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Un mafioso enamorado. por Lucyanaliz

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En el pórtico de la iglesia, Arthuro lo esperaba acompañado de una mujer y de inmediato Colin supo de quién se trataba. Alta y de una fina figura, con el cabello, oscuro, recogido en un elegante moño alto, dejando unos cuantos rizos sueltos para que le acariciaran las sienes. Aquel estilo severo favorecía mucho su rostro perfectamente ovalado, de piel de alabastro, y acentuaba su delicada estructura ósea y el brillo sutil en aquellos sabios ojos.

Tenia una belleza seductora y juvenil. Sus ojos no miraban a Colin con el desprecio que esperaba; eran oscuros y de expresión distante, casi triste y se quedaron fijos en Colin mientras éste se acercaba con su pálido aspecto, Con el traje sin el abrigo, que había dejado en el coche. No se había mojado con la lluvia porque un ayudante lo estaba esperando a la puerta del auto con un paraguas grande para cubrirlo.

Al detenerse frente a la hermana de su prometido, Colin no supo si debía sonreír o no. Tuvo una rara sensación, casi como si estuviera soñando y, aun cuando Arthuro le habló, su voz no logró disipar esta emoción.

—Permíteme presentarte a mi prometido, hermana.—Arthuro se acomodo a un lado de Merlín y sujeto su brazo, con bastante familiaridad.

— Ya veo… — Susurro Morgana con la mirada buscando el suelo y regresando a ellos con compostura renovada.

Arthuro sonrío ante el esfuerzo de su hermana por mantenerse recatada.—Hace unos momentos, me decía que, si me iba a casar con una extranjera, al menos esperaba que fuese encantadora…—compartió una grave sonrisa.

Ambos cunados se dirigieron una ligera mirada compasiva, en unos momentos, serían parientes; uno vestía un fascinante traje de novio y la otra usaba un vestido negro, sobrio, su cabello recogido en un moño sobre la nuca y unos pequeños pendientes de azabache en su orejas.

Había un gran contraste entre los dos; eran como luz y sombra a ambos lados de Arthuro.

Entonces, con un movimiento brusco, debido a su timidez, Morgana se adelantó hacia Colin, tomó su cara entre las manos y lo besó en las dos mejillas.

—Haz feliz a mi estúpido hemano… —le dijo en perfecto inglés. Merlín estaba seguro que había sentido una lagrima tocar su mejilla.

—Lo... intentaré —contestó Merlin sin atreverse a mirar a Arthuro. Un momento después, caminaban tomados del brazo hacia el altar y Colin se daba cuenta, casi como en un sueño, de que la gente los miraba... ojos oscuros brillando en rostros de piel bronceada... desde la penumbra fría, donde iconos de oro y plata estaban iluminados por la luz de muchas velas.

Colin percibió el olor de la cera, el aroma del incienso y de los claveles que adornaban las solapas de los hombres presentes. Adivinó la presencia de las Hermanas de Arthuro, paradas detrás de ellos junto al padrino, que vestía tan sobriamente como el novio, el cual estaba muy erguido y, contrastaba con la blanca delicadeza de Colin.

Los invitados no dejaron de observar y cuchichear sobre la sorpresiva pareja del joven empresario y el sacerdote comenzó a cantar, las frases de la ceremonia nupcial.

Arthuro le había dicho en el avión, mientras volaban a Argentina, que durante la ceremonia, por costumbres de los Pendragon, el sacerdote entonaría la frase: "La mujer debe temer al hombre" y, entonces, Arthuro le haría una seña con la cabeza para que él le pisara un pie. Esta era una broma que causaría regocijo entre los invitados.

Llegó el momento, Arthuro hizo una señal con la cabeza de cabello dorado y él obedeció sus indicaciones. Al instante, una ola de risas se escuchó en la iglesia. Esto aligeró un poco el corazón de Colin, pero sintió un frío mortal en su mano al intercambiar, tres veces, los anillos de oro antes que, finalmente, fueran colocados en sus manos derechas para permanecer allí si el destino así lo quería.

Aparecieron entonces las diademas nupciales, hechas de piel fina, imitando ramas y botones de flores, unidas por largas y delicadas cintas. El padrino las sostuvo sobre sus cabezas mientras cantaban los ritos finales de la ceremonia; al igual que con los anillos, las coronas fueron intercambiadas tres veces, antes que el sacerdote hiciera un recorrido por el altar conduciendo a los novios. Este acto se llamaba la danza matrimonial.

Durante ese ritual los invitados lanzaban arroz, pétalos de rosas y almendras dulces. Colin comprendió por qué Arthuro había dicho que las bodas de su familia eran menos formales que las inglesas.

Con pétalos de rosas adheridos en cabello y granos de arroz prendidos al cuello de su camisa, Colin bebió, muy nervioso, el vino nupcial que le ofreció el sacerdote, quien luego les presentó una Biblia plateada para que Arthuro y Colin la besaran.

Ya estaban casados y, aturdido, se dirigió a la puerta de la iglesia, tomado del brazo de su esposo donde los invitados los rodearon abrazándolos, besándolos y felicitándolos; algunos de ellos trataban de contener lágrimas de emoción mientras los novios corrían bajo la lluvia hacia el coche que los conduciría al salón, donde debían festejar la boda.

La tarde empezó a caer; atrayendo los vientos fríos del norte.

Dentro del coche, Arthuro cubrió sus hombros en un abrazo y, al instante, él adivinó su posesividad en ese gesto.

—Estabas encantador —dijo.

—Espero que tus amigos hayan quedado muy impresionados —se dejo envolver por el calor de aquel cuerpo, recordando que frente a la puerta de la iglesia, él había entregado las diademas nupciales a Morgana, quien las apretó contra sí, como si buscara consuelo en ellas.

—Les agradas a mis hermanas—murmuró.

—A mí también me agradan —respondió Colin; había sido un alivio descubrir que aquellas chicas no eran tan hostiles, con alguien que nuevamente se les aparecía de la nada y, enzima, se les imponía como nuevo pariente.

Sus cuñadas eran demasiado diferentes una de la otra, Colin se pregunto si ambas eran hijas de diferentes madres, al igual que su hermano. Una era introvertida y no una mujer dominante y celosa, como lo eran muchas jóvenes y la otra, parecía el retrato del desconsuelo y la serenidad.

— ¿No puedes ofrecer un poco de esa simpatía a tu esposo? —preguntó cortante—. Soy el único hijo barón de está familia, ellas son dos y tú viste la clase de mujeres que son. Recuerda qué ellas quieren verme feliz…

Colin lo miró sin expresión, permitiéndole tomar su mano derecha para admirar el reluciente anillo de oro en su dedo.

— Estas chantajeándome con tus hermanas.

—Cuando lleguen los invitados, para ir a la recepción, trata de parecer un feliz novio y no un combatiente o peor, un viudo.

—Tú sabías que yo no quería el alboroto y las molestias de una fiesta de recepción.

—Vamos, sería una incorrección no compartir pastel y champaña el día de nuestra boda con las personas que vinieron a desearnos felicidad. Sé razonable, amor mío, deja de ser un chiquilin.

—Mis deseos siempre son niñerías —replicó—. Tu palabra es lo único que importa.

Arthuro apretó sus dedos y no negó la acusación.

— ¿Temes que tus amigos se enteren de que soy tu novio porque me obligaste? —lo provocó.

—Prefiero que piensen, aunque sólo sea por mis hermanas, que eres mi esposo por tu voluntad... no soy tan desnaturalizado para disfrutar que digan que te tengo contra tu voluntad.

— ¿Sugieres que eso podría lastimarte? —Colin sonrió ante esta idea—. Comenzaba a pensar que tu dura y fría coraza era impenetrable.

—No soy invulnerable en lo que se refiere a mis hermanas —su expresión se endureció—. Si las lastimas de alguna manera, sufrirás por ello; que esto te sirva de advertencia.

Colin bajó la vista, resintiendo la facilidad que Arthuro tenía para atemorizarlo, cuando su expresión se tornaba dura y sus ojos brillaban con la ira que le había provocado el haber sufrido, los insultos y el dolor de nunca ser invitados a compartir el calor del hogar con algún vecino.

Margaret, esa orgullosa mujer había luchado sola para alimentar y vestir a un hijo que no era suyo. Margaret se merecía su respeto. Y, ahora, a él le tocaba el turno de cuidar que sus hermanas y jamás permitir que ellas sufrieran lo qué él, al padecer hambre y frío.

Morgaus había mencionado que los hombres de su familia podían ser muy apasionados y Colin intuyó la pasión protectora que Arthuro sentía por su familia.

Aunque se negara a admitirlo.

—Nunca pensaría en lastimar a tus hermanas —le aseguró—. No era necesario que fueran gentiles hoy, pero lo fueron. Yo no soy la extranjera agradable y dócil que ellas esperaban, que se casara con su hermano y es claro, que no tenían que haberme aceptado.

—Te aceptan por mí. Soy todo lo que tienen y ahora que tú eres una parte mía, como uno de mis brazos —su voz era fría y dura cuando dijo eso y también su mano, cuando lo tomó de la barbilla y le forzó a mirarlo—. Uno no le pide a su pareja que le tema, pero sí espera que comprenda que le pertenece, una vez que están casados. Tú me perteneces, Merlin. Cada uno de tus cabellos es mío, cada centímetro de tu blanca piel, cada gota de tu sudor y cada lágrima de tus ojos. No lo digo por el dinero, lo digo porque es así.

Despacio, llevó la mano de Merlin a su boca y Colin sintió la presión tibia de los labios sobre su piel.

—Hay muchos guijarros en la playa y muchos son atractivos. El hombre pasa parte de su vida actuando como si el mundo fuese una playa y sus parejas, los guijarros que él se siente impulsado a recoger, para acariciar durante un tiempo y después desecharlos. De pronto, hay un guijarro que no puede dejar escapar, y decide retenerlo para convertirlo en su posesión... tú eres mi posesión. Al diablo con los tontos juramentos sentimentales que hace tanta gente para, después, romperlos.

—La gente no sólo rompe juramentos —le recordó Colin.

— ¿También corazones, querido? —preguntó burlón, mientras presionaba su mano contra su mandíbula dura afeitada esa mañana sin jabón o agua para demostrar su masculinidad, según la tradición familiar—. ¿De verdad crees, cariño mio, que el corazón es el asiento de las pasiones?

Merlin se sonrojó por la sarcástica sonrisa que iluminó sus ojos.

—Yo... hablaba de amor.

— ¿Amor? —arqueó una oscura y dorada ceja—. Esa es una palabra provocativa y me pregunto, qué quieres decir con ella.

—Sabes muy bien lo que quiero decir —Merlin retiró con brusquedad la barbilla. Las manos de Arthuro se deslizaron hacia su cuello, que era más sensible al tacto, más vulnerable en su suavidad a las caricias deliberadas de sus dedos; los dedos delgados, pero endurecidos, de un hombre que trabajó con ellos por muchos años, realizando un trabajo duro, de la clase que Merlin ni siquiera podía imaginar y que hubiera dejado destrozado a una persona como su hermano Gwaine

Con sinceridad, podía comprender los motivos que lo empujaban hacia él, pero parecía no importarle que Merlin se resistiese a ser suyo, sin amor.

—Acepto que nuestra relación no sería un buen material para una historia romántica —dijo pausadamente—. Todo el romanticismo que te puedo ofrecer, es un viaje a nuestra Ista; es una lástima que esté lloviendo, pero tal vez escampe esta tarde y podrás contemplar la belleza en Albión... el mar de las islas de donde zarpan algunos hombres y nunca regresan a casa. Cuando el sol está sobre el , es como si arrojara oro en el mar. Te va a encantar, Cielo.

Mientras hablaba, Merlin se sentía empequeñecido al advertir su amplio pecho y la piel bronceada de sus manos y cara. Su sola apariencia era una amenaza. A diferencia de otra gente, ellos no se habían unido por mutuo deseo. Él lo obtuvo a cambio de dinero y Merlín se sentía en deuda con él y muy humillado por esta situación.

—Nuestra historia sería tema para una novela de suspenso.

— ¡Te doy lo que puedo! —exclamó Arthuro—. No estoy acostumbrado a considerar a mi pareja como una reliquia sagrada a la que debo adorar.

—Nunca imaginé que fuera así, Arthur.

— ¿Pero, es lo que esperas? —cuando estaba molesto, su rostro bronceado se volvía casi feroz, sus ojos brillaban, quemándolo con su intensidad en la penumbra del coche.

—Sería inútil —se encogió de hombros.

—Entonces, por Dios, ¿de qué estamos hablando?... Somos dos novios que se dirigen al banquete de bodas. Mírate, usas un traje hermoso y estos gemelos que hice a hacer especialmente para ti y tu esposo tiene una isla propia y…

—No. Tú bien sabes, que no me interesa el poder que tengas o el dinero con el que te abaniques, Arturo.

Su mano apretó la garganta de Merlin, como si deseara estrangularlo, pero al no emitir Colin ningún sonido y mirarle, como esperando que lo llevara a cabo, aflojó sus dedos y lo apartó de él con violencia.

—Los Hombres somos orgullosos, pero tú lo eres mucho más, muy bien, como decimos en Inglaterra, la castidad es el premio reservado para una pareja sin amor tú puedes darme eso, aunque sea lo único que tengas.

—Estás muy seguro de eso, Arthuro —sólo la tortura física habría impedido que Colin pronunciara esas palabras, como un desesperado intento por plantar la semilla de la duda en su mente.

—Estoy seguro —dijo con arrogancia.

—Quizá podrías estarlo si yo fuera una doncella—respondió Colin—, pero no lo soy, y, ademas, soy griego, a nosotros nos parece muy anticuado esperar que las mujeres sean puras como la nieve que cae, mientras que los hombres disfrutan todo lo posible antes de casarse. Esa doble moral ya no se practica en mi país.

—Supongo que sí, Mer, y no dudaría que muchos disfruten todo lo posible, pero no necesito ser clarividente para saber cómo eres. Eres desdeñoso, mi niño. Es eso lo que te hace odiarme por haberte obligado a casarte conmigo. Eres la clase de chico que aún disfruta al pensar en esa persona especial. La persona perfecta.

— Te refieres a una princesa con una gran dote o a un príncipe del caballo blanco, con una armadura plateada y resplandeciente y una apariencia de gallardía. No bromees, Arturo. Me estás tomando por una ingenuo —protestó.

—No —movió la cabeza—, por un idealista.

No discutió con él porque, hasta cierto punto, tenía razón. Su arrogancia era muy aparente en la gracia exquisita de sus pómulos y en el color de sus ojos al permanecer allí, sentado, con la cara casi escondida en el gran cuello de su esposo, como si realmente estuviese adorando sus primeros minutos como un matrimonio de verdad.

En un rincón oculto de su mente, deseaba que Gwaine pudiera ser como Arthuro, un hombre de éxito, arrojado, muy serio y formal en los negocios.

—Eres el chico más indefenso que he conocido —le dijo Arthuro—. Eres como la nieve que un hombre podría pisotear y manchar —su mirada parecía penetrar en las profundidades de sus ojos—. Estar juntos, tú y yo... es así como debe ser.

—Eso es lo que te repites sin cesar, Arthuro, para aliviar tu culpa.

— ¿Mi culpa? —exclamó.

—Sí, porque eres hombre y te gusta pensar que tienes lo que quieras, cuando lo quieras. No soy un juguete al que le puedes tirar del brazos o sujetar del cuello.

Arthuro entrecerró los ojos, amenazante, y un terrible brillo dorado escapó de ellos, a través de las negras pestañas.

—Ten cuidado con lo que dices cuando me hables de ese modo —le advirtió—. Estás pisando terreno peligroso, amor.

—He pisado terreno peligroso desde que te conocí, Arthuro. Pisé arenas movedizas desde que estuve en Camelot, y para re-matarla mi hermano acepta darte las escrituras de las propiedades de mis padres. Todo a causa de tus maléficos planes. Mi hermano jamas devio trabajar contigo...

Entonces, Merlín abrió los ojos ante la luz que aparecía en sus memorias.

—¡No! Todo esto, todo esto…, empezó cuando te conocí en aquel mercado de frutas, recuerdo tu aspecto peligroso y la rapidez con que te alejabas cuando tus hermanas intentaban llamar tu atención. Estabas tan distante del mundo entero, debi ignorarte desde el primer momento.  Ahora, ya no me sorprende que nos tengas en tus manos. Eras diferente a cualquier otra persona que yo había visto. Tú no eras un jinete con pantalones y botas de montar, ni uno de esos hombres sencillos con quienes mi padre solía reunirse para charlar y beber. Ese día debí adivinar que tu terrible sombra iba a proyectarse sobre mi vida, robándome la luz.

— ¡Dios mío, ayúdame a dominarme! —murmuró Arthuro, apretando los dientes—. Yo no arruiné a tu familia; tu hermano lo hizo solo. Yo recogí los despojos de tu vida que él había dejado en las mesas de juego. Ya hemos hablado de esto antes, ¡y empiezo a sentirme molesto! ¡Estás arruinando el día de nuestra boda!

— ¡Qué bien! —respondió Colin—. Oírte decir eso, es lo único que he disfrutado hoy.

—de nada—dijo con sarcasmo, dándole las gracias—. Estás pidiendo que te dé una lección cuando nos encontremos solos en Albion.

—Pero allí estará tu padre.

—Mi padre permanecerá en otro lugar, con unos amigos, durante las dos semanas de nuestra luna de miel.

—Ya veo —Merlin sintió que su corazón daba un vuelco al darse cuenta de lo que significaba estar a solas con Arthuro. Miró sus hombros cubiertos por la costosa tela de su traje y se sintió amenazado. Sus manos, eran fuertes y llenas de vida; el anillo de oro proclamaba el derecho que esas manos tenían para acariciar su cuerpo.

Merlin lo miró a los ojos y supo que estaba leyendo sus pensamientos, como si estos estuvieran escritos en su frente.

—Sí —murmuró—, estaremos solos, excepto por los pocos sirvientes que atienden la casa y cuidan de los jardines. Nuestros vecinos son unas cuantas cabras y los delfines que nadan cerca de la playa. Prepárate para recibir tu merecido, cielito.

Y no lo dijo fríamente, sino que pronunció las palabras entre dientes, con una sensualidad deliberada, inclinándose hacia Merlin y acercándose lo suficiente para así poder aspirar el aroma de su piel y su cabello. Sintió que su masculinidad lo envolvía, dejándolo indefenso al caer en su embrujo cuando él tomó su cara entre las manos y besó sus ojos, descendiendo con lentitud por su rostro, hasta que, al fin, movió los labios hacia su boca.

Después, al apartarse un poco, Merlin contempló sus ojos y vio su palidez reflejada en las pupilas oscuras, agrandadas por la sensualidad.

Merlin permanecía impasible, porque no había nada profundo en los sentimientos de Arthuro, tan sólo deseaba su cuerpo. La ceremonia en la iglesia, con sus brillantes colores y el incienso, no había sido la culminación de sus románticos sueños. Un suspiro escapó de sus labios y tocó los de él.

Al instante, Arthuro entrecerró los ojos y la pequeña imagen de Merlin quedó atrapado entre sus rubias pestañas.

—Piensa que eres afortunado —le dijo—, que tengo un caudal inagotable de paciencia, que a muchos de mis compatriotas les hace falta. No puedo imaginarme de dónde la obtuve, pero debes estar agradecido por ello; otro hombre sujetaría tus hombros y te sacudiría por convertirte en un muñeco de trapo con sus besos. Los besos, amor mio, son sólo el preludio de la pasión.

— ¡Pasión! —lo miró con desprecio—. Eso es todo lo que soy para ti, el objeto de tu pasión.

—Cierto —replicó mordaz y cortante—. Ahora te muestras valiente con tus insultos, pero no olvides que soy muy vengativo.

—Sé exactamente qué clase de hombre eres —replicó Merlin, con actitud retadora—. Tienes lo mismo que todos los hombres que alcanzaron el éxito por si mismos: nervios y sentimientos de acero.

—No permito insolencias de otro hombre y mucho menos si es mi esposo.

Esas palabras la estremecieron con violencia; eran posesivas y le recordaban aquellas otras palabras en la iglesia: "La mujer debe temer a su marido".

Merlín se había prácticamente convertido en aquella mujer. Una que le deba los antojos que el señor… querría, que le cumpliesen.

—No puedes impedir que diga lo que pienso —replicó Colin—, a menos que pienses cortarme la lengua; creo que eso se hacía, hace mucho tiempo, a las mujeres de un harén y después, eran arrojadas por ahí…

—Sin duda —él se rió brevemente—. Qué imaginación tan viva tienes, mi querida niño... ¡es por eso que tu hermano logró convencerte de que yo había estado decidido a tomar tu virtud!

Arthuro se reclinó en su asiento y en el silencio que siguió a sus palabras, Merlin escuchó la lluvia que caía en el techo del lujoso auto.

—Por ti, esposo mío, nunca tuve la intención de entregar a tu hermano... ¡eso sólo habría servido para lastimarte! —arqueó una ceja—. Pero tú viniste a mi club creyendo su historia de que, a cambio de ti, yo lo dejaría escapar. Me acusaste de tenderle una trampa, cuando todo lo que hice fue darle el único trabajo que es capaz de desempeñar... estar entre jugadores que gustan del estilo elegante y suave de Gwaine. Mi querido ingenuo, yo nunca traté de tomarte a cambio de la libertad de tu hermano, pero te convenció de ello. Yo no tendí trampas a ninguno de ustedes... tú te ofreciste inocentemente y yo no era un hombre que fuese a rechazar un regalo de los dioses. Tú eres muy atractivo, niño lindo, y yo estoy cansado de estar solo. Estoy conforme contigo, aunque no me quieras.

Chasqueó los dedos con desprecio.

—Esto es lo que pienso del amor: el amor es un enigma.

— ¿Quieres decir —Colin lo miró con incredulidad—, que hubiera podido salir del Club Camelot en libertad, sin obligaciones de que me ataran a ti?

Arthuro asintió con la cabeza, la mirada de sus ojos era burlona.

— ¿Esa noche... habría podido volver a casa para buscar a Gwaine y decirle que no tenía nada que temer? —su corazón latía con fuerza y hablaba entrecortadamente, respirando con dificultad.

—Así es.

—Pero me hiciste creer que tomarías represalias si no me casaba contigo.

En el fondo presentía, que Arturo no era un matón. Pero saber esto, era tan, indignante.

—Sí —confesó sin vergüenza. Merlin sintió deseos de hacer algo que lo liberara de la tensión que envolvía todo su cuerpo. Se quitó el anillo del dedo y lo arrojó a Arthuro. La argolla de oro golpeó su hombro, para caer en el doblez de su brazo, donde él lo atrapó.

—Tú sabrás lo que haces con él —dijo furioso—. ¡Nunca me quise casar contigo y no voy a seguir casado!

—Lo harás, querido —de pronto sus ojos adquirieron un destello mortal—. No me harás quedar en ridículo frente a nuestros invitados. Hazlo y no dudaría en enviar un avisó a la policía de que ahí un ladrón, al que se debe arrestar.

—No lo harías —aunque Merlin pronunció las palabras, sabía que era en vano, porque su cara se había vuelto dura y sus ojos tenían un brillo siniestro.

—Inténtalo —dijo con una voz fría—. Escapa al llegar a la recepción y verás muy pronto que tu querido hermano ha sido enviado tras las rejas. Esta vez, Mer, cada palabra que he dicho es muy seria, esta vez no estamos jugando. Te casaste conmigo y no permitiré que un chiquillo como tú me deje plantado. Sé que no lo harás... por Gwaine.

—Estás fanfarroneando, Arthur.

Él negó con la cabeza.

—No, ya no, querido mio. Cuando fuiste al Club Camelot eras el joven Colin Morgan, Ahora eres mi esposo y si aprecias a tu hermano, y yo sé que así es; vas a entrar en aquél salón conmigo y sonreirás a mis amigos como un novio obediente, ¿has entendido?

Mientras decía eso, tomó su mano derecha y le puso de nuevo el anillo de oro, que a Colin ahora le parecía un grillete. Su mano fría temblaba y todo su cuerpo se estremecía al ritmo de los violentos latidos de su corazón.

—Maldito seas —murmuró.

Él encogió los hombros.

—Esa es la deducción que sacaste en el Club Camelot y por eso te encuentras aquí, conmigo, en este momento. Tendiste tu propia trampa.

Los ojos de Colin estaban llenos de lágrimas. Apartó el rostro, tratando de contenerlas para que no lo notara su brillante, esposo.

¡En qué situación estaban! Dos personas recién casadas y ya era tan palpable su enemistad, como el ruido sordo de la lluvia en el techo del coche nupcial.


Guijarros; piedra pequeña y redondeada Los niños competían por quién arrojaba guijarros más lejos de la orilla del lago.


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