón que ceñía su bata y apartaba la tela que cubría su cuerpo, despacio, como si estuviera anticipando el clímax del placer.
 
—Nosotros, amore , hemos esperado mucho tiempo para estar juntos. 
 
— ¡Oh! —sus ojos se mostraron arrepentidos mientras lo observaba quitarse la playera, revelando su rostro bronceado y el delgado cinto de piel de sus pantalones—. No me vas a perdonar fácilmente el haberte rechazado, ¿verdad, Arthuro?
Él movió la cabeza, negando. Su figura parecía labrada en madera oscura, fuerte y poderosa y tenía un temperamento decidido que confirmaba esta impresión.
 
—Desperdiciaste un tiempo precioso para nosotros, mi niño, hasta que ese inútil hermano tuyo te obligó a recurrir a mí —se inclinó hacia él y deslizó la mano desde la garganta hasta las caderas—. No te perdonaré todas las siestas que pudimos haber pasado juntos, como lo vamos a hacer ahora.
 
— ¿Qué pasa si regresa la doncella? —aunque las palabras quisieran negar su propia excitación, su cuerpo estaba reaccionando a las sensuales caricias. Su poder lo estaba dominando y Merlín no podía resistirlo. Y, como si fuera un precioso objeto por el que había pagado mucho dinero, lo contempló, disfrutando lo que veía, mientras sus manos sentían la textura de su piel, posando su boca sobre las curvas suaves de su boca, admirando el brillo de sus dientes, las espesas pestañas que daban un misterio sensual a sus ojos, los intensos destellos de luz resbalando por su cabello, las profundas sombras que se proyectaban en su piel en los sitios donde sus formas se volvían más provocativas a la visión. 
 
Merlin yacía bajo el arco del pecho y sus hombros; su rostro tenía un cautivador atractivo, parecía que, con Arthuro, siempre era la primera vez que se hacían el amor.
 
—Tienes una boca incitante —movió sensualmente sus labios sobre los de él—. Tienes el cuerpo de un joven, pero eres un ángel. Eres mío y no importa lo que suceda, Merlin, siempre lo serás... aunque me odies.
 
— ¿Odiarte? —sus brazos se cerraron alrededor de su cuello, Merlín podía sentir el calor y la emoción expectante de su varonil cuerpo pegado al suyo—. Nunca lo podría hacer, Arthuro. 
 
—Eso dices, amado mio, pero todo es posible cuando se trata de nosotros dos —diciendo esto lo poseyó y el tiempo se detuvo en el universo. Estaban solos, juntos y Merlin sintió como si tuviera entre sus brazos la fuerza de la vida. 
 
El éxtasis fue mayor que antes, porque su cuerpo ya no ignoraba las maravillosas sensaciones que podía sentir. Y Arthuro tenía un deseo tan pasional y sabía llevarlo tan bien, de una sensación a otra, que el placer parecía romperse en una cascada que bañaba las partes ocultas y más profundas de su ser.
 
El sol se ponía cuando culminó su gozo y los rayos rojos y dorados entraban por el balcón; Arthuro parecía una figura de bronce junto a su blancura, la cara descansando sobre el cabello oscuro y revuelto.
 
—Hueles tan delicioso…, tan exquisito—murmuró—. Tú esencia esta repleta de sorpresas, amore mio.
 
— ¿Por qué te sorprendo, Arthuro? — Él descansaba sobre el vello tibio de su pecho y entrelazaba sus piernas con las de él. Sentía un sensual relajamiento que le pareció exquisito y un gozo primitivo, al descubrir su propio cuerpo; estar así, junto al calor de su amante, era la experiencia más profunda que Merlin podría conocer jamás.
 
—Eres tan apasionado como cualquier amante —le contestó.
 
— ¿Es un cumplido, Arthuro, o una confesión? —dijo, provocativo, pero al mismo tiempo, sintió curiosidad por los antiguos amanes que había conocido y junto a los cuales había yacido después de compartir el placer físico—. ¿Has tenido muchos amantes en tu vida?
 
—No siempre estuve casado —se burló—, y mi madre no trajo al mundo un hijo que sintiera inclinación por el celibato.
 
—Entonces…
 
—Había mujeres que me gustaban y a las que admiraba, hasta que te vi, y temí estar perdiendo la razón. Intente ignorar mis arrebatados sentimientos pero solo podía pensar en el niño en el mercado de frutos. Mi hermoso angel; entonces sentí que podía renunciar a mi libertad.
 
—Es extraño —murmuró—, pero me disgustaba pensar que estaría atado a alguien. Cuando cabalgaba por el campo, rodeado de colores bronce y morado, viendo una chispa en los arroyos, como armadura brillante, no quería nunca pertenecer a algo o a alguien que me robara mi espíritu libre; incluso, prefería montar a pelo para que mi caballo pudiera sentirse tan libre como yo. Cuando supe qué debía casarme contigo me aterrorice.
 
—Como te dije, amore bello, tú me hiciste creer que nunca podría poseerte totalmente —se incorporó y estudió su cara a la luz rojiza que inundaba la habitación—. ¿Te diste cuenta de que te entregaste a mí, por completo?
 
Merlin sonrió, mirándolo a los ojos y tendió una mano hacia él, presionándola contra su áspera mejilla. —Estar aquí, contigo, es como cabalgar libre por el campo; hay algo en ti de esa calidad indómita, Arthuro, algo del misterio de sus rocas, que cautiva ese espíritu. Dime, Arthuro, ¿cuándo regresare a Ealdor? 
 
Un silencio siguió a sus palabras; después, Arthuro se apartó de él, poniéndose de pie, su alta figura recortada contra la luz del ocaso. Un extraño dolor invadió el corazón de Merlin.
 
— ¿Qué pasa, Arthuro? —se sentó y trató de leer su expresión, con los ojos muy abiertos, pero el atractivo rostro estaba cubierto por las sombras que se arrastraban por la habitación, disipando el tibio fuego del sol que se hundía en el mar.— ¿Arthuro?
 
—Estamos aquí, en Albion, para disfrutar de nuestra luna de miel —contestó con tono sombrío—. ¿No puedes olvidar a Ealdor, ni siquiera por un momento?
 
—Sí, si no me pides que lo olvide por completo —se arrodilló en la cama con actitud casi suplicante—. No me pidas que saque a mi lugar natal de mi corazón. Yo esperaba que viviríamos allí.
 
—Ya veremos —se dio la vuelta al decir esto, recogió su ropa y entró en la habitación contigua. Al cerrarse la puerta, Merlin se puso la bata y se dirigió descalzo hacia el balcón cuyo barandal de hierro y la cantera se enfriaban al desaparecer el calor del sol. 
 
Se apoyó en el barandal y escuchó el distante arrullo del mar. Arriba, las estrellas tapizaban el cielo de color púrpura, y el aire estaba perfumado con el olor de los pinos que proliferaban en la isla.
 
Si Arthuro así lo quería, él aceptaría vivir parte del tiempo en su querida Albion. Su padre vivía aquí y era comprensible que él quisiera estar a su lado.
 
Lo que Merlin no podía soportar, era pensar que nunca estarían en la tierra de sus padres, cuya elegante y antigua imagen siempre lo acompañaba. No sólo amaba sus piedras, color de miel, sino que cada rincón y rendija estaban grabados en su memoria. Su dormitorio, las paredes cubiertas con un papel tapiz con dibujos de pájaros, ramas y hojas delicadamente pintadas. Había una cama enorme con un dosel sostenido por postes de madera tallada, la tela del cual hacía juego con el tapiz de la pared, y la cabecera estaba forrada con seda de color azul claro, del mismo tono que la sobrecama.
 
Dos bellos tapetes persas, antiguos, cubrían el suelo de madera clara; había una mesa de noche, donde guardaba sus libros y una vitrina donde se exhibían abiertos los abanicos de seda y encaje que coleccionaba su madre.
La galería estaba llena de esculturas talladas, representando campos de trigo, palomas y pétalos de flores, todos con hermosos detalles. Los adornos de las puertas también eran delicadas tallas de madera y la cúpula de mágicos colores del invernadero, conducía a la pequeña sala de estar.
 
Frente a la casa, había una gran área de césped y torrentes de luz entraban por las ventanas, empotradas en los muros, reflejando una multitud de imágenes y colores en el suelo.
 
¡Qué bien recordaba el precioso suelo, los bancos de madera de roble del pasillo y el tapiz de los sillones! ¡Qué calor daban las grandes chimeneas de mármol negro, donde quemaban los grandes leños que crujían en el fuego!
 
¡Cuánto amaba esa silueta extravagante y romántica qué formaba el atardecer! Su habitación favorita era la del pavo real, llamada así por la pintura de un lustroso pavo real en el techo, con sus hermosas plumas azules.
 
Merlin amaba a Ealdor, y Arthuro amaba a Albion; su instinto le advertía que la armonía de sus cuerpos no encontraría eco en los deseos de sus corazones. Nada cambiaría el hecho de que él en el fondo era un griego caprichoso y Arthuro luchaba con sus dos orígenes, y que ambos tenían un temperamento tan intenso como sus pasiones.
 
Merlin no se había dado cuenta de la magnitud de sus propias pasiones, hasta que se casó con Arthuro y aunque el solo pensamiento de estar en sus brazos, hacía que se le debilitaran las piernas, estaba decidido a luchar contra él si le negaba el placer de vivir, de vez en cuando, en la estancia de sus padres.
 
Siendo tan sobervio y orgulloso, era natural que él fuera parte dominante del matrimonio y Merlin no tenía intención alguna de ser otra cosa que su pareja, pero en él, era inevitable sentir la atracción de la antigua mansión de piedra en Ealdor, donde muchas generaciones de la familia Morgan habían pasado sus vidas y, ahora que él se había casado con Arthuro, sus memorias habían resurgido y deseaba volver a ver su antiguo hogar. 
 
Una brisa fresca se levantó del mar y jugueteaba con su cabello, mientras permanecía en el balcón, perdido en sus pensamientos. Primero, trataría de convencerlo por medio de halagos, pero si él permanecía inflexible en su decisión de visitar de vez en cuando sus tierras, Merlin también le mostraría su temperamento. Él lo había comparado con un hombre que, con seguridad, tenía el mismo temperamento de un chiquillo y si eso tampoco resultaba, entonces rompería a llorar.
 
Merlin sonrió... en realidad había algo de divertido y dramático en el matrimonio; no importaba que Arthuro llevara el papel de hombre fuerte y exigente, dado qué ese tipo de hombres siempre estaba a merced de la delicada fragilidad de su pareja.
 
 Era algo que alguien como Arthuro no podía dejar de tomar en cuenta cuando apresaba a tan sensible personaje como lo era Merlin entre sus brazos. Se percataba de su delicadeza y de la facilidad con que podía provocar moretones en su piel suave, y de la sensibilidad de sus emociones.
 
Rió y regresó a la habitación, donde hizo la cama de nuevo, con cuidado y sacudió las almohadas. Pronto vendría Sofia para prepararle el baño y a sacar el conjunto para la cena. Había algo en esa mujer que le causaba una rara sensación.
 
No le simpatizaba a Colin, y a Merlin no le gustaba que Sofia se enterara de sus cosas íntimas con Arthuro. Era como tener una espía en su habitación, porque Merlin estaba convencido de que Sofia observaba cada movimiento, para informar de la luna de miel a madame Pendragon.
 
Morgana debía tener una vida muy aburrida.
 
Merlin miró la cama, mejor arreglada que antes, y se dijo que una cosa era segura, Sofia no podría informar a la hermana de Arthuro que su esposo lo rechazaba. Era bastante evidente que su hermano estaba recibiendo una intensa y apasionada respuesta afectiva de parte de su esposo, lo cual tal vez la preocupaba. 
 
Morgana conocía a su hermano mejor que cualquiera, y quería para él una pareja que aceptara, con gusto, todo el poder de la pasión de Arthuro, la necesidad de mitigar las antiguas heridas y los rechazos sufridos en su niñez.
 
Merlin arregló la sobrecama, para que estuviera perfectamente centrada y, conteniendo la respiración, recordó el delirio de felicidad que había sentido en los poderosos brazos de su esposo, transportado por ellos a las palpitantes alturas del placer, casi enloquecido por sus caricias, por los besos sensuales que lo hacían lanzar gemidos y apretarse contra su cuerpo musculoso.
 
Perdido en esos recuerdos se tendió en la cama recién arreglada y envolvió con los brazos su cuerpo, cuyos centros de placer todavía ardían. El corazón latió de prisa y todo parecía girar al pensar en los secretos íntimos que había compartido con Arthuro. Las yemas de sus dedos todavía se estremecían por haber estado en contacto con él y podía sentir sus pezones erguidos y expectantes bajo su camiseta.
 
¡Oh, Dios! se sentía flotar en el aire con el deseo que hizo aparecer lágrimas en sus ojos. Arthuro lo poseía aun cuando estaba lejos de él. La imagen sombría de aquel hombre llenaba su mente, igual que sus besos y caricias flotaban sobre su piel; de repente, estaba llorando por la intensa alegría que el cuerpo duro y fuerte había dejado dentro de él.
 
— ¿Está triste? 
 
Merlin miró sorprendida los penetrantes ojos de Sofia, mientras algunas lágrimas todavía le rodaban por sus mejillas.
 
— ¡Oh, no!
 
—El joven llora, así que debe sentirse triste.
 
—De ninguna manera, no me siento triste —Merlin se puso de pie, notando que los ojos de Sofia recorrían la cama.
 
—El joven no debió haberse molestado en arreglar la cama —la mirada de Sofia era oscura y alerta—. Es mi trabajo hacerlo.
 
—Tu tarea es no tomarte tantas libertades —de pronto, el recelo que sentía por esa mujer, hizo que Merlin perdiera el control—. Por favor, prepárame el baño, usa aroma de pino. Y dime, ¿te encargó madame Pendragon que me vigilaras constantemente para informarle de todos mis movimientos?
 
Pero Sofia era astuta y de inmediato fingió inocencia. 
 
—No entiendo nada cuando el joven habla tan rápido.
 
—Me entiendes muy bien; por favor, prepara el baño.
 
—Ne, señorito. 
 
Sofia fue al baño y Merlin se dirigió al armario para elegir el conjunto que usaría esa noche para cenar con Arthuro. ¡Esa odiosa espía no iba a hacer la elección, o su furia sería incontrolable! La camiza era de tela primaveral, con mangas ajustadas. Escogió unos zapatos blancos... Parecidos a los que usó la noche anterior, cuando huyó de Arthuro por el jardín de figuras de piedra.
Había pasado tan poco tiempo y, sin embargo, parecía un recuerdo lejano. ¿De verdad había sentido tanto miedo de él? Sonrió, al tiempo que acomodaba su atuendo para después del baño; luego, esperó a que Sofia saliera del baño y, de manera casual, le pidió una jarra de té.
 
—Dile al cocinero que no ponga cuchara grande de té para preparar la jarra —dijo, altivo—, dos cucharaditas son suficientes y la jarra debe estar llena hasta la mitad con agua hirviendo, ¿entendiste?
 
—Ne, señorito —Sofia salió de la habitación, cortésmente, pero Merlin notó su resentimiento. A ella le gustaba husmear en los secretos de su señores y con seguridad no le agradaba que Merlin frustrara sus intentos. Si, como Merlin sospechaba, estaba espiando para madame Pendragon, entonces sería mejor decírselo a Arthuro. Él, menos que Merlin, querría que le dijeran a sus hermanas cosas desagradables de su esposo. 
 
Merlin entró en el baño con aroma de pino que dejó su piel sonrosada y fresca. Volvió a la habitación, cubierto con una bata, a tiempo para descubrir que Sofia se llevaba la camisa devuelta hacia el armario.
 
— ¿Qué haces? —preguntó.
 
Sofia se volvió para mirarlo; sus ojos eran desafiantes. 
 
— El joven tiene ropa muy hermosa, de alta costura, que le compró el amo para que se los pusiera para complacerlo. Las mujeres sólo viven para complacer a su marido.
 
Merlin trato de ignorar el insulto. Estaba claro que el no era una mujer y no caería en su provocación — ¡Tonterías! —Merlin se acercó a la doncella y tendió una mano para recuperar su camisa—. Todavía no me acostumbro al clima de Albión y deseo estar fresco, así que, por favor, devuélveme esa camisa, o llamo tú tan preciado amo y le pido que te despida en este instante. 
 
—El Joven no me despedirá porque estoy al servicio de la señorita Morgana — Sofia parpadeó, mirando a Merlin vestido con la bata que había ceñido con descuido a su cintura y con el cabello mojado y todo revuelto—. Los griegos no comprenden la lealtad de los hermanos.
 
—Entiendo perfectamente la unión entre mi esposo y sus hermanas—respondió Merlin, sintiendo que sus nervios se ponían tensos—, pero no creas, ni por un momento, que antepondría los deseos de tu señora a los míos.
 
— ¿Sólo por eso? — Sofia señaló la cama con gesto de desdén—. ¿Usted cree que es el primero en la vida del joven amo? 
 
—Soy él primer esposo en su vida —Merlin tendió la mano para tomar la camisa y en ese instante, Sofia tiró de él, bruscamente, para arrancarlo de los dedos de Merlin, pero la tela se rasgó, separándose en dos partes.
 
Por un instante Sofia pareció asustada y luego, desafiante, le arrojó la camisa dañada a Merlin. 
 
—Usted lo hizo, joven. No me puede culpar a mí.
Merlin se quedó sosteniendo la camisa, mientras Sofia salía apresuradamente de la habitación. Un momento después, Arthuro entró por la puerta entreabierta.
 
— ¿Has discutido con la doncella? —preguntó—. Pasó a mi lado llorando y mascullando algo sobre una camisa rota y que tú la culpabas a ella. Ah, ¿es esa la prenda de que hablaba?
 
Cruzó el dormitorio con grandes pasos y miró a Merlin, inquisitivo. Merlin estaba furioso al ver que Sofia lo había obligado a perder el control. Encontró los ojos de Arthuro interrogantes y un poco divertidos y decidió que no echaría a perder ese estado de ánimo.
—Parece que no logro agradarle a la doncella de tu hermana —se forzó a decir con naturalidad—. Quería que me pusiera uno de esos trajes de gala y discutimos un poco. Me estoy dando cuenta de que las mujeres son muy testarudas.
 
—Creo que mi hermana deja que Sofía haga su voluntad —Arthuro tomó la camisa rota y la examinó—. ¡Qué lástima!, es una bonita camisa. Sin embargo, tienes otras y creo que podemos encontrar a alguien en la isla para que arregle ésta. 
 
Merlin se dio cuenta de que la situación le parecía a Arthuro algo muy frívolo y, una vez más, decidió que no era el momento de comunicarle sus sospechas, diciendo que Sofia lo espiaba deliberadamente y lo hacía sentir como una extranjero entrometido.
 
Mientras se dirigía a elegir otra camisa, Arthuro se sentó en uno de los sillones; era obvio que iba a ser su público mientras se vestía. Una sonrisa tembló en sus labios al sacar una, color humo, con cuello alto y líneas rectas y suaves. Estaba desnudo bajo la bata y se preguntó cuánta hambre tendría Arthuro, si pretendía observarlo a través de esas pestañas largas y claras, mientras se ponía la ropa interior.
 
Sombrío y distinguido, vestido con traje de etiqueta y una camisa blanca, Arthuro observaba absorto y en silencio que Merlin deslizaba la bata fuera de él. Una ráfaga de luz se asentó en los ojos de su rubio amante. Detallando cada línea de aquel cuerpo, partiendo por la curvatura de su cuello, sus hombros, cada curva de su cuerpo; Su encantador esposo, controlando su timidez, metió las piernas en aquellos boxer para luego subir aquel Jean ajustado al cuerpo.
 
— ¿Estás disfrutando de este espectáculo donde actúa uno solo? —murmuró, mientras se dirigía al espejo para acomodar su cabello y peinarlo. Podía verlo en el espejo, su boca se cerraba en una suave sonrisa.
 
—Es mi privilegio —dijo con algo de arrogancia—. Eres mío, de la cabeza a los pies, ¿no es cierto?
 
— ¡Qué hombre tan posesivo eres, Arthuro! — Con mano ágil, acomodo el flequillo inquieto y roció su piel con un poco de colonia.
Arthuro todavía lo observaba con aquella expresión alerta y relajada mientras se colocaba sus zapatos. Cuando trató de alcanzar su camisa, color humo, él se puso de pie y con movimientos ágiles y rápidos tomo la prenda y, se situó detrás de Merlin, ayudándolo a meter ambos brazos dentro de la prenda dejando olvidada la tarea de abrocharla, decidiéndose por sujetar entre sus manos las caderas ajenas, mientras sus labios buscaban su cuello. Merlin quedó desarmado, como siempre, al sentir el contacto de sus manos. 
 
—Te he hecho mío por completo —dijo; Merlin sintió su aliento rozando la piel perfumada—. Si te alejaras miles de kilómetros de mí... si te fueras al otro lado del mundo, allí me pertenecerías.
 
— ¿Por qué habría de querer dejarte? — Merlin sintió que su cuerpo se estremecía como respuesta a las caricias de sus labios—. Estoy feliz aquí.
 
—Ten cuidado con ciertas palabras, Merlin; los Pendragon no desafiamos al destino, proclamando con voz alta nuestra alegría. Yo, personalmente, vivo según las enseñanzas de Apolo, de que el hombre debe vivir como si sólo tuviera un día más para disfrutar la luz del sol.
 
—Fatalistas —dijo, provocativo—. Eres tan civilizado en ciertas cosas, Arthuro, y tan primitivo en otras.
 
—Tu despiertas lo que hay de primitivo en mí y gozas haciéndolo, ¿no? 
“Sí”, respondió su corazón. Se extasiaba, de manera increíble, cuando Arthuro lo acariciaba, aunque sabía que sería muy peligroso desatar su furia.
 
—En este momento, tengo un hambre feroz —repuso Merlin—, así que, demoraré mi deleite hasta que hayamos comido.
 
Él rió, con voz profunda, besó su cuello y apartó las manos de su cuerpo.
 
— ¿Quieres que sea tu sirviente y te acomode tu desmejorada apariencia?  
Merlin asintió y experimentó la ternura que había en él mientras le abrochaba cada botón, color humo, una delicada capa de tela que acentuaba el color de sus ojos. A la altura de su garganta, donde quedó el cuello doblado a la perfección, brillaba su cadena de oro.
 
—Esos ojos tan bellos —tomó su cara entre las manos—, como agua de luna.
—Mi esposo, el poeta primitivo —le sonrió—. Me pregunto si de verdad eres Apolo.
 
Él movió la cabeza negando, sus ojos se empequeñecían, poco a poco, hasta darle un aspecto fiero y peligroso.
 
—El Apolo del sol era griego, y yo tengo solo a un esposo griego qué hace quemar mis venas. Hay sombras de guerrero y de amo en mis sentimientos por ti y tú lo sabes, ¿no es así, Merlin?
 
—Sí —su corazón latió rápido, como lo hace cuando llega a la cúspide de la felicidad o del temor—. Lo supe en el momento que nos conocimos y, al final, estoy aquí, contigo, Arthuro. Te saliste con la tuya y estoy casado contigo.
 
—Los pendragon siempre han sido valientes —sonrió y se alejaron tomados de la mano, hacia el comedor. No sin antes, colocar un suave beso en los tibios labios de su amado Merlín.

 

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