Narrador omnisciente
Desde que entró al aula, lo notó.
Light tenía una peculiar forma de ver el mundo, de comportarse con el entorno y desplazarse a vista y paciencia de los demás. El único reparo que hacía y le interesaba, era consigo mismo. Acostumbrado a los placeres terrenales de la vida, caminaba seguro, altivo; viendo pero no viendo, latiendo pero no sintiendo. Muchas cosas para él carecían del valor necesario, cosas que solía llamar complemento pues él era el único núcleo, prodigio y centro de todo.
Y aunque sea en efecto dudoso, Light sí miraba a su alrededor; desde el más mínimo hasta el más grande, los detalles marcaban la diferencia. Pero el tiempo era imparable, nada le pasaba ajeno y era tal la fugosidad de la vida que pocos complementos importaban realmente.
En una amplia perspectiva su figura rebalsaba los límites de la soberbia. El suelo iba a sus pies, el oxígeno a sus pulmones y las miradas de los demás hacia sus ojos. Tanto allí oculto que incitaba a descubrir, Light era un verdadero enigma.
A L le bastaron unos cuantos segundos. Uno, quizás dos, pero le vio: sus miradas conectando, el océano emergiendo, bajando, haciendo estragos en la orilla. Sintió como le proponía, solo con la mirada, ser los roqueríos; L quería más que eso, ser el viento que avivaba y levantaba aquellas olas.
Resumido en cuatro pequeños óvalos, negro con marrón fueron por breves instantes, uno.
Con aplomo, la estupenda vista al mar fue borrada. La figura imponente pero arrullada por el alumno, esperó a que éste tomara asiento; tanta devoción por el nuevo tenía impaciente al profesor, no hallaba las horas en que se sentara y poder comenzar la clase.
Light le recordó lo que faltaba. Con una sonrisa oscura y lasciva se presentó ante 64 ojos inquisidores, dos de ellos con un interés sobrenatural.
—Hijo tercero de la prestigiada familia Yagami, llámenme Light. Ojos, nariz, boca, no sé qué tanto miran—. Amplió la sonrisa cuando algunas cabezas fueron agachadas—. Ah, y soy completamente heterosexual.
L rio por lo bajo y lo siguió con la mirada hasta que Light tomó asiento, apartado a lo lejos en la penúltima silla. Sabía que las palabras finales del pelicafé habían sido exclusivamente para él, como no, si al momento de pronunciarlas le miró con asco.
Poco sabía Yagami que la preferencia sexual de L era totalmente pública, y fue por eso que al levantar la mirada no esperó toparse con el ojinegro y su insinuante provocación. El muy hijo de puta paseó su lengua por todo el labio superior y antes de voltearse, le guiñó un ojo.
Para haber tenido un accidente, él estaba demasiado bueno.
Que la sangre le hervía era decir poco, Light conocía a los de su tipo, maricones hasta la médula. Había tenido experiencias anteriores, su propio padre había decretado una política de exterminio: la especie subnormal liquidada por completo.
El rosa para las niñas y el azul para los niños, a temprana edad el tercero de los Yagami conocía la utilidad del aparato reproductor masculino, un penetrador de vaginas. Además de sus extremidades, el sexo femenino era el único que podía brindarle placeres sexuales.
Producto de una figura paterna totalmente homofóbica, Light aprendió remedios infalibles. Por la razón o la fuerza, pero el palo desviado había que enderezarlo.
Tentaste tu suerte, muchachito.
De cumplir con sus expectativas, al chupapollas ese no le quedarían ganas de hincharle —o chuparle— las pelotas.