Billy Black aprendió a aceptar que su hijo estuviera al lado de un ser tan odiado por su tribu como lo es Edward Cullen. Desde el principio, cuando notó los indicios del tipo de relación que había entre ellos, Billy se preparó para encarar al hombre que pretendía alejar a su hijo de los suyos; el vampiro que rompería tantas leyes para estar con su hijo.
Durante los primeros meses no hubo inconvenientes demasiado graves. Que Jacob saliera con Edward los fines de semana, y algunas veces en días escolares, no era algo que no hubiera estado esperado. Le dio el permiso de salir mientras estuvieran en contacto por medio de llamadas o mensajes; porque no iba a dejar a Jacob sin supervisión estando dentro del territorio enemigo, cerca, tan cerca y unido a los que deberían ser sus enemigos, pero que no lo fueron nunca.
Cuando ocurrió el accidente entre aquel otro vampiro llamado James y los Cullen, Billy se encargó de hacer que Jacob se distanciara un poco de Edward. Comprendió que los Cullen no eran una amenaza para Jacob, sino una protección; una protección magnífica que, irónicamente, hacía más grande el peligro. Junto a los Cullen, Jacob, tarde o temprano, iba a encontrarse con más y más vampiros, con más nómadas desquiciados, con más fríos a los que su sangre les atraería.
Así que Billy habló con Edward por primera vez, seriamente, y le marcó pequeñas pautas acerca de lo que sucedería cuando su hijo estuviera recuperado. Fueron reglas justas: 1) no más días enteros en su lado del territorio y 2) no más viajes largos fuera de Washington. El vampiro estuvo de acuerdo con las nuevas reglas. Billy se siente culpable de lo que pensó entonces, estando frente a él, sabiendo a la perfección que Edward podía escucharlo; Billy pensó que todo ese cariño, ese aprecio, que Edward tenía por Jacob no era más que una excusa para conseguir sangre.
Billy pensó que Edward era un gran, gran mentiroso, y sus ideas despectivas sobre ese frío tomaron una forma más sólida y palpable cuando éste se fue. Él recuerda a Jacob diciéndole que Edward, simplemente, se había ido. Que lo había dejado. Recuerda también la reptante furia de la que fue víctima cuando Jacob agregó que no le habían dado ninguna razón aparte de: es necesario. Pero Billy no sólo recuerda eso, sino muchas cosas más que prefiere no tener en su mente, porque son algo que le retuerce el corazón, que parte su alma.
En aquella época, Jacob cambió su comportamiento un poco. Dejó las prácticas de voleibol con Mike Newton y redescubrió su viejo gusto por el dibujo y la pintura. Empezó a hacer bocetos a carboncillo de muchas personas y pintó las lúgubres playas de La Push con óleos y acuarelas. Hizo diseños para esculturas tridimensionales, creó mosaicos en colores fríos y cálidos, trató de mejorar su técnica de puntillismo y dedicó tardes enteras de su vida a los colores, los pinceles, los óleos, los acrílicos, los pasteles y a aquel increíble cuaderno de bocetos a carboncillo.
El primer mes fue el trago más duro. Jacob en verdad había amado a Edward, su partida dolió bastante. Billy se alegró mucho cuando escuchó su risa más sincera luego de esas semanas, y se preguntó qué o quién la había provocado. Entonces, Billy encontró al pequeño Seth y a la bonita Leah acompañando a Jacob en los alrededores de la casa. Billy los saludó, ellos regresaron el amable gesto, y Jacob le informó que pasaría unas cuantas horas en casa de los Clearwater. Jacob sonreía, tenía los ojos brillantes y llevaba el cuaderno de bocetos bajo el brazo. Billy asintió, dejándolo ir.
Semanas después, con los ánimos usuales de regreso en su hijo, Billy se atrevió a mirar dentro del cuaderno de bocetos mientras Jacob regresaba de casa de Ángela Weber. Miró los primeros dibujos con apreciación, con ternura, y comprobó lo que ya sabía: Jacob heredó el talento de su madre. Algo en sus dibujos, en su estilo peculiar, le daba encanto a las obras aunque estuvieran en blanco y negro. Billy ojeó el cuaderno poco a poco. Apreció con orgullo la precisión de los rostros, la calidad de los retratos, y se sintió algo avergonzado al encontrar uno suyo. Luego de encontrarse con sí mismo en el papel, vinieron las caras de Mike, Tyler, Jessica y Ángela. Hubo un par de hojas llenas de líneas suaves, las que parecían ser proyectos sin terminar, y luego Billy, para su disgusto, halló el ceniciento rostro de Rosalie Cullen. Su singular belleza fue plasmada adecuadamente y Billy se sorprendió de la claridad con la que Jacob la recordaba.
Luego de Rosalie, estaba Alice, sonriente, despampanante con sus labios finos y sus pómulos altos. Billy pasó las tres siguientes hojas sin darles importancia por ser dibujos del entorno. Él se concentró en los retratos, en encontrar a más de los Cullen ahí. Vio a Carlisle y a Emmett primero, juntos en una misma hoja. La esposa de Carlisle, Esme, apareció en tres dibujos con ella como protagonista. Jasper fue dibujado dos veces y Edward tuvo el resto del cuaderno dedicado solamente a él. De las cincuenta hojas del cuaderno, veinte tenían a Edward Cullen dibujado. Cada dibujo con el hombre en distintas posiciones, haciendo distintos gestos.
Billy nunca le dijo a Jacob que fisgoneó entre sus cosas.
Ahora, a más de un año de aquél descubrimiento, Billy siente la necesidad de volver a ver los dibujos. Su hijo está muriendo, y no hay manera de que Billy pueda ayudarlo.
Edward y su familia regresaron y, con esto, muchas cosas cambiaron. Tan veloz y drásticamente que Billy siente confusión al desentrañar el desarrollo de los sucesos dentro de su cabeza. Su hijo casi fue asesinado en Italia, Paul imprimó en Jacob y, luego de este punto, las cosas están muy enredadas para Billy. No sabe cómo Jacob pasó de estar sano y fuerte a verse casi como un muerto andante. No sabe cómo ese viaje a la Isla Esme puedo provocar tanto daño.
Billy tiene un único deseo, una sola ambición, y es que Jacob viva.
Billy desea que Jacob viva para llenar un millón más de esos cuadernos.