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Aséveia por HokutoSexy

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Notas del capitulo:

Debido a que el portal sólo acepta publicaciones de más de 500 palabras, y la serie de drabbles, algunos, tienen menos de 500, he condensado dos capítulos en cada publicación.


 


Gracias por su comprensión.

2.   MESES

 

 

 

—¿Por qué insistes en pelear si sabes que basta con que una sola gota de sangre te toque para quedar fuera de combate? ¿Quieres ser el siguiente mártir? —Fue la pregunta que le hizo el joven discípulo de Lugonis.

 

—No estoy peleando, eres tú el que se ofusca, si no quisieras pelear simplemente me dejarías estar y…

 

—¡Bah! Ahora lo haces sonar como si fuese yo el que te estuviera jodiendo… ¡Con que frescura lo dices! —Negó con la cabeza y se resignó a que su compañero lo iba a seguir por el camino hacia Rodorio hablando toda su cháchara absurda, y después por el barco, y el tren y lo que sea que tomaran para aquella misión.

 

Ambos llevaban a cuestas las armaduras, perfectamente cubiertas, aunque ese era un gesto inútil, cualquiera con tres dedos de frente sabría que llevaban dos armaduras a cuestas y no simplemente es que hubiesen sacado a pasear libreros portátiles.

 

El resto del trayecto hacia la villa lo pasaron con Manigoldo y sus vulgaridades, Manigoldo y sus chistes subidos de tono, Manigoldo y sus ocho palabras altisonantes y un artículo, mientras Albafica asentía o entornaba los ojos.

 

En el camino había visto, unos metros más adelante, a dos más de sus compañeros de armas, de su hermanos de mil batallas, ellos no estaban de misión, simplemente habían ido a la villa a distraerse un rato.

 

Albafica había arqueado una ceja, y después, tímidamente, una sonrisa se había dibujado en sus labios, discreta, casi mustia.

 

—Ey majo, estás sonriendo —comentó el joven Arconte de Cáncer— ¿Dije algo que te haya hecho particular gracia? —Inquirió escandalosamente.

 

—No, no es nada…

 

Él no los había visto, hasta ese momento, cuando siguió la vista azul… y observó lo que aquél estaba mirando atento, con una sonrisa indescifrable… aunque para él, era más que significativa, no era tan estúpido como para no imaginarlo.

 

Las personas solían decir que una imagen valía más que mil palabras, y hasta ese entonces supo que era cierto, que esas habladurías tenían tanta razón, porque Albafica, su Albafica fue la imagen de algo más que obvio, inescrutable: que él no era el único, que por más que se devanaba los sesos para llamar su atención, alguien más existía.

 

Para Manigoldo había dos clases de verdades: la primera de ellas era la verdad incuestionable, la verdad del Universo, esa que científicamente estaba probada… y la otra, era la verdad de las emociones, en su concepción del mundo, y de los habitantes de él… había ciertas cosas que no podían disfrazarse, ni ocultarse, como el odio, la necesidad…

 

…Kardia…

 

—Yo creo que estás sonriendo porque has pensado algo sexualmente excitante.

 

—¿Pero qué…? ¿Es en serio? ¿En serio me acabas de soltar la guarrada que me soltaste? —Bruscamente devolvió la mirada hacia el joven de piel morena, con evidente desaprobación.

 

Verdad absoluta: tenía el poder de traerlo de regreso y acunar su atención.

 

 

 3.   SEMANAS

 

 

 

Los pasos resonaban en la galería, irrumpiendo el impenetrable silencio del templo de Piscis, siempre solo y en quietud, casi siempre.

 

Tan acostumbrado estaba a vivir una vida ascética que a veces esos pequeños e inesperados cambios en su ambiente natural le sorprendían y por momentos le parecía que era como si un ejército entero de ruidosos ilotas fuera marchando por el recinto con todo el armamento típico griego.

 

Estaba tan a su aire que fue tarde cuando se dio cuenta de que unos ojos lo observaba atento.

 

¡Sentado muy cómodamente en una otomana que él conservaba más como ornamento que como elemento útil!

 

—¿Qué haces aquí…? Creí haberte dicho que detestaba que me salieras al paso y que además también detesto las sorpresas… tantos años de ser camaradas y parece que no me conoces o te haces el tonto —farfulló el joven de piel blanca, impoluta— ¿Ahora que sucede?

 

—Nada, sólo venía a quitarte el tiempo y a fastidiarte, como siempre.

 

—Claro, como siempre… —repitió cansino—, ¿te aburriste de deambular entre este mundo y el otro?

 

—Que va, de eso no me aburro…

 

Albafica se acercó con su andar gallardo hasta su compañero, hizo el ademán de  tocarlo, aunque sólo se quedó en eso, en un ademán que no llegó a concretarse.

 

—A veces pienso que tú y yo nos parecemos un poco: tú desde niño condenado a estar entre el mundo espiritual y el mundo humano, como todos los que han nacido bajo el cobijo del Cangrejo Sagrado de Hera… —tragó saliva y se sentó a su lado, cuidando de no tocarlo—, y yo, destinado a la vida solitaria de los que han jurado lazos de sangre…

 

Manigoldo sonrió de lado, burlonamente, contemplando su perfil excelso en silencio.

 

—Yo estoy menos jodido que tú… —comentó a modo de broma.

 

—Lo sé…

 

—Aunque a veces pienso que el más jodido de los dos soy yo, en primera por tener que aguantarte, en segunda, por tener que hacer ojos ciegos a algunas cosas…

 

—¿Algunas cosas…? —Preguntó observando al italiano, que con toda su gandulería, poco tacto y nulo respeto, seguía pareciendo un buen tipo con un buen corazón.

 

—Algunas… —acortó la distancia entre ambos hasta que casi la punta de su nariz fue a estrellarse con la del otro, a esa distancia podía notar el olor de un perfume almizclado mal disfrazado entre la fragancia de las rosas, el de aquel que Albafica llamaba amigo y que no lo era, o al menos no lo observaba como tal.

 

Ni siquiera se atrevió a pronunciar su nombre mentalmente, porque pensaba que si lo hacía era darle más fuerza a la idea.

 

—Acabarás tirado en el piso… —susurró a una distancia milimétrica de sus labios.

 

—No seré el primero, ni el último… sobre todo no el último… si dices una palabra más…

 

—Deja de jugar…

 

—Tres palabras… me estrello…

 

Cumplió: se estrelló contra sus labios y más tarde se estrelló contra una pequeña fiebre por un pequeño beso…


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