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El 7 de septiembre por HokutoSexy

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3. EL 7 DE SEPTIEMBRE

 

 

 

Y aunque la historia se acabó
hay algo vivo en ese amor
que aunque empeñados en soplar
hay llamas que ni con el mar.
El siete de septiembre
es nuestro aniversario.

 

 

 

Decir que Nueva York había sido un salto a la fama… no era del todo cierto, al menos dentro de la concepción del ruso, eso había sucedido en Londres, el día en el que se graduó… pero era verdad que le había servido para catapultar su carrera. Aprovechando su estadía en Estados Unidos dividió su tiempo entre los ensayos para Macbeth, y algunos otros papeles en pequeñas obras de su agrado, y el tiempo restante lo dedicó para el Master de teatro musical en Juilliard, que era algo que a él le gustaba… no en balde estaba catalogado como barítono verdiano, lo cual significaba que tenía la suficiente potencia para cantar y hacerlo más que bien.

 

Acabar agotado y literal, arrastrándose hacia su cama una vez que caía la noche, era un buen incentivo, cualquier otro tal vez hubiese declinado y habría aceptado gustoso quedarse al lado de su padre, con dinero de sobra, mal habido desde luego, y la vida resuelta, pero no él, Unity no quería esa vida.

 

A menudo se encontraba a sí mismo acostado en la cama, boca arriba, fumando un cigarrillo en silencio, observando el techo y contando las grietas, con un cuerpo a su lado, hombre o mujer, daba lo mismo, un cuerpo caliente… al día siguiente diría las mentiras de siempre: “te llamo”, “esta semana estoy ocupado, tal vez la otra”… nunca había sido de los que se quedaban quietos en un solo lugar, “falta de compromiso” dirían algunos, y quizás lo era, pero le apetecía más de esa manera. Durante el tiempo que había pasado en Nueva York, la única amante de fijo que se había conseguido era la maestra de jazz, ella le encantaba, una mujer que al menos le llevaba quince años, pero que con mucho era más interesante y más intensa que las de su misma edad… rusa también… no hay como los rusos; era una de las más condecoradas profesoras que encontró en Juilliard, y muy joven para la cantidad de reconocimientos que tenía a nivel nacional e internacional.

 

El problema fue cuando Yelena, así se llamaba esa semidiosa, le pidió que se fuese vivir con ella, cosa que Unity rechazó.

 

—Stas… —ronroneó ella con su excelso ruso, el diminutivo de su segundo nombre “Stanislav”, era “Stas”, nadie le llamaba por su segundo nombre, sólo ella, enganchados como estaban, ella abrazando la cadera de él con sus bien formadas piernas—, ¿por qué no vienes a vivir conmigo? Podríamos hacer grandes cosas tú y yo…

 

Unity se quedó serio, de una pieza.

 

—Me gusta estar así como estoy. —Contestó a secas.

 

—Lo pasamos bien juntos, ¿no crees? No hay necesidad de que estés tan solo —le dijo ella al oído, dejando caer las manos por su espalda.

 

—Lo pasamos bien —repitió con una sonrisa cínica en los labios—. Como cualquiera lo pasa teniendo sexo.

 

A partir de ese día dejó de ser Unity y Stas, para ser simplemente: “Alkaev”, su apellido pronunciado con la misma formalidad con la que pronunciaba los apellidos de sus demás alumnos… y también dejaron de tener esos episodios ardientes de sexo.

 

Para él era una realidad el estar solo, y aunque las conquistas no le faltaban… la soledad era su mejor compañera.

 

La última representación de Macbeth, la última antes de volar hacia Londres otra vez, una gira después de haber obtenido tan buenos resultados y de mantener casi el teatro lleno, al menos los fines de semana, no había necesitado de suplente, ni siquiera lo había solicitado, estaba francamente agotado pero… el escenario era una droga potente, era un auténtico vicio del que no podía separarse.

 

Abrió la puerta del departamento, listo para salir a correr, un poco de ejercicio por la mañana antes de la última función, recogió el periódico, lo iba a arrojar hacia el sillón más próximo… de no ser porque se encontró con una nota que le llamó la atención: “Francés obtiene de manera misteriosa nacionalidad griega para competir en los Olímpicos”.

 

—Que sorpresa —murmuró mientras buscaba la nota completa en la sección de Deportes, y casi se tuvo que sostener del marco de la puerta cuando se encontró que el francés del que hablaban era de Dègel—. Así que tu todo poderoso novio tuvo que ver con esto… ¡Bah!, para ser hijo de quién es hijo no debió costar nada esto…

 

Sonrió con un mohín de amargura y dejó el periódico, cerró la puerta, pero no pudo dejar de pensar en el asunto. De vez en cuando se encontraba con las noticias de que Kardia y Dègel seguían cosechando triunfos en canotaje, que tenían los mejores tiempos, que esa dupla derrotaba a todos los mejores, y que al menos Kardia cuando competía solo, era mortífero… eso y que los reporteros parecían estar muy al pendiente de que ellos dos eran una especie de baluarte de la comunidad gay: dos tipos guapos, deportistas, bien parecidos y pareja… sin duda todo un ensueño de románticos y morbosos.

 

Un ensueño en el que gustosamente hubiese eliminado a Kardia desde sus años en la preparatoria, salía sobrando. No tenía caso seguir pensando en ello, ya de nada servía enturbiar sus recuerdos.

 

Suspiró y se preparó para correr, a todo lo que daba, estaba lo suficientemente molesto como para correr de tal manera que bien podría abrir un nuevo camino en el asfalto.

 

El normando se inclinó sobre el asiento, le dio un largo y profundo beso a su acompañante, incluso le echó los brazos al cuello y lo apretujó, olisqueó su cabello, como siempre hacía, y le dio un breve beso en el cuello. Los autos tras ellos comenzaron a hacer sonar el claxon como una verdadera orquesta.

 

—¡Joder! Estos hijos de puta… —farfulló Kardia, haciendo una seña obscena por el retrovisor—. Tendrás cuidado ¿Verdad?

 

—Lo tendré, son solo unos días, ya sabes, a mamá le encantan estas cosas, los viajes de compras y de más fruslerías, para ella es importante, y dado que la última vez no pase su cumpleaños con ella por la competencia de canotaje… —le respondió el francés con una sonrisa tímida.

 

—Ya sé, bueno, diviértete… nos encontraremos en Londres entonces… y espero que vayas preparado —mencionó entre risas.

 

—Lo estaré, lo prometo.

 

Dicho eso, bajó del auto y enfiló hacia el interior del Aeropuerto Internacional Eleftherios Venizelos, en Atenas, iba a tomar el vuelo a Nueva York, y no era una mentira total, en verdad iba a verse con su madre allá… pero también iba a la última función de Unity, del condenado ruso del demonio al que no había visto en tanto tiempo… y al que le gustaba ir a ver al teatro a escondidas, entre el público… además, lo extrañaba de una manera desgarradora y ya era hora de hacerse el aparecido, después de eso, volaría a Londres, a donde tendrían una última prueba antes de los Olímpicos… deseaba volar a Londres… deseaba volver ahí por una razón… una que tenía ojos azules y cabellos casi platinados…

 

Porque iba a ser muy sincero… al menos para sus adentros, e iba a decir que Unity había sido… la chispa que encendió todo, y después el fuego que lo hizo arder… la llama que llevaría hasta el final de sus días consigo… tanto como la del propio Kardia.

 

Era un asco de persona, lo sabía. Era un egoísta, un ser vil… y Kardia no se merecía todo lo que le había hecho a lo largo de los años… pero… ¿Qué podía hacer? ¿Qué hacer con un corazón partido en dos partes iguales? Nada, sólo morir lento.

 

Y ahí estaba, en primera fila en el New York City Center, el último día en la última representación de Macbeth, en donde el papel principal era de Unity, a quién la prensa se había acabado en críticas por su juventud para ese papel, porque no se trataba de un actor de renombre sino uno sin experiencia y porque era un actor de habla no inglesa, sin embargo… él sabía de primera mano que el inglés británico del ruso era perfecto, mucho para ser alguien que había vivido relativamente poco en Inglaterra.

 

Verlo ataviado con la ropa de época, con una peluca oscura, con una barba también oscura, y con esa pasión que poseía… el escuchar palabra por palabra de todo lo que recitaba de memoria, le erizaba la piel y le conmovía con tal fuerza que sentía que el corazón se le iba a desbocar.

 

La vida es una sombra tan sólo, que transcurre; un pobre actor
que orgulloso, consume su turno sobre el escenario
para jamás volver a ser oído. Es una historia
contada por un necio, llena de ruido y furia,
que nada significa.

 

Todos aquellos que habían criticado, sin saber, a ese joven tan peculiar… tenían que tragarse sus propias palabras, todas y cada una de ellas, hasta las más vomitivas. Él no conocía tanto de teatro pero sí estaba muy seguro de que nunca antes habían visto tal derroche de talento, Dègel mismo se sorprendía cada vez que lo veía, siempre diferente, siempre dentro de la piel del personaje.

 

El New York City Center casi se cayó ante el estruendo de los aplausos del público, los flashes que iluminaban la sala, parecía aquello un universo pequeño lleno de estrellas, pocos fueron los que se quedaron sentados en su lugar, en general, todos aplaudían de pie al final, gritaban, incluido él. Si Kardia no fuese tan tozudo al respecto, estaba seguro de que hasta él disfrutaría las obras… pero por el simple hecho de que estaba el ruso en ellas… eso bastaba para decir que no. De cualquier modo hubiese sido muy cínico de su parte llevarlo.

 

—Está usted llorando —susurró la voz de una mujer madura que le alargó un pañuelo desechable.

 

—¿Cómo? —Inquirió el normando, confundido, tomando el pañuelo inconscientemente.

 

—Está llorando… es una obra maravillosa ¿No es así? —Le dijo la amable mujer, vestida elegantemente como casi todos.

 

—Lo es, pero él —dijo señalando a Unity con la vista—, es maravilloso.

 

Ni siquiera se había dado cuenta de que lloraba, tan embebido estaba que no se dio cuenta de que había llorado, conmovido.

 

—Sin duda, un joven lleno de talento.

 

La mujer le sonrió y le dio un pequeño apretón en el brazo, después se marchó. Él aprovechó para secarse las lágrimas, guardó el pañuelo y emprendió el camino hacia la parte trasera del teatro, pensando en que le hubiese gustado decirle a aquella anciana que su talento era también un corazón noble, escondido en una apariencia fría, ruda.

 

No le costó trabajo alguno sobornar a los de seguridad, un poco de dinero aquí, otro poco allá, al final, el mundo se movía con dinero. Y él… estaba decidido…

 

Sorteó a los actores que estaban reunidos detrás, a los familiares, a los amantes, la parte trasera estaba llena de personas, incluido el director que daba una entrevista para la NBC, entre tanta gente, faltaba alguien… como siempre, dándose a desear, escuchó a varios fotógrafos y periodistas que se arremolinaban para tratar de obtener una entrevista del ruso.

 

Se coló hasta el camerino más grande, el del actor principal. Tocó un par de veces, pero no obtuvo respuesta… con el corazón disparado y temblando, tomó el picaporte y lo abrió lentamente, asomó la cabeza… no había nadie ahí… salvo la orquídea negra que él había hecho llegar hasta ahí, sin tarjeta, sin nada… a lo largo de los años siempre haría llegar una orquídea negra… tan rara, tan peculiar, tan bella, como ese hombre.

 

—¿En dónde estás…? —Se preguntó a sí mismo en un susurro.

 

Cerró la puerta en silencio tras de sí.

 

Un par de minutos después lo vio salir despreocupadamente del pequeño baño del camerino, tenía un baño completo disponible, y por lo que veía salía de la ducha, llevaba el cabello escurriendo por la espalda, sólo con unos pantalones de vestir, descalzo… era una visión que le arrebataba cualquier dejo de cordura. Tragó saliva. El moscovita ni siquiera se había dado cuenta de que estaba ahí. Se sentó delante del espejo y comprobó que no tuviese restos de maquillaje.

 

—Hola, he venido por… —farfullo el francés.

 

—Ya he dicho que no doy entrevistas… y será mejor que salgas de aquí a menos que quieras que te mande sacar… y por cierto quién te haya dejado pasar… —soltó de mala gana sin siquiera volverse.

 

—Merde! Pagué para estar aquí… Unity… —fue su respuesta en francés.

 

Cuando escuchó esas palabras, se quedó boquiabierto, fue hasta entonces cuando se volvió, despacio, casi dolorosamente, sus ojos azules se clavaron en la visión de Dègel que caminaba a paso lento, como un felino, dirigiéndose a donde estaba sentado, arqueó delicadamente una de sus finas y bífidas cejas. Se sintió como solía sentirse delante de él: como si tuviese otra vez diecisiete y lo viese de nuevo… por primera vez, cuando le robó el aliento.

 

—Dègel…

 

—No contestas mis mensajes, ni mis correos… ni nada, entonces, me he visto en la necesidad de buscarte… ha sido maravilloso, has estado soberbio…

 

—Gracias… no sabía, si me hubieses dicho que venías…

 

—Te extraño.

 

Con esas contundentes palabras Dègel acabó por plantarse delante de su amigo, del que fuera su amante, acarició su bellísimo rostro, sus labios… y todo era como antes, todo… el amor, el deseo… el fuego que lo consumía… regresó a ese año de amor de cuando ambos eran adolescentes… Unity tragó saliva, en una boca seca, casi como si se hubiese llevado una cucharada de arena, recargó el rostro contra la palma de la mano que le tocaba, cerró los ojos un momento.

 

—No puedo quedarme mucho… estoy casi de paso, mañana me voy, no quise perder la oportunidad de verte… y… quiero verte de nuevo… —sus dedos se deslizaron por la línea de la mandíbula, y luego por el cuello justo en donde tenía el tatuaje en números romanos VII-IX— Quiero verte el siete de septiembre… en Oxford, estaré ahí…

 

—Dègel… —susurró, acariciando los dedos que con esa impiedad invadían su piel— ¿En Oxford…? ¿En…?

 

—En la pizzería Traviata, como en aquellos días… ahí te veré… —Se agachó hasta sus labios para dejar en ellos un beso brevísimo antes de huir.

 

Huía no por falta de tiempo, huía porque el tenerle ahí, el verle de nuevo, le estaba haciendo trastabillar aparatosamente, porque si se quedaba, acabaría lanzándose a sus brazos para pedirle que lo besara sin parar y que hiciese de él lo que le viniese en gana, huía para no rogarle que lo hicieran ahí mismo…

 

 

 

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Acababan de ganar una de las justas inter preparatorianas, le habían dado una paliza al equipo de Eton, el equipo de canotaje estaba festejando por lo grande, incluso les habían permitido salir a casi todos a festejar, salvo a los que se encontraban castigados por alguna que otra fechoría, el resto de los estudiantes tuvieron un permiso extraordinario para salir a festejar a la ciudad de Oxford.

 

Y ahí estaban todos, abarrotando un moderno bar en la ciudad, embriagándose como sólo los adolescentes saben hacerlo: bebiendo hasta morir en medio de una juerga de locura.

 

Kardia y Dègel estaban bebiendo cerveza del interior de la copa recién ganada, mareados hasta más no poder, con la euforia de la victoria, trepados en una mesa tratando de mantener el equilibrio, bailando al ritmo de la música moderna, riendo, abrazados.

 

Unity contemplaba la escena desde una de las mesas, rodeado de chicas, como siempre, y de cervezas, también como siempre, con un mohín de rencor, de celos que apenas podía esconder. Estaba celoso, furioso… le hubiese gustado bajar a Dègel de ahí y llevárselo… pero se contuvo, simplemente observaba a aquellos dos en su peculiar fiesta.

 

Más tarde, cuando Kardia y el francés se marcharon a hurtadillas decidió que era mejor seguir la juerga por su parte, en otro lado y olvidarse de asunto, finalmente él y Dègel no tenían ningún tipo de compromiso y venir a ponerse como novio celoso y dar el papelazo no era su estilo.

 

El capitán del equipo de canotaje y su timonel se perdieron de las vomitadas colectivas de sus compañeros, y de los desfiguros que ocurrieron después, para cuando la fiesta estaba en su apogeo, ellos dos ya habían vuelto al internado en las afueras de Oxford.

 

Estaba solos, sentados en la hierba, a la orilla del canal de canotaje, donde horas atrás habían competido.

 

—¿Estás feliz? —Había inquirido el griego mientras pasaba el brazo por encima de su compañero.

 

—Mucho… y mareado, de hecho, sospecho que mañana voy a presentarme a clases con una resaca de miedo —contestó con una risa boba el normando.

 

—Ya… bueno, yo también estoy feliz… aunque podría estarlo más —susurró en su oído, atrayéndolo hacia él, reduciendo la distancia entre ambos.

 

—Ah, ¿sí?

 

Antes de que pudiese contestar nada más, estaba besándolo con soltura, entregándose al arrebato pasional de sus labios, de su cuerpo, de todo él, Kardia era como una llamarada, parecía arder… parecía arder de una manera interna, de tal modo, que contagiaba ese fuego a los demás… y él, no era la excepción. Se sentía cómodo entre sus brazos, protegido, querido… deseado…

 

Bajo las estrellas, en medio del pasto, en el internado… fue la primera vez que lo hicieron… esa fue la primera de muchas otras que vendrían, la primera y memorable primera vez.

 

No fue como en las películas… ni tampoco gozó desde el primer instante… de hecho le había dolido tanto que casi estuvo por pedirle que se detuviera, a pesar de que previamente habían pasado largo rato acariciándose y besándose, a pesar de que Kardia se había comportado con mucho tiento y delicadeza, no había dejado un solo rincón de su cuerpo sin explorar con manos o labios… pero aquella condenada intrusión entre sus piernas le había hecho pensar en que acabaría desmayado y que el día de mañana sería conocido como “aquel que se desmayó en su primera vez”, desde luego eso no pasó.

 

Lo que si sucedió fue que no se quiso levantar al día siguiente y no se presentó a la primera clase, estaba molido… con un dolor de cabeza espantoso, producto de la resaca, y la molestia entre las piernas era algo poco menos que agradable. El resto de los alumnos se encontraban en iguales circunstancias o peores, cosa que no había agradado nada al director ni al profesorado.

 

Ese fin de semana hizo un nuevo intento por tratar de que Unity y Kardia se toleraran un poco, ambos eran sus amigos… sí, eso… amigos… amigos especiales, con todo y derechos incluidos.

 

Organizó una salida a la pizzería Traviata, había reservado una mesa privada, apartada de la muchedumbre, para los tres. Se trataba de un lugar más bien pequeño, pero de buena fama por sus pizzas y pastas, a él le encantaba, pensó que sería una buena idea, un intento por mediar las cosas… pero no resultó como esperaba.

 

—¿Con quién? ¿Con Unity? Estás de broma, ¿no? —Ironizó Kardia.

 

—No, no estoy de broma, lo digo muy en serio…

 

—Pues no me da la gana… olvídalo, no quiero.

 

—No te portes como un crío, Kardia, solamente es que…

 

—¿Qué? ¿Qué cosa? Yo no quiero ir con ese sujeto ahí, mira… será muy tu amigo, y uno que por cierto me parece más que amigo, pero no me pidas que vaya y me siente en el mismo lugar, suficiente tengo con soplármelo en clases —declaró rabioso el griego, furibundo, enrojeciendo como tomate.

 

—¿Es tu última palabra? —Preguntó indignado el francés.

 

—Sí, sí lo es.

 

—Entonces quédate aquí, y al carajo…

 

—¡Al carajo contigo, entonces! —Bramó.

 

Dègel no era de los que pensaran con cordura cuando estaban enojados, de hecho era una persona irascible estando molesta, y tomaba decisiones o cometía acciones cuestionables en esos estados… pero es que… ¿Cómo era posible que ni uno ni otro quisieran mantener las cosas en paz? Estaba cansado de tener que quedar en medio…

 

Así que se llevó a Unity a la pizzería… los dos solos, sin Kardia.

 

Era un siete de septiembre… lo recordaba bien, y lo recordaría muchos años más, durante toda su vida… porque fue esa fecha, ese sábado, cuando acabó irremediablemente en los brazos del ruso… en una cama de hotel, del primero que se encontraron de camino…

 

Esa se había convertido en una noche para siempre… para toda la vida….

 

—Cuando seas mayor… ¿Te acordarás de esto?

 

—¿De qué de todo, Dègel? —Inquirió volviéndose hacia su compañero, tendido como estaba en la cama, a penas tapado con una breve sábana que olía a jabón barato.

 

—No sé… de todo —Murmuró volviendo el rostro hacia él.

 

—Desde luego… siempre, de todo… de hoy, y de ayer y de todos los días…

 

—Hoy es siete de septiembre… —comentó casual el francés mientras se apretujaba contra el cuerpo del ruso.

 

—Recordaré que un siete de septiembre tú y yo…

 

Fue interrumpido por los dedos de su acompañante, se posaron en sus labios aun enrojecidos por los besos, las mordidas y todo lo que habían hecho, besó aquella mano delicada, y después… procedió a besar de nuevo ese cuerpo que parecía estar hecho pieza de arte, sin tregua, sin remordimientos, sin nada en mente más que el simple deseo de no dejarse ir y no olvidarse nunca.

 

Y nunca lo olvidarían… aun cuando los años pasaran, nunca lo olvidarían.

 

 

 

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Alois Bielsa, se encontraba sentado aun en su butaca, estaba revisando con ojo crítico todas las fotos que acababa de tomar, en especial las del joven ruso, esas las estaba viendo en HD, en la tableta, había sacado la memoria de su cámara especial y había descargado todas las fotos para ver que de todo ese material servía.

 

Los cabellos ensortijados caían por su frente, por su cuello, le daban un aspecto interesante… aunque del tipo de “interesante” al que nadie le prestaría atención, un tipo “bonito” más, uno del montón entre tantos. La piel apiñonada hacía resaltar los ojos castaños… tal vez lo más agradable de él, según su opinión, eran sus ojos, de pestañas largas y tupidas… pero seguía siendo un tipo ñoño.

 

Es más, nadie daría un centavo por él… con su pase de prensa colgando al cuello, el chaleco de fotógrafo y unos pantalones cargo que apenas dejaban ver que bajo toda esa ropa holgada había un cuerpo atlético, bello…

 

Se quedó observando una de las fotos, justo una en donde el ruso estaba hablando, un monólogo… la pasión en su mirada… la manera que tenía para pararse con tal seguridad en el escenario… le encantaba… le había conquistado desde la primera vez que lo vio por casualidad en una obra de teatro en Londres… y desde entonces… había invertido buena parte de su tiempo en seguirlo, había visto todas las obras en las que estaba… conocía su vida por fuera… antes de que la prensa empezara a preguntarse por las preferencias sexuales de Unity, él ya sabía que era bisexual, que las tías le gustaban con tetas más bien pequeñas, que no se quedaba con ninguna y que los tíos… le iban bien casi todos…

 

El móvil, puesto en vibrador empezó a darle un masaje incómodo en el muslo.

 

Acabó por sacar el aparato… “Bastian Castillejo”, leyó en la pantalla, era su mejor amigo, también periodista, compañero de la universidad, y dueño de una revista de farándula en Madrid, donde ambos vivían. De los pocos amigos que conservaba de la universidad, Bastian era el más querido… un flamenco de puta madre que le había sacado en más de una ocasión de problemas… y que se burlaba mucho de su ñoñería y de aquel gusto tan peculiar que tenía por un actor de teatro que pocos conocían… pero Alois se lo había dicho: que era muy bueno y que iba a ser famoso, lo sabía… tenía el presentimiento.

 

—Estás muy majo, ¿eh?

 

Dijo tocando la pantalla LCD de la tableta…


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