Jasper y Carlisle son quienes ven a Edward llegar.
Ven su camisa desagarrada, su pantalón arañado, su piel manchada de tierra y marcada por colmillos. Luce como el neófito problemático que fue hace cien años y Carlisle siente un ácido disgusto al ver la razón de que su hijo regresara a los hábitos de viejos tiempos.
Andando a una velocidad menos calma, con una apariencia peor que la del vampiro, Paul trota hacia la casa con los grandes ojos ardiéndole. Su pelaje blanco está manchado de lodo, hay hojas secas enredadas en él, y hay sangre en cinco puntos distintos de su anatomía. Para sorpresa de Jasper, Paul no está molesto. Se siente drenado. Como si la pelea que tuvo con Edward – pudieron escucharlos, estaban bastante cerca – hubiera sido suficiente y ahora necesitara un largo descanso.
Jasper sufre un descomunal desconcierto al ver el gesto que Edward le hace a Paul con una de sus manos. Sus dedos se mueven para apuntar la segunda planta de la casa, y la gran cabeza de Paul responde con un asentimiento lento y, siente Jasper, agradecido. La paz repentina entre ambos hombres deja la mente de Carlisle hecha un desastre; primero, por la sangre, segundo, por las marcas de colmillos en los brazos de Edward, y, tercero, por el hecho de que Edward no se interpone en el camino de Paul, que le permite cruzar límites sagrados que en su momento se aseguró de proteger con la vida.
Paul se ha metido a la casa, aún en su forma de lobo, cuando Edward dice a su padre:
- Ambos lo necesitan – y Carlisle espera por un alzamiento de hombros, pero no sucede. Edward, sucio, perdiendo poco a poco su semblante de absoluta impasibilidad, se acerca a Carlisle –. Además, ahora mismo debemos hablar sobre algunas cosas que Paul me mostró.
- ¿Sobre la tribu? – inquiere Carlisle, alarmado de que Sam se atreva a alzarse contra ellos en un momento así.
- Ellos son otro tema – corrige Edward –. El asunto es que ya sé por qué…
Carlisle no necesita que le aclaren nada. El tópico vedado de Edward se descubre a sí mismo con ese silencio.
- ¿Por qué?
Jasper, curioso, igual de angustiado que Edward – cuyos sentimientos fluyen, se dispersan y magnifican a través del don de Jasper –, oye lo que sale de la boca de su hermano y las piezas de uno de los rompecabezas más complejos que ha visto, se acomodan en su lugar.
- Jacob recibió la herencia – dijo Edward –, pero el espíritu dentro de él no es el de un lobo.
- ¿No se trata de uno de ellos?
Carlisle está impacientándose. Ha estado perdiendo su admirable temple desde que Edward y Jacob regresaron de la Isla Esme. Ha estado cada vez más y más preocupado por Jacob. En los últimos días, Carlisle se ha culpado de no saber, de no tener los conocimientos para ayudar a sus hijos. Necesita recibir alivio. Un respiro de aire puro entre todo el humo venenoso que lo rodea.
- Jacob es uno de ellos – Edward detesta mencionar a la manada. Detesta recordar a Sam Uley –. Pero, igual que Leah Clearwater, él porta un espíritu que difiere con lo que es. Leah no puede tener hijos. El lobo que vive dentro de ella se lo impide. En Jacob, la loba que vive dentro de él se lo permite.