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Dividido por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Lo lamento, pero amo escribis cosas así, cosas tristes.

Me he percatado de que este fanfic será mucho más largo de lo que prevía y que, además, tendrá más capítulos como éste de los que esperaba.

Espero no sea un disgusto para ustedes, lectores.

Bien podría estar muerto y no le importaría. En la muerte, hundido en el inframundo hasta no poder más, ¿qué valor tendría cualquier cosa? Es atemorizante, no se miente a sí mismo, pero el miedo no sería tan abrumador como la tristeza, y no duda de su afirmación.

Billy le ha mirado más veces en ese par de días que en el resto de su vida. Es algo deprimente darse cuenta de eso, incluso el dolor y la congoja quedan olvidados un segundo cuando nota la mirada de su padre estudiarle centímetro a centímetro, pero, de nuevo, nada es peor que su mente tambaleante y su alma llena de llagas. Nada se compara a la punzante frialdad que avanza por su cuerpo y, a estas peligrosas alturas, envuelve  su corazón; es un sensación mágica – de hecho, es producto de una magia ancestral que no comprende y que, en contra de los profundos deseos que permanecen asentados en su cabeza, quiere ignorar –, casi maravillosa, excepto por la pena que trae consigo.

Inhala una bocanada honda de aire y espera que el débil cosquilleo de satisfacción que esta acción le causa se extienda por un par de segundos. Siempre son milésimas de los mismos, no cree que esté pidiendo demasiado; sin embargo, no es del todo verdad, porque ahora se siente como un ser diminuto y sin relevancia, una luz tintineante y de poca fuerza a la que se le está acabando la vida en medio de la más densa penumbra. Siente, por primera vez, que es tan sencillo de limpiar de la faz de la Tierra como una mota de polvo del suelo.

Entonces, una luz millones de  veces más potente y deslumbrante que la suya aparece en escena y le deja pasmado en su sitio. La ha visto tantas, tantas veces, que parece redundante y estúpido asombrarse con su fuerza. No puede apartar la vista de esa luz blanquecina, no quiere que se aleje un solo segundo, y hace lo único que puede hacer: aguardar a ser opacado por ella, contar lentamente el tiempo hasta ser consumido por su brillantez.

No sucede. Jamás sucede. Es agotador no poder alcanzar su idílico sueño de desvanecerse dentro de esa luz inmensa. Es agotador que el tiempo siga transcurriendo cuando él no quiere moverse más, cuando la cruel verdad de que no hay nada más que hacer ha sido revelada, cuando sería perfecto ser destruido por una energía hermosa como esa luz.

La luz tiene un nombre, tiene un rostro, tiene un cuerpo y una voz de terciopelo – terciopelo que imagina de un color carmín apasionado, de una suavidad nunca antes lograda –. La luz es un hombre y dice que quiere ayudarlo. La luz le abraza con una ternura inimaginable y le susurra palabras de miel al oído. La luz nunca desaparece por mucho tiempo, y Jacob muere por ser capaz de decirle lo mucho que ama su compañía, lo mucho que le agradece no relegarlo al abandono. Muere por hablar, pero su garganta se resiste.

La luz es paciente hasta el límite del infinito, es considerada en cada toque, es dedicada en cada muestra de cariño. Jacob no se sorprende de que lo sea, porque la conoce bien. La ha amado durante años, y seguirá haciéndolo por una eternidad y cuánto tiempo haya luego de eso.

El pensamiento agrio llega también. Sucede. Siempre, simplemente, sucede. A la tristeza se le adjunta la culpa, un remordimiento corrosivo e insoportable. Tiene las razones más lógicas para detestarse, cuenta con miles de buenos motivos para rogarle a la luz que pare de abrazarlo y se distancie tanto como pueda. Esa luz, esa magnífica criatura que la posee, no debería tener compasión por su insulsa existencia, no debería tomarse tantas molestias con alguien que no puede retribuirle nada, como él. Como Jacob Black.

Un par más de días pasan y ya no se siente tan perdido en el mundo. Reconoce los rostros y los conecta con sus recuerdos, oye las palabras y las asocia con ciertos significados. Sus capacidades cognitivas se regeneran tras la masacre que tuvo lugar en su interior. Intercambia un par de frases con Billy una mañana, se sirve cereales en un tazón verde y sube de nuevo a su habitación. Baja las escaleras, derrotado, cuando se percata de que olvidó la leche y la cuchara; evita el contacto visual con su padre, evade sus intentos de hacer fluir una conversación con al menos una pizca de sentido, y se escabulle a la planta alta, ahí donde Billy no puede alcanzarlo con sus ojos carbón llenos de pena.

Tarda horas que el tazón verde se vacíe completamente, y no se obliga a servir más porque no podrá acabarlo esta vez. Se refugia en un par de libros viejos, permite que sus tramas – esas que apenas capta al principio – eleven su mente y la hagan volar. Consigue entender cada palabra de las hojas no mucho después de ese tazón verde y siente apetito por uno igual la próxima vez que amanece; no sabe decir en qué día se encuentra, si el último mes en el que recuerda haber estado ya concluyó o si el año se le fue de entre las manos, pero no es demasiado alarmante que no lo recuerde, no en comparación a todas las otras cosas que olvidó.

Cuando entabla una plática de minutos con su padre, éste sonríe. Es un gesto de lo más inusual, una mueca que le pincha el alma a Jacob y que, se promete, intentará motivar con más frecuencia. De cualquier forma, lo más duro ha llegado a su ansiado fin. La crisis que Paul dejó tras su partida no demorará en volverse pasado.

Ojalá sus heridas también pudieran ser omitidas como el pasado.

La luz – no suya, nunca más suya – se materializa a unos metros cuando la iluminación natural que se cuela por la ventana indica que oscurecerá pronto. El terciopelo carmín regresa a su mente y sus manos tiemblan hasta el punto que no puede continuar escribiendo en esa hoja amarilla que tiene en el escritorio – pretendía completar su nombre en tinta azul, pero no lo conseguirá el día de hoy –.

-          Jacob – murmura la voz de la luz –, déjame traerlo a ti.

La referencia a Paul, implícita, cuidadosa, es horrible por más que no haya sido intencional perforar su alma con una estaca de nueva cuenta. Recurre al método de inhalar profundo para desatender la nueva lesión. Se recompone en unos minutos y aclara su garganta con un carraspeo.

-          No lo hagas – pide, su voz rasposa e irreconocible –. Por favor, no lo hagas. Sería más un daño que un bien. Si no quiere verme… si… no quiere verme… – alza una mano para frotarse los ojos, que arden con urgencia y le suplican que llore de una buena vez –… yo no… aguantaría eso… Por favor, no lo hagas.

-          Está matándote.

-          No moriré por esto. Tengo que acostumbrarme a la distancia y será soportable… es… cuestión de tiempo.

-          No lo es, y lo sabes – replica su voz a un volumen mayor –. Está matándote. Te está matando.

-          Yo no moriré – recuerda –. El lazo tiene el poder de causar muerte, pero no la mía.

La luz está cerca de su espalda ahora. Su pecho se contrae.

-          Vete.

Y nunca pensó que ese podría ser su pedido.

-          No me esperes. No gastes tu esplendor en mí. Tu luz… Edward, tu luz no merece un final en vano. Sólo… te lo suplico… ve a buscar a alguien que haga lo que tú haces por mí. No puedo… no quiero condenarte a esto.

Edward no responde. Jacob se encoge en su sitio al sentir unas manos heladas posarse en sus hombros. Se estremece de gusto y la tristeza merma a un punto bajísimo, rozando la extinción. Su corazón palpita y el dolor no tiene cabida.

-          ¿Me amas? – pregunta Edward, sus ojos cerrados, sus labios tocando el cabello de Jacob.

-          … Te amo.

El silencio produce un zumbido en sus tímpanos. Aquellas dos sílabas hacen que el piso debajo de sus pies se estabilice. Es una verdad de tal magnitud lo que pone en balance su percepción distorsionada. No es del todo claro aún, no está convencido de que funcione a largo plazo, pero aferrarse a su realidad con esa declaración le da un empujón fuera de la bruma desconcertante que lo mantuvo cautivo.

-          Y yo te amo a ti. Tanto como no debería tener permitido. Tú eres más que una luz, Jacob, eres mi complicado, centelleante e indescifrable universo. Si atendiera tu petición caería en la inmensa nada, me perdería en el infinito vacío… si concediera tu cruel deseo, la muerte me consumiría.

La única cosa en este mundo sin la que ellos morirían, sería el otro.

Notas finales:

El capítulo más largo, creo, y uno de los que más rápido he escrito.

Gracias por sus comentarios, por las leídas y porque, siemplemente, me den una oportunidad.

Se los agradezco. Nos leemos.


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