Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un mafioso enamorado. por Lucyanaliz

[Reviews - 82]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaaaaaaa!!!! El proximo capitulo. Nuestra Dulce Luna de Miel. 

Faltan tres capitulos, quizas cuatro u...u ,ya veremos.

 

Nos vemos pronto. See You!!!

 


Nuestro Hogar.

Cuando bajaron del coche, los invitados ya estaban allí para recibirlos y Colin descubrió por qué el viaje había sido tan largo; el conductor recibió la orden de tomar el camino más largo, para que los amigos pudieran llegar antes.

Colin representó su papel en la farsa; se puso una máscara que sonreía y ocultaba la terrible angustia que embargaba su corazón y que sólo había sido calmada de momento por el excelente champaña que sirvió en abundancia durante las dos horas que duró la recepción.

Morgaus abrazó con cariño a Colin y con una expresión comprensiva, lo miró a los ojos y dijo:

—Merlin, debes venir a visitarnos a Leon y a mí a nuestro departamento. — Morgaus, intento evitar reírse de lo que había dicho, trago y luego miro a Merlin y soltó una carcajada para nada suave; que hizo girar a muchos invitados, en su dirección, sin poder evitarlo.

—Morg, por favor, pero, ¡qué es eso…!— le reclamo su novio, mientras Colin sentía ganas de quedarse viudo, casi se imaginaba estrangulando a su, ahora, esposo. Muchos en aquella boda se habían divertido al saber el nombre de la "pareja" del empresario.

Y es… qué Arthuro y Merlin, no se casan todos los días…

—Oh, lo siento. Es que recordé tu nombre gracias al padrecito y,…,y…— Morgaus intento calmarse pero era tan divertido todo aquello, para ella.

— Lo siento, Merlín…, mi novia aún es una niña.

—León.

—Si.

—Me llamaste merlín.

— Acaso, ese no es tu nombre?

— Mejor voy por otra copa.

Merlin revoleo los ojos, al escuchar a la pareja reírse a su espalda. No lo hacían con maldad, Merlín lo sabia, pero ya se estaban pasando.

Arturo sorpresivamente, le dio su espacio, mientras hablaba con unos empresarios, pero de todas formas mantuvo sus ojos puestos en él.

Merlin sentía un cosquilleo por todo su cuerpo cada que veía esos ojos, fijos en su figura,¿Qué diablos estaría pensando ese sujeto?. Su media sonrisa lo hizo sonrojarse y el guiño le hizo entender; lo que quizás…, tuviera en mente su "amado" esposo.

(...)

—Hay muchas hectáreas de árboles para hacer muebles de madera y la playa es un sueño. — Le contó, casi con estrellas en los ojos, un muchacho qué estaba encantado, deslumbrado, con la Isla de su marido.

Merlín tubo el deseo de cambiar de ropas con él. Y dejarlo en su lugar. Si tanto le gustaba la dichosa Isla. Pero siendo Arturo su martirio…, "Marido", supuso que mas que de ropa, tendría que cambiar de cuerpo para que Arturo lo dejara ir… y aún así, el diablo querría el combo completo, ósea qué también su alma.

Merlin no sabia que era peor; soportar al joven que admiraba ciegamente a su esposo o, a la mujer que hablaba como cotorra.

—Me gustaría mucho que conocieras a nuestros gemelos, Terence y Shaun... — Si esa mujer no se callaba, Colin gritaría o rompería la copa y se la clavaría en el cuello, qué Arturo quede viudo… Ese muchacho, seguramente consolaría a su esposo. — Nuestra residencia es modesta, pero encantadora. Se encuentra en la Isla del primo de su esposo, es prácticamente nuestro vecino, cuando pasen a visitarle pueden darse una vuelta.

—y si vienes solo por alguna causa— Merlín se sobresalto al escuchar aquella voz detrás de él. —, puedes estar seguro de que tu estancia en Demon Blue hará que las cosas parezcan menos deprimentes. —Era un hombre alto de tez bronceada.

Su pulso se aceleró al instante.

La mujer les dejo solos.

Merlín ni siquiera noto su ausencia, estaba demasiado ocupado observando los ojos del intruso. Había algo muy sexy en lo oscura e intensa que era su mirada. Su pelo era moreno y lo llevaba corto, antes de los hombros.

— Dis…, disculpe. ¡¿Quién es usted?

— Lancelot, a su entera disposición.— tomó la mano derecha de Colin y le dio un suave y casto beso en el dorso de esta. Merlin miro su mano sorprendido, por lo que había echo aquel hombre. "Otro" qué lo trataba como una damisela. Seguramente era pariente de Arthuro. — Espero no le incomode mi formalismo.

—Eh?, Ah, no… nada de eso. Desgraciadamente, ya me estoy acostumbrando.

Lancelot, arqueo una ceja ante lo dicho.

—Solo…, por curiosidad, de en serio se llama Lancelot o es una jugarreta de Morgaus.

Soltó una suave risilla, que a Merlin, le dio a entender que se estaba burlando de él.

— Calma…,calma…, no te enojes, realmente me llamo, Lancelot. Solo me dio gracia ver lo rápido que haz conocido a la prima Morgaus.

Merlin le sostuvo la sonrisa a Lancelot— es imposible no ser el centro de su diversión, ¿Verdad? — y ambos chocaron copas.

(…)

Arthuro apretó los dientes al ver la interacción de aquellos dos.— Me disculpan; un momento.

(…)

Mientras hablaba cómodamente con aquel hombre tan distinguido. Otro, de mas porte y seriedad se les acerco.— Nos volvemos a encontrar.

El recién llegado era alto, grande, y tenía un rostro duro, como tallado en madera de teca, había que agregar que tenia el cabello rubio, tan corto como un soldado y, sus ojos eran de un intenso verde oscuro. Merlín lo observo unos segundos, estaba seguro que efectivamente, ya se habían visto. Para no ser descortés, asistió.

— Percival…, es algo osco pero es todo un dulce cuando lo conoces mejor.

— Ya veo.

— Siento interrumpir su platica — se giró hacia Lancelot. —, pero tenemos negocios qué atender… — miro nuevamente a Merlín. — y, por cierto…, les deseo mucha felicidad.

— Gracias.

— Bueno, ya lo sabes, cuando gustes eres bienvenido a mi Isla.

Cuando ambos hombres se marcharon. Percival se giro a la distancia e hizo una leve reverencia bajando su rostro y sonriéndole de lado. Merlín lo recordó, era aquel hombre con el que tropezó el día que sentencio su libertad. Esa fue primera vez que piso el Club Camelot.

(…)

Con paso lento salió al balcón.

Detrás del salón, se encontraba una gran laguna, perteneciente al gran parque donde se solía hacer eventos deportivos, como el tenis.

Enzima de aquella inmensa laguna se localizaba su balcón. Colin permaneció junto a la barandilla y recordó la invitación de Lancelot. ¡Si en ese momento pudiera estar a kilómetros de distancia, en aquella otra isla! Muy lejos de este matrimonio que sólo ofrecía ventajas materiales, pero estaba desprovisto de las riquezas del amor.

Soplaba una fresca brisa y se alegró de sentir aquella libertad, diminuta, pero libertad. Se sentó en la balaustrada y miró pensativo el cielo sin luna. Las estrellas titilaban contra el negro terciopelo de la noche.

Sus manos se aferraron a la barandilla y sintió el torbellino de emociones que se agitaba en su interior. Ningún detalle de aquella noche en el club escapaba a su memoria. Vio a Arthuro de nuevo, de pie, frente a las cortinas color rojo oscuro, alto y resuelto... permitiéndole que tendiera su propia trampa al dejar que pensara que él pretendía lograr que pagara con su cuerpo lo que Gwaine le había robado.

Curiosamente, era muy difícil aceptar que Arthuro le había permitido engañarse a sí mismo. Merlin quería... necesitaba creer que tenía un corazón tan negro como su sentido del humor, que era sólo un Italiano tramposo dueño de un casino de juego. Ahora estaba en la recepción en honor a su, ya, sellado Matrimonio y la verdad era como un dolor que casi asaltaba su cuerpo.

Todo giraba en su mente... escenas de la ceremonia nupcial aparecían vívidamente ante sus ojos y de pronto, estaba cayendo y no podía evitarlo. Caía en el vacío, hacia la nada, su grito se desvanecía al chocar contra el agua , penetrando en un tumulto de fragmentos de jade líquido.

La violenta sorpresa le cortó la respiración y todo se volvió negro... volvió en sí cuando el sol jugueteaba en su cara y sobre él había un rostro masculino muy serio, mojado. Involuntariamente, su tembloroso cuerpo giró sobre el suelo y vomitó el agua que había entrado súbitamente en él. Unas manos fuertes lo sujetaron mientras que, mareado y con asco, escupía el agua, casi ahogándose y yacía exhausto en su traje empapado.

Arthuro lanzó un juramento mientras lo observaba.

—No imaginé —dijo ceñudo—, que tu infelicidad rayara en la desesperación.

Colin parpadeó y su agotamiento lo dejó sin fuerza, convertido en un pesado fardo en los fuertes brazos, cuando él lo levantó para llevarlo a una de las habitaciones especiales del salon; Merlin sintió que descendía y después, reinó la oscuridad en su cerebro y perdió el conocimiento. Revivió al contacto del coñac en su boca y sintió que un brazo lo sostenía con firmeza.

Mientras el licor devolvía el calor a su cuerpo frío, se dio cuenta de que estaba desnudo y cubierto con varias mantas.

— ¿Tú... me quitaste la ropa? —preguntó aturdido.

—No creerás que iba a llamar a un miembro de la fiesta para que lo hiciera, ¿verdad? —sus ojos tenían una expresión de amenaza; el disgusto que reflejaban era más peligroso que cualquier arranque de furia—. ¡Pequeño tonto, tirarte al lago, desde esa altura, pudo haberte provocado un paro cardiaco!

Como en cámara lenta, Colin reflexionó en sus palabras, luego le vino todo a la memoria y volvió a sentir la brutal impresión y el impacto al golpear la superficie del agua.

—Debo haberme desmayado —dijo débilmente—. Sólo sé que me sentí mareado.

—No —al sacudir la cabeza, unas gotas de agua salpicaron su pálida cara—. Tú te tiraste por la balaustrada.

—No —Colin negó con firmeza, moviendo la cabeza—. Yo jamás haría una cosa semejante.

— ¿No lo harías? —él fijo sus ojos en su blanco rostro, sus dientes estaban apretados—. Por fortuna, oí tu grito y me lancé para ayudarte... me encantó tirarme al agua, el día de mi boda, para rescatar a mi tonto esposo. Por todos los dioses, ¿qué es lo que pretendías... matarte?

Colin movió la cabeza negativamente, con cansancio.

— ¿Crees que habría gritado? —dijo pensativo pero no podía estar seguro de lo que había sucedido. Se sentía muy confundido... y había estado absorto en sus pensamientos junto a la barandilla mientras Arthuro se encontraba en sus reuniones de negocios, discutiendo con un miembro de su empresa.

Sintió que había salido de un remolino y, cansado, se frotó el hombro que le dolía, tal vez por la fuerza con que Arthuro lo sujetó para sacarlo del agua.

— ¿Estás herido? —le apartó la mano del hombro y al mirar, contuvo la respiración. Tienes moretones; debo haberte lastimado cuando te sacaba del agua.

— ¡Hablas como si yo fuera un pez! —rió de forma repentina, casi como si sollozara—. Lo siento Arthuro, tal vez bebí demasiado champaña y se revolvió con... con todo ese incienso en la iglesia. Ha sido demasiado para mí.

— ¿Demasiado para ti, cielo? —deslizó sus dedos en el cabello sucio—. ¿Cómo crees que me siento? Es imperdonable que hayas hecho una cosa así.

—Arthuro—su mirada estaba clavada en su rostro—, no recuerdo haberlo hecho a propósito.

—Yo sé lo que querías —contestó con serenidad, apretando los dientes—. Querías escapar de las cadenas de nuestro matrimonio, pero no es tan sencillo. Aunque tu cerebro dirigía las acciones, tu cuerpo lo rechazaba y gritaste pidiendo ayuda. ¿Qué habría ocurrido si hubiera permitido que desaparecieras en las profundidades de aquel lago?

Colin sintió pánico al pensar en esto. Aunque no pudiera explicarle cómo había caído desde aquella altura, Colin sabía que no había saltado por su voluntad.

Arthuro se puso de pie apartándose. Un escalofrío recorrió su poderoso cuerpo.

—Estás muy mojado —comentó Colin—. Ve a cambiarte de ropa, chorreas agua por todas partes.

—Tal vez me muera de un resfriado, querido —replicó con crueldad, hablando sobre su hombro—. ¿No sería esa una mejor solución para ti? Así heredarías toda mi fortuna.

—Arthuro, por favor, no digas esas cosas —suplicó—. Es como si yo quisiera verte muerto.

— ¿No es así? —se volvió hacia él y sus rasgos fueron iluminados por la luz de un rayo que penetró a través de la ventana. La lluvia había ocultado el sol de nuevo y venía acompañada de una tormenta. El rayo brilló y se desvaneció y Colin se acurrucó en las mantas, su pálida cara estaba enmarcada por el cabello mojado.

— ¿Qué hiciste con mi traje de… novio? —preguntó.

— ¿Tu traje de novio? —repitió con ironía—. ¿Por qué te interesa?

Un suave rubor cubrió la palidez de su rostro.

—Era un traje bonito, debe haberse estropeado.

—Completamente —asintió—, como todo lo demás.

Colin lo miró en silencio mientras se dirigía hacia la puerta.

—Trata de dormir —dijo él—, y no te preocupes por la tormenta. Saldremos en unas horas, directo a nuestro hogar.

—Arthuro...

— ¿Quieres decir algo? —no se volvió a mirarlo. Era un hombre alto, erguido por el orgullo, vestido con el traje oscuro que ahora estaba empapado con agua de un lago sucio y la camisa blanca que ya no parecía tan impecable.

—Lo siento —fue todo lo que Colin pudo decir.

—Duerme —ordenó—, y olvida.

Se marchó después de decir esas palabras, cerrando la puerta con firmeza al salir. Colin permaneció acostado, sin importarle que su cabello todavía estuviese mojado. Se acurrucó, observó la luz intermitente de los rayos, y escuchó los truenos que resonaban ahí afuera.

Arthuro lo despertó como prometió; Llegaron en un helicóptero hasta el puerto donde Arthur tenia su preciosa "Ninfa del norte" Partieron en la madrugada despidiéndose solo de los familiares.

Había cesado de llover y el sol volvía a cubrir el mar con su luz dorada. El agua se agitaba y ondulaba al paso del caique que, por haber sido hecho sobre pedido, era más largo que las otras embarcaciones inglesas semejantes a ésta; era más ancha, con más espacio para dormitorios bajo cubierta; la pintura relucía y en un costado se veía un hada resplandeciente representando su nombre. El caique tenía incrustaciones de caoba y su mobiliario era una perfecta combinación de mullida comodidad y la belleza de las líneas clásicas que Colin había notado en los adornos del Club Camelot.

Arthuro le sugirió dormir un poco más, dado su aspecto demacrado. —La ninfa del Norte; puede soportar los embates. Yo te despertaré cuando lleguemos a Albión. — Su esposo se notaba preocupado por su salud.

La lancha comenzó a balancearse con el movimiento del agua, agitada por la tormenta y como una enorme cuna, lo arrullo hasta que, al fin, se quedó dormido.

Entre sueños escucho que lo llamaban y sintió la caricia de unas calidos dedos, sobre su rostro. Abrió los ojos. Las lámparas de su camarote estaban encendidas y el caique ya no se balanceaba. Arthuro se había puesto un jersey negro de cuello alto y pantalones oscuros y tenía en la mano un tarro de café caliente.

—Vamos, siéntate y bebe esto, después arréglate. Ya se puede ver la isla, así que llegaremos en quince minutos.

Colin se sentó y aceptó el café. Le dolía la garganta probablemente debido al agua que tragó y agradecido, bebió el café caliente y dulce.

—Sube a la cubierta cuando estés listo —indicó Arthuro y se fue de nuevo; Colin notó que actuaba como si fuera un extraño. De todas maneras, el café lo volvió a la vida y cuando bajó del camastro, descubrió que las debilitadas piernas recuperaban su firmeza.

Sus maletas estaban a bordo del caique; alguien las recogió en el hotel donde se habían hospedado, mientras Merlin se encontraba en la iglesia con Arthuro, así que no hubo problema en cuanto a ropa interior, una camisa y unos jeans para ponérselo en vez del arruinado traje de novio. Fue al baño a lavarse y poner en orden su cabello.

El traje y la delicada ropa interior, de la misma tela y color, no estaban allí.

Mientras se peinaba frente al espejo, pensó que en su furia Arthuro los había arrojado por ahí o, quemado. Al mirar sus ojos reflejados en el espejo, tuvo de nuevo la sensación de que él no se había lanzado a propósito.

De medio perfil, frente al espejo, pudo ver su hombro derecho, que aún le dolía. El moretón era bastante grande y de un color violáceo oscuro. Recordó que con cualquier golpe, aparecían en su piel grandes moretones y por eso supuso que Arthuro lo había lastimado, involuntariamente, al rescatarlo.

Un temblor lo sacudió. Era alarmante descubrir que fuera capaz de realizar una acción que su cerebro se rehusaba a recordar. Sir Gaius le explicó, en una ocasión, que los humanos estaban, a veces, a merced de impulsos que ellos no entendían muy bien; eran empujados a cometer acciones que no tenían relación con su comportamiento normal, debido a algún acontecimiento doloroso en sus vidas, que aún no habían podido solucionar.

Colin peino su cabello, lamentando no poder ocultar su palidez y cinco minutos después subío por la escalera que conducía a la cubierta de la Ninfa del Norte. Se encontraba a muchos kilómetros de distancia de aquella tienda, donde Sir Gaius solía leer las cartas del Tarot y trataba de rasgar los velos que cubrían el destino de las personas.

Allí, sobre la cubierta, estaba el destino de Merlin en la figura alta y oscura de Arthuro Pendragon y se acercó con lentitud a él, mientras la lancha navegaba hacia los acantilados de Albion. Después de la tormenta, el sol se estaba ocultando, dibujando en el cielo una telaraña de colores rojos y dorados, con destellos morados como el moretón en el hombro de Colin Esos acantilados parecían haber sido sacados de una llama petrificada. La salvaje belleza del paisaje, lo dejó sin respiración.

La proa del caique rompía la superficie dorada del agua y Arthuro la miró de reojo, indiferente.

—Estas islas —le dijo—, eran los centros comerciales de los venecianos y también sus bases navales. Durante el día, Albion se baña con el sol y el mar, como un gran Dragon dorado; es una isla solitaria que siempre me atrajo.

Él ya había usado la palabra solitario alguna vez y Colin percibió que era una descripción adecuada de Arthuro, a pesar de los éxitos financieros que le permitían codearse con la gente que disfrutaba de una agradable vida social. Esta isla en el Egeo era su verdadero mundo y no el club de la calle séptima del barrio de las orquídeas , o la casa en los campos de Demon Blue, donde Colin deseaba estar.

El caique rodeó un promontorio en la bahía de la isla y allí ancló. Bajaron un bote para que Merlin y su esposo pudieran llegar a la playa, resguardada por los poderosos riscos que parecían proteger a la isla.

Un teleférico, a un costado de los riscos, los subió al promontorio donde los esperaba un Range Rover Evoque para llevarlos a la mansión. Un sirviente de pelo negro y rizado conducía el vehículo; de vez en cuando, mientras cruzaban el terreno áspero, el hombre lanzaba miradas de curiosidad a Colin. Así que éste el esposo de su jefe, parecía decir su mirada... un chico pálido, acurrucado en un costoso abrigo, como si tuviera frío.

¿En dónde estaba su sonrisa y por qué se sentaba tan lejos de su esposo, cuando debería estar muy cerca de él?

Colin adivinó las preguntas que bullían en esa cabeza. Había visto a un camarero en la recepción, que lo observaba de la misma manera, casi con hostilidad, mientras servía el champaña a los recién casados, como si esta gente no estuviera de acuerdo con aceptarlo como compañero de vida de Arthuro.

Merlin comprendía sus sentimientos, porque estaba tan orgulloso de su origen, como ellos de ser mafiosos. Naturalmente, ellos hubieran preferido que su jefe se casara con una de sus compatriotas, con el cabello oscuro y la piel morena que formaba parte de la salvaje belleza del paisaje y del mar. Una que le diera el fruto de la fertilidad para que miles de niños corretearan propagándose por ahí.

Al tiempo que Colin pensaba esto, se sentía resentido por la manera como lo juzgaban. Deberían verlo montando a caballo por el campo, con su cabello bailando al viento, los ojos brillantes, disfrutando del momento y la libertad.

En su propio ambiente, Merlin estaba tan lleno de vida y era tan alegre como cualquier griego. Le encantaban los veranos largos e idílicos, cuando el pasto crecía alto en las laderas.

Salía de la casa al amanecer, para no perder ni un minuto del día, rebosante de juventud y despreocupado, sin percatarse qué en el futuro, lo perdería todo, que sus padres se Irian uno tras otro, para jamás volver y que su hermano lo regalaría al mejor postor gracias a su febril pasión por el juego, que lo aria dilapidara hasta sus herencias.

Se sobresaltó cuando sintió que Arthuro tomaba su mano.

—En un momento, verás los antiguos muros venecianos que rodean la villa; todavía se conservaban intactos y hubiera sido una lástima derribarlos. Pequeño mio, ¡qué fría está tu mano! Espero que no te hayas resfriado; eso echaría a perder nuestra luna de miel.

Colin sintió que lo miraba y el hecho de que su preocupación estaba en relación con sus propias expectativas de placer, lo hizo apretar los dientes. Le era casi imposible soportar lo que significaba para él, un objeto de deseo que ya consideraba como suyo, lo mismo que le pertenecían esta isla y la villa que había construido en ella.

De pronto, el Range Rover pasó sobre altos pilares de piedra de donde partían enormes muros empedrados que rodeaban la propiedad.

—Hemos llegado—dijo Arthuro—. Estamos en casa.

Era él quien llegaba a casa. Colin sintió la lejanía de todo lo que le era familiar. Arthuro le sonrío y ansioso salió del auto tan pronto como éste se detuvo. Oyeron el ladrido de un perro lanudo, con aspecto fiero, que se lanzó hacia Arthuro, poniéndole las patas en el pecho, mientras su cola se agitaba de un lado a otro.

—Kilgharrah, viejo amigo, yo también te he extrañado —Arthuro se volvió a Merlin, mostrando su blanca dentadura—. Es un gigante viejo y amable, así que no le tengas miedo.

—Nunca he temido a nada que camine en cuatro patas —contestó y, sin ningún temor, acarició al enorme perro y le permitió olfatear su abrigo de piel, al cual empezó a golpear con el hocico y estuvo a punto de derribarlo.

—¡Kilgha!, No seas grosero, o te convierto en alfombra —Arthuro pasó un brazo, rodeando la cintura de Colin y señaló la villa—. Tal vez no sea el hogar donde naciste, pero es bastante agradable, ¿no crees?

Merlin sonrió forzadamente. Las lámparas en los muros dibujaban misteriosas sombras en las paredes y ventanas de la enorme casa de estilo griego y el aire nocturno olía a pino. Colin respiró profundo, para calmarse y se sintió mejor.

—Mi kastello —murmuró Arthuro—. Mi castillo marino, construido sobre las ruinas de un antiguo fuerte veneciano, pero, por dentro, tiene detalles modernos y cómodas camas.

A Colin le pareció que él enfatizaba estas últimas palabras y aunque se abstuvo de mirarlo, casi adivinó que estaría sonriendo con sarcasmo. Entraron en la casa por la puerta principal, construida de forma que resultaba empotrada en el gran espesor del muro, lo que era una precaución griega contra los temblores. Alfombras de colores alegres adornaban el suelo de piedra color pizarra y en el centro había una enorme roca angular que, según le dijeron a Colin era un símbolo de bienvenida.

—Esas estufas turcas me fascinan y dan mucho calor en invierno —dijo Arthuro, pasando su mano por los azulejos.

El pasillo era tan largo que el extremo se perdía en la penumbra pero en el centro había una estufa en forma de minarete, adornada con hierro forjado y recubierta con losetas de mosaico.

Merlín se dio cuenta, qué él no era lo único griego que a Arturo le gustaba. Todo tenia un estilo a sus antepasados. Arthuro tenia una maldita obsesión con su linaje. Debió haber nacido ruso… o, algo así.

Colin miraba a su alrededor, con los ojos muy abiertos. Debajo de las ventanas y las lámparas con vidrios de colores que imitaban joyas, vio una enorme piel que cubría un sofá, tan grande, que se podían sentar en él media docena de personas. De hecho, parecía el sofá de un bárbaro... su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que había tendencias orientales en el hombre que construyó y amuebló esta casa de acuerdo con su propio gusto. La dureza de su carácter estaba disfrazada por capas de una personalidad más rica y sensual.

¡Qué diferente a la casa de sus padres, con la atmósfera sombría que le proporcionaba el roble, dentro de los muros de piedra. Colin quería encontrar defectos en esta casa, en la isla de Albion, pero sus sentidos la traicionaban.

Estaba fascinado con el efecto general de los iconos, enmarcados en plata y colocados sobre una mesa lateral que hacía juego con otras piezas de madera sólida, labrada a mano.

Observó el parpadeo de la luz plateada y el enjoyado de las lámparas, y el reflejo purpúreo que la madera de los muebles proyectaba en las paredes muy blancas, cuyas ventanas estaban empotradas tan profundamente en ellos, que en los antepechos habían colocado cojines, de manera atractiva, enmarcados por lujosas cortinas oscuras.

Seguidos por los sirvientes que llevaban el equipaje, subieron por la escalera; la mano de Colin se deslizaba sobre el hierro pintado del hermoso barandal. Al final de la escalera Colin miró hacia abajo al pasillo, observando de nuevo el conjunto con toda su exótica apariencia.

Era una belleza casi bizantina, como si Arthuro necesitara compensar la fría pobreza de su niñez.

— ¿No estás impresionado? —le preguntó con cierta ironía.

—Bueno, tú dijiste que este lugar es tu castillo —respondió—. Es tuyo para decorarlo a tu entero gusto, para que sea un reflejo de tu personalidad. Los hombres del Oriente siempre han guardado sus tesoros dentro de simples muros, ¿no es así?

—Bueno, ¿ahora me comprendes? — Colin fijó la mirada en su cara, dándose cuenta de que su belleza y su ropa conservadora acentuaban todas las diferencias que había entre ellos: origen, cultura... y preferencias sexuales. Una ola de debilidad lo inundó, lo que debió ser muy aparente en su rostro porque de pronto él lo tomó en sus brazos y lo condujo en ellos el resto del camino hasta la enorme habitación que se ocultaba detrás de las hermosas puertas, dignas de una capilla.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).