Envuelto en vendas, temblando, a punto de caer inconsciente, Paul mira a Jacob y espera que se acerque. La única cosa que podría hacerle sentir mejor, es Jacob; si estuviera junto a él, tocándole, hablándole. Pero Jacob no hace amago de moverse de donde está, en el marco de la puerta, y tampoco habla, sólo le muestra un anillo plateado, discreto y brillante. Paul sabe que lo ha visto antes abrazando el dedo anular de Jacob y también sabe quién lo puso ahí, pero su cabeza divaga mucho y no quiere esforzarse demasiado en cosas que le interesan tan poco como esa joya y la persona que se la dio a Jacob.
- Romperé mi compromiso con Edward – murmura Jacob –. No puedo casarme con él sabiendo que no es la única persona a la que amo.
Por fin, Jacob se aproxima, caminando despacio, y se arrodilla junto a la cama, su mano buscando tomar la de Paul. Paul se siente reconfortado cuando Jacob le besa en los labios, suave y calmado. Quiere tomar a Jacob entre sus brazos y no soltarlo. Quiere hacer que se quede con él y no vaya de regreso a donde Edward está esperándolo. Desea hacerlo con todo su ser, pero la fiebre lo desorienta y sus sentidos se debilitan.
Aún tiene fuerzas para aclarar sus dudas, sin embargo.
- … compromiso – dice Paul –. ¿Ibas a… casarte?
- Edward me lo pidió hace unas semanas y dije que sí – contesta Jacob –. Ahora… ya no pasará. Le diré que no… Romperé el compromiso.
- La transformación… ¿qué pasará con eso?
- No puedo cambiarlo. Los Vulturi se asegurarán de que el trato se haya cumplido – declara Jacob, su voz bajando un tono –. Eso es lo que quería decirte más que nada. Paul, no importa lo que sienta, ni lo que quiera… voy a volverme un vampiro y tú y yo vamos a odiarnos tanto como nos queremos ahora. Me odiarás tanto… – el sonido se desvanece.
- No lo haré – murmura Paul, parpadeando repetidas veces –. No puedo odiarte… fui hecho para estar contigo, para amarte… y tú fuiste hecho para mí… – sonríe, encontrándose algo confundido por la forma en la que Jacob está mirándolo. Remueve una mano sobre la manta, el pequeño esfuerzo haciendo mella en el centro de su cuerpo, y Jacob se apresura a tomar su mano, captando la intensión del movimiento.
- Deja de ser tan testarudo – dice Jacob, su voz en peligro de quebrarse –. Sabes que lo que digo es verdad. Vamos a odiarnos. Eres un licántropo, y yo viviré una eternidad como vampiro. Querrás matarme, y no sentiré algo muy diferente por ti.
Paul siente su mente volando, estirando los extremos de su memoria, forzando el principio de su conciencia. Sabe que está por caer rendido, y también sabe que Jacob está ahí porque intenta despedirse. Lo sabe, y duele más que todos esos huesos rotos en su cuerpo. Pero Paul está seguro de que lo que dirá es cierto, y espera que Jacob lo comprenda, ya fuera tarde o temprano.
- Eres mi imprima. Puedo sentirlo, y tú lo sientes también… aunque tu corazón deje de latir por el resto de la eternidad, te amaré. Porque eres Jacob, mi Jacob. Tu apariencia cambiará un poco, pero tu esencia continuará intacta.
- La transformación…– dice Jacob, buscando palabras ante su repentina duda –, moriré durante la transformación. ¿Podría eso cambiar los lazos, destruirlos?
Pero Paul se ha desmayado cuando Jacob pregunta.
Jacob se queda ahí, tumbado a un lado de la cama, un rato más. Busca reunir todo el valor y la fortaleza con la que cuenta, guardando la imagen de Paul inconsciente como un aliento. Iba a terminar con Edward, y ciertamente le asustaba hacerlo. No quería perder lo que tenía con él, pero tampoco quería condenar aún más su relación con Paul.
La única respuesta a este problema es no estar con ninguno, no favorecer ningún lado de la balanza que hay en su interior. Costará mucho resignarse, pero lo hará por el bien de los tres. Ahorrará peleas, disgustos y malentendidos… sólo tiene que romper un poco el corazón de los tres. Sólo debe ir a la casa de los Cullen, devolver ese anillo a Edward y decirle la verdad, que esa es la mejor solución y todo estará en paz cuando se separen.
Espera que la separación no sea tan dura como lo fue la primera vez.