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Dividido por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Vale. Vale. No esperaba traer capítulos tan pronto, pero aquí están.

Esme llora sin derramar lágrimas. Se destruye a sí misma ocultándose bajo un manto negro e impenetrable, una tela fúnebre sacada del abrigo de la parca. Esme llora sin derramar lágrimas porque la muerte las seca antes de que caigan por sus duras mejillas y se resbalen por su suave piel hasta precipitarse al suelo.

Esme llora porque ve en Jacob la más férrea decisión, la voluntad más inamovible, y eso está conduciéndole a través de un sendero marchito que se une directamente a la lápida con su nombre. Es horrible. Es devastador. La muerte de otro de sus hijos podría hacer que Esme caiga en su propio sendero marchito, tan demolida por el dolor y la pérdida que el despeñadero que casi ultimó su vida mortal podría ser un golpe piadoso.

Ensimismada en sus reflexiones, Esme trabaja en modo automático. Lava las verduras, limpia la carne, elige los ingredientes. Pica zanahorias, brócoli y calabazas. Corta la carne en delgadas tiras. Cocina las verduras al vapor. Asa la carne, la condimenta, la pone al fuego hasta el punto perfecto. Sirve todo en un plato redondo y plano. Lo acomoda de forma que la presentación aliente a probarlo, a degustarlo hasta la absoluta saciedad.

Deja el plato en la encimera de la cocina y coloca una silla frente al mismo. Sonríe un poco al ver su trabajo terminado y luego camina en dirección a la sala. Se detiene en el umbral del pasillo que conecta las dos habitaciones y mira a donde Jacob y Alice, sentados en el mismo sofá, conversan en voz baja y sonríen con ánimo. Esme siente el peso de su corazón aliviarse un poco al todavía percibir la vitalidad en Jacob, sus ganas de vivir con ellos por largo tiempo. Su amor por esta familia y por lo que crece en su vientre; Esme trata de no sentir recelo por esta criatura, pero las dos costillas que rompió con sus patadas el día de ayer son un incentivo en contra.

Antes de ser notada por Jacob, Esme le hace un gesto a Alice, avisándole que la comida del humano está lista. Alice asiente a su madre y ésta se va por el pasillo que utilizó para llegar. Alice escucha sus pasos salir de la casa y adentrarse en el bosque. Va de caza.

-          ¿Has pensado en un nombre? – pregunta Alice. Sus manos delgadas y gentiles acarician el vientre de Jacob con gran cuidado y cariño. Sentir los movimientos constantes del pequeño tranquiliza su mente atormentada.

-          No todavía – Jacob dice –. A nadie le parecería apropiado, ¿o me equivoco? Sus pronósticos apuntan a lo peor.

-          No los míos. Yo no pienso que vaya a ser como esos terribles niños inmortales. No puedo verlo en el futuro, el de ninguno de nosotros. Es posible que sea más humano de lo que Carlisle y Edward creen.

-          Es posible que Edward esté reconsiderando su opinión. Ha estado menos esquivo a tratar el tema desde hace unos días.

-          Me alegra mucho – Alice toma la mano de Jacob por la muñeca en señal de apoyo. Jacob le sonríe. Alice tiene una idea repentina y la sonrisa que aparece en sus finos labios es del todo pícara –. Incluso podría estar proponiendo nombres. ¡Imagínalo! Nació hace más de un siglo, podría pensar en nombres interesantes.

Jacob ríe. Espera que Edward no diga algo como “Franklin” u alguno parecido.

-          Anthony sería un buen nombre – menciona Jacob.

-          ¿Y si es una ella en lugar de un él? ¡Hay posibilidades de que tu instinto se equivoque!

-          Siempre me gustó el nombre de mi madre: Sara. Ella estaba fascinada con las culturas mesoamericanas y hubo un nombre que ella repetía mucho: Zyanya. Significa “eterna” en náhuatl, la lengua de algunas de esas culturas. Mi madre decía que de haber tenido otra hija, ese habría sido su nombre. Creo… puede ser una opción. Ambos nombres.

Jacob no suele hablar de Sara con alguien además de Edward. El saber pone alegre a Alice.

-          Seguro que a Edward le gustan también. Son preciosos.

La respingada nariz de Alice se arruga al detectar un aroma nauseabundo en el aire. Paul está cerca. Regresó de su reunión con los Clearwater y los Uley. Alice agradece que Carlisle haya sacado a Edward de Washington por algunas horas.

-          Paul, ¿verdad? – Jacob sonríe con disculpa a Alice. Entiende que el aroma no es el predilecto para un sentido del olfato sobre desarrollado como el de ella.

-          Sí. El día de hoy en verdad huele como un perro mojado y lleno de lodo.

Ja. Ella no huele a rosas, precisamente.

-          Paul – reprende Jacob en voz alta.

¿Qué? Ese duende en verdad no se ha bañado en décadas.

-          Te llamó “duende” – delata Jacob –. Puedes decirle “chucho” a cambio.

Traidor.

-          Tengo modales – Alice se levanta y decide traer la comida de Jacob en lugar de hacerlo levantarse –. Es casi mi huésped. No voy a insultarlo. Ya te traigo tu comida, dulzura.

Alice regresa con el plato en un pestañeo de ojos. Jacob le da las gracias, pone el plato en la mesa de centro y comienza a tomar bocados con su cubierto.

Revisa que no tenga veneno. Seguro le cayó algo de su ponzoña.

-          Ella no lo preparó. Fue Esme.

-          No insultes la comida de mi madre – amenaza Alice en tono de broma. Ella coloca su pequeño cuerpo en el sofá individual y mira por la pared de cristal. La vista le permite encontrar a Paul entre los árboles. Le sonríe. Paul sacude el hocico.

Da lo mismo. Ponzoña es ponzoña.

-          Basta con eso. Quiero comer en paz.

¿Por qué no hablas conmigo por el lazo?

-          Me apetece usar la boca el día de hoy. Cosas humanas.

¿Qué no yo soy humano?

-          No en este instante.

-          Rosalie estará de vuelta pronto. Llegará por donde tú estás, Paul.

La rubia no me haría un solo rasguño.

-          No estés tan seguro – Jacob mastica las verduras lentamente, asimilando el sabor y pretendiendo que no le da asco. Traga de una vez y pica otra porción –. Ella es muy fuerte.

No tanto como yo.

-          Presumido.

No hay que quitarle el mérito a algo que es verdad.

-          ¿Por qué no vienes acá, Paul? – Alice señala la habitación en la que están haciendo un círculo con la mano –. Ya rompiste el tratado de cualquier forma. Creo que somos bastante tolerantes para permitirte entrar a la casa.

Mucha peste para un solo lobo.

-          El olor – comunica Jacob.

-          Pero no será peor estando dentro. Estás volviéndote inmune luego de tres semanas aquí.

Es preferible que mantengamos las distancias. La sanguijuela de Jacob y yo, quiero decir.

-          Parece que está más cómodo si Edward y él no tienen mucho contacto.

-          Pero Edward no está aquí – pica Alice –. Apuesto que quieres estar aquí con Jacob, ¿no es cierto?

Empieza a agradarme.

-          Chucho interesado – masculla Jacob –. Odias todo y a todos hasta que te dan algo que quieres.

Tú comprendes.

-          Pero…  – Jacob continua, dejando los cubiertos a un lado – Alice tiene razón. Él no está. ¿Por qué no vienes? Hace tiempo no te veo en tu forma humana.

¿Me extrañas así?

Siempre.

El lazo es útil en ocasiones como esta, cuando necesitan la privacidad.

       Iré. Sólo necesito ropa.

-          No va a agradarle a Rosalie pero… Alice, ¿puedes prestarle algo de la ropa de Emmett? Accedió a entrar.

-          Claro – Alice salta de su lugar y sale disparada a la segunda planta. Jacob vuelve a verla fuera de la casa mientras deja la ropa sobre un arbusto y baila de regreso adentro.

-          Van a quedarte grandes – murmura Jacob.

-          ¡No mucho! – grita Paul desde afuera.

Oír su voz es un momentáneo shock para Jacob, quien está acostumbrado a sólo tenerla dentro de la cabeza. Incluso las proyecciones de la voz de Paul en su mente son algo distintas a la voz real.

-          Vamos, entra ya. Muerdo, pero prometo no hacerlo contigo – dice Alice de vuelta en el sofá.

-          No me gustaría hacerlo contigo, duendecillo.

Jacob ríe a carcajada limpia. Alice frunce sus facciones de porcelana y marfil un segundo. Después, ríe un poco junto a Jacob.

Jacob había estado olvidándose de Paul. Su forma totalmente humana, la que no se ve ni un poco dominada por el mandato de un espíritu de lobo. Paul es gracioso y bromea con los suyos a cada rato. Jacob pasó tardes enteras riéndose a su lado cuando reparaban las motos; el flash de su recuerdo calienta el pecho de Jacob, su corazón, y le dice que ése hombre, antes de su imprima, fue su amigo. Su mejor amigo. Jacob pide que puedan seguir siéndolo a pesar de lo que en verdad los une.

Paul se adentra en la casa con la desconfianza que cualquier lobo tendría. Repasa la estructura de la edificación. Examina los altos techos, las puertas anchas, las paredes que se reemplazaron con vidrieras. La alfombra se siente mullida aunque lleva puestos los zapatos deportivos que Alice le dio. Es la primera vez que ve el interior con sus ojos humanos. Los cuadros en las paredes y los jarrones decorativos son más artísticos de lo que le habría gustado. Paul se preocupa más por la practicidad que por el arte y la estética.

-          Siéntate – ofrece Jacob –. El olor debe estar matándote, pero no vas a pasártela de pie. Revuélcate un poco en el olor vampírico.

-          Sam va a hacer un drama cuando perciba el aroma, pero que le den al idiota.

Se sienta a un lado de Jacob y le sonríe.

-          La rubia querrá matarme.

-          O Edward – interviene Alice –. Edward quizá esté furioso, pero no tiene por qué.

-          Si, bueno… tiene por qué – difiere Paul –. La paliza que nos dimos el otro día no basta.

-          ¿Insistirán en pelearse?

-          Viene en nuestros genes – Paul se alza de hombros –. Esa comida debe saber espantoso por las muecas que haces – opina observando a Jacob.

-          No es eso. Es deliciosa… supongo. Comer me causa náuseas todo el tiempo.

Alice aguarda a que la visión que tuvo hace un par de días se haga realidad. Paul está en su forma humana con la ropa de Emmett. Jacob come las verduras y la carne. Faltan Carlisle y Edward entrando por la puerta principal.

-          Si el colibrí ese es como tu sanguijuela, no creo que le agrade mucho que comas esto.

La ternura que irradia la expresión de Jacob por la mención del apodo es un sedante de rápido efecto para Paul. El resto de su desconfianza se diluye dentro de la ilusión de un sol asomándose entre las montañas.

Pasan cinco minutos más en los que Paul y Jacob establecen una constante de comentarios y risillas acerca del resto de los Cullen. Paul le dice “oso con rabia” a Emmett y “rubia constipada” a Rosalie. Como su contacto con Jasper se reduce a las clases de combate que tuvieron antes de la llegada de los neófitos, Paul considera prudente esperar para darle un apodo.

-          Lo que en verdad pasa es que le tienes respeto. Es un maestro en tácticas de lucha y tú lo sabes.

-          Sí. Claro – es la sarcástica respuesta de Paul

Carlisle y Edward irrumpen por la puerta al mismo tiempo que Alice dice, contenta de que su premonición haya acertado:

-          ¿A qué te referías con lo del colibrí?

Paul intercambia una fugaz mirada con Edward. Jacob capta el asentimiento entre ambos. Su tregua sigue vigente.

-          Digo, si es un vampiro, o lo es en parte, lo que quiere es sangre.

Un segundo de apreciativo silencio.

-          Carlisle – murmura Edward.

-          Estoy en eso.

Edward se sitúa a un lado de Jacob y le besa la frente.

-          ¿Te molesta el vendaje? – requiere saber.

-          No, está bien.

-          Tuviste una gran idea – acepta Edward hablando hacia Paul.

-          ¿Idea?

-          Sí. Hemos tratado de nutrir a Jacob con todas esas vitaminas durante el último mes, pero el feto absorbe todo para él. No deja nada con lo que Jacob pueda recuperar energías, sus huesos se debilitan y pierde peso porque la criatura quiere alimentarse. Sin embargo, no necesita ese tipo de alimento, quiere…

-          … sangre – completa Jacob –. Si le damos lo que quiere…

-          … podrás recuperarte un poco. Saldrás del estado de riesgo.

-          Debo tomar sangre – Jacob se estremece ante la perspectiva. La espesa sangre con sabor a metal y sal llenándole la garganta. El estómago... Despeja las náuseas y se centra en el aspecto alentador: es bueno para su bebé y para él. Si es así, lo hará. En definitiva.

Carlisle aparece por el pasillo con un vaso blanco en manos.

El olor que desprende el recipiente eriza la piel de Paul.

-          Wow – exclama Paul –. Espera, no piensas hacerlo realmente, ¿verdad? Fue algo que dije completamente al azar. No iba enserio.

-          Pero fue brillante. Ahora, si esto te incomoda, es mejor que salgas – Carlisle se acerca a Jacob. El aroma está tornándose una auténtica tortura para Paul.

-          Voy a vomitar.

-          No eres tú quien va a tomarla – Jacob recibe entre sus manos el vaso que Carlisle le tiende. Siente a Paul levantándose tan rápido que le desconcierta.

-          Esto es demasiado – Paul está gruñendo por lo bajo, sus brazos se aprietan alrededor de su torso.

Edward quiere ordenarle que cierre la boca. Es un simple experimento. Puede no funcionar como lo esperan.

Jacob inhala cerca de la orilla del vaso. La reacción de ello es sorprendente. En lugar de marearse con las náuseas cotidianas, el efluvio de la sangre hace que su apetito se abra y sus entrañas se remuevan. El colibrí sabe lo que es, y lo desea.

-          ¿Qué sucede? – Edward pregunta.

-          Tócalo – dice Jacob.

De inmediato, Edward transporta sus manos del brazo del sofá al vientre de Jacob. La criatura se desempereza de su anterior sueño con un ansia sin precedentes.

-          Bébelo.

Jacob da un sorbo tentativo. Retiene el líquido en su boca unos segundos. El sabor es más bueno que el de cualquier comida que Esme haya preparado para él; en circunstancias normales no sería de este modo, pero ahora mismo es un mangar precioso en el paladar de Jacob. Continúa bebiendo tras tragar el primer sorbo. Paul lo mira incrédulo, ligeramente asqueado por el gusto con el que ingiere esa cosa.

-          Sabe bien.

Edward ríe y se atreve a interrumpir el almuerzo presionando un beso en los labios de Jacob, que le regalan, además del placer de tocarlos, unas cuantas gotas de sangre. Ni por asomo tan exquisita como la de Jacob, pero buena, tal como éste cree.

-          Mejorarás – Edward habla con el alivio más puro empapando el tono de su voz.

Para Edward, el día de hoy ha resultado ser un buen día… exceptuando el asqueroso olor a perro mojado y lleno de lodo.

Notas finales:

Habrá otro hoy. Estará publicado en unos cuantos minutos.

 


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