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Zombie por Touoka

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Notas del capitulo:

holaaaaaaaaa :) 

esta vez no sé si me tardé pero el capítulo ya está aquí para su disfrute n.n 

gracias por sus bellos reviews l@s amo mucho d84;a039;

 

 
 
 
 
Al despertar había niebla a su alrededor y ligeras nubes de humo salían cuando soltaba el aliento. La parte baja de la espalda le dolía insoportablemente. Sebastian había sido un poco rudo anoche. Ahora no se iría de su lado, se quedaría acostado junto a él envuelto en mantas, recostado en su pecho para escuchar el sonido del palpitar de su corazón. Era tranquilo. Al igual que todo a su alrededor. Hacía mucho tiempo que no se sentía así, no siquiera en su vida pasada había sentido tanta felicidad como alado del moreno. Reposó su barbilla un poco por encima de su abdomen y trazó círculos invisibles en su pecho mientras veía la cadena con el anillo que le había pertenecido a Alois. 
 
¿Sebastian se olvidaría de él después de lo que pasó la noche anterior? 
 
Ciel no tenía a nadie a quién olvidar, nunca había sentido un amor desenfrenado hacia otra persona. Puede que un poco a su madre pero nada más. Nunca por otro chico. 
 
-Buenos días.– balbuceó Sebastian con los ojos aún cerrados y la voz somnolienta. 
 
-Buenos días.– se levantó un poco para darle un beso en los labios, al separarse, Sebastian lo veía fijamente. Lo veía sorprendido, ¿podía ser posible que los ojos del menor se volvieran aún más azules? Porque eso lo hacía ver aún más hermoso y sexy. Debía admitirlo.– hoy llegaremos al refugio, si es que puedes caminar claro. 
 
-¿Y quién es el culpable de eso?– le lanzó una mirada asesina levantándose para buscar su ropa sin temor a su desnudez ni al frío. Ofreciéndole una apetecible vista al mayor. 
 
-No me dirás que no lo disfrutaste tanto como yo.– se enredó una cobija a la cintura y se paró para tomar la cadera de su compañero, recargando su cabeza en su hombro y besando su cuello. 
 
-Sin comentarios. Ahora vístete, que ya nos vamos.– se cambió en frente de Sebastian que hacía lo mismo que él. Cuando ambos estuvieron listos. Rebuscaron entre las cosas que había en las destrozadas cabañas algo que pudiera ser de utilidad. 
 
Encontraron una mochila que sirvió para guardar una manta y unos cuantos paquetes de galletas saladas. Y emprendieron el resto del camino que les quedaba hasta el refugio tomados de la mano, como si se tratase de un tipo de excursión. ¿Cómo no hacerlo? El mundo se destruía a su alrededor. Sebastian ya había perdido muchas cosas antes sin saber aprovecharlas y definitivamente Ciel no sería una de ellas. 
 
-Entonces... ¿No tenías idea de lo que era un merodeador cuando te adentraste en el bosque? Eras como Caperucita Roja ahí dentro rodeado de lobos feroces.
 
-Bueno, no tenía idea de que los humanos estuvieran tan locos para comerse los unos a los otros.– embozó una sonrisa y volteó hacia él.– Además tenía que llevarle la comida a la abuela.
 
Se detuvieron cuando el mayor supo que Ciel ya no podía más. 
Tomaron un descanso en las rocas a un lado de un pequeño río. Charlaron como simples amigos y se regalaron unos cuantos besos inocentes. Todo era perfecto.
Sebastian se quitó el collar que había estado llevando todo este tiempo. Sabía que no era correcto seguir teniéndolo consigo; entonces, cuando estuvo apunto de tirarlo en el arroyo sin más, Ciel lo detuvo. 
 
-Espera. 
 
Sorprendido volteó a verlo y él tenía una amplia sonrisa en el rostro negando con la cabeza al mismo tiempo que él se quitaba la fina cadena plateada que había visto la otra ocasión en el coche y de la cual colgaba un anillo con un zafiro en el centro. 
 
-Quiero que tengas esto. Sé que puede sonar como un cliché pero... Quiero que tengas algo mío para que sepas que soy y seré sólo tuyo.– en la palma extendida de Sebastian dejó caer el anillo. 
 
Miró el anillo dorado y después a Ciel. Se abalanzó contra él y lo besó con tantas ganas que tuvieron que separarse por falta de aire. 
 
-Te amo.– era la primera vez que le decía algo a alguien de una manera tan sincera y, que hasta llegaba a emocionarle decirlo. Era muy prematuro para decir algo como eso, pero estaba seguro de lo que sentía y cómo en Ciel había encontrado lo que tanto buscaba por un mundo en ruinas.
 
Sacó el anillo de la cadena y lo colocó en el dedo anular de la mano izquierda de Ciel. 
 
-Es lo más cercano que tengo a uno verdadero, lo siento.– dijo sonriéndole. Ahora sí, ahora sí podía morir en paz. Ya nada más importaba. 
 
Aún sentía la carga de la muerte de Lizzy y Claude. Jamás dejaría eso atrás, pero tenía que hacerlo, al menos por ahora. Para poder sentir, sin remordimiento alguno, amor hacía Sebastian. 
 
-Eres un idiota.– enredó sus dedos en el cabello negro del mayor y acercó sus labios un poco más hasta casi besarlo.
 
Cuando escucharon los pasos de alguien a sus espaldas y el sonido de un rifle apuntándolos.
 
 
-Sepárese.– ordenó el hombre a los amantes de hace unos minutos disfrutaban de su privacidad.
 
Éste hombre era diferente al de hace unos días, usaba uniforme al igual que sus escoltas. Esperen...
 
-"¡¿Uniforme?!"– pensó exaltado el menor recordando dónde había visto ese uniforme antes. No podía ser, su padre...
 
Ellos podían saber algo acerca de su paradero.
 
Sebastian se levantó lentamente sin soltar ni un segundo la mano del menor. Hasta que una mirada por parte del militar le hizo levantar las manos. 
Los oficiales revisaron su equipaje y luego a ellos. Les quitaron las armas y el preciado cuchillo gastado de Sebastian. Ciel le echó una mirada al mayor y éste no tenía expresión alguna. Era como si odiara a esos hombres.
 
-Vaya vaya, miren quién tenemos aquí. Sebastian Michaelis.– Ciel estaba confundido, ¿se conocían?
 
–Ash Landers...– espetó con odio.
 
-Pensé que habías huido y veo que traes un nuevo juguete contigo.– sonrió con malicia.– ¿qué pasó con el otro? ¿Lo rompiste o...– se acercó aún más a él pero Sebastian no se inmutó ni un poco.– ahora está rondando por las calles en busca de unos buenos brazos para cenar? 
 
Sin prevenir, le soltó un golpe con el puño cerrado al oficial tan fuerte que lo dejó en el suelo.
 
-Veo que no has cambiado.– murmuró mientras se levantaba, miró a sus hombres y dijo:– Llévenselos. 
 
Tomaron a ambos con los brazos en la espalda. Subiendo a cada uno de ellos en camionetas distintas.
 
-¿A dónde sé lo llevan?– exclamó Sebastian desesperado cuando veía a Ciel alejarse. Luchando por soltarse del agarre.
 
-Él va a un lugar donde tú no. Eso es todo lo que voy a decirte. Tienes una cita muy importante y él no puede estar ahí.
 
-¡Sebastian!– aún forcejaba, dándole lucha a los hombres que lo metían a la camioneta sin cuidado alguno.
 
Jamás pensó en volver a ese lugar, después de todo lo que tuvo que batallar para salir de ahí. 
Ahora volvía a cruzar sus puertas y no sabía cuando podría volver...
 
 
**
 
 
Todos usaban la misma ropa. Tanto hombres como mujeres. Todos seguían un horario estricto bajo reglas estrictas que les restringían muchas libertades. Una de las razones por las que Sebastian había abandonado ése lugar. 
 
-Hogar dulce hogar.– se burló abriendo la puerta deteniendo al moreno cuando quiso bajar.– Eres un sujeto peligroso así que...– le colocó unas esposas y se encogió de hombros.
 
Caminó entre docenas de guardias armados resguardando las murallas que protegían su pequeña y monótona ciudad. Volteaba su cabeza de un lado a otro, buscado a Ciel con la mirada. Tenía miedo. Casi tanto como la vez que huyó después de haberlo salvado. 
 
-¿Dónde está?– ya había perdido la paciencia desde el momento que vio la mirada desesperada de Ciel cuando lo separaron de él. Apretó el anillo en su mano hasta hacerse daño.
 
Un par de puertas blancas se abrieron delante de él y dio paso una sala con una mesa en exceso larga. Una mujer rubia aguardaba en la punta de ésta con los brazos cruzados. Con la mano le hizo una señal a los hombres para que la dejaran a solas con el moreno a lo que éstos obedecieron. Cuando dejaron la sala, todo se quedó en silencio a excepción de los tacones de la rubia que se acercaba a él. 
 
-Perdona por las molestias.– dijo mientras le quitaba las esposas con una llave que colgaba de su cuello y se perdía nuevamente entre sus pechos.
 
Sobó sus muñecas sin verla ni un segundo. Ash había apretado las esposas de más a propósito. Sebastian la detestaba más que a nadie en el mundo. Ella era la razón por la cual se preguntaba por qué a las personas buenas les pasaban cosas malas y viceversa. Ella merecía ser un zombie. Ya no tenía corazón. Ángela.
 
-¿Sabes por qué permití que te trajeran aquí y no al agujero donde dejamos a los merodeadores para que se coman los unos a los otros?
 
Se quedó firme sin responder.
 
-Eres muy importante para nosotros, Sebastian.– acarició la nuca del moreno con su mano pálida y fría.– Llevamos semanas buscándote allá fuera. 
 
Lo tomó fuertemente del cabello para que pudiera verle. Los ojos verdes parecidos a los de una serpiente captaron la atención de Sebastian. Cuyos ojos inyectados en sangre sólo irradiaban odio hacia ella y hacia ése lugar. 
 
-Y no volverás a escapar.
 
-No puedes tenerme aquí por siempre.
 
-Oh, Sebastian– Ángela le hablaba como a un niño pequeño diciéndole que Santa Claus no existe.– claro que lo harás. A menos que quieras que le hagamos daño a tu amigo, ¿cómo se llamaba? ¿Ciel?
 
Al escuchar su nombre salir los labios de ella quiso rodear su cuello con sus manos y apretar hasta que sangraran. No permitiría que le pusiera un dedo encima.
 
-¿Ciel es tu punto débil no es así? Tranquilo, él está en el piso de abajo, siendo atendido por los mejores doctores.
 
 
**
 
 
Cuatro paredes completamente blancas le rodeaban. Incluso la mesa delante de él y hasta la silla. No se habían tomado la molestia de atender sus heridas ni de ofrecerle ropa limpia. Antes de llegar a esa sala pasó por varias celdas llenas de merodeadores que extendían sus brazos hacia afuera para intentar agarrarle. Las esposas a sus espaldas le hacían daño después de haber intentado quitárselas con torpeza.  
 
Nadie había respondido sus preguntas y el hecho de que le pusieran una bolsa de tela cuando entró al auto tampoco le daba una buena señal. Cuando se la quitaron, el resplandor de aquella sala le había dejado ciego por un momento. Sabía que no tendría caso intentar escapar. No sabía dónde estaba y no sabía cómo podría salir de ahí.
 
No se movió ni un centímetro hasta que la puerta de la habitación se abrió de golpe y el hombre que se habían encontrado en el bosque entró. Se sentó en la silla delante de él y cruzó sus brazos encima de la mesa con la mirada fija en los ojos de Ciel. Tenía ganas de agradecerle por acortarles el camino hacia el refugio, con gran sarcasmo por seguro. Pero había aprendido que la mayoría de sus preguntas terminaban con un golpe en el rostro. 
 
Soltó un largo suspiro y luego habló:
 
-No entiendo los gustos de Sebastian. Pierde el tiempo contigo cuando debería estar haciendo cosas más importantes para el bien de nuestra raza. Cosa que no parece importarle mucho. 
 
Ciel se quedó en silencio con la cabeza en alto, no iba a dejarse manipular por un hombre como él y menos por uno que claramente no conocía el desodorante. 
 
-Pero debería agradecerte el hecho de que lo trajeras hasta aquí. Has aprendido a domesticarlo. Nos causó muchos problemas cuando escapó. 
 
Si el menor hubiera sabido los motivos por los cuales escapó y por los que éstas personas lo desean tanto, no lo habría obligado a regresar. Se habría quedado en aquel campamento junto al fuego. El lugar donde había sido tan feliz después de todo este tiempo.
 
-¿Al menos tienes una idea de quién es Sebastian Michaelis?
 
Le tomó un tiempo contestar esa pregunta. Esperaba que el hombre hablara de nuevo pero al parecer estaba esperando una respuesta.
 
-Es...– bajó la mirada al extremo de la mesa y vio sus pies amarrados.– un hombre, cautivo aquí en contra de su voluntad.
 
Se soltó a carcajadas después de escuchar la última frase, su risa era tan fuerte que llegaba a ser molesta. Aplaudió con tantas ganas lastimando los tímpanos de Ciel como si de disparos se tratase. 
 
-Eres un buen comediante. Se nota de que no tienes ni la menor idea de quién es el hombre con el que te acuestas.– balbuceó limpiándose las lágrimas de risa con los dedos. No podía entenderlo, ¿acaso los había visto haciendo... eso?– niño, Sebastian Michaelis es, en pocas palabras, la única persona en este puto mundo que es inmune al virus zombie

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