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Un mafioso enamorado. por Lucyanaliz

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Notas del capitulo:

Gracias por sus reviews. cual quier duda no dudeis en preguntar. lamento la demora pero no venian a arreglarme la senial de internet que sige muy mala. corrigo. no vinieron. jajaja malditos tecnicos. XD. Y..Y 

EL teléfono sonaba con insistencia y Colin sintió que sus nervios respondían al sonido poniéndose tensos. Acababa de salir de la bañera, y corrió al teléfono mientras se ceñía el cinturón de la bata de baño.

— ¡Diga!

—Hablamos de "Diavolo di oro", señor Colin Morgan. El director general desea hablar con usted.

Colin sintió que su corazón latía con violencia en su pecho. "Diavolo di oro" era la casa a la que él había pedido prestados algunos cientos de libras esterlinas, préstamo que le fue concedido por haber dado el nombre de Sir Gaius como fiador. El contrato que firmó estipulaba que pagaría mensualmente y, para su tranquilidad, los pagos no eran muy gravosos.

— ¿Pasa algo?... —Colin sintió de repente un escalofrío y envolvió más estrechamente la bata de baño alrededor de su cuerpo.

—Pareces nervioso —la voz parecía grave, áspera y tenía un acento extranjero. Sintió que sus piernas se debilitaban y buscó apoyo en el borde de la mesita del teléfono. —Espero que no te hayas desmayado.

Colin contempló el auricular... no era posible que dos hombres pudieran hablar con el mismo tono y de la misma manera. Pero la empleada le había dicho con claridad que el director general de "Diavolo di oro" deseaba hablar con él.

— ¿Con quién estoy hablando? —preguntó, casi sin aliento.

—No me siento muy halagado de que no reconozcas mi voz, Mer, sobre todo, teniendo una relación tan especial.

¿Arthuro Pendragon? ¡No podía ser!

—El mismo —dijo él, adivinando sus pensamientos.

— ¿… usted es el director de "Diavolo di oro"? —pudo preguntar al fin.

—Jamás lo dudes, como se dice en este país.

— ¡Oh, no!

—Diavolo, querido mío, traducido al italiano significa Diablo y si hubieras estado más interesado en la literatura clásica en ese colegio tan exclusivo en Beacon hill, podrías haberlo adivinado.

¿Como sabia eso?

—No es que crea que me parezco al mismísimo lucifer, pero es parte de mi personalidad, según tú. Es una ironía del destino que hayas escogido mi compañía para pedir prestado el dinero que necesitas para evitar que tu hermano caiga en mis manos, ¿no te parece?


Por lo menos Gwaine estaba fuera de su alcance porque por fortuna hubo una problema con el barco de la compañía P & O con destino a Singapur, y Gaius aceptó con disgusto esa oportunidad para alivianarlo de sus problemas y castigar a su hermano mayor con todo el peso de su propia ley. Ahora. Merlín no tenia la mas minima idea de donde estaba ese par. Pero con fiaba en su jefe. Los años a su servicio le habían demostrado la clase de persona que era. Le entregaría su propia vida y la de su hermano con los ojos cerrados.

Ahora mas qué nunca.

El dinero del préstamo se lo entrego a Gaius para los gastos de su hermano. Tenia que mantenerlo lejos, para que no se le diera por cometer una estupidez. Luego les enviaría dinero de alguna forma segura.

No le había importado en absoluto que Gwaine hubiese tenido que humillar sus principios al pedir perdón sujetándose a sus piernas, reclamando piedad y clemencia al ver que Gaius se haría cargo de él. Merlin se cruzo de brazos y miro para otro lado. Desesperado. Su hermano se tomo la libertad hasta de lloriquear penosamente sobre su brazo, en especial, besarle la mano y llamarlo «Monito» como cuando eran pequeños. Casi perdona todas sus indugencias, pero una mirada de indignación dirigida por el fiel Gaius le habia echo entrar en razón.

Gwaine grito y pataleo mientras era arrastrado fuera del departamento, manos esposadas, a las tres de la mañana siendo brutalmente lanzado al interior de la furgoneta de su jefe, quien le cubrió la boca con cinta adhesiva cuándo este empezó a suplicar a Merlín qué al menos se fuera con él.

Lo abrazó con tanta fuerza que lo dejó sin aliento, luego metió sus pertenencias en una maleta y los dejo ir de su vida.

—Te enviaré una postal —le había dicho, dejándolo abandonado a su suerte. En manos de su vengativo jefe que había utilizado esto, como una manera de salir de vacaciones.

Lastima que lo había dejado a cargo de la tienda. Suspiro y en un instante, Merlin se percató de que su hermano sabía, desde el principio, que "Diavolo di oro" era una de las compañías de Arthuro Pendragon que él mismo administraba.

Era la misma compañía de prestigio y seriedad que tanto le había recomendado Sir Gaius, quien no había descubierto en su bola de cristal la trampa que la esperaba.


— ¿Se imaginó —dijo Colin, tratando de recobrar su compostura—, que iba a aceptar mansamente la proposición de matrimonio bajo sus condiciones?

—La imaginación no tiene nada que ver en esto —contestó—. Creo que te advertí que, cuando un Italiano cierra un trato, su palabra vale tanto como su firma. Admito que es algo irritante para ti que fuera mi compañía la que te concediera el préstamo para ayudarte a sacar a tu hermano del país. Trabajaste rápido, cariño. Admiro tu valor, pero tienes que aceptar con honradez que ahora estás más en deuda conmigo que antes.

¡Maldito sea! Colin quería arrojar al suelo el auricular y huir con su jefe y Gwaine, mas su carácter era diferente al de su hermano y comprendió que Arthuro Pendragon tenía razón.

—Te doy mi sincero pésame, Mer. Es una desilusión que ese adivino para quien trabajas no viera mi nombre escrito en su bola de cristal. Me doy cuenta de que es cliente de "Diavolo di oro", así que pienso que fue él quien te sugirió que acudieras a una casa de préstamo. No creo que se te hubiera ocurrido a ti.

— Sí —reconoció Colin—. Sir Gaius pensó que esa sería una solución.

— ¿No leyó las cartas del Tarot? —se burló.

—Usted es un demonio —exclamó—. Su suerte es realmente diabólica, ¿no cree?

— Si tú lo dices, caro mío —se rió de una manera que expresaba un sarcástico humor—. Tú y yo tenemos asuntos que discutir, así que estaré en tu apartamento en una hora para llevarte a cenar. Estarás listo, ¿verdad?

Se oyó un chasquido y luego el sonido que indicaba que había colgado. Colin volvió a su lugar el auricular y se dirigió tambaleante al sofá donde se dejó caer y tomó un cojín entre sus manos, pues necesitaba algo a qué aferrarse mientras asimilaba la realidad… todavía estaba atrapado en la red que su despreocupado hermano había ayudado ingenuamente a tejer.

Al menos eso quería creer…

Desde el principio tuvo el presentimiento de que no podría escapar de Pendragon y ya no le sorprendía enterarse de que poseía una casa de préstamos, además del casino de juego. Era fácil ver que no era un hombre común y que disfrutaba involucrándose en negocios arriesgados. Ganar dinero en tales negocios añadía emoción al juego.

Colin pudo imaginar con cuánto sarcasmo se rió al enterarse de que él se convirtió en cliente de su casa de préstamos. ¡Era un ingenuo!

Este rudo Ingles o italiano, como sea, ahora tenía la sartén por el mango; a Arthur no le importaba que lo estimaran, pero sí que lo temieran. Se había endurecido al descubrir que la gente podía ser cruel con un niño, sólo porque ese niño no tenía padre.

Ahora que lo tenia…, le sacaba su jugo. Lo mas doloroso debió a ver sido, no tener a su madre con él.

Su armadura creció y se endureció, centímetro a centímetro, hasta que también envolvió el corazón. Nada podía conmoverlo y de eso se encargaba el mismo.

Es impenetrable, pensó Colin... ¡pero él no lo era! Había dicho que en una hora estaría en su apartamento. Arthur Pendragon ya había decidido que se casarían, sin importar su opinión.

Y tal como ése hombre había dicho, ahora su deuda era más grande que antes. Había caído en sus manos y su única arma era conservar la dignidad. Siempre se enorgulleció de su compostura y dignidad, así que lo recibiría con la cabeza erguida y no con la actitud sumisa que, probablemente, él esperaba encontrar a su llegada.

Se dirigió a su habitación y estudió los trajes en el armario. Tomo un traje negro, formal, que acompañaba a una camisa de color borgoña y, lo lanzo al suelo. Eligió unos pantalones de jean, azul oscuro, con una camisa azul marino y unos borceguí negros, tan lustrados que se reflejaba en ellos. Además, de su preciada chaqueta nueva. Se pondría esto para que él entendiera el mensaje. No tenía nada que celebrar al contemplar un matrimonio con un hombre que sólo pensaba en términos de dinero y ganancia y no conocía el amor.

El Azul le quedaba bien, por sus ojos y por ser tan blanca su piel. Se miro en el espejo del tocador y se peinó con cuidado, sonrío.

Solo me faltaba un jodido moño en el cuello, pensó.

Noto que su labio inferior estaba algo morado, de tanto mordérselo, seguramente por sus malditos nervios. Se tenso al notar el sonido de las agujas moviéndose, en el silencio de su cuarto. Estudió su imagen y vio que la preocupación había agrandado y oscurecido las pupilas de sus hermosos y expresivos ojos Azules.

No comprendía lo que Arthuro Pendragon quería de él. Era acaso,... la blancura que contrastaba con su color bronceado, el linaje para compensar su desconocido origen y aun su rebeldía con matices de temor, que hacía brillar sus ojos sobre la nariz refinada, sus labios, los cuales le avergonzaban por tener esa forma de corazón, tan femenina al igual que su barbilla ovalada.

Cuando Colin era un niño, su padre lo llevó a una iglesia griega donde le mostró el vitral en que aparecía un hombre con armadura, arrodillado en su reclinatorio. Aun entonces, Colin descubrió su parecido con él en la perfecta blancura que había heredado; la sangre de sus antepasados que luchaba contra la herencia moderna, que se iba mezclando, como lo fueran los mestizos como Arthut.

Su sangre producía de vez en cuando algunos descendientes con cabello rubio plateado y ojos verdes o azules. En cambio en Colin eran pálidos con cabellos oscuros y ojos azules o negros como la noche. Colin no era vanidoso, pero tampoco le gustaba fingir modestia; sabía muy bien que Arhuro admiraba su aspecto y que estaba decidido a conquistarlo para sí.

De otra manera no entendería como un hombre como él. Que podría tener a la mujer o el hombre que quisiese, se fijaría en alguien tan simple como se sentía él en apariencia.

Contuvo la respiración al pensar que, posiblemente, su prometido conocía la historia de la joven griego que llevo a Grecia a la gloria, montado en el corcel de un caballero, convirtiéndose en un Rey, liberador de un imperio sublevado. Esa era la clase de historia que fascinaría a un hombre que se había propuesto salir de la pobreza en que nació y que ahora por medio de manipulaciones de dinero, obligaba a la gente a acudir a él, suplicante.

Colin llegó a la conclusión de que por eso él disfrutaba ser el dueño de una casa de préstamos con facilidades de crédito. Le gustaba tener a las personas en su poder, como él lo estaba. Fue esta idea la que hizo que su sangre corriera precipitadamente por sus venas, por lo que, al sonar el timbre anunciando su llegada, sus mejillas estaban encendidas al abrir la puerta.

Lo condujo al salón. Su figura alta, esbelta y oscura, siempre le producía un estremecimientos. Sus ojos lo recorrieron como si ya fuera suyo... lo que en parte era cierto.

—Estás muy atractivo, cariño —permaneció de pie, junto a él, estudiando su esbelta figura pasando de su calzado hasta la forma en que iba peinado su cabello. Colin retrocedió por instinto, temiendo que, con un beso, quisiera denotar que le pertenecía.

—No te asustes —murmuró—. No te descompondré el vestuario, ni te desarreglaré el pelo... por ahora. Prende esto a tu camiza.

Le entregó una caja con tapa transparente y vio una pequeñas y hermosa rosa blanca.

—Gracias... —levantó la tapa, feliz de poder concentrarse en su flor preferida, sin tener que ver sus ojos. Sacó la roza y lanzó un grito sofocado al encontrar sujeto a ellas un broche enjoyado.

Su mirada buscó la cara de Arthur.

—No debió.

—No es muy caro —lo interrumpió—, y es perfectamente normal que un joven acepte un obsequio de su prometido. Porque eso no ha cambiado, ¿te das cuenta?

—Yo esperaba... —gimió, mordiendo su labio al pincharse el dedo con el alfiler del broche.

—Te lo mereces —dijo poco amable—. ¿Es éste tu abrigo? —levantó la chaqueta de Merlín que llevaba la otra noche y la miró, frunciendo el entrecejo—. Te compraré uno mejor, como te lo prometí.

—Me gusta mi chaqueta—repuso con tono defensivo—. La vi en una tienda de segunda mano y me encantó. No quiero tener abrigos de animales muertos o algo así...

—Ya veremos —tomó la roza y broche de las temblorosas manos de Colin y los prendió en la chaqueta. Las joyas del prendedor despedían centelleos azules, con destellos dorados y verdes. Las gemas relumbraron cuando Arthur colocó la chaqueta sobre sus pequeños y al parecer delicados hombros.

— ¿Acaso nunca aceptará una respuesta negativa? —preguntó Colin, levantando la barbilla para mirarlo a la cara. Por su mente cruzó la idea de que era muy… varonil. Demasiado apuesto para ser un simple ser humano.

—No, si puedo evitarlo —contestó—. Seguramente estás de acuerdo en que un marido rico es mejor que uno pobre, porque el amor en una buhardilla es hermoso en una novela, mas en la realidad, significa tener frío y hambre la mayor parte del tiempo y así, el amor pronto muere.

Trato de ignorar el echo de qué pensará que de no cazarse con él. Se casaría con otro. De donde diablos había sacado de que le gustasen los hombres, el mismo merlín se estaba por convencer de ellos. De verlo tan seguro con respecto a sus íntimos gustos.

—Estoy... seguro de que el amor verdadero puede superar muchas dificultades —dijo, aunque frunció la nariz al imaginar la tristeza y los malos olores que tendría que soportar al vivir en mi sitio como el que Arthur describía.

—En teoría, muchas cosas son posibles, pero en la práctica el amor, como las rosas— con el rose de los dedos, señalo su obsequio —, sólo florece con el calor del sol. Hablo de la pobreza por experiencia propia —de repente, sus palabras tenían una extraordinaria dureza—. Yo vi cómo el lado amable y cariñoso de mi segunda madre… aquella amiga de ella, de la que te hable, se fue endureciendo a causa de una vida dura. Mi madre era tan sólo una niña cuando cometió el error de gozar el calor de los brazos de un hombre y su amiga se sintió culpable de presentarle a aquel hombre. Margaret, tenía la misma edad de mi madre, cuando tubo que hacerse cargo de mi. Quién no era realmente nada mío, cuando un sujeto poco agraciado, le ofreció matrimonio, ella acepto y busco a mi padre para librase de mi, sin llevarme en su conciencia. Pero, se qué nunca pudo olvidar ese error qué tanto mi madre como ella cometieron, porque yo fui la consecuencia de sus actos.

— ¿Es por eso, que mucha gente no le simpatiza? —preguntó Colin, sintiendo compasión por el niño, aunque no por el adulto endurecido y cruel en el que se había convertido. No llevaba visible la armadura de aquél griego, pero sí tenía una piel dura y una opinión muy mala de las personas.

— ¿Es necesario que me simpatice la gente? —inquirió sarcástico—. Hay algunos que respeto por su cerebro, a otros los admiro por su apariencia y a otros los desprecio por sus mentes estúpidas. Sólo soy un ser humano, vida mia, lo que pasa es que las circunstancias me han enseñado a ser menos hipócrita. No sufro de esa enfermedad social que hace decir cosas amables a las personas para después hundirles un cuchillo cuando te dan la espalda. En resumen, Mer, no llevo una máscara de amabilidad mientras pienso cosas desagradables de los demás.

—Para ser Italiano, tiene usted un amplio vocabulario en inglés, señor Pendragon — su acento teñía sus palabras con diferentes significados y Colin estaba seguro de que se ocultaba detrás de una máscara, aunque reconocía que no era una de ésos que sonreían con falsedad.

— Insisto en que me llames por mi nombre —de súbito lo tomó por los hombros y sintió la fuerza que era capaz de levantarlo en vilo—. Si quieres la verdad, te diré que te considero tan mío como a Camelot. Allí perteneces, a mi lado, siempre has pertenecido a ese lugar, no a esta pensión vieja y descuidada en Prince Wood, que huele a comida y donde se oyen la radio y las discusiones de los vecinos.

Sus manos lo apretaron con más fuerza, en un gesto posesivo.

— ¡Dios mío, pequeño tonto! ¿acaso sabes lo que hizo tu hermano con la casa que pertenecía a tus padres? ¿No?— su media sonrisa junto al brillo de sus ojos, le había dicho entre líneas, todo. — Fue la primera vez que callo en su avaricia, mi padre quería el dinero rápido o, lo pagaría con su vida. Claro, luego todo eso, callo en mis manos.¿No sabes que prometí a tu hermano que siempre habría una habitación para ti en Camelot? Quizá era un tonto e irresponsable, pero a ti te quería y le dolía que perdieras tu hogar…— Arthur rió quedado.

—¿Cómo, como pudo...

— No. No me miréis así, eh.

— Con todo lo que usted y su familia tienen. ¿porqué nos hace esto?.

—¿Crees que me quedaría con esa casona de piedra en el campo, si no fuera por ti? ,Uhm…,y, no olvidemos tu departamento. En realidad, por la avaricia de tu hermano, tú, ya no tienes nada. Estas en la calle Merlín. Pero tranquilo, en cuanto nos cacemos te devolveré la casa que fue de tus padres.

Colin contempló la cara bronceada y severa y su corazón empezó a latir con violencia.

—Entonces…, por eso me propuso matrimonio antes. por qué era un peso para su conciencia.

— ¡Al diablo la conciencia! —lo estrechó en sus brazos hasta hacerle daño y sus labios se apoderaron de los del mas joven salvajemente, su aliento lo penetraba, ardiente, haciéndolo saber que era un triunfador, un conquistador, un hombre igual al primero que puso un pie en el umbral de Camelot, del verdadero Camelot, como amo y señor de sus dominios.

Cuando Arthur al fin soltó sus labios, Colin estaba muy aturdido, incapaz de decir algo, se quedó sin aliento para pronunciar palabras, sintiéndose atrapado y prisionero de un hombre que, esta vez, no le permitiría rechazar su proposición.

—No es mi conciencia —murmuró él—, son mis sentidos. Tú eres todo lo que quiero y tú eres el esposo que voy a tener.

— ¿Aún cuando yo no lo ame? —se lo dijo sin rodeos.

— ¿Hablas del amor de novela rosa? —se burló—. ¿De la pasión de dos almas gemelas? Lo que sentimos, Colin, lo sentimos con el cuerpo y no con algún órgano místico que los investigadores de laboratorio no han logrado encontrar dentro de algún hombre o mujer. Nuestras necesidades vienen de la carne, ¿qué hay de malo en eso?

Mientras hablaba, pasaba la mano sobre el cabello de Colin, las yemas de sus dedos se deslizaron rodeando su cuello, atrapándolo con delicada firmeza.

—No me digas —dijo con tono más profundo—, que no sientes nada cuando te acaricio. En este instante mis dedos perciben el acelerado latir de tu pulso.

—El corazón late precipitadamente cuando tenemos miedo —y en esta situación, tan cerca de él, Colin se dio cuenta de su falta de experiencia con las personas en general, sin mencionar a otros como Arthur, cuyo temperamento y pasión eran encendidos por la mezcla de sangre inglesa e Italiana. Lo podía ver con claridad en sus rasgos, la piel tensa y quemada por el sol.

—Entonces, te causo temor, ¿no? —pareció agradarle la idea; en sus ojos apareció una sonrisa malévola—. Tal vez sólo tienes hambre; he reservado una mesa para dos en «La mesa redonda», un restaurante Italiano, donde las chuletas de cordero son exquisitas. Ven, vamos a cenar.

Frente al edificio estaba un Jaguar, estacionado cerca de la entrada. Su carrocería era oscura y su interior muy lujoso, tapizado con piel dorada.

—Es mi color favorito —dijo Arthur mirando profundamente los ojos de Colin.

Su corazón dio un vuelco porque comprendió que la estaba cortejando a su manera, diciéndole las cosas que a un inglés le habría incomodado decir.

Hasta ahora no había pensado en cortejos y campanas matrimoniales. ¿Tañerían las campanas para una boda en Argentina? Estaba seguro de que Arthur no insistiría en una ceremonia formal.

¡Me voy a casar con este hombre!, la frase resonó en su mente y envió precipitadas señales de peligro por todo su cuerpo. Él cree que el cariño que siento por la casa de mis padres, compensará la falta de amor entre nosotros.

— ¿Te gusta la comida Siciliana? —el coche se detuvo con suavidad frente a un semáforo, la luz roja iluminó el interior del Jaguar.

—Nunca la he probado —contestó. Sus dedos asían fuertemente el cinturón de seguridad que lo sujetaba.

—Entonces te has perdido de algo bueno —el coche avanzó hacia una parte más tranquila del kaure Star. Arthur conducía con habilidad y sin nerviosismo, igual que hacía todas sus cosas. Colin no sentía mucha hambre, ni aun cuando llegaron al restaurante donde el aire estaba impregnado de aromas deliciosos.

El jefe de camareros los condujo a una mesa apartada, iluminada por lámparas de luz tenue y situada frente a un llamativo mural donde figuraba un imponente hombre ingles, montado a caballo, con unos perros de casa a su lado. Ese hombre se le asemejaba al hombre que tenia a su lado, mostraba un bravío aspecto indomable, cabello rubio y ojos brillos, dominando a la bestia que sostenía con firmeza.

Colin miró fijamente la cara en el mural y vio los mismos rasgos definidos, el poder y la confianza que se reflejaban en el rostro del hombre que compartía la mesa con él.

—Te sugiero que pidas platillos Italianos —le dijo con tono persuasivo.

—Entonces, será mejor que ordenes tú por mí —ni siquiera intentó ver el menú—. Será tu decisión... ya que gobiernas mi vida.

— ¡Qué frase tan dramática! —se burló—. Hay muchos jóvenes que estarían encantados al recibir una invitación para beber y cenar en un lugar como éste.

—Pues es una lástima que no te acompañe uno de ellos —replicó—. No me van a deslumbrar ni tú ni el restaurante, si eso es lo que esperas.

—Yo no espero nada que no pueda obtener por mí mismo, amor mio —fijó su atención en el menú y cuando vino el camarero, ordenó sus platillos en Italiano. Las consonantes guturales y poderosas le resultaban más naturales que el inglés, donde ponía más atención.

—Bueno, ¿qué clase de travesura supones que hará tu hermano en compañía de ese adivino inútil?

Colin miró a su prometido y pudo imaginar cómo se sentía una presa cuando había caído en la trampa del cazador.

—Creo... que tienes un pacto con el diablo —contestó.

—Niño mío, ¿acaso no soy el mismísimo diablo? —Paris lo miró con un brillo burlón y divertido en sus ojos—. ¿No es eso lo que quieres creer en vez de la verdad?

— ¿Conoces el significado de esa palabra? —preguntó.

—Hay dos clases de empresarios, ¿sabes? —rompió un palito de pan con un movimiento rápido —, los que usan trucos para ganarse la confianza de alguien y los que poseen tanta confianza en ellos mismos, que no necesitan usar trucos. Yo tengo acciones en varias compañías, tengo muchos asuntos que atender pero todos son negocios limpios. Tú me odias por las malas decisiones de tu hermano, por tomar la casa que era de tus padres, pero te aseguro que la hipoteca llegó a mis manos legalmente —hizo una pausa y prosiguió diciendo—: Tu hermano necesitaba dinero y yo podía dárselo. Por desgracia, gran parte del dinero se quedó en la mesa de la ruleta, obligando a tu hermano a pedir dinero prestado de nuevo a fin de pagar sus deudas de juego. Le permití trabajar a mi club porque, de lo contrario, habría visitado otro, administrado con menos honestidad.

Observó fijamente al joven moreno y le impuso su voluntad con aquella mirada profunda y dominante.

—Si yo tuviera una hermano menor, Colin, trabajaría para él, no lo dejaría sin hogar; así que culpa un poco a tu Hermano; fue él quien perdió tu hogar en el juego.

—Porque hombres como tú tienen negocios donde otros hombres pueden perder sus vidas, apostando.

—Por lo general, no estimulo a la clase de clientes como tu Hermano.

— ¿De verdad? — Colin sintió que enrojecía bajo su mirada. No podía negar la adicción febril de Gwaine a los juegos de azar—. ¿Por qué le permitiste la entrada, si te disgustaba tanto su comportamiento? No, mejor dicho; ¿Por qué le permitió trabajar allí?

—Creo que conoces la respuesta.

— ¿Ah, sí? —se defendió.

—Vi a tu Hermano perder sus bienes en una mesa de juego y me preguntaba cómo podía hacer una cosa así. Lo observé, casi fascinado. Noche a noche venía al Club Camelot, era todo un caballero y cada vez, dejaba un poco más de su historia entre cartas y dados. Los hombres como yo no creamos jugadores, ellos necesitan lugares adonde puedan ir a perderse, y yo era hombre sin propiedades, decidido a conseguir dinero.

Arthur enlazó los dedos, observándolo.

— ¿Quieres saber cómo me convertí en el dueño del casino?

—Si quieres contármelo... —la voz de Colin no denotaba interés, pero sentía una gran curiosidad, ya que el Club Camelot había sido un segundo hogar para su hermano.

— Mi padre tubo un accidente que lo ha dejado imposibilitado de tareas tan pesadas como la dirección de un casino, de ésa magnitud. Por su puesto, él jamás me lo cedería, así como así. Sabes… también tengo mis negocios aparte y, justamente tenía un cargamento de piel destinado a China, y cambié esta mercancía por el club. Cuando tomé posesión, encontré que tu querido hermano tenía una enorme deuda allí. Pensé que era un tonto, no obstante me simpatizó. Es muy sencillo aprender a estimar a los caballeros ingleses.

—A diferencia de los Italianos —murmuró.

— Me pregunto si algún día vas a decir algo agradable al hombre con quien vas a casarte.

— Quieres decir... al hombre que me obliga a casarme con él.

— ¿Chasqueando un látigo como el de ese cazador de zorros? —dijo, señalando el mural—. ¿No se te ha ocurrido que, al casarte conmigo, vas a recuperar todas las cosas que tu hermano perdió?

—Qué mente tan mercenaria tiene, señor Pendragon — los ojos de Colín tenían una expresión de desprecio—. Usted adora el dinero.

—Lo respeto —sus ojos y sus rasgos parecían de plata. Metió la mano en su chaqueta y sacó algo del bolsillo interior. Lo deslizó sobre la mesa hacia él—. Pruébatelo para saber si es la medida correcta. Una vez que te lo pongas, podrás empezar a usar mi apellido.

— ¿Qué es? —miró la pequeña caja cuadrada, sabiendo muy bien lo que contenía.

—Ábrela y averígualo.

—No... no quiero.

—Entonces permite que yo la abra —tomó la caja y le mostró el anillo ancho, en el estuche de satén: dos rubíes motilados en oro reluciente—. Los diamantes son fríos, las esmeraldas son algo ostentosas y se dice que los ópalos atraen la mala suerte, así que elegí rubíes que resplandecen como llamas. Dame tu mano izquierda.

Merlín cerró el puño sobre su regazo, desafiándolo con los ojos. No podía obligarlo a aceptar el anillo en un restaurante, con tanta gente mirando... ¿O sí? Merlín no lo conocía tanto para estar seguro.


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