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Dividido por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Oh, sí.

Aquí de nuevo.

No importa cuánto me tarde, siempre estaré de vuelta para ustedes porque me encanta escribir esto y me encanta compartirlo con ustedes.

Gracias por seguir escribiendo, nunca voy a cansarme de agradecérselos.

Sin más, aquí el siguiente capítulo.

Carlisle hace llegar la noticia a Billy. Se lo dice con voz taciturna y culpable, sintiéndose indigno de la confianza que el hombre puso en él para cuidar de su joven hijo. Carlisle no tiene el descaro de disculparse – ¿qué tipo de mísera disculpa podría haberle dado? ¿Con qué agallas hubiera dicho que lo sentía? –. Se limita a decir lo que debe y nada más.

Lowell pasa de los brazos de Seth a los de Paul, y de éstos, a los de su padre, quien apenas se atreve a perderlo de vista unos segundos. La desesperada necesidad de tocar a su hijo se torna más sofocante con cada minuto que pasa. Seth comprende la ansiedad de Edward y se hace a un lado, sonriéndole como despedida al niño antes de ir afuera para acompañar a Leah. Su hermana se deja abrazar por él, demasiado agotada por el intenso ajetreo de las últimas horas.

Paul, dentro de la casa, con su espalda recostada en uno de los ventanales, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Cruza los brazos sobre su pecho y se resiste del mejor modo que puede a la urgencia que siente por dejarse caer y empezar a desmoronarse. Intenta hacer del palpitar del corazón de Lowell su fuente de vida, su aire y su suelo. La ausencia de Jacob dentro de su mente, al otro lado del puente invisible que los unía, es abrumadora. El espíritu del lobo que vive en su interior gimotea y chilla por su compañero, tan devastado y triste como el mismo Paul; el hecho de que su pesar es compartido sólo empeora el panorama.

[+][+][+][+][+]

Edward le habló una vez acerca del suplicio que se atraviesa durante la transformación.

El fuego, el dolor insoportable, el querer desaparecer antes de seguir siendo consumido por ese infierno. Jacob lo escuchó atentamente a sabiendas de que una vez estaría dentro del mismo infierno, y dejó una de sus manos sobre el rostro de Edward, acariciándolo con suavidad y queriendo hacerle olvidar aquello; la idea de Edward estando bajo un tormento de las proporciones que oía, lo alteraba de un modo angustiante. Luego de Italia, el miedo a perderlo se volvió recurrente. La experiencia le mostró cuán difícil era ver a Edward herido, amenazado de muerte por algunos de los más fuertes vampiros en la faz de la Tierra.

Nunca supo cómo lidiar con el dolor consustancial de no tener a Edward a su lado. Fue una batalla dura el hacer caso omiso de su partida incluso con Paul manteniéndose firme y cálido para él; siempre que lo necesitaba, fuera para lo más simple como para una larga, larga plática acerca de todo y de nada, Paul estuvo para él.

Jacob compara el dolor al que está siendo sometido con el dolor que Edward le describió y se encuentra con que el suyo es menos horrible. Quema como debe hacerlo, pero al mismo tiempo el tibio toque de ella calma las heridas y comienza a sanarlas de manera veloz y eficaz. Ella, la loba, ha estado con él desde el principio, y continuará ahí para siempre. No se ha dejado vencer por el veneno que corre a través de no sólo las venas, sino de cada tejido y hueso de Jacob.

En medio de la confusa y penosa experiencia de sentirse diseccionado y compuesto, Jacob se pregunta cuáles serán las repercusiones negativas de la mixtura que se está preparando dentro de él. Se pregunta qué tan desastrosa será la combinación de lobo y vampiro con la que su cuerpo humano está siendo transformado. Su hijo es vampiro y humano, un punto medio entre Edward y él mismo que no pudo resultar más perfecta. Él, por otro lado, es una criatura en el punto medio de dos especies contrapuestas durante siglos. Hechas para destruirse la una a la otra, sin piedad, sin vacilación.

Pero eso no es cierto.

No del todo.

Hay una innegable repulsión entre ambas especies, pero nunca hubo peleas entre la tribu de La Push y los Cullen sin razones válidas. El tratado – algo impredecible tratándose de los fríos y los lobos – fue respetado en la mayoría de las ocasiones. Todas las infracciones de los últimos cuatro años son en parte responsabilidad de Jacob, no exclusivamente de Edward y su familia, además…

El fuego se revoluciona y detiene cualquier pensamiento coherente que Jacob es capaz de formar. Las llamas se ensañan en contra de sus extremidades primero y contra su corazón después. Crecen en tamaño y temperatura con un afán idéntico al que la loba tiene por no dejarse ganar; si el veneno está decidido a romper y rehacer, ella hará lo mismo. El fuego corre profundo, cruel, y atraviesa cada una de las células que forman  los músculos y huesos de los brazos y piernas de Jacob. Se extiende por el citoplasma y los orgánulos, por las paredes de proteínas y lípidos, hasta dar con la base de todo, con la parte más importante de todo ser viviente: el ADN. Lo reduce a cenizas y luego se encarga de darle un nuevo orden. Una organización perfecta que el espíritu de la loba ayuda a crear desde cero.

Jacob cree tener la fuerza para gritar y suplicar en cuanto el veneno se concentra en su pecho y retuerce su pobre, débil corazón hasta tenerlo hecho una ruina inmóvil de sangre y tejidos. Y a partir de ese caos sin forma, las dos fuerzas que están reconstruyéndolo hacen nacer algo nuevo y maravilloso dentro del cual se mezclan y acaban siendo una sola fuerza titánica. Una fuerza capaz de regresarlo del limbo de las almas extraviadas.

En una carrerilla apresurada, más rápida que la del corazón de colibrí de su hijo, el corazón de Jacob vuelve a latir.

 [+][+][+][+][+]

Alice suele tener visiones sobre sucesos importantes relacionados con su familia y consigo misma.

Vio a Jasper llegar a ella – a los dos queriéndose como lo hacen, con altas y bajas, con separaciones, malentendidos y rencores; un amor que Alice supo desde el inicio sería su más grande prueba –. Se vio a ella y a Jasper conociendo a Carlisle, uniéndose a él. Vio cómo sería su separación definitiva de Jasper, y también vio lo que le daría el universo después de él.

Todavía no llega el momento en que Jasper le dirá adiós para siempre, pero no tarda en suceder. Unos cuantos años más y ellos habrán acabado. Después vendrán otras alegrías y ambos van a encontrar sus caminos. Jasper cambiará para mejor, se hará un hombre más fuerte, más decidido, y Alice está bien con ello aunque la mejoría cueste su separación. Se aman, pero ese amor es sólo una etapa, un reto que superarán juntos y celebrarán separados.

El destino de Edward ha estado desenfocado y oscuro desde la madrugada de ese día. Cuando cree que está a punto de ver algo relevante, la imagen se corta y se difumina. A veces se torna blanca y a veces no logra ver nada más que negro. Alice vuelve a intentarlo otra vez, ahora concentrándose en Lowell, y sucede lo mismo. No hay nada concreto. O simplemente no hay nada. Hay un par de escenas inexactas de Seth, un par más de Leah y unas pocas de Paul, pero lucen extrañas e inestables, tal cual se verían de ser simples “quizá”.

Lo contrario sucede con Carlisle, Esme, Emmett y Rosalie, a quienes ve nítidos como gotas de agua pura. Todavía juntos, lo cual es una gran noticia, pero sin ningún rastro de Edward o Lowell en sus futuros. Es preocupante. El futuro de Edward nunca fue claro – hubo cambios dramáticos y llegadas inesperadas; una vida muy desordenada como para seguirle el rastro siempre – pero el que sea ilegible en su totalidad no es algo común.

Alice trata de evadir el turbio camino de sus pensamientos tomando en brazos a Lowell por segunda vez. El niño, despierto y alerta tras unas horas de sueño profundo, le sonríe y se acomoda dentro de la sólida cuna de sus brazos. Juguetea con el dije de su collar, examinándolo a más detalle, y lo suelta cuando ya no lo considera novedoso. Alice lo pasea por los alrededores de la casa. Le muestra flores y hierbas, lo hace tocar los troncos de los árboles y las hojas secas que cayeron de ellos. Alice lo introduce en la apreciación de su entorno. La hermosura de la naturaleza enciende la curiosidad de Lowell y la llamarada de tristeza que lo azota cuando recuerda a Jacob se hace llevadera mientras Alice le dice el nombre de cada flor y hierba y él las aprende nada más escuchándolas una vez. Alice lo lleva al jardín trasero, a su plantación de rosas, y Lowell mira apreciativamente las flores, mirándolas con extrañeza y asombro luego de que Alice las señalara y dijera: “son rosas blancas, y a un lado están las rojas”.

Rosas blancas. Rosas blancas.

Su mano se desliza por el brazo de Alice, hacia arriba, y se sujeta del hueso de su clavícula. Recuerda la voz de su padre Edward diciendo que las rosas blancas eran las favoritas de Jacob. Fue algo que escuchó hace muchos días, antes de darle una cara a todas las voces que oyó mientras era gestado. Lowell lo recuerda a la perfección y siente que debe comunicárselo a alguien. Si nadie se entera, no se sabrá lo mucho que él recuerda a Jacob. Lo mucho que lo quiere.

Lowell estira su bracito hasta que la palma de su mano toca la mejilla de Alice.

Alice jadea con sorpresa cuando una imagen es proyectada a su mente. Es algo muy fuerte, muy vívido; tanto, que parece estar contemplándolo por medio de sus propios ojos. En la imagen, Alice mira un espacio lleno de sangre y piel al rojo vivo. Fuera de él, como si estuviera dentro de algo o bajo el agua, el murmullo de unas voces la mantiene atenta, absorbiendo el tono y la modulación, apreciando los sonidos a los que ya está acostumbrada.

La voz de Edward y Jacob.

Entonces, Alice comprende. No es una visión como lo creyó al principio, sino uno de los recuerdos de su sobrino.

La imagen desaparece cuando Lowell aparta su mano.

-          Edward… – susurra Alice.

-          Lo escuché – responde Edward.

Rápidamente, saltando desde el segundo piso de la casa para llegar a ellos, Edward va al encuentro de Lowell. No lo carga, pero sí le toma la mano – pequeña, suave, su piel es tan resistente y pálida como la propia, pero sus temperaturas contrastan –.

-          Hace lo apuesto a lo que tú haces – dice Alice –. Tú oyes y ves los pensamientos del resto. Él deja ver y oír los suyos.

-          Su mente es muy receptiva. Es fácil de leer.

-          No como la de Jacob – comenta Alice –. Carlisle tendrá mucho que especular al respecto.

Edward sonríe a su hijo y deja que éste le quite la muñequera con el escudo Cullen. Lowell la rompe al usar demasiada fuerza – el acero del escudo queda abollado bajo la presión inocente de sus dedos diminutos y el cuero se parte por la mitad gracias a sus punzantes uñas – y Alice se ríe al presenciar el comportamiento autoritario que Edward usa para reprender las acciones de Lowell.

-          Lowell, es necesario que seas cuidadoso con las cosas que te rodean. Son frágiles, puedes herirlas muy fácilmente.

-          ¡Vamos, Edward! Es sólo un bebé. Ya aprenderá a medir su fuerza.

-          Es mejor que comience a aprenderlo.

Desde una de las habitaciones de la casa, el sonido estruendoso de un corazón palpitante gira sus cabezas a un ritmo idéntico. Es un galope desenfrenado. Opaca las constantes de Lowell, Paul, Leah y Seth y las reduce a un eco de fondo; un acompañamiento que armoniza y hace relucir al nuevo imparable golpeteo.

-          No puede ser – exclama Alice –. Su corazón está cambiando a una velocidad asombrosa. Mucho más alta que la de un neófito…normal. ¿Cómo es eso posible?

-          No lo sé, Alice – las palabras de Edward chocan la una contra la otra, ralentizadas y ligeramente agudas –. Necesito que mantengas al niño seguro. Su aroma es muy similar al de un humano. Llévalo con Rosalie y dile que mantenga a Emmett cerca. Te necesito conmigo. Vuelve de inmediato.

-          ¡Edward! – Paul lo llama desde el porche, sus ojos desorbitados, su mente liada –. No sé qué mierda sucede, así que date prisa y ven aquí, carajo.

Paul ordena a Leah que vaya con Alice y proteja a Lowell. Seth, conmocionado, no necesitó la orden. Apenas supo que ese era el corazón de Jacob, salió de la casa y siguió a Alice de cerca, cuidándole la espalda. La premisa de un neófito descontrolado le erizó los vellos del cuerpo entero. Su instinto protector se activó prontamente, dirigido a cuidar del bebé.

Carlisle sube a la planta en la que el cuerpo de Jacob descansa. Sus ojos repasan la figura inmóvil y demacrada del chico – que está recobrándose; su piel recupera un color más natural, se deshace de la película mortal de su yo humano – y se detienen en su pecho, de donde viene aquel palpitar excitado. Late a un compás que no escuchó nunca antes con ninguno de sus hijos. Es algo sin precedentes.

Edward y Paul entran a la habitación con Carlisle unos segundos más tarde.

-          Vivirá, ¿no es cierto? – el apremio es evidente en Paul. El shock inicial no se compara con el alivio que está inundando su alma.

-          Sí, lo hará. El cambio está siendo atípico, pero los signos están ahí.

-          ¿Está diciendo que su transformación no encaja con lo normal? ¿Qué es lo extraño?

-          Primero que nada, el que su corazón reaccione luego de horas es raro. Y la velocidad a la que está transformándose es alucinante. Puedes comenzar a ver los cambios en su piel, fíjate atentamente. Sus heridas están cicatrizando.

-          Puede ser debido a su linaje – dice Edward –. Él siempre ha presentado este tipo de peculiaridades. Cuando bebí de él, se recuperó más rápido de lo que lo habría hecho un humano. Resistió el crecimiento de Lowell con menos daños de los que esperamos. Nunca fue humano, no por completo. Tal como Leah te lo dijo, Paul.

A Paul le tiemblan las manos y sus pies tambalean sobre el piso de manera. Está nervioso y todo en sí lo delata con rapidez...

Sonríe.

Sí.

Ése es Jacob.

Nada lo vencería de una manera tan sencilla.

Ni siquiera la misma muerte.

 [+][+][+][+][+]

El fuego sigue cubriéndolo, dominándolo, y Jacob cree que no luce mejor que un montón de huesos negruzcos y humeantes. Su ansiedad por deshacerse del dolor no es tan grande para rogar la muerte, pero sí lo es para suplicar que acabe de una vez por todas. Le agradece al espíritu de la loba por contribuir a devolverlo a la vida, pero quiere gritare que se detenga; ¿no es suficiente? ¿No ya desgarraron cada una de sus células con veneno, colmillos y garras? ¿Acaso son tan crueles para querer amarrarlo a la tortura durante más tiempo?

En medio de sus silenciosos ruegos, una voz familiar, extrañamente alta, se oye desde un punto cercano a su cuerpo inerte.

-          De verdad va a estar bien.

La voz le pertenece a Paul. Ronca y grave, un arrullo cautivador.

Una mano cálida aprieta la de Jacob. Su toque es suave, casi desganado, y la temperatura de esa piel es refrescante. Los sentidos de Jacob luchan por concentrarse en su nueva fuente de consuelo – una apenas eficaz, pero maravillosa –, lo hacen desesperadamente, y otra voz interrumpe sus pensamientos acelerados.

-          Lo estará.

Es Edward, quien habla en sus acostumbrados murmullos. Silencioso y discreto. Todo lo contrario a Paul y su personalidad escandalosa.

El ritmo de las constantes de Paul le da a Jacob algo con lo que ignorar su propio corazón revolucionado. Cuenta los latidos, uno a uno, y descubre que eso le hace posible omitir las llamaradas titánicas de fuego que se enredan dentro de su pecho.

-          ¿Puedes darme una aproximación de cuánto falta? Estoy muriendo aquí, ¿sabes? – Paul gruñe.

Un resoplido cantarín lo alcanza desde su izquierda. Jacob identifica de inmediato a su autora.

-          ¿Quieres dejar de ser tan impaciente? Me pones de los nervios de vez en cuando – Alice bromea, más o menos, y Paul la urge de nuevo –. Ya. Déjame intentarlo.

De nuevo hay silencio. El corazón acelerado de Paul es algo de lo mucho que escucha. Jacob no se siente asombrado al darse cuenta de todas las cosas que puede oír. Sobre su cabeza, a menos de dos metros, el foco emite un rumor sordo, el titileo de los paquetes de fotones siendo transportados de un punto a otro. La ropa de Paul cruje con cada uno de sus movimientos involuntarios; la de Alice y Edward también, pero con menos frecuencia. El río Calawah corre bruscamente dos kilómetros al norte de la casa. Hay una ventisca suave afuera, y choca arrítmicamente contra los cristales de las ventanas.

Lo oye todo.

-          No lo sé – suspira Alice –. No logro fijarlo. Su futuro se me escapa cada vez que quiero atraparlo. Me pasa algo similar que con ustedes los lobos. No me cuesta ver el futuro de los humanos porque fui una, y tampoco de los vampiros porque son lo que soy, pero los de ustedes y de híbridos como Lowell me es casi imposible verlos.

¿Lowell?

Por unos segundos, Jacob no siente el fuego. Su corazón late y no se debe a la ponzoña. La exaltación que lo invade al oír ese nombre es más apabullante que el calvario salido del infierno.

¿Edward nombró a su pequeño hijo así? ¿Exactamente como él quiso llamarlo?

-          Paul – continúa Alice –, es peligroso que estés aquí. Tanto para ti como para Jacob y nosotros.

-          No lo atacaría.

-          Sé que no lo harías – dice Edward –, pero aquí el problema no es tu autocontrol, sino el de él. Despertará y no va a dudar en saltarte al cuello. Un vampiro recién nacido es incapaz de pensar en los lazos que lo unen a otros en sus primeros meses. Son instintivos, casi incontenibles.

-          ¿Será así con todos? – cuestiona Paul.

-          Es lo más probable – acepta Edward. Jacob lo siente acercándose. La mano de Edward se posa sobre su frente –. Pero él siempre nos sorprende, ¿no es así?

-          Así es – murmura Alice –. A todos nosotros. Pero… Paul, por favor, aléjate. No queremos agitarlo.

-          No.

-          Sabes que es lo mejor.

¿Lo mejor?, piensa Jacob. No. Lo mejor es tenerlo ahí, cerca, calmando el fuego en su mano, ayudándole a contar el tiempo con las constantes de su corazón…

No te vayas.

Jacob no espera poder ser escuchado por Paul. No sabe de qué modo se ha visto afectado su lazo, pero sí que no está en óptimas condiciones para que se comuniquen sin palabras, sólo a través de sus mentes. No quiere perder su unión con Paul. Por favor, no.

-          Voy a estar abajo – Paul suelta su mano y sus pisadas toscas resuenan en la madera –. Si él quiere verme, vendré sin que ustedes me detengan, ¿está bien?

-          Está bien.

Edward contesta a Paul con amabilidad rayana en cortesía. El aire se remueve cuando Paul cierra la puerta y Alice ocupa su lugar sosteniendo la mano de Jacob.

-          Va a ser un hombre bellísimo – Alice acomoda las mangas de la camisa de Jacob, alisándolas con tres de sus dedos delicados. Edward no da una réplica instantánea al comentario de su hermana. Sus dedos se mueven de la frente a los párpados cerrados de Jacob y se desplazan por sus mejillas hasta sus labios.

La piel de Jacob es tersa y firme. La sensación de ella bajo las yemas de sus dígitos es una experiencia chocante. En el pasado, Edward tuvo que contener su fuerza. Siempre pendiente de hacer la menor cantidad de daño posible – ¿cuántos hematomas y rasgaduras le causó a esa piel tierna? ¿Cuántas veces necesitó doblegarse a sí mismo para no herir a Jacob mientras hacían el amor? Si se lo propusiera, podría rememorarlas y contarlas –, de manejarse serena y dócilmente.

-          Siempre lo ha sido – murmura –. Ahora sólo dejará de ser frágil.

-          Sabes a lo que me refiero – ríe Alice –, pero tienes razón. Su rostro siempre tuvo cierto atractivo, y sus rasgos se han acentuado a la madurez con los años. Nunca creí que alcanzaría los veinte siendo humano.

-          Casi veinte. Su cumpleaños no es hasta dentro de un mes.

-          Tecnicidades – farfulla Alice –. ¿No se la pasaban hablando de eso al conocerse?

-          ¿Nuestras edades? Sí. Hablamos mucho de eso luego que le dijera cuándo nací y qué edad tenía cuando Carlisle me convirtió.

-          Tenías diecinueve y un par de meses en aquel entonces. Diez meses, si queremos ser exactos. Oh… Casi a la misma edad. No se verán tan desiguales ahora. ¿Recuerdas a Jessica Stanley quejándose de que él era tu novio?

Alice y Edward conversan de la época escolar un rato. Jacob no lo encuentra interesante, y sólo atiende sus voces vagamente. Disfruta del contacto frío de las manos de ambos y se relaja sabiendo que falta poco para que el fuego se extinga – Carlisle lo dijo en un murmullo minutos antes, cuando el palpitar de su corazón adquirió una velocidad prácticamente frenética –.

Más tarde, el fuego se apaga en las puntas de los dedos de sus manos, y paulatinamente el frescor avanza por sus brazos hasta la altura de sus hombros. Sus piernas se liberan de las llamaradas inmediatamente después. Su cabeza, una de las partes de su cuerpo más doloridas aparte de su pecho, se desliga del bochorno y punza con la reminiscencia del dolor pasado.

Las llamas infernales menguan y se transforman en simple calor concentrado en el área del corazón y sus inmediaciones. El aire vuelve a sufrir una vibración cuando Alice sale y baja por las escaleras, yendo a frenar el camino que Paul se había creado hacia el segundo piso.

Jacob está expectante oyendo el pausado ritmo de su corazón. Edward no se mueve, no respira, y aguarda el instante en que el proceso finalice.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Cinco.

Seis.

Siete latidos.

Y se detiene.

Su corazón muere y Jacob abre los ojos.

Notas finales:

Sí. Aquí empieza todo de nuevo.

Vienen problemas. Muchos. Quizá más de los que ustedes pueden imaginarse. Nuestros tres personajes principales (y el pequeño Lowell) no van a tenerla tan fácil como algunos de ustedes quisieran.

Gracias por seguir leyendo. Gracias por sus comentarios. Gracias por todo.

Nos leemos.


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