Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Pandora's Box por Kuromitsu

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola a todos de nuevo! Como ven, me he animado lo suficiente para hacer el segundo capítulo relativamente pronto (?

Muchas gracias a laraagostina99 y a KaruraTakashima por el apoyo que le han entregado a esta pequeña obra que día a día toma más forma <3 Y a los demás que todavía no han dejado su pequeño review, ¿qué esperan? (?) Los espero ansiosamente <3

Pues eso, ojalá les guste.

Había pasado una noche simple y derechamente, de mierda. Abriendo los ojos cada cierto tiempo, cerrándolos después, durmiendo intermitentemente y por tanto, descansando poco más que nada. Y es que era difícil, imposible descansar sabiendo que había probablemente herido a la única persona que realmente le había interesado lo suficiente durante toda su existencia.

No quería decir que jamás se había relacionado con otros, no. Simplemente había socializado inútilmente sin encontrar siquiera a una persona que valiera la pena, pensando inocentemente que si seguía haciéndolo encontraría al fin un grupo de personas a quienes realmente valorar.

Pero no. Había logrado encontrar a alguien interesante y la había jodido por completo.

—¿William? ¡¿William?!

Se sobresaltó y a punto estuvo de botar su café al suelo. Agarró con más fuerza el delicado vaso de cartón mientras miraba pensativo al hombre que tenía delante de sí. Marcus, el profesor de ciencias que resultaba ser también el profesor jefe del curso, le estaba viendo con un rostro de aparente preocupación.

—Como decía —volvió a repetir, un poco molesto de no haber sido escuchado antes— Yuki no ha venido hoy.

Así que sus sospechas estaban en lo cierto. No le había visto durante toda la primera hora de clases, y tampoco había podido encontrarlo durante el receso. ¿Se habría enfermado?

¿Tendría un problema?

Estaría quizá… ¿molesto? ¿Dolido?

Marcus, suspirando con el cansancio propio de unos huesos cansados por la enseñanza, rebuscó entre su carpeta de papeles amontonados hasta que dio con algunos de brillantes colores.

—Y si no necesitas nada más, me gustaría que tuvieses esto —William apenas tomó la pila de volantes entre sus dedos, ensimismado en su propia mente— El año pasado nadie del curso participó, ¿por qué no los entusiasmas? Estoy seguro que alguien tan admirado como tú podrá hacerlo.

—¿Admirado? —respondió, sorprendido y confuso a la vez.

No, definitivamente no podía considerarse a sí mismo como un influjo en los demás. Sí, tenía notas altas porque se le hacía fácil (aburridamente fácil) el sacar buenas calificaciones pero hasta ahí podría llegar su aparente popularidad.

Con ganas de golpearse contra la pared, recordó. Había socializado mucho con todos en el pasado y quizá todos pensaban que era alguien “bondadoso” por naturaleza, porque siempre solía estar en el momento justo cuando le necesitaban. Claro está, de forma involuntaria.

—Sí, siempre me llegan buenos comentarios de ti, que eres muy atento —el profesor Marcus sonrió abiertamente, confirmando involuntariamente las sospechas de William. Luego de echar un rápido vistazo a su reloj de pulsera (desgastado, de cuero, como la gran mayoría de sus modestos accesorios) continuó— Es algo muy apreciado por tus compañeros. Ahora ve antes que empiece la próxima clase, ¿eh?

Marcus definitivamente era un profesor fuera de lo normal, pero en un buen sentido. Le sonrió abiertamente, agradecido sinceramente de su amabilidad, y se prometió a sí mismo que entregaría esos volantes. Aunque ni siquiera supiera de qué se trataban.

Terminó por ignorar completamente la clase de matemáticas, mirando de reojo los volantes que estaban sobre su escritorio. Les había dado algunos vistazos furtivos cuando el atento profesor se había dado la vuelta para escribir, y algo había alcanzado a leer del colorido papel que se suponía, debía entregar.

“Tercera edición del gran concurso de talentos: ¡Buscamos al próximo talento escolar oculto! Participa este día Viernes…”

Claro, si ganaba alguien del curso el prestigio probablemente también llegaría al profesor jefe, a Marcus. O quizá sería capaz de enorgullecerse de un grupo de alumnos que lamentablemente no se destacaba en nada importante. Ninguno de sus compañeros ni él mismo era bueno en los deportes, normalmente él sacaba la cara en las notas para intentar ponerse al nivel de los otros dos cursos (A y B), pero aparte de eso… era un vacío total. La letra “C” les quedaba bien puesta, e incluso un tanto holgada. Una “D” hubiese calzado a la perfección.

Definitivamente nadie querría participar.

Cuando terminó la clase, juntando todas sus fuerzas se levantó y caminó raudamente hacia la salida antes de que cualquier otro pudiera adelantarle. Aclaró su voz sin impedir que sus ojos vagaran hacia el asiento vacío de Yuki, y tomando un gran respiro doloroso, pudo hablar finalmente.

—Compañeros, eh —titubeó un poco— Quiero que se animen ésta vez y que participen… participemos en el concurso de talentos. Sé que son talentosos, y es el momento de mostrarlo. Acá tienen unos volantes al respecto…

Con la mano temblorosa, comenzó a entregarles a todos uno de esos papeles coloridos, con grandes y atractivas letras que mencionaban cada uno de los detalles para participar.

—¡¿Este viernes?! —William reconoció vagamente la voz de quién hablaba, mas no su nombre— No alcanzaríamos a preparar nada aunque no tuviésemos clases, están locos…

Murmullos de quejas se levantaron en el lugar, confirmando el presentimiento que le estaba carcomiendo por dentro. Esa “admiración” propiamente tal quizá sólo había sido un invento de Marcus para que otra persona se hiciera cargo del trabajo pesado.

Mentira o no, no quería fallar en una tarea tan simple como ésa.

—A ver, ¿piensan que tienen que traer utilería de Hollywood para que su presentación salga bien? —respondió, autoritario. Los demás hicieron silencio— Pues no. Todos los participantes son los mismos compañeros que vemos siempre, de cursos menores. Tienen el mismo tiempo de preparación que nosotros y créanme, ellos sí participarán. Como nuestro último año deberíamos dar la cara y dejar de ser tan holgazanes como siempre, ¿no?

Notó a la perfección cómo la última frase había calado hondo en todos los presentes. Se ajustó las gafas de montura negra, tratando de relajar el ceño que se había fruncido sin su permiso. Es que quedaban escasos meses para dejar para siempre el colegio que para muchos había sido un segundo hogar (y al menos él se sentía aliviado de nunca haberse encariñado tanto), por lo que sabía que si mencionaba ese “pequeño” hecho, sería como una bomba. Les obligaría a reaccionar de alguna forma.

Y cuando vio las sonrisas de los demás, decididos a apoyar la causa, pudo respirar un poco más tranquilo. De la emoción y las conversaciones dentro del salón, ni siquiera pudieron disfrutar apropiadamente los pocos minutos de receso, pero aquello no les importó en lo más mínimo.

E incluso sintiéndose bien por haber tenido un influjo sobre sus pares, algo no se sentía del todo bien para William. Un mes atrás, no… dos meses atrás, se hubiese sentido en las nubes por encajar de tal forma en un grupo de gente. Pero ahora que Yuki no estaba, era muy distinto.

Sorprendido descubrió que hubiese dado gustosamente toda esa aprobación de todas esas personas, a cambio de que Yuki se mostrase feliz durante al menos un segundo.

Algo en su interior dolió pero intentó con todas sus fuerzas dejarlo pasar. De nada servía recordar cuando no podía hacer nada.

¿Dónde estaría?

Su preocupación pasó a segundo plano cuando las clases comenzaron nuevamente, y con su estómago rugiendo por comida, el único pensamiento en su cabeza era la irresistible visión de una contundente y deliciosa lasaña a la boloñesa.

Sin embargo, no pudo seguir evadiendo su verdadera y única preocupación por mucho tiempo, y ya de vuelta en su hogar ni la conversación trivial con su familia, ni el dibujo de su pequeña hermana Louise (un rústico retrato de él mismo) pudieron sacarlo ni por un segundo de sus atormentadas sensaciones. Culpa, curiosidad, ansiedad, miedo, preocupación. Al menos una nota, alguna explicación que le diera al profesor Marcus diciéndole que había faltado y que volvería pronto… algo que confirmase que estaba bien.

Pero luego recordó, ¿por qué siquiera entrar en una angustia tan grande? Apenas había pasado un día, y tal vez sí que le había pasado una nimiedad sin mayor importancia, como un pequeño resfriado. Intentando calmarse a sí mismo, pudo al fin dormir no sin antes haber pasado en vela hasta la madrugada.

Fue cuando llegó al colegio con renovadas fuerzas, pensando que inequívocamente encontraría a ese misterioso japonés refunfuñando sobre su banco, cuando sintió sus últimas esperanzas quebrarse en un instante. Yuki no estaba ahí.

Y tampoco lo estuvo al día siguiente, ni al otro. En el atardecer del día jueves se sintió desfallecer. ¿Acaso había pedido su traslado? ¿Y qué tal si se había devuelto a Japón sin pronunciar palabra a nadie?

Nunca había estado tan ansioso como en ése momento. Sabiendo que cerrarían las puertas del colegio a las siete en punto, con todos los profesores retirándose presurosos hacia sus respectivos hogares, una idea ligeramente descabellada cruzó su mente y se implantó ahí, forzándole a actuar. A paso rápido, sabiendo que era el último alumno presente en los vacíos pasillos, cruzó los dedos tan fuertes que los nudillos se le volvieron blancos por la presión.

Que estuviese ahí, por favor…

Una oleada de alivio le bañó, calmándole un poco. El profesor Marcus no se había retirado aún, y con celeridad tecleaba en su notebook. Un termo a su lado despedía un suave aroma a café.

—Profesor —murmuró, ajustándose las gafas para quitar un poco del nerviosismo. Al menos la sala de maestros estaba vacía como nunca.

—¿Qué sucedió, William? —sin despegar los ojos de la pantalla siguió escribiendo— Estoy un poco ocupado justamente ahora. Si quieres más volantes están en la carpeta roja…

—No, vengo por un asunto, eh… —tragó saliva. ¿Por qué venía exactamente? No había excusa que sonara realmente creíble. Vio de reojo al profesor levantar una ceja, curioso— Lo que pasa es que… Yuki no ha venido esta semana, ¿no sabe por qué?

Había sido honesto. Pero si le preguntaba el porqué, no sería capaz de responder con sinceridad. Definitivamente eso iría mucho más allá de sus facultades humanas.

¿Cómo responder un porqué del cual ni siquiera tienes idea?

—Yuki —sus gruesas manos al fin dejaron de moverse en el teclado, mientras sus ojos divagaban hacia una de las paredes de la sofocante habitación— No, no he recibido algún tipo de justificación.

Tal como había pensado. Intentó ignorar el golpeteo nervioso de su corazón, enfocándose en las agujetas de sus zapatos, con la mente trabajando a mil para continuar la conversación lo más fluidamente posible sin levantar sospechas.

—¿En serio? —respondió, intentando no sonar demasiado preocupado. Contener la desesperación natural era un acto extremadamente difícil— En ese caso, ¿podría darme un teléfono de contacto? Todos nuestros compañeros están preocupados por su estado de salud.

Hermetismo total. William casi pudo sentir cómo el sudor comenzaba a acumularse en sus poros para bajar lentamente por su nuca, pero se rehusó a mover siquiera un músculo.

—Por supuesto, en el libro de clases está anotado el número de su hogar.

La sonrisa pacífica del profesor a punto estuvo de desarmarle por completo, y con las manos temblorosas buscó el número para luego anotarlo en la agenda de su celular. Si hubiese sabido antes que era tan fácil llegar a comunicarse con Yuki…

Exhalando, con una sonrisa aliviada en su rostro, apenas halló la voz para murmurar un “gracias” y salió raudo de la sala de maestros, sin detenerse. Quería llamarle de inmediato, necesitaba saber qué había sucedió (aunque fuese una explicación, incluso si lo que recibía por respuesta le rompiese por dentro), pero apretando fuertemente el aparato tecnológico entre sus dedos prefirió esperar al momento ideal.

Pero cuando el reloj marcó las nueve de la noche no pudo seguir ignorando el número que celosamente había guardado. Había pasado todo lo restante de tarde viendo la televisión, cuidando de su hermana Louise y mirando el techo de su habitación. Buscando qué debía preguntar.

Pensando mil veces qué sería lo más apropiado. Cuál sería su respuesta.

Tomó su chaqueta de cuero que era perfecta para una noche fría como aquella, y salió de casa no sin antes dar una pequeña explicación. “Iré a comprar algunas cosas que me han pedido en clases”.

—Sí, cómo no… —murmuró mientras se escondía en un callejón cercano, desde donde podría llamar sin problemas.

Con los nervios de punta a duras penas logró marcar el número guardado como “Yuki” en su agenda telefónica y esperó, tamborileando con sus dedos. Una vez. Dos veces.

Quince veces.

—¡¡Maldita sea!! —gritó sin poder contenerse.

Louise entró, asustada, con su fisonomía de tres años de vida apenas sosteniéndole.

—Will —su voz dulce calmó los agitados nervios del castaño— ¿Pasa?

—No pasa nada… —pasando una de sus manos por su rostro, como si se tratase de un balde de agua fría, logró esbozar una ligera sonrisa— Ve a dibujarle un retrato a mamá. De seguro le gustará.

—¡Trato! —exclamó con dificultad, sin poder pronunciar la palabra completa— Mamá haciendo cena.

Y con sus trenzas bailando al son de sus saltos al fin abandonó la habitación que deseaba, estuviese vacía de presencias externas. En cualquier otra situación la presencia de su hermana menor hubiese sido bien recibida, pero ahora…

Lanzó el celular sin muchas ganas a la cama. Quizá, sólo quizá, había llamado demasiado tarde.

Pasar la noche casi sin dormir le pareció un excelente castigo por su imprudencia.

 

 

 

—Las clases están suspendidas desde las diez de la mañana en adelante, podría bailar de felicidad —comentaba un alumno del curso A, sin una pizca de dicha en el rostro— Pero que nos obliguen a asistir al concurso de talentos… preferiría tener clases de matemáticas en vez de ver a personas sin talento hacer el ridí…

William dejó de escuchar al único comentario de queja que había escuchado al respecto. Prácticamente todos habían aceptado con mucho gusto el cambiar las monótonas clases por un poco de esparcimiento. Incluyéndole, claro está.

El escenario del auditorio, que normalmente estaba reservado para eventos formales y presentaciones de teatro, lucía lleno de vida. Con cuidado escogió un asiento más lejos que cerca del lugar donde se presentaría la acción. ¿Tenía curiosidad por los actos? Claro que sí. Pero le ponía nervioso el contacto visual directo con cualquiera de ellos.

Miró con curiosidad los primeros dos participantes, la cual fue decayendo lentamente hasta quedar en nada. Quizá el comentario del compañero del otro curso no había sido tan desacertado, después de todo…

Bostezó cuando se presentó el sexto bailarín, con una performance nada envidiable. Definitivamente no se consideraba a sí mismo un buen bailarín ni mucho menos, pero sintió que podría hacerle frente a ese concursante que por cierto, era menor que él. Sí, había sido grato darse cuenta que algunos compañeros se habían armado de valor y habían salido concursando, pero aparte de eso nada interesante había sucedido. No se sintió mal por pensar así, si en definitiva era el deseo del profesor Marcus que todos diesen lo mejor de sí, no suyo. Él ya había cumplido su parte.

Con discreción miró el reloj de la pequeña pantalla del celular. Ya faltaban poco menos de treinta minutos donde debían anunciar al ganador, y pensándolo bien nadie había sobresalido demasiado del grupo. Tan sólo una compañera que había bailado lo suficientemente bien como para que todo el público le aplaudiese, y un alumno más pequeño que él que había tocado algunos solos de guitarras que lucían dificilísimos. Nada más pudo pensar al hacer un recuento mental.

—El último participante…

¿Y qué habría pasado de participar él también? William sonrió por lo bajo.

—¡Yuki!

La sonrisa se le borró del rostro en un segundo. No, es que simplemente no podía ser el mismo Yuki que él conocía, porque ese Yuki había ignorado cada una de sus llamadas y ni siquiera había asistido al colegio durante la semana.

—Imposible —susurró, con un profundo dolor en el pecho.

Tomó amplias bocanadas de aire, inquieto. Los segundos se le hicieron eternos, mientras podía observar que a su alrededor las personas se ponían inquietas por la espera inusual.

Tenía, debía de ser otro Yuki.

Y en teoría, era otro. Su mirada era distinta, su forma de plantarse frente al público sin siquiera temblar, la forma en que enfocaba sus ojos en cada uno de los espectadores, como si buscase algo. Escalofríos cruzaron raudos por la espalda de William al fijarse en que sí era él. Incluso con esa actitud extraña, lo era.

La pista de la canción comenzó a sonar y como si hubiese sido una orden, Yuki adquirió mucha más confianza en su cuerpo. Los ojos apabullados de William intentaron enfocarse en cada uno de sus movimientos, en bajar a tierra para apreciarle durante al menos un momento en su esplendor pero fue sencillamente imposible. Ante él se desplegaba una película perfecta, pero demasiado rápida como para realmente tomar nota de todo lo que ocurría.

Sus ojos, mirando al resto. Su voz, fuerte y constante, de un tono único que fácilmente podría escuchar por horas hasta quedarse dormido. Cantaba en japonés, su lengua materna, pero eso no impidió que los pensamientos difusos de William se encaminaran en una dirección para descifrar lo que cantaba.

Era de seguro, algo lleno de ira. Quizá lleno de groserías e ironías. Y pudo ver de cierta forma, una pequeña muestra de altanería que no le había visto jamás, y que lucía extrañamente atractivo en él.

Le devolvió la mirada, finalmente. Mientras cantaba, una pequeña sonrisa se formó en su rostro marmolado, siempre altanero, sin dejar de mirarle en ningún momento. Escalofríos embriagadores, taquicardia.

Y como si hubiese sido una mera broma, dejó de mirarle justo cuando más necesitaba su contacto visual. Porque no, no se había ido. Estaba ahí pero tan lejos que dolía, estaba ahí sonriéndole como diciendo: “No me he ido y nunca lo haré”.

Como riéndose de él por haberse preocupado de más.

Pero supo también al mirarle que era imposible. Sonreía escasamente a otras personas del público, les miraba así a todos, encandilándoles. E inesperadamente odió a todos aquellos que tal como él, habían sido objeto de su mirada.

—Te quiero —murmuró al aire, como una confesión para sí mismo más que para Yuki. Las palabras brotaron de su boca justo en el momento cuando se dirigía a otra persona anónima del público.

Pero tampoco le importó no ser escuchado. Se lo diría, una, dos, mil veces si lograba ser correspondido de la misma forma.

Y si no, también se lo diría, aunque fuese una vez.

Como una ensoñación todos los presentes se levantaron, emocionados de sus asientos apenas el micrófono de Yuki dejó de vibrar con los sonidos provenientes de sus cuerdas vocales. Aplausos, silbidos, gritos de apoyo y emoción.

Pero ésta vez un escalofrío de terror puro cruzó su espina dorsal. ¿Siquiera había existido la arrogancia durante un momento en Yuki? Todo rastro de confianza en sí mismo se esfumó tan pronto como había llegado, y dejó caer el micrófono al suelo, aterrado. Con dificultad realizó una pequeña reverencia (¿tenía los ojos llorosos? William creyó verlos) y antes de que siquiera el presentador pudiese felicitarlo como había hecho con los demás, desapareció del escenario a paso raudo.

Y él también se marchó de su lugar, para buscarle tras bambalinas.

Para decirle lo mucho que había sufrido con su ausencia.

Para decirle ese par de palabras que tan dolorosamente se habían implantado en su corazón, con la mínima esperanza de recibir un “yo también” a cambio.

 

Notas finales:

Y bien, ¿qué les ha parecido? Cualquier comentario, bueno, malo o neutral es bienvenido <3

¡Nos vemos pronto! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).