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Dividido por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Muchas gracias por venir a leer hasta este capítulo (que son un montón).

Gracias a quienes han leido desde el principio y que siguen esperando actualizaciones. Gracias de todo corazón. Abrazaría a todos y cada uno si pudiera.

Los retrazos y plazos sin actualizar son pan de cada día en mi vida desordenada. Disculpen que tarde tanto, pero no puedo hacer nada mejor que esto.

Sin embargo, dejo mi corazón cada vez que escribo. Me esfuerzo por lograr algo que hasta a mí me provoque algún sentimiento (incluso he llorado al escribir ciertas cosas de este fanfic que todavía no han sido publicadas o que se eliminaron en los procesos de edición).

De nuevo, muchísimas gracias por seguir este fanfic. Espero que estén conmigo hasta el final.

Que lo disfruten (y si no lo hacen, ¡tienen derecho a que les parezca horrible!).

 

Han pasado treinta y un minutos desde que el corazón de Jacob se detuvo y Edward no se ha movido de su lado a pesar de eso.

Hay algo denso dentro de sí que le impide siquiera pensar con claridad.

Sus dedos no dejan de tocar la herida que sus colmillos hicieron en la muñeca de Jacob y sus ojos se niegan a apartarse del profundo negro de sus preciosos cabellos. El rostro consumido del antes vital y fuerte humano es ahora el representante de los alcances de la maldad de Edward, de su egoísta naturaleza e ilógica conducta.

Si él se hubiera alejado cuando debió, Jacob estaría vivo. Quizá en otro lugar y con otra persona – como Paul, incluso Mike o algún desconocido –, pero bien, a salvo, lejos de la muerte que sigue a Edward a todas partes.

Y Edward estaría lejos de Washington también, concentrándose en otras cosas para obligar a su mente y a sus instintos a olvidarse de la existencia de su Cantante; él sería el único sufriendo, pero eso no importaría mientras el corazón de Jacob siguiese latiendo y sus ojos, brillando como el sol.

-          Perdóname – dice. Su voz es opacada por las sensaciones que se arremolinan en su garganta, como el cantar de un pájaro en medio de una tormenta, y le cuesta tanto apartar sus dedos de la fría piel de su amado que siente cómo empieza a derrumbarse.

Se cae tan rápido como la Torre de Babel, con la misma confusión y miedo de la incomprensión y una unión rota.

Camina un paso hacia atrás y observa lo que ha hecho. Mira la belleza que ha matado con su amor; es tóxico y mortal, lo cual es desalmado porque no podría ser más devoto de aquel que yace en esa horrenda camilla.

Si pudiera hacer algo para traerlo de vuelta, lo haría. Pero no puede, así que debe encargarse de enmendar los daños tanto como le sea posible. Nada reemplazará lo que ha perdido y que extrañará por la eternidad que lo espera, sin embargo, hacer su carga tenuemente llevadera es lo mejor que obtendrá.

-          Perdóname – repite.

No sabe si tiene derecho a pedir perdón, no sabe si se le permite rogar por un poco de piedad, y tampoco sabe si alguna vez disfrutará de la paz y la felicidad que se concentra en su pasado. Y piensa, hundido, a punto de rendirse, que el pasado es su sitio más hermoso, su paz y felicidad momentáneas.

Escucha el palpitar veloz del corazón de su hijo en la planta de abajo. Sus lloriqueos y gemidos de queja abren una grieta en su pecho; sus pensamientos angustiosos y desesperados abren otra en su cabeza. El niño se siente abrumado por la falta de sus padres, a quienes no ha visto más de unos segundos durante su corta vida en el mundo exterior. El toque de Rosalie es amable y cuidadoso, pero no lo tranquilizan.

Papá es la palabra que predomina en su tren de pensamientos.

El reflejo paternal que lo incita a ir al encuentro con su bebé es poderoso. Su cuerpo se mueve con indecisión hacia la puerta. El pequeño quiere verlo, quiere ser reconfortado por la persona que se siente igual de sola y triste que él.

El diálogo entre Rosalie y Paul es inesperado, casi imposible de imaginar sin que primero suceda. Edward encuentra la situación entre ellos irónica.

La sorpresa de Edward no es grande cuando Paul toma en bazos a su hijo y el pobre niño por fin se topa con alguien que le dice lo que necesita escuchar; Rosalie fue ruda al decir Jacob está muerto con la misma voz con la que lo arrulló entre sus brazos. Paul le da la seguridad y el apoyo para que el bebé comience a llorar y a hipar más fuerte que antes. El cuerpo fornido de Paul lo cubre por completo y la criatura se deshace en llanto en medio del calor que desprende el Quileute.

Es entonces cuando Sam aúlla y expone sus planes.

Edward se acerca a la camilla y pone un beso suave en la frente de Jacob. Cierra los ojos intentando ignorar el aroma a sangre que oculta una sublime fragancia a menta y pinos.

Sale del cuarto y baja las escaleras con prisa. Debe actuar rápido ante el peligro que se aproxima a través del bosque. Sigue el picante aroma de Paul y se encuentra con él en la misma habitación en la que Rosalie lo enfrentó.

El bebé todavía llora y Paul lo tiene aferrado contra su pecho.

Un momento de tensión detiene a Edward a un par de metros de distancia. Las últimas palabras que se dijeron no son las ideales para que se comuniquen cordialmente. Pareciera que Paul no tiene intención de soltar al niño, pero lo que pasa por su mente esclarece las dudas de Edward y le da la confianza para reducir el espacio que los separa sin temer por su hijo.

El niño detecta a Edward y se remueve para alcanzarlo. Sus manitas se cierran y abren en su deseo por agarrar a su padre. Paul ofrece el pequeño a Edward con una ligera aura de incomodidad y cautela. Edward sostiene al niño y lo descansa contra su pecho.

El bebé aprieta la ropa de Edward con sus manos. Su cuerpecito tiembla y sus mejillas se empapan de lágrimas. Los ojos cafés del niño son del tono exacto de los de Jacob; Edward podría llorar junto a su hijo a causa del detalle si no fuera porque su organismo no se lo admite.

-          Está muy agitado – comenta Paul, aclarándose la garganta.

-          Estará mejor cuando todo esto pase – Edward pasa por alto los ojos irritados de Paul y llama a su familia para que se desplieguen del modo que lo acordaron.

Los pensamientos de Jasper, Seth y Leah llegan a Edward para informarle que los lobos están por cruzar la frontera. Carlisle, Alice y Esme corren para ayudarlos y Rosalie y Emmett se quedan con Edward y Paul para proteger al recién nacido.

Emmett se cruza de brazos y agudiza su privilegiado oído para diferenciar de las pisadas de su familia de las de los lobos de Sam; son muy lejanas, pero aún audibles. Su atención se desvía un momento a Edward y al bebé que éste tiene en brazos; el niño respira profundamente y salta de vez en cuando por los hipidos posteriores al llanto.

-          A todo esto – dice Emmett; el pequeño lo observa al escucharlo hablar y Emmett le sonríe a son de hacerlo sentir agradable –, ¿cuál será su nombre? No he escuchado ninguna opción inclusive antes de su nacimiento.

Edward no para de atender los pensamientos que fluyen entre los árboles, o las constantes de la maravilla que sostiene con sus brazos, al responderle a su hermano.

-          Se llama Lowell – alza a su hijo para mirarlo a la cara y le acaricia una sonrosada y húmeda mejilla con el dedo pulgar –. Lowell Elián.

Rosalie decide no echar alcohol en las heridas de nadie – incluidas las suyas – y se calla los apellidos de su sobrino. Edward los oye de su mente, pero no es tan doloroso como si los hubiera pronunciado.

Notas finales:

Eso es todo por ahora.

Tengo un examen importante en un par de días, pero eso no impedirá que acualice una o dos veces más en lo que queda de esta semana y la siguiente.

No hay mucho de mi parte que decir además de que me encantaría que dejaran mensajes dándome su opinión o explicándome sus sentir respecto a este capítulo. Sería un gran placer para mí saber lo que ustedes sienten al leer lo que escribo.

Muchas gracias (una y otra vez).

Hasta luego :)


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