Hay mucho dentro de la cabeza de Jacob. Decenas de ideas en menos de tres segundos, largas líneas de pensamiento una tras otra, sin parar o reducir su velocidad. No es abrumador o molesto. Es una sensación de lucidez mental increíble. Él nunca experimentó con las drogas, pero es posible que muy pocas o ninguna de ellas alcance un efecto parecido en los humanos.
Sin embargo, aunque las capacidades mentales y físicas vienen acompañadas de emociones inimaginables, el precio por tenerlas resulta ser bastante pesado.
Lowell crece día a día, a veces muy rápido, otras más lento, pero nunca se detiene. Carlisle no pudo calcular un promedio, pues el desarrollo del niño comenzó a variar mucho luego de cumplir las dos semanas de nacido. A determinadas horas del día, Carlisle llama a su nieto para hacer las mediciones correspondientes, y entonces, cuando las cifras resultan tener una diferencia mayor a las dos anteriores, Jacob encuentra una distancia abismal entre el miedo que le provocaba James y el que siente ante la sombría perspectiva de perder a su hijo prematuramente.
James, piensa Jacob, fue una prueba muy sencilla. El dolor de cuando Edward se fue, su angustia al Paul salir herido del enfrentamiento con los neófitos, el fuego infernal de su transformación… nada se compara con la expectativa. Los “quizá” a los que ahora se atiene están hiriéndolo de un modo más profundo de lo que nada pudo haberlo herido.
Un mes y medio después, Lowell se sostiene sobre sus dos piernas largos periodos de tiempo. La primera vez que lo hace es mientras Seth y Jacob juegan con él en la sala. Están sentados sobre la alfombra y Jacob lidia con sus instintos posesivos y protectores teniendo al lobo tan cerca; Seth, a la par, se contiene por precaución. No están pasándola mal, pero es algo complicado. Las risitas espontáneas del niño, que está sentado justo en medio de Jacob y Seth, calman el ambiente, y ambos agradecen que sea así.
Entre los “juguetes” de Lowell hay una esfera de acero macizo e inoxidable. El material es uno de sus favoritos desde que destrozó la muñequera de Edward por error. Cuando trata de alcanzarla con sus pequeñas manos, no mide bien la fuerza y dirección de sus movimientos y la empuja hacia atrás. Jacob, conociendo bien los gestos de su hijo, acepta el fruncimiento de sus cejas como la determinación de ir a por la esfera él solo y no hace ningún esfuerzo por dársela de vuelta.
Ahí es cuando los sorprende.
En lugar de ir gateando al igual que en los últimos días, Lowell se impulsa con sus dos manos en la alfombra y se irgue. Da uno, dos, tres pasos y llega a la esfera. Contento consigo mismo, vuelve a sentarse y gira para lanzar la esfera a Jacob, quien la atrapa y corresponde a las sonrisas de su niño sin falta. Intercambia una mirada veloz con Seth, y en sus ojos cafés se topa con la pesadumbre que siente crecer en su pecho.
- No han sido ni siquiera dos meses – el susurro le sale sin poder evitarlo. Lowell lo mira con curiosidad un rato, preguntándose a qué se refiere, y luego regresa su atención a la esfera de acero para lanzársela a Seth.
- Lo sé – es la respuesta grave de su hermano.
Paul entra en la sala un par de minutos más tarde, atraído por el pinchazo de malestar que se extendió a través de él por medio del lazo; que es, sorprendentemente, algo más sólido con el paso del tiempo. Se apresura para llegar a Jacob y toma asiento junto a él en el piso. Apenas tocándole la mano, pregunta qué es lo que sucedió. Su imprima, inclinándose hacia la salvedad de su cuerpo, señala a Lowell y dice en voz falsamente tranquila:
- Ya puede caminar. ¿No es eso fantástico?
Paul observa la cara risueña de Lowell, el brillo de su corta vida, y se siente asustado de perderlo. Es el hijo de su imprima. Es su hijo. Desde la primera vez que lo tuvo en brazos, mientras su interior se desmoronaba por la muerte de Jacob, el lobo asimiló a la pequeña criatura como suya. A Edward no le agrada demasiado, pero lo agradece mucho. Además, ¿desde a cuándo a Paul le ha importado la opinión de Edward lo suficiente para pedir permiso?
- Nunca, ¿o me equivoco? – Edward es rápido para contestar a sus pensamientos, pero lo es más llegando a la sala y tomando en brazos a Lowell para besarle la frente. El niño le toca la mejilla y se toma unos segundos para hacerle saber lo que pasó mientras estaba de caza. Habiéndolo visto de antemano en la mente de Seth, ver el recuerdo de su hijo caminando no le toma desprevenido, pero sí lo preocupa.
Encontrándose en tal situación, con esa familia extraña justo frente a sus ojos, Seth es perceptivo y se percata de que estar ahí no es lo mejor. Dándole una mirada significativa al niño, se pone de pie y comienza a alejarse. Antes de poder salir de la casa, escucha la queja de Lowell, quien aún quiere jugar con él y se molesta por ser dejado sin más.
- ¿Por qué no lo llevas afuera? Sabes que le gusta mucho tomar el sol – Jacob sugiere sonriéndole a su hijo. Lowell aplaude la idea y estira sus brazos hacia Seth.
En cuando ellos están en el patio trasero, Edward se hinca frente a Jacob y le toma la mano.
- ¿Qué vamos a hacer? – pregunta Jacob en voz ahogada –. ¿Qué pasará si no hay manera de detener su crecimiento?
- No lo sé, amor – Edward intenta sonreírle. Esta es una de las peores situaciones: no saber si habrá solución –. Seguiremos buscando.
Jacob se aferra a la mano de Edward. Paul se aprieta contra su costado. No hay mucho que decir al respecto, sólo prometer que no se detendrán hasta que las opciones se acaben.
Él espera, sinceramente, que las opciones sigan emergiendo de la nada aún después de que encuentren la “cura”.