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Notas del capitulo:

Oh, queridos míos, he regresado.

No diré (escribiré) nada más que una cosa: necesitábamos esto

Ustedes y yo necesitábamos algo como esto luego de tanto drama.

Este capítulo se ambienta en el primer viaje de Edward y Jacob a la Isla Esme, luego de Italia y los Vulturis y antes de la pelea con los neófitos de James (por lo que, obviamente, también está antes de la imprimación de Paul en Jacob).

Que lo disfruten. No me detesten por tardar. Yo los amo por esperarme.

Han pasado más de dos años y Edward todavía no encuentra la manera de ignorar – o al menos soportar sin alterarse más de lo que nunca debería – una emoción tan recia y descarnada como el deseo.

Para él, siendo la criatura que es, las emociones y sensaciones son considerablemente más intensas que para un humano. Ha aprendido a emplear el autocontrol, pero hay ocasiones en las que se encuentra a punto de perderlo por completo.

El aroma de la sangre de Jacob fue, y sigue siendo de vez en cuando, su tentación más grande. La fragancia se sintió como un sublime elixir al alcanzar su nariz por primera vez. Su boca se llenó de ponzoña de tan solo imaginarse el gusto magnífico del líquido carmín; Edward pudo hacerse una idea bastante cercana del sabor exacto con apenas la mísera migaja que era aquel aroma – recuerda su exaltación, urgencia y la casi indomable y angustiante sed eterna masificando su ya de por sí enorme tamaño justo en la base de su garganta, acto reflejo de su organismo para instigarlo a beber y colmarse de la ambrosía bendita de su Cantante –.

Ahora que el aroma de Jacob no lo tiene embrujado como en un inicio, Edward descubre en su totalidad otra de sus hambres, su anhelo antes contenido y recién liberado. Descubre – sin querer decir que no lo haya notado desde antes, sino que a estas alturas es que se permite disfrutarlo – la atracción erótica del cuerpo de Jacob. En la composición magnífica de su figura hay tantos detalles y peculiaridades que Edward se pierde al intentar numerarlas

Estando tan cerca de su seductora tentación – con sólo estirar una mano podría hacer tanto… – Edward se siente incitado y famélico. El tipo de apetito que está quemándolo por dentro es similar al que tiene por la sangre, pero no idéntico. Cuando su sed parece estar a muy poco de controlarlo, Edward encuentra dentro de sí a la criatura egoísta y violenta a la que no le preocupa nada más que su propia satisfacción, la que toma a manos llenas y no retribuye ni una pizca. Sin embargo, el apetito que lo embriaga al apreciar el cuerpo de Jacob viene de la mano con la intención de brindarle a su amado tanto regocijo como las limitaciones de ambos les concedan recibir.

Explicar sus deseos es más sencillo que saciarlos. Esto podría llevar a que sus acciones desembocaran en consecuencias graves. Edward sabe que estar envuelto en el frenesí de un hambre como la que padece, siendo alentado por la perversidad innata de la lujuria, le haría enfocarse en absorber los sabores, aromas y texturas del cuerpo precioso de Jacob, y no sería capaz de detenerse si acaso el asunto se descontrolara justo frente a sus ojos. La fuerza y resistencia de un cuerpo humano – maravillosas construcciones de la naturaleza, derrochadoras de humedad, fuentes de calor latiente y aromático – no es la suficiente para soportar la fuerza de un vampiro. Bajo las manos de Edward, la piel de Jacob es delgada y sus huesos, frágiles. No es complicado herirlo. James lo sabía, lo tomó como ventaja y lo usó a todo su favor.

Edward comprende que arriesgarse por simple falta de control es inaceptable, pero aún desea darse una oportunidad para demostrar que su naturaleza no tiene lo necesario  para perderlo dentro de ella mientras Jacob esté a su lado. Ofrecer una prueba de que es mejor de lo que fue en sus primeros años es lo que necesita darle a Jacob; y si se oye como una justificación que lo conduzca hacia el Edén – tal vez lo sea –, no importa.

Edward parpadea repetidas veces para alejar su mente de tales pensamientos. Parpadea y desvía la mirada hacia el exterior, ligeramente perturbado por la visión que Jacob le ofrece ahora mismo que está durmiendo. Es de noche, están en la Isla Esme y el cálido clima del lugar es el adecuado para que Jacob decidiera cubrirse con nada más que su ropa interior y una sábana fina. Dentro de poco amanecerá y Edward ansía la llegada del momento. Estar a solas con Jacob – sin sus padres o hermanos escuchando sin querer – le resulta una idea arriesgada ya que la reconsidera.

La respiración acompasada de Jacob, el palpitar de su corazón, el burbujeo del agua en la playa y el choque de las olas, son algunos de los pocos sonidos audibles en kilómetros a la redonda. Es sumamente fácil desatenderse de los ruidos del ambiente, pero no de los que revelan la humanidad de Jacob. Ese corazón humano, la música hechizante que emite, es un llamado poderoso hoy más que nunca antes. Edward es atraído hacia la melodía con sencillez humillante. Ser atrapado en un santiamén por la silueta que se adivina a través de la sabana delata el poder que Jacob tiene sobre su mente y cuerpo. Y por lo mismo, es absurdo imponerse nuevos límites.

El ritmo cardiaco y la velocidad de la respiración se alteran. Jacob está despertando. Cuando se incorpora sobre sus codos, la sábana resbala por su espalda y Edward mira la piel expuesta que se ilumina por la luz de la luna. Jacob se peina el cabello hacia atrás, apartándolo de su cara, soba su nuca y mueve el cuello lentamente, quizá adolorido por dormir en una posición incorrecta.

-          Buenos días, Edward – murmura con voz somnolienta y grave. Sus ojos no se posan en Edward, no requiere de una verificación visual para saberlo ahí, muy cerca de él.

-          Todavía falta para que se haga de día – contesta Edward. Quisiera apartar la mirada, pero la forma en la que la sábana cubre la desnudez casi total de Jacob es extrañamente cautivadora. Detecta un encanto confuso en que se esté escondiendo y mostrando a la vez; da lo justo de conocimiento y misterio para ser afrodisiaca y evitar la creación de una imagen obscena.

-          Un “buenos días, Jacob” habría sido perfecto, cariño – bromea –. ¿Qué hora es?

-          Las cinco con tres – su voz no es la habitual. Jacob lo nota.

-          ¿Ha sucedido algo?

¿Algo? Oh, mi amor, si tú supieras todo lo que me has hecho. “Algo” es vago e inexacto.

Edward suele tomar el camino fácil y mentir. Prefiere luchar por sí mismo, sorteando forzar medidas precautorias en la actitud de Jacob hacia él. Porque si bien es cierto que el contacto siempre ha sido peligroso en potencia, también es cierto que la falta de ese contacto desaparece el balance interior de Edward. Necesita saberse unido a Jacob. Aprendió a ignorar su necesidad cuando estuvieron separados, pero ahora que están juntos ésta creció y se extendió alrededor de todo su ser, asfixiando e hiriendo, apretando dolorosamente su control y dándole fuerza a las cascadas del deseo, transformando su lento flujo en una trapa de rápidos.

-          Nada grave – dice –. Creo estar abrumado con la nueva situación. Nunca habíamos estado solos tanto tiempo.

Jacob lo mira a los ojos. Edward lee confusión en la expresión de Jacob. Una confusión expectante, agitada y sugerente. ¿Jacob está invitándolo? ¿Está dándole respuesta a su pregunta no pronunciada? ¿A ese “Te amo, déjame mostrártelo de esta manera, por favor” que quema su boca? Edward sabe que su juicio no es de fiar ahora que está siendo vencido por la seducción no intencional en los ademanes de Jacob. Debería retirarse al bosque a enfriar su cabeza para tener poder sobre sus impulsos.

Debería hacerlo.

No quiere hacerlo.

-          Ya sabemos que estar separados no nos hace bien – murmura Jacob –. Estar aquí es lo mejor que podríamos hacer por nosotros mismos. Nos ayuda.

Es verdad. Edward se siente mejor teniendo bajo control lo que sucede. La seguridad emocional que significa Jacob para él lo sume en paz. Su mente necesita la cálida presencia de Jacob. Es tranquilizadora y agradable. La inclinación dominante de su personalidad – nacida a raíz del hallazgo de su Cantante – se ve saciada con el conocimiento de que Jacob está con él. No solo o con alguien más. Sólo con él. Por eso al conocer a su amado, Edward odió que Alice le sugiriera irse lejos; lo más lejos que pudiera, lejos para no lastimar, lejos para que Jacob continuara con su vida librada de percances desafortunados.

Edward se mueve por la cama hasta que su pecho roza el hombro de Jacob, quien no pronuncia palabra alguna, esperando por lo siguiente que hará. Edward coloca su brazo derecho en los omoplatos de Jacob y arrastrando la palma de su mano a lo ancho de los mismos. La reacción en Jacob es inmediata. Su cuerpo se estremece y sus brazos tiemblan. El control que tiene sobre sí mismo no es nada en comparación al de Edward. Está dentro de sus tendencias el aceptar los acercamientos físicos de Edward. Los desea. Los quiere desesperadamente.

-          Me ayuda pensar que estás a kilómetros de distancia del territorio que James ronda – Edward se inclina y presiona sus labios en la clavícula de Jacob, quien se sacude bajo su boca –. Pero yo soy lo mismo que él. ¿Cómo puedes estar seguro estando conmigo?

-          No eres como él – Jacob trata de no moverse mucho, impresionado por la soltura de Edward, por su repentina muestra de… ¿de qué? Lo que hace, el cómo se comporta, traspasa cada límite que Edward se autoimpuso –. Son de la misma especie, pero no eres como él. Tú no lastimarías a alguien por el placer de verlo sufrir.  No digas que eres lo mismo que él.

-          Sabes lo que he hecho, Jacob. Sabes que he matado inocentes tal como él lo hace – Edward desliza sus labios desde la clavícula hasta la base del cuello. El enérgico retumbar de su pulso revuelve las entrañas de Edward. Quiere beber. Quiere morder. Quiere degustar la sangre cuyo aroma ha estado torturándolo más de lo que jamás se creyó capaz de resistir.

-          Eras un neófito y no lo has repetido. Jamás quisiste infundirles terror. Jamás quisiste que te temieran. No gozaste al ver lo que habías hecho. Te arrepentiste. No puedes cambiar el pasado, pero el arrepentimiento es lo que te separa de James. Él no lo siente. Nunca.

La mano de Edward alcanza el borde de la sábana que cubre a Jacob. Sus dedos se deslizan bajo la tela. La intrusión es suave y tentativa. En un lapsus de claridad mental, Edward cae en cuenta de a lo que está dando lugar y sopesa la opción de ir a la costa. Ir a cualquier lugar en el que el aire no esté impregnado de la fragancia mentolada de Jacob.

Hace retroceder su mano fuera del calor intenso encerrado entre la piel de Jacob y la sábana y la ropa interior. Está convenciéndose de huir cuando Jacob habla otra vez.

-          Quiero esto tanto como tú. Ten confianza en nosotros. No permitiré que te sientas sin control. Voy a darte todo lo que necesites.

Es una promesa y Jacob la cumple.

El placer es crudo para Edward. Jacob se convierte en un hombre envalentonado y cautivador estando con él – sobre él –. Edward no previó que su necesidad de dominio se viera alimentada por el sometimiento. Deliciosa, paralizante y extraordinaria es la candencia con la que Jacob se desenvuelve. Besando puntos que liberan su libido, acariciando partes que lo engrandecen y lamiendo de la forma correcta para vaciarlo. Toma de Edward aquello que no tenía idea que existía.  Si es que Edward lo sostuvo con demasiada fuerza, Jacob no se encargó de avisarle. Para nada, sólo sigue con esos suspiros, con esos gemidos, con esos escalofríos y sacudidas. Es tan bueno. Tan precioso. Presiona a Edward, lo empuja al límite, y lo devuelve a la salvedad divina del control con su voz, diciendo entre jadeos “mírame, mírame” a la vez que Edward gruñe “lo hago, no dejo de hacerlo” y se agobia por utilizar una expresión errónea; porque no mira a Jacob, él lo contempla y se abandona al fervor que le ocasiona su belleza lasciva – colmada de feromonas, revestida de goce, empapada con fluidos propios y ajenos–.

Pisar la cúspide los aplasta a los dos.

El esfuerzo de Jacob – aceptándolo en su interior cálido y húmedo, constrictor desde principio hasta lo más alto –, lo agota. Edward lo siente en la constancia y fuerza de su contoneo enloquecedor, que disminuye y se suaviza lentamente, preparándose para la liberación en el momento preciso que Edward quiere intensificarlo. Los muslos de Jacob están tensos y resbaladizos cuando coloca sus manos en ellos y los impulsa hacia abajo. El quejido agudo de Jacob es suficiente para motivarlo. Embiste contra Jacob, golpeándolo con brío pero sin rudeza. Siente la nube calurosa de su orgasmo formarse en su vientre, revotando y agrandándose. Jacob está tan cerca como él.

Jacob solloza siendo derrotado por el vigor de las sensaciones. Sus manos se cierran estrechamente en los hombros de Edward, desesperadas por conseguir sostén. La rendición se extiende por su cuerpo, tirándolo directo a una culminación conmovedora. Sus piernas y brazos tambalean, sus caderas se acalambran y el tirante empuje en su espalda desaparece. Edward lo sujeta con ambos brazos, acostándolo en su pecho e inhalando la espesa fragancia que brota de su piel.

El éxtasis lo doblega gracias a los espasmos y contracciones involuntarias de los pliegues centrales de Jacob, quien vibra al recibir la descarga de Edward.

Jacob no se mueve de su sitio, recostado encima de Edward, y se relaja cuando éste los cubre con la sábana blanca. El palpitar de su corazón se calma con las caricias ligeras de Edward; en su espalda, en sus hombros, en su cuello… atenciones apacibles y dulces, un contraste radical en comparación a las actividades anteriores.

-          Ya amaneció – comenta Jacob señalando flojamente hacia la ventana. Enrosca los brazos en el cuello de Edward, moviéndose hacia arriba para besarlo en los labios y acomodarle el cabello.

-          Buenos días, Jacob – dice Edward con una sonrisa. Jacob ríe y lo besa de nuevo.

-          Ya estabas tardando. No sé cómo me tomaría que dejaras tus modales de caballero.

-          Acabo de faltar a algunas de mis enseñanzas del siglo pasado – desliza su boca por la mejilla de Jacob hasta rozarle el oído –. El sexo fuera del matrimonio era considerado uno de los más grandes insultos, sino que el más reprochado y castigado.

-          Gracias al cielo que nací en 1990… como hombre.

-          Gracias por eso. Ser el punto de mira de Billy Black por estar con su hijo menor ya es bastante malo, no sé si aún estuviera vivo de tratarse de una hija.

Su conversación se alarga más de media hora, saltando aleatoriamente entre diversos temas.

No tienen prisa ni nada de qué preocuparse, así que atrasan su salida de la cama hasta que la sed y el hambre se hacen manifiestas en Jacob.

Bañarse juntos casi les hace olvidar el desayuno. Edward no quiere a Jacob muriendo de hambre… ningún tipo de hambre.

No olvidan el desayuno, pero sí lo postergan.

Notas finales:

Ah... me gustó eso. La primera vez que abordo algo así, pero no creo que sea tan horrible.

Gracias a todos por leer y por las casi once mil lecturas aquí en Amoy Yaoi.

Nos leemos después :)


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