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Dividido por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Hola.

Estoy de regreso con tres capítulos.

Agradezco sus lecturas y sus reviews.

A leer.

La luz blanca que viene del interior de la bombilla en el techo no lo deslumbra como hizo antes. Es de la misma intensidad y tamaño, pero los ojos de Jacob no son tan débiles para verse limitados por el destello de una simple luz blanca.

En lugar de quedar cegado por ella, Jacob se sumerge en la maravilla que es admirarla; el cristal del foco parte la luz en los siete colores del arcoíris y los reflecta hacia el exterior, donde incluso puede diferenciar tonalidades y combinaciones de las cuales no conoce el nombre. Está siendo absorbido por la curiosidad del desconocimiento con tanta fuerza que hasta los diminutos y delgados rayones en la superficie del bombillo le parecen singulares.

Detrás de la luz, unos centímetros más arriba, las grietas en la pintura del techo esconden motas de polvo e hilillos extraños que se asemejan mucho a los de las redes creadas por las arañas. El recuerdo de dichos arácnidos mueve las cuencas de sus ojos a los esquinas del techo, donde la placa de concreto se une a otras y éstas se extienden hacia abajo para formar las paredes. La madera de uno de los libreros, con todas sus hendiduras, relieves desiguales y astillas sobresalientes, empuja su repentina e irracional búsqueda por arañas hacia un espacio de su mente que gestiona pensamientos en un segundo plano; lo que su vista periférica recoge del entorno va hacia ese lugar también, quedando registrado y almacenado como detalles no menos que fantásticos.

Los dedos de sus manos reaccionan ante su deseo por tocar las hojas de los libros – ¿son tan ásperas al tacto como lucen? – y se doblan en puños. Tiene la sensación de que sus manos no podrían tocar esos libros sin romperlos; el concreto, la madera, el cristal, el polvo… todo es hermoso, pero delicado. Una combinación que, de algún modo, le llena la cabeza de viejos recuerdos. Recuerdos humanos, obstruidos por el velo de las desventajas mortales; como una vista de poca resolución, por ejemplo.

Justo cuando cierra sus manos en puños, se da cuenta del roce de la ropa contra su piel. La tela se estira para adecuarse a los contornos de sus músculos contraídos y Jacob percibe cada punto de costura en sus muñecas y hombros; su piel, extrañamente sensible, acepta las sensaciones y las memoriza.

Su cabeza está lidiando magníficamente con la inspección de las cosas, mirándolas una a una en un tiempo que apenas se acerca a los dos segundos a partir de que abrió los ojos, y en la misma cantidad de tiempo, sus oídos captan el traqueteo de dos pares de pies moviéndose en el piso de abajo, el choque de las ramas de un árbol cercano contra la pared trasera de la casa, el susurro encantador de los árboles siendo acariciados por el viento, el golpeteo rítmico de un corazón nervioso y la respiración descoordinada de cuatro individuos. Individuos que están cerca de él.

Un cálido apretón en su mano izquierda desvía su mente de la belleza de las formas y los sonidos, y la encamina hacia un cúmulo de actitudes y emociones poco complejas. En el fondo, como espirales de razonamientos secundarios, sigue trabajando en recopilar las gamas de colores y la frecuencia de los sonidos, pero su instinto reacciona y los supera en importancia.

Jacob salta fuera de la camilla de operaciones y se coloca cerca de la pared, con la espalda encorvada en posición de ataque y un siseo amenazador fluyendo por su garganta y a través de sus dientes. La parte salvaje de sí lo urge a probar los aromas del aire mientras da un rápido vistazo a la toda la habitación. A la mitad del examen, una voz particular alcanza sus oídos y aromas familiares entran en su nariz junto al picante tufo de varios productos químicos.

-          ¿Jacob? Está bien. Soy yo. No hay ningún peligro aquí, cariño.

El rostro preocupado de Edward apaga los impulsos hostiles que lo habían dominado. Su instinto de supervivencia se ve superado por el confort del reconocimiento, que es instantáneo, pero se engrandece conforme recuerdos llegan a su mente, veloces y certeros. Sus memorias están desgastadas en las esquinas y bordes, oscurecidas por la cortina fastidiosa de las limitaciones humanas. No obstante, lo que Jacob logra rescatar de ellas enciende el núcleo de su persona.

En un instante, el conjunto de emociones y sensaciones que plagan sus recuerdos lo cubre de pies a cabeza. Es intenso. Hace que se estremezca mientras Edward sigue mirándolo con duda y angustia en sus ojos dorados – hay otros colores en sus irises además del oro: ámbar, amarillo selectivo, ocre, siena… –, aguardando en silencio, inmóvil en su sitio. Jacob nota que ha dejado de respirar y lo pasa por alto. Algo tan insignificante como eso, detalle que expresa sólo cautela, no merece que su atención se aparte de los contornos, colores y sombras de Edward.

Las hebras finas de su cabello, color marrón claro para sus ojos humanos, emiten un espectro de luz rojizo oscuro. Y no son marrones, sino rubio doradas con destellos cobrizos saltando aquí y allá. Tales colores crean una disparidad simpática con el tono hueso de su piel y las suaves sombras lila que manchan sus párpados y el contorno inferior de sus ojos. Sus labios, delgados y con apariencia de estar hechos de terciopelo o raso, de un color ligeramente más oscuro que el de sus párpados, muestran una abertura mínima entre ellos por donde Jacob alcanza a ver su dentadura, y particularmente, la punta de sus colmillos; no son más largos o puntiagudos que los de un humano, pero sí mucho más duros y lo suficientemente filosos para atravesar la piel de otro de su especie; la especie de ambos a partir de hoy.

La ropa interrumpe el camino de sus ojos, lo cual es engorroso para sus exaltados sentidos y la calidez hormigueante en la base de su estómago. Sobre aromas varios, algunos débiles y otros desagradables, hay una dulzura deleitable flotando en el aire, envolviéndose alrededor de Jacob desde su fuente, que es Edward. Ahora que todo es fulgurante y cristalino a su alrededor, Jacob encuentra su fragancia sumamente atractiva.

Oh.

Pensar y actuar sucede en el mismo segundo, no existe tiempo que los separe. Jacob está queriendo acercarse y tocar – más que tocar, adueñarse de todo lo que pueda – cuando sus manos están a cada lado del rostro de Edward y su respiración roza el pecho de éste. La expresión en las facciones ajenas cambia a desconcierto e incredulidad. Jacob desliza las yemas de sus dedos pulgares por los pómulos firmes de Edward y presiona el resto de sus dedos detrás de sus orejas. Ensimismado en apreciar a Edward – como si antes hubiese estado ciego a su verdadera belleza, y está seguro de que es así –, Jacob se permite ser espontáneo, casi impulsivo, y envuelve sus brazos alrededor del otro con notable fuerza. Pone su mejilla sobre el pecho de Edward y entrecierra los ojos, relajado por la familiaridad y confianza que vibra entre ellos.

El anhelo que crece dentro de sí se ve alimentado por la cercanía, y el que Edward ponga sus propios brazos alrededor de los hombros de Jacob, abrazándolo como antaño, es un estímulo electrizante; sumado al penetrante dulzor que exhala el cuerpo entero de Edward, lo sumerge en un estado de agitación poco inocente. El deseo viene con un sentimiento de posesión agudo. Jacob levanta su rostro y afloja mínimamente el agarre de sus brazos, estira el cuello hasta poner sus labios en la quijada de Edward, quien responde al gesto y se inclina contra los labios de Jacob. El contacto es grandioso, tierno y cargado de tranquilidad – lo cual difiere por completo de las emociones impetuosas que se esconden debajo de él –, y Jacob es presa de sus apetitos cuando coloca una mano en la nuca de Edward y lo jala hacia abajo para que sus bocas se toquen.

La forma en la que se besan es novedosa. Edward es libre de ser entusiasta y poner toda su fuerza en la provocadora caricia; no hay huesos y piel frágiles por los que deba tener cuidado, sino un cuerpo tan resistente como el suyo, e incluso un tanto más fuerte. Enviciado por la invulnerabilidad de Jacob, Edward se permite abandonar su preciado control por primera vez en años. En medio de la revolucionaria y extática experiencia, el sutil crujido de alguien acercándose rompe el ensimismamiento de Jacob. El siseo que sale de sus labios es el fin del beso y la advertencia del intruso, quien quiera que éste sea. Suelta a Edward y se gira para encarar al individuo. No adopta la posición ofensiva o una actitud violenta, sin embargo, Edward se apresura a rodearle la cintura y pegarlo a su cuerpo queriendo evitar uno de los arranques agresivos típicos de los neófitos.

De la misma manera que la preocupación de Edward le devolvió la razón, lo hace el semblante sereno de Carlisle. Jacob corta el siseo en un santiamén y se avergüenza de su comportamiento frente a ese hombre, quien es ecuánime y porta una máscara de imperturbable calma en todo momento.

Carlisle, tras un segundo de contemplación, sonríe a Jacob. Su perfecto dominio reluce con especial energía – al igual que su perfecto rostro, con esas curvas suaves y ángulos apuestos – y la resolución con la cual da cinco pasos en su dirección hace que Jacob se pregunte cómo logra mantener sus emociones en orden. Es envidiable.

-          Lamento la interrupción – dice Carlisle –, pero me he encaprichado con saber las razones de un proceso de transformación tan inusual. Dime Jacob, ¿cómo te sientes?

-          ¿Inusual? – pregunta Jacob. Escuchar su voz es, por lo menos, impactante. Siente que han pasado décadas desde la última vez que dijo algo, y los cambios en su timbre intensifican el sentimiento de extrañeza. Los brazos de Edward se aprietan en torno a su cintura y su respiración roza el cabello de Jacob. La seguridad de saberse con él es lo que necesita para superar la leve conmoción.

-          Hubo ciertas particularidades mientras esperábamos a que despertadas. Particularidades bastante sorprendentes – explica Carlisle –. Tu corazón no reaccionó a la ponzoña sino hasta unas horas después, lo que nos dio tiempo para pensar que no funcionaría. Pero lo hizo. Tu corazón comenzó a latir, y palpitaba a una velocidad extrañamente rápida.

-          Estuvimos teorizando al respecto, y es posible que se deba a tus raíces. Nunca antes había sucedido algo como lo que nos pasó a nosotros. Las relaciones entre los de la especie de tu tribu y mi especie no es algo de lo que haya escuchado. Ni siquiera Carlisle, que ha vivido tanto, vio antes algo parecido. Del modo que la imprimación de Paul en ti permitió que concibieras a Lowell, tu sangre Quileute pudo haber interferido en el cambio, aunque no sabemos con exactitud el cómo lo afectó – Edward habla junto a su oído, desarrollando algunas ideas de su padre mientras expone las suyas.

Paul.

Su pecho se remueve con una fuerza conocida. Jacob no necesita razonar que aquella incómoda presión en su pecho es el rugido del espíritu lobuno; mi espíritu, piensa concienzudamente, alegre de que esa porción de su persona no se haya perdido con la muerte y el renacer. Incluso cabe la posibilidad de que su lazo con Paul esté intacto, lo que es mucho más que una buena noticia.

-          No hay nada como tú en el mundo, Jacob, tampoco como nuestro hijo.

Nuestro hijo.

Oír a Edward referirse a su bebé como suyo es algo nuevo también. Hace que la existencia de Lowell se sienta un poco más real de lo que fue mientras lo tenía  dentro de sí, creciendo en semanas lo que un humano habría crecido en meses. Jacob sufrió durante esas semanas tanto física como emocionalmente. El mero hecho de que hubiera una vida dentro de su cuerpo lo llenaba de incertidumbre – jamás se imaginó con hijos, mucho menos uno que naciera de él –, y ya que no contó con el tiempo para que su cabeza lo asimilara en toda su ancha expresión, Jacob se siente nervioso por el momento en el que lo verá. Sus memorias humanas se cuartean y diluyen cuando trata de extraer una imagen nítida de la clara de su hijo…

-          ¿En dónde está Lowell? ¿Y Paul? – toma las manos de Edward, que habían permanecido agarradas a sus costados, y las suelta de su cuerpo –. ¿En dónde están?

Carlisle comparte una mirada fugaz con Edward, unos cuantos pensamientos junto a esa mirada reflexiva, y le dice a Jacob siendo cuidadoso:

-          Es peligroso que te acerques a ellos por ahora, Jacob. El corazón de Lowell late, y su aroma es más cercano al de un humano que al de un vampiro. Y Paul… es mejor que aguardes a reencontrarte con él. ¿No puedes olerlo en el aire?

De repente, Jacob recuerda una de las razones principales del disgusto entre lobos y vampiros: el hedor. Según las palabras de Rosalie, como un perro sucio y mojado, a veces como si estuviera embadurnado en lodo. Él mismo lo había pensado como uno de los factores que imposibilitaría la supervivencia de su unión con Paul antes de la locura originada en la Isla Esme, cuando su más grande pesadumbre era la transformación que Aro Vulturi había impuesto como precio de permitirles a él, Edward y Alice salir de Italia con vida. El día que Paul salió herido y él fue a acompañarlo, lo hablaron un poco; entonces, Paul cayó inconsciente y sus conversaciones posteriores no incluyeron el tema.

Jacob se concentra en los aromas que lo rodean ahora. La dulzura de Edward predomina, pero hay otros debajo de ésta, parcialmente escondidos. Carlisle huele como hierbas recién cortadas, tinta, papel, manta y desinfectante; su olor natural, muy cercano al nerolí, es apenas distinguible. Puede detectar madera, tierra, cuero, lejía, alcohol y antisépticos. La lejía es exageradamente asquerosa; su nariz se frunce un momento. Y lo más débil que logra oler es almizcle, bergamota, jazmines y frutos rojos.

Nada de perro mojado.

-          ¿Utilizaron lejía? Es horrible – opina con una sonrisa pequeña –. Escucho respiraciones abajo, y una fuera de la casa. Un corazón… es él, ¿no es cierto?

-          ¿No te resulta desagradable? – cuestiona Edward –. Para nosotros su olor es bastante obvio.

-          Sólo me molesta la lejía – se alza de hombros –. Déjenme verlo. Quiero verlo.

-          Tenías que decir justo esas palabras – murmura Edward con oscura diversión.

Jacob oye unos pasos apresurados por las escaleras. El retumbar del corazón se hace más claro, más fuerte, y una de las respiraciones se hace inconstante y apresurada. Paul atraviesa el pasillo en un tiempo record y se detiene en el marco de la puerta. La bergamota llega a las fosas nasales de Jacob con la brisa que levanta Paul en su veloz carrera. Es un aroma fresco, tan agradable como el efluvio dulce de Edward… y como con Edward, los recuerdos se disparan dentro de su cabeza. Desde la lejana infancia hasta la ajetreada adolescencia. Su historia con Paul es más antigua que la que tiene con Edward. Más larga y más candorosa; no menos apasionada, sin embargo.

-          ¿Puedes sentirlo? – le pregunta Paul, su boca torcida en una sonrisa. Levanta una mano y señala su cabeza –. Aquí. El lazo. Siéntelo.

Hesita. Lo considera y luego se dispone a buscarlo. No sabe bien qué es lo que busca y tampoco si logrará sentirlo como Paul parece hacerlo, pero medita y aguarda. Carlisle y Edward, silenciosos, los miran.

Demora un rato. Finalmente, Jacob lo encuentra. No es una unión tangible. No es algo que pueda tocar o ver – si su grado de concentración fuera el adecuado, y las distracciones mínimas, tal vez…– pero sí sentir. 

-          No vas decirme que no lo sientes.

-          Vamos – dice Jacob –, claro que no lo siento.

La ceja de Paul se alza en son de ironía. Rueda los ojos y vuelve a sonreír. La costumbre de bromear el uno con el otro se reinstaura. Dejan de lado todo lo sentido durante los últimos dos días y medio – por poco tres –, más interesados en disfrutar que en lamentarse.

-          Creí que Rosalie era lo peor que había olido, pero veo que me he equivocado – Paul se pone los dedos en la nariz y hace una mueca fingida de asco –. ¿Y si hacemos un experimento y te rocío de insecticida? Rosalie no quiso prestarse en nombre de mi salud. Tenme un poquito más de consideración.

-          Edward – murmura Jacob, guiñándole un ojo con complicidad –, ¿lo sostienes y yo le pongo aromatizantes de ambiente? – la risa de Edward completa el cuadro.

Jacob suspira con satisfacción y se regodea en su alegría.

Así es como debe ser.

Paul camina dentro de la habitación y extiende sus brazos. Jacob da un paso antes de que Edward lo detenga.

-          Sólo una recomendación – le dice –. No lo aprietes demasiado. Eres más fuerte que cualquiera de nosotros ahora.

-          ¿Te lastimé hace un rato? – hay cierta emoción al final de la pregunta, y un retintín mesurado.

-          Un poco – acepta Edward –. Tienes suerte de que sea tan resistente, pero él no lo es, así que ve con cuidado – Jacob asiente y se aproxima a Paul. El olor a bergamota es delicioso y el compás de su corazón, una excitada melodía.

-          No le hagas caso – murmura Paul –. Ya sabes, me curo rápido.

-          Eso no quiere decir que lastimarte no importe – dice Jacob incómodamente. La pelea con los neófitos en la que Paul salió herido es uno de sus recuerdos más amargos.

-          Ya – Paul le resta importancia –. Ven aquí de una vez – haciendo uso de sus habilidades, se adelanta y envuelve sus brazos alrededor de Jacob.

Carlisle ve a Jasper a través de la ventana, sentado en la rama gruesa de un abeto anciano. Su hijo muestra la imperturbabilidad acostumbrada, pero sus ojos brillan con escepticismo y maravilla. Vuelve el rostro al frente, donde esos dos se abrazan, y luego observa de soslayo a Edward. La mirada de éste se asemeja a la de Jasper. Él mismo, con mucha seguridad, está deslumbrado y su rostro lo descubre.

-          Estoy fascinado – confiesa Carlisle cuando el abrazo de Paul y Jacob termina; hubo tanto dentro de aquel abrazo que Carlisle no sintió pero Jasper sí… –. Tu control es más grande de que esperábamos. Aunque, bueno, luego de tanto no debería sorprenderme.

-          ¿Es algo malo que me comporte así?

-          En lo absoluto. Es, más bien, admirable. Jasper está preguntándose cómo lo haces – dice Edward señalando con la cabeza al exterior. Jacob sigue el movimiento y encuentra a Jasper sentado en el árbol.

-          Nunca había visto a un neófito que frenara sus emociones de ese modo. Detuviste tu actitud defensiva al ver a Edward, lo mismo con Carlisle, e incluso te avergonzaste. Además, estás alegre de ver a un lobo. Alegre – Jasper pronuncia la palabra como si se tratara de un disparate.

Las cicatrices de guerra de Jasper saltan a la vista. Son el punto focal de cualquier vampiro que se le acerque, como una bandera blanca con la palabra “peligro” en letras rojas y enormes. Jacob se siente perturbado por las profundas marcas en su rostro – hay dos sobre la ceja izquierda que hacen de su gesto impávido una pintura de intimidación –, los cortes en su cuello y las rasgaduras cicatrizadas en las palmas de sus manos. Jasper le sonríe cáusticamente y baja del árbol dejándose caer. Su aterrizaje sobre la tierra es insonoro, y como buen soldado se mueve con sigilo. En un segundo está de pie en el balcón del segundo piso, a unos metros de distancia de Jacob, quien frunce su ceño y procura sacudirse la sensación de amenaza.

-          Jasper – advierte Edward, sus dientes apretados –. No lo tientes.

-          Sólo tengo un par de preguntas – se excusa –. ¿Cómo te las apañas para ignorar la sed?

Hasta que Jasper lo menciona, había sido fácil prescindir del ardor en la base de su garganta. Su mente, con tanto espacio dentro de ella, lo estuvo gestionando como una acción secundaria; igual que la respiración y el pestañeo cuando aún era humano. Pero ahora que su mente se ha enfocado en esa parte, es un tanto complicado no ponerse una mano en el cuello y apretar. Un intento infructífero de sofocar el ardor.

-          Ya veo… lo lamento – Jasper sonríe con genuina disculpa y da un paso hacia atrás. Jacob deduce que está sintiendo la sed con la misma intensidad que él. Se aproxima a Paul y aspira para llenarse los pulmones de su aroma a bergamota. No hace desaparecer la sed, pero sí le trae de vuelta al control.

-          Está bien – murmura Jacob –. Sabía que iba a ser así.

La expresión de Jasper se descompone en total confusión.

-          No tengo idea. Puede ser momentáneo – Edward responde a una pregunta no dicha.

-          ¿Qué? – interfiere Paul –. ¿Están esperando que se vuelva un demonio incontrolable como los neófitos a los que nos enfrentamos? ¿Acaso no ven lo bien que está haciéndolo? – se cruza de brazos –. Vale, es raro, pero mucho mejor a cualquier otra cosa.

-          Estaremos más tranquilos cuando haya cazado – habla Carlisle –. Vayan de una vez.

-          ¡Pero Carlisle! – exclama Alice. Jacob la encuentra en el balcón, sentada en los barrotes del barandal junto a Jasper –. Dijeron que podría hacerlo – su pícara expresión no le suena bien a Jacob.

-          ¿Qué es lo que quieres hacerme ahora? – pregunta Jacob en parte divertido y en parte meditabundo.

-          Nada grave, Jake – promete –. No me mires así, Edward, no es como si de verdad detestaras la idea – andando al ritmo grácil y suave que siempre usa, Alice camina hasta Jacob, le da un beso en la mejilla y lo agarra de los hombros, dirigiéndolo hacia el piso inferior –. Ya sabes cómo es Edward – se queja – un cascarrabias aguafiestas.

-          A veces le das razones para ser así.

-          Y a veces ustedes me las dan a mí. Todos los dolores de cabeza que he tenido últimamente son culpa de ustedes. Sé un buen hermano y dale a tu hermana un tris de felicidad.

-          Eres inoportuna, duendecillo – rezonga Paul.

-          No la harás entrar en razón – Edward declara, sus hombros alzándole con resignación y sus ojos, pendientes de Alice y Jacob, luciendo risueños.

Carlisle y Jasper se quedan arriba y sonríen con ternura por el renovado humor de Alice. Les complace que el ambiente tenso, cargado de rabia y preocupación, acabara con el despertar de Jacob. Jasper le transmite a Carlisle las emociones de Alice. Su padre, simplemente, murmura que Esme estará contenta y sigue el camino de Alice por mera prevención.

En el primer piso, Alice coloca a Jacob en medio de la sala pidiéndole que cierre los ojos dos segundos. Jacob accede y espera que los dos segundos transcurran. Oye el zarandeo de algún objeto pesado contra el piso de madera y la voz de Alice le pide que abra los ojos.

Delante de él, el espejo de cuerpo completo de Rosalie le enseña su reflejo.

Uno de los primeros detalles que llaman su atención es la ausencia de un vientre abultado. No existe más, es un recuerdo tan borroso como sus ojos cafés. El carmín de sus pupilas lo aterra – son idénticos a los de James; chispeantes, inhumanos – y el color de su piel lo ofusca. Conserva el brillo tostado, pero en un tono mucho más bajo. Compara su tono con el de la piel de Paul y la diferencia es notoria. Algo en el cambio no termina de agradarle, pero se guarda toda opinión y reanuda el análisis de la persona en el espejo; no le parece apropiado pensar en esa imagen como él, pues aunque sus rasgos distintivos y la forma natural de su cuerpo perduran, las disimilitudes lo inquietan.

Edward suelta una risita y Paul resopla. Alice acompaña a su hermano mientras Carlisle se desatiende del intercambio entre los otros tres. Jacob suspira en silencio. No quiere pensar más en los cambios que ha sufrido su apariencia. Opta por fijarse en la ropa que lleva puesta, la cual fue escogida por Alice sin ninguna duda. Una camisa formal color lavanda, pantalones negros de gabardina, cinturón de cuero y mocasines oscuros… ¿no pudieron ser unos simples vaqueros, alguna de sus camisetas y sus viejas zapatillas?

-          Ni se te ocurra quejarte – avisa Alice –. Te ves muy bien así.

Paul chasquea la lengua, sus brazos cruzados sobre el pecho nuevamente, y rueda los ojos. Alice le palmea el hombro y alza su nariz con propiedad. Edward no hace caso a los gestos de ellos dos. En su lugar, se adelanta y posiciona a un lado del espejo, dándole la cara a Jacob.

-          ¿Muy mal? – susurra Jacob –. ¿Decepcionado?

-          Bastante – dice Edward, su sonrisa alzándose con travesura –. Creí que podría leer tu mente ahora que se parece más a la mía, pero no escucho nada proviniendo de ti.

-          Ya habíamos acordado que hay algo mal conmigo, especialmente en mi cabeza – se burla.

-          No hay nada mal contigo, y nunca estuve de acuerdo con eso – Edward hace una mueca en oposición –. Eres exquisito. Sublime. Todo en ti lo es.

-          No hay otras palabras que puedan usarse para describirte acertadamente. Incluso con esos ojos diabólicos que te cargas, te ves fantástico – aporta Paul, su semblante y tono más relajados que los de Edward.

-          Respecto a eso: ¿cuánto tiempo tardarán mis ojos en cambiar?

-          Algunos meses – responde Carlisle –. Ya tienes lo que querías, hija. Chicos, por favor, vayan de caza. Me ponen nervioso, y a Jasper también.

Edward sale por la puerta principal y le hace una invitación sutil a Jacob para que lo siga. Antes de movilizarse, Jacob le pide a Paul que se quede en la casa. Éste, sin rechistar, adopta una actitud condescendiente y alega que no ha superado su repulsión ante verlo beber sangre; mordaz, comenta: “bon appétit” y arruga la nariz queriendo expresar su disgusto. Jacob acompaña a Edward después de una corta risa, ruidillo que suena más a nervios que gusto.

Notas finales:

Bien, eso es todo por este capítulo.

Gracias de nuevo.

Los siguientes capítulos estarán publicados en unos minutos.

Nos leemos.


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